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El tribunal que juzgó entre noviembre de 1945 y octubre de 1946
a los 22 principales dirigentes del Gobierno y el Ejército alemanes
capturados en los estertores del Tercer Reich, así como a las instituciones
vinculadas al régimen, pasa por ser el primer gran precedente del
Tribunal Penal Internacional, constituido en 1998 en La Haya. Y
ello pese a tratarse de un tribunal militar de excepción, creado
ex profeso y marcado desde su inicio por las serias dudas sobre
su jurisdiccionalidad, parcialidad y retroactividad. La constitución
de una sala que juzgase a los líderes y colaboradores del nazismo
fue objeto de una larga discusión entre los aliados, que se inició
ya en 1942 en Moscú. La difícil configuración de un juzgado dotado
de legitimidad para encausar y condenar a criminales de guerra sin
un corpus penal internacional no convenció, en principio, ni a Londres
ni a Washington. La presión soviética hizo que los futuros juicios
se convirtiesen en una realidad en la Conferencia de Potsdam de
1945, con el argumento de peso de legitimar la posición aliada y,
por ende, su política de juzgar y sentenciar a los líderes de los
regímenes de los países que quedaron bajo su jurisdicción.
Más allá del proceso a los principales responsables del Holocausto
y otros crímenes de guerra, este tribunal de excepción procesó a
más de medio millar de militares, profesionales y empresarios que
contribuyeron a la comisión de todo tipo de crímenes inspirados
o relacionados con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial
en otros 12 procesos diferentes. En todos los casos, por los delitos
que el propio tribunal tipificó como crímenes contra la paz, crímenes
de guerra, crímenes de lesa humanidad y conspiración contra la paz,
basándose en el Tratado de Versalles (firmado por Alemania en su
claudicación tras la Primera Guerra Mundial) y en la Convención
de Ginebra de 1907 (en vigor en 63 estados en el inicio de la guerra,
entre ellos en Alemania).
Los juicios de Núremberg empezaron el 20 de noviembre de 1945 contra
la cúpula nazi. Abajo a la izquierda, con lentes oscuros, está Hermann
Göring, seguido de Rudolf Hess, los acusados de más alto rango.
El tribunal contó, además, con el aval de la Asamblea General de
Naciones Unidas, que reconoció por unanimidad los principios del
derecho internacional recogidos en el Estatuto de Constitución de
este autodenominado Tribunal Militar Internacional, así como sus
sentencias. Su constitución corrió a cargo de los cuatro países
aliados que en ese momento habían ocupado Alemania y ejercían su
jurisdicción militar y civil: Estados Unidos, Reino Unido, Francia
y la Unión Soviética. De esta manera, la sala se constituyó con
los magistrados titulares Geoffrey Lawrence, designado por el Reino
Unido; Francis Biddle (Estados Unidos); Henri Donnedieu de Vabres
(Francia); y Iona Nikítchenko (Unión Soviética). Cada uno de ellos
tenía un juez suplente. Como fiscal jefe actuó el juez estadounidense
Robert H. Jackson, con la ayuda de los fiscales Hartley Shawcross
(Reino Unido), Román Rudenko (Unión Soviética), François de Menthon
y Auguste Champetier (Francia). Los diferentes procesos se abrieron
tras los trabajos del Comité para la Investigación y el Enjuiciamiento
de los Criminales de Guerra, también constituido excepcionalmente
para la ocasión.
Los encausados en este primer juicio fueron Hermann Göring, designado
por Adolf Hitler como su sucesor y comandante de la Luftwaffe; Rudolf
Hess, lugarteniente de Hitler; Joachim von Ribbentrop, ministro
de Asuntos Exteriores; Wilhelm Keitel, comandante en jefe de las
Fuerzas Armadas; Ernst Kaltenbrunner, director de la Oficina Central
de Seguridad del Reich, que controlaba la Gestapo, la policía, el
servicio militar de inteligencia y la dirección de los campos de
concentración; Hans Frank, ministro de Justicia y gobernador general
de Polonia; Wilhelm Frick, ministro del Interior; Julius Streicher,
editor del semanario antisemita Der Stürmer; Hans Fritzsche, jefe
del Departamento de Prensa Nacional del Ministerio de Propaganda
y jefe del Departamento de Radiodifusión; Alfred Rosenberg, ministro
de los Territorios Ocupados del Este; Albert Speer, ministro de
Armamentos y Producción Bélica; Konstantin von Neurath, ministro
de Asuntos Exteriores; Martin Bormann, jefe de la Cancillería del
Partido Nacionalsocialista, juzgado en ausencia; Walther Funk, ministro
de Economía; Hjalmar Schacht, exministro de Economía; Karl Dönitz,
comandante en jefe de la Marina; Erich Räder, excomandante en jefe
de la Marina; Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas
entre 1933 y 1940; Fritz Sauckel, plenipotenciario para la movilización
de la mano de obra de 1942 a 1945; Alfred Jodl, jefe del Estado
Mayor de Operaciones; Franz von Papen, canciller de Alemania en
1932 y vicecanciller entre 1933 y 1934, y Arthur Seyss-Inquart,
canciller de Austria, vicegobernador de Polonia de 1939 a 1940 y
comisario del Reich en los Países Bajos.
El Palacio de Justicia de Núremberg (en alemán: Justizpalast) es
un complejo de edificios en Núremberg, Baviera, Alemania. Fue construido
entre 1909 y 1916 y alberga el tribunal de apelaciones (Oberlandesgericht),
el tribunal regional (Landgericht), el tribunal local (Amtsgericht)
y la fiscalía (Staatsanwaltschaft). El Monumento a los Juicios de
Núremberg (Memorium Nürnberger Prozesse) se encuentra en el último
piso del palacio de justicia.
El tribunal debía juzgar también Robert Ley, jefe del Frente Alemán
de Trabajo, pero se suicidó tras su detención, y Gustav Krupp, industrial
que utilizó el trabajo esclavo y que no fue a juicio debido a su
estado casi vegetativo en el momento del proceso. Por otra parte,
el tribunal se declaró capacitado para juzgar también penalmente
a personas jurídicas como el Gabinete del Reich, junto al Consejo
Secreto de Defensa y el Consejo de Ministros, las SS (camisas negras),
las SA (camisas pardas), el SD o Servicio de Seguridad e Inteligencia
del partido nazi, la Gestapo, el Estado Mayor y Alto Mando de las
Fuerzas Armadas Alemanas y el Cuerpo de Líderes Políticos del Partido
Nacionalsocialista. Por expreso deseo de los ocupantes británicos
y estadounidenses, en su jurisdicción no se investigó ni encausó
a los responsables políticos y militares internados en los campos
de Dustbin y Ashcan ni a ningún líder italiano, pese a que el tribunal
se constituyó formalmente para juzgar a los criminales del Eje.
De la misma manera, no se presentó acusación alguna a ningún aliado
responsable de los mismos delitos por los que se juzgó a los acusados.
Paradigmática en este sentido fue la acusación a Keitel, Jodl y
Ribbentrop por la conspiración que precedió a la invasión de Polonia,
recogida en el Pacto Molótov-Ribentropp de 1939 firmado por el Gobierno
soviético.
Tribunal en sesión del 30 de septiembre de 1946.
El proceso principal se abrió el 20 de noviembre de 1945 en el
Palacio de Justicia de Núremberg, que paradójicamente había sido
el escenario en el que el Gobierno nazi había aprobado sus principales
leyes de segregación racial. El escenario designado fue una imposición
del Reino Unido y Estados Unidos, que ocupaba este sector, y contaba
con la ventaja de la prisión anexa, donde se trasladó a los acusados.
La sesión se inició pasadas las 10 horas y consistió en la lectura
de los cargos de cada uno de los encausados, así como en la intervención,
por parte de la defensa, de un único abogado, Otto Stahmer. Como
era previsible, Stahmer apeló al principio de retroactividad, ya
que los crímenes de los que se acusaba a los 22 reos no estaban
tipificados antes de la apertura del juicio oral. Las defensas,
durante el proceso, también pusieron en cuestión la legitimidad
territorial del tribunal y su parcialidad, al estar plenamente compuesto
por representantes de los países vencedores. El juicio se desarrolló
en 261 sesiones en las que intervinieron los fiscales de la acusación
y 27 abogados defensores que convocaron a más de un centenar de
testigos en descargo de sus defendidos. Las sesiones se realizaron
con traducción simultánea en inglés, alemán, francés y ruso. Se
presentaron más de 300.000 declaraciones escritas y alrededor de
3.000 documentos. Las vistas fueron seguidas por 250 periodistas
acreditados y cien ciudadanos que accedían a la sala por orden de
cola. Durante las sesiones se proyectaron diversas filmaciones inculpatorias.
Las sesiones evidenciaron tanto la postura cerrada de las defensas
en su apelación a la falta de legitimidad del tribunal y de las
acusaciones –aferrándose en algún caso a la ley alemana– como la
descoordinación y politización de los fiscales. Durante el juicio,
el fiscal soviético llegó a proponer que el tribunal reflejase que
el pueblo soviético –y por ende los pueblos eslavos– había sido
la gran víctima del nazismo, y no el pueblo judío, definido de forma
abstracta. El juicio quedó visto para sentencia el 30 de septiembre
de 1946, cuando los cuatro jueces presentaron sus conclusiones,
en las que venían a confirmar los cargos iniciales imputados sobre
cada uno de los acusados, con la excepción –para sorpresa del auditorio–
de cuatro de los encausados.
Francesc Boix, 2000 negativos como prueba del horror.
El 1 de octubre de 1946 se realizó la lectura pública de las sentencias
en presencia de los acusados. Una lectura que se prolongó durante
dos sesiones. Declarados culpables de alguno o varios de los cuatro
delitos imputados, se sentenció a pena capital a 12 de los acusados
(Göring, Ribbentrop, Keitel, Kaltenbrunner, Rosenberg, Frank, Frick,
Streicher, Sauckel, Jodl, Seyss-Inquart y Bormann), tres a cadena
perpetua (Hess, Funk y Räder) y cuatro a prisión de 10 a 20 años
(Dönitz, Schirach, Speer y Neurath). Fueron absueltos Schacht, Von
Papen y Fritzsche. Göring se suicidó tras conocer la sentencia con
una píldora de cianuro que al parecer le facilitó un oficial estadounidense,
creyendo que se trataba de un medicamento que le había dado una
desconocida mujer durante la última sesión del juicio. Por otra
parte, el tribunal también declaró culpable de alguno de los delitos
imputados al Cuerpo de Líderes Políticos del Partido Nacionalsocialista;
a la Gestapo y el SD a excepción de su del personal administrativo
y taquígrafos, y a las SS, a excepción de los reclutas que no participaron
en acciones criminales. Fueron declarados no criminales el Gabinete
del Reich, el Estado Mayor y Alto Mando de las Fuerzas Armadas Alemanas
y la SA.
La fecha de las ejecuciones, por ahorcamiento, se comunicó a los
sentenciados a muerte la noche del 15 de octubre, y se llevaron
a cabo un día después en el gimnasio de la prisión, sin público.
Los cadáveres fueron incinerados y arrojados a un afluente del río
Isar. Bormann, que fue juzgado y condenado en ausencia, había muerto
durante la toma soviética de Berlín, como se supo después. Los siete
acusados que habían sido condenados a prisión cumplieron sus sentencias
como únicos reclusos de la cárcel de Spandau, en Berlín occidental.
Salvo Hess, que murió en prisión en 1987, todos fueron liberados,
en algunos casos antes de cumplir su condena por problemas de salud.
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Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la devastación fue tan
enorme y los crímenes de guerra tan extensos que las fuerzas aliadas
victoriosas determinaron que era necesario imponer algún tipo de
castigo a los responsables de engendrar esa maquinaria de destrucción
y exterminio contra la humanidad. Hubo un tira y afloja entre los
aliados sobre qué hacer con los líderes nazis capturados. En un
momento dado había quienes abogaban por ejecuciones sumarias, pero
al final se consideró que un juicio realizado por un Tribunal Militar
Internacional era importante para educar al mundo sobre lo que había
sucedido. Esos fueron los juicios de Núremberg, que se iniciaron
un 20 de noviembre hace 75 años. Poco se sabe, sin embargo, de un
extraordinario proceso de análisis psiquiátrico y psicológico de
los prisioneros que se llevó a cabo paralelamente para tratar de
encontrar los orígenes de su maldad.
Horas y horas de entrevistas, exámenes y observaciones generaron
un sinfín de documentos que quedaron en el olvido y que en 2016
fueron rescatados en un libro titulado "Anatomía de la maldad: El
enigma de los criminales de guerra nazis". Su autor, el doctor Joel
E. Dimsdale, profesor emérito de Psiquiatría de la Universidad de
California en San Diego, habló con BBC News Mundo.
Núremberg fue escogida como sede de los juicios por su valor simbólico
ya que esta ciudad en Baviera había sido escenario de los multitudinarios
desfiles y mítines políticos de los nazis en la antesala de la Segunda
Guerra Mundial. Pero también había una razón pragmática: contaba
con un Palacio de Justicia que milagrosamente había sobrevivido
al bombardeo aliado y en el que se instalaría el Tribunal Militar
Internacional, y una prisión anexa que permitía la segura reclusión
y vigilancia de los acusados que serían enjuiciados. El primer proceso
fue contra 22 miembros de la cúpula nazi y, aunque los fallos estaban
prácticamente cantados (12 de ellos fueron condenados a morir en
la horca), también hubo un llamado para realizar una investigación
psicológica de los prisioneros para tratar de entender el origen
de su maldad y los motivos de los horrores que cometieron.
"Toda prisión cuenta con la presencia de un psiquíatra y un psicólogo
para mantener el ánimo de los reclusos con el fin de que estén en
capacidad de enfrentar sus juicios y participar en sus defensa",
explica el doctor Joel Dismdale. Pero en Núremberg sucedió algo
extraordinario: el trabajo conjunto de dos analistas brillantes
cuya obsesión, iniciativa y ambición personal los llevaron a emprender
una investigación exhaustiva con innumerables horas de entrevistas,
observaciones, tests y evaluaciones de cada uno de los acusados.
Por un lado estaba Douglas Kelley, un psiquíatra militar, experto
de fama mundial en la pruebas Rorschach, un test de evaluación de
personalidad basado en la interpretación que hace el paciente de
una serie de láminas con manchas. Kelley fue el primero en acceder
a los líderes nazis, pero como no hablaba alemán, le asignaron un
igualmente brillante psicólogo militar de padres judío-austríacos
para asistirle: Gustave Gilbert. "Su trabajo los puso en contacto
íntimo con personalidades de tal grado de maldad que algunos pensaban
que había algo profundamente dañado en ellos, que tenían algún tipo
de disfunción cerebral o enfermedad mental", dice el profesor Dismdale.
"Esa preocupación añadida a la magnitud de su maldad fue lo que
forjó la investigación de su estado psiquiátrico y psicológico".
Hermann Göring, a quien Hitler había designado
como su sucesor, durante el juicio.
A pesar de que Kelley y Douglas eran colegas de trabajo, se detestaban
mutuamente y desarrollaron una rivalidad muy competitiva sobre a
quién pertenecía el trabajo realizado. También se enredaron en discusiones
filosóficas sobre la naturaleza del mal y la interpretación de las
pruebas Rorschach. El psicólogo creía que los test demostraban que
los acusados nazis eran "otros", seres cualitativamente diferentes
al resto de humanos, mientras que el psiquíatra los veía más como
unos arribistas profesionales dispuestos a hacer lo que fuera para
avanzar su carrera pero sin nada particularmente monstruoso en su
comportamiento". Debido a esa competencia y su diferencia de opiniones,
los resultados de las pruebas Rorschach quedaron prácticamente sepultados,
hasta que el doctor Joel E. Dimsdale recibió una visita inesperada.
"Estaba en mi oficina en Harvard cuando llegó este hombre sin cita
previa, golpeó y entró con un estuche para cargar armas", cuenta
el profesor de psiquiatría. "Me preguntó: '¿Usted es Dimsdale?'.
Le dije sí. Se sentó en mi sofá y me dijo 'Soy el verdugo. He venido
por usted', y abrió el estuche y salieron una serie de documentos
de la Segunda Guerra Mundial". El hombre resultó ser uno de los
encargados de las ejecuciones en Núremberg. El doctor Dimsdale había
concentrado sus primeras investigaciones en los sobrevivientes de
los campos de concentración, pero motivado por este "verdugo", decidió
hurgar en archivos ocultos y clasificados sobre los resultados de
los psicoanálisis de los criminales de guerra para entender lo que
había pasado.
El profesor Joel E. Dimsdale hurgó en los archivos de Núremberg
para estudiar a cuatro de los criminales de guerra nazis.
Todos los acusados de Núremberg presentaban casos igualmente interesantes.
Pero para su libro "Anatomía de la maldad", Dismdale decidió estudiar
a cuatro que eran diametralmente opuestos en términos de sus antecedentes,
comportamientos y reacciones ante el juicio al que se los sometió.
Estos fueron Robert Ley, líder del Reich y jefe del Frente Alemán
del Trabajo; Julius Streicher, fundador del diario antisemita Der
Stürmer y parte central del aparato de propaganda nazi; Rudolf Hess,
Führer suplente; y Hermann Göring, la figura más poderosa del Partido
Nazi y canciller de Alemania tras la muerte de Hitler. Lo que más
sorprendió al doctor Dimsdale al estudiar a estos cuatro individuos
es que la maldad no es monocromática.
"Se presume que todos estos fueron monstruos de la misma talla,
pero el hecho es que tenían diferentes antecedentes, estilos interpersonales
diferentes", expresa. "Unos podían ser encantadores cuando les convenía,
otros eran tan desagradables que hasta sus propios colegas los despreciaban.
Me sorprendió que pudieran ser tan variados pero al mismo tiempo
fueran igualmente responsables de hechos tan monstruosos".
Robert Ley era el jefe del Frente Alemán de Trabajo y como tal
controlaba el 95% de la fuerza laboral del país. Ordenó el asesinato
de sindicalistas que no apoyaran al Partido Nazi y asistió en el
establecimiento de fábricas de trabajo forzado. Era fanáticamente
leal a Hitler y consideraba al Partido Nazi como "nuestra orden
religiosa, nuestro hogar sin el cual no podemos vivir".
"Devoción canina a Hitler". Robert Ley detrás de Adolph Hitler
durante un mitin político nazi.
Pero tenía una personalidad compleja, ya que también abogaba por
los derechos del trabajador, un salario equitativo para las mujeres
y más tiempo de vacaciones. En la Primera Guerra Mundial Ley sufrió
una herida en la cabeza que lo dejó con un tartamudeo y tuvo un
comportamiento errático por el resto de su vida, siendo propenso
a enfurecerse de forma repentina. Sus problemas con el alcohol también
fueron legendarios. Durante sus interrogatorios en prisión fue bastante
abierto y perspicaz con respecto a la derrota nazi. Aceptó que se
le considerara un enemigo, pero se sentía humillado porque lo consideraban
un criminal. Al final reconoció su culpa y expresó remordimientos.
A pesar de que los prisioneros estaban bajo observación 24 horas
y había un control estricto sobre quiénes entraban en contacto con
ellos, Ley logró quitarse la vida ahorcándose con una cuerda.
"Se hizo un análisis post mortem de su cerebro para ver si había
alguna patología", comenta Dimsdale. "En resumidas cuentas se consideró
que tal vez había unos cambios sutiles en el cerebro pero no se
halló nada que llamara la atención".
Uno de los acusados más singulares fue Julius Streicher. "Tal vez
el más repugnante de los criminales de guerra", dice Dimsdale. Tenía
fama de ser el más antisemita en el gabinete nazi -y había mucha
competencia para ese título pero él era "lo peor de lo peor". Su
presencia en Núremberg no era la primera ante un tribunal. Se jactaba
de haber sido enjuiciado múltiples veces por difamación, sadismo,
violación y otros crímenes sexuales. No obstante, en sus entrevistas
con el psiquíatra Kelley, le dijo que dormía muy bien en la cárcel
debido a su "conciencia limpia". Kelly lo consideró paranoico y
cuestionó cómo este ser pudo mantener hechizados a miles de alemanes
"sensatos". Por su parte, el psicólogo Gilbert lo describió como
rígido, insensible y obsesivo. En una ocasión se declaró sionista,
dijo que amaba a los judíos y que pensaba que deberían vivir en
su propio país, algo extraño en un hombre que durante décadas publicó
los discursos antisemitas más violentos y rabiosos. En su libro,
Joel Dimsdale dice que en otro contexto, Stricher hubiera sido considerado
simplemente como una "mala hierba", argumentativo, violento, corrupto
y depravado. Antes de que se les pusiera la soga al cuello, a los
condenados se les preguntaba su nombre. Streicher gritó desafiantemente:
"¡Heil Hitler! ¡Usted conoce bien mi nombre!"
Julius Streicher era un individuo tan desagradable que hasta sus
colegas lo odiaban.
El tercer líder nazi que Dimsdale estudió fue Rudolf Hess, el Führer
suplente y uno de dos acusados sobre los que el tribunal dudó si
tenía las condiciones mentales para enfrentar un juicio. Hess fue
un alto dirigente del Partido Nazi. Estuvo encarcelado con Hitler
en los años 20 y le ayudó a escribir "Mi lucha". A pesar de su rara
apariencia "cadavérica" y sus excentricidades fue un interlocutor
popular en los famosos mítines nazis. El psicólogo Gilbert declaró
que "tenía una devoción canina hacia Hitler". Pero su influencia
empezó a decaer y al comienzo de la guerra Hess voló secretamente
a Inglaterra donde aterrizó en paracaídas con la intención de llegar
a un acuerdo de paz con los británicos. Allí estuvo encerrado durante
años en un hospital psiquiátrico. Tras su traslado a Núremberg,
se quejó constantemente de amnesia intermitente, de sufrir dolores
y de que los Aliados intentaban envenenarlo porque estaban controlados
hipnóticamente por los judíos. Se comportó de forma tan rara que
algunos cuestionaban si estaba fingiendo, así que trajeron a un
equipo de psiquíatras de todo el mundo para entrevistarlo. "Algo
andaba profundamente mal con Hess", señala el profesor Dimsdale,
"pero no tan malo que no pudiera participar en su defensa". El tribunal
lo condenó a cadena perpetua en la prisión de Spandau, en Berlín,
donde permaneció hasta agosto de 1987, cuando se ahorcó a la edad
de 93 años.
Rudolf Hess se quejaba de que lo estaban tratando de envenenar.
Finalmente, Hermann Göring fue el acusado de más alto rango en
ser enjuiciado en Núremberg y el cuarto que estudió Dimsdale en
"Anatomía de la maldad". Göring fue presidente del Reichstag (Parlamento),
fundador de la Gestapo (policía secreta), comandante en jefe de
la Luftwaffe (Fuerza Aérea), coordinador de la Conferencia de Wansee
(donde se diseño la "Solución Final" para el exterminio de los judíos)
y el creador de los primeros campos de concentración. Era altamente
inteligente, imaginativo y a la vez brutal, con una completa indiferencia
por la vida humana. Un adicto a los opiáceos con una personalidad
exuberante, escribe Dimsdale en su libro. "Un hombre disoluto con
un gusto por el lujo y el robo" y exageradamente corrupto. Saqueó
piezas de arte a diestro y siniestro. Pero también era "simpático,
amplio, excéntrico y divertido", indica el autor. Un "psicópata
amigable" fue como Gustave Gilbert lo describió. Su reacción hacia
este acusado, como hacia los otros, era de "repugnancia", afirma
Dismdale. Antes de que fuera sentenciado, Göring le preguntó al
psicólogo qué habían revelado sus test de Rorschach, y le contestó:
"Sinceramente... aunque demuestran que usted tiene una mente activa
y agresiva, no tiene las agallas para enfrentar su responsabilidad...
eso mismo hizo durante la guerra, drogando su mente para no enfrentar
las atrocidades... usted es un cobarde moral". Douglas Kelly, por
su parte, también pudo ver más allá de la encantadora personalidad
de Göring, catalogándolo como un "individuo agresivo narcisista...
dominado por una fijación en él mismo". Sin embargo, desarrolló
sentimientos muy positivos en torno al prisionero, señala Dimsdale.
"Se la llevaron divinamente. Göring inclusive le solicitó a Kelley
que adoptara a su hija (no lo hizo)". Göring estaba indignado por
el hecho de que su ejecución no fuera ante un pelotón de fusilamiento,
sino que tuviera que sufrir la humillación de ser ahorcado. Horas
antes de subir al patíbulo, se suicidó mordiendo una cápsula de
cianuro. Se especuló con que Kelly pudo haberle pasado el veneno
como un gesto de compasión.
El doctor Dimsdale describe a Göring como "un hombre disoluto con
un gusto por el lujo y el robo".
Las distintas percepciones de Gilbert y Kelly sobre los acusados
pueden ser causadas por la posible "contaminación" que puede afectar
a los especialistas por su contacto cercano con el paciente. El
fenómeno se llama contratransferencia. "Cuando te sientas con alguien
durante horas y horas, algo se te unta como terapeuta", explica
el doctor Joel Dimsdale. "Todos tenemos sentimientos cuando interactuamos.
Podemos no saber nada del sujeto (que analizamos) pero algo en su
voz o cómo se porta nos recuerda a alguien que conocimos en el pasado
y hacemos una transferencia de cómo nos hace sentir. Algunas veces
son sentimientos positivos, otras veces muy negativos". Como anécdota
inquietante, Dimsdale resalta que Douglas Kelly tuvo una carrera
bastante activa durante los siguientes diez años después de los
juicios. Impartió innumerables seminarios sobre el tema, se destacó
como profesor de criminología en la Universidad de California, Berkeley,
rodeado de objetos recopilados en Núremberg. Su ritmo de trabajo
era intenso, así como su alcoholismo e irritabilidad. En año nuevo
de 1958, tras un ataque de furia, se suicidó en frente de su familia
con cianuro. "Tuvo que haber algo inusual en sentarse en una prisión
con estos criminales de guerra", afirma el doctor Dimsdale. "Eran
celdas pequeñas, húmedas, oscuras. Ambos se sentaban en un pequeño
catre a hablar interminablemente, en entrevistas, con tests psicológicos
y uno apenas se puede imaginar el sentido de horror de estos psicólogos
y doctores de estar lado a lado de quienes habían perpetrado actos
terribles". No obstante, también les molestó que no hubieran podido
encontrar una definitiva "marca de Caín" en estos criminales de
guerra, dice el profesor de psiquiatría. "Creo que les sorprendió
que no estuvieran sentados al lado de monstruos".
En esta imagen de una dramatización de la BBC de una de las sesiones
de Gustave Gilbert con un acusado de crímenes de guerra nazi se
aprecia la cercanía entre analista y paciente.
Tal vez por eso y por las conclusiones distintas a las que llegaron
Kelly y Gilbert, los resultados de las pruebas de Rorschach de los
líderes nazis esencialmente se ocultaron. En épocas diferentes hubo
intentos por revivir el interés pero ninguno de los analistas que
recibieron las pruebas quiso responder sobre lo que veían. Décadas
más tarde, una psicóloga llamada Molly Harrower decidió hacer una
prueba ciega con los resultados. Primero borró los nombres que identificaban
a qué criminal de guerra pertenecían los resultados y los mezcló
con los resultados de otras personas incluyendo pastores religiosos,
estudiantes de medicina, enfermeras, ejecutivos y delincuentes juveniles.
Luego los envió a expertos pidiéndoles que los ordenaran en grupos
diferentes. "Básicamente, en la interpretación ciega, no hubo diferencias
palpables entre los criminales de guerra y el resto", contó Dimsdale
a BBC Mundo. "El resultado de ese experimento no reveló nada en
cuanto a las características psicológicas de los líderes nazis".
Hoy en día, las pruebas de Rorschach no se usan mucho, según Dimsdale.
Desde los 80 se hacen entrevistas de diagnóstico psiquiátrico y
se cuenta con un Manual de Diagnóstico Estadístico para el estudio
y tratamiento de trastornos mentales que se actualiza anualmente.
"En el campo de la neurociencia se realizan trabajos con respecto
al cerebro y el comportamiento", comenta el profesor. "Hay imágenes
cerebrales que se pueden presentar ante los tribunales como una
forma de defensa para argumentar que la persona acusada no es mala
pero que tiene un cerebro defectuoso y así lograr algún tipo de
clemencia. Este tipo de cosas pasarán más en el futuro, serán tema
de debate en los tribunales", afirma. "Hubiera sido más cómodo concluir
que había algo absolutamente, definitivamente singular, profundamente
malvado, patognomónicamente horrible con estos líderes nazis", dice.
"Tienen que ser monstruos. Eso es lo que queremos que sean. Si son
algo menos que eso, nosotros tenemos que enfrentar el interrogante
de '¿Qué hubiera hecho yo?¿Hubiera llegado tan lejos?' Esa es una
muy dolorosa e inquietante pregunta para la gente".
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