Cuando se piensa en una vida volcada hacia las letras lo
primero que se viene a la cabeza es el oficio de escritor,
aunque existen muchas otras profesiones que comparten esa
pasión, entre ellas el noble trabajo de editor. A veces, incluso,
estas ocupaciones pueden confluir en una misma persona, aunque
hay quien dice que es preferible no mezclar quehaceres porque
se pierde objetividad. Estoy seguro de que a muchos les sonará
la figura del escritor que, hastiado de ir de acá para allá
con su manuscrito bajo el brazo, abre una pequeña editorial
independiente para publicar su propia obra. Independientemente
de la opinión que merezca, esto no es un invento de antes
de ayer nacido al calor del nuevo modelo editorial. Nada más
lejos de la realidad: la idea ya la puso en práctica, entre
otros, Virginia Woolf en 1917.
En marzo de ese mismo año Virginia y su marido, Leonard Woolf,
compraron una pequeña prensa de mano por 19 libras -lo que
equivale a unas 900 libras en la actualidad- y la instalaron
en el salón de la casa en la que vivían por aquel entonces,
Hogarth House, situada en el barrio londinense de Richmond.
Así nació el sello independiente Hogarth Press, cuya primera
obra, publicada en julio bajo el título Publication No. 1.
Two Stories, incluía dos relatos del matrimonio Woolf en una
tirada de 150 ejemplares, «La marca en la pared» de Virginia
y «Tres judíos» de Leonard. Lo que empezó como un pasatiempo
fue creciendo en los siguientes meses hasta convertirse en
un negocio rentable. En noviembre compraron una segunda prensa
de mano y contrataron a una empleada. Además de obras propias,
entre las que destaca una cuidada edición en 1921 del relato
«Lunes o martes», Hogarth Press publicó obras de algunos de
los miembros del Círculo de Bloomsbury.
En 1922 la editorial de los Woolf publicaría la novela Demonios,
de Dostoyevski, traducida por la propia Virginia. Sin embargo,
el mayor éxito tendría lugar un año después, con la publicación
de la primera edición británica de La tierra baldía de T.
S. Eliot con una tirada de 450 ejemplares. La amistad entre
el poeta norteamericano y el matrimonio Woolf venía de años
atrás y Hogarth Press ya había publicado algunos de sus poemas
en 1919. En abril de ese año los tres escritores compartieron
una cena en la que Eliot leyó varios fragmentos de su poema
que embelesaron a Virginia. Aunque, para ser francos, Virginia
no siempre tuvo el mismo buen ojo: en 1918 rechazó tomar parte
en la publicación del Ulises de Joyce, que finalmente sería
editado bajo el sello parisino Shakespeare & Co. Años más
tarde Virginia, cuyo carácter depresivo estaba lleno de altibajos,
acabaría desinteresándose por el negocio y en 1938 cedió su
parte al poeta John Lehmann, que junto a Leonard Woolf seguiría
gestionando la editorial hasta 1946, año en que pasó a convertirse
en una compañía asociada a la editorial Chatto & Windus. En
esta segunda etapa Hogarth Press se especializó en libros
de psicoanálisis, publicando obras de Freud y de Lacan. Hasta
ese año la pequeña editorial llegó a publicar 527 títulos.
Chatto & Windus siguió funcionando como editorial independiente
hasta 1969 y en 1987 pasó a formar parte del grupo Random
House, que es a quien pertenece hoy en día el sello fundado
por Virginia Woolf.
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A pesar de sus diferencias, aunque las literarias
no eran tantas, un dato interesante de ambos escritores: los
dos nacieron y murieron en el mismo año (Woolf nació el 25
de enero de 1882, y Joyce el 2 de febrero de 1882; ella murió
el 28 de marzo de 1941, y Joyce el 13 de enero de 1941). Ninguno
de los dos llegó a los 60 años. Pero en 1982 se celebraron
sus respectivos centenarios a la vez. Es igual al caso, sobre
el que ya había escrito en un artículo anterior en este mismo
espacio, entre otros dos grandes contemporáneos No se conocieron
personalmente.
Además de utilizar el mismo recurso del monólogo
interior, las dos obras maestras de los escritores, tanto
Ulises como La Señora Dalloway, trascurren en un solo día.
En ambas obras la geografía local cumple un papel preponderante
y celebran a sus respectivas ciudades de origen (Dublín y
Londres). Curiosamente dos países hermanos que cuentan con
sus respectivas historias de similitudes y antagonismos (Irlanda
e Inglaterra).
El “Ulises” Joyce eleva a un nivel más alto
el uso del monólogo interior. Virginia Woolf también fue pionera
en el uso de ese recurso. Y si comparamos la publicación de
las dos obras cumbres de ambos escritores: “Ulises” (1922)
- “La señora Dalloway” (1925) y si tenemos en cuenta que Woolf
leyó el manuscrito de la obra de Joyce y la rechazó, podemos
tener una mejor idea de lo que pudo estar detrás de la reacción
de la escritora británica. No solo fue una referencia, Woolf
se encargó de hablar mal de la novela de Joyce en varios espacios
y hasta le dedica algunos apartes en su propio diario.
La señora Dalloway es la cuarta novela de Virginia
Woolf, publicada el 14 de mayo de 1925. Detalla un día en
la vida de Clarissa Dalloway, en la Inglaterra posterior a
la Primera Guerra Mundial.
Cuenta la leyenda que Woolf abandonó “Ulises”
en la página 200 (y creo que alcanzó a leer bastante). Al
parecer su amigo, el escritor T.S Elliot, fue quien se lo
recomendó con efusivo entusiasmo. Woolf abandonó su lectura
de “En busca del tiempo perdido” de Proust para adentrarse
en las páginas de la obra de Joyce. En sus diarios salen algunas
de sus reacciones de la novela: “¡Qué cansino es Joyce! Con
lo que estaba disfrutando a Proust y tuve que dejarlo a un
lado para esto. Sospecho que Joyce es uno de esos genios perdidos,
a los que uno no puede olvidar, ni silenciar sus gemidos,
sino que tiene que ayudar a encontrarles la salida, con gran
coste personal”. “Ulises es la obra de un escritor autodidacta,
egoísta, insistente, teatral, y en última instancia, nauseabundo.
Si puedes cocinar la carne, ¿por qué comerla cruda?”. Muchos
estudiosos se han atrevido a ahondar en los comentarios de
Woolf sobre “Ulises” y han concluido que fueron una reacción
a la fuerte competencia que sentía la escritora frente a ese
escritor que se acercaba tanto a su estilo y con quien se
enfrentaba en la llamada “batalla modernista”.
Hay otra versión que dice que Woolf sí apreció
la obra de Joyce, pero que no pudo publicarla en su imprenta
debido al lenguaje y a los pasajes demasiado eróticos de Joyce,
entre otros temas. Pero lo que escribió en su diario es incontrovertible.
Aunque se utilicen similares recursos y tengan
tantas coincidencias, ambas tienen una característica especial
del respectivo género de sus autores. Ulises es una novela
muy masculina, aunque reserve un maravilloso capítulo final
enteramente para la mujer y su perspectiva. Y La señora Dalloway
es una obra muy femenina, que evitaba recorrer algunos recovecos
transitados por Joyce, considerados polémicos y causantes
de censura.
El escritor Anthony Burgess en uno de sus escritos
sobre literatura, aborda el tema de ambos escritores así:
“Virginia Woolf era resueltamente opuesta a
las limitaciones de la narrativa tradicional. Lo mismo le
pasaba a Joyce, pero ella no fue capaz de verlo. Joyce consideraba
la trama narrativa como vulgarmente periodística, interesada
por el sensacionalismo de la acción y el clímax, y la vida
real no era así. Virginia Woolf estaba de acuerdo, pero creía
que había llegado a esa conclusión por sí misma: Mrs. DalIoway,
lo mismo que Ulises, cuenta buena parte de su historia mediante
el monólogo interior, pero, a diferencia de Ulises, evita
esas traicioneras áreas de la mente donde el ello freudiano
emite sus mensajes cloacales o lúbricos. Ulises tiene toda
la honestidad de una creación masculina que reconoce la importancia
de los aspectos más groseros de la vida del cuerpo. En Virginia
Woolf, el espíritu vuela sobre el esperma y la orina. Esto
constituía una limitación, impuesta menos por su sexo que
por su buena crianza. Era demasiado señora como para permitirse
recoger en sus obras los olores del callejón de la parte de
atrás o las inmundicias de los albañales”.
Demasiado “modernos”. Creo que los dos tienen
obras más complejas que otras, ambos tienen también cuentos
hermosos y ensayos emblemáticos como “La habitación propia”
de Woolf, tan importante para el movimiento feminista, que
en esa época aún no existía. Pero también ambos eran genios
que tenían el pleno convencimiento de que la narración literaria
podía ser algo más que la narrativa tradicional. En 1922,
el mismo año que se publica “Ulises”, Virginia publica “El
cuarto de Jacob”, que a la vez fue la primera gran novela
de su propia editorial, una obra muy experimental también,
llena de metáforas, símbolos y de monólogos interiores. Lo
que no se puede negar es que ambos fueron grandes escritores
y ambos revolucionaron como nadie la narrativa del Siglo XX.
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“¿Qué hace ese idiota bajo tierra? ¿Cuándo piensa salir?
Está vigilándonos todo el día.” Lucía Joyce no podía creer
la muerte de su padre James Joyce. El muy célebre y poco leído
escritor irlandés falleció el 13 de enero de 1941, en Zúrich,
uno de sus tantos y perpetuos exilios, alejado de la patria.
Lucia fue una bailarina alabada por Isadora Duncan y pareja
de Samuel Beckett, quien se distanció del noviazgo ante los
primeros síntomas de enfermedad mental en que le serviría
de musa a Joyce para algunos pasajes del 'Finnegan’s Wake',
esa Babilonia léxica, políglota e inabarcable escrita por
un tirano hipnótico de trato amable. El clan era incondicional
a su estrella, plegándose a sus designios sin una sola protesta.
Giorgio, el hermano mayor, quiso ser cantante y terminó como
un borracho, más bien lamentable. Incluso su hermano Stanislaus
recogió esta dictadura bienquerida en unas memorias en torno
a la sombra del ídolo, lúcidas por plasmar sin idealizaciones
esa realidad, hasta cierto punto similar a la de Pablo Picasso
y sus allegados, todos ellos víctimas de finales dramáticos,
como si el mundo sin el pintor fuera inhabitable.
Inhabitable lo fue para Virginia Woolf el 28 de marzo de
1941, fecha de su suicidio, ahogada en el río Ouse vistiendo
un abrigo lleno de piedras en sus bolsillos. Aquejada de trastorno
bipolar, antes de tomar su último camino escribió una nota
para su esposo Leonard, donde confesaba estar a las puertas
de enloquecer y que “si alguien podría haberme salvado habrías
sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad.
No puedo seguir arruinándote la vida durante más tiempo. No
creo que dos personas puedan haber sido más felices de lo
que lo hemos sido tú y yo.”
En 'La muerte de Virginia' (Lumen), parte de la autobiografía
de Leonard Woolf, esta se evoca serena, en sintonía con la
relación de ambos, felices quizá desde un amor apasionado
más allá de los tópicos, fraternal en el mejor sentido de
la palabra, ambos asimismo socios en la Hogarth Press, sello
editorial de gran prestigio. Virginia leyó poco más de doscientas
páginas del 'Ulises' y rechazó publicar la nueva novela del
señor Joyce, ninguneada por otros impresores de Londres y
provincias. La novela era el 'Ulises', publicada en 1922 por
la librera Sylvia Beach, de la parisina Shakespeare and company.
La odisea del manuscrito daría para tantas tesis como su contenido,
dieciocho formas de novela en una que es un viaje polifónico,
un caleidoscopio urbano, la virtud de un estilista y el acople
de espacio y tiempo, ese 16 de junio de 1904, cuando conoció
a su esposa Nora Barnacle, con quien intercambió tórridas
cartas de alto voltaje erótico festivo, polémicas ante la
negativa de los herederos de Joyce para que una de ellas,
adquirida en una subasta, viera la luz.
El no de la Hogarth al 'Ulises 'y su publicación, en coincidencia
del cuadragésimo cumpleaños del literato, por una americana
en París, donde Joyce, además de en su interior, se envolvía
de un microcosmos existencial como si estuviera en una isla.
Entre las anécdotas más inmortales figura la de su regreso
en el taxi de Marcel Proust tras asistir a una cena en una
habitación privada del Hotel Majestic el 9 de mayo de 1922,
con Picasso y Stravinsky entre los asistentes. Ninguno había
leído al otro. El francés era asmático. El dublinés fumaba
como un carretero.
La nota de suicidio de Virgina Woolf. Los dos
titanes murieron en 1941 después de sendas y fascinantes trayectorias
literarias.
Virginia Woolf se hermanaba con su némesis en la vanguardia
anglosajona por un aislamiento más altivo, cobijado en el
Círculo de Bloomsbury, reflejado desde el lirismo en 'Las
Olas', donde muchos rasgos de los seis, marionetas de esa
narradora adepta a merodear en el mar, son un quién es quién
de ese grupo de amigos e intelectuales entre los que cabe
mencionar a Lytton Strachey, un sepulturero de lo victoriano,
el Nobel T.S. Eliot, John Maynard Keynes, Roger Fry o E.M.
Forster, reuniéndose en fincas particulares o retiros campestres.
Si el tormento de Virginia, manifiesto en sus 'Diarios' ,
recuperados en España por Tres Hermanas ed., es hacia adentro,
el de Joyce, propulsado por la fe en sí mismo, es exterior,
de una rebeldía muy determinada por acatar sus ostracismos
a Irlanda. Este ir a la contra, sin olvidar lo surrealista
de la efeméride, lo desarrolla John McCourt en 'Los años de
esplendor' (Turner), donde documenta el arribo del jovencísimo
isleño a la chisporroteante y crucial Trieste, en 1904 puerto
franco del Imperio Austrohúngaro y foco de revueltas desde
el irredentismo italiano.
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Los muertos, es un relato del escritor irlandés James Joyce,
incluido en su colección Dublineses. Es el más extenso y elaborado
de los quince relatos que componen Dublineses, siendo considerado
además el más significativo literariamente de todos.
La película “Los muertos” de John Ford, inspirada en el relato,
fascina por esa atmosfera, por esa belleza y por la enorme
melancolía de los personajes.
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Joyce salió de la Estación Central y entre impaciencias en
la estatua de Sisí, asesinada en 1898 por el anarquista Luigi
Lucheni en Ginebra, se mezcló con el ambiente de la Piazza
Grande al lado del mar y así inauguró su idilio con la Bora,
un huracán eólico, según algunos vinculado durante la contemporaneidad
con el ingente número de suicidios de esa ciudad archipiélago,
italiana pero sin nación, un municipio independiente sin bandera,
tampoco echada de menos al exhibirse su idiosincrasia en pequeños
detalles cotidianos. Pese a tener fama de esquizofrénica,
Trieste puede ser un extraño remanso de paz, y Joyce, con
algunos años de ausencia, residió a la vera del Adriático
desde ese 20 de octubre de 1904, cuando su energía se desparramó
hasta, cuentan los lacónicos lugareños, acabar entre rejas.
En cambio, Virginia y sus amigos adoptaron otra performance,
mucho más mediática, cuando en 1910 se disfrazaron de príncipes
abisinios y burlaron a la Royal Navy, recibiendo infinitos
parabienes hasta visitar el acorazado Dreadnought, rodeados
de guardias de honor y vestimentas de gala. Al no estar disponible
el estandarte etíope se enarboló el de Zanzíbar y las trompetas
hacían sonar el himno del país africano. La farsa cautivó
a la prensa, relamiéndose ante el cóctel de mofa al ejército
y show de Monty Python 'avant la lettre'.
'Tres Guineas' otorgó a la prosista de 'Al faro', otro peldaño
más de su increíble escalera a caballo entre los años veinte
y treinta, el sosiego de ser libre al depositar un testamento
pacifista, socialista y feminista, trilogía de adjetivos como
un guante en su pensamiento, aunque reacios en el mismo al
odiar a los ismos, proclives a deformar el lenguaje y monopolizar
emociones desde un credo irracional. Un problema de la época
reciente es la caricaturización de un sinfín de íconos culturales,
caras con frase para camisetas o memes de la red, despojándolos
de su trascendencia. Virginia Woolf se manosea desde imágenes
promocionales, vaciándola de contenido. En su trayectoria
flota una constante obcecación, y como Joyce está en la recámara
no está de más que 'Miss Dalloway' diga que ella misma comprará
las flores, pues esta novela, quien sabe si una respuesta
al 'Ulises', se emparenta con la epopeya dublinesa de Dedalus
y Bloom en su duración de una jornada de junio, el flujo de
conciencia y su enmarcarse dentro las transformaciones urbanas
del primer tercio de la pasada centuria, más visibles durante
el periodo de entreguerras, de 'Manhattan Transfer' de John
Dos Passos a 'Berlín, sinfonía de una ciudad', de Walter Ruttman.
El Gran Canal de Trieste (en italiano, 'Canal
Grande di Trieste') es un canal navegable situado en el Borgo
Teresiano, en pleno centro de esta ciudad italiana, entre
la estación de trenes y la Piazza Unità d'Italia, que desemboca
en el Porto Vecchio.
El 'Ulises' arrastra la rémora de ser un monumento, cuando
uno de sus logros en esta prosa ciudadana es trasladar al
papel escenas con trucos cinematográficos entre masturbaciones
y petardos en la playa, alucinaciones en burdeles y un calculado
vagar de los personajes, polichinelas del titiritero, omnipresente
hasta en el monólogo interior de Molly y sí dije sí quiero
sí. El 'Ulises', con las minucias significantes de las calles
de ese 16 de junio recobradas con preguntas de Trieste a Dublin,
no decretó ninguna muerte de la novela. El espíritu competitivo
predominante a veces confunde la evolución de un género. Un
antes y un después no supone desolar los alrededores, donde
quedan muchas sendas a explorar por otros coetáneos como Franz
Kafka o su viejo amigo triestino, Italo Svevo, redescubierto
por Joyce y Larbaud con 'La Conciencia de Zeno'. Virginia
Woolf transitaba por su propio trayecto, afín al de sus colegas
masculinos por progresar al no imitar pese a trazar todos
sus textos preocupaciones de su época. En 'Miss Dalloway'
la simultaneidad de pasado, presente y esas vidas cortocircuitadas
en el Londres de posguerra, 'Clarissa' en la placidez de su
jardín, Septimus Warren Smith con su deriva hacia el abismo,
desvaneciéndose su inteligencia por los efectos de la pesadilla
en las trincheras mientras las horas avanzan y cada uno opta
por enmudecer sus miserias desde perspectivas diametralmente
opuestas.
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De 'Dalloway', 'Al Faro', 'Orlando' y 'Las Olas' son, salvo
por su esplendor, un cuarteto sin aparente totalidad, una
etapa en sí comprendida entre 1924 y 1932. Durante la misma,
en otra categoría dentro de este crecimiento, ofreció la tipificada
'Una Habitación propia', de una brillantez sin urgencia de
pancartas, tan aficionadas a rebajar los múltiples mensajes
de este ensayo, corpus feminista sin sacar pecho junto a 'Tres
Guineas'.
Las novelas de este decenio son fascinantes por la exposición,
una vez leído el conjunto, de las dudas de una voz, y cada
cavilación se conjuga con la poética de una prosa divirtiéndose
con las coordenadas espacio temporales, las máscaras y la
confección de una escritura comprometida desde una visión
artesanal, no por ello silenciosa a su tiempo, en lucha desde
una cierta altura en los áticos de la torre de marfil.
En Tres guineas, Virginia Woolf emplea la expresión
“las extrañas” para referirse a las mujeres en cuanto individuos
excluidos de una sociedad en la cual los derechos y los privilegios
los detentan únicamente hombres.
Tras el 'Ulises' Joyce se mojó en otros barros. La vitola
de genio y el mecenazgo de Harriet Weaver lo amparaban y se
concentró en 'Finnegan’s Wake'. La jornada en la capital de
Irlanda es accesible al gran público, basta con no lanzarse
sin tener buenos fundamentos previos. La obra en construcción,
así la bautizó, debió ser en su imaginación la Biblia de la
Modernidad sin concesiones a la industria de productos culturales.
Su patrocinadora se retiró espeluznada por lo homérico de
la empresa y su despropósito si quería ser leído. 'Finnegan’s
Wake' tiene renombre y acumula polvo en estantería, quien
sabe si por ese pavor al pronunciar James Joyce, a quien conviene
introducir sin faltar a la cronología de sus libros, porque
'El retrato del artista adolescente' y 'Dublineses', luminoso
en sus matices, son antídotos ante esa resistencia enconada,
sin mácula en lo relativo al 'Finnegan’s Wake', más esquinado
si cabe como meta, no sólo para escritores, al ser demasiado
colosal para nuestra desmedida velocidad 24/7/365 aún con
toque de queda, poco mitigada por la pandemia. Las últimas
obras de Virginia Woolf, 'Los años' y 'Entre actos', no gozan
de la popularidad de la rigurosa biografía del Cocker Spaniel
Flush, perro de la poetisa Elisabeth Barrett, fina disección
victoriana. Los dos se enrocaban en sus islas, si bien la
de ella era muy intuitiva y miraba más allá del ombligo y
el horizonte. Los dos no navegan rumbo a la deriva; la conmemoración
del octogésimo aniversario de sus decesos ha tenido un eco
escuchimizado, acorde a su mercantilización. En Trieste Joyce,
homenajeado con una ruta de placas y una estatua en el Canal
Grande, es un souvenir, imán de nevera o chapita para el abrigo.
Virginia es un perfil global, más de pared que de tinta.
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Sylvia Beach, nacida Nancy Woodbridge Beach
(Baltimore, Maryland; 14 de marzo de 1887-París, Francia;
5 de octubre de 1962), fue una librera y editora estadounidense,
y una de las principales figuras entre los expatriados de
dicha nacionalidad que vivieron en París entre la Primera
y la Segunda Guerra Mundial.
Sylvia Beach era hija de un pastor presbiteriano
y vivió en Baltimore y Maryland. En 1901 la familia se trasladó
a París cuando su padre fue llamado a la Iglesia Americana
en París. La familia se mantuvo allí hasta que su padre fue
trasladado a Princeton en 1905. A partir de esa fecha, Sylvia
Beach hizo varios viajes de ida y vuelta por Europa, vivió
dos años en España y trabajó en la Cruz Roja y en la International
Commission on the Balkan Wars. Sylvia Bach se mudó a París
en 1916. En la década de 1920, Beach regentaba la librería
Shakespeare and company, en París. En 1922 fue la primera
editora de la importante novela Ulises, del irlandés James
Joyce, que no había encontrado editorial interesada hasta
entonces. En su librería se reunían los más destacados escritores
e intelectuales anglosajones de la época que, a la sazón,
vivían en París: Man Ray, Ezra Pound, Ernest Hemingway, Samuel
Beckett, el mencionado Joyce, además de los franceses Valery
Larbaud, André Gide, Paul Valéry y el psicoanalista Jacques
Lacan. En 1941, durante la ocupación alemana, la librera rehusó
vender la primera copia de la novela Finnegans Wake, de James
Joyce, a un oficial alemán. Fue arrestada e internada en un
campo durante seis meses y la librería se cerró.
Nunca más volvió a abrirse en su localización
primitiva (12 rue de l'Odeon), aunque se abrió años más tarde
una librería con el mismo nombre como homenaje en otro lugar,
junto al río Sena. En 1956, Beach escribió Shakespeare and
Company, libro de memorias de entreguerras que detalla la
vida cultural del París de la época. El libro contiene información
de primera mano acerca de grandes personajes como James Joyce,
D. H. Lawrence, Ernest Hemingway, Ezra Pound, T. S. Eliot,
Valery Larbaud, Thornton Wilder, André Gide, Léon-Paul Fargue,
George Antheil, Robert McAlmon, Gertrude Stein, Stephen Benet,
Aleister Crowley, John Quinn, Berenice Abbott, Man Ray y muchos
otros. Beach murió en 1962 en París. Aparece en el documental
Les heures chaudes de Montparnasse, de Jean-Marie Drot.
La edición original del "Ulises" fue publicado
por la propietaria de la famosa librería parisina Shakespeare
and Company.
La escritora francesa Laure Murat, afirma en
su libro Passage de l'Odeon. Sylvia Beach, Adrienne Monnier
et la vie littéraire à Paris de l'entre-deux-guerres, que
la actual librería Shakespeare and Company, ubicada en la
rue de la Bûcherie, de París, y muy frecuentada por la generación
beat en su día, «no tiene nada que ver con la original de
la rue de l'Odeon», y que su propietario (George Whitman)
«no puede considerarse el heredero legal, ni moral ni espiritual
de la señora Beach» (folio, 2003, p. 178). Sylvia Beach es
principalmente recordada por su apoyo a Joyce y a otros escritores
emergentes en los años 1920.
La librería Shakespeare and Company de París,
en 2004.
Está enterrada en el cementerio de Princeton.
Sus papeles se hallan archivados en la Princeton University.
Nota de prensa, Marzo 2022:
He intentado mostrar el corazón de la mujer
que fundó la librería Shakespeare & Co en París”, dice, al
otro lado de la pantalla, desde su casa en las afueras de
Boston (EE.UU.), la californiana Kerri Maher. Su novela La
librera de París (Navona), que se puso ya a la venta, reconstruye
la peripecia vital de Sylvia Beach (1887-1962), a caballo
entre la historia de amor, la épica de construcción de una
librería mítica a contracorriente y finalmente la desintegración
de toda esa energía vital. Con secundarios de lujo como Hemingway,
Joyce, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein ... y su pareja, la
también librera Adrienne Monnier. Cuando Maher era estudiante
de Filología Inglesa en la Universidad de California, en Berkeley,
“estaba obsesionada con los años 20. En una caja llena de
libros de segunda mano que instalaba una librería frente a
la facultad, encontré las memorias de Sylvia Beach, que compré
por un dólar. Me fascinaron, esa fue la primera vez que supe
que había abierto la librería en París en 1919, y que había
publicado el Ulises, la novela de James Joyce. La historia
se quedó en algún rincón dentro de mí y, muchos años después,
ya convertida en novelista histórica, con otros libros publicados,
sobre la familia Kennedy o Grace Kelly, se me ocurrió que
era una excelente idea convertirla en protagonista de su propia
novela”.
Sylvia Beach, contra la censura en Estados Unidos
e Inglaterra.
En el proceso de investigación, le sorprendió
descubrir muchos detalles de su relación sentimental con la
librera Adrienne Monnier. “Beach escribió sus memorias en
los años 50 cuando las relaciones entre personas del mismo
sexo se veían de manera muy diferente a la de los años 20,
que fueron extremadamente liberales. Por ello, Beach no habla
mucho sobre Adrianne. Eran mucho más que librerías. “Podríamos
decir que hacían de conserjes o de punto de información de
todos aquellos letraheridos que llegaban a París. Sylvia permitía
a sus clientes que usaran la dirección de la librería como
apartado de correos donde recibir cartas y paquetes. Les encontraba
apartamento, les hacía de guía, les ponía en contacto con
los clientes de la librería de Adrienne, es decir, intelectuales
franceses. Fue epicentro también de aquellos que llegaban
huyendo de la Unión Soviética”.
El personaje de la librera está tratado novelísticamente:
la vemos hablar, pensar, en un montón de gestos y momentos
de su vida cotidiana y privada. “Investigué hasta donde pude,
por ejemplo leyendo sus cartas, y el resto es ficción –responde
la autora– pero creo que es una construcción muy realista:
la describían como alguien que hablaba muy rápido, de un modo
casi pajaril. Le encantaban los juegos de palabras, tenía
mucho humor, era alegre y tendía a mirar el lado positivo
de las cosas. Ella misma se definió como aventurera, se veía
así”.
Kerri Maher.
La historia de ese establecimiento “es la de
los años 20 y 30, de toda la increíble energía, el entusiasmo
y el optimismo que hubo tras la primera guerra mundial, creían
que iban a renovar la literatura y a rehacer el mundo a partir
de los escombros y las cenizas de la guerra. El Ulises de
Joyce fue prohibido por las fuerzas conservadoras que dominaban
Estados Unidos e Inglaterra y, en ese momento, París grita:
‘¡Aquí somos libres, lo editaremos nosotros!’. Eso es muy
emocionante, así se sentían los parisinos en los años 20”.
También se ocupa de la edición pirata de la obra que publicó
Samuel Roth en EE.UU.: “Hablé con su nieta, me dijo que él
nunca tuvo una conciencia de estar haciendo nada ilegal sino
difundiendo una obra que no podía publicarse legalmente, Aunque
sacó de sus casillas a Beach y Joyce, que dejaron de ingresar
mucho dinero, hay que reconocerle el mérito de haber convertido
una obra difícil, experimental, rabiosamente moderna, en un
producto de masas”.
“Lo bueno fue hablar de todos esos escritores
que no eran aún famosos, como Ernest Hemingway, F.Scott Fitzgerald,
Gertrude Stein, James Joyce ... Es el momento en que adquieren
fama y atraen a más autores a la ciudad. En los años 30, con
la depresión y la locura de Hitler, todo cambió”. A diferencia
de entonces, Maher cree que “EE.UU. goza hoy de plena libertad
de publicación, con leyes que protegen la libertad de expresión,
pero en cambio se observa un recrudecimiento de la censura
en las escuelas y en el acceso a los textos por parte de ciertas
comunidades, por considerarse ciertas obras ‘inapropiadas’
como ha sucedido con el cómic Maus de Art Spiegelman”. Sobre
sus secundarios de lujo, la ilustre clientela de la librería,
apunta que “algunos tomaron sendas oscuras en la parte final
de sus vidas, como Hemingway, que se suicidó, o Ezra Pound,
que abrazó el fascismo, pero entonces eran hombres jóvenes,
llenos de excitación y fe en su trabajo”. A todos ellos, en
su narración, los baja del pedestal, como cuando vemos a Joyce
destrozado porque su mujer, Nora, lo abandona volviendo a
Irlanda sin él. “Son los dioses de la literatura en inglés,
pero de jóvenes, con solo unos libros publicados, no eran
más que personas”. La celebridad era Beach, a la que iban
a ver todos los escritores y aspirantes a serlo, algunos con
una carta de recomendación de algún autor famosos, como Sherwood
Anderson, “para que ella les hiciera un poco de caso”.
Maus se convierte en número 1 en ventas en
Amazon tras su prohibición por la junta escolar de Tennessee.
Hablamos de ese y de otros casos en La bibliotecaria >>
Prohibidos.
La obra se ocupa de la pelea entre Beach y Gertrude
Stein cuando esta se entera de que van a publicar el Ulises
de Joyce y, escandalizada, acude en persona a la librería,
para devolver su carnet de clienta. “Stein volvió al cabo
de un tiempo, y retomaron su amistad donde la habían dejado”,
matiza Maher. Si bien en los años 20 “los cabarets y bares
gay eran los lugares más a la moda en la noche de Nueva York,
Chicago, Berlín o París, técnicamente solo eran legales en
Francia porque habían despenalizado las relaciones entre personas
del mismo sexo. París era el lugar más liberal del mundo”.
Hoy en día, las librerías ya no cumplen semejantes
funciones, con algunas excepciones (y salvando las distancias),
como la City Lights en San Francisco o el caso de la barcelonesa
Finestres (que cuenta con habitación para alojar escritores).
La actual Shakespeare & Co en París no tiene nada que ver
con la original, ni en la propiedad ni en la ubicación pero,
como apunta Maher, “sí es continuadora de su espíritu, por
ella han pasado (y pernoctado) muchos de los grandes escritores
de EE.UU. Abrió en 1951, diez años tras el cierre de la original
a causa de la ocupación nazi, y lo hizo bajo el nombre de
Mistral. Su dueño, George Whitman, se hizo amigo de Beach,
una de las habituales del lugar, y la rebautizó como Shakespeare
& Co en 1964, dos años tras la muerte de Beach”.
City Lights Booksellers & Publishers es una
librería y editorial independiente de San Francisco, que está
especializada en literatura del mundo, artes y política progresista.
También acoge la fundación sin ánimo de lucro City Lights,
que publica obras relacionadas con la cultura de San Francisco.
Interior de la librería City Lights La librería fue fundada
en 1953 por el poeta Lawrence Ferlinghetti y Peter D. Martin
(que abandonaría dos años después). Tanto el local de la librería
como la editorial se hicieron famosos con motivo del juicio
a Ferlinghetti por obscenidad, al publicar el influyente poema
Howl and Other Poems (City Lights, 1956) de Allen Ginsberg.
Nancy Peters empezó a trabajar allí en 1971 y se jubiló como
directora ejecutiva en 2007. En 2001, City Lights fue incorporado
a la lista oficial de lugares históricos de San Francisco.
La librería se encuentra entre los barrios de North Beach
y Chinatown (avenida Columbus con Broadway).
James Joyce acabó enfrentado a Beach por temas
de derechos de autor. “Él quería que su obra pasara a un gran
editor estadounidense. Para Beach, la amistad y el libro eran
la misma cosa. Sylvia creyó que publicar Ulises la acercaría
más que nunca a Joyce y fue lo contrario”.
Adrienne Monnier. Su amante y socia. “Mantuvieron
a la vez una relación romántica y una especie de sociedad
comercial, pues Monnier era la propietaria de la cercana La
Maison des Amis des Livres, funcionaron como una sola tienda,
una vendía libros en inglés y la otra en francés”.
Ernest Hemingway se presenta siendo un desconocido
en su librería, con una recomendación de Sherwood Anderson.
Le dice: “París es el mejor sitio para un escritor, es decir,
el más barato. Así que me las arreglé para convencer al Toronto
Star de que me pagara para hacer de corresponsal”.
Hemingway en Paris, 1924.
Gertude Stein acuñó el términode "la Generación
Perdida" para referirse a sus amigos Ernest Hemingway,
F. Scott Fitzgerald o John Dos Passos. La serie “The Paris
Wife" de la productora Ileen Maisel, que ha colaborado
en la producción de películas como “La Brújula Dorada” o “Corazón
De Tinta”, llevará al cine las vivencias parisinas en los
años 20 de los escritores estadounidenses de aquella generación.
El talento y la fiesta de aquellos días han
sido inspiración para películas como Medianoche en París (2011),
de Woody Allen. En la cinta Hemingway lo encarna el actor
Corey Stoll y Gertrude Stein está interpretada por la actriz
Kathy Bates. Además, aparecen representados los pintores españoles
Pablo Picasso y Salvador Dalí.
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París.
Giselle Freund, la mítica fotógrafa, entra en
la librería como amiga de Walter Benjamin. Mientras Beach
está de viaje en Estados Unidos, en 1937, Adrienne Monnier
se convierte en pareja de Freund, lo que hace que Sylvia se
mude a vivir en el piso de arriba de la librería.
Walter Benjamin, filósofo, vive en París un
exilio autoimpuesto. Íntimo amigo de Giselle Freund y buen
cliente de la Shakespeare & Co, aconseja a Beach, en los momentos
de crisis, que no venda acciones, a diferencia de lo que piensa
Joyce.
Francis Scott Fitzgerald, tímido y con escasas
habilidades sociales, el autor de El gran Gatsby se acerca
a ella temerosamente en la librería y le dice, emocionado:
“No puedo creerme que esté ante la famosa Sylvia Beach”.
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Un escritor cómico que tenía un gran sentido
del humor, según Diego Garrido, el traductor de ‘James Joyce.
Cuentos y prosas breves’.
La revista VIAJAR se suma a las celebraciones
por el centenario de la publicación del 'Ulises' de Joyce,
que dieron el pistoletazo de salida el día 2 con un acto en
el Ateneo de Madrid. Lo hace con un artículo que el prestigioso
escritor e hispanista Ian Gibson ha escrito en el número de
febrero sobre el Dublín de Joyce, coincidiendo con el rediseño
de la revista.
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El 9 de noviembre de 1927, Salvador Dalí se
encontraba en su Figueres natal. En ese momento el pintor
ha trabajado codo con codo con Lorca en los decorados y figurines
para su obra «Mariana Pineda» que se había estrenado ese verano
en Barcelona de la mano de Margarita Xirgu. Precisamente en
ese tiempo, el poeta granadino había pasado unos días junto
con su amigo en Cadaqués y Barcelona, reforzando una amistad
que, como diría el mismo Dalí poco antes de su muerte, «fue
un amor erótico y trágico».
Dalí tomó una postal con una elegante imagen
del actor británico House Peters. En el reverso, el pintor
redactó unas líneas en las que hablaba de lo que denominaba
como «fotografía artística de House Peters» añadiendo a continuación
«mueran los conflictos interiores, las complicaciones morales.
¡Lo más interior y profundo es siempre una epidermis aún!
Las cosas no significan nada fuera de su estricta objetividad».
Tras estas palabras, Dalí iniciaba una lista de nombres encabezados
por James Joyce y su «Ulises». ¿Cómo podía saber Salvador
Dalí de la existencia del gran libro teniendo en cuenta que
aún tardaría mucho, demasiado, en ser traducido al español?
No fue hasta 1945 en el sello Santiago Rueda Editor de Buenos
Aires y adaptado por José Salas Subirat. A España no llegaría
hasta 1976 cuando Esther Tusquets en Lumen publicó la traducción
que unos años antes había encargado a José María Valverde
del texto de Joyce.
No parece que en 1927 Dalí tuviera ejemplar
alguno de la primera edición aparecida en 1922 de la mano
de Shakespeare & Co. No hay indicios de ello en lo poco que
ha sobrevivido de lo que fue la biblioteca personal del pintor
en esos años y luego, tras ser expulsado del hogar familiar,
dispersa para siempre. La explicación a la duda nos hace trasladarnos
a una semana antes de que Dalí escribiera a Lorca. El 1 de
noviembre de 1927 aparecía el nuevo número de «La Gaceta Literaria»,
la publicación cultural dirigida por Ernesto Giménez Caballero,
el muy controvertido hombre de vanguardias. Gecé, como también
se hacía llamar, estuvo siempre muy atento a todo lo nuevo
que se hacía literariamente dentro y fuera de España en los
años veinte. Por eso no es de extrañar que en la página 3
de la revista apareciera un artículo titulado «La Nueva Literatura
Inglesa. James Joyce». Lo firmaba el autor francés Yvan Goll
quien había conocido a Joyce en 1920. Previamente ambos habían
coincidido en la estación de tren de Zúrich y se habían vuelto
a encontrar en Sèvres. En el momento en el que Goll y Joyce
se vieron en la ciudad suiza, también era uno de sus residentes
Lenin. «Fue esa la primera vez quizá que esos dos nombres
se encontraron enlazados por el azar. ¡Quién sabe si el provenir
no reserva la percunidad [sic] en tal unión! Pues de hecho:
Joyce, durante la misma época, realizó igual revolución dentro
de la poesía que Lenin en el mundo político. Pues se sabe
que Joyce trabajaba entonces en su “Ulysses”, esa obra que
la Humanidad algún día encuentre quizá superior a la gran
fuerza». Goll, que llegó a ser secretario del escritor irlandés,
calificaba a Joyce como «el Homero de nuestro tiempo».
Primera estancia del poeta en Barcelona.
Además del citado artículo, «La Gaceta Literaria»
también publicó un pasaje de «Ulises» en traducción de Giménez
Caballero. Era la primera vez que se reproducía un pasaje
de la novela en español y, muy probablemente, la revista lo
hizo sin autorización de su autor. «Mr. Leopold Bloom tenía
la fruición de alimentarse con los órganos internos de los
mamíferos y los pájaros. Le gustaban las espesas sopas de
menudillos, las mollejas con sabor de avellana, el corezuelo
asado y relleno, lonchas de higadillo fritas y empanadas,
huevas de bacalao bien tostadas», dice el inicio del fragmento
escogido y que cayó en las manos de Salvador Dalí en los primeros
días de noviembre de 1927. Por su parte, Federico García Lorca,
en aquellos momentos, en cartel en el Teatro Fontalba de Madrid
su «Mariana Pineda». Fue allí donde recibió la postal en la
que su amigo ampurdanés añadía: «James Joyce, Ulises, psicología-casos
laberínticos, alma, complejos, Freud, todo eso a la mierda».
A Dalí no le gustó el pasaje escogido por Giménez
Caballero sobre las andanzas de Leopold Bloom, el antihéroe
de James Joyce en su «Ulises». Todo ello lo quiso hacer contrastar,
en la citada postal, con «cabeza de pescado, mediodía de Cadaqués,
burro frenéticamente podrido. ¡Alegría!» . Son palabras que
parecían ser una versión daliniana de lo escrito por Joyce,
pero que el pintor usaba para recordar al poeta sobre sus
obsesiones en esos días. Una de ellas, el burro podrido, era
una manera de nombrar cierta poética, la personificada por
Juan Ramón Jiménez, y que Dalí no quería que siguiera Lorca.
James Joyce le sirvió como excusa para ello cuando escribió
la peculiar nota.
Nota de prensa, Agosto 2024:
‘Libro de los días de Stanislaus Joyce’, una
joya de Diego Garrido sobre el hermano del autor del ‘Ulises’.
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