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Como muchos, puedes haber llegado a esta magnífica novela
después de haber visto la serie de televisión (también magnífica,
todo hay que decirlo). Quizás esas imágenes tan poderosas
que la serie ha grabado a fuego en nuestras cabezas se verian
de forma diferente si se hubiese leido antes el libro.
De la misma manera que resulta imposible imaginarse a la
protagonista con otro rostro que no sea el expresivo semblante
de la actriz Elizabeth Moss, tampoco es fácil recrear los
sórdidos ambientes de la república de Gilead de manera distinta
a la que se nos ofrece la versión televisiva. Pero esto no
resta un ápice de atractivo a la novela, en absoluto, porque
El cuento de la criada es mucho más que un buen argumento
para una serie, se trata de una novela dura que te descoloca
a cada momento y que te introduce el miedo en el cuerpo con
una frialdad y una solvencia sorprendentes. No importa si
ya hemos visto la serie, no importa si la ciencia ficción
no es nuestro género favorito, no importa si ya estamos hasta
el gorro de distopías, la lectura de esta obra es imprescindible.
Y lo es por varias razones.
En primer lugar, por la historia que cuenta. Por si alguien
no lo sabe todavía (se ha repetido hasta la saciedad), El
cuento de la criada es una distopía feminista. La protagonista,
Defred, narra en primera persona sus experiencias en la república
de Gilead, una suerte de teocracia basada en la interpretación
textual del Antiguo Testamento. La vida en Gilead es siniestra.
Se trata de una sociedad represiva y puritana en la que cualquier
intento de disidencia es castigado con la muerte. Todos los
ciudadanos están constantemente vigilados por los Ángeles
(las fuerzas de seguridad) y los Ojos (espías), por lo que
el terror es constante.
Margaret Atwood.
En Gilead, se despoja a las mujeres de todo derecho, no sólo
sobre su cuerpo sino también sobre su vida. Defred es una
mujer fértil en un mundo donde cada vez nacen menos niños,
por lo que es considerada un objeto de lujo y, por lo tanto,
es entregada a una familia pudiente (el Comandante y su esposa)
para que, de esta manera, conciba un hijo para ellos. Si se
queda embarazada (algo altamente improbable porque la mayoría
de comandantes son estériles) deberá entregar su hijo a la
pareja y volverse a poner a disposición de otra familia. Y
así sucesivamente.
La vida de Defred es monótona y vacía. Su única distracción
es salir a comprar víveres junto a su compañera, otra criada
llamada Deglen, y, durante el viaje de vuelta, observar los
cuerpos colgados del Muro de los ajusticiados del día. Una
vez al mes tiene lugar lo que llaman La Ceremonia, es decir,
el extraño acto sexual mediante el cual, junto a su Comandante
y su esposa, la cruel Serena Joy, intenta concebir el tan
ansiado vástago.
Mediante numerosos flashbacks, Defred recrea su vida anterior
a Gilead, una vida similar a la de cualquier otra mujer de
nuestra época con un trabajo, una familia, una hija… Es precisamente
a través de esos recuerdos, con la comparación constante de
su vida anterior con la actual, como la autora consigue ponernos
los pelos de punta. Porque, de esa manera, comprendemos que
ese futuro distópico que se nos muestra no es tan improbable
como parece, que, por muy asentados que estemos en una sociedad
más o menos justa e igualitaria, siempre hay el peligro de
que las cosas cambien y que lo hagan para peor. La misma Margaret
Atwood nos lo cuenta en el prólogo de la obra: «Los cambios
pueden ser rápidos como el rayo».
Otro de los aspectos destacables de El cuento de la criada
es el tono de cruel ironía que la autora utiliza a lo largo
de toda la narración. Defred se resiste a ser pisoteada por
la máquina represora de la república de Gilead. Aunque de
cara al exterior se comporte como la plácida y pasiva esclava
sexual que le corresponde por su condición de criada, hay
algo irreductible en ella, un odio y una rebeldía que, paradójicamente,
es lo que la mantiene viva. Y esa actitud disidente la muestra
Margaret Atwood de forma magistral con un sentido del humor
desesperanzado y amargo, el sentido del humor característico
de las personas que lo han perdido todo.
La actriz Elizabeth Moss.
Se trata, además, de la típica novela que te atrapa desde
las primeras páginas. El cuento de la criada, es de aquellos
libros que te llevas a todas partes porque, sencillamente,
no puedes dejar de leerlo. El ansia por saber es grande, las
preguntas son constantes, el interés por la historia no decrece
en ningún momento. Y la autora, con un pulso magnífico a la
hora de dosificar la información, nos va dejando aquí y allá
migajas de información que vamos recogiendo como hambrientos
mendigos.
Los personajes: otro acierto. Es fácil empatizar con Defred
porque se trata de una mujer totalmente normal. No hay nada
excepcional en ella, tan sólo las circunstancias que se ve
obligada a vivir la convierten en la heroína que toda distopía
necesita. Serena Joy, la Esposa, es la antagonista perfecta,
una mujer reprimida y represora que maltrata a su criada de
forma sutil y sistemática y que se debate entre la necesidad
de cuidarla (es la única esperanza para hacer realidad su
sueño de ser madre) y el odio y los celos crecientes que siente
por ella. Mucho más ambiguo es el personaje del Comandante,
una figura en apariencia ajena a ese mundo de mujeres que
rodea a Defred, pero, que a medida que avanza la historia,
nos descubre diversos ases en la manga, a cada cual más sorprendente.
Se ha hablado mucho, y no demasiado bien, del final de novela,
un final que, evidentemente no revelaremos, pero que es posible
que nos deje algo insatisfechos. Se trata de un final abierto,
demasiado abierto quizá para este tipo de historia, pero ése
no es el problema. El problema es posiblemente, el haber recurrido
a la tan manida fórmula del manuscrito encontrado, un recurso
que contrasta en cierta manera con la estructura tan limpia
y sobria del resto de la novela. En todo caso, no se trata
de un mal final. El cuento de la criada es, por lo tanto,
una novela imprescindible, no sólo en lo que respecta al género
de la ciencia ficción sino también al de la literatura universal.
Una obra que, a pesar de tener sus años, sigue plenamente
vigente (por desgracia) y de la que se puede aprender mucho.
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¿Hemos sacrificado la conversación por la conexión? Estamos
sumidos en la cultura digital y en un estado de constante
conexión. Hemos desarrollado afición por las interacciones
sociales virtuales dentro de los ámbitos del trabajo, la familia,
la amistad, la educación y las relaciones sentimentales, sin
advertir el peligro que ello comporta. Casi sin darnos cuenta,
hemos abandonado la conversación cara a cara.Sherry Turkle,
la principal especialista en la interacción entre las nuevas
tecnologías y el ser humano, analiza en este libro las desastrosas
consecuencias de la pérdida de la conversación que hemos experimentado
en los últimos años, que hace peligrar lo que nos define como
seres humanos.
En defensa de la conversación es una cautivadora apología
del valor fundamental de las conversaciones cara a cara en
todos los ámbitos de nuestra vida y una llamada a recuperar
el terreno perdido.
«Turkle no está en contra de la tecnología, sino a favor
de la conversación. Su antídoto es muy simple: hay que hablar
más los unos con los otros.»
THE GUARDIAN.
«Son los inquietantes aspectos sobre la sociedad y la tecnología
móvil a los que Sherry Turkle atiende en un libro inteligente
y observador.»
THE NEW YORK BOOK REVIEW.
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Colmillo Blanco es el título de una novela del escritor estadounidense
Jack London (1876-1916), así como el nombre de su protagonista.
Inicialmente aparecida por entregas en la revista Outing,
fue publicada en 1906. La historia transcurre en el Territorio
del Yukón, Canadá, durante la Fiebre del oro de Klondike a
fines del siglo XIX, narrando el camino hacia la domesticación
de un perro lobo salvaje. Colmillo Blanco es una novela complementaria
(así como un reflejo temático) de La llamada de lo salvaje,
la obra más conocida de London, que trata sobre un perro doméstico
secuestrado que debe hacer uso de sus salvajes instintos ancestrales
para sobrevivir y prosperar en los bosques de Alaska. La mayor
parte de la novela está escrita desde el punto de vista del
personaje canino, permitiéndole a London explorar la forma
en que los animales ven su mundo y como estos ven a los humanos.
Colmillo Blanco examina el violento mundo de los animales
salvajes y el igualmente violento mundo de los humanos. La
novela además explora temas complejos, como la moral y la
redención. Colmillo Blanco ha sido adaptado cinematográficamente
varias veces, siendo una de ellas, la película de 1991 protagonizada
por Ethan Hawke.
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Con dos hombres y su equipo de perros de trineo
que están viajando para entregar un ataúd en un remoto poblado
llamado Fort McGurry, situado en la zona alta del Territorio
del Yukón, Canadá. los hombres, Bill y Henry, son acosados
por una gran manada de lobos hambrientos durante varios días.
Finalmente, luego que todos los perros han sido devorados
por los lobos y Bill en un ataque de locura persigue a la
loba que guiaba a los lobos al momento del ataque. Cuatro
trineos encuentran a Henry tratando de escapar de los lobos;
la manada se dispersa al oír el gran grupo de personas que
llega. Luego, la historia se centra en la manada, a la cual
le han arrebatado su última presa. Cuando la manada logra
cazar y abatir un alce, se acaba la hambruna; la manada se
dividirá y ahora la historia se centrará en una loba y su
compañero, Tuerto. La loba pare una camada de cinco cachorros
cerca del Río Mackenzie, de los cuales cuatro mueren de hambre
y solo uno sobrevive. A Tuerto lo mata un lince hembra mientras
trataba de saquear su cubil para llevarle comida a la loba
y su cachorro; la loba encontrará sus restos cerca del cubil
del lince. El cachorro sobreviviente y la loba quedan a su
suerte.
Al poco tiempo la loba logra matar a todos los
cachorros del lince hembra, provocando que esta los siga y
estalle una lucha sin cuartel. La loba finalmente logra matar
al lince hembra, pero queda severamente herida y los restos
del lince serán devorados durante una semana. El cachorro
se encuentra un día con cinco indígenas y la loba va a su
rescate. Uno de ellos, Nutria Gris (Castor Gris, en el texto
original), reconoce a la loba como Kiche, la perra lobo de
su hermano, que escapó durante una hambruna, a la que ata
a un poste. El hermano de Nutria Gris está muerto, así que
se lleva a Kiche y su cachorro, bautizando a este último como
Colmillo Blanco.
Colmillo Blanco llevará una dura vida en el
campamento indígena; la manada de cachorros lo ve como un
lobo y lo ataca de inmediato. Es salvado por los indígenas,
pero los cachorros nunca lo aceptarán y el líder Bocas (Lip-Lip
en el texto original) lo acosará continuamente. Colmillo Blanco
crece y se convierte en un salvaje, taciturno, solitario y
mortal luchador, "el enemigo de su sangre".
Cuando Colmillo Blanco tiene cinco años, es llevado a Fort
Yukon para que Nutria Gris pueda comerciar con los buscadores
de oro. Allí es comprado -con varias botellas de whiskey-
por un organizador de peleas de perros, Smith el Hermoso,
que vuelve alcohólico a Nutria Gris. En un momento de inestabilidad,
Nutria Gris vende al lobo por varias botellas a El Hermoso
Smith y lo hace competir con otros perros mientras el dinero
del público corre en las apuestas. Colmillo Blanco derrota
a todos sus oponentes, incluso a varios lobos y un lince,
hasta que traen a un bulldog, llamado Cherokee, para que pelee
con él. El bulldog logra aferrarse con sus colmillos de la
piel y pelaje del cuello de Colmillo Blanco, por lo que empieza
a asfixiarlo lento pero seguro. Colmillo Blanco casi muere
asfixiado, pero es rescatado cuando Weedon Scott, un acaudalado
joven buscador de oro, aparece de repente y detiene la pelea,
consiguiendo comprárselo a Smith por ciento cincuenta dólares,
en vez de su precio real, quinientos dólares, dado el estado
casi estrangulado del lobo. Weedon trata de domar a Colmillo
Blanco, lográndolo tras un largo y paciente esfuerzo. Cuando
Weedon Scott trata de regresar solo a California, Colmillo
Blanco lo persigue y decide llevárselo consigo a su casa.
En Sierra Vista, Colmillo Blanco debe adaptarse a las leyes
de la mansión. Al final del libro Jim Hall, un asesino, trata
de matar al Juez Scott, el padre de Weedon, por haberlo sentenciado
a prisión sin saber que fue falsamente acusado.
Colmillo Blanco mata a Hall y recibe varios disparos, convocándolo
costillas rotas y un pulmón perforado. Casi muere en el ataque,
pero sobrevive por su instinto de supervivencia innata. Por
su acción, las mujeres de la mansión Scott lo llaman "el lobo
bendito" o "Bendito Lobo", y la historia termina con Colmillo
Blanco relajándose bajo el sol junto a los cachorros que tuvo
con Collie, la perra pastora.
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El doctor Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar
a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos: «¿Por
qué no se suicida usted? Y muchas veces, de las respuestas
extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste,
lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento,
una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos
cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido.
Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme,
coherente, significativa y responsable es el objeto con que
se enfrenta la logoterapia.
En esta obra, Viktor E. Frankl explica la experiencia que
le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero,
durante mucho tiempo, en los desalmados campos de concentración,
él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia
desnuda. ¿Cómo pudo él que todo lo había perdido, que había
visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre,
frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto
del exterminio, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna
de vivirla? El psiquiatra que personalmente ha tenido que
enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues
nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y
compasivamente. Las palabras del doctor Frankl alcanzan un
temple sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana
de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente
y orientadora.
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Casi el 40% de los londinenses nacieron en el extranjero:
la variedad de la ciudad y sus divisiones se descubren en
este trabajo, épico reportaje.
El relato de Ben Judah sobre el Londres contemporáneo está
igualmente motivado por el deseo de mostrar a la capital en
sus verdaderos (nuevos) colores: como una megaciudad de migrantes
globales, algunos de ellos ricos, la mayoría pobres, pocos
felices con su suerte. Knightsbridge recibe un capítulo y
también lo hace con Berkeley Square, pero son las personas
y los lugares más alejados lo que realmente le interesan:
los polacos, somalíes, afganos y ghaneses en áreas como Beckton,
Ilford, Edmonton, Catford y Harlesden. La mayoría étnica,
en otras palabras: el 55% de la población de Londres que no
es británica blanca.
"Tengo que ver todo por mí mismo", nos dice al principio,
"no confío en las estadísticas". Un capítulo temprano lo encuentra
vestido de mendigo y, como Orwell, acostado con 16 romaníes
en un paso subterráneo de Hyde Park. Sus compañeros se quejan
hasta altas horas de la noche: sobre el frío, la humedad,
los árabes ricos "entrando y saliendo de los lugares dorados"
que no les dan nada. También se quejan de la policía, por
lo que Judah se dirige a Frontline Peckham, como se llama
Peck'Nam, para escuchar la historia desde el otro lado. Con
su triste discurso sobre la desaparición del inglés y el surgimiento
de los guetos, el policía que entrevista puede pasar por un
miembro del BNP. Pero él es nigeriano, y la historia de cómo
llegó a estar donde está es una lectura convincente.
Es posible que Judá no confíe en las estadísticas, pero las
incluye en su narrativa, y al final, en caso de que no confiemos
en ellas, proporciona las fuentes, principalmente de encuestas
gubernamentales. En 40 años, el porcentaje de británicos blancos
en Londres ha caído del 86% al 45%; 600,000 de los que están
en Londres están allí ilegalmente; el número de africanos
llenaría una ciudad del tamaño de Sheffield; El 57% de los
nacimientos son de madres migrantes. Se dispara un arma en
promedio cada seis horas; El 96% de las prostitutas de Londres
son migrantes, al igual que el 60% de sus cuidadores. Esto
es Londres, insiste Judah: multitudinario y multiétnico. O,
menos una afirmación de verdad que una expresión de incredulidad.
¿Esto es Londres?
Parte de lo que descubre es una lectura desalentadora: la
ferocidad con la que cada grupo étnico se adhiere a su propio
enclave; las guerras de drogas y las estafas de protección;
la velocidad a la que se está limpiando socialmente el centro
de la ciudad y el "viejo inmigrante londinense" empujado al
margen. Pero el libro es reportaje, no un tratado moral; Judah
quiere decirlo como es, con neutralidad de I-am-a-webcam,
no predicar o arengar. Oye que se dicen cosas e, incluso si
son paranoicos o semianalfabetos, las establece fielmente.
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La poetisa polaca Wislawa Szymborska (1923-2012) escribió
unos 350 poemas. Si le preguntaban por que no escribia mas
respondia que tenia una papelera en casa. Cuando recibió
el Nobel de Literatura en 1996, sus amigos llamaron a este
echo la "tragedia de Estocolmo" ya que la popularidad
le resulto molesta.
Dejó un legado único, que nos permite ver las
reglas del mundo desde una perspectiva cotidiana.
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El éxito de una novela suele depender de decisiones que el
autor toma antes de escribir una sola palabra. Por eso, cuando
me pidieron que hiciese una reseña de La señora Osmond, la
secuela de la novela de Henry James Retrato de una dama, obra
de John Banville (Wexton, Irlanda, 1945), la primera pregunta
que hice fue: “¿Está escrita con el estilo de James?”. Informado
de que así era, incliné la cabeza con reverencia y compasión.
El gran Banville, me temí, había intentado lo imposible.
Al mismo tiempo, me sorprendía que no se le hubiese ocurrido
a nadie antes. Publicada en 1881, Retrato de una dama trata
de Isabel Archer, una joven estadounidense que, al morir sus
padres, viaja a Europa, se “independiza” gracias a una herencia
y es asediada por los pretendientes que le piden matrimonio.
La tragedia de la novela reside en que Isabel elige al pretendiente
equivocado -el taimado diletante Gilbert Osmond-, y la pregunta
que flota sobre el último capítulo del libro es si ella lo
abandonará o no. En la escena final, uno de los admiradores
rechazados, el industrial estadounidense Caspar Goodwood,
la sigue a casa de su amiga Henrietta Stackpole en Londres,
donde se entera de que Isabel ha vuelto a Roma. Entonces,
Henrietta le dice: “Mire, señor Goodwood, ¡solo tiene que
esperar!”. La última frase del libro es: “Al oír esto, levantó
la cabeza y la miró”. James no explica qué significa esa mirada,
y los lectores llevan discutiéndolo desde entonces. Como si
quisiese aclarar el misterio, el autor añadió un párrafo a
la edición de 1908, en el que ampliaba el final como sigue:
“Al oír esto, levantó la cabeza y la miró…, pero solo para
adivinar en el rostro de ella, nauseado, que lo único que
había querido decirle era que todavía era joven. Ella sonreía
radiante al ofrecerle aquel consejo barato, y le hizo envejecer,
en el acto, treinta años. No obstante, Henrietta empezó a
caminar a su lado como si acabara de transmitirle el secreto
de la paciencia”. Este segundo final aclara el destino de
Goodwood, pero no el de Isabel, y brinda a Banville su oportunidad.
Es más, en el siglo y medio transcurrido desde que la novela
se publicó por primera vez, por entregas en The Atlantic Monthly,
la decisión de Isabel ha ganado importancia. ¿Vuelve a Roma
con su marido para cumplir con sus deberes de esposa? ¿Quizá
para rescatar a su hijastra Pansy? ¿O para liberarse a sí
misma del matrimonio, recuperando su independencia y anticipando
la emancipación política y social de las mujeres? En este
sentido, a pesar de su atmósfera anticuada, La señora Osmond
se dirige al momento presente.
A los irlandeses les gusta hacer este tipo de cosas. Con
una veneración antes reservada a los asuntos religiosos, ofrecen
un acto de devoción a un ídolo literario. La novela de Colm
Tóibín The master. Retrato del novelista adulto [que Lumen
reeditó en España en 2018], es el punto de comparación
más evidente. Pero Tóibín eligió escribir en tercera persona,
con su propio estilo, y describir la vida que James llevó
al margen de sus libros. Por esa razón, The master es una
expansión de James más que una resurrección.
Por otra parte, en Retrato de una dama Henry James alcanzó
su máxima vivacidad. Una de las causas por las que la novela
sigue siendo tan popular es que es una lectura fantástica.
La primera mitad del libro -el cortejo, los rechazos- tiene
todas las delicias del clásico argumento matrimonial, mientras
que la segunda, repleta de oscuras revelaciones, es psicológicamente
compleja y cualquier cosa menos trivial.
En cambio, La señora Osmond parte del conocimiento de que
el matrimonio de Isabel ha sido un error. La acción consiste
en gran medida en las idas y venidas de la protagonista, en
sus encuentros con diversos personajes, y en el relato que
les hace de su experiencia matrimonial. Cuando, por fin, llega
el clímax de la novela, Isabel se las arregla para zafarse
del pasado de una manera relativamente sencilla. Esto tiene
el curioso efecto de hacer que nos preguntemos si las dificultades
que sufre en la novela original eran realmente tan desesperadas,
y si no nos habremos equivocado al depositar en ella nuestra
simpatía. Sin embargo, el autor se escabulle de su autoimpuesta
camisa de fuerza para hacer algo extraordinario. A lo largo
de ocho páginas, penetra en la mente de Gilbert Osmond. Al
igual que en El ancho mar de los Sargazos, la precuela de
Jean Rhys de la obra de Brontë, este cambio de perspectiva
ofrece al lector una visión nueva de la historia original.
El autor, que siempre ha brillado cuando ha escrito sobre
villanía, tanto en sus obras de ficción literaria como en
las novelas creadas bajo el seudónimo de Benjamin Black, recupera
aquí ese oscuro talento. El capítulo hierve en amenazas, energía
y maldad. Fue una decepción que la aparición de Osmond en
escena fuese tan breve.
La habilidad de Banville para transmitir los ritmos del estilo
de Henry James es asombrosa, pero «La señora Osmond» es una
victoria que contiene el germen de su propia ruina Desde el
punto de vista estilístico, La señora Osmond es una victoria
que contiene el germen de su propia ruina. La habilidad del
autor para transmitir los ritmos del estilo y la prosa de
James es asombrosa. No puedo imaginar a nadie capaz de hacerlo
mejor. Conoce la época, los lugares y la sociedad de los que
habla. Además de ser un prodigio de destreza lingüística,
la novela es una proeza suprema de erudición. A medida que
mis ojos se abrían paso a través de los párrafos típicamente
digresivos, con sus sutilezas y vacilaciones y sus arcaísmos
perfectamente afinados, no dejaba de imaginar a Banville sentado
a su escritorio componiéndolos con tesón en un esfuerzo de
autocorrección que es el polo opuesto de la inclinación innata
del novelista, y que, con independencia de la belleza que
produce, tiene que haber ido acompañado de algún dolor. Por
otra parte, esta ventriloquía le ha permitido devolver la
gloria a las metáforas extendidas que, aunque poco apreciadas
en nuestros días, siguen siendo bonitas de leer. “Pero tal
vez ese fuese el problema: que Ralph había querido milagros
de ella. Que tenía el poder de apoyar su valiente ascensión
por la pared de roca de sus ambiciones -y de las de él- seguramente
le había parecido la justificación, la compensación por haber
tenido que quedarse abajo, en las sombras del valle, mientras
ella escalaba las radiantes cumbres”.
De vez en cuando leemos sobre personas que han renunciado
a la modernidad. Excéntricos que visten trajes victorianos
y viven en casas donde todo, desde el papel pintado hasta
el jabón de sosa, data de la década de 1880. Probablemente
sea divertido visitar a gente así, pero al cabo de unas horas
entornando los ojos en un salón en penumbra iluminado con
aceite de ballena, podrían entrarte ganas de preguntar si
saben que existe una cosa que se llama electricidad. Esa es
la dificultad que anida en el proyecto de Banville. Tiene
algo de fanático. Y sea como sea, el autor se ha metido en
un jardín. El ritmo de la novela no es precisamente ligero,
y cuantos más pasajes farragosos añade para reforzar el espíritu
y la forma jamesianos, más tediosa se vuelve la novela. Es
fácil perdonar a James por mantener un ritmo tan lento como
la época en la que vivió. En el caso de Banville, parece deliberado
hasta la perversidad. Y, sin embargo, sin esos pasajes la
fidelidad al original sería menor. No hay salida. Cuanto “mejor”
es la novela, peor.
Cabe preguntarse si un estilo literario es algo más que palabras.
Banville transmite las frases de James con notable conformidad.
Pero no hay forma de recrear a Henry James, recrearlo totalmente,
sin poseer su propio cerebro, de manera que se tengan a cada
instante sus pensamientos y sus reflexiones exactas. A lo
largo de La señora Osmond he tenido la extraña sensación de
reconocer sus frases como jamesianas sin sentir que las había
escrito Henry James, como si, por el hecho de imitarlo, Banville
hubiese manifestado a todas luces lo inimitable que James
es. No hay por qué avergonzarse de ello. Es la consecuencia
de lo irrealizable del proyecto. Los amantes de Retrato de
una dama son legión. Muchos de ellos estarán ansiosos por
leer esta novela, y a muchos les cautivará. Para estos últimos
hay un provecho añadido, y es que el final de La señora Osmond
es tan enigmático como el de Retrato de una dama. Es la clase
de final que, a los muy valientes o a los temerarios, quizá
les inspire otra secuela. Sólo es cuestión de paciencia.
© New York Times Book Review
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Ni la mejor novela negra podría superar la realidad. La apasionante
biografía de un asesino que se movió entre Francia, la Unión
Sovietica, Méjico y Cuba. La historia de un idealista inmerso
en un mundo de espionaje, identidades falsas, complots y atentados
frustrados con la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial
y la Guerra fría como telón de fondo que desembocó en un sanguinario
final: el asesinato de Trotsky.
El asesinato de León Trotski a manos de Ramón Mercader en
México en 1940 tiene muchos elementos que hacen que su relato
siga fascinando por mucho que pasen los años. La enemistad
de Trotski con su antiguo compañero de revolución, Josef Stalin,
que lo mandó liquidar; cómo el espía Mercader se ganó la confianza
del círculo más íntimo de su víctima; cómo acometió a la desesperada
el crimen después del fracaso de un plan mucho más elaborado
o cómo se fue deteriorando física y mentalmente desde que
tomó la decisión de hacerlo... Pero por encima de todo está
el piolet, la piqueta de alpinista que usó como arma homicida,
una de las más curiosas en la historia de los crímenes políticos.
“Es sin duda un objeto icónico, sin el cual seguramente el
asesinato de Trotski no sería tan conocido”, opina el escritor
Eduard Puigventós, autor del libro Ramón Mercader, el hombre
del piolet. “Tiene gran importancia, tanto histórica como
política”, porque es “el mejor símbolo del estalinismo”, añade
Esteban Volkov, nieto de Trotski.
Ramón Mercader, tras su detención en México
en 1940.
El Museo Internacional del Espionaje de Washington asegura
que tiene la pequeña hacha en su poder y la expone desde 2018,
junto con otras 7.000 reliquias de los servicios secretos
del siglo pasado; prometen todo tipo de artilugios de escape
y evasión, códigos y cifrados, incluida una máquina Enigma
de la Segunda Guerra Mundial y hasta un submarino espía. Buena
parte de los objetos los ha donado un incansable coleccionista
llamado H. Keith Melton. Incluido el piolet. Una portavoz
del museo no revela cómo, cuándo ni por cuánto lo consiguió,
solo que se lo compró a Ana Alicia Salas, una mujer mexicana
que, asegura, lo había tenido escondido bajo la cama durante
40 años.
En abril de 2005, la propia Salas explicó en un conocido
programa de radio que su padre, Alfredo, agente del servicio
secreto durante 36 años, vivió de cerca, en 1940, el asesinato
que tuvo lugar en la casa de Coyoacán, el barrio de Ciudad
de México donde vivía exiliado el que fuera uno de los principales
forjadores de la Revolución Rusa. Años después, Salas, junto
a otros colegas, fundó el Museo de Criminología y tomaron
el piolet de entre los legajos de evidencias judiciales para
exponerlo. Pero, como lo intentaron robar en alguna ocasión,
Alfredo Salas decidió quedárselo en su casa y sustituirlo
por una réplica, siempre según el relato de su hija. Aquí
difiere ligeramente la versión que ofrece el Museo del Espionaje,
que asegura que Salas lo recibió como regalo de sus compañeros
al jubilarse.
El Museo del Espionaje de Washington asegura
que este es el piolet con el que Mercader mató a Trotski.
En todo caso, coinciden en lo esencial: que se trata sin
lugar a dudas de la piqueta en cuestión —con el mango cortado
para que Mercader pudiera esconderlo bajo la gabardina— y
que conserva incluso restos de la sangre del revolucionario.
Sin embargo, nunca se llegó a hacer la prueba de ADN que ofreció
en su día Volkov, el nieto del revolucionario, para comprobarlo,
ya que a cambio pedía la donación del hacha a la Casa Museo
de Trotski, y Salas no tenía intención de regalarlo; estaba
“buscando algún beneficio económico”, le explicó al diario
británico The Guardian hace 12 años.
Entonces, ¿cómo está el museo de Washington tan seguro de
su autenticidad? “El señor Melton pudo autentificar el piolet
a través del sello del fabricante austriaco Werkgen Fulpmes,
un detalle que nunca se hizo público”, asegura la misma portavoz,
e insiste en que las dimensiones coinciden con las registradas
en el informe policial y que la marca de sangre es “idéntica”
a la de la fotografía de la conferencia de prensa que se ofreció
en 1940.
“No tengo elementos ni para negar ni para afirmar la autenticidad
del objeto, pero por su procedencia es muy posible que sea
auténtico”, dice por correo electrónico Volkov, que cuando
era un niño llegó a ver a su abuelo sangrando al volver de
la escuela el 20 de agosto de 1940. Sí defiende sin asomo
de duda esa enorme importancia política e histórica del piolet
como símbolo del estalinismo: “Un objeto que normalmente sirve
para salvar la vida de intrépidos alpinistas en las cumbres
montañosas en sus resbalosas superficies de hielo y nieve,
al borde de precipicios y grietas insondables, ya con el mango
recortado, fue usado para matar, para asesinar, para destruir
el cerebro y la vida de uno de los más renombrados y brillantes
revolucionarios del siglo XX”.
Se trata de un objeto extraño, tan descontextualizado que
causó incluso una gran controversia judicial tras el asesinato
—el piolet no estaba contemplado como arma en el código penal
mexicano, lo que podía acabar afectando a la condena— y que
conduce a preguntarse por qué fue el arma elegida por Mercader.
Teniendo en cuenta, además, que en el momento del crimen llevaba
también un cuchillo de grandes dimensiones y una pistola.
Para entenderlo hay que imaginar a Ramón Mercader, un espía
de la Unión Soviética de origen español e identidad falsa
—sostenía que era el hijo de un diplomático belga— instalado
en México. Un joven de 27 años, refinado y de trato exquisito,
que había conseguido acercarse a Trotski gracias a las relaciones
familiares de su novia, Sylvia Ageloff, a la que había conquistado
interesadamente mucho tiempo atrás y muy lejos de allí, en
París.
Su grupo lo formaban él mismo, su madre, Caridad Mercader
—a quien se le llegó a conocer como la Pasionaria catalana—
y el amante de esta, Leónidas Eitingon, y jefe de la unidad.
En principio, ellos no eran los encargados del asesinato ordenado
por Stalin, líder supremo de la Unión Soviética, que temía
que su viejo compañero en la dirección del Partido Comunista,
fundador del Ejército Rojo, ahora disidente en el exilio,
le pudiera hacer sombra.
Sin embargo, en junio de 1940, tras el intento de otro grupo
liderado por el pintor David Alfaro Siqueiros —entraron a
tiros en la casa de Trotski, pero, inexpertos, mal organizados
y bastante borrachos, fracasaron estrepitosamente—, Mercader
decidió acabar él mismo el trabajo. A pesar de que estaba
convencido de su misión, el peso de la encomienda era tal
que sufrió un rapidísimo deterioro físico (se quedó extremadamente
delgado, con un aspecto enfermizo) y mental (estaba nervioso,
fumaba sin parar, divagaba), explica el historiador Puigventós.
José David de Jesús Alfaro Siqueiros, más conocido como David
Alfaro Siqueiros, fue un pintor y militar mexicano. Es considerado
uno de los tres grandes exponentes del muralismo mexicano
junto con Diego Rivera y José Clemente Orozco.
En ese contexto tuvo que resolver qué arma iba a utilizar.
Y eligió varias, por si acaso: una pistola automática Star
del calibre 45, un cuchillo de casi 35 centímetros y la famosa
piqueta. Aunque él ya se había decidido por esta última: “Pensaba
emplear mi piolet que traje de Francia, porque sé manejarlo
muy bien y me había dado cuenta en mis ascensiones a las montañas
nevadas, donde con un par de golpes lograba arrancar grandes
bloques de hielo”, confesó a la policía después del asesinato,
según las declaraciones recogidas por Juan Alberto Cedillo
en el libro Eitingon, las operaciones secretas de Stalin en
México.
Puigventós advierte de que no hay que creerse todo lo que
dijo Mercader durante años en los que se contradijo y cambió
su versión en varias ocasiones —llegó a asegurar que actuó
en defensa propia y que llevaba la piqueta encima porque la
acababa de recoger del carpintero—. Pero en este caso el especialista
sí opina que el piolet era suyo y que era su primera opción.
“Creo que lo usó porque pretendía escapar después de cometer
el crimen; su madre y Eitingon le estaban esperando en la
puerta con el coche en marcha. La pistola iba a hacer mucho
ruido y el uso del cuchillo requería mucha destreza, así que
debió pensar que con el piolet podría acabar de un solo golpe
con Trotski”, explica el escritor.
La casa del revolucionario se había convertido en un fortín
absolutamente protegido, sobre todo tras el primer intento
de asesinato. Así que la idea de la pequeña célula espía familiar
era copiar un crimen cometido un año antes en Teherán por
la División de Servicios Especiales soviética. Entonces, un
marino fortachón mató al embajador de la URSS en Persia con
una barra metálica que llevaba escondida en la ropa, golpeándole
por la espalda mientras la víctima revisaba unos papales que
le acababa de entregar. Después, salió tranquilamente del
despacho y desapareció antes de que nadie se percatara del
crimen, según relata Cedillo en su libro sobre Eitingon.
No era la primera vez que León Trotski llegaba a un lugar
que le era extraño para empezar una nueva vida en el exilio,
pero sí sería la última. Aunque en esta ocasión era diferente
a cuando en 1899, con 20 años, fue enviado a Siberia tras
haber pasado unos años en prisión acusado de agitador social
en la Rusia zarista.
La imagen sobre estas líneas muestra al revolucionario ruso
en 1937 junto a su compañera Natalie Sedov a su llegada a
México huyendo de la persecución a la que estaba siendo sometido
por Stalin. Tras el triunfo de la Revolución rusa en 1917
y la muerte de Lenin en 1924, fue acusado de traidor y tuvo
que huir del país. Su vida terminaría precisamente en México
en 1940 tras haber sido atacado por un agente español del
NKVD enviado desde Moscú, Ramón Mercader.
Trotski falleció en el hospital al día siguiente
del ataque.
Pero a Mercader las cosas no le salieron como esperaba. Cuando
finalmente, el 20 de agosto de 1940, llegó a la casa de la
calle de Viena, en el barrio de Coyoacán, y pidió ver “al
viejo” con la excusa de enseñarle un artículo político que
estaba escribiendo, Trotski, un hombre de 60 años curtido
en mil batallas y todavía fornido, no solo lanzó un grito
estremecedor que alertó a todo el mundo al recibir la embestida
del piolet en la cabeza, sino que se las arregló para hacer
frente a su agresor, que enseguida fue apresado por los guardaespaldas.
El revolucionario, sin embargo, murió al día siguiente en
el hospital y su leyenda quedó agigantada para siempre. Mercader,
juzgado y condenado, estuvo dos décadas en la cárcel y pasó
sus últimos años acogido por el régimen cubano; murió en La
Habana, en 1978. Y aquel piolet, o uno muy parecido, podrá
verse el año que viene en el Museo del Espionaje de Washington.
Un personaje central en la historia del asesinato de Trotski
es, sin lugar a dudas, la madre de Ramón Mercader, Caridad.
Nacida en Cuba, en 1892, hija de uno de los últimos gobernadores
españoles de Santiago y separada del padre de Ramón, un industrial
de la burguesía catalana, Caridad del Río ha sido definida
por diferentes fuentes como una militante fanática de la causa
estalinista. El escritor Gregorio Luri publicó el año pasado
una biografía sobre ella (El cielo prometido, una mujer al
servicios de Stalin) en la que la describe como una líder
que se destacó entre las tropas durante la Guerra Civil —se
la llegó a conocer como la Pasionaria catalana o la pequeña
Pasionaria— y se convirtió en agente secreto de la URSS ya
en Francia. Allí reclutó a su hijo Ramón. Y allí, en París,
comenzaron un duro y largo trabajo para infiltrarse en los
círculos trostkistas que les acabaría llevando a México, formando
el grupo con el amante de Caridad, Leónidas Eitingon —cuya
experiencia se remontaba a la Checa, la primera policía secreta
creada por Lenin— que llegaría culminar, casi por casualidad,
el encargo de Stalin de matar al exiliado fundador del Ejército
Rojo.
El 9 de enero de 1937, tras un largo exilio en distintos
países, Trotsky llega a México. Desembarcando del buque petrolero
“Ruth” que lo trajo desde Noruega se fue directamente a vivir
en la Casa Azul de Frida y Diego Rivera, quien influyó para
que el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) le otorgara
el asilo. En marzo de 1939, Stalin decide que su enemigo debe
morir y da la orden al jefe de la KGB en el exterior, Pavel
Sudoplatov, afirma en entrevista con Efe el historiador mexicano
Juan Alberto Cedillo, autor del libro "Eitingon, las operaciones
secretas de Stalin en México". Sudoplatov encarga la misión
a Leónidas Eitingon, quien selecciona a algunos milicianos
españoles, entre ellos el propio Siqueiros, explica el autor.
"El grupo se prepara para matar a Trotsky en la casa que habita
en Coyoacán. Ramón Mercader iba a ser los ojos y oídos al
interior del trotkismo; operan en París, Nueva York para que
conquistar a la secretaria de Trotsky", relata el escritor.
Cedillo relató que en el primer atentado, que dirigió Siqueiros,
participaron unas 40 personas, entre mineros mexicanos, milicianos
españoles y amigas del muralista, que se llevaron a una fiesta
a los guardias de la residencia del dirigente ruso. "Se dispararon
72 tiros. Trotsky se tira de la cama, el nieto es herido en
un pie, no funciona la bomba incendiaria y Stalin monta un
berrinche cuando le informan", asegura Cedillo, autor también
de "Los nazis en México". Los estalinistas ponen en marcha
el plan con Ramón Mercader quien había ganado la confianza
del revolucionario ruso, quien le franqueó la puerta y le
dio la espalda, momento que aprovechó para clavarle el piolet.
"Lo preparan para golpear, salir de la casa y huir. Nunca
esperaron que (Trotsky) gritara de una forma que nunca olvidó
el asesino", concluye Cedillo. guió a la capital mexicana,
En México, Trotsky conoció lugares cercanos a la capital mexicana
como el boscoso Desierto de Los Leones y se aventuró hasta
el balneario de Acapulco y la bonita Taxco, también visitó
la tierra del revolucionario mexicano Emiliano Zapata (1879-1919).
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Una novela de la autora estadounidense Louisa May Alcott
, publicada por primera vez en 1886. La novela es el libro
final de la serie no oficial de Mujercitas. En él, los hijos
de Jo, ahora adultos, están atrapados en problemas del mundo
real.
El libro sigue principalmente la vida de los niños de Plumfield
que fueron presentados en Little Men. Particularmente Tommy,
Emil, Demi, Nat, Dan y los hijos del profesor Bhaer, Jo Rob
y Teddy, aunque los otros también hacen apariciones frecuentes.
El libro tiene lugar diez años después de Little Men. Dolly
y George son estudiantes universitarios que lidian con las
tentaciones de esnobismo, arrogancia, autocomplacencia y vanidad.
Tommy se convierte en estudiante de medicina para impresionar
a la novia de la infancia Nan, pero después de enamorarse
"accidentalmente" y proponerle matrimonio a Dora, se une a
su negocio familiar.
¿Estirando demasiado la madeja?
Hablamos de segregación en >> Ser humano.
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Los mares del Sur es una novela de Manuel Vázquez Montalbán
publicada en 1979. Se supone que es la novela más famosa del
detective Pepe Carvalho. Fue incluida en la lista de las 100
mejores novelas en español del siglo XX del periódico español
«El Mundo».
En 1979 la novela fue galardonada con el Premio Planeta.
Trata sobre un hombre llamado Carlos Stuart Pedrell, un influyente
hombre de negocios al que se suponía de viaje por los mares
del Sur desde hacía ya un año entero, aparece asesinado a
navajazos en un solar abandonado de un barrio periférico.
Su amigo y abogado, el señor Viladecans, contrata a Pepe Carvalho
para averiguar qué hizo la víctima durante el año entero que
nunca llegó a pasar en la Polinesia; pero el asesino es lo
de menos, se trata de saber en qué negocios anduvo metido.
Carvalho, a medida que va avanzando en el caso, descubre una
personalidad fascinada por Gauguin, obsesionada por seguir
sus pasos e inmersa en un formidable enredo repleto de contradicciones.
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Este nuevo libro de la colección “El pequeño libro de...”
recoge 500 palabras acompañadas por su correspondiente definición
y una cita literaria. Todo el mundo sabe que el giste es la
espuma de la cerveza, que la costumbre de comerse las uñas
recibe el nombre de onicofagia y que suputar es sinónimo de
calcular. Pero ¿cómo se llaman las cagarrutas de las ovejas,
la distancia del pulgar al índice o la raya del pelo?
Las respuestas a estas preguntas y a otras muchas más se
encuentran en este libro.
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En julio de 2019 se cumplen 50 años de la misión del Apolo
11, cuyo objetivo fue lograr que un ser humano caminara sobre
la superficie de la Luna. En esta obra, Eduardo García Llama
–ingeniero que trabaja en la NASA, en Houston– nos cuenta
esta odisea que va desde el lanzamiento de la nave hasta su
vuelta a la Tierra. Y lo hace en forma de novela en la que
hablan sus protagonistas (siguiendo las transcripciones oficiales
del vuelo) y en la que diversos pasajes dan pie a la narración
de episodios históricos relevantes en conexión con la misión
y con la biografía de los astronautas, de anécdotas y experiencias
durante el vuelo, y de los detalles más destacables que caracterizaron
esta misión, desde el punto de vista tanto técnico como humano.
"El mundo de los pilotos de pruebas de los 60 era muy diferente
al de los pilotos de pruebas de hoy en día. Antes volaban
muchos aviones y muy distintos, y el riesgo se asumía de otra
manera. Era habitual que murieran algunos durante las pruebas.
Hoy no es públicamente aceptable que haya tanto riesgo", relata
Eduardo García Llama (Valencia, 1971), un veterano ingeniero
del Centro Espacial Johnson de la NASA que ha querido profundizar
en las razones que llevaron a los tripulantes del Apolo 11
a jugarse la vida para conquistar el espacio.
En su libro 'Apolo 11' (Editorial Crítica), reconstruye la
misión "centrándose en los aspectos humanos, en el mundo del
que procedían, la clase de personas que eran, sus personalidades
y cómo era la relación entre ellos", explica delante del cohete
original Saturno V, uno de los que no llegó a volar al cancelarse
las misiones Apolo 18, 19 y 20, y que se exhibe en Houston.
Eduardo García Llama, ingeniero de la NASA,
en las instalaciones de Houston.
"Para Armstrong, por ejemplo, que era una persona
con una mentalidad muy técnica, lo mas importante no era salir
de la nave y dar el primer paso sobre la superficie, sino
alunizar. Pensaba que si algo pasaría a la Historia sería
esa gesta", repasa.
La multitudinaria rueda de prensa que ofrecieron
el 5 de julio de 1969 en Houston, dice García, reflejó bien
lo distinto que era su mundo, con el contraste entre las preguntas
que les hacían los periodistas y sus lacónicas respuestas:
"No necesitaban viajar a otro cuerpo celeste para encontrarse
con seres de otro planeta", escribe en el libro.
Por lo que respecta a la relación que se fraguó
entre los astronautas, considera que "no se llevaban mal pero
eran distantes entre ellos y había una cierta incompatibilidad
de caracteres que no les afectó para hacer bien su trabajo,
aunque sí evitó que tuvieran una relación más estrecha. Guenter
Wendt, que era el jefe del equipo de cierre y trabajó estrechamente
con ellos, llegó a decir que la del Apolo 11 fue la primera
tripulación que no fue una tripulación. De hecho, en el viaje
de regreso, se oye hablar mucho a Michael Collins con el Centro
de Control de Houston en vez de con sus compañeros", señala.
Los integrantes de la misión Apolo 11 en la
torre de lanzamiento.
Collins, responsable del módulo de mando, "era
el más dicharachero de los tres, alguien con quien puedes
tener una conversación distendida, pero en su día los medios
no se centraron en él porque no alunizó". Por lo que respecta
a Buzz Aldrin, "siempre tuvo un gran deseo de ser reconocido,
fue un personaje muy complejo que se recuperó de una gran
depresión y de sus problemas con el alcohol". A Armstrong,
por su parte, le describe como "un intelectual y una persona
humilde que se veía como parte de un equipo, no como el protagonista".
El ingeniero español tuvo la oportunidad de
conocer a Armstrong y a otros veteranos astronautas... en
el baño: "Se celebraba un homenaje al astronauta Gordon Cooper.
Después del evento fui al servicio. Cuando salí estaba rodeado
de un montón de gente que había estado en la Luna: Armstrong,
Aldrin, Eugene Cernan, Alan Bean, John Young ...", recuerda
riendo.
Aunque la razón para ir a la Luna fue política
y se debió a la rivalidad entre las dos grandes potencias,
García considera "que en cualquier aventura humana hay un
grupo de personas que se enfrenta a lo desconocido". Por ello,
para él lo verdaderamente importante del Apolo 11 fue que
"por primera vez desde que las primeras formas de vida surgieron
y evolucionaron en la Tierra a lo largo de miles de millones
de años, una especie pasó unas horas en un mundo diferente,
algo que no tiene parangón con ningún suceso de la Historia",
reflexiona.
Buzz Aldrin fotografiado por Neil Armstrong
en la superficie lunar.
García, que tras trabajar en la Agencia Espacial
Europea se unió a la NASA en 2000 ?ahora está involucrado
en las pruebas de la nave Orion?, se muestra optimista con
que se podrá alunizar en 2024, aunque "todo depende de los
recursos que se pongan". "Cumplir con un calendario tan exigente
requerirá más recursos", aunque admite que "un gasto como
el que se hizo en los 60 no estaría justificado hoy en día".
No obstante, subraya que "pese a que regresar a la Luna no
va a ser barato, gastar en el espacio es una inversión que
se traduce en nuevas tecnologías y promueve trabajos de calidad".
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Una de las grandes revelaciones de la ciencia y la salud
de nuestro tiempo es el peligro que representa el consumo
de carne. Parece que todos los días se nos advierte sobre
el daño que la producción y el consumo de carne puede causar
al medioambiente y a nuestro cuerpo. Muchos hemos intentado
limitar la cantidad de carne que consumimos o hemos intentado
dejar de consumirla por completo pero no es fácil resistirse
a las delicias ahumadas, curadas, asadas y fritas que nos
tientan por doquier. ¿Qué nos hace anhelar las proteínas animales
y por qué es tan difícil dejar la carne? Y si su consumo es
tan insalubre para los seres humanos, ¿por qué la evolución
no nos ha hecho vegetarianos a todos? En Enganchados a la
carne, la escritora y divulgadora científica Marta Zaraska
aborda lo que llama el «rompecabezas de la carne»: nuestro
amor por ella, a pesar de sus efectos nocivos. Zaraska nos
lleva por un ingenioso recorrido por las culturas de la carne
en todo el mundo, deteniéndose en los inusuales asadores de
la India, los sacrificios de animales en los templos de Benín
y los laboratorios en los Países Bajos que cultivan carne
a partir de células madre. Desde el poder de la evolución
hasta la influencia de los grupos de presión de la carne,
y desde nuestra composición genética hasta las tradiciones
de nuestros antepasados, nos revela la interacción de fuerzas
que nos mantiene enganchados a las proteínas animales.
Un libro para todos: desde el carnívoro incondicional hasta
el vegano más comprometido, Enganchados a la carne ilustra
una de las características más imperecederas de la civilización
humana y, en última instancia, arroja luz sobre por qué el
consumo de carne seguirá dando forma a nuestro cuerpo —y a
nuestro mundo— en un futuro próximo.
Los beneficios obtenidos por la venta de este libro son destinados
a Igualdad Animal.
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Su historia de amor comenzó intensa y apasionadamente. La
princesa Adeline y Josh Jameson sabían que cualquier futuro
juntos era imposible: su estatus de princesa y la posición
de él como un galán de Hollywood lo impedían. Pero las cotas
de placer a las que podían llevarse mutuamente fueron totalmente
inesperadas. Y poco a poco los límites se hicieron más y más
borrosos: lo físico se volvió emocional, y sus corazones se
entrelazaron. Pero un giro cruel de los acontecimientos vendrá
a amenazar su historia y Adeline se verá más atada que nunca
al protocolo que exige su título. El ejército de asesores
reales que esconden los secretos y escándalos de la monarquía
hará todo lo posible para mantener a raya a los medios...
y a Josh lejos de Adeline.
Sin embargo, Josh se niega a perder a la mujer que lo ha
consumido por completo y ha sido capaz de distorsionar sus
límites. ¿Triunfará el poder de la monarquía británica? ¿O
cambiará su intenso amor el curso de la historia?
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Nueva York, 1936. La pequeña casa de comidas El Capitán arranca
su andadura en la callecatorce, uno de los enclaves de la
colonia española que por entonces reside en la ciudad. La
muerte accidental de su dueño, Emilio Arenas, obliga a sus
hijas veinteañeras a asumir las riendas del negocio mientras
en los tribunales se resuelve el cobro de una prometedora
indemnización. Abatidas y acosadas por la urgente necesidad
de sobrevivir, las temperamentales Victoria, Mona y Luz Arenas
se abrirán paso entre rascacielos, compatriotas, adversidades
y amores, decididas a convertir un sueño en realidad.
Con una lectura tan ágil y envolvente como conmovedora, Las
hijas del Capitán despliega la historia de tres jóvenes españolas
que cruzaron a la fuerza un océano, se asentaron en una urbe
deslumbrante y lucharon con arrojo para encontrar su camino:
un tributo a las mujeres que resisten cuando los vientos soplan
en contra, y un homenaje a todos aquellos valientes que vivieron
la aventura a menudo épica y casi siempre incierta de la emigración
Hace diez años una desconocida profesora de lengua de la
Universidad de Murcia vendió más de tres millones de ejemplares
de 'El tiempo entre costuras'. Hoy tenemos su cuarto libro.
María Dueñas en Nueva York.
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A principios de los años treinta del pasado siglo, Stefan
Zweig, que ya gozaba de fama mundial, se embarcó con destino
a Brasil y Argentina en busca, como él mismo dijo, de los
paisajes más bellos de la tierra y del encuentro con un grupo
de camaradas intelectuales con los que debatir e imaginar.
Lo placentero de la travesía, la comodidad del trasatlántico,
la benevolencia del clima y la calma de un mar casi sin olas
convirtieron su viaje en un gozo indescriptible que sin embargo
le generó un sentimiento de vergüenza. Comparaba aquellos
días de felicidad con los esforzados trabajos, las penalidades
y sufrimientos de los argonautas del siglo XVI que en una
especie de segunda Odisea circunvalaron la Tierra. Fruto de
esas reflexiones, de regreso al hogar decidió documentarse
ampliamente sobre los hechos y así dio a luz el que probablemente
sea el relato más hermoso y memorable de cuantos se han escrito
sobre la hazaña de Fernando Magallanes y su intento de dar
por vez primera la vuelta al mundo, concluido finalmente por
Juan Sebastián Elcano.
El año pasado se cumplian 500 años desde que los cinco
paquebotes fletados por la corona de España y encomendados
a un portugués visionario, cuyo rey no supo prestarle el apoyo
que encontró en la corte castellana, abandonaron la rada de
Sevilla para emprender una travesía que habría de durar más
de tres años y serviría para definir los límites reales de
nuestro planeta. Las autoridades de los dos países ibéricos
anuncian ahora grandes fastos que han de jalonar el recuerdo
de aquella efeméride. Al margen la asistencia a exposiciones,
la concurrencia a los debates, el visionado de películas y
la participación en los conciertos musicales que se avecinan,
el mejor homenaje que puede hacerse a la figura de Magallanes
es la lectura de esta obra de Zweig, escrita con la maestría
de un gran novelista y la precisión de un historiador.
La narración se inscribe en la mejor de las tradiciones de
los libros de aventuras y merece figurar en los anaqueles
junto a los de Verne o Stevenson, por lo que cualquier lector
tiene garantizadas dos o tres horas de indudable entretenimiento.
No se trata de un texto erudito, sino emocional, pero es también
una contribución notable a la comprensión de la geopolítica
de la época y la rivalidad entre las dos potencias entonces
imperiales; clarifica también el estúpido debate sobre qué
país, si Portugal o España, debe reivindicar la nacionalidad
de la gesta.
El Gobierno portugués, por su parte, decidió ignorar
prácticamente la figura de Elcano en los actos oficiales de
la conmemoración, y se multiplicaron las críticas a las autoridades
españolas por no afirmar la identidad hispana frente
al supuesto desprecio del país vecino.
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Hace unos 4.000 millones de años apareció la vida en la Tierra.
¿Cuál es la historia de su evolución? ¿Era inevitable la vida?
¿Y la raza humana? ¿Habría habido algún otro ser inteligente,
si no hubiera habido humanos? ¿Qué patrones usa el mecanismo
evolutivo? ¿La evolución avanza como una flecha, hacia adelante?
A partir de preguntas como estas, y realizando un sólido repaso
a las respuestas científicas que se les han dado a lo largo
de los años, el autor traza una auténtica historia de la vida
que culmina con la pregunta del sentido de la humanidad: ¿Por
qué estamos aquí? El gran libro de Juan Luis Arsuaga después
de La especie elegida. El más ambicioso de los libros de teoría
evolutiva del más prestigioso científico experto en la materia
de nuestro país.
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Entre el aroma del mar y de los pinos gallegos, en una torre
residencial junto a la playa, un joven saxofonista de ojos
claros, Luis Reigosa, ha aparecido asesinado con una crueldad
que apunta a un crimen pasional. Sin embargo, el músico muerto
no mantiene una relación estable y la casa, limpia de huellas,
no muestra más que partituras ordenadas en los estantes y
saxofones colgados en las paredes. Leo Caldas, un solitario
y melancólico inspector de policía que compagina su trabajo
en comisaría con un consultorio radiofónico, se hará cargo
de una investigación que le llevará de la bruma del anochecer
al humo de las tabernas y los clubes de jazz. A su lado está
el ayudante Rafael Estévez, un aragonés demasiado impetuoso
para una Galicia irónica y ambigua, e incluso demasiado impetuoso
para el propio Leo, que busca entre sorbos de vino los fantasmas
ocultos en los demás mientras intenta sobrevivir a los suyos.
Gracias a la labor de este singular tándem Caldas-Estévez
la verdad termina por aflorar, llevándonos a desentrañar el
secreto que esconden los Ojos de agua.
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