Si bien existen obras anteriores de tema histórico que con
frecuencia se asocian al género, suele entenderse que la novela
histórica nace en el siglo XIX, en el marco del Romanticismo,
de la mano del escocés Walter Scott (1771-1832). Scott publicó
una serie de novelas ambientadas en la Edad Media inglesa
en cuyas páginas se incluían eventos y personajes de la época,
de las cuales la primera fue Waverley (1814) y la más popular
Ivanhoe (1819), cuya acción transcurre en la Inglaterra del
siglo XII, en la época de la dominación de los normandos.
Este tipo de novela, que obtuvo rápidamente una gran popularidad,
respondía al deseo de nacionalismo y exaltación del pasado,
propio del movimiento romántico. Durante este periodo gran
cantidad de autores en Europa y América se lanzaron a la producción
de novelas históricas. Así, puede hablarse de autores como
el francés Víctor Hugo, el italiano Alessandro Manzoni, el
alemán Theodor Fontane, los rusos Aleksandr Pushkin y Lev
Tolstoï, el norteamericano James Fenimore Cooper o el polaco
Hernyk Sienkiewicz, autor de la célebre Quo vadis?, hoy quizá
más conocida por su adaptación cinematográfica. También el
movimiento realista, que siguió al romántico, dio a la luz
novelas históricas destacadas con autores como Gustave Flaubert.
Posteriormente, el género ha pasado por periodos de mayor
o menor fecundidad, gozando actualmente de una popularidad
extraordinaria. A lo largo del siglo veinte, con momentos
de esplendor y decadencia, la novela histórica se ha ido adaptando
a la evolución narrativa que ha experimentado el género novelístico,
introduciendo todo tipo de novedades formales. En este siglo
han surgido autores de verdaderos “clásicos” del género, tales
como Yo, Claudio, de Robert Graves, o Memorias de Adriano,
de Marguerite Yourcenar, por citar dos ejemplos inspirados
en la Antigüedad clásica. La Edad Media, por su parte, ha
dado lugar a una prolífica producción, entre la que se cuentan
best sellers de la talla de Los pilares de la tierra, de Ken
Follet, y ejemplos con mayor carga erudita como El nombre
de la rosa, de Umberto Eco.
Ken Follett, el millonario rey de los 'best-seller'
que prefiere un Maserati a un Nobel.
En España, un primer periodo dio a la luz un buen número
de obras relevantes para el género, con autores como Mariano
José de Larra, José de Espronceda, Enrique Gil y Carrasco
y, posteriormente, Benito Pérez Galdós, con sus recientemente
reeditados Episodios nacionales. En la actualidad existe una
abundante producción de novela histórica en nuestro país y
abundantes obras recrean acontecimientos tales como la Segunda
República y la Guerra Civil (con ejemplos destacados como
la celebrada Soldados de Salamina, de Javier Cercas) o bien
la España del Siglo de Oro (de la que es un buen representante
la serie El capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte), entre
otros. Junto a la novela, a lo largo del siglo XX ha ido desarrollándose
lo que podríamos denominar el cómic histórico. Esta variante
ha ofrecido su particular visión, en los estilos gráficos
más variopintos, de diversos periodos históricos: desde la
Galia (no) romana de Las aventuras de Astérix, de Albert Uderzo
y René Goscinny, al horror de los campos de concentración
nazis de Maus, de Art Spiegelman, pasando por acontecimientos
como la batalla de las Termópilas recreada por Frank Miller
en 300. En España el cómic histórico ha privilegiado épocas
remotas, con ejemplos como El Jabato, centrado en la Hispania
romana.
La novela histórica es un subgénero narrativo que se configuró
en el Romanticismo del siglo XIX y que ha continuado desarrollándose
con bastante éxito en los siglos XX y XXI. Utilizando un argumento
de ficción, como cualquier novela, tiene la característica
de que este se sitúa en un momento histórico concreto y los
acontecimientos históricos reales suelen tener cierta relevancia
en el desarrollo del argumento. La presencia de datos históricos
en la narración puede tener mayor o menor profundidad. También
es habitual que este tipo de novelas tengan como protagonista
a un personaje secundario real o ficticio más que a uno histórico
real a través del cual se desarrolla la ficción.
Tras el trabajo de Louis Maigron Le Roman historique à l’époque
romantique (1898), György Lukács (1936) definió el propósito
principal del género en ofrecer una visión verosímil de los
ambientes, tipos y paisajes de una época histórica preferiblemente
lejana, de forma que aparezca una cosmovisión realista e incluso
costumbrista de su sistema de valores y creencias. En este
tipo de novelas han de utilizarse hechos verídicos aunque
los personajes principales sean inventados. Sus rasgos serían
siete:
- Sentido histórico de la época.
- Revitalización del pasado con una proyección pretendidamente
realista.
- Carácter popular, entendido como el reflejo de la realidad
social y los grupos que la forman.
- Preferencia por personajes cuya individualidad refleja
un carácter medio o típico.
- Aplicación al presente al día de hoy.
- Incidencia del anacronismo que sea preciso.
- Condición crítica constitutiva del género, toda vez que
encierra un conflicto entre historia y ficción, que conduce
a una nueva forma de novela, la novela realista, encarnada
según Lukács en Honoré Balzac.
- Puede ser un documental.
Los caballeros templarios han sido personajes
recurrentes.
Al contrario que la pseudo novela histórica del siglo XVIII,
de fin meramente moralizante, la novela histórica exige del
autor al mismo tiempo una gran preparación documental y erudita
y una cierta habilidad narrativa, ya que de dominar lo uno
u otro esta pasaría a ser otra cosa, o bien historia novelada
o bien una novela de aventuras históricas, o lo que el crítico
Kurt Spang denomina novela ilusionista (que busca recreaciones
verosimilistas según la mímesis aristotélica) y novela antiilusionista
(que no respeta la verosimilitud, a la manera de Bertolt Brecht).
La historia puede servir como justificación o condena de los
tiempos presentes, puede ser un puro escape o evasión de sus
problemas o, por el contrario, puede reafirmar la ideología
política de su autor, sea liberal o conservadora.
Si se trata de una novela de aventuras los hechos inventados
predominan sobre la historia, que es un mero paisaje de fondo
o pretexto para la acción, como sucede, por ejemplo, en la
mayor parte de las novelas de Alexandre Dumas padre. Por el
otro extremo también se llega a desnaturalizar el género con
lo que se llama historia novelada, pues en ella los hechos
históricos predominan claramente sobre los ficticios, que
es lo que ocurre por ejemplo con Hernán Pérez del Pulgar,
el de las Hazañas, presunta novela histórica de Francisco
Martínez de la Rosa que da pábulo a disquisiciones del autor
de forma que la historia se convierte en solo un pretexto
para exponer teorías o documentos, allegándose a los géneros
de la biografía o el ensayo.
Tras muchos precedentes anteriores, la novela histórica solo
llega a configurarse definitivamente como género literario
en el siglo XIX a través de la veintena de novelas del erudito
escocés Walter Scott (1771-1832) sobre la Edad Media inglesa,
la primera de las cuales fue Waverley (1814); en realidad,
Scott, que fue un gran propagador del Romanticismo alemán
en Inglaterra, se inspiraba en una autora alemana poco conocida,
Benedikte Naubert (1752-1819), que escribía narraciones históricas
protagonizadas por personajes secundarios, no héroes.
La invasión normanda: una épica batalla del siglo XI por
el trono de Inglaterra.
Como señala Lukacs, Scott era un noble escocés empobrecido
que mitificó sus orígenes sociales como una especie de don
Quijote de la Mancha, algo que no se escapaba a las consideraciones
del propio Scott. La novela histórica nace, pues, como expresión
artística del nacionalismo de los románticos y de su nostalgia
ante los cambios brutales en las costumbres y los valores
que impone la transformación burguesa del mundo en el trascendental
momento del paso a la modernidad entre los siglos XVIII y
XIX. El pasado se configura así como una especie de refugio
o evasión, pero, por otra parte, permite leer en sí mismo
una crítica a la historia del presente, por lo que es frecuente
en las novelas históricas encontrar una doble lectura o interpretación
no solo de una época pasada, sino de la época actual. Este
género nuevo se separa claramente de la moralizante novela
pseudohistórica del siglo XVIII, cuya evolución define perfectamente
Louis Maigron: al principio hay una corriente idealista, que
pretende establecer "modelos" sobresalientes de virtud y es
de propósito moral y educativo; después progresa hacia un
tipo de novela pseudohistórica "realista" que no se centra
en figuras eminentes y donde la historia se introduce "sin
ostentación ni fracaso", con algún respeto por la verdad histórica:
el género aprende a no "travestirse grotescamente" de actualidad
que la desacredite. Luego vino un tipo de novela "pintoresca"
que introducía uno de los elementos esenciales del género:
el color local. Su propósito último, abiertamente moral y
educativo, el hecho de que esté protagonizada por héroes,
su cosmovisión asentada en valores contemporáneos, su discutible
verosimilitud y su lenguaje, poco respetuoso con la época
reflejada, impedían considerarlas estrictamente novelas históricas,
como por ejemplo Les incas (1777) de Jean-François Marmontel,
en Francia, o El Rodrigo (1793) del jesuita francoespañol
Pedro de Montengón.
Jean-François Marmontel, fue un escritor y dramaturgo francés.
Al terminar sus estudios en Toulouse, se trasladó a París
llamado por Voltaire, dándose a conocer con algunos poemas
y tragedias, entre ellas Denys le Tyran y Aristomène.
Por eso la melancólica fórmula literaria de Walter Scott
alcanzó un éxito inmenso y su influjo se extendió con el Romanticismo
como uno de los autores y símbolos principales de la nueva
estética. Discípulos de Walter Scott fueron, en la propia
Escocia, Robert Louis Stevenson con La flecha negra, El señor
de Ballantrae, Secuestrado o su segunda parte, Catriona; escribió
novela histórica el decadentista Walter Pater (Mario, el epicúreo)
y otros escritores del movimiento en Europa. En los Estados
Unidos de América destaca otro discípulo de Walter Scott,
James Fenimore Cooper (1789-1851), quien escribió El último
mohicano en 1826 y continuó con otras novelas históricas sobre
pioneros. En España la primera novela histórica de molde scottiano
fue Ramiro, Conde de Lucena (1823) de Rafael Húmara y Salamanca,
cuyo prólogo es un importante documento sobre el género. Siguieron
Jicotencal (1826), de Félix Mejía, mal atribuida a otros autores
y publicada en su exilio de Filadelfia, y, entre otras muchas,
Ramón López Soler con Los Bandos de Castilla (1830); Sancho
Saldaña o El Castellano de Cuéllar (1834) de José de Espronceda,
El doncel de Don Enrique el Doliente de Mariano José de Larra,
El señor de Bembibre (1844) de Enrique Gil y Carrasco y Francisco
Navarro Villoslada con Doña Blanca de Navarra (1846) y Amaya
o los vascos en el siglo VIII (1877) entre muchos otros, destacando
en especial las 46 novelas históricas de Benito Pérez Galdós
bajo el título general de Episodios nacionales (1872-1912)
y las 22 de Pío Baroja, ya en el siglo XX, bajo el de Memorias
de un hombre de acción (1913-1935). En Francia, siguieron
el ejemplo de Scott Alfred de Vigny (1797-1863), autor de
la primera novela histórica francesa, Cinq-mars (1826), y
después Víctor Hugo Nuestra Señora de París y Alexandre Dumas
(padre) y sus colaboradores, a los que les importaba sobre
todo la amenidad de la narración en obras como Los tres mosqueteros.
El reparto principal de Los 3 Mosqueteros en
la versión de 1993.
Posteriormente cultivaron el género Gustave Flaubert (Salambó),
las novelas históricas compuestas por Émile Erckmann y Alexandre
Chatrian, conocidos como Erckmann-Chatrian, y Anatole France
(Thaïs, entre otras). En Italia surgió una auténtica obra
maestra del género, I promessi sposi (o Los novios, editada
primeramente en 1823 y refundida después en dos entregas (1840
y 1842) por su mismo autor, Alessandro Manzoni. En ella se
narra la vida en Milán bajo la tiránica dominación española
durante el siglo XVII, aunque este argumento encubre una crítica
de la dominación austriaca sobre Italia en su época. Al español
fue traducida prontamente por Félix Enciso Castrillón y por
Juan Nicasio Gallego. Se consagró especialmente al género
Carlo Varese entre muchos otros autores y se tradujeron además
las obras de Cesare Cantù y Massimo d'Azeglio y, ya en el
siglo XX, hay que mencionar entre gran número de autores a
Umberto Eco, que hibrida los géneros de la novela filosófica,
policíaca e histórica en El nombre de la rosa y ejerce más
estrictamente los cánones del género en su Baudolino. También
escribió notables novelas históricas Valerio Massimo Manfredi.
En Alemania existía ya una novela histórica barroca (Andreas
Heinrich Buchholtz o Daniel Caspar von Lohenstein) y, tras
los importantes precursores que fueron Leonhard Wächter (1762-1837)
con obras como Sagen der Vorzeit, 1787, o Benedikte Naubert
(1752-1819), con otras tan populares como Walter de Montbarry
y Thekla de Thurn, tenemos a sus contemporáneos Ignaz Aurel
Fessler o Feßler (Atila, rey de los hunos, 1794) y August
Gottlieb Meissner o Meißer (Espartaco, 1792), por no hablar
de Kotzebue (Ildegerte, 1778) o Wieland (Der goldene Spiegel,
1772). Las más exitosas y leídas fueron Der Jesuit de Carl
Spindler y Agathocles, de Caroline Pichler. La filosofía de
la historia de Herder, para quien la Historia debe constituir
la estética y la ciencia, inspiró el Goetz von Berlichingen
de Goethe (1773) y más tarde la filosofía historicista de
Hegel. Fue sin embargo Achim von Arnim (1781-1831) el que
primero consiguió unir plenamente ficción e historia creando
la primera novela histórica alemana moderna en Die Kronenwächter
(1817); las de Willibald Alexis expresan el nacionalismo prusiano
del Romanticismo; hay que mencionar asimismo el Lichtenstein
de Wilhelm Hauff, las obras de Ludwig Tieck y especialmente
a Theodor Fontane, quien escribió su monumental Antes de la
tormenta (1878). El Das Odfeld ya pertenece al realista Wilhelm
Raabe (1888).
Caroline Pichler.
En el siglo XX el género se adapta a las innovaciones narrativas
en la obra de Alfred Döblin y el judeoalemán Lion Feuchtwanger,
y se consolida en la novela histórica del exilio, obra de
autores tan destacados como Heinrich y Thomas Mann, Bertolt
Brecht, Hermann Broch o Hermann Kesten, como respuesta a la
ideología nazi. En la Bélgica flamenca, la novela histórica
de Hendrik Conscience (1812-1883) El león de Flandes (1838)
fue fundamental para reactivar una lengua que había caído
en la diglosia respecto al francés, y siguió casi medio centenar
más del mismo autor. En Rusia, otro discípulo de Scott, el
romántico Aleksandr Pushkin compuso notables novelas históricas
en verso y la más ortodoxa La hija del capitán (1836). Allí
se escribió también otra cima del género, la monumental Guerra
y paz de León o Lev Tolstói (1828-1910), epopeya de dos emperadores,
Napoleón y Alejandro, donde aparecen estrechamente entrelazados
los grandes epifenómenos históricos y la intrahistoria cotidiana
de cientos de personajes. El simbolista Dmitri Merezhkovski
(1861-1945), por otra parte, indagó en los orígenes conflictivos
del Cristianismo en La muerte de los dioses (1896), sobre
el emperador Juliano el Apóstata. En Polonia la novela histórica
fue un género muy popular; lo cultivó en el Romanticismo Józef
Ignacy Kraszewski y después Aleksander Glowacki (Faraón, en
1897), aunque sobre todo se conoce internacionalmente al premio
Nobel Henryk Sienkiewicz, quien compuso una trilogía sobre
el siglo XVII formada por A sangre y fuego (1884) El diluvio
(1886) y El señor Wolodyjowski (1888).
Eugen Berthold Friedrich Brecht fue un dramaturgo y poeta
alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del
teatro épico, también llamado teatro dialéctico.
Continuó luego con Los caballeros teutones (1900), ambientada
en el siglo XV, y con la algo anterior y considerada su obra
maestra, Quo vadis? (1896) en que se evocan los comienzos
del cristianismo en la Roma pagana y la primera persecución
del Cristianismo, desatada por el emperador Nerón. Los escritores
del realismo no se dejaron influir por el origen romántico
del género y lo utilizaron sobre todo buscando el pasado temprano
para explicar, documentar o de algún modo reflejar el presente.
Destacan Charles Dickens con Barnaby Rudge (1841) o Historia
de dos ciudades (1859), esta última sobre la Revolución Francesa
y sus repercusiones en París y Londres. También lo ejercieron
Gustave Flaubert (Salambô, 1862, sobre Cartago) o Benito Pérez
Galdós con un ciclo de 47 novelas históricas que denominó
Episodios nacionales y abarcan casi toda la historia reciente
del siglo XIX español. En el siglo XX el éxito de la novela
histórica se prolongó. Sintieron predilección por el género
escritores como el finés Mika Waltari (Sinuhé, el egipcio
o Marco, el romano); Robert Graves, (Yo, Claudio, Claudio,
el dios, y su esposa Mesalina, Belisario, Rey Jesús...); Winston
Graham, quien compuso una docena de novelas sobre Cornualles
a finales del siglo XVIII; Marguerite Yourcenar (Memorias
de Adriano); Noah Gordon, (El último judío); Naguib Mahfouz
(Ajenatón el hereje), Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino),
Valerio Massimo Manfredi, los españoles Juan Eslava Galán
y Arturo Pérez-Reverte y muchos otros que han cultivado el
género de forma más ocasional. Puede hablarse asimismo de
una novela histórica hispanoamericana que —con los precedentes
de Enrique Rodríguez Larreta (La gloria de don Ramiro, 1908)
y el argentino Manuel Gálvez— se halla representada por el
cubano Alejo Carpentier (El siglo de las luces o El reino
de este mundo, entre otras), el argentino Manuel Mujica Lainez
con Bomarzo, El unicornio y El escarabajo, el colombiano Gabriel
García Márquez (El general en su laberinto, acerca de Simón
Bolívar), el peruano-español Mario Vargas Llosa (El paraíso
en la otra esquina, sobre la escritora peruana del siglo XIX
Flora Tristán), la chilena Isabel Allende (La casa de los
espíritus, sobre el golpe de estado del general Augusto Pinochet),
los puertorriqueños Luis López Nieves El corazón de Voltaire
y Mayra Santos-Febres Nuestra Señora de la Noche, etc.
Isabel Allende nos transporta a épocas
pasadas.
Una clase particular de obras dentro de la novela histórica
hispanoamericana la constituye la novela de dictador, inspirada
por el precedente de Tirano Banderas del escritor gallego
de la generación del 98 Ramón María del Valle-Inclán. Abre
el grupo El señor presidente, del premio Nobel guatemalteco
Miguel Ángel Asturias, y los siguen El otoño del patriarca,
de Gabriel García Márquez, Yo el supremo el, de Augusto Roa
Bastos (sobre el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia),
La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa (sobre el dictador
de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo) y la
del escritor mexico-guatemalteco Óscar René Cruz Oliva Rafael
Carrera: El presidente olvidado (2009).
Más allá del precursor del siglo XV Pedro de Corral, y frustrado
por la muerte el deseo de Miguel de Cervantes de escribir
una novela histórica sobre Bernardo del Carpio, hay que consignar
las novelas pseudohistóricas de intención didáctica y moral
de Pedro de Montengón (1745-1824), El Rodrigo (acerca de la
pérdida de España por los visigodos) y Eudoxia. Posteriormente,
destaca El negro Juan Latino, de Vicente Rodríguez de Arellano
(1805), una novela en torno a una anécdota histórica, si bien,
a pesar de la fecha en que se publicó, aún distaba mucho de
lo que sería habitual en el género durante el Romanticismo.
Así pues, la primera novela histórica romántica en español
fue la escrita por Rafael Húmara, Ramiro, conde de Lucena
publicada en París en 1823, provista de un importante prólogo
sobre el género. Juan Ignacio Ferreras distingue dos tipos
principales de novela histórica en la España del siglo XIX:
novela histórica liberal y novela histórica moderada. De la
segunda nació la novela histórica regional; de cualquiera
de las dos, la novela arqueológica de Francisco Javier Simonet,
Rodrigo Amador de los Ríos, Gregorio González de Valls y J.
R. Mélida. Por último consigna el género de la novela histórica
nacional o episodio nacional.
Galdós, un clásico centenario y muy actual.
En ella se pretende "la ruptura y la exaltación del yo individual
y casi lírico". Suele recoger la historia de España con una
visión política y desde luego crítica; es antitradicional
"porque intenta negar ciertos valores institucionalizados
y finalmente narra un momento presente, coetáneo, aunque para
hacerlo tome del pasado histórico sus puntos de referencia".
Es crítica porque pone en duda ciertos valores tradicionalmente
admitidos y esta crítica será transmitida a los realistas
y a algunos naturalistas del último cuarto de siglo. Es, sin
duda, la más original y la que propone nuevas soluciones al
arte narrativo. Produce, como ya se ha dicho, el episodio
nacional de Benito Pérez Galdós y Pío Baroja, y sus temas
preferentes se transformarán en tópicos literarios de toda
la izquierda burguesa: la batalla de Villalar, Juan de Padilla,
Felipe II y su hijo Don Carlos, etc.) Producirá además una
corriente anticlerical y otra obrerista o populista. Figuran
en este grupo Félix Mejía con Jicotencal (1826), novela publicada
en Filadelfia sobre la conquista de México por Hernán Cortés
que trasparenta la amenaza de invasión de las repúblicas independientes
de Hispanoamérica por la Santa Alianza; Patricio de la Escosura
con El conde de Candespina (1832), Ni rey ni Roque (1835)
y El patriarca del valle (1848-1849), donde logra referirse
a la evolución del liberalismo exaltado. Mariano José de Larra
con El doncel de don Enrique el Doliente (1834). José de Espronceda
con Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar. Novela histórica
del siglo XIII (1834). José García de Villalta con El golpe
en vago, cuento de la decimoctava centuria (1834), novela
antijesuítica. Eugenio de Ochoa, con El auto de fe (1837),
una de las más grandes novelas históricas liberales. Gertrudis
Gómez de Avellaneda, con Sab (1841), Espatolino (1844) y Guatimozín,
el último emperador de Méjico (1846). Wenceslao Ayguals de
Izco con Ernestina (1848) y El Tigre de Maestrazgo (1846-1848).
Benito Vicetto Pérez escribió Los hidalgos de Monforte (1851),
Rojín Rojel o el paje de los cabellos de oro (1855) y otros
títulos. Vicente Barrantes y Moreno destaca por Juan de Padilla
(1855-1856), prohibida por la autoridad eclesiástica.
Es la novela histórica "pura", la que mejor se incrusta en
las corrientes novelescas europeas. Es también la más equilibrada
y la más rica, siempre que logra escapar del dualismo político.
No es auténticamente romántica, ya que trata más de recrear
un universo histórico que de exaltar el yo individualizado:
no hay, pues, una ruptura o crítica, y sí una exaltación de
los valores tradicionales; el pasado ofrece un refugio a la
derrotada ideología aristocrática del Antiguo Régimen. Fue
la primera en aparecer con Rafael Húmara y Salamanca, con
su Ramiro, conde de Lucena (1823), de tema hispanoárabe. En
inglés escribe Telesforo Trueba y Cossío su The Castilian
or the Black Prince in Spain. Ramón López Soler se especializó
en el género: Los bandos de Castilla o El caballero del Cisne
(1830), Henrique de Lorena (1832), El primogénito de Alburquerque
(1833), La catedral de Sevilla (1834) y otras. Estanislao
de Cosca Vayo (o Kotska Bayo) escribió una gran novela: La
conquista de Valencia por el Cid (1831). Juan Cortada y Sala
escribe una especie de poemas en prosa que denomina romances
históricos: Tancredo en Asia (1833) se ambienta en las Cruzadas;
La heredera de San Gumí (1835) lo está en el siglo XII catalán;
también de historia catalana es su El bastardo de Entença
(1838). Francisco Martínez de la Rosa intenta una reconstrucción
histórica monumental en eruditas y documentadas novelas: Doña
Isabel de Solís, reina de Granada (1837-1846), 3 vols., y
Hernán Pérez del Pulgar, el de las hazañas (1834), historia
anovelada que es casi novela histórica. Ignacio Pusalgas y
Guerris explota el tema americano: El nigromántico mejicano
(1838) y El sacerdote Blanco (1839) tratan respectivamente
de la conquista de México y de Cuba por los españoles, con
paralelas historias de amor en la guerra. Otros autores son
Vicente Boix, Tomás Aguiló, Enrique Gil y Carrasco, Pablo
Alonso de la Avecilla, Manuel Fernández y González, Víctor
Balaguer, Francisco Navarro Villoslada, Antonio Trueba, Isidoro
Villaroya, Juan Ariza, Víctor África Bolanguero, Antonio Cánovas
del Castillo y otros muchos.
En América la primera novela histórica publicada en castellano
fue la anónima publicada en Filadelfia en 1826, Jicotencal,
sobre la sujeción de Tlaxcala por Hernán Cortés para conquistar
a los aztecas. Esta obra ha sido atribuida a los cubanos Félix
Varela y José María de Heredia y hasta ha sido atribuida a
un triunvirato de exiliados hispanoamericanos en el que Heredia
habría redactado el texto original, el ecuatoriano Vicente
Rocafuerte lo revisó y Varela lo entregó para su publicación,
pero en la actualidad ya parece definitivamente atribuida
al periodista liberal español Félix Mejía. Existía una novela
histórica un poco anterior escrita en inglés por españoles
emigrados: Vargas (1822), atribuida a José María Blanco White;
Don Esteban y Sandoval or the Freemason (ambas de 1826), de
Valentín Llanos; o Gómez Arias or the Moors of the Alpujarras
(1826) y The Castilian (1829) de Telesforo de Trueba y Cossío.
Hernán Cortés vence en Tenochtitlan.
Mucho más recordadas son las aportaciones de Mariano José
de Larra (1809-1837, El doncel don Enrique el Doliente) y
José de Espronceda (1808-1842, Sancho Saldaña o el castellano
de Cuéllar). Con El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil
y Carrasco, donde se narran los amores de Álvaro y Beatriz
sobre el telón de fondo de la extinción de la Orden del Temple,
se recrea un mundo onírico y legendario. Amaya o Los vascos
en el siglo VIII, del escritor carlista Francisco Navarro
Villoslada obedece igualmente a un nacionalismo típicamente
romántico, mientras que las obras anteriores obedecen más
bien a la nostalgia burguesa por la desaparición del pasado,
vinculable al nacimiento de otros géneros del Romanticismo
como el artículo de costumbres. Entre los autores que la cultivaron
figuran Ramón López Soler (1806-1836), Estanislao de Kotska
Vayo, Francisco Martínez de la Rosa, Serafín Estébanez Calderón,
José Somoza, Eugenio de Ochoa, José María de Andueza, Antonio
Cánovas del Castillo, José García de Villalta, Patricio de
la Escosura, Juan de Dios Mora, Benito Vicetto, Juan Cortada,
Víctor Balaguer, Salvador García Bahamonde... Sin embargo,
la novela histórica más popular fue la escrita por entregas
por el fecundo literato Manuel Fernández y González (1821-1888),
quien, a caballo entre el Romanticismo y el Realismo, se hizo
famoso por obras consagradas a un público más amante del sensacionalismo
como El cocinero de Su Majestad, La muerte de Cisneros o Miguel
de Mañara. El novelista del Realismo Luis Coloma sintió una
especial inclinación al género, al cual ofreció las obras
Pequeñeces (1891), sobre la sociedad madrileña de la Restauración,
Retratos de antaño (1895), La reina mártir (1902), El marqués
de Mora (1903) y Jeromín (1909), esta última sobre don Juan
de Austria.
La cima indudable de la novela histórica española la representa
una larga serie de 46 novelas, los Episodios nacionales (1872-1912)
del novelista del Realismo Benito Pérez Galdós, que cubren
gran parte del siglo XIX extendiéndose desde la batalla de
Trafalgar y la guerra de la Independencia española hasta la
Restauración y ofrecen una versión didáctica de la historia
de España de ese siglo contraponiendo personajes liberales
y reaccionarios. Un periodo casi semejante, pero que hace
mayor hincapié en las luchas entre liberales y carlistas y
contemplado desde un punto de vista más sombrío y pesimista,
es el cubierto por las Memorias de un hombre de acción de
Pío Baroja, centradas en la trayectoria de un antepasado suyo,
el aventurero y conspirador liberal Eugenio de Aviraneta.
Entre 1913 y 1935 aparecieron los veintidós volúmenes de que
consta, reflejando los acontecimientos más importantes de
la historia española del siglo XIX, desde la Guerra de la
Independencia hasta la regencia de María Cristina, pasando
por el turbulento reinado de Fernando VII. Entre ambos hay
que mencionar también la que según el gran crítico Julio Cejador
es la novela histórica "más clásica en fondo y forma que se
ha escrito en España y puede pasearse con las mejores de fuera
de ella", Syncerasto, el parásito, novela de costumbres romanas
(1908), de Eduardo Barriobero. También hay que mencionar Sónnica,
la cortesana (1901), de Vicente Blasco Ibáñez. Ramón María
del Valle-Inclán se aproximó al género a través de dos trilogías:
La guerra carlista, compuesta por Los cruzados de la causa
(1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de
antaño (1909). Sobre el reinado de su aborrecida reina Isabel
II compuso una segunda trilogía, El ruedo ibérico, formada
por La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928)
y Baza de espadas, que apareció póstuma. Durante el régimen
franquista la novela histórica española se limitó de forma
casi monomaniaca al tema de la guerra civil española.
Vicente Blasco Ibáñez, excesivo y carismático.
Quizá la mejor de estas obras por lo que toca al bando de
los vencedores sea la de Agustín de Foxá, Madrid, de corte
a checa, aunque fue más popular José María Gironella con su
trilogía Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos
y Ha estallado la paz, entre otras obras, donde examina la
contienda a través de las vicisitudes en ella de una familia,
los Alvear. Este tema fue obsesivo incluso entre los escritores
exiliados (Ramón J. Sender, con su gran enealogía Crónica
del alba, inspirada en sus propios recuerdos, pero que solo
aborda la Guerra Civil en las últimas tres novelas. Ambientó
también en la Guerra Civil sus obras maestras Réquiem por
un campesino español y Los siete libros de Ariadna y cultivó
también asiduamente la novela histórica sobre asunto más lejano
en el tiempo (Mister Witt en el cantón, Bizancio, La aventura
equinoccial de Lope de Aguirre, El bandido adolescente etc.)
Arturo Barea cultiva una prosa llena de fuerza y amenidad
en su trilogía La forja de un rebelde, formadas por tres novelas
que se desarrollan durante la infancia del autor en Madrid
antes de la Guerra Civil, la guerra de Marruecos y la Guerra
Civil; Max Aub con las seis novelas del ciclo El laberinto
mágico: Campo cerrado (1943), Campo de sangre, (1945), Campo
abierto, (1951), Campo del moro (1963), Campo francés (1965)
y Campo de los almendros (1968), o Manuel Andújar, con su
trilogía Vísperas y Lares y penares). Ricardo Fernández de
la Reguera y Susana March, publicaron varios Episodios Nacionales
Contemporáneos, siguiendo la idea de Pérez Galdós y centrándose
en el primer tercio del siglo XX. Sin embargo, fuera de esta
temática, la posguerra española ofreció un testimonio excepcional
de novela histórica sobre el mestizaje de españoles e indios
en El corazón de piedra verde (1942) de Salvador de Madariaga.
Susana March Alcalá fue una popular escritora española principalmente
de poesía y novelas rosas, en colaboración con su marido el
escritor Ricardo Fernández de la Reguera, escribió los Episodios
nacionales contemporáneos. Su hermana fue la también escritora
Teresa March.
La restauración democrática supuso una revitalización del
género, que se enriqueció con una temática más diversa. Iniciaron
esta corriente autores como Jesús Fernández Santos con Extramuros
(1978) o Cabrera, sobre los prisioneros franceses de la Guerra
de la Independencia o El griego, sobre el pintor cretense
afincado en Toledo el Greco, o como José Esteban, que en El
himno de Riego (1984) refleja las meditaciones del autor de
la revolución española de 1820, Rafael del Riego, horas antes
de ser ejecutado y en La España peregrina (1988) escribe el
diario del general José María de Torrijos y pasa revista a
los otros emigrados liberales españoles en Londres bajo el
punto de vista de José María Blanco White. José María Merino,
por otra parte, escribió una trilogía de novelas históricas
destinadas al público juvenil entre los años 1986 y 1989 formada
por El oro de los sueños, La tierra del tiempo perdido y Las
lágrimas del sol, en que desarrolla la historia del adolescente
mestizo Miguel Villacel Yölotl, hijo de un compañero de Cortés
y una india mexicana. Posteriormente, algunos autores se consagraron
especialmente al género, como Juan Eslava Galán, Terenci Moix,
Arturo Pérez-Reverte, Antonio Gala o Francisco Umbral. La
aportación de Fernando Savater fue una novela epistolar sobre
una de sus aficiones, Voltaire, titulada El jardín de las
dudas. Incluso autores más veteranos echaron su cuarto a espadas,
como Miguel Delibes, que se acercó a la Inquisición y al protestantismo
español en el siglo XVI con la novela El hereje, o Gonzalo
Torrente Ballester, que con Crónica del rey pasmado ofreció
una visión humorística de la España del joven rey Felipe IV.
El historiador Santiago Castellanos sería otro exponente de
la novela histórica, especializándose en lo referente al Imperio
romano, destacando las novelas Martyrium: El ocaso de Roma,
de 2012, y Barbarus. La conquista de Roma, de 2015. Existió
también una novela histórica en catalán, cuyo primer ejemplo
es L'orfeneta de menargues (1862) de Antoni de Bofarull. Cuenta
con una decena de testimonios más entre 1862 y 1882. El único
tema común que une a todas estas obras, según su estudioso
Jordi Tiñena, es "el restablecimiento del orden". En cuanto
a la novela histórica en gallego, su primer exponente es posterior
al catalán: A tecedeira de Bonaval (1894), de Antonio López
Ferreiro. En vasco, se puede considerar pionera del género
Auñemendiko Lorea (1898) de Txomin Agirre.
En 2003 nos dejaba Terenci Moix, cuyas cenizas
descansan en el Valle de los Reyes.
Emparentada con la historia novelada, en el siglo XX se produce
la variante de la ficción documental; incorpora "no solo personajes
y eventos históricos, sino también informes de eventos cotidianos"
que se encuentran en periódicos contemporáneos; por ejemplo
USA (1938) y Ragtime (1975) de Edgar L. Doctorow.
La belga Marguerite Yourcenar escribió en primera persona
Memorias de Adriano (1951), un aclamado éxito popular y de
crítica sobre el emperador romano Adriano. Margaret George
ha escrito biografías ficticias de personajes históricos:
The Memoirs of Cleopatra (1997) y Mary, called Magdalene (2002).
Ejemplos anteriores son Pedro I (1929–34) del conde Aleksey
Nikolaievich Tolstoi, y Yo, Claudio (1934) y Rey Jesús (1946)
de Robert Graves. Otras series de novelas biográficas recientes
incluyen Conqueror and Emperor de Conn Iggulden y Cicero Trilogy
de Robert Harris.
Los misterios históricos o historical whodunits son un género
mestizo entre la novela criminal o de misterio y la histórica,
y se ubican por el autor en un pasado distante, aunque la
trama implica la resolución de un misterio o crimen (generalmente
asesinato). Aunque las obras que combinan estos géneros han
existido al menos desde principios de 1900, se ha convertido
en un género muy importante y cultivado, con gran número de
obras sobresalientes. Incluso se ha creado un nuevo tipo de
personaje, el falso "detective histórico". Entre los escritores
de este subgénero pueden mencionarse entre muchos a Robert
van Gulik, Josephine Tey, Lillian de la Torre, Ellis Peters,
Paul Doherty, Umberto Eco, Luis García Jambrina, Arturo Pérez
Reverte, Lindsey Davis ...
A veces un autor reconstruye la historia de sus propios antepasados,
como Alex Haley. También se han retratado temas románticos
o series de novelas que describen un linaje familiar, como
hizo Winston Graham en sus novelas ambientadas en el Cornualles
de fines del siglo XVIII o Isabel Allende en La casa de los
espíritus. Otros autores de este tipo son Georgette Heyer,
una especie de heredera de Jane Austen, Ignacio Agustí con
sus novelas sobre la familia Rius y la burguesía catalana
o Diana Gabaldón con sus novelas sobre las guerras jacobitas
del siglo XVIII.
Algunas novelas históricas exploran la vida en el mar: Robert
Louis Stevenson fue el primero con La isla del tesoro (1883),
y siguió Emilio Salgari con la serie de Sandokán (1895-1913).
C. S. Forester escribió novelas sobre el capitán Horacio Hornblower,
y Patrick O'Brian también formó un ciclo novelístico, entre
muchos otros.
Diana J. Gabaldon es una escritora estadounidense
conocida por la saga de novelas Forastera (Outlander en su
idioma original). En sus libros se desarrolla una trama que
mezcla varios estilos como pueden ser la ficción histórica,
la novela romántica, el misterio, la aventura y la fantasía.
Con la historia alternativa, ucronía o fantasía histórica,
se trata en este tipo de narraciones de describir una historia
que pudo ser y no fue, como si estuviera ocurriendo en un
universo divergente o paralelo. No debe confundirse con la
pseudohistoria. En Pavane / Pavana (1968) de Keith Roberts
la reina Isabel I de Inglaterra fue asesinada en julio de
1588 e Inglaterra fue conquistada por Felipe II, convirtiéndose
en una potencia católica; el protestantismo ha sido destruido,
y, como consecuencia, domina un cesaropapismo abrumador y
la revolución industrial ha sido muy tardía: en el siglo XX
todavía no hay motores de gasolina ni electricidad. Un argumento
diferente ofrece Britania conquistada (2002) de Harry Turtledove.
En El hombre en el castillo (1962) de Philip K. Dick, primero
en ingeniar este tipo de novelas, se describe una historia
distinta tras la II Guerra Mundial y un novelista se imagina
que en realidad los aliados ganaron la guerra; también ha
vencido el Eje (aunque Stalin sigue combatiendo) en Patria
(1992) de Robert Harris. La conjura contra América (2004)
es una novela de Philip Roth donde Franklin Delano Roosevelt
es derrotado en la elección presidencial de 1940 por Charles
Lindbergh y un fascista antisemita se establece el gobierno.
Jesús Torbado ensayó el género con En el día de hoy, en la
que la República ha ganado la Guerra civil española o Danza
de tinieblas (2005) de Eduardo Vaquerizo, en donde Felipe
II ha fallecido, Juan de Austria reina y España se ha vuelto
protestante. Hay muchos otros ejemplos, como La Roma eterna
de Robert Silverberg, en la que el Imperio Romano sobrevive
hasta nuestros días. Con frecuencia es este un género mestizo,
que cruza la novela histórica con la ciencia-ficción utópica,
ucrónica o distópica. Y posee unas aún escasas ramificaciones
cinematográficas, como en Inglourious Basterds o Once Upon
a Time in Hollywood de Quentin Tarantino.
Un subgénero prominente dentro de la ficción histórica es
la novela histórica para niños, provista muy a menudo de inclinación
pedagógica. en el ámbito anglosajón, por ejemplo, Mildred
D. Taylor y Geoffrey Trease, pero también en el hispánico
(por ejemplo, José María Merino con El oro de los sueños,
etc.). Hay guionistas-dibujantes que crean novelas gráficas
que son históricas: 300, por ejemplo, de Frank Miller, en
torno a la batalla de las Termópilas, o la serie Age of Bronze
de Eric Shanower, que narra la Guerra de Troya, entre muchas
otras.
La ucronía es un género literario que también
podría denominarse novela histórica alternativa y que se caracteriza
porque la trama transcurre en un mundo desarrollado a partir
de un punto en el pasado en el que algún acontecimiento sucedió
de forma diferente a como ocurrió en realidad (por ejemplo,
los vencidos de determinada guerra serían los vencedores,
o tal o cual rey continuó reinando durante mucho tiempo porque
no murió fruto de las heridas recibidas). La ucronía especula
sobre realidades alternativas ficticias, en las cuales los
hechos se han desarrollado de diferente forma de como los
conocemos. Esa línea histórica se desarrolla a partir de un
evento histórico extensamente conocido, significativo o relevante,
en el ámbito universal o regional. Ese momento o acontecimiento
común que separa a la realidad histórica conocida de la realidad
ucrónica se llama punto Jonbar o punto de divergencia.
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