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Blanca Ferriz

Al borde del ruido.

Al borde del ruido una obra muy personal, de resistencia y lucha, en especial contra los trastornos alimenticios que padeció en su más temprana juventud, así como de cambio, de autocuidado y de amor propio. Las distintas poesías, todas ellas sin título (salvo una, A mi sangre un 8 de enero, dedicada a su prima Bego), cuya elección Blanca justifica con el hecho de que “titular un poema es darle al poema un significado de antemano”, van dirigidas, explícita o implícitamente, a amigas (como Juana y Axel), a amores, desamores y frustraciones; a familiares (con mención especial al “pilar fundamental de su vida”: su madre), a ella misma y, como no, a la propia poesía. Además, la vida como tren, el recuerdo como libro y el yo como cascada, son recursos que se emplean a lo largo de los 26 poemas.

Al borde del ruido, un emocional viaje en verso por la vida de la joven poetisa Blanca Férriz. Una cronología poética de autodestrucciones y de amor propio, de saber pedirse perdón y de sentirse a uno mismo; así como un homenaje a todas las personas que le han marcado, en especial, a aquellas que le esperan en tierras gallegas. En su opinión, “titular un poema es darle un significado de antemano” Blanca Férriz Rodríguez (Valencia, 1997), acaba de publicar su primer poemario, Al borde del ruido. Esta joven poeta de 22 años, residente en Valencia, pero con hogar en aquella Galiza Mágica que tanto añora, ya comparte estantería en las librerías con poetas como Loreto Sesma, de la que confiesa que es una de sus principales referentes en el mundo de los versos. Pero ¿Cómo empezó y trascurrió todo? ¿Cuál fue el coste de cargar con esta roca que es hoy una piedra más en su fortaleza personal?

Con 14 años, en plena preadolescencia, “perdida y en busca de un bastón en el que apoyarse”, empezó a escribir sobre los problemas que trae consigo esta convulsa y confusa etapa vital, más el destino de estos papeles cargados de emociones acababan sistemáticamente en el cajón. Pero este paradigmático recipiente rectangular, tras el paso de los años, y habiendo sido alimentado con asiduidad, fue reabierto, pero esta vez, con el ánimo de hacer una lectura retrospectiva de aquella vieja costumbre del desahogo mediante la palabra escrita. Fue entonces cuando Blanca descubrió que de ese estiércol habían brotado bellas flores, “del dolor había surgido arte”.

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