El primer
mapa en 3D de nuestra galaxia, la Vía Láctea, ha revelado
a los científicos cuál es su verdadera forma. Y no es la que
imaginábamos.
De hecho,
lejos de ser ese disco plano de estrellas formando una bella
espiral alrededor de su región central, la Vía Láctea, nuestro
hogar en el espacio, está deformada y retorcida. Especialmente
en sus regiones más externas. El hallazgo, que acaba de publicarse
en Nature Astronomy, ha sido posible gracias al esfuerzo de
un equipo de astrónomos de la Universidad Macquairie, en Australia,
y la Academia de Ciencias de China, que han utilizado 1.339
estrellas para cartografiar en tres dimensiones la galaxia
en que vivimos. Durante su estudio, los investigadores descubrieron
que el disco central de estrellas de la Vía Láctea se deformaba
y retorcía cada vez más cuanto mas lejos estaban las estrellas
de su centro. «Por lo general -afirma Richard de Grijs, coautor
de la investigación- pensamos que las galaxias espirales son
bastante planas, como Andrómeda, que se puede ver facilmente
a través de un telescopio». Pero nuestra propia galaxia no
parece seguir ese patrón. De hecho, el disco de estrellas
de la Vía Láctea es de todo menos estable y plano. Desde una
gran distancia, nuestra galaxia se vería como un delgado disco
de estrellas que orbitan una vez cada pocos cientos de millones
de años alrededor de su región central, donde cientos de miles
de millones de estrellas, junto con una gran masa de materia
oscura, proporcionan el «pegamento» gravitacional que lo mantiene
todo junto.
Pero
veríamos también cómo ese disco se retuerce y dobla en sus
extremos. El «tirón» de la gravedad se debilita cuanto más
lejos estemos de las regiones internas de la Vía Láctea. Por
eso, en el lejano disco exterior, los átomos de hidrógeno
que forman la mayor parte del disco galáctico ya no están
confinados a un plano delgado, sino que le dan al disco una
apariencia de «S» distorsionada. En palabras de Richard de
Grijs «en los exteriores de la Vía Láctea encontramos
regiones
exteriores de la que el disco estelar en forma de S está deformado
en un patrón en espiral que se retuerce progresivamente. Es
muy difícil determinar las distancias entre el Sol y las zonas
exteriores de la Vía Láctea sin tener una idea clara de cómo
es ese disco en realidad», asegura por su parte Chen Xiaodian,
autor principal del artículo. «Sin embargo, recientemente
publicamos un nuevo catálogo de estrellas variables, de comportamiento
conocido, las Cefeidas clásicas, para las que se pueden determinar
distancias con un margen de error de solo entre el 3 y el
5%». Gracias a esa base de datos, el equipo de astrónomos
logró desarrollar la primera imagen tridimensional precisa
de las regiones más alejadas de nuestra Vía Láctea. Las Cefeidas
clásicas son estrellas jóvenes que tienen entre 4 y 20 veces
la masa de nuestro Sol y que pueden llegar a ser hasta 100.000
veces más brillantes. Masas estelares tan altas implican que
estas estrellas viven rápido y mueren jóvenes, quemando su
combustible nuclear muy deprisa, a veces en apenas unos pocos
millones de años. Estas estrellas emiten pulsaciones regulares,
que se observan como cambios en su brillo. Combinado con el
brillo observado de una Cefeida, su período de pulsación puede
usarse para obtener una distancia altamente confiable.
El nuevo
mapa muestra que el disco deformado de la Vía Láctea también
contiene estrellas jóvenes.
Y confirma
que el patrón espiral deformado es causado por la torsión
que produce el giro del enorme disco interno de estrellas
de la Vía Láctea. El hallazgo recuerda a los investigadores
observaciones anteriores de una docena de galaxias que también
mostraban patrones en espiral progresivamente retorcidos.
Según Liu Chao, coautor del estudio, «combinando nuestros
resultados con esas otras observaciones llegamos a la conclusión
de que el patrón en espiral deformado de la Vía Láctea está
causado, probablemente, por la torsión del disco interno masivo.
Esta nueva morfología proporciona un mapa actualizado que
resulta crucial para los estudios de los movimientos estelares
dentro de nuestra galaxia y los orígenes del disco de la Vía
Láctea».
Un inventario
cósmico calculó que hay decenas de millones de agujeros
negros, esos objetos enigmáticos y oscuros en la Vía Láctea.
El censo celeste comenzó poco después de que se detectasen
ondulaciones en el espacio-tiempo creado por la lejana colisión
de dos agujeros negros del tamaño de 30 soles. La detección
de ondas gravitatorias fue un gran logro, ya que era una confirmación
de una predicción clave de la teoría general de la relatividad
de Einstein.
Fue simplemente
asombroso e hizo preguntarse a los expertos cómo de comunes
eran los agujeros negros de ese tamaño, y con qué frecuencia
se unian. Los científicos asumen que la mayoría de los agujeros
negros resultado de remanentes estelares, que resultan del
colapso de estrellas masivas al final de sus vidas, serán
aproximadamente de la misma masa que el Sol. Ver la evidencia
de dos agujeros negros de proporciones tan épicas que finalmente
se unieron en una colisión cataclísmica hizo que algunos astrónomos
'se rascasen la cabeza'. Las galaxias grandes son el hogar
de las estrellas más viejas, y albergan agujeros negros más
viejos también. El número de agujeros negros de una masa dada
por galaxia dependerá del tamaño de la galaxia. La razón es
que las galaxias más grandes tienen muchas estrellas ricas
en metales, y las galaxias enanas más pequeñas están dominadas
por grandes estrellas de baja metalicidad. Las estrellas que
contienen muchos elementos más pesados, como nuestro sol,
arrojan mucha de esa masa en sus vidas.
Cuando
llega el momento de que todo termine en una supernova, no
queda tanta materia para colapsar sobre sí misma, resultando
en un agujero negro de menor masa. Grandes estrellas con bajo
contenido de metal no arrojan gran parte de su masa en el
tiempo, por lo que cuando uno de ellas muere, casi toda su
masa se enrollará en el agujero negro. Tenemos una muy buena
comprensión de la población total de estrellas en el universo
y su distribución de masas a medida que nacen, así que podemos
decir cuántos agujeros negros se habrían formado con 100 masas
solares versus 10 masas solares. Fuimos capaces de averiguar
cuántos grandes agujeros negros debían existir, y terminaron
siendo millones.
Además,
para arrojar luz sobre fenómenos venideros, los investigadores
trataron de determinar la frecuencia con que los agujeros
negros se dan en parejas, la frecuencia con la que se fusionan
y el tiempo que les toma. Se preguntaron si los 30 agujeros
negros de masa solar detectados por el LIGO, observatorio
de detección de ondas gravitatorias, nacieron hace miles de
millones de años y tardaron mucho en fusionarse o surgieron
más recientemente (en los últimos 100 millones de años) para
fusionarse poco después. Resultó que apenas el 1 por
ciento de los agujeros negros formados tienen que fusionarse
para explicar lo que LIGO vio. Por supuesto, los agujeros
negros tienen que acercarse lo suficiente para fusionarse
en un tiempo razonable, lo que es un problema abierto. Se
esperan muchas más detecciones de ondas de gravitación para
que los expertos puedan determinar si los agujeros negros
chocan principalmente en galaxias gigantes. Eso les diría
algo importante sobre la física que los impulsa a unirse.
Si las ideas actuales sobre la evolución estelar son correctas,
entonces sus cálculos indican que las fusiones de agujeros
negros de 50 masas de masas solares serán detectadas en pocos
años.
A finales
del 2018, científicos de la Universidad de Michigan dedujeron
que Andrómeda, la galaxia vecina más cercana a la Vía Láctea,
trituró y se 'comió' una galaxia masiva hace 2.000 mil millones
de años, identificada posteiormente como la 'hermana perdida'
de ambas galaxias: la Vía Láctea y Andrómeda. A pesar de que
fue en su mayoría triturada, esta galaxia masiva dejó un rico
rastro de evidencia: un halo casi invisible de estrellas más
grande que Andrómeda, una elusiva corriente de estrellas y
una galaxia compacta enigmática y separada. Esta galaxia interrumpida,
llamada M32p, era el tercer miembro más grande del grupo local
de galaxias, después de la Vía Láctea y Andrómeda. Ahora,
usando modelos por ordenador, Richard D'Souza y Eric Bell,
del Departamento de Astronomía de la Universidad de Michigan,
pudieron reconstruir esta evidencia, revelando a este 'hermano
perdido' de la Vía Láctea. Sus hallazgos han sido publicados
en 'Nature Astronomy'. Los científicos saben desde hace tiempo
que este gran halo de estrellas casi invisible que rodea a
las galaxias contiene los restos de galaxias canibalizadas
más pequeñas. Se esperaba que una galaxia como Andrómeda hubiera
consumido a cientos de sus compañeros más pequeños. Los investigadores
pensaron que esto dificultaría el aprendizaje de uno solo
de ellos. Utilizando nuevas simulaciones por ordenador, los
científicos pudieron comprender que, aunque Andrómeda consumió
muchas galaxias compañeras, la mayoría de las estrellas en
el halo exterior débil de Andrómeda fueron aportadas en gran
medida por la trituración de una sola gran galaxia. "Fue un
momento de 'eureka'. Nos dimos cuenta de que podíamos utilizar
esta información del halo estelar externo de Andrómeda para
inferir las propiedades de la galaxia más grande destruida",
explicó D'Souza, investigador postdoctoral en la Universidad
de Michigan. Por su parte, Bell, coautor de la investigación
y profesor de Astronomía en la Universidad de Michigan, sostuvo
que fue "impactante" darse cuenta de que la Vía Láctea tenía
un "hermano mayor" del que "nunca" supieron.
Esta
galaxia 'hermana' que fue triturada por la galaxia de Andrómeda,
era al menos 20 veces más grande que cualquier galaxia que
se fusionó con la Vía Láctea a lo largo de su vida. M32p habría
sido masiva, por lo que es la tercera galaxia más grande en
el grupo local después de las galaxias de Andrómeda y la Vía
Láctea. Este trabajo también podría resolver un misterio de
largo recorrido: la formación de la enigmática galaxia satelital
M32 de Andrómeda. Sobre esto, los científicos sugieren que
el compacto y denso M32 es el centro superviviente del 'hermano
perdido' de la Vía Láctea. "M32 es un bicho raro", afirmó
Bell, aunque "parece un ejemplo compacto de una galaxia elíptica
antigua, en realidad tiene muchas estrellas jóvenes". "Es
una de las galaxias más compactas del universo. No hay otra
galaxia como esta", añadió.
Según
los investigadores, su estudio puede alterar la comprensión
tradicional de cómo evolucionan las galaxias. El equipo se
dio cuenta de que el disco de Andrómeda sobrevivió a un impacto
con una galaxia masiva, lo que cuestionaría la sabiduría común
de que tales interacciones grandes destruirían los discos
y formarían una galaxia elíptica. El momento de la fusión
también puede explicar el engrosamiento del disco de la galaxia
de Andrómeda, así como un estallido de formación de estrellas
hace 2.000 millones de años, un hallazgo que fue alcanzado
de forma independiente por investigadores franceses a principios
de 2018. La galaxia de Andrómeda, con un estallido espectacular
de formación de estrellas, se habría visto diferente hace
2.000 millones de años. El método utilizado en este estudio
se puede utilizar para otras galaxias, permitiendo la medición
de su fusión de galaxias más masivas, según dicen los investigadores.
Con este conocimiento, los científicos pueden desentrañar
mejor la complicada red de causa y efecto que impulsa el crecimiento
de las galaxias y aprender sobre qué hacen las fusiones a
las galaxias.
Hace
mucho tiempo, los romanos denominaron a nuestra galaxia como
Vía Láctea, que se podría traducir como “camino de leche”.
La llamaron así, precisamente por su parecido con una mancha
lechosa en el cielo nocturno. Sin embargo, los romanos no
fueron los únicos en ver una mancha de leche en el cielo.
Los griegos la llamaban kyklos, que se traduce como “círculo
lechoso". Más de 200.000 millones de estrellas y un diámetro
medio de unos 100.000 años luz. (La velocidad de la luz es
de 300.000 km/seg. Un año tiene 31.390.000 segundos) La distancia
desde el Sol hasta el centro de la galaxia es de alrededor
de 27.700 años luz. Unas cifras que reflejan la enorme magnitud
de una gran desconocida.
¿Qué futuro le espera a la Vía Láctea?
Tres nuevos estudios dados a conocer en la revista Astrophysical
Journal sugieren que la Vía Láctea y su vecina Andrómeda se
fusionarán dando lugar a una nueva y gigantesca galaxia elíptica
dentro de cuatro mil millones de años. Una tercera galaxia,
la Galaxia del Triángulo u objeto Messier M33, que acompaña
a Andrómeda, podría unirse también a esta fusión. Se trata
de una teoría que se maneja desde hace mucho tiempo, ya que
ambas galaxias se atraen por su fuerza de gravedad. Sin embargo,
hasta ahora no se sabía con seguridad si chocarían entre sí
o solo se deslizarían muy cerca. Usando datos muy precisos
obtenidos con el telescopio espacial Hubble, astrónomos de
la NASA han confirmado que la colisión frontal será un hecho.
Además, los autores del estudio señalan que a partir de ese
momento cambiará para siempre el aspecto del cielo y, de paso,
la historia de nuestro Sol y su sistema de planetas, pues
miles de estrellas serán impulsadas hacia órbitas muy diferentes
de las actuales. Concretamente, las simulaciones realizadas
muestran que el sistema solar se desplazará y ocupará una
posición mucho más alejada del corazón galáctico.
A la Vía Láctea le quedan 4000 millones de años de vida,
pero nuestro Sol sobrevivirá.
Dentro de cuatro mil millones de años, la Vía Láctea, nuestra
galaxia, chocará contra Andrómeda, nuestra gran vecina en
espiral. Las galaxias, tal y como las conocemos hoy, no sobrevivirán.
De hecho, nuestro sistema solar va a sobrevivir a nuestra
galaxia. En este punto, el Sol no será aún una gigante roja,
pero habrá crecido y será lo suficientemente brillante como
para tostar la superficie de la Tierra. No quedará forma de
vida alguna, aunque será una coreografía cósmica espectacular.
Actualmente, Andrómeda y la Vía Láctea están separadas unos
2,5 millones de años luz. Propulsadas por la gravedad, las
dos galaxias se están precipitando la una hacia la otra a
402.000 kilómetros por hora. Pero incluso a esa velocidad,
no se encontrarán hasta dentro de otros 4000 millones de años.
Entonces, las dos galaxias colisionarán y volarán una a través
de la otra, dejando un bucle estrellado y gaseoso en sus estelas.
Durante eones, la pareja continuará acercándose y se llegará
a romper, revolviendo las estrellas y redibujando las constelaciones
hasta que finalmente, tras unos miles de millones de años,
las dos galaxias se fusionarán. Entonces, el sistema solar
tendrá una nueva dirección cósmica: una galaxia elíptica gigante,
formada por el choque y la fusión de la Vía Láctea y Andrómeda.
No, no se trata de un capítulo sacado de una historia de ciencia
ficción: es una predicción científica real.
Que la ciencia pueda predecir estos eventos fue el tema principal
del tercer capítulo de Cosmos. Newton fue capaz de describir
las órbitas de los planetas, Halley predijo la vuelta de su
cometa homónimo, y los astrónomos contemporáneos han calculado
el fin de la Vía Láctea. Este don de previsión es realmente
una comprensión matemática de las leyes físicas que gobiernan
los movimientos de los cuerpos celestes.
Utilizando solamente las leyes de gravitación de Newton,
los astrónomos podemos predecir de manera fiable que dentro
de varios millones de años nuestra galaxia hogar, la Vía Láctea,
se fusionará con nuestra galaxia vecina Andrómeda. Como las
distancias entre las estrellas son enormes en comparación
con sus tamaños, pocas de las estrellas de alguna de las galaxias
colisionarán realmente. Ninguna de las vidas de esos futuros
mundos remotos estaría a salvo, pero estarían asistiendo a
un increíble espectáculo de luz de miles de millones de años
de duración.
Ahora bien, ¿cómo sabemos en la Tierra que esto va a pasar?
La historia empieza a principios del 1900, cuando el astrónomo
Vesto Slipher midió la velocidad radial de Andrómeda. En otras
palabras, calculó la velocidad a la que se estaba moviendo
la galaxia, acercándose o alejándose de la Tierra. Slipher
hizo esto mirando un indicador de estiramiento o compresión
en la luz que llegaba a la Tierra desde Andrómeda: la luz
de los objetos que se están alejando de nosotros está ligeramente
estirada o desplazada al rojo. La luz de los objetos que se
están acercando a nosotros está desplazada hacia el azul o
comprimida. El resultado fue algo sorprendente. “Podemos concluir
que la nebulosa de Andrómeda se está acercado al sistema solar
con una velocidad aproximada de 300 kilómetros por segundo”,
escribió Slipher en el Lowell Observatory Bulletin en 1913
(entonces Andrómeda se llamaba la Nebulosa Negra porque los
astrónomos no se dieron cuenta de que no formaba parte de
la Vía Láctea; los cálculos de Slipher sugirieron fuertemente
que la idea necesitaba reajustes). Así que Andrómeda se está
acercando a nosotros, esto al menos parece estar claro. Si
este acercamiento significaría el final de la Vía Láctea era
aún algo incierto. Durante décadas, los científicos no tenían
manera de saber si Andrómeda y la Vía Láctea chocarían de
frente o si pasarían de largo la una junto a la otra como
dos navíos llenos de estrellas surcando la noche cósmica.
Resulta que es relativamente fácil medir la velocidad de los
objetos lejanos que se mueven hacia nosotros o se alejan,
pero es mucho más complicado determinar los movimientos hacia
los lados (algo que los astrónomos llaman “movimiento propio”).
Cuanto más lejos está algo, más complicado es medir sus movimientos
laterales, que no producen esas longitudes de onda indicadoras
del estiramiento o compresión con las que pueden trabajar
los astrónomos. En su lugar, los astrónomos dependen de las
observaciones detalladas de la posición relativa de un objeto
sobre el fondo de estrellas. Un pequeño desplazamiento sutil
que puede tardar siglos en convertirse en evidente si no se
dispone de grandes telescopios.
Alrededor de 2007, el astrofísico Avi Loeb, de la Universidad
de Harvard, decidió revisar la pregunta de la próxima llegada
de Andrómeda. “La mayoría de los teóricos están interesados
en reproducir sistemas de nuestro pasado que se observan hoy,
y son reacios a hacer previsiones sobre lo que se probará
dentro de millones de años”, explicó Loeb. “Lo racional
no es claro para mi; estoy tan intrigado en el futuro como
lo estoy con el pasado.” Primero Loeb, y luego el posdoctorado
T.J. Cox simularon la próxima colisión y fusión de Andrómeda
y la Vía Láctea utilizando movimientos propios estimados de
la primera. Los resultados mostraron una oportunidad más interesante
que decente de las dos galaxias aplastadas entre ellas, y
una posibilidad muy buena de un sistema solar dirigido a las
afueras de la galaxia elíptica resultante, bautizada por Loeb
“Lactómeda”. En 2012, un equipo de astrónomos con base en
el Instituto de Ciencia del Telescopio Espacial (Space Telescope
Science Institute) volvieron a hacer los cálculos de la colisión,
esta vez utilizando las medidas del movimiento propio de Andrómeda.
Después de todos estos años, el equipo fue capaz de conseguir
estas medidas con el telescopio espacial Hubble y mediante
una campaña de observación que utiliza años de datos, empezando
por las imágenes sacadas en 2002. “Comparamos las imágenes
tomadas en momentos diferentes con el telescopio espacial
Hubble, y medimos cuánto se habían movido las estrellas de
Andrómeda en relación con las galaxias borrosas del fondo
lejano”, explicó el astrónomo Sangmo Tony Sohn. “Esto nos
da un sentido de lo rápido que se mueven las estrellas de
Andrómeda a través del cielo”. El equipo concluyó que el movimiento
propio de Andrómeda era minúsculo y que la colisión frontal
era prácticamente inevitable. Esto debería de sonar traumático,
pero no todo es inusual que las galaxias se fusionen.
El telescopio espacial Hubble capturó algunas imágenes gloriosas
de fusiones y colisiones lejanas, y el astrónomo Halton Arp
incluyó una serie de interacciones galácticas en su Atlas
de Galaxias Peculiares, publicado en 1966. Todas ellas son
realmente hermosas. Las buenas noticias es que, como afirma
Tyson, las estrellas se encuentran a tanta distancia que aunque
las galaxias vayan a colisionar, las probabilidades de colisiones
estelares son pequeñas. Por ello, el Sol y sus planetas probablemente
sobrevivirán al nacimiento de Lactómeda, aunque la Tierra
ya no podrá llamar "casa" a la Vía Láctea. Y ya no viviremos
en una galaxia en espiral: Lactómeda tendrá forma elíptica
y probablemente tendrá una apariencia rojiza. Por ello no
cabe duda de que la fusión será espectacular, y es más que
probable que la galaxia del triángulo, una más pequeña y cercana,
será absorbida en este combate.
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