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Mas allá
de donde viven los monstruos
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Fueron 37 páginas, 10 frases, 338 palabras las que convirtieron
a Maurice Sendak, fallecido en Connecticut a los 83 años a
causa de una apoplejía, en un transgresor y en un mito. Su
Donde viven los monstruos, publicado en 1963, marcó a generaciones
y llevó al libro infantil a terrenos hasta entonces oscuros
e inexplorados, cotas artísticas y poéticas antes reservadas
a obras destinadas al mundo adulto. Donde viven los monstruos
refleja como ninguna otra de sus obras su gran obsesión: las
tensiones psicológicas de la infancia y el crecimiento, la
dependencia y resentimiento hacia los padres, los riesgos
de la huida hacia adelante y las tinieblas que a los niños
les aguardan al adentrarse en la edad adulta. En ella, el
niño Max huye de su madre y se adentra en una isla habitada
por monstruos tan infantiles como él. En 2009 Sendak eligió
al director Spike Jonze para rodar la versión cinematográfica.
El director dando forma a la película.
Como en muchos otros grandes artistas, la infancia de Sendak
(Nueva York, 1928) fue determinante sobre su obra. Enfermizo
y tímido, pasaba largas jornadas atrapado en su hogar de Brooklyn.
Buena parte de su familia, que vivía en Polonia, murió en
el Holocausto: “El Holocausto ha corrido como un río de sangre
por todos mis libros”, dijo en una ocasión. Según explicó
en una entrevista en 2006, el secuestro del hijo del aviador
Charles Lindbergh, en 1932, le aterrorizó, sobre todo al saber
que el pequeño había sido encontrado muerto cerca de la casa
de su padre.
Sendak ilustró más de 100 libros y escribió una docena de
ellos. Estos se tradujeron a decenas de idiomas y se vendieron
por millones. Los críticos compararon sus ilustraciones con
las obras de Henri Matisse y Marc Chagall. Le otorgaron premios
como el Hans Christian Andersen, el llamado Premio Nobel de
la literatura infantil. En 1997, el presidente Bill Clinton
le concedió la Medalla de las Artes y Humanidades de EE UU,
en cuya ceremonia de entrega dijo: “Sus libros han ayudado
a los niños a explorar y resolver sus sentimientos de enfado,
aburrimiento, miedo, frustración y celos”. “¡Este es el primer
premio de adultos que me dan!”, respondió el galardonado.
Sendak es una fuerza formidable de la literatura en
Estados Unidos cinco décadas después de Donde viven los
monstruos. En septiembre de 2011 publicó el que hasta
ahora es su último libro, el ya superventas Bumble-Ardy,
una historia incluso más oscura que las anteriores: un
cerdo de nueve años decide celebrar su cumpleaños por
todo lo alto, cuando sus padres mueren para ser comidos.
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Además de ilustrar, Sendak se dedicaba a la escenografía
y al diseño de vestuario para ballet, ópera, teatro, televisión
y cine. Además escribió el libreto para la versión operística
de Donde viven los monstruos, compuesta por el británico Oliver
Knussen. Más tarde trabajó en escenificaciones de Amadeus
Mozart y Piotr Ilich Chaikovski, entre muchos otros.
Su pareja durante casi medio siglo, el reputado psiquiatra
infantil Eugene Glynn, había fallecido en 2007. Sendak no
deja otra familia. En febrero de 2013 se publicó su
obra póstuma, My brother’s book (El libro de mi hermano),
basado en su relación con su hermano, Jack, también ilustrador.
Las criaturas del dibujante y escritor Maurice Sendak han
fascinado a varias generaciones. Sus monstruos buenos, que
obedecen a un niño en busca de sueños, nos sumergen en una
noche infantil de vampiros enamorados y otros personajes de
los cuentos.
En el otoño de 1963, apenas unas semanas antes de que el
presidente Kennedy fuera asesinado en Dallas, llegó a las
librerías de Estados Unidos Donde habitan los monstruos, de
Maurice Sendak. Se trataba de un libro ilustrado infantil
en formato horizontal, algo poco frecuente en aquellos años.
Aún más chocante y polémica resultó ser la trama en la que
un travieso niño, Max, amenaza enrabietado con comerse a su
madre y ésta le castiga sin cenar. ¿Un mocoso amedrentando
a su madre? ¿Una madre perdiendo los papeles y dejando al
crío sin cenar? Aquello estaba llamado a encender todas las
alarmas y a convertirse en un éxito editorial sin precedentes.
"Cambió el paradigma", explica el experto en la obra de Sendak
John Cech, profesor de la Universidad de Florida. "Instauró
un nuevo tono que rompía con el conformismo de la década de
los cincuenta. Aunque en América siempre nos ha gustado pensar
que los chavales malos tienen buen fondo, y ahí está Tom Sawyer,
hasta que llegó Max, los niños protagonistas de libros ilustrados
eran flojos". Con su rebelde protagonista, Sendak recuperó
la tradición del héroe clásico que emprende un viaje a tierras
lejanas, se enfrenta a la aventura y regresa triunfante. Formalmente
esta obra supo incorporar la tradición de libros ilustrados
del siglo XIX y desarrollar un nuevo ritmo gráfico. Los bellos
dibujos ganan espacio hasta rebasar incluso los márgenes en
las escenas de juerga de Max con los monstruos, exentas de
palabras.
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El revolucionario libro fue un fenómeno sociológico
desde el principio, y su popularidad no ha hecho más que crecer
con los años. Ha sido una seña de identidad de la corriente contracultural
de los años sesenta, un guiño progresista en versión libro infantil
para niños. Y cuatro décadas después de su publicación, Donde habitan
los monstruos mantiene intacta su categoría de icono cultural. Obama
lo leyó en los jardines de la Casa Blanca a un grupo de escolares
en Pascua y confesó que es uno de los favoritos de sus hijas. Se
calcula que hay cerca de 19 millones de ejemplares en circulación
en todo el mundo. La película dirigida por Spike Jonze -cuyo guión
firma junto al escritor Dave Eggers-, una novela escrita por éste,
un documental sobre Sendak -preseleccionado para los Oscar- y la
primera exposición comercial en EE UU de sus litografías y bocetos
en la galería Animazing de Nueva York han reforzado este año el
tirón de un mito firmemente asentado. Al fin y al cabo, ya son varias
las generaciones que han crecido gozosamente asustadas por los monstruos
que el pequeño salvaje Max se topa en el viaje imaginario que emprende
desde su habitación.
Sendak ha confesado que a él lo que le aterrorizaba
de niño eran sus parientes. En ellos se basó para crear a sus monstruos.
"Venían de Europa y pasaban por casa para comer los fines de semana.
Tres tíos y tres tías que apenas hablaban inglés", ha explicado
en varias entrevistas. "Te estrujaban la cara y pensaban que eso
era un gesto cariñoso". Las escasas dotes de su madre en la cocina
y el largo tiempo de espera le hacían fantasear con la idea de que
podrían acabar pegándoles un bocado a él o a alguno de sus hermanos.
Art Spiegelman, autor de Maus y Sendak durante un
paseo por los bosques cercanos a la casa de Sendak, dibujado por
Spiegelman. Al final Sendak dice: "En realidad la infancia
es rica e intensa. Es vital, misteriosa y profunda. Recuerdo la
mía muy bien. Sabía cosas terribles, pero sabía
que los adultos no debian enterarse. Se habrían asustado".
Hijo de inmigrantes judíos de Polonia, Sendak nació
en Brooklyn en 1928. Su mala salud le mantuvo en casa muchas horas
pintando. El irreverente Mickey Mouse de la primera época era su
máximo héroe antes de que se convirtiera en "una cosa gorda y vacía".
Autor de culto elevado a la categoría de héroe por su legión de
seguidores, el humor y la sinceridad de Sendak, que se autodefine
como un cascarrabias, son legendarios. Nunca ha dudado en expresar
su desprecio hacia los padres que temen contar a sus hijos historias
que puedan dar miedo. "Puedes decirles lo que quieras", afirma en
el nuevo documental Tell them anything you want, "pero díselo sólo
si es verdad". Autor e ilustrador de más de un centenar de libros,
Sendak ha trabajado en proyectos televisivos, en óperas -una de
ellas, adaptada con Tony Kushner-, e incluso diseñando escenografías
de ballet. Desde hacia décadas, el autor vivia en Connecticut. En
2008, un año después de la muerte de su pareja durante más de 40
años, el psicólogo Eugene Glyn, hizo pública su homosexualidad en
un artículo de The New York Times.
La historia de Donde habitan los monstruos arranca
en la primavera de 1950. La librera jefe de la juguetería FAO Schwarz
de la Quinta Avenida organizó un encuentro informal entre su vieja
amiga la influyente editora Ursula Nordstrom y un talentoso joven
del equipo de escaparatistas. No se equivocó. Tras aquella cita,
Sendak obtuvo su primer contrato editorial. Pasó la siguiente década
ilustrando los libros de otros y formándose bajo la atenta tutela
de su mentora, que le animó incluso a viajar a Europa. La gran mujer
que se esconde tras el enorme Sendak dirigió con audacia el llamado
Departamento de Libros para Niños y Niñas desde 1940 en Harper's
Collins. Cuando le preguntaron, años después, cuáles eran sus méritos
para ocupar ese puesto, dado que ella no era bibliotecaria, ni había
ejercido la docencia, ni tenía hijos, Nordstrom contestó: "Fui niña
y no se me ha olvidado una sola cosa de aquello". Su lema fue: "Libros
buenos para niños malos".
En febrero de 1963, Ursula escribió a Sendak animándole
a emprender un nuevo proyecto: "Me encantó escucharte el otro día
cuando estuviste en la oficina que deseas escribir e ilustrar tu
propio libro en vez de hacer los dibujos para otra gente. Eso sería
maravilloso". Sus palabras surtieron efecto y unas semanas después
el autor compró unos cuadernos de espiral y empezó a trabajar con
ahínco. El título provisional fue Donde habitan los caballos salvajes.
"Dice que lo cambió porque no sabía pintar caballos", cuenta entre
carcajadas el abogado Sheldon Fogelman, agente del autor desde los
sesenta.
Aquellos bocetos y trabajos preliminares se conservan
hoy en la librería Rosenbach de Filadelfia, la misma donde se encuentra
la biblioteca de Herman Melville, un autor fetiche para Sendak.
Los plazos de entrega de Donde habitan los monstruos se estiraron
al máximo. La impresión fue a cuatro tintas, pero se logró mantener
un precio asequible. Nordstrom mandó a contrarreloj por mensajero
unas galeradas, impresión de un fragmento de texto, a veces sin
dividir en páginas, que se saca de prueba para corregirlo antes
de la impresión definitiva, para que el libro tuviera opción de
entrar en las listas de los mejores del año. En 1964 recibió la
prestigiosa Medalla Caldecott, el máximo galardón otorgado por los
bibliotecarios estadounidenses, que asegura que un libro nunca quedará
descatalogado. En 1970 ganó el Hans Christian Andersen y acabó por
consagrarse a nivel internacional.
El éxito no estuvo exento de polémica. "Eso siempre
favorece las ventas", afirma el veterano Fogelman. "Era algo tan
distinto y poco convencional que en el Reino Unido tardaron tres
años en sacarlo". La fama de este clásico de Sendak ha corrido en
paralelo a la explosión que desde los sesenta ha experimentado la
literatura infantil. "El sector ha cambiado en todos los sentidos,
desde cómo se hacen los libros hasta en qué lugares se venden",
explica el abogado. "Sendak hizo las cosas muy bien. Al sacar su
siguiente libro, La cocina de noche, que también fue muy polémico,
dijo que se trataba de una trilogía. Ha trabajado incesantemente
y ha experimentado en otros campos. Es un gran artista".
El estudio y la fascinación por su obra se han expandido
a todos los campos imaginables. Desde joyeros hasta académicos,
pasando por cineastas, Sendak ha sido fuente constante de inspiración
y estudio. Una de las últimas iniciativas ha sido terribleyelloweyes.com,
una web que ha reunido el homenaje de más de un centenar de ilustradores
internacionales a Donde habitan los monstruos. "Quería expresar
mi devoción por esta obra, y como no sabía hacerlo con palabras,
opté por los dibujos", explica el creador de este proyecto, Corey
Godbey.
Símbolo de una época en la que EE UU experimentaba
las revueltas por los derechos civiles y las protestas contra Vietnam,
este libro infantil fue el himno de una generación. "Un par de años
después de haber salido, te cruzabas con gente por la calle que
parecían los monstruos", dice el profesor Cech. Sendak recordó a
todos la valentía, audacia, rebeldía y fuerza de los niños. Ni juventud,
ni adolescencia, Max demuestra que la infancia es la edad más osada
y salvaje.
Sendak (el bebé de la foto) se crió en un hogar en el que
la biblioteca sería apenas un estante, dos como mucho. Sus
padres eran inmigrantes polacos, su padre era sastre y aunque
no le fue del todo mal al principio, hay que recordar que
Sendak nació en 1928, justo antes de la Gran Depresión del
29 y el negocio del padre de Sendak se vio muy afectado. Justo
en la década de la primera infancia de Sendak, el ambiente
en la casa evidenciaba dificultades económicas, no drásticas,
pero sí había que cuidar los gastos.
Nacido en Estados Unidos, hijo de una familia de judíos
polacos llegados al país después de la Primera
Guerra Mundial. Instalados en Brooklyn, su vida no diferia
de la de otros inmigrantes.
Durante el nazismo la familia paterna fue completamente exterminada.
En una entrevista con Nat Hentoff en el New Yorker evoca
una de las historia que escuchaba de niño:
"Trata de un niño que se va a pasear con su padre
y con su madre. Se separa de ellos, la nieve empieza a caer
y el niño tiembla de frío. Se esconde bajo un
árbol sollozando de miedo. Un inmenso personaje planea
por encima de él y le dice: Yo soy Abraham, tu padre.
Su miedo desaparece, el niño levanta los ojos y ve
también a Sarah. Ya no está perdido. Cuando
los padres lo encuentran, el niño está muerto.".
Estas historias, dice Sendak, tenían un parentesco
con los poemas de William Blake. "Los mitos que evocaba
no parecían del todo falsos. Se mezclaban con la tradición
judía pues mi padre tenía una manera muy particular
de modelar los recuerdos y los deseos".
Las historias de su padre siempre incluían niños
que se perdían. Un motivo que él retomó
como una de sus constantes en sus libros, fruto de una inmensa
angustia infantil de perderse o ser abandonado.
Las fuentes de los cuentos en la infancia de Sendak eran,
por un lado, su padre, que le contaba sus propias versiones,
adornadas y medio inventadas, del Antiguo Testamento o de
la Polonia de donde provenian, con transfondo rural y en absoluto
condescendientes con los niños. Por otro lado, mucho
cómic. Y luego estaría la biblioteca escolar (que según la
describe tampoco era particularmente impresionante en ninguno
de los muchos colegios a los que fue).
No fue hasta los nueve años cuando regalaron a Sendak lo
que él describe como su primero libro “de verdad”: el primer
“libro-libro” de su biblioteca. Fue una edición de El príncipe
y el mendigo de Mark Twain. Se lo regaló su hermana y sería
muy posiblemente esta misma edición de Harper, con ilustraciones
de William Hatherell, que se reeditó en 1936, justo antes
del noveno cumpleaños del pequeño Maurice.
Sendak narra ese primer ritual de acercamiento a un libro
“de verdad” y de su propiedad como una experiencia eminentemente
sensorial y sensual. Recuerda el autor que lo olió,
lo acarició, lo mordió. Aquello superaba la
pobre edición de los comics. Lo último que hizo
fue leerlo.
“Lo primero que hice fue colocarlo sobre la mesa y observarlo
durante mucho, mucho tiempo. No porque me impresionara Mark
Twain: sencillamente es que era un objeto muy bello. Luego
vino el olisqueo. Creo que mi manía de oler los libros empezó
con El príncipe y el mendigo. Lo olí porque estaba impreso
en un papel especialmente bueno, a diferencia de los Big Little
Books de Disney que me habían regalado hasta ese momento,
que estaban impresos en papel muy pobre y olían pobremente.
El Príncipe y el mendigo no solo olía bien sino que tenía
una cubierta laminada, que brillaba. Lo abrí. Y recuerdo que
pensé que era muy sólido. Quiero decir, que estaba muy bien
cosido, muy apretado. Recuerdo también que traté de morderlo,
que imagino que no es lo que tenía en mente mi hermana cuando
me lo compró. Lo último que hice fue leerlo. No estaba mal,
pero creo que ahí comenzó mi pasión por los libros: por tenerlos,
y por hacerlos."
Con nueve años empieza a dibujar y escribir sus propias
historias, Recorta fotografías de la época para
hacer collages en las cubiertas, sus dibujos, muchas veces,
representan a la familia Sendak con humor. Sus primeras influencias
eran los libros baratos, comics, películas sobre los
buscadores de oro, de monstruos, King Kong y Fantasía.
También recuerda una máscara de Mickey en un
gran bote de cereales.
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Con quince años, después de las clases,
diseñaba los decorados para All-American Comics, adaptando
los comics de Mut and Jeff.
En esa época comienza a ilustrar libros, el
primero de ellos, El príncipe feliz de Oscar Wilde, un libro
que le fascinó en su infancia. Después de sus estudios
comienza a trabajar a tiempo completo en una agencia de decoración
de escaparates en Manhattan. Ayudaba en la fabricación de
personajes como Blancanieves y los siete enanitos, hechos de papel
maché, lana de hierro y pintura. También en esa época
empieza a construir juguetes animados de madera con su hermano,
lo que le lleva a ser asistente de escaparates para la tienda Schwarz.
El encargado de comprar libros para niños en
esa tienda y el director de decoración presentaron su trabajo
a la editora Ursula Nordstrom, quien le pide de inmediato ilustrar
una traducción de los Cuentos del gato encaramado de Marcel
Aymé, que se publica en 1951.
La editora se convierte en su mayor apoyo, cómplice
y capaz de sacar lo mejor del autor. El volumen con su correspondencia
revela la importancia de la editora con sus autores.
Escribe e ilustra La ventana de Kenny en 1958.
Unos años más tarde aparece su primer
personaje inolvidable: Rosie, en El letrero secreto de Rosie.
Inspirado en una niña que había visto
en las calles de Brooklyn en 1948, se puede decir que es el prototipo
de todos los personajes que crearía más tarde. Muestra
la zona como un lugar encantador, con sus pequeñas casitas
de ladrillo visto y niños jugando en la calle, un ambiente
que a posteriori se mostraria en muchas películas.
Un libro que comienza con un cartel en la puerta de
la casa de Rosie: "Si quieres enterarte de un secreto, llama
tres veces".
En 1962 publica la Minibiblioteca, cuatro libros minúsculos
que rinden homenaje a los libritos de Beatrix Potter. Hubo una primera
edición original de los mismos a tamaño mas pequeño,
como para las manos de los niños, reeditada por Kalandraka
con las traducciones que hizo Gloria Fuertes.
Un par de muestras de la literatura infantil
de la época y la ruptura de Sendak.
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Algunas obras se consideran menores, donde las imagenes
reciben influencia del cómic, son mas ligeras y aparecen
en libros escritos por el y algunos encargos.
Una de sus inspiraciones para esta serie es Krocket
Johnson, el creador de Harold y el lapiz color morado, que comenzó
a publicarse en los años cincuenta.
De tamaño reducido, oscilan entre el cómic,
la caricatura y la ilustración, tendencia en los años
50 en el país. Dibujos a pluma como ensayo de su obra posterior.
El cuarto de Sara o la deliciosa serie de cuatro títulos
de Osito, que ilustra para Ruth Krauss.
También admira a Randoph Caldecott, de quien
aprecia el ritmo y el movimiento. Sus personajes no paran de bailar,
cantar y tocar instrumentos musicales.
Randoph Caldecott y sus alegres personajes.
Walter Crane, otro ilustrador al que admiraba, dentro
del movimiento prerrafaelita, surgido a mediados del siglo XIX en
respuesta a los males contemporáneos de la incipiente sociedad
industrializada. Proponían un regreso a la naturaleza, inspirados
en artistas anteriores a Rafael. Ensalzaban la infancia como algo
inmaculado, ajeno a las tensiones sociales.
Algunas obras de Walter Crane.
Un claro ejemplo de la influencia en Sendak es este
cuadro, Ofelia, de John Everett Millais, 1852.
Arriba John Everett Millais. Abajo, Sendak.
El autor habló alto y claro de sus influencias,
su diversidad.
"No soy un innovador. Ese no es mi talento. Utilizo
simplemente lo que existe e intento mostrar lo que todavia se puede
mostrar con ello".
Outside Over There (en castellano, Al otro lado) concluye
la trilogía que Maurice Sendak (1928-2012) iniciara con Donde
viven los monstruos y continuara con La cocina de noche. Los
tres títulos se hermanan, según su autor, por el modo en que
los niños “controlan diversos sentimientos (el peligro, el
aburrimiento, el miedo, la frustración, los celos) y logran
entender las realidades de sus vidas”.
Todos ellos tienen un fuerte componente onírico.
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Habló mucho de sus obsesiones. Siempre recordaba
lo mucho que le impresionó el secuestro del bebé de
los Lindberg. En muchos de sus libros los niños están
solos o son secuestrados como en Al otro lado, los incluye en su
fantasia y los rescata.
En 1973, Sendak entra en contacto con la obra de los
hermanos Grimm por encargo. Ese mismo año, él y el traductor Lore
Segal escogerán 27 cuentos poco conocidos de los cuentistas alemanes
y harán un estupendo libro, El enebro y otras historias (edición
castellana en Lumen, 1989). Para su realización, el ilustrador se
empapará del estilo de varios pintores románticos alemanes; el principal
de ellos será Philipp Otto Runge. Sus humanos rechonchos, constante
en su producción, y los monstruos caricaturescos, se perfilarán
a partir de los trazos de estos pintores que rechazaron lo bucólico,
que escondieron sombras siniestras entre sus cuadros.
Ludwig Grimm.
Maurice Sendak.
Sendak fue uno de los mayores coleccionistas de memorabilia
de Mickey Mouse, pero no de cualquier época. Específicamente de
la época de Mickey que él consideraba su edad dorada, que coincidió
con las primeras películas en color, a mediados de la década de
los 30-. El ratón y el autor nacieron el mismo año.
La Disney, con su homenaje a Jonathan Swift, con este Mickey Mouse
in Pigmy Land (Mickey Mouse en la tierra de los Pigmeos), al parecer
el favorito de Sendak. Quizás podemos ver un velado homenaje
al ratón en Mickey, el protagonista de La cocina de noche.
El pequeño de los Sendak se quedó impactado por lo que vio, leyó
y olió: la tienda que tenía enfrente era la tradicional pastelería
Sunshine Bakers y la fragancia incitaba a salivar. El momento podría
haber sido idílico de no haberse fijado en un cartel de la vidriera:
“Nosotros horneamos mientras tú duermes”. Muchos años después, reconocería
a un periodista de la revista Rolling Stone: “Me parecía la cosa
más sádica en el mundo porque todo lo que yo quería hacer era permanecer
despierto y observar lo que sucedía. Me parecía absurdamente cruel
y arbitrario que ellos hicieran eso mientras yo dormía. Eso me molestaba
mucho. Recuerdo que solía guardar los cupones que mostraban a los
tres pequeños panaderos gordos de Sunshine marchando de noche a
ese lugar mágico, donde quiera que fuera, para divertirse, mientras
yo tenía que irme a la cama”. Sendak ajustaría cuentas con ese recuerdo
en 1970. Su vendetta personal se titularía La cocina de noche (Kalandraka).
El ilustrador era ya una eminencia respetada y temida cuando publica
el cuento, aquel que escribió más desde el corazón y que más disgustos
le acarreó. Porque por él tuvo que padecer, al igual que Tomi Ungerer,
la censura puritana de su país, que abominó y abjuró del libro.
La American Library Association lo situó en el puesto 25 de su índice
de volúmenes prohibidos en bibliotecas públicas y escolares. La
asociación sigue todavía hoy velando por las conciencias de los
jóvenes sin que nadie se lo pida, prohibiendo obras de Hergé, Marjane
Satrapi, Alan Moore e incluso William Shakespeare (por la peligrosa
Romeo y Julieta). En la década de los setenta su poder de convicción
era mayor que el de ahora. A Sendak el veto no le sentó nada bien.
En Rolling Stone se despachó a gusto: “Es evidente que detrás de
muchas actitudes puritanas hay mucha suciedad escondida. Parece
que un niño pequeño desnudo sin su pijama es más monstruoso para
algunas personas que cualquier otra monstruosidad del mundo.” Esa
monstruosidad a la que se refería era el nazismo.
A los mojigatos estadounidenses les sentaba peor que
Mickey (o Miguel), el protagonista de su libro, se pasease de noche
en cueros que las soterradas críticas que apuntaban al Holocausto.
En una de las láminas, los tres cocineros gordos con la cara de
Oliver Hardy y el bigote de Adolf Hitler, revuelven la masa en la
que se ha precipitado el niño mientras cantan “Más leche, sí, más
leche, más leche en el pastel. Batimos y amasamos… ¡y al horno con
él!”.
Maurice Sendak no fue víctima de los nazis, como
tampoco su familia (judíos polacos que emigraron de su país mucho
antes de la atrocidad de los campos de exterminio; el propio Maurice
nacería en suelo estadounidense), pero la tragedia inflingida a
su pueblo le afectó como si la hubiese padecido en sus propias carnes.
De ahí que parte de las sombras de su producción, y de este libro,
tengan su punto de partida en la Europa Oriental.
Parte de la colección del autor, subastada hace unos años.
Se refiere a Mickey como la antítesis de todos esos niños rubios
y perfectos de las películas. “Mickey era distinto”, dijo Sendak.
"Él era nuestro colega. Mis hermanos y yo masticábamos su chicle,
nos cepillábamos los dientes con su cepillo, jugamos con él en la
calle, y leíamos todas sus aventuras. Lo mejor era que nuestro colega
era una estrella de cine. En la sala de teatro a oscuras, la repentina
aparición de su rostro brillante, salvaje, radiante, me llenaba
de un placer intoxicador, sin diluir. En la escuela, aprendí a despreciar
a Walt Disney. Se me dijo que corrompía el cuento de hadas y que
era la personificación del mal gusto. Empecé a sospechar de mi respuesta
instintiva a Mickey. Tardé cerca de 20 años en redescubrir el placer
de esta primera respuesta y fusionarlo con mi trabajo como artista.”.
Si no tuvo ninguno en la biblioteca de casa, no cabe duda
alguna de que le hubieran gustado de pequeño las rimas
de Mamá Oca en la escuela. Y en general las Nursery Rhymes,
la tradición inglesa de canciones y rimas infantiles en general,
donde podríamos incluir también a Edward Lear. Es probable
que a través de recopilaciones de este tipo Sendak conociera
por primera vez a Kate Greenaway y a Randolph Caldecott. Estos
libros son una gran influencia en cuanto a la ilustración
y tema. Los ecos textuales están presentes en muchas
de sus obras.
Dos de sus libros son precisamente versiones ilustradas de
pequeñas nursery rhymes.
Sendak toma el modelo de las nursery rhymes.
Quizás es uno de los elementos que dan forma a la interesante
unidad musical de sus textos.
Otro libro que podríamos sacar del estante de
lecturas infantiles, aunque es posible que Sendak no lo descubriera
a fondo hasta ya adulto, es Peter Rabbit (Perico el conejo)
y todo Beatrix Potter.
¿Por qué Peter Rabbit? Peter -Perico, en la
versión española- es uno de los muchos precursores de Max.
Peter también hace un viaje de ida y vuelta: vuelve y cena,
pero en su caso la sopita calentita se la toman sus hermanos,
que han sido buenos. Él ha comido ya tanto en el huerto del
Sr. MacGregor que tiene dolor de barriga y se tiene que conformar
con una manzanilla. Sendak consideraba a Potter como una “Mini-Jane.Austen”.
Decía de Peter Rabbit:
“Peter Rabbit es letal – mira lo que le pasa.
Logra escaparse no porque sea listo sino por pura suerte.
Y el libro deja claro que es por suerte que no le han comido.
Pero la madre está allí para perdonarlo. Es uno de los modelos
de Max. La madre le avisa del peligro pero él no se puede
aguantar. Y casi muere."
Como con Mickey Mouse, Sendak se volvió coleccionista
no solo de libros de Beatrix Potter, sino de algunos de sus
objetos, como los dos bastones que devolvió a la Beatrix Potter
Society en su testamento. Era lo que se llamaría ahora un
“friki” de Beatrix Potter. Aquí vemos una famosa foto de Beatrix
Potter a la entrada de su casa, y a Sendak en una de sus visitas
a Inglaterra, replicando la foto.
Y aquí vemos esa misma casa ya en uno de los
libros ilustrados por Sendak (El Gran Libro Verde, con texto
de Robert Graves).
De hecho, es en éste libro donde Sendak rinde
su homenaje más explícito a Potter. Aquí vemos un dibujo de
la habitación de Potter, y al lado, la habitación de los tíos
del niño de El Gran Libro Verde.
Unos conejitos de Beatrix Potter y el niño leyendo
el Gran libro verde en lo que podría ser la misma casita del
jardín.
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Se puede suponer, a tenor de lo contado hasta ahora, que La cocina
de noche (que Sendak dedicó a sus padres Sadie y Philip), es sólo
un libro para niños en apariencia, en su envoltorio. Su relleno
oculta muchos detalles que le pasarán desapercibidos a los más pequeños.
El primero, y principal, es la herencia declarada de los dibujos
de Winsor McCay, uno de los pioneros del cómic. El volumen tiene
una estructura y un estilo idénticos a los del autor de Little Nemo
in Slumberland, la tira dominical que se mantuvo seis años –de 1905
a 1911- en el New York Herald. En ella, Nemo soñaba siempre que
le acontecían cosas maravillosas y fascinantes, de las que despertaba
abruptamente y, por lo general, también lloroso. McCay utilizó esta
premisa más como un punto de agarre para un mundo fantástico, nutrido
en cada tira, antes que como un mero recurso para salvar el expediente
semanal. Sendak leyó al ilustrador en su infancia y se quedó perdurablemente
rendido a la magia de su universo onírico.
“Mi libro La cocina de noche, en una entrevista a
Rolling Stone, es, en parte, un homenaje a Winsor McCay. Él y yo
servimos al mismo amo, nuestro temperamento infantil. Dibujamos,
no sobre la memoria literal de la niñez, pero sí sobre la memoria
emocional, su tensión y su urgencia. Ninguno de nosotros olvidó
sus sueños infantiles.”. Por esta cocina nocturna desfilan los recuerdos
de una infancia perdida y añorada, que resucita, vívida, en esos
rascacielos con nombres y formas de marcas que se hallaban en las
alacenas de la casa de los Sendak. Y no sólo: Mickey –o Miguel-
se construye con masa de pan una avioneta como la de Hop Harrigan,
un héroe de la aviación y del noveno arte que sería muy popular
en la década de los 40. Hop Harrigan acompañaría en la adolescencia
a muchos niños risueños de salud quebradiza. Llegaría incluso a
tener el honor de conocer a la Sociedad de la Justicia de América,
una asociación a la que pertenecen varios superhéroes. Hop Harrigan
acabaría convertido en The Guardian Angel y más adelante en The
Black Lamp.
La cocina de noche tiene una cadencia poética que
intenta reflejar el ritmo, la temperatura de la noche neoyorquina
(y que es un desafío para cualquier traductor: por eso es justo
resaltar la espléndida traducción de Miguel de Azaola, que, en palabras
de Kalandraka sienta “cátedra”. Nueva York, con sus rascacielos
gigantescos, es la ciudad amada por el autor, y así lo plasma en
el horizonte de sus láminas. Es una megalópolis que no duerme, en
la que puede pasar cualquier cosa. Precisamente, Miguel se rebela
a los dictados del sueño y decide salir a ver qué sucede ahí afuera.
Como en muchos otros libros del ilustrador, el sueño se convierte
en un estado anímico y en una condición libertadora: es la puerta
que no lleva a una realidad alternativa y más halagüeña sino a otro
mundo en paralelo en el que todo es posible. Un mundo que no es
estrictamente del color de rosa, donde lo turbio yace agazapado
pero dominado, y en el que se impone siempre un niño de rasgos rechonchos.
Uno cualquiera de tantos que Sendak llegaría a conocer en sus paseos
por las calles, por los parques, por las encrucijadas.
Maurice Sendak pasó de retratar en sus libros el gran
sueño americano. En lugar de eso, plasmó en páginas de gran potencia
visual el gran sueño de la infancia. Y lo hizo además usando un
lenguaje de precisión quirúrgica, que suena mejor leído –o cantado-
en voz alta. Paladeando La cocina de noche se siente un irrefrenable
deseo de volver a ser niño. De creer en que cualquier cosa es posible
y que los miedos son inseparables, y transitorios, compañeros de
juegos.
El juego de traducir a Sendak.
Ellen Duthie, traductora de Al Otro Lado.
Sé que me gusta mucho, mucho un libro cuando de repente me
sorprendo traduciéndolo por placer. El proceso de traducción
me ayuda a intimar con el libro de una forma que ninguna otra
lectura me permite. Me acerco a cada palabra, escucho bien
cada sonido y cada silencio, me detengo en cada matiz, doy
vueltas y vueltas a cada posible intención, y juego y rejuego
con cada posible interpretación. Luego me alejo y veo el conjunto.
Miro la versión original y miro la versión traducida, las
leo en voz alta una y otra vez. ¿Tienen la misma tensión?
¿Duran lo mismo? ¿Pesan lo mismo? Si tuvieran volumen, ¿se
sentirían igual al sostenerlas entre las manos? Este proceso
tiene mucho más que ver con mi interés por comprender el texto
y acercarme a él todo lo posible que con el deseo de “producir”
una traducción.
Ellen Duthie, por Daniela Martagón.
Traducir a una gran figura como Maurice Sendak supone una
gran responsabilidad, que puede sentirse como presión. Esta
presión se intensifica cuando leemos que el autor reescribió
el texto “más de cien veces” y se refiere al libro como “una
frase musical que apenas se mantiene unida –si falla una nota,
todo se cae-”. ¡Ahí es nada! Por eso tuve mucha suerte de
que en el caso de Al otro lado (Kalandraka, 2015), recién
publicado por primera vez en español, mucho antes de plantearme
la traducción para su publicación, me ocurriera justamente
lo que describo en el primer párrafo. Mi primer acercamiento
a la traducción de Outside Over There (el título original
del libro) fue un ejercicio espontáneo, lleno de juego y libre
de presión. El texto original en inglés de Outside Over There
choca la primera vez que uno se lo encuentra: no resulta fácil
encontrarle el ritmo y la cadencia.
Parece a veces detenerse donde debe seguir y seguir donde
debe detenerse, jugando constantemente con lo que espera el
oído (si te esperas una rima, no llegará donde tú piensas
que debe ir, sino cuando menos te lo esperas, un poquito después,
un poquito antes, o quizás nunca). Sin embargo, con cada lectura
y a medida que uno se va acercando al texto e interiorizándolo,
resulta especialmente bello, hipnótico y poéticamente logrado
justo en esas partes que frustraban, extrañaban y chocaban
la primera vez.
Reconocer y abrazar esta extrañeza del texto fue la primera
y principal decisión de traducción que había que tomar. Sin
la libertad que me dio el ejercicio inicial de jugar sin estar
pensando en su publicación, pude hacer y deshacer sin temor
y sin sucumbir a la posible tentación de plantear una traducción
con una rima más cerrada y un ritmo más claro. La suavidad,
la elasticidad y la fluidez del texto posibilita toda la ambigüedad
que contiene y la ambivalencia de las emociones que nos genera
Al otro lado, un libro que completa lo que Sendak consideró
una trilogía, junto a Donde viven los monstruos y La cocina
de noche, sobre cómo controlan los niños diversos sentimientos
(el peligro, el aburrimiento, el miedo, la frustración, los
celos) y logran entender las realidades de sus vidas.
Este juego libre inicial me permitió intuir mejor los mecanismos
de construcción de esa “frase musical que apenas se mantiene
unida” de la que hablaba Sendak para centrarme en intentar
reproducir el texto como una unidad indivisible, donde la
música hace de gramática y donde el gran “truco” para atrapar
al lector con una buena historia se ve reforzado por el truco
(interesante desde el punto de vista del lenguaje y por tanto
de la traducción) de estirar las frases como chicle para que
el lector permanezca hipnotizado hasta la última página. Esto
es una seña de identidad de los tres álbumes que conforman
la trilogía. Id corriendo a leer los tres en voz alta. Veréis
a qué me refiero –y juzgaréis si lo hemos conseguido-.
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Outside Over There (en castellano, Al otro lado) concluye la trilogía
que Maurice Sendak (1928-2012) iniciara con Donde viven los monstruos
y continuara con La cocina de noche. Los tres títulos se hermanan,
según su autor, por el modo en que los niños “controlan diversos
sentimientos (el peligro, el aburrimiento, el miedo, la frustración,
los celos) y logran entender las realidades de sus vidas”. Todos
ellos tienen un fuerte componente onírico.
Al otro lado, inédito en castellano hasta 2015, tiene como tema
fundamental la responsabilidad. Es la historia de Aida (Ida en inglés)
y de su hermanita secuestrada por unos duendes. Aida deberá recorrer
un mundo mágico, por el que llega a través de la ventana, para rescatarla
y romper el embrujo al que los monstruos someten a los niños pequeños
(la niña saldrá por la ventana envuelta en una capa amarilla: sus
pliegues recuerdan a la escultura El éxtasis de Santa Teresa, del
italiano Gian Lorenzo Bernini). El libro hunde sus raíces en la
realidad, en los recuerdos de Sendak: “Es básicamente mi historia
y la de mi hermana. Ella es Aida y su enfado, o incluso ira, por
tener que cuidar de mí”. Aquella hermana mayor se llamaba Natalie
y estuvo muy unida a Maurice Sendak hasta que la muerte los separó.
De los 90 libros que ilustró, Al otro lado es el más
lúgubre, y también el más críptico. Cada lámina está llena de detalles
que observar y valorar. Cada lectura es un nuevo descubrimiento.
Muchos símbolos e imágenes han quedado a la interpretación personal,
pues Sendak se llevó muchos de sus secretos a la tumba; no obstante,
hay algunos referentes claros.
Para empezar, Sendak quedó profundamente afectado
por el caso del bebé Lindebergh. Charles August Lindebergh Jr. tenía
tan sólo 20 meses de edad cuando fue secuestrado en su dormitorio,
en el segundo piso de la mansión del célebre aviador. Un carpintero
alemán, Bruno Richard Hauptmann, capturó al niño porque andaba,
al parecer, necesitado de dinero (decimos “al parecer” porque todo
lo que hubo en su contra durante su juicio masivo, tres años más
tarde, fueron pruebas circunstanciales). El caso ocupó las primeras
páginas de los periódicos. La agonía de la familia cosechó grandes
titulares, aunque durara poco: el descompuesto cadáver del pequeño
aparecería tan sólo dos meses después. Algunas fotos de ese cadáver
se publicaron en una primera edición de los tabloides, antes de
su que fueran retiradas por las quejas del clan Lindebergh. Pero
ya era tarde: el niño Maurice Sendak, de cuatro años, las había
visto, y le perseguirían durante toda la vida. Así se familiarizó
con la mortalidad, con la futilidad de la existencia. Comprendió,
tempranamente, que todo se puede acabar en cualquier momento. (Por
cierto, el caso Lindbergh inspiraría otra gran obra de ficción,
Asesinato en el Orient Express (1934), de Agatha Christie, seguramente
la mejor novela del genial Hércules Poirot. Es el repudio de la
escritora británica de tan asqueroso crimen).
Desde la publicación de Al otro lado en 1981, Maurice Sendak
no creó ningún otro libro enteramente propio hasta 2011, cuando
presentó Chancho-Pancho que sería su última obra en vida una
historia incluso más oscura que las anteriores, la historia
de un cerdito que tuvo su origen en 1979, cuando Sendak y Jim
Henson (creador de los Teleñecos) montaron un pequeño corto
de animación para Barrio Sésamo. |
La segunda referencia, no menos importante, se sitúa
décadas después de este luctuoso acontecimiento. En 1973, Sendak
entra en contacto con la obra de los hermanos Grimm por encargo.
Ese mismo año, él y el traductor Lore Segal escogerán 27 cuentos
poco conocidos de los cuentistas alemanes y harán un estupendo libro,
El enebro y otras historias (edición castellana en Lumen, 1989).
Para su realización, el ilustrador se empapará del estilo de varios
pintores románticos alemanes; el principal de ellos será Philipp
Otto Runge. Sus humanos rechonchos, constante en su producción,
y los monstruos caricaturescos, se perfilarán a partir de los trazos
de estos pintores que rechazaron lo bucólico, que escondieron sombras
siniestras entre sus cuadros. Un viaje posterior a Alemania, en
1980, meses antes de la culminación del libro que reseñamos, apuntalará
la fascinación germánica y el estilo “realista” del dibujante, que
retomará en 1983 con La pequeña Mili, otra historia de los Grimm.
Para Al otro lado, se basará en Los duendes, cuya sinopsis es muy
parecida a la de nuestro volumen: unos duendes secuestran a un niño
y lo sustituyen por una carcasa vacía. El final es aterrador. La
estampa, no obstante, la mantendrá Sendak entre sus láminas: la
hermana de Aida será reemplazada por una escultura de hielo a tamaño
“bebé”.
Wolfgang Amadeus Mozart será la tercera clave para
entender Al otro lado. Sendak era un melómano consumado que, además,
convirtió su pasión musical en trabajo: fue el responsable del diseño
de vestuarios y decorados para la Ópera de Houston (Texas). Su mano
puede observarse en el libreto de La flauta mágica que incorporamos
a estas líneas. La flauta mágica, precisamente, será crucial en
Al otro lado: Aida vence a los duendes con un cuerno mágico, que
toca como si fuera un pífano. Mozart incluso se insinuará en la
ilustración en que las hermanas se reencuentran, en una pose parecida
a la del folleto operístico.
El referente no es tan sólo visual: Sendak, según
Duthie, intentó escribir una ópera en imágenes, en la que cada nota,
cada palabra, tuviese su propia tonalidad. Si una de esas notas
“desafinaba”, la cadencia se desmoronaba. Maurice Sendak ilustraba
al ritmo de la música, practicaba lo que él llamaba “su juego secreto”.
El texto original se hace alambicado por esta razón. Está compuesto
en base a expectativas decepcionadas; es decir: las palabras preparan
al oído para una rima que jamás termina de llegar (Al otro lado
debe de leerse siempre en voz alta para captar sus matices). Sin
embargo, esta frustración no es insatisfacción, pues existe poesía
en palabras e imágenes. Poesía cruda, de la que suele abundar en
los libretos operísticos, que se siente, y se percibe, más prosa.
Un tipo de poesía, en suma, muy difícil de enhebrar, ya que su corazón
y su alma pertenecen casi por completo a otro estilo narrativo,
más melódico y melancólico.
Por último, Ellen Duthie señala la más sorprendente
de las alusiones explícitas. Al parecer, Sendak quedó muy impresionado
con el personaje de Ana Torrent en El espíritu de la colmena (1973),
de Víctor Erice. Sus grandes ojos abiertos a la contemplación curiosa
del mundo cautivaron al ilustrador. Sendak legó esos ojos a Aida,
a quien confirió una mirada intrépida y valiente, de niña que tiene
que madurar a marchas forzadas para asumir la gigantesca responsabilidad
de cuidar a un bebé indefenso. La historia de Aida es tremenda porque
es la de una infancia robada. Mientras otras niñas juegan con muñecas
o se peinan, como hace ella al principio, delante de un espejo,
Aida se enfrenta al terrible mundo exterior, que es siempre reino
adulto, y pierde su inocencia.
Sendak describe un dramático paso a la madurez en
Al otro lado. La niña deja de ser niña para pasar, drásticamente
a ser madre. La de Aida es distante, despreocupada. No puede, o
no sabe, ejercer su rol; su hija mayor la reemplaza. En la última
lámina, el padre, marinero ausente, voz patriarcal infalible, la
conmina a cuidar de su hermana y de su madre. Aida, destinataria
de su correspondencia, parece ser su esposa. Ella tiene la iniciativa
de tener que solucionar los problemas cuando no está el padre/esposo.
La predestinación social a la que parece condenada Aida es condenada
con ironía por el ilustrador en su texto y sus ilustraciones.
Dentro de la llamada literatura infantil existen
dos corrientes: la que toma a los niños por tontos y otra
que ahonda en su verdad. A esta última corriente pertenecen
J.M. Barrie, Lewis Carroll, Charles Kingsley, Roald Dahl,
Edward Gorey y el propio Sendak.
Le encantaba responder animaladas cuando alguien
le soltaba el típico: “Ohhhh, Sendak, el escritor de esos
deliciosos libritos infantiles”. “¡Váyase al infierno o no
podré reprimir las ganas de asesinarla, señora!”, solía responder.
Ante la pregunta: “¿Qué fue de Max, el niño de los monstruos?”,
soltaba: “Pasó en terapia el resto de su vida”, lo que debía
ser un guiño a su pareja, con quien conviviría medio siglo,
el psicoanalista Eugene Glynn. Si alguien se atrevía a insinuar
que sus libros eran un poco escalofriantes, aullaba: “Me niego
a mentir a los niños. Al infierno con todos esos padres temerosos”.
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Al otro lado es uno de los libros de la biblioteca
de Sarah (Jennifer Connelly), la protagonista de Dentro del laberinto
(Labyrinth, 1986) de Jim Henson. La película, hoy un clásico de
culto (no desde sus inicios: fracasó, por su exceso de ambición,
en taquilla, y dejó exhausto y derrotado al director, que no tardaría
en divorciarse de su esposa de toda la vida), es el homenaje que
el visionario Henson quiso tributarle a quien fuera uno de sus cómplices
fundamentales en la gestación de ese prodigio educativo llamado
Barrio Sésamo, récord televisivo con más de cuarenta años de longevidad
ininterrumpida. Henson y Sendak concibieron una nueva forma de entender
la televisión educativa, de dignificar la inteligencia de los niños.
Juntos colaboraron estrechamente, hasta que los aportes del ilustrador
resultaron demasiado turbios para los más pequeños, que se asustaban
con sus piezas singulares, sui generis. Sendak y Henson creían en
la infancia. Entendían que era una época traumática, complicadísima,
que no se podía endulzar con caramelos. Por eso ambos lucharon siempre
por tratar al niño como un ser pensante, como alguien con gran sensibilidad
y percepción que, en muchas circunstancias, va por delante de los
adultos. Sirvan estas palabras de epitafio a Henson, y también a
Sendak, cómo no, en el vigésimo quinto aniversario de su precoz
muerte. ¡Cuántas maravillas podría haber ideado todavía ese visionario
portento!
En los créditos finales del film puede leerse: Jim
Henson reconoce su deuda con la obra de Maurice Sendak. Efectivamente,
el argumento de base de la película es el del libro de Sendak; al
que se le fueron sumando otros muchos guiños y referencias: desde
la Alicia de Carroll, hasta las escaleras imposibles de Escher.
Traductora, por primera vez al español, del
maravilloso Outside Over There (Al otro lado, Kalandraka 2015).
Álbumos ilustrados de creación
propia, adaptaciones de cuentos infantiles, libros para pre-lectores
...
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