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La literatura transparente y contemplativa de Kim Hye-jin (Corea
del Sur, 1983), autora de Sobre mi hija (Las Afueras, 2022), se
sitúa en el reverso de la precipitación, el ruido y la bulimia turbocapitalista
de las redes. Sin embargo, su nuevo título, Soy toda oídos, difícilmente
puede ser más contemporáneo ni reflejar de forma más fiel y serena
las consecuencias de los convulsos e irreflexivos juicios sumarísimos
que en ocasiones aprietan el gatillo de la cancelación.
Traducida por Irma Zyanya Gil Yáñez y Minjeong Jeong, en la editorial
independiente Las Afueras, la autora surcoreana vuelve a centrarse
en esta novela en situaciones cotidianas sin apenas personajes ni
giros argumentales, que sin embargo nos hablan desde un lugar pequeño,
hondo y trivial de lo difícilmente escuchable, de lo difícilmente
decible y lo difícilmente codificable entre la culpa y la inocencia.
La protagonista de la novela es Haesu Im, una terapeuta de éxito
y colaboradora de un popular programa de televisión donde ejerce
de tertuliana. Un día lanza en directo un comentario negativo sobre
un personaje público, un conocido actor que más tarde se suicida;
y a causa de sus palabras –a las que la turba digital considera
culpables de esa muerte– es condenada al ostracismo, despedida de
su trabajo y acosada en redes. Es decir, lo pierde todo –incluso
su relación de pareja– y se pierde a sí misma. “¿Cómo iba a saber
que unas palabras, que ni siquiera recordaba haber dicho, me iban
a sujetar el tobillo hasta hacerme caer?”, se pregunta perpleja
la protagonista.
En Sobre mi hija asistimos a las dudas y contradicciones de unos
personajes vulnerables que intentan sobrevivir en un mundo cada
vez más alienado e individualista. Kim Hye-jin ha escrito una novela
sutil y conmovedora sobre los lazos familiares, la incomunicación
intergeneracional, la homofobia y el trato que dispensamos a nuestros
mayores.
Kim Hye-jin, galardonada con el prestigioso premio de literatura
Daesan en su país, forma parte de una nueva hornada de jóvenes autoras
surcoreanas, entre las que destacan Han Kang (La vegetariana), Kim
Ae ran (Afuera es verano) y Cho Nam-joo (Lo que sabe la señorita
Kim). Durante su reciente paso por Madrid y Barcelona, invitada
por el Centro Cultural Coreano, explicó en una entrevista con elDiario.es
que "Soy toda oídos plantea preguntas sobre los propios errores,
los errores de los demás y sobre el castigo y el perdón. Da la sensación
de que hoy en día la gente está cada vez más ansiosa por hacer juicios
rápidos sobre ciertas cuestiones, incluso cuando no tenemos todos
los detalles. Pero al final la cuestión de si somos generosos o
duros con los demás parece estar profundamente relacionada con nuestra
capacidad de admitir y perdonar nuestros propios fallos”.
Tras su caída en desgracia la protagonista tiene miedo a ser reconocida,
por lo que solo se atreve a salir a la calle de noche. En uno de
sus paseos sin rumbo se acaba encontrando con Sei, una niña que
intenta alimentar a un gato callejero. Una niña de 10 años también
solitaria –y sola– como ella, cuyas compañeras de balón prisionero
(que en Corea no solo es un juego, sino también un deporte) maltratan
y marginan. Con esa niña de alma vieja Haesu comienza una relación
muy horizontal y de escucha. Las dos tienen en común la preocupación
y el deseo de cuidar a ese gato sarnoso y huidizo, pese a que hasta
ese momento la terapeuta jamás había sentido el más mínimo interés
por los gatos ni por los niños. ¿A qué se debe ese cambio? Según
la autora: “A que ha dejado de confiar en las palabras. Antes del
incidente, Haesu nunca había pensado en las limitaciones del lenguaje.
Creía que podía expresar y explicar cualquier cosa a través de las
palabras, pero ahora tiene miedo de hablar. Ha caído en el ostracismo
por culpa de las palabras y de repente aparecen en su vida estos
dos personajes a los que no tiene por qué dar explicaciones ni la
van a juzgar porque la comunicación con ellos no requiere palabras.
En muchos momentos a lo largo de su relación con el gato y con la
niña se da cuenta de que la comunicación no verbal es mucho más
honesta que la comunicación verbal”.
Y es que la crisis de confianza en las palabras es uno de los temas
fundamentales de la novela, como cuando escribe el narrador omnisciente:
“Ahora [Haesu] cae en la cuenta de que ella misma no era más que
un ser humano abarrotado de palabras que desperdiciaba sin la menor
prudencia. Nunca se tomó el tiempo de pensar cómo nacían, cómo vivían
y a dónde iban a morir”. Haesu Im se siente desconectada del lenguaje
verbal, que también le falla cuando trata de escribir cartas a los
familiares del actor fallecido o al jefe que la despidió. Cartas
que salpican la novela, inconclusas y torpes, en las que intenta
redimirse o pedir disculpas, y que funcionan como metáfora de una
comunicación imposible: ¿cómo alcanzar al otro?
¿Pedir perdón es un acto necesario? “En mi opinión personal yo
creo que pedir perdón siempre es en sí mismo un acto muy necesario
–dice la autora–. Pero, ¿sirve para algo? Eso ya no lo tengo tan
claro. Depende. A un agresor puede servirle para, tras reflexionar
mucho, ayudarle a hacer un acto de contrición y no volver a repetir
esa acción. Pero a una víctima puede no servirle de nada, y hay
que respetarlo, porque el daño está hecho y perdón es solo una palabra
que no cambia nada”. Temas que, con distintos derroteros pero con
los mismos códigos, trata también en su anterior novela, Sobre mi
hija, un inesperado y pequeño éxito editorial que ya va por la segunda
edición, protagonizado por una viuda que trabaja en una residencia
de ancianos y se ve obligada a compartir su pequeña vivienda con
su hija treintañera –que ha tenido que volver a casa por razones
económicas– y su novia, cuya relación no aprueba. Un libro sobre
convivencia intergeneracional, precariedad laboral y homofobia,
donde también se da un triángulo relacional, y que en su país fue
considerado transgresor por su tratamiento de los personajes gays
y las nuevas formas de familia.
Kim Hye-jin no tiene redes sociales y reconoce que la historia
de su protagonista no está basada en una experiencia personal a
excepción del encuentro con el gato callejero: “Cerca de mi casa
solía dar vueltas un gato muy popular al que todo el mundo daba
de comer. Un día de repente enfermó y yo estaba segura de que alguien
le ayudaría. Pero cada día estaba peor, nadie daba el paso y finalmente
fui yo quien lo llevó al veterinario. Estuvo ingresado en el hospital,
me lo llevé a casa para cuidarlo durante una temporada y ahora forma
parte de mi familia. Eso sí es verdad”. Y es que, en gran parte,
salvar al gato y ayudar a la niña se convierten en la única vía
de redención posible para esta terapeuta estancada en su burbuja
de autodesprecio y rabia que puede ser, y tal vez sea al mismo tiempo,
una persona malvada que ha cometido un error irreparable, una víctima
de terribles acusaciones falsas, una fracasada que ha sucumbido
ante la adversidad, y una idiota que se perdió a sí misma en un
calvario. Porque, como demuestra Kim Hye-jin, nada de ello es incompatible.
Ni simple.
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