James Joyce, el famoso escritor de comienzos de siglo XX,
se quedó ciego porque padecía sífilis. Según el académico
de la Universidad de Harvard, Kevin Birmingham, el autor de
«Ulises» perdió su visión y padeció múltiples dolores durante
su madurez debido esta enfermedad de transmisión sexual. James
Joyce escribió en 1931, al ver que su visión empeoraba, una
frase que hasta ahora había pasado más o menos desapercibida,
pero que refleja su desosiego ante la enfermedad. «Me merezco
todo esto a causa de mis muchas iniquidades», dijo. Según
este académico, James Joyce estaba tratando de confesar que
él sufría sífilis, lo que podría alterar las teorías en torno
a los últimos años de vida del autor de ficción . Según Kevin
Birmingham, profesor de historia y literatura en la Universidad
de Harvard, la gama de síntomas que Joyce describe a los destinatarios
de sus cartas demuestra que el autor padecía esta dolencia.
Joyce habla de un gran «hervir en el hombro», incluso de la
discapacidad de su brazo derecho. Además, el efecto psicológico
de la enfermedad «provocó sus desmayos periódicos su insomnio
y sus colapsos nerviosos», explica Birmingham. Según este
académico, el autor lo fue insinuando en alguno de sus textos.
En una parte de «Dubliners», Joyce escribe sobre la muerte
de un sacerdote cuya enfermedad «afectó su mente», que es
uno de los síntomas últimos de esta enfermedad. «Todas las
noches, mientras yo miraba por la ventana me dije en voz baja
a mí mismo la palabra parálisis», dice en otro fragmento su
narrador. En su obra «Nighttown» nombra la enfermedad y dice
que Dublín y sus «mujeres de mala fama» son «una trampa mortal
para los compañeros jóvenes».
Birmingham, cree que su diagnóstico «nos da una visión muy
diferente» del autor. «Si no tuviera esos síntomas, sus cartas
le harían parecer un hipocondriaco o alguien que simplemente
no es particularmente saludable. Lo cierto es que él tenía
unos dolores bastante fuertes», valora el académico. «Él sufrió
profundamente y en privado, y entre el abismo de su aflicción
privada y su vida pública ayudó a dar forma a la manera en
que escribió».
The Quays Irish Restautant, Dublín.
Dublín, capital de la República de Irlanda, se encuentra
en la costa este de Irlanda en la desembocadura del río Liffey.
Sus edificios históricos incluyen el Castillo de Dublín, que
data del siglo XIII, y la imponente Catedral de San Patricio,
construida en 1191. Los parques con atractivos paisajes de
la ciudad incluyen el parque St Stephen's Green y el enorme
Parque Fénix, que alberga el Zoológico de Dublín. El Museo
Nacional de Irlanda explora la cultura y el patrimonio de
Irlanda.
Irlandés de pura cepa, se aferró, sin embargo, al pasaporte
británico hasta el final porque se sentía «asfixiado» en su
país, según ha revelado su biógrafo, Gordon Bowker. En 1930,
cuando tuvo que renovar su pasaporte en París, donde vivía,
acudió a la embajada británica y un funcionario le dijo que
debía ir a la legación de Irlanda, que había proclamado mientras
tanto su independencia, pero él insistió en que quería renovar
el británico, según relató él mismo a su hijo. El autor de
«Ulises» se sentía «asfixiado por el catolicismo» de su patria,
«su madre era una católica muy beata» y él mismo estudió en
un colegio de jesuitas, pero cuando cumplió los dieciséis,
«descubrió los deleites de la carne y también a Ibsen», explicó
el biógrafo. El gran dramaturgo noruego le fascinó al punto
de que Joyce, que tenía un don para las lenguas, aprendió
por su cuenta ese idioma escandinavo para poder leer en el
original al autor de «Casa de Muñecas».
Cuando estalló en 1919 la revolución antibritánica en Irlanda,
Joyce no cambió de parecer, aunque era dublinés hasta la médula,
porque él y su familia no eran «independentistas» sino «autonomistas»
(partidarios del llamado Home Rule o autogobierno). Además
de sus problemas con el catolicismo, Joyce creía que los independentistas
querían devolver al país al pasado, entre otras cosas imponiendo
al país el idioma irlandés o gaélico cuando él sentía que
«su pasaporte al mundo» era el inglés, dijo su biógrafo. El
biógrafo contó también que, después de salir el «Ulises» en
París en 1922, su esposa, Nora, se sintió de pronto tan harta
de las adulaciones a su marido, a quien todos querían conocer
de pronto para rendirle pleitesía, que huyó con sus hijos
a Irlanda para reunirse con su familia, pero se encontró en
medio de la guerra civil. Los soldados irrumpieron en su hotel
de Galway y colocaron incluso una ametralladora en la ventana
de su habitación y cuando más tarde Nora se trasladó con sus
hijos a Dublín para regresar a París, su tren fue tiroteado
por el camino y todos tuvieron que hacer el resto del viaje
tendidos en el suelo. Todo ello enfurecería al escritor cuando
finalmente se enteró de lo ocurrido.
Dublín al atardecer.
James Joyce, de cuya novela ‘Ulises’ se cumple este año el
centenario de su publicación, fue un escritor cómico que tenía
un gran sentido del humor, según Diego Garrido, el traductor
de ‘James Joyce. Cuentos y prosas breves’ (Páginas de Espuma).
Garrido compara al escritor irlandés con Cervantes por su
humor, «aunque el autor del Quijote ha sido demasiadas veces
asociado a los refranes o los diccionarios, lo mismo que le
ha ocurrido a Joyce con su fama de ilegible».
«Se ha enfocado mal el talento de Joyce, porque se ha tendido
a decir que sus méritos eran la dificultad y la ilegibilidad,
lo que no es ninguna virtud, el valor que tiene son los momentos
en que uno le comprende, que son muchos. Además, en este libro
el lector se va a reír bastante», explica.
Los Cuentos y prosas breves se acaban de publicar y reúnen
por primera vez en español en un solo volumen Las epifanías,
El retrato de un artista, Dublineses, Giacomo Joyce y Finn’s
Hotel, aparte de tres cuadernos de notas y fragmentos de un
borrador del Retrato del artista adolescente. «Este libro
nos da una idea de cómo fue Joyce desde el principio hasta
el final, cómo evolucionó, su estilo y su vida, en un solo
vistazo y viene a ser como el reverso de las novelas», afirma
el traductor. El corazón son los cuentos de Dublineses, que
a Garrido es el libro que mas le gusta de todos, «porque Joyce
lo escribe cuando todavía no era famoso y aunque él era un
hombre muy obsesivo, no se obsesionó porque tenía que terminarlo
para dar de comer a su familia».
«Joyce tenía el problema de que cada vez que revisaba una
galerada empezaba a añadir, y al final el texto se le iba
de las manos y con Dublineses tuvo que acabarlo pronto y eso
influyó positivamente», añade. Lo que más le ha costado traducir
ha sido el Finn’s Hotel, que es la que mas se parece a Finnegans
Wake, porque ha tenido que sustituir los neologismos en inglés
por otros en español, aunque aclara que los cuentos que aparecen
en el libro no están escritos en el idioma del Finnegans Wake
son mas sencillos.
Tren por la costa de la capital irlandesa.
Joyce inventó una lengua para el Finnegans Wake, una obra
que «se puede traducir comprendiendo esa lengua y luego inventándose
otra, pero no va a ser una traducción, sino una aproximación».
Para este joven traductor de 24 años, que cambió sus estudios
de cine por la traducción y la literatura tras leer a Joyce,
«empezar leyendo Ulises es el mayor error que comete la mayoría
de la gente, porque habría que leer antes Dublineses o El
retrato del artista y luego seguir con Ulises. «Al leer Ulises
primero hay que pensar lo que dijo Joyce de que cuando se
despejase toda esta confusión critica puede ser el momento
en que la gente entienda la obra como lo que es, una obra
cómica», señala. En su apunte biográfico de Joyce, Diego Garrido
escribe que fue el escritor mas vengativo junto a Dante de
la historia de la literatura, en concreto con un amigo que
se inventó que había desflorado a su mujer y otro que le disparó
con una pistola para gastarle una broma. «Se marchó de Irlanda
bastante neurótico y dijo que escribiría una novela diez años
después donde retrataría a su odiada Irlanda y sus enemigos,
y justo diez años después publica el «Retrato del artista
adolescente» pero considera que hay gente de la que no se
ha vengado lo suficiente», afirma Garrido. Entonces se pone
a escribir el Ulises, entre Trieste, Zúrich y París, pero
al final solo se venga de esos dos amigos y no de Irlanda,
país al que fue queriendo más en la distancia.
Más conocido por su narrativa, lo primero que escribió Joyce,
sin embargo, fue un poema. El Cuenco de Plata publicó
en 2018 un tomo con la poesía del autor de Ulises y Dublineses
con traducción y prólogo de Pablo Ingberg. Aquí van tres muestras
de aquellos versos del maestro irlandés.
Según consigna Pablo Ingberg, su traductor en esa edición
de James Joyce, lo primero que escribió el autor de Dublineses
fue un poema. Estaba dedicado a la muerte de un caudillo político
irlandés admirado por su padre, e iba a ser el primero de
una serie de poemas que se abultarían en su adolescencia.
Apenas fragmentos sobrevivieron de las dos colecciones de
juventud que escribió, y ellos se sumaron a otros tantos poemas
dispersos en el resto de su vida, entre cuentos, novelas,
ensayos y una abundante correspondencia. Aquí compartimos
algunas piezas de ese tomo citado.
De Música de cámara.
XXI.
Quien ha perdido la gloria y quien
No encontró para su alma una contigua,
Entre enemigos con ira y desdén
Ateniéndose a su nobleza antigua,
Ese alto consorte no tendría: Es su amor su compañía.
De Pomas a un penique.
Solo.
Mallas lunares de oro gris han convertido
Toda la noche en un velo,
Arrastran los faroles en el lago dormido
Zarcillos de codeso.
Los juncos pícaros susurran a la noche
Un nombre -el nombre de ella-
Y toda mi alma es un deleite y goce,
Un desmayo de vergüenza.
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El escritor James Joyce, fotografiado en Zúrich
en 1938.
10 cosas que quizás no sabías del 'Ulises' de
James Joyce.
Los 100 años de ‘Ulises’: ¿Cómo acercarse al
famoso libro de James Joyce?
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Se trata de uno de los escritores más celebrados
y quizá menos leídos en su propio país. Esta es solo una muestra
de la complicada relación de Joyce con su patria, de la que
migró joven por motivos ideológicos. El mítico escritor fue
a aparar a Zúrich (Suiza), en donde, de hecho, descansan sus
restos, por fin en paz, en una tumba junto a la de su esposa,
Nora, y su hijo Giorgio.
Y se dice que están ‘por fin en paz’ porque,
en los últimos años, varias iniciativas han hecho campaña
para lograr que las autoridades suizas devuelvan su cuerpo
a Dublín, esa ciudad con la que mantuvo un intenso vínculo
de amor y odio, y a la que retrató en clásicos como Ulises,
Retrato del artista adolescente, Finnegans Wake o Dublineses.
Entre esos esfuerzos, casi toma vuelo el de dos concejales
del ayuntamiento de la capital irlandesa que en 2019 plantearon
la posibilidad de “repatriar” a Joyce y a Nora a través de
canales diplomáticos. Paddy McCartan (democristiano) y Demot
Lacy (laborista) llegaron a promover una moción en tal sentido,
alegando que respondía a los últimos deseos expresados por
el escritor y su esposa, quien falleció diez años después.
El guante lanzado por los ediles lo recogió el académico Fritz
Senn, director de la Fundación James Joyce, que él mismo estableció
en Zúrich hace más de 30 años.
Aunque ha reconocido en varias ocasiones que
no está claro cuáles fueron los últimos deseos al respecto,
Senn recuerda que el autor nunca quiso adquirir la nacionalidad
irlandesa cuando se creó el Estado Libre Irlandés en 1922,
tras la independencia del Reino Unido. De hecho, Joyce (1882-1941)
rechazó en dos ocasiones la oportunidad de obtener el pasaporte
‘verde’, según han confirmado sus biógrafos. Eso quiere decir
que murió siendo británico, aunque se lo recuerde como irlandés.
Senn ha señalado que este asunto, que bautizó con humor como
la “batalla de los huesos”, plantea otras dificultades.
Zúrich guarda semenjanzas con Dublín.
Junto a las tumbas de Joyce, Nora y Giorgio
también están enterrados en el cementerio de Friedhof Fluntern
la segunda esposa de éste último; el hijo del escritor, Asta
Osterwalder, quien, por supuesto, no tiene relación alguna
con Irlanda. “La ciudad está muy orgullosa de tener esta tumba.
Es una reacción normal. Zúrich fue el último refugio de Joyce”,
declaró Senn el pasado año.
De momento, la “batalla de los huesos” la ganan
los suizos, después de que los dos concejales hayan parado
definitivamente la citada moción. Lo que parecía ser una puja
llena de tensión tiene un desenlace incluso amigable, que
no se esperaba. “Al final la hemos retirado porque se trató
de un error por nuestra parte”, le explicó Dermot Lacy a Efe,
en un giro de guion inesperado, surrealista y hasta cómico,
propio del mismísimo Joyce en, por ejemplo, Finnegans Wake,
una de las novelas más extrañas de la literatura universal.
“Alguien cercano a la familia” del escritor, prosigue, “nos
llevó a creer” que “entre sus últimas voluntades” figuraba
el deseo de regresar a Irlanda junto a Nora Barnacle, cosa
que se veía un poco paradójica a las luces de las posiciones
que tenía el escritor en vida.
“Después constatamos que no era así”, señala
Lacy, y aclara que todo se trató de un truco o engaño. “Una
persona de nuestra circunscripción, que no voy a nombrar,
se había puesto en contacto con nosotros para plantear la
cuestión. Cuando presentamos el proyecto, esa misma persona
nos criticó después públicamente y, tras obtener más información,
lo dejamos”, expone el político.
Sea como fuera, “aún existe división al respecto”,
pues diferentes expertos, precisa Lacy, “sostienen que fue
Nora quien declaró que su marido quería ser enterrado aquí”,
con sus parientes dublineses. En ambientes culturales irlandeses
se han criticado estos y otros intentos acometidos por las
autoridades para reforzar (o forzar quizá) los lazos del escritor
con Dublín, al considerarlos “oportunistas y mercantilistas”,
según reflejó entonces un editorial del diario Irish Times.
Dermot Lacey (nacido el 11 de febrero de 1960)
es un político del Partido Laborista irlandés. Es miembro
del Ayuntamiento de Dublín en Dublín, Irlanda.
Aunque, de cierta forma, es comprensible que
desde Irlanda quisieran recuperar la memoria de un artista
de su cuna cuando Joyce adquirió la prominencia que hoy tiene
en el mundo de las letras universales. Influencia para grandes
autores como Borges o T. S. Eliot, el autor de Ulises se convirtió
en uno de los escritores fundamentales del siglo XX y una
referencia del tamaño de Shakespeare o William Blake para
entender la literatura británica. Ante tal recepción y el
gran legado del autor, a quien la historiografía literaria
ubica al lado de Kafka, Faulkner, Proust o Pessoa, Irlanda
quiso recuperar a su genio.
Pero la realidad es que Joyce mantuvo una relación
compleja con su país, que abandonó muy joven en 1904 para
instalarse en Trieste (Italia), en París y, finalmente, en
Zúrich. No siempre fue profeta en su tierra, pues su obra
maestra, Ulises, publicada en 1922, no empezó a venderse libremente
en las librerías del país hasta la década de los 60, debido
a las trabas impuestas por las autoridades de aquella Irlanda
controlada con mano de hierro por la Iglesia católica, que
tachó el texto de “obsceno” y “antiirlandés”. Un ensayo de
Jessica Traynor, comisaria del Museo de la Inmigración Irlandesa,
recuerda que Joyce “condenaba el pietismo y conservadurismo
de la sociedad irlandesa”, así como su “nacionalismo ciego”.
Joyce con Sylvia Beach en la Shakespeare & Co
en Paris, 1920.
Cómo París ayudó a dar forma a James Joyce.
En partes iguales, Joyce odió y amó a Dublín,
ciudad con la que “mantuvo un compromiso espiritual y artístico”
hasta “el final de su vida”, hasta el punto de que, cuando
vivió en París –escribe Traynor–, “su pasatiempo favorito
era buscar turistas” dublineses para que le “recordaran los
nombres de tiendas y pubs” de sus calles favoritas. Y es que
su distancia con Irlanda se debía a una cuestión política,
que no cultural o identitaria. Gordon Bowker, autor de una
biografía publicada en 2011, aporta más datos: “Lo que pasa
con Joyce es que siempre amó la Dublín de su juventud, incluso
cuando los británicos estaban al mando, y realmente nunca
estuvo cómodo con la nueva Irlanda que emergió después”. Joyce
falleció el 13 de enero de 1941 en Zúrich tras sufrir una
perforación ulcerosa duodenal. Los dos diplomáticos irlandeses
radicados en Suiza no asistieron a su funeral. Tenían otro
encargo. El Ministerio de Exteriores les pidió que enviaran
por cable “detalles de la muerte de Joyce” y, de ser posible,
que averiguaran si “murió como católico”.
James Joyce tenía una relación tensa con la
ideología política que llevó a Irlanda a separarse de Inglaterra.
Por ello partió muy joven de Dublín. La nueva Irlanda, católica
y conservadora, distaba mucho del discurso anglicano predominante
en el este de Gran Bretaña. Esa lejanía de su patria provocó
que, durante algún tiempo, se leyera poco y no se reconociera
en su ciudad natal. Paradójicamente, Joyce amaba su ciudad
y su cultura. Lo más contradictorio es que sus obras son las
que retratan con más neutralidad, fidelidad y profundidad
la identidad dublinesa de principios del siglo XX.
El mismo Leopold Bloom, protagonista de Ulises,
recorre las calles de la capital irlandesa de una manera odiseica.
En la compleja estructura de la novela, su obra maestra, están
mencionados lugares específicos de la ciudad con los que el
personaje se relaciona. Hay también exploraciones identitarias
en otras obras. Así sucede en Dublineses, una colección de
15 relatos que hacen cuadros naturalistas y cotidianos de
ciertos sectores de la sociedad de la capital.
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Una novela sobre la epopeya de la fundación
y apogeo de una de las librerías más míticas del mundo. Un
canto emocionante al oficio de librero y a la literatura universal.
Cuando Sylvia Beach, una joven americana amante de los libros,
abre Shakespeare and Company en una tranquila calle en el
París de 1919, no tiene ni idea de que cambiará el curso de
la literatura. Shakespeare and Company es mucho más que una
librería. Hemingway y muchos de los escritores de la Generación
Perdida la consideran su segunda casa. Allí también se forjan
algunas de las amistades literarias más importantes del siglo
XX, como la de James Joyce con la misma Sylvia. Cuando la
controvertida novela de Joyce, Ulysses, es prohibida, Beach
decide publicarla bajo la protección de Shakespeare and Company.Pero
el éxito y la fama que conllevan publicar la novela más controvertida
e influyente del siglo tiene unos costes muy altos: la rivalidad
de otros editores que quieren a Joyce para ellos. Sus relaciones
más queridas son puestas a prueba mientras París cae en la
Gran Depresión. Ante una gran crisis personal y financiera,
Sylvia debe decidir qué significa para ella Shakespeare and
Company. Con La librera de París Kerri Maher ha logrado construir
un fresco inigualable de una librería, una ciudad y una época
esenciales para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos.
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“La he escrito para mantener ocupados a los
expertos en literatura durante los próximos trescientos años”,
afirmó James Joyce justo después de publicar Ulises (1922),
una de las novelas en las que se fundamenta la literatura
contemporánea. No ha pasado una tercera parte de este tiempo
y los críticos siguen indagando en los engranajes de uno de
los primeros textos en traducir al lenguaje escrito los mecanismos
del inconsciente. James (1882-1941) fue el mayor de diez hermanos.
Su padre, John Joyce, funcionario y aficionado a la bebida,
malgastó el rico patrimonio familiar (levantado por el tatarabuelo
del escritor) y alcanzó la cima de la saga en inversiones
fallidas. La familia se veía obligada a cambiar de casa casi
cada año y los niños, de escuela. Pero John adoraba a su hijo
y pasaba largas horas con él hablando sobre nacionalismo irlandés;
incluso le compraba libros cuando apenas tenían para comer.
Su madre, Mary Jane Murray, hija de un comerciante
de licores, se refugió en la fe católica. Así, nacionalismo
y religión guiaron la vida del escritor hasta la edad adulta.
De hecho, James se educó siempre en centros jesuitas. En ellos
incubó el complejo de culpa que le acompañaría y sufrió la
represión de la sexualidad que convertiría posteriormente
en literatura. A los diecisiete años ingresó en el University
College de Dublín, regentado por la misma orden religiosa,
para estudiar lenguas modernas. Allí fue cuando rompió definitivamente
con la fe cristiana. Ni siquiera su madre, agonizando en su
lecho de muerte pocos años después, logró recuperarlo para
la Iglesia. Ni James ni su hermano Stanislaus –a quien estuvo
siempre muy unido– la complacieron en este doloroso trance.
A cambio, los remordimientos le acompañarían siempre.
El autor junto a la librera Sylvia Beach, su
principal apoyo para publicar su Ulises en Paris.
Tras graduarse, Joyce conoció a Nora Barnacle,
una humilde chica irlandesa que había viajado a Dublín para
servir. Ella nunca le comprendería intelectualmente. “No he
leído ninguno de tus libros, pero tendré que hacerlo. Deben
de ser buenos si se venden tanto”, le dijo cuando ya era un
escritor consagrado.
Sin embargo, Nora dio a Joyce todo lo que necesitaba,
incluso se convirtió en la musa de la que se nutrieron sus
protagonistas. Las cartas que Nora escribió a Joyce, por ejemplo,
sin puntos ni comas, son un calco del monólogo final de la
ficticia Molly Bloom en Ulises. Nora habría querido una vida
más convencional, pero a los pocos meses de conocer a Joyce
aceptó acompañarle en sus viajes para convertirse en gran
escritor. Primero fue Zúrich, después Trieste, Londres, Roma,
París... Joyce parecía haber heredado de su padre las dificultades
para echar raíces; también su talento irlandés para explicar
anécdotas y ser la atracción de los cafés.
Durante más de una década, la pareja y sus dos
hijos, Giorgio y Lucia, vivieron en la miseria, a menudo mantenidos
por Stanislaus. Joyce sobrevivía como profesor de inglés,
aunque gastaba su sueldo emborrachándose, amargado por sus
dificultades para publicar. A pesar de ellas, muchos seguían
viendo en él a un escritor muy prometedor y algunos empezaron
a enviarle dinero, a veces de forma anónima, como en un principio
la socialite estadounidense Edith Rockefeller McCormick.
En 1917 Joyce pudo concentrarse en la escritura,
aunque aquel año también empezaron sus problemas con la vista,
que le exigirían más de diez operaciones quirúrgicas y el
característico parche en su ojo izquierdo que lució desde
1926.
Fotografiado en 1918. Nuestra bibliotecaria
lo incluye en el monográfico de libros prohibídos.
Lo más duro para él fue, no obstante, la esquizofrenia
de Lucia. Se desató tras el matrimonio de sus padres (por
el que Lucia se sintió relegada) y tras recibir el rechazo
sentimental del dramaturgo Samuel Beckett, uno de los últimos
grandes amigos del escritor. Beckett visitaba a Joyce casi
a diario. Este le dictaba Finnegans Wake, su última obra.
Algunos críticos consideran que Joyce y su hija eran almas
gemelas, aunque él supo canalizar su excentricidad hacia la
literatura. La enfermedad de Lucia y su propia ceguera, que
le impidió seguir escribiendo, le sumieron en la depresión.
Una úlcera duodenal perforada acabó con su vida en enero de
1941 en Zúrich. Fue enterrado en el cementerio de esta ciudad
suiza.
Las dificultades de Joyce para publicar fueron
una constante a lo largo de su vida. Sus obras, hoy reconocidas
como esenciales en la revolución de la literatura moderna,
vivieron uno y mil rechazos hasta que pudieron ver la luz:
Retrato de un artista adolescente: veinte impresores
de Inglaterra y Escocia se negaron a componer esta novela
autobiográfica, ya que la ley de la época les daba la misma
responsabilidad legal que al autor y al editor. La historia
apareció por episodios en la revista londinense Egoist entre
febrero y septiembre de 1915.
Dublineses: la primera impresión inglesa (de
1906) de este volumen de cuentos fue destruida. La segunda
(de 1912), también; esta vez por parte del editor, George
Roberts, y del impresor. Solo se salvó un ejemplar de mil.
El libro salió a la luz en Londres el 15 de junio de 1914
gracias a Grant Richards. Atrás quedaban una inversión de
3.000 francos, 40 rechazos de editores, tratos con siete abogados
y 120 publicaciones.
Ulises: Joyce comenzó la redacción de esta novela
en 1906, en Roma, donde viajó para trabajar en un banco. La
revista estadounidense Little Review empezó a publicarla por
entregas en 1918. Sus propietarias, Margaret Anderson y Jane
Heap, recurrieron a un impresor de origen serbio que casi
no entendía inglés. La Sociedad para la Supresión del Vicio
de Nueva York, que consideró el material inmoral y pornográfico,
detuvo la publicación en 1920.
Antes, algunas entregas ya habían sido confiscadas
y quemadas. Las editoras fueron condenadas a pagar 50 dólares
por cabeza. La librera norteamericana Sylvia Beach editó la
obra en París en 1922 con una artimaña repetida: un impresor
de Dijon que no entendía inglés. En Estados Unidos el veto
no se levantaría hasta 1933. En 1934 apareció la primera edición,
dos años antes que la inglesa.
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