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Los antecedentes históricos son cruciales para comprender un conflicto
bélico, si bien una invasión resulta pocas veces justificable. Ucrania,
un país oprimido durante el período soviético donde las identidades
nacionales fueron suprimidas en favor de la cultura rusa, es un
territorio diverso donde conviven distintas lenguas y etnias. Tras
la caída de la Unión Soviética empiezan a brotar las identidades
de judíos, polacos y, por supuesto, ucranianos. La independencia
de Ucrania en 1991 no ahuyenta el sentimiento de pertenencia de
los rusos que, durante los años de la URSS, pasaron largas temporadas
en territorio ucraniano. En el país, desde entonces, se despertaron
los anhelos de incorporarse a la Unión Europea, un movimiento que
Rusia siempre miró con recelo. El Kremlin, aprovechando la inestabilidad
política y la corrupción en las instituciones ucranianas, ha justificado
su paulatina intromisión en la zona durante los últimos años.
Por otro lado, la Revolución Naranja de 2004 y la del Euromaidán
diez años después reforzaron la identidad ucraniana. Mientras que
en la primera cristalizaron las protestas contra un presunto amaño
en las elecciones presidenciales del mismo año, la de 2014 sirvió
para derrocar al prorruso Viktor Yanukovich por suspender el acuerdo
de asociación con Europa para ingresar en la Unión Europea.
Sin embargo, el episodio ineludible para comprender la contienda
actual es la guerra del Donbás en 2014, que se desencadena tras
la anexión de Crimea por parte de Rusia con un referéndum anticonstitucional.
La ciudad, situada al este del país, se convierte en escenario de
un encarnizado enfrentamiento civil entre separatistas rusos, apoyados
por el gobierno de Vladímir Putin, y nacionalistas ucranianos. Desde
entonces Rusia no dejó de sospechar de la alianza entre Ucrania,
ahora liderada por Volodímir Zelenski, y las fuerzas europeas, hasta
que lanzó el primer ataque para la invasión el 24 de febrero de
2022. Estos libros desentrañan la historia y la realidad actual
de un país que ha conmocionado al mundo este año, motivando la solidaridad
de toda Europa, que —al menos desde una óptica propagandística—
se ha alineado a su favor.
A estas alturas del conflicto Putin culmina la militarización de
la sociedad: “Por el presidente, por el ejército, por Rusia” Los
lemas y carteles bélicos impregnan toda la vida mientras las autoridades
preparan nuevas medidas para castigar a los ‘traidores’: aquellos
que dejaron el país o no desean una victoria en la guerra.
La autora ucraniana Zanna Sloniowska (Lviv, 1978) vive en Polonia
y escribe en polaco, pero ambienta su novela, recuperada por Alianza
para la “ocasión”, en las últimas cuatro décadas de su ciudad natal,
la del título. Una vidriera en Leópolis es una radiografía de la
compleja sociedad ucraniana, heredera de nacionalidades austriacas,
soviéticas, alemanas, polacas, judías…
Sloniowska cuenta la historia de unas mujeres —bisabuela, abuela,
madre e hija— que representan a cuatro generaciones. El funeral
de la soprano Marianna, madre de la narradora, es el impulso de
la historia, pues termina convertido en una manifestación política
espontánea. Desde entonces, florecen a lo largo de las páginas símbolos
como la bandera, la importancia de la ópera en Ucrania o el rol
de la mujer en las revoluciones.
El poeta Serhiy Zhadan vive en Járkov, la parte más oriental de
Ucrania, a muy pocos kilómetros de Rusia, y se negó a abandonar
la ciudad para ayudar al ejército, después de que las tropas de
Putin entraran a las pocas semanas. Las generaciones más jóvenes
conocen sus poemas de memoria. Además, habla inglés y alemán, así
que se dedica a visitar otros países y explica lo que está pasando.
En octubre estuvo en la Feria de Fráncfort recogiendo el Premio
de la Paz de los libreros alemanes e impartió una charla sobre la
información en Ucrania.
La novela Orfanato está dedicada a la Guerra del Donbás, en 2014.
Es la historia de Pasha, un maestro de 35 años, y la búsqueda de
su sobrino, que se encuentra atrapado en un orfanato al otro lado
del frente de batalla. Las subtramas albergan las negociaciones
en el campo de batalla, escenario de conflictos morales donde el
sufrimiento nunca se doblega a la dignidad. Algunos críticos la
han comparado con La carretera, de Cormac Mc Carthy.
“Este libro no pertenece” a la “catarata urgente de novedades”
que desató la invasión rusa, tal y como honestamente anuncia la
editorial Libros del K. O. en la contraportada. Borja Lasheras recoge
en este ensayo sus impresiones de estancia en Ucrania tras la revolución
del Euromaidán. De alguna forma, es el retrato de un país que pudo
ser y no fue porque las tropas amputaron su futuro. El testimonio
de artistas e intelectuales se mezcla con las aspiraciones de la
gente de la calle, que sobrevive en un entorno multiétnico marcado
por su pasado soviético, la sombra demasiado alargada de Rusia y
la importancia de la situación estratégica de Ucrania en el mapa
europeo.
Hasta cuatro millones de muertos en Ucrania es el saldo que dejó
la ocupación soviética en el país. Encarada como una crónica que
se lee igual que una novela, La guardiana de recuerdos de Kyiv recupera
un vergonzoso episodio que comenzó en 1929. El gobierno de Stalin
ocupa el país con la política de la colectivización agrícola como
carta de presentación. El Holodomor, además de dejar la estela de
una terrible hambruna, es la historia de una represión sin precedentes.
El diario que una viuda encuentra de su abuela funciona como vector
dramático de esta narración arrasadora. Sin duda, se trata de un
episodio que ofrece claves sobre el actual conflicto.
Este diario sí está pegado a la realidad más inmediata. Andréi
Kurkov, uno de los novelistas más prestigiosos de Ucrania, testimonia
lo vivido durante la invasión de las tropas rusas. Enemigo declarado
de Putin, elabora una crónica feroz acerca de las fatigas que sus
compatriotas están sufriendo por culpa de la decisión del presidente
de Rusia. Entre tanto, la narración se aproxima al impacto emocional.
Kurkov nos habla en Diario de una invasión de la solidaridad de
los ucranianos en el frente de guerra, al tiempo que rebusca en
la historia de la nación para tratar de explicar la sociedad del
presente.
Con un planteamiento similar a La guardiana de recuerdos de Kyiv,
Victoria Belim rescata en esta novela el misterio que se cierne
en torno a su tío bisabuelo Nikodim. El episodio pertenece a la
década de 1930, por lo que podemos imaginar que la URSS tendrá una
importancia significativa en su desaparición. Con los resortes del
thriller, la autora logra armar un relato que se adscribe, también,
a la novela histórica.
Además, Vika, la protagonista, investiga sobre el suceso en 2014,
cuando Ucrania libra una batalla civil en Donbás, territorio de
rusoparlantes y nacionalistas ucranianos. La narración está cuajada
de detalles ambientales y describe minuciosamente sabores y olores,
por lo que la sensación de estar viviendo la historia se acrecienta
conforme avanza la lectura.
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Esta sátira de la Revolución rusa y el triunfo del
estalinismo, escrita en 1945, se ha convertido por derechos propio
en un hito de la cultura contemporánea y en uno de los libros más
mordaces de todos los tiempos.
Una prodigiosa historia real, un relato bellísimo
de supervivencia y una indagación en el alma humana, referida con
una gracia y una pasión excepcionales: es decir, una pieza literaria
de primer orden, a la altura de obras cumbre sobre el gulag, como
las de Aleksandr Solzhenitsyn, Eugenia Ginzburg o Varlam Shalámov.
Evgenia Ginzburg, profesora de Historia y Literatura
en la Universidad de Kazán, madre de dos hijos y esposa de Pavel
Aksonov, miembro del Comité Central Ejecutivo de la URSS, se negaba
a creer, en febrero de 1937, lo que ya era evidente. Dos años antes,
el asesinato de Kírov había marcado el inicio de las inquietudes,
de las sospechas y de los interrogantes. En una palabra, de lo que
iban a ser las grandes purgas en el seno del partido bolchevique.
Evgenia necesitó un tiempo para entender hasta dónde estaban dispuestos
a llevar esa locura los dirigentes del aparato ideológico. Pero
la realidad se impuso: en agosto de ese mismo año, tras varios meses
de encarcelamiento e interrogatorios extenuantes y crueles, le fue
comunicada su condena: diez años de trabajos forzados. Su primer
destino fue una diminuta celda donde pasaría dos años. A partir
de entonces, y hasta el cumplimiento total de su condena, Evgenia
relata una odisea de hambre, frío, enfermedad. No pudo regresar
a Moscú hasta 1955, dos años después de la muerte de Stalin. Evgenia
Ginzburg murió en 1977 sin llegar a ver publicadas sus memorias,
Duro viaje, en Rusia, donde siempre circularon de forma clandestina.
Tras la muerte de Stalin en 1953 y habiendo realizado
recursos a varias autoridades para que su caso fuera reconsiderado,
fue puesta en libertad el 25 de junio de 1955 y se le permitió volver
a Moscú. Tras su regreso a Moscú trabajó como periodista y continuó
redactando sus memorias llamadas "Krutói marshrut" (Duro viaje),
obra publicada en castellano bajo el título de El vértigo. Falleció
en Moscú a la edad de 72 años.
En 1972 Varlam Shalámov se retractó de sus Relatos,
sin duda por presiones del régimen soviético. A causa de su deteriorada
salud, pasó los tres últimos años de su vida en una residencia para
escritores ancianos e incapacitados en la ciudad de Túshino. Falleció
el 17 de enero de 1982 y fue sepultado en el Cementerio Kúntsevo
de Moscú. Su obra se publicó finalmente en la Unión Soviética en
1987, durante la época de apertura de Mijaíl Gorbachov. Actualmente,
su obra es estudiada en los centros de educación secundaria de la
Federación de Rusia. Los Relatos de Kolymá, en seis volúmenes, se
publicaron en español en 2013. El tomo VI de la edición española
contiene sus ensayos. Desde 1954 hasta 1973 trabajó en su libro
de relatos cortos sobre la vida en el campo de trabajo, los Relatos
de Kolymá. Fue rehabilitado en 1956 y se le permitió regresar a
Moscú. En 1957 empezó a trabajar como corresponsal del diario Moskvá,
y comenzó a publicar sus poemas. Su salud, sin embargo, había quedado
afectada por su prolongada estancia en los campos y recibió una
pensión de invalidez.
Los Relatos de Kolymá han tenido varias adaptaciones
televisivas. En 1988 Tom Roberts dirigió para la televisión The
Death Train, basándose en relatos y testimonios de escritores conocedores
del gulag y las purgas políticas, como el polaco Gustaw Herling-Grudzinski
o el ruso Vasili Grossman. En 2007 se estrenó la miniserie televisiva
Zaveschániye Lénina (El testamento de Lenin). Dirigida por Nikolái
Dóstal, se inspira de nuevo en los Relatos de Kolymá. El actor Vladímir
Kapustin interpreta el personaje del escritor, Varlam Shalámov.
Además de su gran obra, los Relatos de Kolymá, Shalámov escribió
una serie de ensayos autobiográficos sobre su juventud en Vólogda,
en la gran tradición rusa del siglo XIX.
Dimitri Panine sirvió como modelo a Aleksandr Solzhenitsyn
para el personaje de Solohdine, uno de los héroes de su libro «El
primer Círculo». Detenido en 1940 por hacer declaraciones en contra
de Stalin, este ruso pasó quince años en los campos de trabajo soviéticos.
Quince largos años en los que su férrea voluntad le permitió sobrevivir
en el campo de Viatka al terrible invierno de 1940-41, en el que
murieron más de siete millones de prisioneros del régimen
soviético.
Compañero de gulag de Alexandre Solyenitsin, fue uno
de los primeros disidentes soviéticos que emigró a Occidente tras
la autorización que le concedieron las autoridades de Moscú en 1972,
fecha en que fijó su domicilio en la capital francesa.Ingeniero
físico, especialista en mecánica cuántica, fue víctima de las purgas
de Stalin y permaneció 16 años en el gulag, hasta que en 1956 fue
rehabilitado por Nikita Jruschov.
En una oscura tarde del invierno de 1949, un funcionario
del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS llama a la embajada
norteamericana para revelarles un peligroso y aparentemente descabellado
proyecto atómico que afecta al corazón mismo de Estados Unidos.
Pero la voz del funcionario quedaba grabada por los servicios secretos
del Ministerio de Seguridad, cuyos largos tentáculos alcanzan tambien
la Prisión Especial nº 1, donde cumplen condena los científicos
rusos más brillantes, víctimas de las siniestras purgas estalinistas,
y donde son obligados a investigar para sus propios verdugos. A
esa prisión "de lujo", que es en realidad el primer círculo del
Infierno dantesco, donde la lucha por la supervivencia alterna con
la delación y las trampas ideológicas, le llega la misión de acelerar
el perfeccionamiento de nuevas tecnicas de espionaje con el fin
de identificar lo antes posible la misteriosa voz del traidor. Al
lector no le queda sino seguir al autor, el alma en vilo, hasta
un final imprevisible.
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Ross McDonnell es un cineasta y fotógrafo nacido en
Dublín, Irlanda. La temprana experiencia de viajes de Ross y su
amor por el cine despertaron una fascinación por la creación de
imágenes y la narración de historias. Su trabajo refleja su interés
en la naturaleza abierta de la no ficción y las tensiones, inherentes
al proceso fotográfico, entre la fugacidad y la permanencia. El
primer largometraje de Ross, Colony, se estrenó en el Festival Internacional
de Cine de Toronto y ganó el premio IDFA a la ópera prima, así como
una nominación al premio de cine y televisión irlandeses.
Desde entonces, Ross ha seguido trabajando como creador
de imágenes moviéndose entre disciplinas como director, director
de fotografía y productor. En 2021 ganó un premio Emmy por su fotografía
en la serie de Showtime The Trade. En 2019 fue preseleccionado para
el premio de fotografía más importante del mundo, Prix Pictet, en
su ciclo 'Hope'. La obra se inauguró con una exposición inaugural
en el Victoria & Albert Museum de Londres. Una gira de exhibición
global continúa hasta 2021. En 2018 fue nominado al Emmy por su
dirección del largometraje documental 'Elián' producido por CNN
Films, BBC y Jigsaw Productions. Su primera monografía, 'Joyrider',
se publicó en octubre de 2021.
Fuego y hielo en Kiev: Ross McDonnell en la primera
línea de Ucrania.
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El periodista e historiador Francisco Veiga bucea en las posibles
causas de la guerra de Ucrania desde el ocaso de la URSS, que se
concentra desde 1986 hasta 1991. Ucrania 22, cuyo título remite
a la novela Trampa-22, de Joseph Heller, es un ensayo riguroso.
A pesar de la corta distancia que mantiene con los hechos, la sustancia
se remonta al pasado reciente, supuesto catalizador del conflicto
actual. La crisis energética, que haya correspondencia en el emplazamiento
de Ucrania y su cercanía con Rusia, principal exportador de gas
a Europa, se suma a los efectos derivados de la pandemia de 2020.
Veiga, además, involucra en el texto a la Unión Europea, Estados
Unidos y, por supuesto, la OTAN, agentes con un impacto decisivo
en la guerra que se libra en la actualidad.
Si hay un libro que conceda una importancia capital al emplazamiento
de Ucrania como principal causa del conflicto bélico actual, ese
es Las puertas de Europa. Frontera entre Occidente y Oriente, el
enclave no puede ser más preciado. Serhii Plokhy rescata los pormenores
de la historia ucraniana con el objeto de presentar al lector una
realidad descodificada. El historiador revela en este minucioso
ensayo la importancia de la situación geográfica, pero también se
sumerge en las raíces. Desde los imperios romano y otomano, que
ocuparon el territorio hace tantos siglos, hasta el impacto del
Tercer Reich y la Unión Soviética, que resultó determinante en la
reconfiguración de la sociedad ucraniana.
El libro del presidente. Los interesados en la invasión rusa de
Ucrania tienen la oportunidad de conocer el testimonio del presidente
del país en primera persona. Un mensaje desde Ucrania cuenta con
una reflexión de Zelenski al inicio y se completa con los textos
del propio autor, que componen una encendida defensa del país agredido.
Desde la llamada a las armas a sus compatriotas hasta los discursos
de guerra, Zelenski asume la responsabilidad de liderar un territorio
que cuenta con el apoyo de todo Occidente. Las retribuciones que
el presidente percibe de este libro están destinadas a la iniciativa
United24, cuyo objetivo es recolectar donaciones en apoyo a Ucrania.
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En 1964, Marlene Dietrich hizo una gira con su espectaculo
musical por la Unión Soviética. Las entradas para todos los conciertos
se agotaron por adelantado. En ese momento, Dietrich tenía casi
63 años, pero seguía siendo un símbolo de feminidad y sexualidad.
En el aeropuerto de Moscú fue recibida por un ejército de periodistas.
Entre otras cosas, se le preguntó a Dietrich qué queria ver en la
capital, ¿Probablemente la Plaza Roja, el Kremlin y el mausoleo?
La respuesta de Marlene sorprendió a todos. "Una vez leí la historia
"Telegram" del escritor ruso Paustovsky. Me impresionó tanto que
no he podido nunca olvidar ni la historia ni el nombre del escritor,
del que nunca había oído hablar antes. No he podido encontrar otros
libros de este increíble escritor" Y preguntó por él, Paustovsky
era conocido por todos los escolares de la Unión Soviética. Sus
cuentos formaban parte del programa escolar obligatorio. También
fue leído en el extranjero. No se puede decir que fuera tan popular
como Tolstói o Dostoievski, pero sus obras se vendían en librerías
de Europa y en los EE UU, donde Marlene Dietrich se encontró con
uno de esos ejemplares. La actriz encontró alli "Telegram", un relato
corto que trata sobre una niña que se mudó a una gran ciudad desde
un pueblo remoto, se olvidó de su amada madre y no tuvo tiempo de
despedirse de ella cuando murió. La conmovedora historia se hundió
en el alma de Marlene, y Paustovsky, (nominado 4 veces al premio
Nobel) se convirtió inmediatamente en su escritor favorito. En ese
momento, Paustovsky tenía 72 años. Tuvo varios infartos, sufría
de asma y acababa de salir del hospital.
Sin embargo, asistió al concierto de Dietrich en la
Casa de Escritores de Moscú, acompañado de su mujer y un médico.
Antes de su concierto, su traductor le dijo a la cantante que Paustovski
estaba entre el público. “Es imposible”, exclamó Marlene, incapaz
de creerlo. Después del concierto, se le pidió al escritor que subiera
al escenario. La reacción de Dietrich ante la aparición de su ídolo
fue asombrosa. La estrella mundial, amiga de Remarque y Hemingway,
la estrella de Hollywood, se arrodilló y le besó la mano. "Estaba
tan conmocionada por su presencia que, al no poder pronunciar ni
una sola palabra en ruso, no encontré otra forma de mostrar mi admiración
que arrodillarme ante él", recordó Dietrich. No fue tan fácil para
ella. La propia Marlene tenía 63 años. Se arrodilló con su vestido
ajustado, los hilos comenzaron a reventarse y las piedras cayeron
sobre el escenario. Y ella besó su mano, y luego presionó su rostro,
lleno de lágrimas absolutamente no cinematográficas sin poder incorporarse.
El médico subió corriendo al escenario y alertó a Paustovski, que
iba a ayudarla: “¡Ni se te ocurra levantarla!” No podia permitirse
ese esfuerzo. Ambos adoraban la creación el uno del otro... Paustovsky
no esperaba que Marlene estuviera arrodillada frente a él... Ni
siquiera prestó atención, que mientras se arrodillaba, algunas cuentas
de su vestido cayeran y se dispersaran por el escenario... Ella
soñaba con reunirse con él y Paustovsky estaba muy confundido...
El salón estaba en silencio. Paustovsky se quedó sin
palabras. Cuando por fin la ayudaron a ponerse en pie, el escritor
recobró el sentido, se inclinó y besó la mano de la estrella, la
incomodidad del momento desapareció. y el público aplaudió de pie.
Pasaron varias horas hablando y cuando Paustovsky estaba sentado
en una silla y en un salón, golpeando sus manos, en silencio, Marlene
Dietrich le explicó en voz baja que consideraba el evento literario
más grande de su vida la historia de "Telegrama", que accidentalmente
leyó traducida en una colección alemana. “Desde entonces he sentido
el deber de besar la mano del escritor que lo escribió. Y aquí,
¡se hizo realidad! Estoy feliz de haberlo logrado. ¡Gracias!" Tras
la partida de Dietrich, ella se mantuvo en contacto con el autor
soviético que falleció cuatro años después de su encuentro.
La verdad es que la oficina de policía aprovechó la
oportunidad de que Marlene preguntó por el escritor en el aeropuerto
para arrancar a Paustovsy de su cama de hospital para mostrar el
poder que tenía el régimen. Solo muchos años después Marlene supo
lo mal que él estaba realmente. Si ella hubiera sabido de antemano
lo enfermo que estaba, con toda seguridad ella habría sido la que
habría corrido a su cama del hospital, y sin cámaras, porque era
una cuestión de corazón.
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Escrita con suma elegancia y cálido sentido del humor, esta novela
excepcional nos habla de nuestra inagotable capacidad para hacer
frente a los infortunios de la existencia. Condenado a muerte por
los bolcheviques en 1922, el conde Aleksandr Ilich Rostov elude
su trágico final por un inusitado giro del destino. Gracias a un
poema subversivo escrito diez años antes, el comité revolucionario
conmuta la pena máxima por un arresto domiciliario inaudito: el
aristócrata deberá pasar el resto de sus días en el hotel Metropol,
microcosmos de la sociedad rusa y conspicuo exponente del lujo y
la decadencia que el nuevo régimen se ha propuesto erradicar. En
esta curiosa historia se basa la segunda novela de Amor Towles,
que después de recibir innumerables elogios por Normas de cortesía,
su ópera prima, se consolida como uno de los escritores norteamericanos
más interesantes del momento. Erudito, refinado y caballeroso, Rostov
es un cliente asiduo del legendario Metropol, situado a poca distancia
del Kremlin y el Bolshói. Sin profesión conocida pese a estar ya
en la treintena, se ha dedicado con auténtica pasión a los placeres
de la lectura y de la buena mesa.
Ahora, en esta nueva y forzada tesitura, irá construyendo una apariencia
de normalidad a través de los lazos afectivos con algunos de los
variopintos personajes del hotel, lo que le permitirá descubrir
los jugosos secretos que guardan sus aposentos. Así, a lo largo
de más de tres décadas, el conde verá pasar la vida confinado tras
los inmensos ventanales del Metropol mientras en el exterior se
desarrolla uno de los períodos más turbulentos del país. Además
de mantenerse durante casi cincuenta semanas en las principales
listas de éxitos de Estados Unidos y de superar el millón de ejemplares
vendidos, Un caballero en Moscú ha obtenido numerosos premios, entre
los que destacan el del Libro del Año según The Times y The Sunday
Times.
Nota de prensa, Abril 2024:
Quizás no estemos acostumbrados a verle con semejante bigote y
sin barba, pero cualquiera que haya visto Trainspotting (1996),
Mouling Rouge! (2001), Lo imposible (2012) o alguno de los episodios
de la precuela de Star Wars, reconocería la cara de Ewan McGregor
caracterizado de cualquier forma.
En esta ocasión, el actor escocés se pasa a la pequeña pantalla
para interpretar a un aristócrata ruso en la nueva miniserie de
SkyShowtime, donde estará desterrado a vivir en un hotel. Un servicio
de streaming que reúne a los mejores estudios del mundo, desde Universal
Pictures, Dreamworks, Sky Studios o Peacock hasta Nickelodeon, SHOWTIME®,
Paramount+ o Paramount Pictures.
Tras combatir en condiciones extremas y padecer un ingente número
de bajas, los voluntarios de la División Azul cautivos iniciaron
un calvario de más de una década por numerosas prisiones y campos
de trabajo de la Unión Soviética de Stalin. Durante ese tiempo,
trasladados a pie o hacinados en trenes, sufrieron todo tipo de
penalidades: hambre y frío, humillaciones y abusos, enfermedades
y muerte. Al final, doscientos diecinueve divisionarios lograron
regresar a España, exhaustos pero felices de haber sobrevivido a
tan durísima experiencia. El capitán Gerardo Oroquieta fue uno de
los de mayor rango y ejerció entre sus hombres una benéfica influencia
tanto por sus galones como por su admirable actitud ante las dificultades.
De Leningrado a Odesa no solo nos permite vislumbrar uno de los
regímenes más herméticos del siglo xx,sino descubrir el día a día
de los españoles que, junto con los supervivientes de los campos
nazis, experimentaron las vivencias más extremas de los últimos
cien años. Esta edición recupera los extraordinarios dibujos y la
cartografía de la versión original, publicada en 1958 y galardonada
con el Premio Nacional de Literatura.
La invasión rusa de Ucrania, en la madrugada del 24 de febrero
de 2022, trajo al mundo el inquietante recuerdo del estallido de
la Primera Guerra Mundial de 1914. Al igual que cien años antes,
el peligro inminente de una conflagración había estado a la vista
de todos. En la ciudad polaca de Przemysl, situada justo al otro
lado de la frontera ucraniana, los ecos de 1914 resonaron con una
fuerza ensordecedora. Al comienzo de la Gran Guerra, cuando el ejército
del zar Nicolás II marchó hacia el oeste y parecía a punto de invadir
la Europa central, fue a Przemysl, una vetusta ciudad-fortaleza
del Imperio austrohúngaro, adonde escaparon oleadas de refugiados
en busca de un lugar seguro. Y fue Przemysl, ciudad multiétnica
habitada por polacos, ucranianos y judíos, quien desafiaría el sueño
zarista de crear una “Gran Rusia” hasta los Cárpatos. Allí se libraría
una de las batallas decisivas de la Gran Guerra, un encarnizado
y despiadado asedio que frenó en seco la feroz acometida rusa contra
las Potencias Centrales que hubiera cambiado el sino de la guerra.
Una desgarradora historia que, a pesar de su capital relevancia,
permanece casi desconocida en Occidente. En La fortaleza. Przemysl,
la ciudad que desafió a Rusia en la Primera Guerra Mundial, el multipremiado
historiador Alexander Watson recrea de forma magistral un mundo
de imperios desaparecidos, ejércitos quebrantados y comunidades
amputadas que inexorablemente se precipitaba al abismo, heraldo
de la furia nacionalista, extremista y antisemita que desgarraría
Europa en las siguientes décadas. Una historia que tristemente reverbera
en nuestro tiempo con la más rabiosa actualidad.
La guerra de Ucrania no sólo se está librando en las ciudades y
pueblos amenazados por Rusia. Además del frente del Donbás o de
Odesa, hay otro campo de batalla en la guerra: las bibliotecas.
Se están purgando en todo el país. Están 'desrusificando' su cultura.
Borran todo lo que represente a Rusia. Y eso incluye los libros.
Los lanzan en una furgoneta para llevarlos a reciclar. Es una iniciativa
de los libreros. Ofrecen un descuento del 10% para todo aquel que
quiera cambiar su libro ‘ruso’ por otro ‘ucraniano’ y con los ejemplares
entregados los envían al reciclaje. Los beneficios los donan al
ejército ucraniano. Esta es la iniciativa privada de los libreros
dirigida a purgar las librerías particulares.
Pero la idea de que hay que desprenderse de todo libro que huela
a ruso está también alentada por las autoridades ucranianas. Se
está practicando también en las bibliotecas públicas. Oleksandra
Koval, directora del Instituto del Libro de Ucrania, al inicio de
la guerra dio las directrices de qué había que retirar de las estanterías.
En primer lugar, los libros de contenido anti-ucraniano. Son aquellos
con narrativas imperialistas prorrusas. En segundo lugar, los autores
rusos modernos publicados en Rusia después de la caída del mundo
soviético y la independencia de Ucrania. Y ahí entra todo tipo de
literatura: romántica, negra, infantil, etc. En tercer lugar, los
clásicos. Textos como ‘Crimen y castigo’ de Dostoievsky o ‘Eugenio
Onegin’ de Pushkin. Según la directora del Instituto del Libro de
Ucrania deben sacarse de las bibliotecas públicas y escolares y
solo estar disponibles en las bibliotecas universitarias o científicas.
Defiende esta medida porque considera a estos libros como inquietantes
y dañinos. Raíz del mal y el totalitarismo por extender la idea
de Rusia como salvadora del mundo. Se salvan de la quema los textos
científicos y técnicos siempre y cuando no haya ningún desliz ideológico.
Los años de Anna Bosch en Moscú y su conocimiento de la política
internacional le han permitido comprender los resortes de la sociedad
rusa, su psicología, raíces y aspiraciones. Una experiencia personal
con la que analizar el germen del Putin actual, de la Rusia que
apoya la agresión a Ucrania o de la Rusia a la que pretenden castigar
las sanciones occidentales, pero también la Rusia que rechaza la
política y la guerra de su presidente y lo maldice, y que, temerosa
de la represión, se resigna a no expresarlo públicamente. Anna Bosch,
especializada en información internacional, ha sido corresponsal
de RTVE en Washington, Londres y Moscú. En sus años moscovitas fue
testigo de cómo al comunismo lo sustituyó un capitalismo salvaje,
donde se imponía la ley del más fuerte y el mejor conectado con
el poder, y de cómo aquel cambio en el sistema político y económico
dejó millones de rusos empobrecidos y humillados en lo personal
y lo nacional. Sin una aproximación a aquellos años no puede entenderse
el éxito que ha tenido en Rusia la política cada vez más autoritaria
del presidente Putin. Este libro es un acercamiento a la Rusia del
año que recibió a un desconocido Vladímir Putin cuando Borís Yeltsin
lo sacó de una chistera, como el mago que saca un conejo, y lo elevó
a la cúspide del poder.
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Alex Halberstadt (Moscú, 1970) salió de su Unión Soviética natal
una década antes de que cayera el telón de acero. Tenía nueve años
y otro nombre, Aleksandr Viacheslavovich Chernopisky, que enseguida
cambió por ese Halberstadt, herencia de su madre judía. "Mi nombre
fue una de las muchas cosas que me había llevado conmigo y a las
que intenté renunciar", cuenta en Jóvenes héroes de la Unión Soviética
(Impedimenta), unas memorias familiares que son mucho más: un ajuste
de cuentas con el padre, el relato de una infancia soviética llena
de suculentos detalles, una crónica del Holocausto en Lituania,
una historia abreviada de Rusia y una meditación sobre la identidad
y la migración y sobre los miedos heredados.
Halberstad tiene, digamos, una familia interesante. De padre ruso,
su abuelo formó parte de la guardia personal de Stalin, además de
estar bajo las órdenes del temible Beria en la policía secreta.
El padre, un hombre enamorado de Occidente cuando serlo en Rusia
te obligaba a la clandestinidad, se quedó en la URSS cuando él y
su madre, una judía lituana a la que su marido hizo tremendamente
infeliz, emigraron a EEUU. Sus abuelos maternos, Raísa y Semión,
supervivientes del Holocausto, emigraron a Nueva York con más de
sesenta años, junto a Halberstadt y su madre.
El autor se pregunta al comienzo del libro por los traumas heredados.
Es el punto de partida. Cita un estudio con ratones de la universidad
de Emory, en Atlanta, donde expusieron a un grupo de roedores a
un producto químico que olía a flor de cerezo, para luego administrarles
descargas eléctricas. Tiempo después, los ratones torturados asociaban
el aroma a cerezo con el dolor por las descargas, y temblaban de
miedo al olerlo.
Lo sorprendente del estudio, no obstante, fue que la siguiente
generación, a la que nunca administraron descargas eléctricas, también
temblaba con ese mismo aroma. "¿Podría ser que también nosotros
tembláramos de miedo ante estímulos que no podíamos identificar
ni recordar, estímulos cuyo origen se hallara décadas antes de nuestro
nacimiento?", se pregunta Halberstadt.
Y para dar respuesta viaja de adulto al lugar donde todo empezó.
Va en busca de su anciano abuelo, Vasili, cuyos relatos se ocupa
de corroborar o de refutar como puede. Porque, bien mirado, todo
en la URSS de Stalin resulta inverosímil. Por ejemplo, el abuelo
le narra la primera vez que vio al dictador, el 8 de noviembre de
1932. El joven Vasili fue invitado a uno los banquetes que Stalin
solía dar para su colaboradores. Lo especial de aquella noche es
que al día siguiente la mujer de Stalin apareció muerta en extrañas
circunstancias; más o menos entonces, según los historiadores, comenzó
el Gran Terror. A su abuelo, recuerda Halberstadt, "le temblaba
la voz cuando hablaba de Stalin", con quien solo cruzó algunas palabras,
a pesar de trabajar durante años en su círculo, "media docena de
veces más o menos".
A los Halberstadt, la familia materna, los atropelló la historia
europea del XX por otros motivos. El periodista data la llegada
a Lituania de su familia cuatrocientos años atrás, a una Lituania
que mostraba hacia los judíos una tolerancia fuera de lo común.
A los veinticinco años, comenzada la Segunda Guerra Mundial, Semión
se enroló en el ejército soviético y durante los cuatro años siguientes
no supo qué había sido de su familia. "Lo poco que yo he podido
averiguar —dice Halberstadt— proviene de informes y de estadísticas
rudimentarias compiladas por los oficiales de las SS que llegaron
a Kaunas unos días después de que mi abuelo escapara". Y añade:
"Es más de lo que Semión [su abuelo] pudo averiguar en toda su vida".
Los asesinaros a todos. Halberstadt, ante la falta de datos sobre
su final, se centra en la memoria familiar, trazando una memorable
reconstrucción de la vida judía en Lituania antes de su aniquilación.
Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Iósif Stalin
o José Stalin, fue un político, revolucionario y dictador soviético
de origen georgiano, secretario general del Comité Central del Partido
Comunista de la Unión Soviética entre 1922 y 1952, y presidente
del Consejo de Ministros de la Unión Soviética.
El escritor también narra el matrimonio de sus padres, cuyo primer
encuentro resume bien el clima de la URSS a finales de los sesenta.
Su padre se acercó a su madre mientras ella leía un relato de Flannery
O’Connor. Le dijo que había oído que tenía copias de poemas de Brodsky.
"Gran parte de la mejor ficción y poesía de los últimos años estaba
prohibida oficialmente y circulaba en forma de fajos de copias en
papel carbón conocidas como samizdat; las alquilaban a veces por
periodos tan breves como un día o incluso unas pocas horas", cuenta
Halberstadt. Meses después, con su madre ya embarazada, se casaron
en un zigurat de hormigón llamado Palacio del Matrimonio, en el
bulevar Leningrado. Sus padres hicieron del piso moscovita donde
Halberstadt se crio un "altar dedicado a Occidente", con pósteres
de Louis Armstrong o Ella Fitzgerald y los cajones a rebosar de
poesía clandestina. "Como miles de moscovitas, mi padre era un fartsovshchik,
un estraperlista", cuenta Halberstadt. Al principio vendía libros,
pero en poco tiempo se convirtió en un conocido proveedor de música
de contrabando. Los discos daban más dinero y él ideó un modelo
de negocio imbatible: si alguien iba a su casa a por una copia de
John Coltrane Live at the Village, le obligaba a llevarse el disco
como parte de un lote. Las desapariciones de su padre fueron volviéndose
parte del paisaje habitual, sus infidelidades eran cada vez más
evidentes y el niño veía a su progenitor con una mezcla de admiración
y temor. "Cuando tenía cinco años, veía a mi padre como el antagonista
de una novela, un personaje con escasas apariciones pero que desempeñaba
un papel dramático fundamental", recuerda Halberstadt. El título
de las memorias, Jóvenes héroes de la Unión Soviética, es precisamente
el del primer libro que Halberstadt recuerda de la escuela, un compendio
de actos patrióticos realizados por niños, que a menudo sufrían
por su heroísmo sangrientas y brutales torturas, fusilamientos o
ahorcamientos por parte de los enemigos de la URSS. Halberstadt,
un niño soviético más, cuando su profesora preguntaba: "Niños, ¿cuál
es el país más agresivo del mundo?", levantaba la mano con entusiasmo
y respondía: "¡Israel!".
Poco después del inicio de la Operación Barbarroja, los ejércitos
de Alemania y Finlandia sitiaron la ciudad de Leningrado, la actual
San Petersburgo. Así empezó un asedio de casi 900 días que se convirtió
en el más cruento de la Segunda Guerra Mundial.
En aquella época empezó a llevar en secreto las primeras manifestaciones
de su homosexualidad. Su madre tomó la decisión de emigrar "cuando
la carne empezó a desaparecer de los supermercados". Por entonces,
el padre de Halberstadt empezó a pasar más tiempo con él. El niño
no sabía que se estaba despidiendo. Las normas para los emigrantes
estaban claras: solo podían sacar del país un álbum de fotos, ninguna
obra de arte ni antigüedades, cinco gramos de oro como máximo y
ciento treinta y siete dólares americanos. En el aeropuerto les
volcaban las maletas y les cortaban con un cuchillo la suela de
los zapatos. Eran traidores a la patria. Halberstadt recuerda las
palabras de su madre cuando se despedían de su padre a lo lejos,
en el aeropuerto de Moscú: "Mira bien a tu padre, porque nunca volverás
a verlo". Pero el libro no termina con la llegada de Halberstadt,
su madre y sus abuelos al Nueva York de finales de los setenta,
ni con la insospechada aparición de Brodsky (con quien su madre
estuvo viéndose durante un tiempo), ni con el despertar de su vocación
literaria. El libro termina con un epílogo en Rusia, en un lugar
remoto, aislado, en la confluencia entre el Volga y el Ajtuba, donde,
muchos años después, enviado por una revista para que redactara
un artículo, el escritor adulto se va a pescar con su padre, el
mismo al que un día le dijeron que no volvería a ver. Es allí donde
Rusia, con su historia, adquiere las hechuras de un trauma y el
escritor se pregunta si, como en el caso de los ratones del laboratorio
de Emory, no estará el ruso condenado a una "transmisión intergeneracional
de miedo, sospecha, dolor, melancolía y rabia".
Algún importante medio suizo-alemán ha llegado a nombrar a la georgiana
Nino Haratischwili (Tbilisi, 1983) la sucesora de Tolstói. Otros
la han emparentado con Dostoievski. Quizá estos parecidos, más que
estilísticos, tengan que ver con su innegable capacidad para narrar
con solidez, precisión e intensidad a lo largo de centenares y centenares
de páginas. Haratischwili, aunque georgiana de nacimiento, escribe
en alemán y está considerada una de las voces más célebres de la
nueva narrativa alemana. De hecho, se marchó de su país a los veinte
años y ha pasado ya otros veinte en el país germano.
La luz perdida, que en su título original tiene el matiz de la
falta o la carencia de esa luz (Das mangelnde Licht) nos habla precisamente
de un duro pero hermoso “paraíso” que quedó atrás, los años ochenta-noventa
del pasado siglo en la Georgia que empezaba a luchar por su independencia
del poder soviético, mientras que las cuatro amigas protagonistas
(Dina, Ira, Nene y la narradora, Keto) pasaban de la primera adolescencia
a la juventud.
Haratischwili elige dos planos temporales en esta novela, uno es
el mencionado, el otro es el presente, durante una importante muestra
de fotografía en Bruselas, en el Palacio de Bellas Artes, donde
se reencuentran tres de ellas, puesto que Dina, que llegó a ser
una reputada fotógrafa, falleció hace tiempo. Desde ese lugar, y
frente a las instantáneas de época que se exhiben en las paredes,
en la que ellas mismas aparecen retratadas, se hace memoria de lo
que fueron y de lo que han llegado a ser. Keto ha venido desde Alemania
–donde es una experta restauradora de antigüedades–, su amiga Ira
desde Chicago, donde ejerce como importante abogada en un prestigioso
bufete.
La adolescencia fue un tiempo de carencias, pero también aventurero
e intrépido, con anhelos de libertad desde que una noche en tiempos
escolares escaparon para colarse por la verja oxidada del jardín
botánico y saltar juntas al gran estanque desde una catarata. Una
primera liberación, simbólica, tras las que vendrían otras muchas.
La exposición fotográfica es un homenaje a Dina organizado por su
hermana/albacea Anano. El reencuentro de las amigas deja traslucir
desde muy pronto distanciamiento y fracturas, especialmente por
un hecho que ocurrió entre Ira y Nene y que cobra desde el inicio
los tintes de una traición. Nino Haratischwilli narra con maestría
la época, aún de dominio soviético, en los que aquellas cuatro niñas
se relacionaban en el vivir comunitario de un barrio constituido
por casas, patios y jardines interconectados, donde todos sabían
de todos. “Allí viví también el desplome de un mundo”, dice Keto.
La autora deslumbra con su buen ojo para la descripción sociológica
de ambientes familiares y vecinales, con las tremendas historias
y tragedias que los mayores atesoraban, también con hermosas caracterizaciones
como la del musical y solitario viudo Sr. Givi o la siemprelibre
y artística Lika, madre de Dina. En el fondo la novela es la profunda
revisión (catarsis) del pasado y la vida de la propia narradora,
una obra que gana complejidad y densidad según trascurren sus 720
páginas, que nos habla del exilio, de los atropellos políticos,
de la corrupción generalizada en la Georgia pre y post-democrática,
de la violencia extrema, del gangsterismo con sus ajustes de cuentas,
pero también, esencialmente, de las incomprensiones entre los seres
humanos, de las dificultades para encontrar la vocación propia y
de la gran decepción de todos los sueños de juventud (“un palacio
entero de promesas”), pues finalmente “a la vida le daba igual con
qué expectativas salíamos a su encuentro”.
La escritora más buscada en la feria del libro de Fráncfort en
2018 publicaba en España «La octava vida», una novela río que refleja
las huellas del totalitarismo soviético sobre el alma georgiana.
Georgia, 1917. Stasia, la hija de un exquisito fabricante de chocolate,
sueña con ser bailarina en la Ópera de París pero, recién cumplidos
los diecisiete años, se enamora de Simon Iachi, oficial de la Guardia
Blanca. La revolución que estalla en octubre obliga a los enamorados
a contraer precipitadamente matrimonio. Alemania, 2006. La biznieta
de Stasia, Niza, lleva varios años viviendo en Berlín y huyendo
de la dolorosa carga del pasado familiar. Cuando Brilka, su sobrina
de doce años, aprovecha un viaje a Europa para fugarse de casa,
Niza deberá encontrarla para llevarla de vuelta al hogar. Es entonces
cuando decide enfrentarse al pasado (el suyo, el de su familia)
y escribir, para ella y para Brilka, la historia de las seis generaciones
que las precedieron. De Londres a Berlín, de Viena a Tiflis, de
San Petersburgo a Moscú, el apasionante destino de los miembros
de esta familia georgiana se entremezcla con el de la convulsa historia
del siglo XX. El resultado es una de las novelas más potentes y
memorables de los últimos años.
Una carpa bajo el cielo recorre la vida de tres jóvenes a lo largo
de cuatro décadas de historia soviética. Iliá, Misha y Sania se
conocen durante los primeros años de colegio y, desde ese momento
y hasta bien avanzada la edad adulta, los unirá un anhelo común
de belleza y de verdad que a menudo chocará con las constricciones
del poder soviético y que los llevará a explorar sus propios itinerarios
en el terreno del arte: la literatura, la fotografía y la música.
Una multitud de personajes fascinantes pueblan esta novela coral,
acompañando a sus protagonistas en episodios que, a modo de instantáneas,
ofrecen una visión de la cotidianidad soviética y de la disidencia
durante los difíciles años que van desde la muerte de Stalin hasta
el desplome de la URSS: el samizdat, los interrogatorios del KGB,
los pisos comunales, las deportaciones... Una ventana a una época
convulsa que, de forma inexorable, marcará las vidas de los tres
amigos. Una carpa bajo el cielo es una historia de historias, un
retrato magistral de la psicología humana que plantea complejas
cuestiones vitales y filosóficas como el perdón, el coste (a veces
insoportable) del paso a la madurez, la lealtad, la amistad y el
amor.
Liudmila Ulítskaya es una de las autoras rusas contemporáneas más
reconocidas en la actualidad y Una carpa bajo el cielo, traducida
a más de veinte idiomas, es un homenaje al arte y a todos aquellos
que desde primera línea lucharon por defenderlo, una novela profundamente
humana que, de forma incuestionable, continúa la tradición de los
grandes clásicos rusos.
Nuestra bibliotecaria selecciona libros prohibidos.
Milan Kundera fue un novelista, escritor de cuentos
cortos, dramaturgo, ensayista y poeta checo. Desde 1975 residió
con su esposa en Francia, cuya ciudadanía adquirió en 1987.
Emigró de su país natal, República Checa, en 1975,
cuando ya había sufrido represalias, censura y había sido expulsado
del Partido Comunista.
Francia fue, como para muchos otros autores en esa
época, un refugio y el inicio de una segunda etapa en la vida y
la carrera literaria de Milan Kundera. Emigró de su país natal,
República Checa, en 1975, cuando ya había sufrido represalias, censura
y había sido expulsado del Partido Comunista, donde había militado.
No había caído aún el Muro de Berlín y era un momento en el que
la intelectualidad francesa aún veía con ojos románticos las revoluciones
socialistas. Kundera siempre defendió que todos esos pequeños países
de Europa Central sobrevivirían si permanecía el influjo de su cultura
y sus letras. El activismo contra el régimen comunista y su exilio
marcaron la que ha sido probablemente la etapa más importante de
su vida y obra. Francia no sólo fue su segundo patria, fue donde
vivió 48 años, fue donde pudo desarrollar su pluma con libertad,
hasta el punto de que eligió el francés como lengua para escribir,
muchos años después.
Una muestra de la Colección Biblioteca Milan Kundera.
En ese contexto convulso de finales de los años 70,
Francia le da a Kundera el lugar que no ha podido encontrar en su
país, con el que siempre tuvo una relación conflictiva: perdió la
nacionalidad, se le restauró años después, cuando ya tenía la gala.
Se le llegó a acusar de haber delatado a un disidente a la policía
comunista. Crítico con el comunismo, antes de exiliarse fue expulsado
primero del Partido y después sufrió represalias, sobre todo tras
el estallido de la Primavera de Praga, en 1968. En Francia vivió,
primero en Rennes, después en París. Es, de hecho, donde publica
algunas de sus obras más conocidas, entre ellas La insoportable
levedad del ser. En los años 80, cuando los intelectuales franceses
de la época dejaban atrás, o debatían al menos, el papel de una
Francia más multicultural, Kundera abordadba la necesidad de una
identidad nacional.
El socialista François Miterrand acababa de llegar
al poder. En Francia Kundera reescribió (que no tradujo), algunas
de sus novelas al francés, como La Lentitud (la Lenteur) o La identidad
(L'Identité). La crítica francesa, que aún veía con cierto románticismo
las revoluciones socialistas como la de la URSS, recelaba del autor,
pues había sido expulsado del partido comunista. Es la generación
de Mayo del 68 la que veía con buenos ojos estas revoluciones como
respuesta al mundo capitalista. Kundera no dio apenas entrevistas
y era realtivamente discreto. Una vez sí publicó: "París, incluso
en un entorno cultivado, se discute en las cenas de los programas
de televisión y no de las revistas", recoge Le Figaro. Desde finales
de los 80 vivió en el centro de París con su mujer, Vera. Obtuvo
la nacionalidad francesa en 1981 y es en 1989 cuando su país natal
suspende la censura de sus obras, despues de dos décadas. Dice el
diario francés Le Monde que, para Milan Kundera, el francés era
"un arma literaria". "Su obra literaria logra reunir a un lector
internacional apasionado y a los círculos intelectuales y universitarios,
sobre todo en Canadá y Francia, en torno a los temas asociados hoy
a la poética de su novela: el erotismo o el libertinaje, el ridículo,
la ilusión lírica, el rechazo, la memoria o la amnesia, pero también
la nostalgia", señala el medio en su homenaje al autor.
La prestigiosa editorial Gallimard le concedió uno
de los honores que da a pocos autores: ver publicada su obra en
la Biblioteca de la Pléyade, que reúne obras de referencia, con
una edición de lujo. Pocas veces se editan con autores vivos. Al
final de su carrera Kundera renuncia a su lengua para escribir en
la prestada. La ministra de Cultura francesa le rinde homeaje con
estas palabras: "Así, entre dos lenguas y dos tierras, entre la
nostalgia de un país perdido y la certeza de que debemos vivir aquí
y ahora, la obra de Milan Kundera nos cautiva con su riqueza".
Pásate por la séptima página
del monográfico dedicado a la censura.
Alexéi Maxímovich Péchkov nació el 14 de marzo de
1868 en Nizni Nóvgorod en el seno de una familia muy humilde. Su
primer relato corto fue publicado en un periódico de Tiflis en 1892.
Fue el primer autor ruso que escribió de una manera comprensiva
y favorable sobre los trabajadores y otras gentes hasta entonces
marginadas, como los vagabundos. En 1899 se unió a los activistas
revolucionarios marxistas y en 1906 se traslada al extranjero con
el fin de conseguir dinero para el Partido Socialdemócrata Ruso
de los Trabajadores. En 1915 regresó a Rusia yapoyó la Revolución
de 1917. Obligado por la enfermedad, dejó su país en 1922, y vivió
seis años en Sorrento (Italia). A su vuelta a la Unión Soviética,
fue recibido con honores oficiales. Se supone que su muerte repentina,
ocurrida el 18 de junio de 1936, fue ordenada por Stalin.
Anna Aleksándrovna Výrubova (Lomonósov, 16 de julio
de 1884 – Helsinki, 20 de julio de 1964) fue una dama de honor,
hija de una de las familias mas ilustres de Rusia, amiga y confidente
de la zarina Alejandra Fiódorovna Románova. Tras la Revolución Rusa,
Anna fue detenida y sometida a un examen médico para probar su lucidez
mental. El investigador principal llegó a la conclusión de que Anna
era demasiado ingenua y poco inteligente como para tener cualquier
tipo de influencia sobre la zarina; por lo que los soviets la liberaron
de la prisión, para huir posteriormente a Finlandia. Antes de abandonar
Rusia en 1920, Anna se hizo amiga del escritor revolucionario Máximo
Gorki, al que pidió que le escribiese sus memorias. El libro, titulado
“La Vida en la Corte Rusa”, ofrece un panorama excepcional de la
vida del zar y su familia.
M.P. Masson con un libro, como el anterior, dificil
de encontrar.
Anna Starobinets es una periodista y autora de ciencia
ficción y de libros para niños y algunos la consideran la Stephen
King rusa. A los 34 años, en un momento en el que su vida navegaba
plácida entre sus libros, su vida profesional y familiar, vivió
una pesadilla. Casada con el también escritor Aleksandr Garros,
y con una hija de 8 años, en 2012 quedó nuevamente embarazada. La
felicidad se evaporó cuando le diagnosticaron al feto una enfermedad
que no le permitiría sobrevivir, en caso de que el embarazo llegara
a término. Como tantas otras mujeres en el mundo, Anna Starobinets
debió atravesar el dramático momento de convivir con un diagnóstico
durísimo y, a la vez, con un sistema que, lejos de ser amigable
con quienes pasan por una situación tan dramática, se ensaña en
hacérselo más difícil. “La ventaja de la embarazada periodista frente
a la embarazada no periodista radica en que la primera es capaz
de recopilar información rápidamente, incluso cuando está por completo
desesperada y bañada en lágrimas”, escribe.
Starobinets necesitaba no estar sola con su angustia.
Lo primero que hizo fue buscar algún libro en ruso para conocer
la experiencia de otras mujeres que hubieran pasado por un momento
similar. Entonces advirtió con sorpresa que no había nada escrito
en su idioma y fue por eso que decidió contar su experiencia desde
el momento del diagnóstico, su decisión de viajar a Alemania para
tener un aborto terapéutico por inviabilidad, y la respuesta institucional
y profesional que obtuvo en cada momento. También quiso contar el
impacto del episodio en la vida de su hija (a quien llama “la tejoncita”)
y lo importante que fue el acompañamiento de su marido, quien la
llevó a pensar todo lo que acompaña la frase Tienes que mirar, que
le da título a su libro. “Nunca vaya a sitios así sola. Lleve a
su marido, a su amiga, al marido de su amiga, a su madre, a su tío,
a su hermana, a quien sea, incluso a la vecina de al lado. Llévese
a cualquiera que la ayude a encontrar la salida. No la salida definitiva,
simplemente la salida del edificio”, escribe en un momento.
Anna Starobinets nació en Moscú el 25 de octubre de
1978. Estudió Filología en la Universidad de esa ciudad. Es autora
de novelas y cuentos distópicos y de ciencia ficción y es también
guionista y autora de una serie de detectives para niños.
Nuestra bibliotecaria recomienda en los respectivos
monográficos de distopias y sagas, Julio 2023.
Recibió numerosas distinciones internacionales por
sus textos, entre ellas: el National Bestseller Prize, por La glándula
de Ícaro (Rusia, 2012), el Premio NOCTE a Mejor Relato Extranjero,
por Una edad difícil (España, 2012), el Utopiales European Prize,
por El Vivo (Francia, 2016), el Premio de la Sociedad Europea de
Ciencia Ficción (ESFS) como mejor autora de ciencia ficción (2018).
Tienes que mirar (Impedimenta), es un libro de autoficción que rompió
el tabú del aborto tardío por razones médicas en Rusia e inauguró
una discusión masiva sobre este tema. Es el relato de una pesadilla
pero también es una historia de amor. Lo que finalmente termina
salvando a la autora, la diferencia entre el pantano y la posibilidad
de salir adelante, es el amor de su pareja, de su hija, pero también
el afecto de los foros, los mensajes de desconocidos y las instituciones
fuera de Rusia que pusieron algo de humanidad al drama que ella
estaba viviendo.
Una «crack». Y también otra escritora rusa asentada
fuera de su país –ella ha elegido Georgia– por cortesía del señor
Putin. Lo tiene bastante claro. No habla con dramatismo de este
asunto ni tampoco haciendo tragedia. «Solo es cuestión de tiempo
que mi nombre aparezca en la lista de enemigos del Estado. Este
peligro no afecta ahora a mi vida, pero sí puede acabar en Rusia
con mi carrera literaria. Como escritora, en ese sentido, sí estoy
en peligro. Me da pena, porque yo soy más popular allí por mis libros
infantiles que por mis novelas para adultos. En mi próxima obra
hay menciones a la homosexualidad y de fondo está la guerra. Y es
evidente, bueno, en realidad lo sé, que mi libro no se publicará
porque hoy están prohibidas todas las referencias a la guerra y
a la homosexualidad en las novelas. Mis editores estarían en peligro
si llegaran a publicar este título. Los encarcelarían... Yo no me
siento en peligro en cuanto a mi integración física porque estoy
en otro país, pero siento una enorme pena por lo que sucede».
Es conocida como «la Stephen King rusa». Con tan solo
veintisiete años, publicó su primer libro, Una edad difícil (2005),
al que le siguieron Refugio 3/9 (2006); El vivo (2011), ganadora
del Utopiales European Award en 2016 y la distinción ucraniana International
Assembly of Sci-fi .The Portal.; La glándula de Ícaro (2013), National
Best Seller Prize de Rusia; Catlantis (2015), Libro del Año para
The Observer en el Reino Unido; y Tienes que mirar (2017), ahora
en Impedimenta.
La escritora atiende a la prensa, sonríe, aunque habla
con un poso de tristeza. Hace poco ha perdido a su marido, «la peor
pesadilla que he podido vivir», y ahora relata con resignación la
lejanía de su hogar y sus seres queridos: «Yo no estoy en peligro
porque me he marchado de Rusia, pero mis padres se han quedado allí.
Ellos son muy mayores, octogenarios, y no pueden venir a vivir conmigo
a Georgia. En este último año he estado dos días en mi país, y no
creo que vuelva ya nunca más ni a ver a mis padres con vida. Ahora
estoy asustada con la situación allí –añade–; de hecho, una amiga
mía ha sido arrestada porque su obra de teatro no era demasiado
patriótica... quizá, algún día, en el futuro, mis hijos puedan regresar
a Rusia».
Starobinets sorprendió a todos con un relato escalofriante:
«Tienes que mirar» (Impedimenta). Y volvió a acertar con
un libro de relatos, «La glándula de Ícaro», igual de contundente,
impactante y duro. Un conjunto bien meditado de relatos que circulan
por distintas aguas de la distopía, la ficción y las pesadillas
humanas y sociales. En estas historias queda en el aire una nota
de discordancia, una anomalía que siempre condiciona la atmósfera
y que introduce de una manera lenta, pero sostenida, lo que puede
considerarse el horror. «Mi preocupación es que los científicos
y los ingenieros motiven la desunión de la condición humana y cómo,
de repente, se pueden quebrar todas las cosas que nos hacen humanos
por culpa de la tecnología. Esto me preocupa no solo por la parte
mental, sino también por la física. Se puede perder el afecto y
la forma en que nos comportamos con el medio y con los demás. Por
ejemplo, hace poco reparaba que en una comida familiar todos los
miembros estaban con los móviles. Esa deshumanización, esa falta
de contacto físico, nos lleva a una “insectización”, a comportarnos
como insectos. Y si nos olvidamos de la condición humana y nos formamos
como insectos, podemos desembocar de forma sencilla en un sistema
más totalitario».
Con su intuición de las constelaciones familiares
y de las pasiones calladas, Natalia Ginzburg narra la vida breve
de Antón Chéjov (1860-1904), desde su juventud en Taganrog y sus
primeros años en Moscú, los inicios como escritor humorístico y
su trabajo como médico rural, hasta su viaje al campo de Sajalín,
sus primeros éxitos como autor teatral, la enfermedad, los últimos
años en Yalta y la muerte prematura en Badenweiler. En este hermoso
libro, como si se tratara de uno de aquellos azares del destino,
la escritora italiana consigue de manera asombrosa ese tono que
el retratado dominaba de manera magistral, y nos ofrece un pequeño
pero hermoso bocado de quien fue, es y será siempre uno de los mejores
retratistas del alma humana.
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