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Sería caer en la etiqueta fácil decir que la obra de Robert Mapplethorpe,
una estrella original del panorama del centro de Nueva York, fue
“rompedora de tabúes” o “polémica”. A decir verdad, las imágenes
del artista nacido en Long Island de sus 18 años de carrera fotográfica
(1970-1988) van de la mano de algo que resulta común a todo el mundo:
el deseo primario. Igualmente universal es el sentido de la contención
de su obra —esas poses clásicas, a menudo escultóricas de sus modelos—,
que verbaliza la tensión entre nuestro rostro público y privado
de hoy en día de manera tan precisa como en los setenta.
La artista Patti Smith fue su confidente, su musa y su colaboradora;
se conocieron en Nueva York en 1967, fueron amantes y luego amigos
toda la vida. Es de justicia que un nuevo poema de Smith acompañe
la nueva edición de 2020 del libro. “Fue el verano en que murió
Coltrane, el verano de ‘Crystal Ship’. Los hippies alzaron sus brazos
vacíos y China detonó la bomba de hidrógeno. Jimi Hendrix prendió
fuego a su guitarra en Monterey. Radio AM retransmitió ‘Ode to Billie
Joe’. Hubo disturbios en Newark, Milwaukee y Detroit”, cuenta Smith
sobre el verano que se conocieron en su autobiografía Éramos unos
niños (Lumen, 2010, traducido por Rosa Pérez).
Mapplethorpe se encargó de la fotografía de portada del disco seminal
de la poeta, Horses (1975), solo sacó 12 instantáneas. A la octava,
ya lo tenía: la imagen era la fotografía que acabaría definiendo
el andrógino estilo de Smith, toda una declaración de intenciones.
El fotógrafo también dirigió su objetivo hacia otros amigos igualmente
brillantes —artistas como Andy Warhol y Cindy Sherman— y hacia sí
mismo. Con su propia mirada, Mapplethorpe encarnó la liberación
sexual del ambiente gay neoyorquino de los setenta. Reconoció el
arte al que se prestaban la perversión y los juegos de caracterización,
hizo apariciones vestido de drag, de rudo motero, de arquetipo del
BDSM y, hacia el final de sus días, hizo una crónica de cómo iba
cambiando su aspecto físico mientras convivía con el SIDA, la enfermedad
que acabó con su vida y con la de muchos miembros de las comunidades
creativas de Nueva York.
Con el mecenazgo y mentoría de su compañero y marchante de arte
Sam Wagstaff, la obra de Mapplethorpe triunfó en las galerías neoyorquinas
y luego en todo el mundo. Hasta su muerte, el fotógrafo escandalizaba
allá adonde iba; The Perfect Moment, una exposición itinerante de
1988 que presentaba obras explícitas de su X Portfolio, suscitó
un debate nacional en EE. UU. sobre si el Fondo de Apoyo Nacional
a las Artes debería patrocinar lo que los conservadores consideraban
como “moralmente censurable”.
Phaidon publicaba en 2020 una edición actualizada de 'Robert Mapplethorpe',
un estudio exhaustivo sobre su fotografía.
La honestidad de Mapplethorpe, su don para presentar a las personas
tal y como eran: orgullosas, liberadas y característicamente empoderadas,
ya fueran Arnold Schwarzenegger, Debbie Harry o “Joe Rubberman”.
Desafió la norma imperante y abordó temas que mucha gente dejaba
de lado, así se convirtió en uno de los artistas más influyentes
del siglo XX. Sin embargo, lo más importante es que dijo verdades.
Como apunta Patti Smith en su autobiografía: “Lo condenarán y lo
adorarán. Censurarán o idealizarán sus excesos. Al final, la verdad
se hallará en su obra”.
En 1989 el senador Jesse Helms destrozó una copia de un catálogo
de Mapplethorpe en el Senado de Estados Unidos denunciando el trabajo
como pornográfico. El fotógrafo había muerto en marzo de ese mismo
año por una insuficiencia respiratoria causada por complicaciones
del SIDA que padecía. Pero cuanto más se denunciaba su obra, más
público acudía a sus exposiciones. “Su trabajo se convirtió en el
centro de un debate más amplio sobre censura y financiación pública
para las artes”, cuenta Mark Holborn, editor de Robert Mapplethorpe,
la actualización del estudio sobre su obra que publica Phaidon con
230 fotografías en blanco y negro y 20 imágenes en color.
Esta edición arranca con un poema que Patti Smith ha escrito para
este nuevo volumen, sigue con una introducción del editor Andrew
Sullivan y concluye con un amplio ensayo del crítico y filósofo
Arthur C. Danto. El grueso de la edición lo ocupa las fotografías
de este provocador artista que posó con una pistola en la mano o
unos cuernos diabólicos y durante su trayectoria trató de refinar
su estilo y reforzar su creatividad constantemente. El volumen original
fue publicado en 1992 y casi 30 años después, Holborn ha vuelto
a trabajar junto a Dimitri Levas, amigo y asistente de Mapplethorpe,
que ha convertido en certezas algunas de sus respuestas instintivas.
Robert Mapplethorpe, el lado salvaje (y sexual) de
la fotografía.
“Sin darnos cuenta nuestros ojos se han refinado. Aunque estoy
orgulloso del libro original me sorprendieron una o dos fotografías
que habíamos pasado por alto. Así que pensé que podíamos crear una
visión aún más intensa de lo que Mapplethorpe logró en un periodo
relativamente corto”, comentó en su momento. Aquella primera
edición se dedicaba en exclusiva a su trabajo en blanco y negro
mientras que sus fotografías a color se fueron publicando en volúmenes
independientes. Ahora, se han integrado los elementos escultóricos,
los ensamblajes y el color en un único volumen para ser “fieles
al desarrollo del artista”.
La reacción ante su trabajo sigue siendo, en ocasiones, de estupor.
No son pocas las veces las que se han hecho peticiones para retirar
sus obras o para prevenir de su contenido a los visitantes (no está
de más recordar en este punto que en 2018 el Museo Serralves inauguró
una muestra de sus fotografías causando un revuelo que llevó al
director de la pinacoteca portuguesa, Joao Ribas, a presentar su
dimisión). “Existe una profunda veta puritana en el corazón de la
conciencia estadounidense que emerge de un fundamento cristiano
dogmático. En Estados Unidos, especialmente en ciudades como Nueva
York y San Francisco, se pueden presenciar movimientos para desafiar
y contrarrestar todo tipo de represión pero en otros lugares es
probable encontrarse con las restricciones fundamentalistas”, explica
el escritor. Por eso, la respuesta a su trabajo se enmarca dentro
de “los patrones predecibles”. Sin duda, cree que “habría sido considerado
de manera diferente en San Francisco en 1978 o en Ámsterdam en 1979
que en ciertos barrios de Washington DC”.
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HBO descifra a Robert Mapplethorpe.
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No obstante, Mapplethorpe se convirtió en una estrella dentro del
universo particular en el que se movía, fue admirado y festejado
internacionalmente y vivió su corto paso por la vida haciéndose
pasar por ese chico malo que se convirtió en el artista que aspiraba
ser. Era una figura elegante en vaqueros, en cuero o en esmoquin
y "su notoriedad nunca fue un obstáculo para su posición social”,
recuerda el editor. Aunque bien es cierto que cuando “su trabajo
se trasladó de las pequeñas galerías a las instituciones estalló
el escándalo”.
En 1988 Janet Kardon, recuerda Arthur C. Danto en su ensayo, organizó
una retrospectiva de su obra en el Instituto de Arte Contemporáneo
de la Universidad de Pensilvania. “El espectáculo ganó notoriedad
cuando la directora de la Galería Corcoran, Christina Orr-Cahal,
canceló su itinerancia a Washington porque temía que el Congreso
se opusiera a que una institución financiada por el National Endowment
for the Arts patrocinara una exposición que podría interpretarse
como obscena”. La polémica sobre las 150 fotografías que ya habían
sido exhibidas en Filadelfia y Chicago saltó a las columnas de los
periódicos y se convirtió “en el centro de un debate sobre censura
y financiación pública de las artes”.
En definitiva, Mapplethorpe era un artista peligroso para los cánones
de derecha conservadora. “Los artistas siempre han ofrecido provocación
y controversia. Él posó con una pistola y una cuchilla en sus manos,
pero era solo una pose, al igual que los cuernos diabólicos que
llevaba con alegría satánica. Entendió el lenguaje provocativo,
lo hizo elegante y lo colocó en la frontera emocional de lo que
se podía exhibir en la pared de una galería”, admite Holborn.
Su estilo estuvo bien definido desde el principio, caracterizado
por sus formas evidentemente geométricas. Fotografió de manera poética
lo que a nadie se le había ocurrido antes pues su interés no era
ruborizar sino hacer entender que lo importante es la manera en
la que se capturan las cosas. “No tengo una fórmula, es un tema
de ser sensible”, afirmó el propio artista. También es cierto que
fue un fotógrafo disciplinado que empezaba su día prestando atención
a las flores que le llevaba Dimitri Levas, luego llegaba el turno
de los retratos mientras los modelos visitaban su estudio y se adentraba
en el mundo más oscuro cuando caía el sol. “La formalidad de sus
imágenes permitió que los espectadores interactuaran con las imágenes
del inframundo sexual porque estaban realizadas con el mismo equilibrio
visual que el estudio más refinado de una naturaleza muerta”, afirma
Mark Holborn.
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Continuando con su exploración del mundo artístico, Repossi, en
conjunto con la Fundación de Robert Mapplethorpe, presentaba en
2021 una colección en tributo al artista. Robert Mapplethorpe se
convirtió en un ícono cultural, impactando al mundo artístico con
sus obras poco convencionales y fotografías que exploraban temas
vastos, incluyendo la sexualidad y el cuerpo humano. Su vida es
recordada como una leyenda del difícil camino que tomó para sobresalir.
Se convirtió en referente para la comunidad LGBTTTIQ+ y en una inspiración
para todos aquellos artistas buscando su paso al éxito. Gaia Repossi
le daba una nueva vida, tomando inspiración de la esencia de sus
obras y traduciéndolas en Alta Joyería.
Gaia Repossi tuvo acceso al archivo completo de Mapplethorpe, tanto
el de su Fundación como el de Getty Research Institute, permitiéndole
crear una colección que le rindiera tributo a la increíble visión
de Robert. Sumergiéndose en una investigación que transcurrió tres
años, Gaia puso en práctica su experiencia como arqueóloga para
mantenerse tan fiel al espíritu de las creaciones originales de
Mapplethorpe como fuera posible, reencarnando su estilo y estética.
Encontrando el balance y la acumulación en volúmenes, los juegos
de contrastes y los temas centrales del cuerpo de trabajo de Robert,
se llegó a las piezas finales después de un intercambio constante
entre los talleres y el estudio de Repossi para perfeccionar la
colección.
Anthony Vaccarello, director creativo de Saint Laurent, decidió
seguir el mismo camino y rendir homenaje a la obra de Robert Mapplethorpe
a través de una exposición de sus obras originales expuestas en
las tiendas Saint Laurent Rive Droite de París y Los Ángeles en
colaboración con la Fundación Robert Mapplethorpe.
Además, en relación con las exposiciones, Anthony Vaccarello ha
diseñado una colección única de lifestyle en colaboración con la
Fundación Robert Mapplethorpe. Esta exclusiva edición limitada incluye
bolsos, artículos de cuero, ropa, artículos de porcelana y almohadas.
Todos los productos de esta cápsula están ilustrados con una fotografía
del artista y se pueden adquirir en las tiendas Saint Laurent Rive
Droite de París y Los Ángeles.
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Esto se debe a que su educación fotográfica empezó junto al comisario
John McKendry antes de involucrarse con Sam Wagstaff, coleccionista
de arte que se convirtió en su mentor. A finales de los 60 el MoMA
expuso New Documents, una exposición con obras de Garry Winogrand
y Lee Friedlander, “exponentes de un estilo urbano cercano a Robert
Frank". En 1972 conoció a Wagstaff y en su colección de fotografías
reconoció “la importancia de los estudios de flores de mediados
del siglo XIX realizados por Adolphe Braun, la geometría de Edward
Weston o la dramática tonalidad de Julia Margaret Cameron”. Todo
esto contagió el espíritu de Mapplethorpe, para el que “la belleza
y el diablo son la misma cosa”.
Aprendió a capturar el cuerpo humano de forma casi escultórica
y se aventuró a posar su cámara en cualquier lugar siempre con el
firme objetivo de crear imágenes que aspiraban a ser arte. Y lo
consiguió a través de la exploración de la forma geométrica en composiciones
equilibradas y elegantes. La carne humana le interesaba tanto que
hasta sus flores estaban erotizadas. “La punta de la rosa equivalía
a la punta de un pene”, afirma Holborn. Sin duda, la belleza era
su principal fin, estaba obsesionada con ella: “quiero que todo
sea perfecto y, por supuesto, no lo es. Eso ocupa un lugar importante
de mi pensamiento, por lo que nunca estoy satisfecho”, declaró Mapplethorpe.
Robert Mapplethorpe retrató a artistas como Patti Smith, Cindy
Sherman o Andy Warhol, capturó la poética de las flores e inmortalizó
la escena sadomasoquista entre 1976 y 1978. Las trece impresiones
que forman parte de Portfolio X, y que se incluyen en el libro,
se publicaron en 1978 y para Holborn forman parte de las más importantes
y las más resonantes de la época. De hecho, las realiza con la misma
atención geométrica que demuestra en sus estudios de flores aunque
“el peligro es que el material explícito derive hacia lo pornográfico.
Mapplethorpe no tenía miedo de lo pornográfico y quería ir a algún
lugar más allá de despertar la curiosidad sexual, de provocar excitación.
La elegancia en su trabajo es primordial, incluso en los momentos
de penetración”.
Aunque su obra pertenece a su tiempo y sus retratos nos ofrecen
un catálogo de la creatividad de su época, es cierto que las generaciones
futuras podrán estudiar su obra como en la actualidad nos sentimos
atraídos por los retratos renacentistas. En este punto, su corpus
se vuelve atemporal y Holborn es consciente de que “el contenido
sexual de su obra será objeto de escrutinio histórico del mismo
modo en el que hemos observado las posiciones eróticas representadas
en vasijas griegas o romanas y otras ilustraciones sexuales de la
antigüedad”. Además, considera que estas imágenes de finales de
los años 70 resuenan porque preceden a un virus por el que muchos,
incluido Mapplethorpe, iban a morir. La tragedia estaba a punto
de llegar: “tanto el artista como el público sienten que pueden
estar viendo la última agonía antes de que termine el espectáculo,
derribado no por la derecha conservadora sino por un virus para
el cual, aún hoy, no hay vacuna. Vivimos en otro siglo, pero uno
que ya está definido por la potencia de un virus indiscriminado”,
arguye. Cuando el artista estaba en su plenitud artística en lugar
de contar con una oportunidad de continuar con su progreso tuvo
que enfrentarse a la muerte. Primero, lidió con la de su amante
Sam Wagstaff en 1987, cuyo funeral organizó el fotógrafo. Luego,
con la suya propia. Aun en estas circunstancias, constata Holborn,
lo hizo con la misma elegancia con la que vivió.
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