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Solo hace dos meses que Rosa Regàs presentó su último libro, titulado
Un legado. La aventura de una vida (Navona), donde miraba atrás
para dejar escritas sus últimas palabras, en un testamento vital
donde reflexiona sobre su trayectoria alrededor de la literatura
y el pensamiento. La presentación se hizo en su casa de Llofriu
(Girona), donde llevaba años refugiada, en un lugar cercano al mar
que le inspiró una de sus grandes novelas, Azul, con la que consiguió
el Premio Nadal en 1994. En la misma casa y cerca del mismo mar,
le ha llegado el punto final a una vida intensa, rodeada de su gran
familia y sus amigos.
Con Regàs desaparece una autora con múltiples caras: editora, escritora,
traductora, ex directora general de la Biblioteca Nacional, Legión
de honor de la República Francesa y Creu de Sant Jordi, premios
Planeta y Nadal y mujer de la gauche divine. Aunque sobre todo lo
que hizo fue vivir como le dio la gana y pudo.
Libre, con las ideas muy claras y de una generosidad desbordante.
Así recuerdan a Rosa Regàs las personas más cercanas, como la periodista
Lidia Penelo, que escribió su último libro. Costó convencerla porque
ella pensaba que ya lo había dicho todo, pero Penelo quería reivindicarla.
“Tenía muchas cosas para contar y estaba totalmente abandonada”,
lamentaba poco después de conocer un final que estaba anunciado.
En los últimos años, su vida consistió en reunir a su gran familia
en su casa del Empordà, muy parecida a la que Rosa Maria Sardà mostró
en la serie Abuela de verano, basada en su libro Diario de una abuela
de verano (2004). Gran anfitriona, también recibía a amigos, muchos
de ellos intelectuales de todo el mundo con quién departía largas
charlas. Tocó muchos temas todavía candentes, desde la relación
con los hijos (tuvo cinco) en Sangre de mi sangre o El valor de
la protesta, sobre el gobierno del PP y sus consecuencias.
Regàs se matriculó en Filosofía y Letras cuando ya estaba casada
con Eduard Omedes y habían tenido un par de hijos. Allí entró en
contacto con poetas españoles como José Agustín Goytisolo, Jaime
Gil de Biedma o Gabriel Ferraté, y se enroló en la llamada gauche
divine, el colectivo cultural que combatía el tardofranquismo con
ideología de izquierdas y largas noches en Bocaccio. Su verdadera
educación literaria la adquirió de Carlos Barral, con quien trabajó
seis años en la editorial Seix Barral. En 1970 decidió fundar su
propio sello, que llamó La Gaya Ciencia. Publicó a escritores como
Juan Benet, Álvaro Pombo, María Zambrano, Manuel Vázquez Montalbán
o Javier Marías. Cuando murió Franco, lanzó la primera colección
política, llamada Biblioteca de Divulgación Política.
Tenía casi cincuenta años y los hijos independientes cuando se
planteó que quería escribir porque había hecho muchos papeles en
el sector, pero todavía no el de autora. Fue al comenzar a trabajar
como traductora y editora en la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), cuando encontró el momento. De ahí salió Ginebra (1998),
un libro a caballo entre los viajes y las ideas, que dio paso a
una veintena de títulos más, de ensayo y ficción, entre los cuales
también un par de recopilatorios de sus artículos en prensa.
La primera novela fue Memoria de Almator (1991), sobre una mujer
que toma las riendas de su propia vida, pero el éxito le llegó con
Azul, de la que se vendieron once ediciones de 10.000 ejemplares
en el primer año y se llevó el premio Nadal. Luego zarparon Viaje
a la luz del Cham (1995) o Luna lunera (1999), una novela de estilo
autobiográfico por el que mereció el Premio Ciudad de Barcelona
de Narrativa. En el 2001 ganó el Premio Planeta con una novela de
intriga y denuncia, La canción de Dorotea. Más tarde fue nombrada
Directora General de la Biblioteca Nacional, puesto que ocupó de
2004 hasta 2007. En 2005 la Generalitat de Catalunya gobernada por
Pasqual Maragall le concedió la Creu de Sant Jordi. Pero ella ya
no volvió nunca a su ciudad natal. Lidia Penelo recuerda que decía
que Barcelona no la quería. A modo de memorias publicó Entre el
sentido común y el desvarío (2014), Una larga adolescencia (2015)
y Amigos para siempre (2016). Sin buscarlo, justo antes de morir,
dejó otras, fruto de las conversaciones con Lidia Penelo, que la
visitó durante un año y medio y la describe como una mujer libre
y osada. Un legado que ahora cobra más sentido.
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