Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920 -
Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012) fue un escritor
estadounidense de misterio del género fantástico, terror y
ciencia ficción. Principalmente conocido por su obra Crónicas
marcianas (1950) y la novela distópica Fahrenheit 451 (1953).
Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, hijo
de Leonard Spaulding Bradbury y de Esther Moberg. Su familia
se mudó varias veces desde su lugar de origen hasta establecerse,
finalmente, en Los Ángeles, California, en 1934. A partir
de entonces, Bradbury fue un ávido lector durante toda su
juventud y un escritor aficionado. Se graduó de Los Angeles
High School en 1938, pero no pudo asistir a la universidad
por razones económicas. Para ganarse la vida, comenzó a vender
periódicos de 1938 a 1942. Además, se propuso formarse de
manera autodidacta pasando la mayor parte de su tiempo en
la biblioteca pública leyendo libros y, en ese periodo, comenzó
a escribir sus primeros cuentos. Sus trabajos iniciales los
vendió a revistas y, así, a comienzos de 1940, algunos de
estos fueron compilados en Dark Carnival en 1947. Finalmente,
se estableció en California, donde residió y continuó su producción
hasta su fallecimiento. Bradbury escribió cuentos y novelas
de diversos géneros, desde el policial hasta el realista y
costumbrista, pero se le conoce como un escritor clásico de
la ciencia ficción por Crónicas marcianas (1950), que cuenta
sobre los seis primeros viajes a Marte y su posterior colonización.
También, trabajó como argumentista y guionista en numerosas
películas y series de televisión, entre las que cabe destacar
su colaboración con John Huston en la adaptación de Moby Dick
para la película homónima que este dirigió en 1956. Además,
escribió poemas y ensayos. Existe un asteroide llamado (9766)
Bradbury en su honor. En 1947, se casó con Marguerite McClure
(1922-2003), con quien tuvo cuatro hijas: Bettina, Alexandra,
Susan y Ramona.
Murió el 5 de junio de 2012 a la edad de noventa y un años
en Los Ángeles, California. A petición suya, su lápida funeraria,
en el Cementerio Westwood Village Memorial Park, lleva el
epitafio: «Autor de Fahrenheit 451».
Se consideraba a sí mismo «un narrador de cuentos con propósitos
morales». Sus obras a menudo producen en el lector una angustia
metafísica y, por lo tanto, desconcertante, ya que reflejan
la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad
es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiantes
para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad».
Un halo poético y un cierto romanticismo son otros rasgos
persistentes en la obra de Bradbury, si bien sus temas están
inspirados en la vida diaria de las personas. Por sus peculiares
características y temáticas, su obra puede considerarse como
exponente del realismo épico, aunque nunca la haya definido
de este modo. Si bien a Bradbury se le conoce como escritor
de ciencia ficción, él mismo declaró que no era escritor de
ciencia ficción, sino de fantasía y que su única novela de
ciencia ficción es Fahrenheit 451.
“En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca
del futuro, sino avisos. Es curioso, en mi país cada vez que
surgía un problema de censura salía a relucir como paradigma
de la libertad Fahrenheit 451. Los intelectuales, ya sean
de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico
porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando
engañar y, evidentemente, así es. (…) Vivimos en un mundo
que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia,
que no sirve para nada. Hay que tener mucho cuidado con los
intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que
tienes que leer y lo que no».
Junto a Leigh Brackett, se le considera como uno de los escritores
más identificados con la revista pulp Planet Stories; ambos
autores colaboraron en la novela corta Lorelei of the Red
Mist, que apareció en 1946. Las obras que Bradbury destinó
a la revista incluyen una de las primeras historias de la
serie Crónicas marcianas.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Al cumplirse cien años del nacimiento de Ray Bradbury, autor
de Crónicas Marcianas y Fahrenheit 451, y mientras el mundo
protagoniza una distopía sanitaria y se abisma en una realidad
hipertecnológica con elementos por él anticipados; varias
editoriales reivindican la vigencia de su legado reeditando
sus mejores obras.
Ray Bradbury pertenece a la categoría de escritores visionarios
capaces de anticipar en sus escritos aspectos de la realidad
de un futuro que ya es presente, eso suponiendo que el abstracto
concepto que asociamos al futuro tenga algún sentido, cosa
que está por ver. Se trata de verdaderos profetas de su tiempo
y del nuestro, un club en el que estarían Julio Verne, H.G.
Welles, George Orwell, Aldous Huxley, Isaac Asimov, Arthur
C. Clarke, William Gibson, Stanislaw Lem, Philip K. Dick y
J.G. Ballard, entre otros. Forjadores de emociones intensas,
constructores de distopías, realidades cuánticas, universos
extraños y alegorías futuristas que con el paso de las décadas
han acabado materializándose en nuestras sociedades y vidas
cotidianas.
Quizá el más poético de estos inquietantes creadores sea
Bradbury (Illinois, 1920 - Los Ángeles, 2012), famoso desde
principios de los años cincuenta, primero por Crónicas marcianas,
una colección de relatos que recoge la historia de la colonización
de Marte por parte de una humanidad que huye de un mundo al
borde de la destrucción, y después por Fahrenheit 451, fábula
futurista, llevada al cine por François Truffaut en 1966,
en la que los bomberos, paradójicamente, quemaban los libros,
mientras los intelectuales memorizaban los volúmenes para
conservar el conocimiento ante la estulticia totalitaria del
sistema. En ella, la visión de Ray Bradbury es perturbadoramente
profética: pantallas planas de televisión que ocupan las paredes,
avenidas con coches autónomos, gente que sólo escucha música
y noticias a través de unos minúsculos auriculares insertados
en sus orejas, máquinas que recuerdan mucho a los cajeros
automáticos modernos… Y eso que se publicó en 1953. Fahrenheit
451, junto con 1984, de Orwell, y Un mundo feliz, de Huxley,
sustentan los cimientos de las distopías futuristas de estos
grandes maestros de la ficción científica. Bradbury, como
él mismo señaló en varias ocasiones, no estaba interesado
tanto en predecir el futuro como en prevenirnos de él.
Y acertó de lleno porque el ocio en forma de redes sociales
y cualquier artefacto conectado a Internet (televisión, radio,
ordenadores y, sobre todo, teléfonos móviles) ha sustituido
a la religión como opio del pueblo. Cuando se cumplen cien
años del nacimiento de Ray Bradbury y el imaginario colectivo
distópico se enriquece con la actual pandemia vírica, con
la crisis climática y con la caterva de líderes psicópatas
que amenazan nuestra existencia (Putin, Trump, Bolsonaro,
Kim Jong-un, Lukashenko), el mundo vive sumido en un relato
fantástico lleno de ruido y furia. Por eso, hay que aplaudir
la iniciativa de varias editoriales españolas al celebrar
su centenario y reivindicar su vigencia. Por ejemplo, Nórdica
Libros, que publica el cuento El sonido del trueno, con ilustraciones
de Elena Ferrándiz, y Minotauro, del grupo Planeta, que además
de las icónicas Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, también
reedita otras joyas como Siempre nos quedará París, El vino
del estío, La feria de las tinieblas, Zen en el arte de escribir
o Remedio para melancólicos.
La escritora e ilustradora Elena Ferrándiz ha puesto imágenes
a El sonido del trueno (Nórdica).
Ray Bradbury es un autor muy vivo, que suscita simpatías
y que todo el mundo ha leído, al menos todos los escritores.
Así, por ejemplo, el cineasta y escritor David Trueba subraya
dos características de su obra que, en su opinión, no se destacan
lo suficiente: “Siempre me encantaron su sentido del humor
y su ternura. Son dos rasgos nada habituales en los escritores
de literatura de género. Desde el éxito de 2001: una odisea
espacial, de Arthur C. Clarke, a los autores de ciencia ficción
los consumió una cierta trascendencia y la más absoluta huida
del humor. Ray Bradbury añadía esas dos especias a su guiso”.
Pepe Colubi, que en febrero publicará su nueva novela, Dispersión,
en Espasa, reconoce que la lectura de la obra cumbre de Bradbury,
Crónicas Marcianas, le dejó una huella imborrable. “Bueno,
tengo que buscar la huella en mi Twitter, que es como mi bloc
de notas. Así lo resumí en su día: esperanza, desconfianza,
ilusión, desengaño, religión, prepotencia, turismo, locura,
futuro, explotación y muerte en paisajes alucinantes. Todo
eso y más”, concluye el miembro más ilustrado del programa
Ilustres Ignorantes. Para el joven escritor y erudito Daniel
Rodríguez Rodero (León, 1995), Bradbury es mucho más que un
autor de ciencia ficción. “Sus cuentos están escritos con
una lucidez, ironía y conocimiento de la naturaleza humana
superiores a los de Raymond Carver, aunque éste goce de mayor
prestigio. Me recuerda mucho a otro cuentista olvidado, el
británico Evelyn Waugh, aunque pienso que las tramas de Ray
Bradbury tienen más fuerza, se sostienen mejor.
El sonido del trueno (Nórdica Libros), uno de los mejores
relatos de Ray Bradbury, es un absorbente relato que combina
un viaje en el tiempo con una ucronía. Dio lugar a la teoría
del efecto mariposa, revelando cómo nuestras mínimas acciones
pueden afectar al futuro.
Esa mezcla de trama bien dispuesta y de caracterización de
atmósfera y personajes con los cuatro trazos certeros que
bastan a los mejores caricaturistas se aprecia muy bien en
No soy tan tonto, uno de mis cuentos favoritos de entre los
suyos”. Ray Bradbury fue un profeta inverso. Esa es la idea-fuerza
que defiende el escritor y astrofísico Sergio C. Fanjul, experto
también en redes sociales. “Hoy en día estamos muy preocupados
porque las distopías se hacen realidad. En el caso de Fahrenheit
451, está sucediendo lo contrario: el problema no es que la
transmisión de información sea cortada (los libros quemados),
sino que es tan accesible que el conocimiento válido queda
en un segundo plano respecto a los mensajes más líquidos y
virulentos. La tecnología atrofia nuestra memoria, así que
no hay Dios que se aprenda ni un libro, poema o número de
teléfono. Ray Bradbury fue, en este caso, un profeta inverso,
que también tiene su mérito”.
|