El ataque de este viernes a Salman Rushdie
se produce 33 años después de que el escritor recibiera
las primeras amenazas de muerte. El novelista británico
de origen indio, apuñalado en el cuello este viernes mientras
participaba en un acto en Nueva York, ha estado en el punto
de mira de fanáticos religiosos en gran parte de sus cinco
décadas de carrera literaria. Muchos de los libros de este
autor de 75 años han tenido un gran éxito. Su segunda novela,
"Hijos de la medianoche", ganó en 1981 el Premio Booker,
uno de los más prestigiosos de habla inglesa. Pero fue su
cuarta novela, publicada en 1988, "Los versos satánicos",
la más controvertida, ya que provocó una agitación internacional
de una magnitud nunca antes vista.
El ayatolá Jomeini, en aquel momento líder
supremo de Irán, emitió en 1989, un año después de la publicación
del libro, una fatua en la que pedía matar al novelista
y prometía recompensar a su asesino con US$3 millones.
El gobierno iraní dejó de promover la fatua
en 1998, pero en 2016 la retomó y ofreció US$600.000 adicionales
a quien lograra acabar con su vida. Se multiplicaron las
amenazas de muerte contra Rushdie, que tuvo que vivir escondido
por más de diez años, y el gobierno británico puso al autor
bajo protección policial. Reino Unido e Irán rompieron relaciones
diplomáticas, y autores e intelectuales occidentales de
diversos países denunciaron la amenaza a la libertad de
expresión que suponía la reacción al libro por parte de
muchos islamistas radicales.
Salman Rushdie nació en Bombay en junio de
1947, dos meses antes de la independencia india de Reino
Unido. A los 14 años lo enviaron a Inglaterra, donde estudió
en la prestigiosa Rugby School y más tarde se licenció con
honores en historia en el Kings College, en Cambridge. Luego
adquirió la ciudadanía británica. Rushdie pertenecía a una
familia de tradición musulmana pero no practicaba esa religión.
"Nunca me consideré un escritor preocupado por la religión,
hasta que una religión empezó a perseguirme", escribió más
adelante en un artículo. Trabajó brevemente como actor y
luego como redactor publicitario mientras escribía novelas.
Su primer libro, "Grimus" (1975), no logró un gran éxito,
aunque algunos críticos destacaron su potencial como escritor.
Tardó cinco años en escribir su segundo libro, "Hijos de
la medianoche", que ganó el premio Booker en 1981, recibió
buenas críticas y vendió medio millón de copias.
Mientras "Hijos de la medianoche" localizaba
su trama en India, la tercera novela de Rushdie, "Vergüenza",
publicada en 1983, abordaba de forma crítica los problemas
del Pakistán poscolonial. Cuatro años más tarde, Rushdie
escribió "La sonrisa del jaguar", un relato de un viaje
en Nicaragua. En septiembre de 1988 publicó la obra que
puso precio a su vida: "Los versos satánicos".
Esta novela surrealista y posmoderna provocó
la indignación de musulmanes de todo el mundo que consideraron
su contenido una blasfemia. India fue el primer país en
prohibirlo. Pakistán hizo lo mismo, al igual que otros países
musulmanes y Sudáfrica. La obra fue elogiada en muchos ámbitos
y ganó el premio Whitbread de novela. Pero aumentaron las
reacciones violentas al libro y dos meses después tuvieron
lugar protestas callejeras. Los radicales la consideraron
un insulto al Islam. Se escandalizaron, entre otras cosas,
por el hecho de que dos prostitutas tuvieran nombres de
esposas del profeta Mahoma.
Quema de "Versos satánicos" en Bradford.
El título del libro hace referencia a dos
versos eliminados por Mahoma del Corán, porque creía que
estaban inspirados por el diablo. En clave de realismo mágico
e inspirado por eventos y personajes del momento, Rushdie
narra en "Los Versos Satánicos" la historia de dos actores
indios que sobreviven milagrosamente a un accidente de avión
provocado por un atentado. En torno a la narrativa principal
se entrelazan una serie de historias alusivas a la mitología
del Islam y a la vida de su profeta, Mahoma.
En enero de 1989 radicales musulmanes en Bradford
(Reino Unido) quemaron una copia del libro en una especie
de ritual y las librerías WHSmith dejaron de exhibirlo.
Rushdie refutó las acusaciones de blasfemia, pero igualmente
pidió disculpas a los ofendidos. En febrero de ese año varias
personas murieron en disturbios contra Rushdie en el subcontinente
indio, la embajada británica en Teherán fue apedreada e
Irán puso precio a la cabeza del autor. En Reino Unido algunos
líderes musulmanes instaron a la moderación, mientras otros
apoyaron al ayatolá.
Estados Unidos, Francia y otros países occidentales
condenaron la amenaza de muerte. Aunque Rushdie, que vivió
escondido durante años y con protección policial, expresó
su profundo pesar por el malestar que había causado a parte
de los musulmanes, el ayatolá reiteró su llamamiento a la
muerte del autor. Las oficinas en Londres de Viking Penguin,
los editores, fueron escenario de manifestaciones y las
de Nueva York recibieron amenazas de muerte.
"Rushdie debe morir", reza esta pancarta enarbolada
por musulmanes en Derby (Reino Unido) en 1989.
Pero el libro se convirtió en un éxito de
ventas a ambos lados del Atlántico. Las protestas contra
la extrema reacción musulmana fueron respaldadas por los
países de la Comunidad Económica Europea, que retiraron
temporalmente a sus embajadores de Teherán.
El autor no fue la única víctima del contenido
de "Los versos satánicos". El traductor japonés de la novela
fue encontrado muerto en una universidad al noreste de Tokio
en julio de 1991. La policía relató que Hitoshi Igarashi,
que trabajaba como profesor asistente de cultura comparada,
fue apuñalado varias veces y abandonado en el pasillo frente
a su oficina en la Universidad de Tsukuba. A principios
de ese mismo mes el traductor italiano, Ettore Capriolo,
fue apuñalado en su apartamento de Milán, aunque sobrevivió
al ataque. Los últimos libros de Rushdie incluyen una novela
para niños, "Harún y el mar de las historias" (1990), un
libro de ensayos, "Patrias Imaginarias" (1991), y las novelas
"Este, Oeste" (1994), "El último suspiro del Moro" (1995),
"El suelo bajo sus pies" (1999) y "Furia" (2001). Participó
en la adaptación teatral de "Hijos de la medianoche", que
se estrenó en Londres en 2003.
En 2007 se vieron nuevas protestas en Pakistán
cuando Reino Unido otorgó el título de caballero a Rushdie.
En las últimas dos décadas ha publicado "El
suelo bajo sus pies", "La encantadora de Florencia", "Dos
años, ocho meses y veintiocho noches", "La decadencia de
Nerón Golden" y "Quijote". Rushdie se ha casado cuatro veces
y tiene dos hijos. Fue nombrado caballero del Imperio Británico
en 2007 por sus servicios a la literatura y ahora vive en
Nueva York. En 2012 publicó "Joseph Anton. Memorias del
tiempo de la fatua", un relato de su vida a raíz de la polémica
sobre "Los versos satánicos".
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Corría el año 1989 y el ayatolá Khomeini llevaba
ya una década en el poder. Durante ese tiempo, había logrado
deshacerse tanto de sus rivales como de sus aliados iniciales,
había proclamado un Estado teocrático de partido único, convertido
el consumo de alcohol y la homosexualidad en pecados mortales
–literalmente, por medio de un pelotón de fusilamiento– y
había cubierto todos y cada uno de los aspectos de la vida
femenina con toscos velos religiosos. Un año antes, además,
se había visto obligado a firmar la paz con el Irak de Saddam
Hussein tras una guerra de ocho años que resultó extremadamente
mortal. El ayatolá resintió enormemente aquel gesto que él
entendía como debilidad: «Felices son aquellos que han perdido
sus vidas en ese convoy de luz. Infeliz soy yo, que todavía
sobrevivo y he bebido del cáliz envenenado». Khomeini, de
hecho, iba a morir de viejo aquel mismo año, pero no lo hizo
sin antes pronunciar unas palabras que iban a envenenar la
vida de otro hombre durante el resto de sus días. Señaló públicamente
a Salman Rushdie, un autor indio que vivía en Reino Unido
y que había escrito una novela en 1988 llamada Los versos
satánicos.
La novela relataba la historia de quien claramente
era un alter ego del profeta Mahoma, lo que se desviaba evidentemente
de la versión idealizada que habitualmente presentaban los
clérigos islámicos. Las acusaciones de blasfemia hicieron
que el libro fuera prohibido en 13 países, y el 14 de febrero
de 1989, el ayatolá Khomeini, que no había leído la obra,
expidió una fetua ordenando la muerte del escritor.
Una fetua es una interpretación de la ley islámica
que solo puede expedir un clérigo cualificado. No se refiere
necesariamente a algo violento y, cosa importante, puede ser
cuestionada si la parte interesada busca una segunda opinión
con otro clérigo. En este caso, sin embargo, solo hacía falta
que un yihadista decidido la aceptara para que la vida de
Rushdie se hallara en peligro. Khomeini, además, era venerado
en todo el mundo fundamentalista.
Ilustración del S.XV de una copia de un manuscrito
de Al-Biruni que representa a Mahoma predicando El Corán en
La Meca.
Salman Rushdie logró dar esquinazo a la muerte
a base de esconderse durante 10 años –gracias, también, a
que el terrorista Moustafa Mahmoud Mazeh fue lo bastante torpe
como para volarse a sí mismo por los aires en su intentona–,
pero no todos tuvieron esa suerte. En 1991, Hitoshi Igarashi,
un profesor de cultura islámica que tradujo Los versos satánicos
al japonés, fue apuñalado en medio de la Universidad de Tsukuba
mientras trataba en vano de protegerse con su maletín.
La de Khomeini no iba a ser la única fetua que
entrara en el terreno del yihadismo, aunque quizás fuera la
más sonada. Otras empezaban a abrirse camino en Egipto, un
país que, de hecho, era la cuna del yihadismo moderno. Los
responsables pertenecían al llamado Grupo Islámico Egipcio
(GIE), un grupo terrorista cuyo fin era purgar a la sociedad
egipcia de la impureza.
Uno de sus principales objetivos era Faraj Foda,
un intelectual que se había atrevido a opinar sobre una discusión
entre clérigos cairotas en la que se debatía si las erecciones
en el Paraíso eran perpetuas o no, así como si el sexo con
muchachos estaba permitido. Foda se quejaba de que los doctores
islámicos, en el siglo de los avances científicos, se entretuvieran
discutiendo qué tipo de sexo les aguardaba en el Cielo. Señalado
y vilipendiado por muchos, acabaría siendo acribillado a tiros
por el GIE en 1992.
Otro personaje marcado fue Naguib Mahfouz. Este
octogenario había escrito en 1959 un libro llamado Hijos de
nuestro barrio, donde los personajes eran metáforas de las
principales religiones. Hacía ya 30 años de aquello, pero
el líder del GIE, Omar Abd al-Rahmán –apodado el «jeque ciego»–,
quiso imitar a Khomeini y declaró que Mahfouz merecía morir.
El autor fue apuñalado en el cuello en 1994. Irónicamente,
había sido cercano en tiempos a Sayyid Qutb, el profesor egipcio
que inauguró la teoría del yihadismo moderno en 1966. Mahfouz
sobreviviría, exorcizando el fantasma de la yihad afirmando
que «el islam y la democracia son compatibles, y yo diría
que mucho».
En 1997, el GIE había acabado ya con la vida
de 1200 personas. El islam radical ganó la batalla
en Egipto mucho antes.
Pásate por Destacado >> a.n.e.
La furia homicida del GIE fue tal que, para
1997, había acabado con la vida de 1200 personas. A esas alturas,
la banda boqueaba moribunda. A pesar de haberse arrimado a
Bin Laden (con el objetivo evidente de parasitar el dinero
de Al Qaeda, como ya hacían otros grupos egipcios), este les
escamoteaba el dinero, irritado ante sus juegos políticos.
Finalmente, la dirección de la banda, que se hallaba entre
rejas, dio orden de negociar y, una vez el gobierno egipcio
liberó a 2000 fundamentalistas, declaró un alto el fuego.
Sin embargo, la pequeña facción que aún defendía
la continuación de la violencia trató de abortar el pacto:
lo hizo cometiendo el peor atentado de la historia de Egipto.
El 17 de noviembre de 1997, seis militantes con bandas rojas
en la cabeza se presentaron en el Templo de Hatshepshut, en
Luxor, abatiendo a los policías que custodiaban el recinto
y masacrando en una salvaje cacería a los casi 60 turistas
que lo visitaban en esos momentos, incluyendo a una niña de
cinco años. La valentía de un conductor de autobús egipcio
logró evitar que los terroristas alcanzaran un segundo objetivo:
perseguidos por el desierto por las fuerzas de seguridad y
por un caótico tropel de aldeanos en motos y burras, el comando
acabó suicidándose en una cueva del lugar.
Pero ni siquiera todos los atentados del Grupo
Islámico Egipcio podían compararse con lo que acababa de desatarse
en Argelia durante esa misma década. Allí combatían las guerrillas
del Grupo Islámico Armado –una de las bandas más salvajes
de la historia– contra los militares argelinos, que a su vez
torturaban y ejecutaban masivamente a los detenidos de forma
extrajudicial.
Los intelectuales y artistas pecaminosos pronto
se convirtieron en blancos más que obvios. El célebre escritor
progresista Tahar Djaout entraba en su coche el 26 de mayo
de 1993 cuando escuchó cómo alguien llamaba a la ventanilla.
Alzó la cabeza y recibió dos disparos en el acto. A esas alturas,
el régimen también hacía desaparecer a los periodistas críticos,
y resultaba difícil determinar exactamente quién cometía cada
asesinato. Otra de las víctimas fue el cantante Cheb Hasni,
que un año después cayó muerto al confundir a su asesino con
un fan que buscaba un autógrafo. Aquel conflicto causó entre
50.000 y 200.000 muertos: para entonces, el Grupo Islámico
Armado había expedido fetuas no sólo contra el gobierno, sino
también contra sus rivales islamistas y contra todo civil
que no acatara sus normas de pureza.
La sangría argelina acabó por diluirse a comienzos
de la década de los 2000, pero el nuevo siglo no iba a tardar
mucho en estrenar su propia ristra de episodios macabros.
En 2004, el cineasta holandés Theo Van Gogh, que había dirigido
un corto escrito por una activista somalí en el que se criticaba
con dureza el trato a la mujer en los países musulmanes, murió
de un balazo. El asesino, además, dejó clavadas a su cuerpo
varias notas con un cuchillo.
Un año después, el diario Jyllands Posten publicó
una serie de caricaturas sobre Mahoma, buscando abrir el debate
de los límites del humor religioso en el mundo islámico. Los
fundamentalistas dejaron clara su postura: se desataron disturbios
en países musulmanes que dejaron más de 100 muertos, convirtiendo
al diario rápidamente en objetivo yihadista. En Noruega, cinco
años después, fue arrestada una célula conectada con Al Qaeda
que buscaba atentar contra el periódico. Los servicios secretos
noruegos, sin embargo, la infiltraron a tiempo y sustituyeron
los explosivos por materiales inocuos: la célula acabó arrestada
antes de poder mover ficha.
En 2006, varias publicaciones europeas imprimieron
aquellas caricaturas como forma de apoyo al Jyllands Posten
y a la libertad de expresión de los dibujantes. Entre ellas
estaba la irreverente revista francesa Charlie Hebdo. Otra
revista muy diferente, Inspire, publicada por Al Qaeda, señaló
al director de Charlie Hebdo como uno de sus «más buscados».
En enero de 2015, dos hermanos enviados por el grupo islamista
irrumpieron en la redacción con Kaláshnikovs y masacraron
a casi todo el personal a sangre fría.
Al contrario que en otro tipo de atentados,
muchas de estas víctimas eran denostadas no solo por los yihadistas
y por todo tipo de fundamentalistas, sino también en ocasiones
por musulmanes del común, quienes veían en estos discursos
una provocación que les había llevado a la muerte. En Occidente,
no faltaba tampoco quien responsabilizara a estas personas
parcialmente de lo ocurrido: a Salman Rushdie, en los ochenta,
fueron las derechas conservadoras las que aprovecharon para
criticarle, dado su pensamiento izquierdista; en la actualidad,
las críticas contra Charlie Hebdo llegarían desde el extremo
opuesto: el rapero Pablo Hassel, por ejemplo, afirmó públicamente
que la revista «apestaba a racismo y colonialismo» sentenciando
que «hay que informarse antes de dejarlos como santos».
Alí Hoseiní Jamenei es actualmente el líder
supremo de Irán, cabeza de la clase dirigente clerical islámica
de su país y «fuente de emulación» del chiismo duodecimano.
No obstante, el fervor inicial que recorrió
el mundo fundamentalista en los tiempos de Khomeini se había
disipado, y el propio Salman Rushdie había relajado las medidas
de seguridad de las que se rodeaba entonces. Esto le costó
caro. Ya en 2017, el Ayatolá Ali Khamenei, sucesor de Khomeini,
había afirmado que el edicto seguía en pie. El 12 de agosto
de 2022, un joven de 24 años saltó al estrado desde el que
hablaba Rushdie en medio de una conferencia celebrada en Nueva
York, acuchillándole salvajemente. Demostraba así lo que habían
dejado claro tantos homicidas fanatizados antes que él; es
decir, que los intelectuales señalados por el dedo de la yihad
debían atenerse a la vieja máxima que enunciaran en su día
los terroristas irlandeses: «Nosotros sólo tenemos que tener
suerte una vez. Usted deberá tener suerte siempre».
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