La masa de la Tierra es aproximadamente de 5,98×1024 kg.
Se compone principalmente de hierro (32,1 %), oxígeno (30,1
%), silicio (15,1 %), magnesio (13,9 %), azufre (2,9 %), níquel
(1,8 %), calcio (1,5 %) y aluminio (1,4 %), con el 1,2 % restante
formado por pequeñas cantidades de otros elementos. Debido
a la segregación de masa, se cree que la zona del núcleo está
compuesta principalmente de hierro (88,8 %), con pequeñas
cantidades de níquel (5,8 %), azufre (4,5 %), y menos del
1 % formado por trazas de otros elementos.
El geoquímico F. W. Clarke (1847-1931), llamado «el padre
de la geoquímica por haber determinado la composición de la
corteza de la Tierra», calculó que un poco más del 47 % de
la corteza terrestre se compone de oxígeno. Los componentes
de las rocas más comunes de la corteza de la Tierra son casi
todos los óxidos. Cloro, azufre y flúor son las únicas excepciones
significativas, y su presencia total en cualquier roca es
generalmente mucho menor del 1 %. Los principales óxidos son
los de sílice, alúmina, hierro, cal, magnesia, potasa y sosa.
La sílice actúa principalmente como un ácido, formando silicatos,
y los minerales más comunes de las rocas ígneas son de esta
naturaleza. A partir de un cálculo sobre la base de 1672 análisis
de todo tipo de rocas, Clarke dedujo que un 99,22 % de las
rocas están compuestas por 11 óxidos. Todos los demás compuestos
aparecen solo en cantidades muy pequeñas.
El interior de la Tierra, al igual que el de los otros planetas
terrestres, está dividido en capas según su composición química
o sus propiedades físicas (reológicas), pero, a diferencia
de los otros planetas terrestres, tiene un núcleo interno
y externo distintos. Su capa externa es una corteza de silicato
sólido, químicamente diferenciado, bajo la cual se encuentra
un manto sólido de alta viscosidad. La corteza está separada
del manto por la discontinuidad de Mohorovicic, variando el
espesor de la misma desde un promedio de 6 km en los océanos
a entre 30 y 50 km en los continentes. La corteza y la parte
superior fría y rígida del manto superior se conocen comúnmente
como la litosfera, y es de la litosfera de lo que están compuestas
las placas tectónicas. Debajo de la litosfera se encuentra
la astenosfera, una capa de relativamente baja viscosidad
sobre la que flota la litosfera. Dentro del manto, entre los
410 y 660 km bajo la superficie, se producen importantes cambios
en la estructura cristalina. Estos cambios generan una zona
de transición que separa la parte superior e inferior del
manto. Bajo el manto se encuentra un núcleo externo líquido
de viscosidad extremadamente baja, descansando sobre un núcleo
interno sólido.
El núcleo interno puede girar con una velocidad angular
ligeramente superior que el resto del planeta, avanzando de
0,1 a 0,5° por año.
El calor interno de la Tierra proviene de una combinación
del calor residual de la acreción planetaria (20 %) y el calor
producido por la desintegración radiactiva (80 %). Los isótopos
con mayor producción de calor en la Tierra son el potasio-40,
el uranio-238, el uranio-235 y el torio-232. En el centro
del planeta, la temperatura puede llegar hasta los 7000 K
y la presión puede alcanzar los 360 GPa. Debido a que gran
parte del calor es proporcionado por la desintegración radiactiva,
los científicos creen que en la historia temprana de la Tierra,
antes de que los isótopos de reducida vida media se agotaran,
la producción de calor de la Tierra fue mucho mayor. Esta
producción de calor extra, que hace aproximadamente 3000 millones
de años era el doble que la producción actual, pudo haber
incrementado los gradientes de temperatura dentro de la Tierra,
incrementando la convección del manto y la tectónica de placas,
permitiendo la producción de rocas ígneas como las komatitas
que no se forman en la actualidad.
El promedio de pérdida de calor de la Tierra es de 87 mW
m-2, que supone una pérdida global de 4,42 × 1013 W. Una parte
de la energía térmica del núcleo es transportada hacia la
corteza por plumas del manto, una forma de convección que
consiste en afloramientos de roca a altas temperaturas. Estas
plumas pueden producir puntos calientes y coladas de basalto.
La mayor parte del calor que pierde la Tierra se filtra entre
las placas tectónicas, en las surgencias del manto asociadas
a las dorsales oceánicas. Casi todas las pérdidas restantes
se producen por conducción a través de la litosfera, principalmente
en los océanos, ya que allí la corteza es mucho más delgada
que en los continentes.
La mecánicamente rígida capa externa de la Tierra, la litosfera,
está fragmentada en piezas llamadas placas tectónicas. Estas
placas son elementos rígidos que se mueven en relación uno
con otro siguiendo uno de estos tres patrones: bordes convergentes,
en los que dos placas se aproximan; bordes divergentes, en
los que dos placas se separan, y bordes transformantes, en
los que dos placas se deslizan lateralmente entre sí. A lo
largo de estos bordes de placa se producen los terremotos,
la actividad volcánica, la formación de montañas y la formación
de fosas oceánicas.
Las placas tectónicas se deslizan sobre la parte superior
de la astenosfera, la sólida pero menos viscosa sección superior
del manto, que puede fluir y moverse junto con las placas,
y cuyo movimiento está fuertemente asociado a los patrones
de convección dentro del manto terrestre. A medida que las
placas tectónicas migran a través del planeta, el fondo oceánico
se subduce bajo los bordes de las placas en los límites convergentes.
Al mismo tiempo, el afloramiento de material del manto en
los límites divergentes crea las dorsales oceánicas. La combinación
de estos procesos recicla continuamente la corteza oceánica
nuevamente en el manto. Debido a este proceso de reciclaje,
la mayor parte del suelo marino tiene menos de 100 millones
de años de edad. La corteza oceánica más antigua se encuentra
en el Pacífico Occidental, y tiene una edad estimada de unos
200 millones de años. En comparación, la corteza continental
más antigua registrada tiene 4030 millones de años de edad.
Las siete placas más grandes son la Pacífica, Norteamericana,
Euroasiática, Africana Antártica, Indoaustraliana y Sudamericana.
Otras placas notables son la placa Índica, la placa Arábiga,
la placa del Caribe, la placa de Nazca en la costa occidental
de América del Sur y la placa Escocesa en el sur del océano
Atlántico.
La placa de Australia se fusionó con la placa de la India
hace entre 50 y 55 millones de años. Las placas con movimiento
más rápido son las placas oceánicas, con la placa de Cocos
avanzando a una velocidad de 75 mm/año y la placa del Pacífico
moviéndose 52-69 mm/año. En el otro extremo, la placa con
movimiento más lento es la placa eurasiática, que avanza a
una velocidad típica de aproximadamente 21 mm/año.
El relieve de la Tierra varía enormemente de un lugar a otro.
Cerca del 70,8 % de la superficie está cubierta por agua,
con gran parte de la plataforma continental por debajo del
nivel del mar. La superficie sumergida tiene características
montañosas, incluyendo un sistema de dorsales oceánicas, así
como volcanes submarinos, fosas oceánicas, cañones submarinos,
mesetas y llanuras abisales. El restante 29,2 % no cubierto
por el agua se compone de montañas, desiertos, llanuras, mesetas
y otras geomorfologías. La superficie del planeta se moldea
a lo largo de períodos de tiempo geológicos, debido a la erosión
tectónica. Las características de esta superficie formada
o deformada mediante la tectónica de placas están sujetas
a una constante erosión a causa de las precipitaciones, los
ciclos térmicos y los efectos químicos. La glaciación, la
erosión costera, la acumulación de los arrecifes de coral
y los grandes impactos de meteoritos también actúan para remodelar
el paisaje.
La corteza continental se compone de material de menor densidad,
como las rocas ígneas, el granito y la andesita. Menos común
es el basalto, una densa roca volcánica que es el componente
principal de los fondos oceánicos. Las rocas sedimentarias
se forman por la acumulación de sedimentos compactados. Casi
el 75 % de la superficie continental está cubierta por rocas
sedimentarias, a pesar de que estas solo forman un 5 % de
la corteza. El tercer material rocoso más abundante en la
Tierra son las rocas metamórficas, creadas a partir de la
transformación de tipos de roca ya existentes mediante altas
presiones, altas temperaturas, o ambas. Los minerales de silicato
más abundantes en la superficie de la Tierra incluyen el cuarzo,
los feldespatos, el anfíbol, la mica, el piroxeno y el olivino.
Los minerales de carbonato más comunes son la calcita (que
se encuentra en piedra caliza) y la dolomita. La pedosfera
es la capa más externa de la Tierra. Está compuesta de tierra
y está sujeta a los procesos de formación del suelo. Existe
en el encuentro entre la litosfera, la atmósfera, la hidrosfera
y la biosfera. Actualmente el 13,31 % del total de la superficie
terrestre es tierra cultivable, y solo el 4,71 % soporta cultivos
permanentes. Cerca del 40 % de la superficie emergida se utiliza
actualmente como tierras de cultivo y pastizales, estimándose
un total de 1,3×107 km² para tierras de cultivo y 3,4×107
km² para tierras de pastoreo.
La elevación de la superficie terrestre varía entre el punto
más bajo de –418 m en el mar Muerto a una altitud máxima,
estimada en 2005, de 8848 m en la cima del monte Everest.
O el volcán Chimborazo en Ecuador, según el punto de
vista. La altura media de la tierra sobre el nivel del mar
es de 840 m.
El satélite ambiental Envisat de la ESA desarrolló un retrato
detallado de la superficie de la Tierra. A través del proyecto
GLOBCOVER se desarrolló la creación de un mapa global de la
cobertura terrestre con una resolución tres veces superior
a la de cualquier otro mapa por satélite hasta aquel momento.
Utilizó reflectores radar con antenas de ancho sintéticas,
capturando con sus sensores la radiación reflejada.
La NASA completó un nuevo mapa tridimensional, que es la
topografía más precisa del planeta, elaborada durante cuatro
años con los datos transmitidos por el transbordador espacial
Endeavour. Los datos analizados corresponden al 80 % de la
masa terrestre. Cubre los territorios de Australia y Nueva
Zelanda con detalles sin precedentes. También incluye más
de mil islas de la Polinesia y la Melanesia en el Pacífico
sur, así como islas del Índico y el Atlántico. Muchas de esas
islas apenas se levantan unos metros sobre el nivel del mar
y son muy vulnerables a los efectos de las marejadas y tormentas,
por lo que su conocimiento ayudará a evitar catástrofes; los
datos proporcionados por la misión del Endeavour tendrán una
amplia variedad de usos, como la exploración virtual del planeta.
La abundancia de agua en la superficie de la Tierra es una
característica única que distingue al "Planeta Azul" de otros
en el Sistema Solar. La hidrosfera de la Tierra está compuesta
fundamentalmente por océanos, pero técnicamente incluye todas
las superficies de agua en el mundo, incluidos los mares interiores,
lagos, ríos y aguas subterráneas hasta una profundidad de
2000 m. El lugar más profundo bajo el agua es el abismo Challenger
de la fosa de las Marianas, en el océano Pacífico, con una
profundidad de –10 911,4 m. La masa de los océanos es de aproximadamente
1,35×1018 toneladas métricas, o aproximadamente 1/4400 de
la masa total de la Tierra. Los océanos cubren un área de
361,84×106 km² con una profundidad media de 3682,2 m, lo que
resulta en un volumen estimado de 1,3324×109 km³. Si se nivelase
toda la superficie terrestre, el agua cubriría la superficie
del planeta hasta una altura de más de 2,7 km. El área total
de la Tierra es de 5,1×108 km². Para la primera aproximación,
la profundidad media sería la relación entre los dos, o de
2,7 km. Aproximadamente el 97,5 % del agua es salada, mientras
que el restante 2,5 % es agua dulce. La mayor parte del agua
dulce, aproximadamente el 68,7 %, se encuentra actualmente
en estado de hielo.
La salinidad media de los océanos es de unos 35 gramos de
sal por kilogramo de agua (35 ‰).
La mayor parte de esta sal fue liberada por la actividad
volcánica, o extraída de las rocas ígneas ya enfriadas. Los
océanos son también un reservorio de gases atmosféricos disueltos,
siendo estos esenciales para la supervivencia de muchas formas
de vida acuática. El agua de los océanos tiene una influencia
importante sobre el clima del planeta, actuando como un foco
calórico de gran tamaño. Los cambios en la distribución de
la temperatura oceánica pueden causar alteraciones climáticas,
tales como la Oscilación del Sur, El Niño.
La presión atmosférica media al nivel del mar se sitúa en
torno a los 101,325 kPa, con una escala de altura de aproximadamente
8,5 km. Está compuesta principalmente de un 78 % de nitrógeno
y un 21 % de oxígeno, con trazas de vapor de agua, dióxido
de carbono y otras moléculas gaseosas. La altura de la troposfera
varía con la latitud, entre 8 km en los polos y 17 km en el
ecuador, con algunas variaciones debido a la climatología
y los factores estacionales.
La biosfera de la Tierra ha alterado significativamente
la atmósfera. La fotosíntesis oxigénica evolucionó hace 2700
millones de años, formando principalmente la atmósfera actual
de nitrógeno-oxígeno. Este cambio permitió la proliferación
de los organismos aeróbicos, así como la formación de la capa
de ozono que bloquea la radiación ultravioleta proveniente
del Sol, permitiendo la vida fuera del agua. Otras funciones
importantes de la atmósfera para la vida en la Tierra incluyen
el transporte de vapor de agua, proporcionar gases útiles,
quemar los meteoritos pequeños antes de que alcancen la superficie,
y moderar la temperatura. Este último fenómeno se conoce como
el efecto invernadero: trazas de moléculas presentes en la
atmósfera capturan la energía térmica emitida desde el suelo,
aumentando así la temperatura media. El dióxido de carbono,
el vapor de agua, el metano y el ozono son los principales
gases de efecto invernadero de la atmósfera de la Tierra.
Sin este efecto de retención del calor, la temperatura superficial
media sería de –18 °C y la vida probablemente no existiría.
Seguramente lo habrás aprendido en la escuela primaria:
la Tierra describe una órbita elíptica alrededor del
Sol. Este recorrido, que se conoce como movimiento de
traslación, le toma al planeta unos 365 días (más 5
horas, 45 minutos y 46 segundos). El otro movimiento
que te enseñaron es el de rotación: la Tierra gira en
torno a su propio eje. Este giro sobre sí misma le toma
aproximadamente un día (23 horas, 56 minutos 4,1 segundos,
para ser exactos).
Sin embargo, estos no son los únicos movimientos que
hace la Tierra.
Movimiento de precesión de los equinoccios: Este es
el movimiento que describe el eje inclinado de la tierra
de forma circular. Más concretamente, es el movimiento
que hace el polo norte terrestre respecto al punto central
de la elipse que describe la Tierra en el movimiento
de translación. Esta oscilación fue descrita por primera
vez por el astrónomo, geógrafo y matemático griego Hiparco
de Nicea que vivió entre los años 190 a.C. y 120 a.C.
y fue el tercer movimiento de la Tierra en ser detectado.
Este bamboleo cíclico en la orientación del eje de
rotación de la Tierra demora alrededor de 25.780 años.
Su duración, no obstante, es relativamente imprecisa
porque se ve influida por el movimiento y desplazamiento
de las placas tectónicas. ¿Qué lo produce? Se genera
por fundamentalmente por el momento de fuerza que ejerce
el Sol sobre la Tierra.
Movimiento de nutación: Este movimiento se produce
por una suerte de vibración del eje polar terrestre.
Esto hace que, durante el movimiento de precesión de
los equinoccios, los círculos que se describen no sean
perfectos sino irregulares.
Es decir, el eje de la Tierra se inclina un poco más
o un poco menos respecto a la circunferencia que describe
durante la precesión. El movimiento es cíclico y cada
uno de los episodios dura algo más de 18 años y medio.
Durante este tiempo, la variación es de un máximo de
700 metros respecto a la posición inicial. La nutación
fue descubierta por el astrónomo británico James Bradley
en 1728. Varios años después hallaron la causa de este
vaivén, cuando cálculos llevados a cabo por distintos
científicos concluyeron que era producto directo de
la atracción gravitatoria de la Luna.
Bamboleo de Chandler: Esta otra irregularidad en la
oscilación del eje terrestre fue descubierta en 1891
por el astrónomo estadounidense Seth Carlo Chandler
y aún hoy sigue siendo un enigma: aunque hay muchas
teorías, nadie ha logrado determinar su causa.
El llamado bamboleo de Chandler es un movimiento oscilatorio
del eje de rotación de la Tierra. Este movimiento puede
hacer que la tierra se desplace hasta un máximo de 9
metros de la posición esperada en un momento en particular.
Su duración es de cerca de 433 días, lo que quiere decir
que ese es el tiempo que demora completar una oscilación.
Algunas teorías apuntan a que puede ser provocado por
cambios en la temperatura y la salinidad de los océanos
así como por los cambios en la circulación de los mismos
a causa del viento. Otras dicen que por cambios en el
clima.
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El cambio climático está provocando cambios significativos
en el fitoplancton en los océanos del mundo. Un nuevo estudio
del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas
en inglés), en Estados Unidos, revela que en las próximas
décadas estos cambios afectarán al color del océano, intensificando
sus regiones azules y verdes. Los satélites deben detectar
estos cambios en el tono, proporcionando una alerta temprana
de cambios a gran escala en los ecosistemas marinos. En un
artículo publicado en Nature Communications, los investigadores
informan que han desarrollado un modelo global que simula
el crecimiento y la interacción de diferentes especies de
fitoplancton o algas, y cómo la mezcla de especies en varios
lugares cambiará a medida que las temperaturas aumenten en
todo el mundo. Los investigadores también simularon la forma
en que el fitoplancton absorbe y refleja la luz, y cómo cambia
el color del océano a medida que el calentamiento global afecta
a la composición de las comunidades de fitoplancton. Los científicos
ejecutaron el modelo hasta fines del siglo XXI y encontraron
que, para el año 2100, más del 50% de los océanos del mundo
cambiarán de color debido al cambio climático.
El trabajo sugiere que las regiones azules, como las subtropicales,
se volverán aún más azules, reflejando incluso menos fitoplancton,
y la vida en general, en esas aguas, en comparación con las
actuales. Algunas regiones que son más verdes hoy en día,
como cerca de los polos, pueden volverse aún más verdes, a
medida que las temperaturas más cálidas producen grandes floraciones
de fitoplancton más diverso. “El modelo sugiere que los cambios
no parecerán enormes a simple vista, y el océano aún parecerá
que tiene regiones más azules en las regiones subtropicales
y más verdes cerca del ecuador y los polos”, dice la autora
principal, Stephanie Dutkiewicz, científica investigadora
en el Departamento de Ciencias de la Tierra, Atmosféricas
y Planetarias del MIT y el Programa Conjunto sobre la Ciencia
y la Política del Cambio Global. “Ese patrón básico seguirá
estando allí. Pero será lo suficientemente diferente como
para que afecte al resto de la red alimenticia que soporta
el fitoplancton”, añade. Los coautores de Dutkiewicz incluyen
a Oliver Jahn de MIT, Anna Hickman, de la Universidad de Southhampton;
Stephanie Henson del Centro Nacional de Oceanografía de Southampton;
Claudie Beaulieu, de la Universidad de California en Santa
Cruz, y Erwan Monier de la Universidad de California en Davis.
El color del océano depende de cómo interactúa la luz solar
con lo que está en el agua. Las moléculas de agua solas absorben
casi toda la luz solar, excepto la parte azul del espectro,
que se refleja hacia afuera. Por lo tanto, las regiones del
océano abierto relativamente áridas aparecen como azul profundo
del espacio. Si hay organismos en el océano, pueden absorber
y reflejar diferentes longitudes de onda de la luz, dependiendo
de sus propiedades individuales. El fitoplancton, por ejemplo,
contiene clorofila, un pigmento que se absorbe principalmente
en las porciones azules de la luz solar para producir carbono
para la fotosíntesis, y menos en las partes verdes. Como resultado,
se refleja más luz verde fuera del océano, dando a las regiones
ricas en algas un tono verdoso. Desde finales de la década
de 1990, los satélites han tomado medidas continuas del color
del océano. Los científicos han utilizado estas mediciones
para obtener la cantidad de clorofila y, por extensión, el
fitoplancton, en una región oceánica determinada. Pero Dutkiewicz
dice que la clorofila no necesariamente refleja la señal sensible
del cambio climático. Cualquier cambio significativo en la
clorofila podría deberse al calentamiento global, pero también
podría ser por la “variabilidad natural”: aumentos normales
y periódicos en la clorofila debido a fenómenos naturales
relacionados con el clima.
“Un evento de El Niño o La Niña producirá un cambio muy grande
en la clorofila porque está cambiando la cantidad de nutrientes
que entran al sistema”, afirma Dutkiewicz. “Debido a estos
grandes cambios naturales que ocurren cada pocos años, es
difícil ver si las cosas están cambiando debido al cambio
climático, si solo se está viendo la clorofila”, añade.
En lugar de buscar estimaciones derivadas de la clorofila,
el equipo se preguntó si podrían ver una señal clara del efecto
del cambio climático en el fitoplancton observando solo las
mediciones satelitales de la luz reflejada. El equipo modificó
un modelo informático que ha utilizado en el pasado para predecir
los cambios en el fitoplancton con el incremento de las temperaturas
y la acidificación de los océanos. Este modelo recoge información
sobre el fitoplancton, como qué consumen y cómo crecen, e
incorpora esta información en un modelo físico que simula
las corrientes y la mezcla de los océanos. En esta ocasión,
los investigadores agregaron un nuevo elemento al modelo,
que no se ha incluido en otras técnicas de modelado oceánico:
la capacidad de estimar las longitudes de onda específicas
de la luz que son absorbidas y reflejadas por el océano, dependiendo
de la cantidad y el tipo de organismos en una región determinada.
“La luz del sol entrará en el océano, y cualquier cosa que
esté en el océano la absorberá, como la clorofila –señala
Dutkiewicz–. Otras cosas la absorberán o la dispersarán, como
algo con una cáscara dura. Así que es un proceso complicado,
cómo la luz se refleja desde el océano para darle su color”.
Cuando el grupo de investigadores comparó los resultados de
su modelo con las mediciones reales de la luz reflejada que
los satélites habían recogido en el pasado, encontraron que
los dos estaban de acuerdo en que podría usarse el modelo
para predecir el color del océano a medida que las condiciones
ambientales cambien en el futuro. “Lo bueno de este modelo
es que podemos usarlo como un laboratorio, un lugar donde
podemos experimentar, para ver cómo va a cambiar nuestro planeta”,
dice Dutkiewicz.
A medida que los investigadores aumentaron las temperaturas
globales en el modelo, hasta 3 grados centígrados para 2100,
lo que la mayoría de los científicos pronostican que ocurrirá
en un escenario sin cambios de relativamente poca acción para
reducir los gases de efecto invernadero, encontraron que las
longitudes de onda de la luz en la banda de ondas azul/verde
respondió más rápido. Además, Dutkiewicz observó que esta
banda de ondas azul/verde mostraba una señal muy clara, o
un cambio, debido específicamente al cambio climático, que
se producía mucho antes de lo que los científicos habían encontrado
anteriormente cuando observaban la clorofila, que proyectaban
que exhibiría un cambio impulsado por el clima en 2055. “La
clorofila está cambiando, pero no se puede ver debido a su
increíble variabilidad natural (dice Dutkiewicz). Pero se
puede ver un cambio significativo relacionado con el clima
en algunas de estas bandas de ondas, en la señal que se envía
a los satélites. Así que ahí es donde deberíamos estar buscando
mediciones satelitales, una señal real de cambio”. Según su
modelo, el cambio climático ya está cambiando la composición
del fitoplancton y, por extensión, el color de los océanos.
A finales de siglo, nuestro planeta azul puede verse visiblemente
alterado. “Habrá una notable diferencia en el color del 50%
del océano para fines del siglo XXI (sentencia Dutkiewicz).
Podría ser potencialmente muy grave. Los diferentes tipos
de fitoplancton absorben la luz de manera distinta y si el
cambio climático altera una comunidad de fitoplancton hacia
otra, eso también cambiará los tipos de redes alimenticias
que pueden sustentar”.
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