De la colombiana Piedad Bonnett a las mexicanas Brenda Navarro
y Fernanda Melchor, de las españolas Eva Baltasar y Esther
García Llovet al uruguayo Pedro Mairal, los catálogos literarios
viven el auge de la 'nouvelle' en el que destacan las mujeres.
Escritoras y editores cuentan su experiencia con este formato
tan exigente como el de la novela larga.
La novela corta vive un momento de esplendor en la literatura
contemporánea en español. Un momento inédito debido, sobre
todo, a las escritoras de todas las generaciones de América
Latina y España. De la colombiana Piedad Bonnett a la española
Sara Mesa, de la mexicana Brenda Navarro al guatemalteco Eduardo
Halfon, y al maestro de este formato, el argentino César Aira.
Una treintena de títulos recientes están en las mesas de las
librerías. Muchos escritores descubren o redescubren la belleza
y eficacia que aguarda en la nouvelle que compensa a quienes
arriesgan y se entregan a ella con gran sensibilidad. Estas
joyas de la literatura, en predios fronterizos entre el cuento
largo y la novela, exige a sus autores no solo un argumento
sólido e interesante, sino también un despliegue de calidad
literaria y emociones. Si en el cuento prima un tema y argumento
increscendo en pocas páginas que puede terminar en todo lo
alto, y la novela permite extenderse en lo anterior y profundizar
en sus personajes y crear varias líneas argumentales, la novela
corta no admite muchos meandros intelectuales ni pirotecnias
verbales ni estilísticas.
César Tomás Aira González es un escritor y traductor argentino.
Ha publicado más de cien obras, sobre todo novelas cortas,
a las que define como «cuentos de hadas dadaístas» o «juguetes
literarios para adultos».
Y ofrece un obsequio adicional: una buena novela corta logra
una empatía especial con el lector que siente cariño por ella
porque crea una conexión especial. El motivo de este auge
puede estar en la naturaleza de estos tiempos, aventura Piedad
Bonnett, que acaba de publicar Qué hacer con estos pedazos
(Alfaguara), y en 2013 Lo que no tiene nombre, una narración
maestra de 131 páginas sobre el suicidio de su hijo Daniel:
«Si hablo desde el lector, pienso que la proliferación de
este formato puede ser un gusto por lo corto, por pasar de
una cosa intensa a otra de la que se espera mucho”.
Es una verdadera experiencia para el autor y el lector. Como
autora, Bonnett aclara que “uno no escoge la longitud. Esa
la dicta el tema y la forma en que queremos abordarlo. Yo
duré dos años escribiendo la mía. Y fue difícil. No creo que
sea más fácil escribir una novela una corta que una larga”.
Las novelas largas suelen llevar implícita cierta importancia
en el imaginario de los lectores. Aunque no hay que olvidar
que las primeras formas narrativas fueron, sobre todo, cortas,
acorde a sus tiempos, como época y como concepto, y a las
herramientas que estos ofrecían, y que lo conocido como novela
corta habría surgido en la Edad Media en esos relatos más
largos que el cuento tradicional. Es en el siglo XIX, sobre
todo, cuando la novela se hace larga, se puebla de más y más
personajes y varias líneas argumentales, no tanto porque sea
concebida así por el autor, sino porque muchas de ellas nacen
como folletines en la prensa y el autor las alarga para retener
a los lectores y ganarse el pan.
Es aquí donde entronca la reflexión de Piedad Bonnett, sobre
el auge de la novela corta con su «creo que son los tiempos»
impulsados por lo vertiginoso del ciberespacio y la sobreoferta
cultural en la red. Un paso más allá va José Ovejero, cuya
reciente obra Humo (Galaxia Gutenberg) pertenece a ese universo
privilegiado, que habla del ocaso de un modelo: «Hubo un tiempo
en el que novelas desbordantes, como muchas de Thomas Pynchon,
de David Foster Wallace y alguna de Roberto Bolaño, parecían
el modelo a seguir; y parecía también que una obra ambiciosa
debía tener también una extensión ambiciosa. Pero no creo
que Humo sea menos ambiciosa que novelas mías tres o cuatro
veces más extensas; sólo que la ambición apunta en otras direcciones.
La divagación, la mezcla de materiales y de géneros, la erudición
nerd, las obras que se remiten a otras obras y les hacen eco,
todo eso que nos pareció que ampliaba el espacio de lo literario
ahora empieza a sonar a gesto cansado, a repetido, a déjà
vu y, sin que desaparezca ese tipo de libros -en literatura
nada desaparece ni pierde validez- hay mucha gente explorando
otras posibilidades. No creo que sea más que eso”.
Hija, nieta y hermana de maestros, Piedad Bonnett nació en
el municipio antioqueño de Amalfi en el seno de una familia
muy católica. Con 14 años ya escribía y leía poesía. Estudió
en un internado y más tarde se licenció en Filosofía y Letras
de la Universidad de los Andes, donde ha ejercido como profesora
en filosofía y lenguas y donde ocupó la cátedra de literatura
desde 1981.
Son tiempos en los cuales casi han desaparecido esas novelas
que aspiran a mundos totalizadores y abarcadores de vidas
y tiempos largos. Los autores se centran, cada vez más, en
vidas o en espacios más modestos que reflejan y contienen
el mundo entero. Episodios que iluminan la existencia sin
la épica y grandilocuencia pasadas.
Brenda Navarro, que tras su debut exitoso con Casas vacías
acaba de publicar Ceniza en la boca (Sexto Piso), tiene claro
que «una obra literaria es obra literaria sin importar su
extensión. Quiero creer que la novela corta es una etiqueta
más y que no deberíamos de pensar que esto afecta en términos
de valor literario«.
Un autor y maestro de la novela corta, toda su vida, es César
Aira, uno de los más prolíficos del español con más de cien
libros, y que acaba de publicar El jardinero, el escultor
y el fugitivo (Literatura Random House). Tantas obras breves
y en cada una ha intentado variar, así es que admite que “es
probable que esté escribiendo siempre la misma novela creyendo
escribir cosas muy distintas”, dijo en una entrevista a WMagazín.
Un Balzac o Proust de la Comedia humana acorde a estos tiempos.
Tres autores que tienen como una de sus marcas la brevedad
son el argentino Edgardo Cozarinsky cuyas novelas no superan
las 150 páginas (salvo Lejos de dónde) con títulos como Turno
noche (Tusquets); el chileno Alejandro Zambra con títulos
como Bonsai y La vida privada de los árboles (Anagrama) o
libros como Mudanza; y el guatemalteco Eduardo Halfon cuya
última novela es Canción (Libros del Asteroide) quien asegura
que no planifica sus novelas así: «Una novela corta se lee
o se debe leer con la intensidad y trepidación de un cuento”.
Eduardo Halfon Tenenbaum es un escritor y profesor guatemalteco,
seleccionado en 2007 por el Hay Festival y Bogotá Capital
Mundial del Libro como uno de los treinta y nueve escritores
latinoamericanos menores de 39 años más importantes. En 2018
obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país.
El proceso de cómo surge una novela corta lo cuenta José
Ovejero, a partir de la experiencia con su libro más reciente:
“Cuando empiezo a escribir Humo (Galaxia Gutenberg) no lo
hago con la intención de escribir una novela corta. Sencillamente
me pongo a escribir lo que creo que va a ser una novela, pero
es verdad que enseguida me doy cuenta de que no será larga,
porque la estoy escribiendo un poco como escribo cuentos;
con una sensación de inmersión que no se puede mantener mucho
tiempo; la estructura sencilla, la falta de explicaciones,
las escenas breves e intensas… todo ello me lleva hacia un
género que nunca había cultivado, pero, ya digo, de forma
no premeditada”. Caso contrario es el de la mexicana Fernanda
Melchor. En Páradais (Literatura Random House), cuenta, “quería
escribir algo breve, directo, contundente, que pudiera leerse
de un tirón, pero que, además, poseyera una poderosa corriente
subterránea que se ocultara debajo de la narración”. Ese es
uno de los aspectos que más le atraen a Melchor del formato:
“su semejanza con el cuento, la forma que su arquitectura
y su economía permiten dos narraciones en una, una explícita
y otra secreta”.
En este esplendor de la novela corta las escritoras tienen
un papel protagónico. Aunque Eva Baltasar, cuya reciente novela
Mamut, escrita en catalán acaba de editarse en español por
Literatura Random House, no tiene una respuesta sobre el por
qué de este renacer de la novela corta, y menos que sea cultivada
por mujeres explica su experiencia: «Tal vez la brevedad de
mis novelas se deba a que me he formado como escritora, durante
más de quince años, escribiendo poesía, y esto hace que precisamente
trabaje muchísimo el lenguaje para conseguir mostrar con pocas
imágenes algo que tal vez hubiera necesitado páginas para
contar o describir. Hay en mi trabajo sobre el lenguaje esa
búsqueda de la esencia, de cierta austeridad con un componente
estético y poético importante. Es una austeridad que también
hago extensiva al argumento. Valoro especialmente los personajes
desnudos, las tramas sencillas, que no simples, para que de
esta forma la historia y las palabras se acompañen de la mejor
forma posible para servir a la obra y al lector».
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Brenda Navarro tambíén reconoce que no había reparado en
la presencia fuerte de las escritoras en este formato. Recuerda
que «hay una generación de escritoras que están teniendo mayor
relevancia en los medios y que tiene que ver más por la historia
que cuentan y el impacto que tienen en lectores y lectoras
que por la extensión de la misma. Lo defiendo así. Ahora bien,
como lectora, si me pones enfrente una obra como It, de Stephen
King, que tiene más de mil páginas, la leo sin problema. O
la novela de Céline Curiol, Las leyes de la ascensión, de
otras mil páginas, también la leo. Pero porque me interesan,
no porque crea que por su extensión tenga mayor virtuosidad.
Creo que todo tiene que ver con este canon absurdo que ya
no corresponde a los nuevos tiempos».
La novela corta es un universo con varias galaxias que ha
encontrado en las editoriales un aliado. Si el miedo a publicar
libros de cuentos, al menos en España, desaparece, poco a
poco, los sellos grandes y medianos han recibido con interés
estas nouvelles. A la vez que otros sellos se han creado bajo
su luz y crecen con estos libros. Es el caso de editoriales
como Tránsito, Altamarea o Tres Hermanas con autores en español
y otros idiomas. Igual sucede con Minúscula, decana en este
formato, aunque su excelente catálogo es sobre todo de nombres
en otros idiomas. Periférica es otra editorial que ha publicado
buenas novelas cortas de autores en español y traducido magníficas
de otras lenguas y tiempos. La lectora y la editora de obras
cortas ideal vive en Sol Salama, de Tránsito: “Yo publico
cortos porque es lo que más leo. Desde hace tiempo los libros
de trescientas páginas me cuestan más porque la vida, el ritmo
que nos marca la sociedad y al que estamos irremediablemente
sometidos, va deprisa, está acelerado”. Y da otra clave, como
editora: “Igual que publico lo que me gusta, publico lo que
yo leo. También, los costes de traducción/imprenta serían
mucho más altos, con lo cual, lo dejo para cuando me enamore
de un tocho en cuestión. Habría de estar muy segura”.
El catálogo de novelas cortas publicadas en lo que va de
2022 es importante:
Esther García Llovet con Spanish Beauty (Anagrama).
Bárbara Blasco con Dicen los síntomas y la recuperación de
La memoria del alambre (Tusquets).
Silvia Hidalgo con Yo, mentira (Tránsito).
Natalia Carrero con Otra (Tránsito).
Isabel Alba con La ventana (Acantilado).
Eva Baltasar con Mamut (Literatura Random House).
Pilar Quintana con La perra (Alfaguara).
Aroa Moreno con La bajamar (Literatura Random House).
Estos escritores expanden el universo de la novela corta
en español que en 2021 y 2020 completaron autores como:
Edgardo Cozarinsky con Turno noche (Tusquets).
María Folguera con Hermana (Placer) (Alianza).
Lorena Salazar Masso con Esta herida llena de peces (Tránsito).
Alejandro Morellón con Caballo sea la noche (Candaya).
Jacobo Bergareche con Los días perfectos (Libros del Asteroide).
Andrés Barba con Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama).
Marbel Sandoval Ordóñez con Conjuro contra el olvido, que
réune tres novelas cortas (Punto de Vista). Sara Mesa con
Un amor y Cara de pan (Anagrama).
Milena Busquets con Gema (Anagrama).
Paula Farias con Fantasmas azules (adn).
Julieta Valero con Niños aparte (Caballo de troya).
Luis Felipe Fabre con Declaración de las canciones oscuras
(Sexto Piso).
Sin olvidar a Pedro Mairal que con la exitosa La uruguaya
(Libros del Asteroide) en 2016 contribuyó a poner la novela
corta en primera línea en España Y Latinoamérica.
El último de los Thaûrim, una novelette sobre el alzhéimer.
Vaalir regresa de los reinos de Enheled, la diosa de los muertos,
para vencer a Daja Dek Bagon, el gran brujo que está arrasando
todos los reinos de Ethirim. Sin embargo, en este segundo
asalto contará con la ayuda de Magog, su criada, a quien han
mutilado durante la ausencia de su señor. Pero deben darse
prisa: Vaalir no ha vuelto solo. El humo lo acompaña y amenaza
con borrar todos sus recuerdos antes de cumplir su misión.
'El último de los tha-rim' forma parte de Proyecto Válidas,
una iniciativa para mostrar protagonistas con incapacidades.
Vaalir encarna a los pacientes de Alzheimer y cómo la enfermedad
les arrebata su identidad.
Todos estos autores enriquecen la tradición que han creado
clásicos en este formato como Miguel de Cervantes con sus
famosas Novelas ejemplares; Goethe con Las penass del joven
Werther; Fiodor Dostoievesky con Memorias del subsuelo y Noches
blanas; Leon Tólstoi con Tormenta de nieve o La muerte de
Iván Illich; Joseph Conrad con El corazón de las tinieblas;
Albert Camus con El extranjero; Antoine Saint-Exupèry que
se convirtió en long seller de todas las edades con El principito;
Franz Kafka con La metamorfosis; Thomas Mann con La muerte
en Venecia; Marguerite Duras con El amante; Katherine Mansfield
con La bahía; Henry James con Otra vuelta de tuerca; Ernest
Hemingway con El viejo y el mar; Francis Scott Fitzgerald
con El gran Gatsby; Gabriel García Márquez con títulos como
El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte
anunciada y Del amor y otros demonios. Y tantos otros autores.
Y si como escribe Piedad Bonnett al comienzo de Qué hacer
con estos pedazos “A veces basta tirar una piedra sobre un
tejado para que una casa se desmorone”, a veces, basta leer
una novela corta para querer construir una biblioteca con
todas las demás.
“De mañana, muy temprano. Aún no se había levantado el sol,
y la bahía entera se escondía bajo una blanca niebla llegada
del mar. Al fondo, las grandes colinas recubiertas de maleza,
aparecían sumergidas. No se podía ver dónde acababan, dónde
empezaban las praderas y los bungalows”: En la bahía (1922).
Hace cien años, Katherine Mansfield, una de las cuentistas
más importantes del siglo XX, publicó una de sus novelas cortas
por la que sería recordada. Un ejemplo de su sensibilidad
para crear una literatura como cuadros impresionistas que
mostraban la belleza de la vida cotidiana de personas y sociedad
de la clase media, pero detrás de esa hermosura narraba con
sutileza y elegancia maestra la tragedia, el dolor, el egoísmo,
la crueldad, lo inesperado… “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer.
No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre.
Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir
nada. Quizá haya sido ayer”: El extranjero (1942).
Así empieza la primera novela de Albert Camus. Entró por
la puerta grande de la literatura con una narración corta,
una nouvelle, de tan solo 120 páginas convertida en una de
sus obras más emblemáticas, más destacadas de la literatura
del siglo XX y cada vez más vigente por su temática de la
apatía, indolencia y falta de motivación del ser humano contemporáneo
en quien algunas cuestiones morales se difuminan. “Allá arriba,
junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente.
Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su
lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos”:
El viejo y el mar (1952). Así termina la novela más famosa
de Ernest Hemingway. Con una novela corta, de unas 140 páginas,
y obra de ficción más importante se despediría de la literatura.
Un referente de la creación literaria para lectores y escritores
que ven en ella una obra maestra por estilo y hondura de una
historia en la que la perseverancia y la motivación interior
desempeñan un papel esencial en la vida, entre el desafío
y el triunfo, entre el riesgo y el fracaso, pero donde gana
el sueño, la ilusión.
Como esta gran narradora neozelandesa y los dos premios Nobel
de Literatura, el francés de origen argelino y el estadounidense,
son muchos los escritores que han creado novelas cortas, o,
mejor, se han arriesgado. Se trata de un formato o género
en sí mismo que supera la extensión del cuento, pero no llega
a tener el tamaño de una novela tradicional, y, a cambio,
surge una obra de gran profundidad, literatura destilada.
La novela corta ocupa un territorio intermedio de difícil
salida airosa para el escritor, pero de gran éxito, reconocimiento
y recordación si este logra su objetivo. Además, del cariño
que la gente le suele profesar a estas novelas breves. Sus
páginas oscilan entre las 70 de El principito, de Saint-Exupéry;
y las 170 de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad,
y 180 de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgferald. Ese
modelo de aspiración de una narración profunda y bella que
no se va por los meandros de la novela en busca de un gran
impacto temático y narrativo ha adquirido este siglo XXI un
papel relevante en los autores contemporáneos de todas las
generaciones.
Emerge como un formato acorde a estos tiempos de rapidez,
de inmediatez, de eficacia, de ansiedad de tocar varias cosas,
de anhelo de simultaneidad, de búsqueda de impacto en el menor
tiempo posible sin olvidar la calidad literaria. Tiempo de
intermitencias. Antes de desplegar un panorama por buenas
novelas cortas recientes, rendimos homenaje a algunos títulos
clásicos del género. Justo en estos años se celebran varias
conmemoraciones de estas obras: el centenario de En la bahía,
de Manfield, los 80 de El extranjero, de Camus, y los 70 de
El viejo y el mar, de Hemingway. En 2021 fueron los 60 de
El coronel no tiene quién le escriba y los 40 de Crónica de
una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, y en 2023
serán los 75 de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry,
uno de los libros más vendidos todos los años en España. Este
homenaje es con el comienzo de varias de esas novelas cortas
en donde ya se aprecia la calidad de la misma y apuesta de
su autor, hoy Miguel de Cervantes, Fiodor Dostoievski, Joseph
Conrad, Katherine Mansfield, Albert Camus, Antoine de Saint-Exupéry,
Ernest Hemingway, Juan Rulfo, García Márquez y Marguerite
Duras.
Marguerite Duras, seudónimo de Marguerite Germaine Marie
Donnadieu, fue una novelista, guionista y directora de cine
francesa.
Los comienzos.
Novelas ejemplares (1613), de Miguel de Cervantes Saavedra,
El amante liberal: “-¡Oh lamentables ruinas de la desdichada
Nicosia, apenas enjutas de la sangre de vuestros valerosos
y mal afortunados defensores! Si como carecéis de sentido,
le tuviérades ahora, en esta soledad donde estamos, pudiéramos
lamentar juntas nuestras desgracias, y quizá el haber hallado
compañía en ellas aliviara nuestro tormento. Esta esperanza
os puede haber quedado, mal derribados torreones, que otra
vez, aunque no para tan justa defensa como la que os derribaron,
os podéis ver levantados. Mas yo, desdichado, ¿qué bien podré
esperar en la miserable estrechez en que me hallo, aunque
vuelva al estado en que estaba antes deste en que me veo?
Tal es mi desdicha, que en la libertad fui sin ventura, y
en el cautiverio ni la tengo ni la espero”.
Memorias del subsuelo (1864), de Fiodor Dostoievsky: “Soy
un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo
que padezco del hígado. Pero no sé nada de mi enfermedad.
Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele. Ni me
cuido, ni me he cuidado nunca. Pese a la consideración que
me inspiran la medicina y los médicos. Además, soy extremadamente
supersticioso…».
El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad: “El
Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó
hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció
inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba
viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba
por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea”.
El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry: “Cuando
yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro
sobre el Bosque Virgen que se llamaba Historias Vividas. Representaba
una serpiente boa que se tragaba a una fiera. He aquí la copia
del dibujo”.
Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo: “Vine a Comala porque
me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi
madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto
ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría,
pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo
todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama
de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto
conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle
que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo
aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de
sus manos muertas”.
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno fue un escritor,
guionista y fotógrafo mexicano, perteneciente a la Generación
del 52. Es considerado uno de los escritores hispanoamericanos
más importantes del siglo XX.
Crónica de una muerte anunciada (1982), de Gabriel García
Márquez: «El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se
levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de
higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante
fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo
salpicado de cagada de pájaros. ‘Siempre soñaba con árboles’,
me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después
los pormenores de aquel lunes ingrato. ‘La semana anterior
había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que
volaba sin tropezar por entre los almendros’, me dijo”.
El amante (1984), Marguerite Duras: “Un día, ya entrada en
años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se
me acercó. Se dio a conocer y me dijo: ‘La conozco desde siempre.
Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado
para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora
que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho
menos que el de ahora, devastado».
Celebramos algunos aniversarios de obras clave de autores
como Katherine Mansfield (En la bahía, 100 años), Albert Camus
(El extranjero, 80 años), Camilo José Cela (La familia de
Pascual Duarte, 80 años), Ernest Hemingway (El viejo y el
mar, 70 años) y Gabriel García Márquez de quien aún se conmemoran
los 60 años de El coronel no tiene quien le escriba (1961)
y los 40 de Crónica de una muerte anunciada (1981).
El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había
más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la
mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó
el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron
las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido
de lata”: El coronel no tiene quien le escriba (1961). Es
el comienzo de esta novela corta de Gabriel García Marquez
cumplió 60 años en 2021. Es una de sus obras más redondas
y queridas por sus lectores y críticos. Un ejemplo de alto
interés temático, literatura despojada de arandelas, complicidad
y empatía del lector a través de la humanidad con que es tratada
la vida del coronel, y su esposa, que espera el cheque de
su pensión. Una joya. El año pasado, también, se conmemoró
otro aniversario de una obra del Nobel colombiano: Crónica
de una muerte anunciada.
Con El coronel no tiene quien le escriba, escrita por García
Márquez en París e inspirada en uno de sus abuelos, continuamos
este especial sobre la novela corta, un formato muy exigente
que cuando el autor acierta crea una joya literaria. Forma
parte de la segunda entrega del especial de Homenaje a la
novela corta como preámbulo al reportaje sobre la gran relevancia
que ha adquirido este formato en español. Escritores contemporáneos
de América Latina y España exploran en estos predios. Buscan
ese lugar luminoso entre el cuento y la novela que ha sido
visitado por casi todos los más grandes escritores. Es un
formato acorde a estos tiempos de rapidez, de inmediatez,
de eficacia, de ansiedad de tocar varias cosas, de anhelo
de simultaneidad, de búsqueda de impacto en el menor tiempo
posible sin olvidar la calidad literaria. Tiempo de intermitencias.
París, 1965.
La muerte de Iván Illich (1886), de Leon Tólstoi: “En el
gran edificio del Palacio de Justicia, durante un receso de
la vista del proceso Melvinski, los magistrados y el fiscal
se reunieron en el despacho de Iván Yegórovich Shébek y se
pusieron a comentar el célebre caso Krasovski. Fiódor Vasílievich
defendía acaloradamente que la sala no era competente para
juzgarlo, Iván Yegórovich insistía en su punto de vista, mientras
Piotr Ivánovich, que desde un principio se había desentendido
de la discusión, hojeaba La Gaceta, que acababan de entregarles.
—¡Señores! —dijo—. ¡Iván Ilich ha muerto!”.
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide (1886), de Robert
Louis Stevenson: «Utterson, el notario, era un hombre de cara
arrugada, jamás iluminadapor una sonrisa. De conversación
escasa, fría y empachada, retraído en us sentimientos, era
alto, flaco, gris, serio y, sin embargo, de alguna forma,
amable. En las comidas con los amigos, cuando el vino era
de su gusto, sus ojos traslucían algo eminentemente humano;
algo, sin embargo, que no llegaba nunca a traducirse en palabras,
pero que tampoco se quedaba en los mudos símbolos de la sobremesa,
manifestándose sobre todo, a menudo y claramente, en los actos
de su vida».
El diario de Adán y Eva (1906), de Mark Twain: “LUNES. –
Este animal nuevo, de larga cabellera, está resultando muy
entrometido. Siempre merodea en torno mío y me sigue a donde
yo voy. Esto me desagrada. No estoy acostumbrado a tener compañía.
Debería quedarse con los demás animales. El día está nuboso
y sopla viento del Este; creo que tendremos lluvia. ¿Tendremos?
¿Nosotros? ¿De dónde he sacado yo esto de nosotros? Ya caigo.
Así es como habla el animal nuevo”.
El gran Gatsby (1926), Francis Scott Fitzgerald: “En mis
años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que
desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
‘Cuando sientas deseos de criticar a alguien’ -fueron sus
palabras- ‘recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas
oportunidades que tú tuviste’. No dijo nada más, pero como
siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar
de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más
que eso”.
Francis Scott Key Fitzgerald fue un novelista y escritor
estadounidense, ampliamente conocido como uno de los mejores
autores estadounidenses del siglo XX, cuyos trabajos son paradigmáticos
de la era del jazz. Fitzgerald es considerado miembro de la
Generación Perdida de los años veinte.
Reflejos en un ojo dorado (1941), de Carson McCullers: “Un
puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden
ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El
mismo plano de un campamento contribuye a dar una impresión
de monotonía. Cuarteles enormes de cemento, filas de casitas
de los oficiales, cuidadas e idénticas, el gimnasio, la capilla,
el campo de golf, las piscinas… todo está proyectado ciñéndose
a un patrón más bien rígido. Pero quizá sean las causas principales
del tedio de un puesto militar el aislamiento y un exceso
de ocio y seguridad; ya que si un hombre entra en el ejército
sólo se espera de él que siga los talones que le preceden”.
Rebelión en la granja (1945), de George Orwell: “El señor
Jones, de la Granja Solariega, había echado llave a los gallineros
antes de irse a dormir, pero estaba tan borracho que se había
olvidado de cerrar las trampillas. Haciendo bailar de un lado
a otro el anillo de luz del farol, se tambaleó por el patio,
se quitó las botas junto a la puerta trasera, se sirvió un
último vaso de cerveza del barril de la trascocina y subió
a la cama, donde ya roncaba la señora Jones”.
La casa de las bellas durmientes, (1961), de Yasunari Kawabata:
“No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi
la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de
la muchacha dormida ni intentar nada parecido”.
Aura (1962), de Carlos Fuentes: “Lees ese anuncio: una oferta
de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees
el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas
que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que
has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. tu releerás.
Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor
de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz
de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento
del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo.
Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada,
apropiada estudio. Solo falta tu nombre”.
Seda (1998), de Alessandro Baricco: “Aunque su padre hubiera
imaginado para él un brillante porvenir en el ejercito, Hervé
Joncour había terminado por ganarse la vida con un oficio
insólito, al cual no le era extraña, por singular ironía,
una característica tan amable que traicionaba una vaga entonación
femenina. Para vivir; Hervé Joncour compraba y vendía gusanos
de seda. Corría el año de 1861. Flaubert estaba escribiendo
Salambó, la iluminación eléctrica era todavía una hipótesis
y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo
en una guerra de la cual no vería el fin. Hervé Joncour tenía
32 años. Compraba y vendía. Gusanos de seda”.
«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para
serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer
y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace
en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por
sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes
se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres
a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y
de las chumberas»: La familia de Pascual Duarte (1942). Con
esta novela, a los 26 años, debutó Camilo José Cela, y entró
por la puerta grande de la literatura en español. Una obra
en la frontera de la novela corta que no alcanza las 190 páginas.
La familia de Pascual Duarte inaugura el llamado tremendismo
levantado sobre la novela social de los años 30. Solo que
Cela muestra la vida sin máscaras ni filtros a través de un
narrador con una voz potente entre la descripción más cruda
sobre la violencia y sordidez de lo que ve y vive y ecos existencialistas.
La novela se publica en el comienzo de la posguerra civil
española (1942) con todas las connotaciones que esto significa
en un país arrasado física, emocional y psicológicamente por
la guerra bajo la dictadura de Francisco Franco. En ese comienzo
del túnel publica Cela su novela. Situada en la Comunidad
de Extremadura, narra la vida de Pascual Duarte, su rosario
de desdichas en un mundo que parece ensañarse con él y que,
a su vez, él decide alimentar odios. Se aprecia cómo el entorno
cincela el carácter y la vida de los individuos, pero siempre
queda el libre albedrío por si alguien quiere salirse de su
destino trágico. Es la viaje o la huida de una persona ante
la hostilidad de la vida que lo lleva a andar entre sobras.
Y esa oscuridad tan humana es la que muestra el Nobel español
de manera excepcional.
Las penas del joven Werther (1774), de Johann Wolfgang von
Goethe: «Libro Primero. 4 de mayo de 1771 ¡Cuánto me alegro
de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre?
¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable,
y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas
por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón?
¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras
las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía
en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente
del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me
complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír
a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…?
¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí?».
Johann Wolfgang von Goethe fue un dramaturgo, novelista,
poeta y naturalista alemán, principal representante del Clasicismo
de Weimar. Ejerció una gran influencia sobre el Romanticismo,
especialmente sobre el Círculo de Jena. Fue el principal miembro
del movimiento Sturm und Drang.
Otra vuelta de tuerca (1889), de Henry James: «La historia
nos había tenido en suspenso, alrededor del fuego, pero aparte
de la obvia reflexión de que era siniestra, como esencialmente
debe serlo toda extraña historia contada una noche de Navidad
en una vieja casa, no recuerdo que sobre ella se hiciera ningún
comentario, hasta que alguien aventuró que era el único ejemplo,
a su parecer, de un niño que hubiera soportado semejante prueba.
Se trataba, lo digo al pasar, de una aparición en una casa
tan vieja como aquella en la cual estábamos reunidos, aparición,
de horrible especie, a un niñito que dormía en el aposento
de su madre; aterrorizado, aquél despertó a su madre, y ésta,
antes de haber disipado la inquietud del niño para conseguir
que durmiera nuevamente, se encontró de pronto, ella también,
frente al espectáculo que lo había trastornado».
La metamorfosis (1915), de Franz Kafka: «Al despertar Gregorio
Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en
su cama convertido en un monstruoso insecto. Se hallaba echado
sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco
la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado
por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía
aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse
hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas
en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían
a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.
–¿Qué me ha sucedido?».
El baile (1930), Irène Némirovsky: «Aquella noche, Antoinette,
a quien la inglesa llevaba a acostarse por lo común al dar
las nueve, se quedó en el salón con sus padres. Entraba en
él tan pocas veces que examinó con atención los artesonados
blancos y los muebles dorados, como cuando visitaba una casa
desconocida. Su madre le mostró un pequeño velador donde había
tinta, plumas y un paquete de cartas y sobres».
Irène Némirovsky fue una escritora nacida en el Imperio Ruso
que vivió en Francia desde su juventud y escribió en francés.
Fue deportada a Alemania bajo leyes raciales por su origen
judío, aunque se había convertido al catolicismo en 1939,
y murió en Auschwitz a los 39 años.
La invención de Morel (1940) Adolfo Bioy Casares: «Hoy, en
esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó.
Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome,
hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos
afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía
protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó
un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas.
Huí por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas
acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios
arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente
mi huida. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no
me hayan visto. Pero sigo mi destino».
El túnel (1948), de Ernesto Sábato: «Bastará decir que soy
Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo
que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan
mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo
sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En
realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva,
lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana.
La frase «todo tiempo pasado fue mejor» no indica que antes
sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente
las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene
validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar
preferentemente los hechos malos».
La presa (1957), de Kenzaburo Oé: «Mi hermano pequeño y yo
estábamos hurgando con unos palos en la tierra blanda, que
apestaba a grasa y a ceniza, del crematorio improvisado y
de lo más sencillo: un mero foso casi a ras del suelo en un
calvero abierto en medio de una espesa vegetación de arbustos.
La bruma del crepúsculo, fría como las aguas subterráneas
que manan en los bosques, ya llenaba el fondo del valle; pero
sobre la pequeña aldea donde vivíamos, agrupada alrededor
de la carretera sin asfaltar, en la falda de la colina, descendía
suavemente una luz color vino púrpura. Me incorporé, al tiempo
que un débil bostezo llenaba mi boca. Mi hermano también se
incorporó, bostezó y me sonrió».
Activista destacado, pásate por >>
Ser humano.
Pura pasión (1992), de Annie Ernaux: «Este verano he visto
por primera vez una película clasificada X en la televisión,
por el Canal +. Mi televisor no tiene descodificador, las
imágenes en la pantalla eran borrosas y, en vez de diálogos,
se oía una banda sonora extraña, chisporroteos, chapoteos,
una especie de lenguaje diferente, suave e ininterrumpido.
Se distinguía una silueta de mujer en corsé y medias, y a
un hombre. La historia era incomprensible y no se podía anticipar
nada, ni los gestos ni los actos».
(2012), de Jean Echenoz: “Como el tiempo se prestaba a ello
de maravilla y era sábado, día en que su cargo le permitía
holgar, Anthime salió a dar una vuelta en bici después de
comer. Sus proyectos: aprovechar el espléndido sol de agosto,
hacer un poco de ejercicio, respirar el aire del campo y seguramente
leer tumbado en la hierba, pues llevaba amarrado a la máquina
con un pulpo un libro demasiado gordo para el portabultos
de alambre. Una vez salió de la ciudad a rueda libre, y tras
pedalear sin esfuerzo durante una decena de kilómetros de
llano, tuvo que subir en bailón al presentarse una colina,
balanceándose de izquierda a derecha y comenzando a sudar.
No es que fuera una colina muy escarpada, ya se sabe la altura
que alcanzan esas lomas en la Vendée, apenas un altozano leve
pero lo bastante prominente para que pudiera uno disfrutar
de la vista”.
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