Su nombre técnico es ASKAP J173608.2-321635, se trata de
una nueva y poderosa fuente de ondas de radio y se encuentra
muy cerca del centro de la Vía Láctea. Los científicos, sin
embargo, no han conseguido aún averiguar de qué podría tratarse.
Ningún objeto conocido se ajusta a sus extrañas propiedades,
y en un artículo que aparecerá próximamente en 'The Astrophysical
Journal' y que ya puede consultarse, los autores del misterioso
hallazgo admiten que nunca habían visto nada igual.
"ASKAP J173608.2-321635 -escriben los investigadores- podría
formar parte de una nueva clase de objetos que se están descubriendo
a través de estudios de imágenes de radio". Bajo la dirección
de Ziteng Wang, de la universidad australiana de Sidney, un
equipo de más de veinte investigadores descubrió la misteriosa
fuente de señales de radio utilizando el radiotelescopio ASKAP
(Australian Square Kilometer Array Pathfinder), un conjunto
de 36 antenas, cada una de 12 metros de diámetro, que funcionan
como una sola y que constituyen uno de los radiotelescopios
más sensibles del mundo. Según explican los investigadores,
el objeto se comporta de una forma que no resulta fácilmente
predecible. Emite ondas de radio durante varias semanas y
luego enmudece de repente, desapareciendo por completo. Además,
la señal emitida está muy polarizada, es decir, la orientación
de la oscilación de la onda electromagnética está desviada.
En todo caso, ASKAP J173608.2-321635 resulta bastante difícil
de observar. De hecho, el objeto, sea lo que sea, no había
sido detectado durante la ronda de observaciones que el propio
radiotelescopio ASKAP llevó a cabo entre abril de 2019 y agosto
de 2020, y ello a pesar de que su señal aparecía en los datos
hasta en 13 ocasiones diferentes. Antes de esa fecha, nada.
Ni ASKAP ni ningún otro telescopio había descubierto la presencia
del misterioso emisor no solo en el rango de las ondas de
radio, sino tampoco en las de los rayos X o en el infrarrojo
cercano, y ni siquiera en los archivos de datos de ningún
otro instrumento que hubiera dedicado tiempo a observar esa
región concreta del cielo.
El Pathfinder de matriz de kilómetros cuadrados de Australia
es una matriz de radiotelescopio ubicada en el Observatorio
de Radioastronomía de Murchison en el Medio Oeste de Australia.
En su estudio, los investigadores tratan inútilmente de atribuir
las extrañas propiedades observadas a toda una serie de objetos
conocidos. Por ejemplo, existen varios tipos de estrellas
cuyas emisiones de radio varían en distintas longitudes de
onda, como es el caso de estrellas binarias que se ocultan
repetidamente entre sí. Pero todas esas estrellas pueden ser
detectadas, también, por los telescopios de rayos X e infrarrojos,
lo cual no es el caso de ASKAP J173608.2-321635. Tampoco puede
tratarse de un púlsar, un tipo de estrellas de neutrones en
rápida rotación que se sabe que emiten potentes haces de ondas
de radio y que, desde la Tierra, captamos de forma intermitente,
como si se tratara de la luz de un faro. De hecho, los púlsares
emiten con una periodicidad muy regular durante larguísimos
periodos de tiempo, lo que no es consistente con el rápido
desvanecimiento de ASKAP J173608.2-321635 tras varias semanas
seguidas de emisión. Del mismo modo, los investigadores también
descartaron los estallidos de rayos gamma y las supernovas
como posibles fuentes de la extraña señal. ¿De qué podría
tratarse entonces?
Curiosamente, el objeto comparte algunas propiedades con
un tipo de misteriosas señales detectadas cerca del centro
galáctico y que se conocen como 'Transitorios de Radio del
Centro Galáctico' (GCRT). Tres de ellas fueron identificadas
en la década de 2000, y existen varias más que están esperando
a ser confirmadas. Vaya por delante que el origen de esas
fuentes sigue siendo desconocido, pero el hecho es que tienen
algunas características en común con ASKAP J173608.2-321635.
¿Podría tratarse quizá de un nuevo GCRT? Para averiguarlo,
los investigadores necesitan observar el objeto durante más
tiempo para establecer posibles patrones que no hayan resultado
evidentes durante las doce observaciones espaciadas en 16
meses de esta investigación. Y también para tratar de encontrar
otros objetos parecidos. Solo así, escriben los científicos,
y después de comparar los resultados de este trabajo con otras
regiones diferentes del Universo, "podremos comprender cómo
de único es verdaderamente ASKAP J173608.2-321635 y si está
relacionado con el plano galáctico, lo que en última instancia
debería ayudarnos a deducir su naturaleza''.
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El ASKAP recibió en 2017 una nueva misteriosa
señal FRB (estallido rápido de radio) a los cuatro días de
iniciar su búsqueda. Estas rápidas emisiones son picos cortos
y agudos de ondas de radio que duran unos pocos milisegundos.
Parecen venir de eventos poderosos a miles de millones de
años luz de distancia, pero su causa sigue siendo un misterio,
e incluso hay quien especula si se trata de señales hasta
ahora indescifrables de civilizaciones avanzadas. La primera
fue descubierta en 2007 por el radiotelescopio de Arecibo
(Puerto Rico) y sólo dos docenas han sido encontradas desde
entonces.
El descubrimiento de la nueva ráfaga, FRB170107,
fue realizado por Keith Bannister y sus colegas de CSIRO (organismo
de investigación que opera la instalación), la Universidad
de Curtin y el Centro Internacional de Investigación de Radio
Astronomía (ICRAR), utilizando solo ocho de los 36 platos
del telescopio. El hallazgo, publicado en 'The Astrophysical
Journal Letters', se produjo tan rápidamente que el nuevo
ASKAP, ubicado en Geraldton, Australia Occidental, parece
listo para convertirse en un campeón del mundo en esta área
de la astronomía, según CSIRO. «Podemos esperar encontrar
una (ráfaga) cada dos días usando 12 platos, nuestro número
estándar en la actualidad», señaló Bannister. Para
hacer aquella detección, los investigadores utilizaron una
estrategia inusual. «Hemos convertido el telescopio en el
Sauron del espacio: el ojo que todo lo ve», comentaba entonces
Bannister, refiriéndose al señor oscuro en el 'Señor de los
Anillos' de Tolkien. Por lo general, los platos de ASKAP apuntan
a una parte del cielo. Pero se puede hacer que apunten en
direcciones ligeramente diferentes, como los segmentos del
ojo de una mosca. Esto multiplica la cantidad de cielo que
el telescopio puede ver. Ocho platos ASKAP pueden ver 240
grados cuadrados a la vez, alrededor de mil veces el área
de la Luna llena.
El telescopio ASKAP (Australian SKA Pathfinder),
un pathfinder australiano de SKA, ha detectado su primer estallido
rápido de radio (FRB, por sus siglas en inglés) en el espacio,
después de tan solo 4 días de búsqueda, lo que indica el enorme
potencial de este telescopio precursor, y del futuro SKA.
FRB170107 vino desde el borde de la constelación
de Leo. Parece haber viajado por el espacio durante 6.000
millones de años antes de golpear el telescopio a la velocidad
de la luz. El brillo de la ráfaga y su aparente distancia
significan que la energía involucrada es enorme, lo que hace
extremadamente difícil de explicar. «Hemos hecho un duro problema
aún más difícil», aseguraba Ryan Shannon (CSIRO, Universidad
de Curtin e ICRAR), quien analizó la fuerza y la posición
de la ráfaga.
El Square Kilometer Array (o telescopio SKA)
es un gran esfuerzo internacional cuyo objetivo es la construcción
del mayor radiotelescopio del mundo, el cual cuenta con cientos
de miles de antenas distribuidas en Australia y África hasta
un total de un kilómetro cuadrado (un millón de metros cuadrados)
de área colectora. Trabaja a pleno funcionamiento desde finales
de la década de 2020.
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En 2019 se produjo un maravilloso acontecimiento.
Hallaban el origen de una fugaz señal de radio emitida a 4.000
millones de años luz. Por primera vez, los astrónomos localizaban
la fuente de un misterioso estallido que duró una milésima
de segundo y después se desvaneció.
Se llaman Fast Radio Bursts (estallidos rápidos
de radio o FRBs), duran mucho menos que un parpadeo y son
tan misteriosos que incluso se ha insinuado la fantástica
posibilidad de que sean emitidos por una civilización avanzada.
Lo cierto es que el origen de estos brevísimos pulsos de radio,
meros susurros electromagnéticos cuando llegan a la Tierra,
era un auténtico enigma. Un equipo internacional de astrónomos
encontró la ubicación precisa de una de estas poderosas
explosiones. Y estaba realmente lejos: en las afueras de una
galaxia mediana, del tamaño de la Vía Láctea, situada a 4.000
millones de años luz de nosotros. Si la distancia impresiona,
este dato no se queda atrás: el estallido solo sucedió una
vez durante una milésima de segundo. «Este es el gran avance
que hemos esperado desde que las explosiones de radio rápidas
fueron descubiertas en 2007», aseguraba Keith Bannister, de
la Organización de Investigación Científica e Industrial del
Commonwealth (Australia). Fue un nuevo radiotelescopio de
esta organización, el Australian Square Kilometre Array Pathfinder
(ASKAP), el que detectó la señal. Después, tres de los telescopios
ópticos más grandes del mundo, el Keck en Hawái y el Gemini
South y el Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral
(ESO) en Chile, fotografiaron la galaxia de la que proviene.
En los 12 años transcurridos desde el primer
hallazgo, astrónomos de todo el mundo han detectado 85 de
estas explosiones. La mayoría solo se han producido una vez,
pero un par de ellas son repetidoras. La fuente de una de
esas repetidoras (FRB 121102) fue localizada en 2017: más
de 200 emisiones que parecen llegar de un magnetar (una estrella
de neutrones giratoria) de apenas unos 10 km cuadrados ubicado
en una galaxia enana a 3.000 millones de años luz de nosotros.
Una sola de estas cortas ráfagas produjo energía suficiente
como para igualar la producción de nuestro Sol durante todo
un día.
El Sol es la fuente de energía que mantiene
vivo al planeta Tierra. Emite continuamente una potencia de
62 mil 600 kilowatts (o kilovatios) por cada metro cuadrado
de su superficie.
Pero, como explicaron los autores del estudio
en la revista «Science», la localización de una explosión
única fue mucho más desafiante. Las ráfagas de radio rápidas
duran menos de un milisegundo, lo cual ya supone un reto para
su detección, pero es que las solitarias brillan y no vuelven
a aparecer. Esto dificulta aún más determinar con precisión
de dónde provienen. Pero gracias al empleo de una nueva tecnología
para guardar los datos de ASKAP, el equipo de Bannister pudo
señalar en septiembre de 2018 la ubicación de FRB 180924 en
las afueras de una galaxia del tamaño de la Vía Láctea, a
unos 3.600 años luz de distancia de su centro. «Si nos paráramos
en la Luna y miráramos a la Tierra con esta precisión, podríamos
decir no solo de qué ciudad provino el estallido, sino también
de qué código postal, e incluso de qué bloque de la ciudad»,
aseguraba entonces el investigador. ASKAP está formado por
una serie de múltiples antenas de plato y la ráfaga tuvo que
viajar una distancia diferente hasta cada una de ellas, alcanzándolas
en un momento ligeramente distinto. «A partir de estas pequeñas
diferencias de tiempo, solo una fracción de una mil millonésima
parte de un segundo, pudimos identificar la galaxia local
de la explosión e incluso su punto de partida exacto», explicaba
Adam Deller, de la Universidad de Tecnología de Swinburne
y miembro del equipo. Para obtener más información sobre la
galaxia local, el equipo la fotografió con el Very Large Telescope
y midió su distancia con el telescopio Keck de 10 m y el Gemini
Sur de 8 m. La única explosión localizada previamente, la
«repetidora», proviene de una galaxia muy pequeña que está
formando muchas estrellas. Sin embargo, este nuevo estallido
y su galaxia no se parecían en nada.
Adam Deller dando el cayo.
«Viene de una galaxia masiva que está formando
relativamente pocas estrellas. Esto sugiere que las ráfagas
de radio rápidas se pueden producir en una variedad de entornos,
o que las ráfagas aparentemente aisladas detectadas hasta
ahora por ASKAP son generadas por un mecanismo diferente a
las repetidoras», dijo Deller. La causa de las explosiones
de radio rápidas sigue siendo desconocida, pero la capacidad
para determinar su ubicación exacta es un gran salto hacia
la solución de este misterio. «Al igual que los estallidos
de rayos gamma hace dos décadas, o la detección más reciente
de eventos de ondas gravitacionales, nos encontramos en la
cúspide de una nueva y emocionante era en la que estamos a
punto de aprender dónde se producen los rápidos estallidos
de radio», afirmaba el miembro del equipo Stuart Ryder, de
la Universidad de Macquarie, Australia. Según Jean-Pierre
Macquart, del Centro Internacional de Investigación de Radioastronomía
(ICRAR), «estos estallidos están alterados por la materia
que encuentran en el espacio». De esta forma, «ahora que podemos
identificar de dónde vienen, podemos usarlos para medir la
cantidad de materia en el espacio intergaláctico». Esto ayudaría
a los astrónomos a conocer el material que han intentado localizar
durante décadas.
El Centro Internacional de Investigación de
Radioastronomía es un "centro de excelencia" internacional
en ciencia y tecnología astronómica con sede en Perth, Australia
Occidental, lanzado en agosto de 2009 como una empresa conjunta
entre la Universidad de Curtin y la Universidad de Australia
Occidental.
En 2017, los investigadores del Breaktrough
Listen, un proyecto de búsqueda de vida inteligente (SETI,
en inglés) de la Universidad de California en Berkeley (EE.UU.),
descubrieron un total de 72 estallidos rápidos de radio en
dicha fuente usando técnicas de inteligencia artificial. Sus
resultados fueron aceptados para ser publicados en The Astrophysical
Journal. «Este trabajo es muy interesante no solo porque ayuda
a comprender el comportamiento dinámico de los estallidos
rápidos de radio, sino también porque muestra que la inteligencia
artificial puede detectar señales pasadas por alto por algoritmos
clásicos», dijo en un comunicado Andrew Siemion, director
Centro de Investigación SETI de Berkeley e investigador principal
de Breaktrough Listen.
Andrew Patrick Vincent Siemion es astrofísico
y director del Centro de Investigación SETI de Berkeley. Sus
intereses de investigación incluyen fenómenos celestes de
alta energía variables en el tiempo, instrumentación astronómica
y la búsqueda de inteligencia extraterrestre.
Los estallidos rápidos de radio (FRBs) solo
duran durante unos cuantos milisegundos y proceden de galaxias
distantes. Entre las teorías más aceptadas estaba que procedían
de estrellas de neutrones altamente magnetizadas y bombardeadas
por corrientes de gas procedentes de agujeros negros supermasivos.
Otras teorías sostenían que su origen podría estar
en civilizaciones extraterrestres avanzadas. Por eso Breaktrough
Listen aplicó sus avanzados algoritmos para detectar
señales que pudieran ser producidas con un propósito y no
por la naturaleza. En esta ocasión, los algoritmos se pusieron
a analizar los datos recogidos por un gran radiotelescopio,
el Green Bank, situado en Virginia occidental (EE.UU.) durante
cinco horas completas, el pasado 26 de agosto de 2017. En
un trabajo anterior, allí se captaron 21 estalllidos en un
periodo de una hora.
El estudiante Gerry Zhang y otros desarrollaron
un nuevo algoritmo para analizar los mismos datos, que acumularon
un total de 400 terabytes de información. Así captaron 72
nuevos FRBs. Desde que FRB 121102 se descubrió en 2012, se
habían descubierto pocos años mas tarde 300
de estos estallidos rápidos. «Este trabajo es solo el primero
que ha usado estos poderosos métodos para encontrar estos
eventos de radio», dijo Zhang. «Esperamos que nuestro éxito
pueda inspirar otras búsquedas serias centradas en aplicar
la inteligencia artificial a la radioastronomía».
Curiosamente, la técnica usada por Zhang tiene
algo en común con la optimización de los motores de búsqueda
(SEO) destinada a clasificar imágenes. Básicamente, Zhang
y los demás lograron entrenar a un algoritmo para reconocer
estallidos ya detectados por otros investigadores. A continuación,
lo pusieron a trabajar con el grueso de los datos para tratar
de identificar estallidos no encontrados antes. Los nuevos
resultados permitieron aprender sobre la periodicidad de los
estallidos procedentes de FRB 121102, lo que es clave para
las hipótesis de búsqueda de vida alienígena. Pues bien, los
datos mostraron que los pulsos no se recibían en patrones
regulares, al menos si el periodo de repetición considerado
era mayor de 10 milisegundos. Sin embargo, todo esto ayudaría,
según Siemion, a estrechar el cerco sobre las potenciales
fuentes de estos FRBs. Tanto si los FRBs provienen de civilizaciones
alienígenas como si no, escucharlos con esta avanzada tecnología
«está ayudándonos a empujar las fronteras del conocimiento»
y «nuestra comprensión del Universo que nos rodea».
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Durante años, misteriosas ráfagas de ondas de
radio procedentes de miles de millones de años luz de distancia
han dejado sin habla a los científicos en la Tierra. Con una
duración de tan solo unas milésimas de segundo, las ráfagas
–llamadas ráfagas rápidas de ondas de radio o FRB, por sus
siglas en inglés– aparecen aleatoriamente en el cielo y se
detectan con frecuencia escondidas entre compilaciones de
datos meses o años después de haber alcanzado la Tierra. Los
científicos no habían sido capaces de descubrir qué
son esos estallidos centelleantes, sugiriendo diferentes causas
como agujeros negros que se evaporan, objetos de gran densidad
que colisionan o resplandores de estrellas muertas, entre
otros culpables. Durante un tiempo, algunos incluso pensaron
que los misteriosos estallidos eran un producto creado por
la vida en la Tierra en lugar de señales procedentes del exterior
de la galaxia. Los “aliens” parecían ser la explicación favorita
de los lectores de las historias que hablaban del misterio.
Tras haber estudiado en un nuevo estallido la
forma en la que las ondas de radio están entrelazadas y desperdigadas,
un equipo de científicos ha desvelado algunas pistas importantes
sobre la procedencia de las ráfagas: se han formado lejos,
muy lejos, en una zona con un plasma altamente magnetizado
y denso, y han viajado atravesando dos nubes de gas antes
de alcanzar el telescopio del Green Bank en el oeste de Virginia.
“Podrían proceder de una región donde se está formando una
estrella, de los restos de una supernova, o de las regiones
internas más densas de una galaxia. Pero todas esas opciones
apuntan hacia una población de estrellas jóvenes, una región
donde se están creando estrellas o donde las estrellas están
muriendo y explotando”, explicó Kiyoshi Masui, de la
Universidad de la Columbia Británica, quién describió en 2015
la ráfaga en la revista Nature. “Hay muchas teorías sobre
lo que son estas ráfagas rápidas de radio. No apostaría ciegamente
por ninguna de ellas, pero mi favorita es la de que los destellos
proceden de las magnetoestrellas”, dijo refiriéndose a un
tipo de tempestuosas estrellas de neutrones extremadamente
magnéticas.
Masui y sus colegas encontraron la ráfaga, llamada
FRB 110523, en los datos que recolectaron mientras estudiaban
la estructura a gran escala del universo. Tras quedar intrigados
por las ráfagas rápidas de radio, el equipo decidió buscar
las cortas pero intensas señales y diseñó un programa informático
para filtrar las 650 horas de observaciones. El software encontró
6496 candidatas a ráfagas, y la desafortunada tarea de revisarlos
manualmente recayó sobre Hsiu-Hsien Lin de la Universidad
de Carnegie Mellon, quien identificó claramente la señal auténtica
entre los miles de impostores. La ráfaga explotó el 23 de
mayo del 2011 en la constelación de Acuario y duró apenas
tres milisegundos. Debido a la forma en la que el equipo estaba
observando el cosmos, los científicos fueron capaces de extraer
información importante sobre el origen del estallido. Crear
mapas de la materia en el universo significa obtener información
detallada sobre la polarización, o cómo está orientada la
radiación que recibimos, por ejemplo, la luz o las ondas de
radio. “Tienen que recolectar datos de mucha calidad, muy
bien calibrados, que incluyan información completa sobre la
polarización”, explica el astrónomo Scott Ransom del Observatorio
Radioastronómico Nacional. “Es algo exagerado en casi todas
las observaciones de los púlsar, que es donde la mayor parte
de las ráfagas rápidas de radio han sido vistas en el pasado”.
Algunas pistas importantes estaban escondidas en esos datos
de polarización. Las ondas de radio se habían trenzado mientras
viajaban por el cosmos, algo que solo puede ocurrir si han
atravesado un campo magnético. Midiendo hasta qué punto las
ondas estaban trenzadas, el equipo pudo determinar la intensidad
del campo magnético, y nada en la Vía Láctea es lo bastante
fuerte como para enrollar una onda de radio hasta tal punto.
“Simplemente no hay tanta magnetización ahí fuera”, explica
Masui. “Y hasta donde podemos ver, la mayor parte del espacio
entre nosotros y el estallido es simplemente espacio vacío…
así que lo que queda es pensar que la magnetización procede
de la propia fuente”.
Pero aún hay más. El equipo ha determinado que
además de originarse cerca de un campo magnético intenso,
la ráfaga atravesó al menos dos nubes de gas ionizado. Mientras
lo hacía, las nubes dispersaron las ondas de radio y alteraron
la forma de la ráfaga, provocando marcas visibles que solo
aparecieron cuando el equipo miró los datos en intervalos
de millonésimas de segundo. La primera de esas nubes, dice
Masui, se encuentra en el origen de la señal; la segunda está
en algún lugar de la Vía Láctea. Por último, el equipo se
dio cuenta de que la ráfaga no podía haber viajado más de
seis mil millones de años luz antes de llegar a la Tierra.
“Bueno, podría haber viajado una distancia de entre seis mil
millones y cien millones de años luz”, aclara Masui. Los astrónomos
que han estudiado estas explosiones dicen que el trabajo del
equipo es sólido, y que cobra fuerza la idea de que las señales
provienen del exterior de la galaxia. “Es increíble lo que
han conseguido con una cantidad tan pequeña de datos”, dice
Ransom. “Si estas cosas vienen realmente del exterior de la
galaxia, sería alucinante, simplemente no las entendemos.”
Masui y sus colegas sospechan que las ráfagas
se originaron en una región joven donde se están formando
estrellas en una galaxia lejana. ¿Pero en qué galaxia? “Hay
algo así como 100 galaxias candidatas en las que podría estar,
no tenemos ni idea”, afirma Masui. Las regiones donde se forman
estrellas son conocidas por ser polvorientas, turbulentas
y esporádicamente violentas. En estos lugares, las estrellas
jóvenes se encienden cuando el empuje de la gravedad transforma
los nódulos de polvo en calderas nucleares y las estrellas
más grandes, más brillantes, viven fugazmente y mueren de
forma explosiva. Cuando mueren algunas de esas estrellas de
gran tamaño, sus cadáveres se transforman en imanes: estrellas
de neutrones que giran, son jóvenes y altamente magnéticas.
Son increíblemente densas, objetos asombrosamente exóticos
con campos magnéticos millones de veces más fuertes que los
imanes más potentes que encontramos en la Tierra. De vez en
cuando, terremotos estelares se propagan por la corteza de
la magnetoestrella afectando a la estrella muerta y produciendo
grandes resplandores que emiten intensos rayos gamma. Ahora,
los astrónomos sospechan que estas resplandecientes magnetoestrellas
podrían también emitir ondas de radio, y podrían ser las responsables
de las ráfagas rápidas de radio. “Están entre las fuentes
de radiaciones de alta energía más poderosas –aparte del Sol,
el cual es casualmente nuestro vecino– que recibimos en la
Tierra”, explica el astrofísico de Caltech, Shirinivas Kulkarni,
quien dudó durante años que las explosiones viniesen del exterior
de la Vía Láctea. Ahora, dice, la preponderancia de las evidencias
sugieren un origen extragaláctico para el fenómeno, una conclusión
que él mismo publicó.
“Todas las pruebas que he hecho para demostrar
que los estallidos se producen cerca han fallado”, afirmaba.
En este reciente trabajo, Kulkarni y sus colegas han mirado
con detalle el estallido detectado por el Observatorio de
Arecibo, en Puerto Rico. De forma independiente, llegaron
a conclusiones muy similares a las de Masui y sus colegas:
el estallido procede del exterior de la galaxia, de una región
con un plasma denso, altamente magnetizado, y podría ser obra
de una magnetoestrella. Los resultados son una buena noticia
para los científicos que buscan el origen de las señales,
una búsqueda que debería volverse más sencilla con la nueva
generación de telescopios que está por llegar. “Es muy emocionante”,
dice Duncan Lorimer, el astrónomo de Virginia que descubrió
la primera ráfaga en el 2007. “Definitivamente estamos avanzando
hacia la resolución del misterio”.
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