Cada vez que se inicia una tertulia o debate, los nostálgicos
del franquismo, para justificar la importancia del dictador
en la Historia de España, suelen recurrir reiteradamente al
supuesto legado impagable que dejó a los españoles de futuras
generaciones. Así, los defensores de Franco -generalmente
sin aportar ni un solo dato ni fecha, quizá porque hacerlo
dejaría en evidencia sus falsos argumentos históricos-, acostumbran
a decir que logros como la puesta en marcha de la Seguridad
Social, el establecimiento de las Magistraturas de Trabajo,
la instauración de las vacaciones pagadas, la industrialización,
la fundación de Iberia y Telefónica, las ayudas a las familias
numerosas y hasta la importación del capitalismo en España
se los debemos al dictador.
La panoplia de falacias puede ser desmontada rápidamente,
ya que una simple consulta a los libros de historia basta
para confirmar que tales “hitos” en realidad no son más que
“mitos”. Es decir, las mentiras del fascismo que conformaron,
eso sí, el gran legado del general durante 40 años de terror
y represión. La Seguridad Social, se creó en 1883 a través
de la Comisión de Reformas Sociales; el embrión de los tribunales
laborales se remonta a la ley de Jurados Mixtos de 7 de mayo
de 1931, con la Segunda República, siendo ministro de Trabajo
Largo Caballero; las vacaciones pagadas se aprobaron en 1918
para militares, maestros y empleados públicos (en 1931, con
la ley de contratos de trabajo, se consolidó para todos los
trabajadores); la escasa industria española, aunque floreciente
en el País Vasco y Cataluña, nació en el siglo XIX; y Telefónica
se fundó en 1924, mientras Iberia echó a volar en 1927.
Pero quizá, por encima de todas las patrañas franquistas
para justificar la gran obra de un hombre que en realidad
pasará a la historia por haber desencadenado una guerra civil
que costó un millón de muertos al país, destaca especialmente
una: que Franco llenó España de pantanos para acabar para
siempre con la pertinaz sequía. No hay más que echar un vistazo
a los titulares de los periódicos de 2019 para comprobar que
tampoco aquella obra faraónica sirvió para acabar con un problema
endémico que seguimos padeciendo pese a que media España está
plagada de presas de hormigón. Hoy sabemos que la falta de
lluvia y la desertización tiene que ver sobre todo con el
ciclo de cambio climático, aunque Aznar, fiel albacea de la
herencia política de Franco, siga negándolo tan pertinazmente
como la sequía.
Llenar España de embalses no evitó la nefasta sequía, pero
es que además tampoco ese megaproyecto se puede atribuir en
su origen a la audacia franquista. En efecto, a principios
del siglo XX se puso en marcha el primer intento de planificación
hídrica con el Plan General de Canales de Riego y Pantanos
de Rafael Gasset (1902), también conocido como “Plan Gasset”.
Si bien es cierto que hoy se cuestiona la utilidad de aquella
iniciativa, se considera el germen de la primera planificación
hídrica a nivel nacional. Más tarde, ya en la Segunda República,
las obras continuaron con el Plan Nacional de Obras Hidráulicas
de 1933, impulsado por el entonces ministro del ramo Indalecio
Prieto.
Imagen actual y antigua del campanario de la
iglesia románica de Sant Romà de Sau.
Tras el final de la guerra, en 1939, la España seca no solo
estaba acuciada por la sequía sino devastada por cientos de
batallas. De ahí que Franco decidió crear el Instituto Nacional
de Colonización, un organismo dependiente del Ministerio de
Agricultura para reactivar el destruido sector agrícola. A
través del Plan de Transformación y Colonización aprobado
por el Gobierno franquista en 1952 se trató de dotar a la
agricultura de un sistema mejorado de electrificación, riego,
proceso de fabricación y transformación y comercialización
de productos agrarios. Fue ahí cuando la construcción de presas
adquirió la máxima importancia. Pero la política hidráulica
de construcción de embalses en España, acertada o errática,
fue consecuencia de un desarrollo programado a través de los
tiempos y con diferentes regímenes y gobiernos, tanto democráticos
como autoritarios. Todas las generaciones trataron de aportar
su piedra a los embalses, aunque la propaganda franquista
y el NO-DO, hábiles como siempre en sus estrategias goebelsianas
de manipulación, supieron apuntarse el tanto hasta calar en
las mentes de los españoles la imagen que ha quedado para
siempre: la de Franco omnipresente subido a la torreta de
una central hidroeléctrica y admirando su obra como gran hacedor
de agua y único salvador contra la sequía.
Fue Indalecio Prieto quien en un discurso en Alicante dijo
aquello de que la política hidráulica “no debía ser ni de
un partido, ni de un Gobierno, ni de un régimen; la política
del agua debe ser de Estado, al margen de los vaivenes electorales”.
Sin embargo Franco, como otras muchas cosas, supo patrimonializar
a mayor gloria de su persona una obra que, sin duda, fue logro
de todos a lo largo de la historia.
“Nos dolía España por su sequedad y por su miseria (...)
y todo ese dolor de España se redime con estas grandes obras
hidráulicas nacionales”, defendió el dictador Francisco Franco
en la inauguración de uno de estos pantanos. Ello ha situado
a España como uno de los países con mayor ratio de embalses
por kilómetros cuadrado.
Y, también, un país que tiene más de 500 municipios bajo
el agua, según datos de Ecologistas en Acción.
Uno de ellos es Sant Romà de Sau, pequeño municipio del centro
de Catalunya que quedó anegado en 1962 con la inauguración
del pantano de Sau –tras más de dos décadas de construcción
que multiplicó su población por la inmigración del resto del
Estado. Sin embargo, el rastro del antiguo núcleo de Sant
Romà ha llegado a hoy a través de su histórica iglesia del
siglo XI. Tanto es así, que cuando el nivel de agua del pantano
se reduce, surge en la superficie el campanario románico del
viejo templo.
La iglesia románica de Sant Romà
de Sau a la vista de todos.
Los naturalistas destacan que la construcción
del pantano tuvo graves consecuencias medioambientales, con
las esclusas como gran barrera que impide la migración de
los peces o los problemas de contaminación, que el año 1989
llegaron a provocar la muerte de miles de peces.
Próximo al pantano de Sau entre barrancos y
despeñaderos se encuentran varias poblaciones de ensueño,
Tavertet, una auténtica maravilla es este pueblecito colgante
con preciosas casitas de piedra engalanadas con enredaderas
y olorosos jazmines, que desde lo alto de los contrafuertes
rocosos de Sau se refleja en las tranquilas aguas del embalse,
donde aún es posible encontrar un museo donde se refleja la
vida de los campesinos hace más de un siglo, Savassona y su
enigmática “piedra de los sacrificios” cuyos signos aún no
han podido ser descifrados pero que tienen que ver con antiguos
cultos primitivos de la región.
Uno de los monasterios más hermosos de la zona
es el de Sant Pere Casseres que ocupa una especie de península
que se adentra en el pantano, cenobio benedictino que ha conservado
hasta hace poco los restos momificados de un niño que la tradición
popular atribuye al hijo de los vizcondes de Cardona. Los
restos momificados del niños fueron veneradas durante muchos
años por los habitantes de la zona que le atribuían poderes
sobrenaturales. Durante los periodos de sequía se realizaba
una procesión que llevaba la urna con los restos del niño
hasta el Ter para que se solucionara el problema.
La construcción de un embalse para la producción
de energía eléctrica también ahogó bajo el agua el viejo pueblo
de Portomarín, en Lugo. Un pequeño núcleo con raíces romanas
que creció a la vera del río Miño hasta que, a pesar de ser
considerado Conjunto Histórico y Artístico, sucumbió a la
construcción de una presa en 1963.
La entrada al pueblo de Portomarín es, sin duda,
una de las imágenes que quedan grabadas para siempre en la
retina de los peregrinos del Camino de Santiago. A poco más
de 22 kilómetros de Sarria y en pleno corazón de la ruta del
Camino Francés, se levanta un pueblo que esconde un tesoro:
su antigua ciudad sumergida en el río Miño. Su puente de origen
romano nos da la bienvenida y en el horizonte en línea recta
contemplamos la postal perfecta que describe a la villa. Llueva
o brille el sol, la imagen es inolvidable con el río Miño
bajo nuestros pies dándonos paso y cobijando bajo sus aguas
las ruinas de la antigua ciudad.
Tras la construcción del embalse de Belesar,
en el año 1962, la villa se trasladó al lugar que ocupa en
la actualidad dejando las calles, construcciones y edificaciones
sumergidas en las aguas del Río Miño. Sólo al final del verano
ya entrado el otoño, cuando se produce el descenso del caudal
del Río, la antigua ciudad se deja contemplar ofreciendo una
estampa que llama la atención de los que desconocen la historia.
Es muy conocida la historia del traslado de una de las construcciones
seña de identidad del pueblo, la Iglesia de San Nicolás, hoy
situada en el centro del pueblo, presidiendo la plaza entorno
a la que gira la vida de los vecinos de Portomarín. Cada una
de sus piezas fue numerada y trasladada hasta su actual emplazamiento
manteniendo su misma estructura y peculiar construcción con
aspecto de fortaleza. Se trata de una de las construcciones
románicas más destacada no sólo de Lugo sino también de toda
Galicia.
La bajada de las aguas en 2017 permitió
distinguir la estructura en forma de uve de un caneiro
que los vecinos del viejo Portomarín utilizaban
para pescar anguilas.
La fuerte bajada de nivel del embalse
de Belesar aquel año volvió a sacar a
la luz los vestigios del antiguo Portomarín, sepultado
por las aguas desde 1963. Los peregrinos del Camino
Francés y otros visitantes que pasaron por la localidad
esos días tuvieron ocasión de contemplar las huellas
del antiguo modo de vida que caracterizó durante siglos
a esta población que en tiempos estuvo repartida entre
las dos márgenes del Miño. Entre los elementos que quedaron
al descubierto destacaron los restos de los antiguos
caneiros o pesqueiras, las construcciones tradicionales
que durante mucho tiempo se utilizaron para la pesca
de la anguila, que fue la principal fuente de ingresos
para muchos vecinos del antiguo Portomarín.
Los caneiros son una especie de canales
en forma de uve, formados por dos muros construidos
en su mayor parte con lajas de pizarra. En el punto
de convergencia de estos muros se encuentra una construcción
triangular llamada pía, que solía albergar una caseta
donde se refugiaba el pescador durante la noche. De
la pía salen dos estrechos canales en los que se colocaban
redes de gran tamaño, amarradas a arcos elaborados con
madera de laurel. La construcción y la reparación de
estas estructuras se llevaba a cabo en los períodos
de estiaje. Con las crecidas del otoño llegaba la temporada
de pesca.
El descenso de las aguas también puso
al descubierto otros restos en los antiguos barrios
de San Xoán -también llamado San Nicolao- y San Pedro,
situados respectivamente en la margen derecha e izquierda
del Miño. El Ayuntamiento de Portomarín instaló una
serie de paneles informativos con textos y antiguas
fotografías que permiten hacerse una idea de cómo era
la villa antes de su anegamiento.
En el primero de los mencionados barrios
se encontraba el paseo del Malecón, zona de paseo y
esparcimiento de los antiguos vecinos de Portomarín.
Por esta orilla, justo al borde el río, pasaba la carretera
comarcal sobre un sólido muro de contención que se pudo
ver esos días. En esta margen, un panel informativo
señala el lugar donde se encontraba originalmente la
capilla de As Neves, una de las construcciones históricas
del viejo Portomarín que se salvó de las aguas al ser
trasladada piedra a piedra hasta su nuevo emplazamiento,
a la entrada de la actual villa. Lo mismo ocurrió con
la monumental iglesia de San Xoán, que daba su nombre
al barrio. Algunos historiadores suponen que fue construida
por un grupo de discípulos del célebre maestro Mateo
que se instaló en estas tierras cuando terminó la construcción
del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago,
entre 1210 y 1230. En las cercanías de la primitva ubicación
de la iglesia se hallaba un palco de música que se mantuvo
en su lugar original y fue tragado por el embalse.
En el nuevo Portomarín se encuentra también
la iglesia de San Pedro, que fue igualmente trasladada
de lugar. En los terrenos del barrio al que dio nombre,
en la margen izquierda del río, pudieron contemplarse
esos días los restos de diversas viviendas y molinos.
También salieron a la luz los vestigios de dos viejos
puentes que quedaron sepultados en el lodo que se fue
depositando en el fondo del embalse.
Entre las orillas se tendía el viejo puente
que quedó sumergido por el embalse y que ahora reaparece
al pie del nuevo, de unas dimensiones lógicamente mucho
mayores. Mucho más antiguo es el puente primitivo -de
probable origen romano- que en el año 1112 fue destruido
por orden de la reina Urraca, según diversos testimonios
históricos, para impedir el paso de las tropas de su
marido Alfonso el Batallador. El puente sería reconstruido
posteriormente por mandato de la misma reina y durante
siglos fue uno de los principales pasos del curso medio
del Miño. Hoy solo queda de él una parte de uno de sus
arcos en el centro del cauce. Cuando volvieron a subir
las aguas del embalse, este singular monumento desapareció
otra vez de la vista.
|
Un caso parecido al de la malagueña villa de
Peñarrubia. A principios de los años 70, sus más de 1.800
habitantes se vieron obligados a desalojar sus viviendas por
la expropiación forzosa que supuso la construcción del embalse
de Teba. Sus casas fueron derruidas, calles y vías ferroviarias
inundadas y sólo quedaron en pie el cuartel policial, el colegio
y la iglesia. De hecho, el campanario fue visible por encima
del nivel del pantano durante varios años, hasta que se derribó
por motivos de seguridad. Como en los anteriores casos, las
sequías han recuperado su memoria y los restos del antiguo
pueblo de Peñarrubia han emergido con el periódico descenso
de las aguas del río Guadalteba.
Vista general de las ruinas de la iglesia de
Peñarrubia, estamos en 1996.
El antiguo pueblo de Mansilla de la Sierra fue
durante muchos años la localidad más importante de la zona,
pero debido al plan hidrográfico vio como sus casas y sus
puentes quedaban ocultos bajo las aguas del embalse. Anegado
bajo el embalse, se intentó reconstruir el pueblo en su actual
ubicación, para lo cual se trasladaron algunas edificaciones
piedra a piedra, como su antiguo puente, así como diferentes
objetos, como los que había en el interior de su Iglesia Parroquial.
El resto se esconde bajo las aguas, aunque es frecuente que
entre los meses de septiembre y octubre, en que éstas suelen
sufrir un espectacular descenso, podamos contemplar lo que
queda de la antigua Mansilla de la Sierra. El mejor lugar
para observar el antiguo pueblo de Mansilla es desde el mirador
que se encuentra situado junto a la Ermita de Santa Catalina.
Un precioso templo románico del siglo XII que luce coqueto
frente a las aguas verdosas del embalse.
Cuando, siendo todavía una mocosa, la pequeña Ana María
llegó a casa de sus abuelos, en la pintoresca localidad
de Mansilla de la Sierra, no podía ni imaginar que aquellas
vivencias de niñez serían la columna vertebral de un
excelso bagaje literario que, ochenta años después,
le valdrían el Premio Cervantes. Contaba Ana María Matute
cuatro años cuando, gravemente enferma, sus padres la
llevaron a vivir con unos familiares a un recoleto pueblo
de montaña, en la por aquel entonces aún provincia de
Logroño. Los paisajes y sus gentes influyeron tan profundamente
en la escritora barcelonesa que todos ellos quedaron
impresos con letras de oro en su obra antología 'Historias
de la Artámila'. Aunque Matute abandonaría posteriormente
La Rioja buscando estudios más elevados, siguió ligada
a Mansilla hasta que las aguas del pantano anegaron
el viejo núcleo urbano en 1960. Y ahí está la oportuna
fotografía que muestra a Ana María Matute disfrutando
de las fiestas de la Cruz de septiembre, posiblemente
a mediados de los años 40, en plena posguerra. La instantánea
nos llega a través del investigador Óscar Robres y es
fruto del trabajo de campo y recopilación llevado a
cabo durante décadas por el fotógrafo riojano Luis Cárcamo.
La prestigiosa escritora es la chica de blanco que
da la espalda a la cámara y que baila con un mozo, también
con camisa clara. A la izquierda, casi en la esquina,
está su hermana Conchita, bailando también con una amiga.
La orquesta anima la verbena, elevada sobre un rudimentario
quiosco de madera que, poco después, sería sustituido
por otro de piedra. Aunque no le duró mucho la alegría,
porque la llegada del pantano obligó a los vecinos a
dejar sus casas de toda la vida y a instalarse en el
nuevo pueblo. Junto a la escalera, un garrafón con vino
servía como refresco de músicos y de mozos.
La imagen, captada desde alguna de las casas que se
asomaban a la plaza, enseña igualmente a los niños,
en primer plano, algunos bailando, otros planeando travesuras
y el más pequeño, sentado en el suelo, con una rabieta
tal que ni el abuelo puede consolarlo. Mientras, al
fondo a la derecha, junto a un carromato aparcado, la
cámara indiscreta («chicholeta» -¡qué palabra más bonita!-,
dicen los de Villar de Arnedo) descubre a un paisano
orinando en la esquina del muro. De hecho, por aquel
entonces, las aguas menores se hacían en la cuadra o
en plena calle y las mayores, en la era, a campo abierto.
El antiguo Mansilla era una joya arquitectónica, con
sus calles empedradas, los puentes que unían las márgenes
de los ríos Gatón, Najerilla y Cambrones, los restos
de la iglesia (en la esquina superior izquierda) o el
pilón sobre el que están apoyadas dos muchachas. Recordar
que en 1900 la localidad contaba con 600 habitantes,
más de 10.000 cabezas de ganado, era cabeza de comarca
en la sierra y gozaba de servicio de farmacia, médico,
cuartel de la Guardia Civil, Juzgado de Paz, y la Casa
de las Islas, donde habitualmente se reunían los alcaldes
de las villas.
Ana María Matute tenía un fuerte vínculo con La Rioja,
en especial con Mansilla de la Sierra, localidad en
la que pasó largas temporadas en diferentes momentos
de su vida. De hecho, la Premio Cervantes 2010 dedicó
su discurso de ingreso en la Real Academia de Española,
titulado 'En el bosque', al paisaje de la sierra riojana
que alentó durante la infancia la creatividad y la imaginación
de la escritora. Matute, con la letra K, se convirtió
en la tercera mujer en ocupar un asiento en la RAE.
Cuando siendo todavía una mocosa, la pequeña Ana María
llegó a casa de sus abuelos, en la pintoresca localidad
de Mansilla de la Sierra no podía ni imaginar que aquellas
vivencias de niñez serían la columna vertebral de un
excelso bagaje literario que, ochenta años después,
le valdrían el Premio Cervantes. Contaba Ana María Matute
cuatro años cuando, gravemente enferma, sus padres la
llevaron a vivir con unos familiares a un recoleto pueblo
de montaña, en la por aquel entonces aún provincia de
Logroño.
Los paisajes y sus gentes influyeron tan profundamente
en la escritora barcelonesa que todos ellos quedaron
impresos con letras de oro en su obra antología "Historias
de la Artámila". Aunque Matute abandonaría posteriormente
La Rioja buscando estudios más elevados, siguió ligada
a Mansilla hasta que las aguas del pantano anegaron
el viejo núcleo urbano en 1960.
Además, la escritora Ana María Matute, hizo unas declaraciones
tras ganar el Premio Nacional de las Letras Españolas
en las que explicaba que se encontraba recuperándose
de una operación de fractura de fémur, que le había
tenido «cuatro meses muy fastidiada». Confesó que este
premio le había infundido «más fuerza, el estímulo necesario»
para seguir escribiendo su próxima novela, 'Paraíso
inhabitado': «El premio ha llegado en el mejor momento,
justo cuando empezaba a salir de la convalecencia; en
este caso ha sido la mejor medicina», añadió. En esta
ocasión, la autora volvía a tirar de sus recuerdos,
aunque la obra no era autobiográfica, para tejer un
telón de fondo histórico en una época de España que
ella vivió en el pueblo riojano de Mansilla de La Sierra,
localidad natal de su madre; su última visita a La Rioja
había tenido lugar lugar hacía año y medio (el año 2005)
con motivo del funeral de su hermana.
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El pueblo de Rozas de Valdearroyo, en Cantabria, tuvo que
ver como parte de sus casas, sus campos y su industria quedaban
anegados por las aguas del Embalse del Ebro, su historia dio
un giro radical, sus habitantes menguaron y su aspecto cambió
para siempre. El agua se tragó muchas de las ilusiones de
sus habitantes, pero dejó una superviviente que hoy se eleva
sobre las aguas recordando el pasado: la torre de la antigua
iglesia.
La torre de la antigua iglesia de Villanueva está en perfecto
estado de conservación y para poder acceder a ella se ha construido
una pasarela de madera que permite subir a lo alto del campanario
y disfruta de las vistas del pantano, siempre y cuando el
nivel del agua no sea muy elevado y cubra la pasarela. La
pasarela tiene 54 metros y nos llevará hasta el interior de
lo que muchos llaman “La Catedral de los Peces“. Una vez dentro
veremos una escalera de caracol que nos lleva hasta lo más
alto, este es el mejor sitio para realizar fotos de la península
de Lastra. El lugar está acondicionado y es buen estado de
conservación pero no está de más tomar precauciones cuando
subamos a lo alto del campanario, sobretodo, si vamos con
niños pequeños.
Para llegar a este punto del pantano tendremos que ir en
coche, dejando atrás el municipio de Reinosa y recorreremos
la carretera que bordea el margen sur del embalse hasta llegar
al núcleo de Villanueva en el municipio de Las Rozas de Valdearroyo.
Debemos tomar un desvío que sale a mano izquierda y que atraviesa
el puente del tren hasta encontrar una zona de aparcamiento
donde dejaremos nuestro coche. Continuaremos el camino a pie
por un sendero con una longitud de unos 300 metros, no está
asfaltado por lo que es aconsejable ir con calzado adecuado.
Otro de los valores singulares de este lugar es que está
situado en una zona de gran importancia ecológica, declarada
Refugio Nacional de Aves Acuáticas en 1983, Zona de Especial
Protección para las Aves (ZEPA) en el año 2000, Lugar de Importancia
Comunitaria (LIC) e incluido en la Red de Espacios Naturales
Protegidos de Cantabria por sus valores ornitológicos y naturales.
Si nos gusta la ornitología es un buen lugar para poder disfrutar
de diferentes tipos de aves, no olvides meter en la mochila
los prismáticos. A los niños les parecerá muy divertido subir
a lo alto de una torre que está sumergida bajo las aguas de
un pantano.
Gascas de Alarcón es una antigua localidad española
en la provincia de Cuenca. Quedó anegada por la construcción
del Pantano de Alarcón, que se inició en 1946 por iniciativa
de los regantes valencianos para regular el curso del río
Júcar, terminándose las obras en 1970. El pueblo había sido
ya abandonado antes de 1951. Se pueden ver sus restos cuando
baja el nivel del agua: el trazado de las calles y los muros,
y un muro de piedra con un arco, resto de una casa particular.
En su término nacía el arroyo de Gascas, tributario del Júcar,
que ahora también está bajo el nivel del pantano. Gascas era
un pueblo ribereño, uno de los pocos de la provincia con huertas
de regadío. Su economía se basaba en la explotación de las
huertas situadas en la ribera del arroyo de Gascas y del río
Júcar, estos proveían de agua a los terrenos con un estricto
sistema de turnos de riego para cada parcela. Los productos
de la huerta (hortalizas y frutas) se vendían luego en los
demás pueblos de la provincia.
Gascas se erigía sobre la ribera izquierda del
Júcar y debía su nombre al hecho de haber sido fundado por
gascones, caballeros y soldados que acompañaron a Alfonso
VIII de Castilla en la campaña de conquista de Cuenca. Alfonso,
casado con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra
y de Leonor de Aquitania, había recibido el condado de Gascuña
en dote, y al planear la campaña, llevó soldados gascones.
En la recién conquistada ciudad de Cuenca, instaló durante
un tiempo su corte y como recompensa por su ayuda, dio tierras
a algunos de estos gascones, que se asentaron en las tierras
de Gascas y fundaron el pueblo. En su territorio se encontraron
lápidas con inscripciones romanas. En 1770 nació en la localidad
José Ángel Álvarez López (1770-1855), experto calígrafo nombrado
bibliotecario particular por Carlos IV, cargo con el que continuó
bajo Fernando VII. Alabada por sus huertas, era una villa
con unas cien casas y unos 350 habitantes, ayuntamiento, cárcel
y escuela de primeras letras.
La iglesia dependía de la parroquia de Alarcón
y producía hortalizas y legumbres, trigo, cebada, vino y patatas
y muy poco ganado. En el último censo efectuado, en 1930,
habla de 104 casas, con 231 habitantes varones y 209 mujeres.
Entre 1946 y 1950, el pueblo fue despoblándose, a medida que
el nivel de las aguas se acercaba al pueblo. El término municipal
que quedó sin anegar pasó al de Olmedilla de Alarcón.
Desde 2010, el primer sábado de agosto tiene
lugar en Olmedilla de Alarcón una fiesta en homenaje a los
gasqueños y sus descendientes. La inauguración de un monolito
en aquel año, en el punto de la orilla del pantano más cercano
al pueblo, originó un encuentro que, desde entonces, se viene
repitiendo por iniciativa del ayuntamiento de Olmedilla, donde
se instalaron algunos de los gasqueños cuando marcharon del
pueblo.
La localidad, sobre 1950.
El Embalse de Vega de la Tera es un pequeño
aprovechamiento hidroeléctrico situado en el curso del río
Tera. Durante la construcción de su presa se cometieron fallos
que provocaron que el 9 de enero de 1959 se rompiera un sector
de más de 150 metros de longitud. Durante el incidente, se
escaparon unos 8 millones de metros cúbicos de agua embalsada,
teniendo unos resultados catastróficos. El pueblo de Ribadelago,
situado a apenas 8 kilómetros río abajo, quedó inundado y
arrasado en pocos minutos, llevándose la vida de 144 personas,
de los 532 habitantes del momento. De esta forma, se convirtió
en la segunda mayor tragedia en España en cuanto a víctimas
mortales por la rotura de un embalse. La primera fue en el
Pantano de Puentes, Murcia, en el siglo XVII. Siguiendo la
costumbre del régimen de la época, se construyó un nuevo pueblo
a un kilómetro del antiguo, donde se realojó a los supervivientes
de la catástrofe.
El contrafuerte del embalse de Vega de Tera
todavía permanece destruido. (ICAL)
El Ayuntamiento de Galende, una localidad cercana,
levantó en 2009 un monumento para conmemorar los 50 años de
la tragedia. Se trata de una escultura realizada en bronce
por el escultor zamorano Ricardo Flecha. La obra representa
a una madre sanabresa de la época que protege con su toquilla
a un niño. A los pies se puede ver una losa con los nombres
de los fallecidos.
Es recordado por ser uno de los desastres por
rotura de presa más devastadores de la historia de España
y por el importante movimiento solidario, junto al de Valencia,
de apoyo a las víctimas a nivel nacional e internacional.
Los equipos de rescate trabajan en Ribadelago
tras la rotura de la presa de Vega de Tera, en 1959. (EFE)
"Las gentes que pueden abandonan sus hogares desnudas,
semidesnudas y sin pertenencias; y aterrorizadas huyen
de la muerte buscando el campanario, los tejados, las
copas de los árboles y la altura de los peñascos que,
por suerte, abundan por doquier en Ribadelago. En uno
y otro barrio los supervivientes se desgañitan gritando
a los demás que se salven; al tiempo que sienten cómo
se derrumban o desaparecen tras de sí, o en torno suyo,
viviendas y edificios. Son momentos críticos, angustiosos,
en los que la desesperación humana se entremezcla con
los espeluznantes bramidos y balidos de cientos de animales
que permanecen atrapados en las cuadras sin ninguna
salvación". Así narra José Antonio García Díez en su
libro 'Tragedia de Vega de Tera' los 15 minutos más
angustiosos que haya vivido un pueblo en España desde
la Guerra Civil. En ese tiempo, un torrente de ocho
millones de m³ de agua engulló la pequeña aldea de Ribadelago
y se llevó pendiente abajo la vida de 144 personas.
Todo comenzó con un estruendo enorme. Eran las 00:24
del 9 de enero de 1959. La presa de Vega de Tera, en
la comarca de Sanabria (Zamora), acababa de reventar.
Tras la explosión, los habitantes de Ribadelago
que todavía seguían despiertos empezaron a oír un murmullo
que con el paso de los minutos se volvió más insistente.
De pronto, las bombillas dejaron de funcionar y todo
quedó a oscuras. Algunos pensaron que el siseo era fruto
de las ráfagas de viento helado que llevaban todo el
día azotando el pueblo. Pero salieron a la calle y los
árboles no se movían. Otros sentían el suelo vibrar
bajo sus pies, pero no tenían recuerdo jamás de un terremoto.
"¡La presa se ha roto! ¡La presa se ha roto!", empezaron
a gritar los vecinos cuando el agua se comenzó a acumular
tras el puente sobre el río Tera. Durante cinco minutos,
ejerció de tapón debido a los árboles y cascotes atrancados.
Cinco minutos. Ese fue el tiempo que el destino concedió
a los habitantes de Ribadelago para salvar sus vidas.
Cuando el puente finalmente cedió, el
agua tomó las calles. Primero a la altura de los tobillos,
luego hasta las rodillas, pronto a la altura de los
tejados. Muchos ancianos se negaron a moverse, resignados,
pues no tenían fuerzas para correr. Las madres agarraban
a sus hijos y buscaban refugio en la enorme roca donde
se elevaba el campanario. Otros muchos se quedaron en
sus casas, paralizados por la furia del agua, incapaces
de movilizar en apenas unos minutos a toda la familia.
Los que tuvieron la suerte de vivir en las zonas elevadas,
sobrevivieron. Los que no, fallecieron. Cinco metros
de altura decidían si uno moría o vivía. Quienes quedaron
atrapados en mitad de la calle se esfumaron para siempre.
Casi todos los 144 fallecidos fueron arrastrados junto
a casas, árboles y ganado por la pendiente del río Tera
hasta el lago de Sanabria, 500 metros más abajo. Allí
yacen todavía 116 cadáveres, bajo el lodo, en el fondo
del lago.
Vecinos transitan los escombros del lago
Sanabria con una barca. (EFE)
"Cuando llegamos, nos encontramos un panorama
desolador. Era el mes enero, el agua estaba helada.
Hace 50 años no poseíamos los trajes que existen ahora,
algunos incluso eran peligrosos", recordó años atrás
el jefe del equipo de submarinistas enviado a rescatar
cuerpos del lago, nada menos que el escritor, periodista
y profesor de submarinismo Alberto Vázquez Figueroa.
Lo narró, notablemente emocionado, en el documental
'Catástrofe de Ribadelago, 1959-2009'. "¿Cómo sacar
eso cuerpos de ahí? Tanteando. No se veía ni a un metro.
De pronto pasaba una trucha y nos daba un susto terrible.
Tocábamos algo y podía ser un animal o un ser humano.
Fueron la sensación más trágica y los momentos más trágicos
de mi vida, a pesar de que luego he estado en siete
u ocho guerras, terremotos… Veías los rostros de las
familias cuando salíamos, esperando. No sacábamos nada
o sacábamos algo irreconocible. Abajo había cables,
carretas, y te enredabas con todo ello y corrías peligro
de quedarte enredado. Era espeluznante".
"Nuestros hermanos resucitarán e irán
al lugar que Jesús les ha reservado junto al Padre",
dice el párroco de Ribadelago Nuevo, el poblado que
fue construido junto a las ruinas para albergar a los
supervivientes. Son las 13:00 del 9 de enero de 2019
y en la iglesia se celebra la tradicional misa de recuerdo
a las víctimas, que este año alcanza su 60 aniversario.
Este es el momento de mayor recogimiento del año en
el pueblo, y también el día en que sus gentes, en especial
los supervivientes de la tragedia, se animan a hablar
de un asunto que les lleva torturando toda la vida.
Homenaje a las víctimas frente a la escultura
en su honor por el 60 aniversario. (D. B.)
Seis décadas han pasado, pero en los bancos
de la iglesia las personas sollozan. José Antonio Fernández
perdió a nueve familiares. Abuelos, tíos y primos desaparecieron
con las aguas. Sus padres y él, entonces solo un niño
de cinco años de edad, se salvaron por algo tan trivial
como la ubicación de su hogar. "La catástrofe hundió
a mis padres, lo hemos pasado muy mal. Es algo que todos
los supervivientes llevaremos con nosotros mientra vivamos",
dice emocionado.
La rotura de la presa de Vega de Tera
es el episodio más negro de la España de los pantanos
de Franco. Solo dos años antes, el dictador había bendecido
el embalse y la central hidroeléctrica que gestionaba
la empresa Moncabril. El NODO dedicó uno de sus noticieros
a elogiar las enormes turbinas y el gran beneficio que
ese pantano iba a suponer para la producción eléctrica
nacional, muy mermada todavía en aquellos años de miseria
previos al desarrollismo.
"Tenían prisa por empezar a producir kilovatios.
Todos sabían que la presa no estaba terminada, que tenía
fisuras, pero aun así la colmaron de agua. Aquello fue
un disparate", dice Avelino Puente, que contaba entonces
14 años y perdió a su hermana en el suceso. "El encargado
de la obra, un tal Sousa, era un borracho. Le daba todo
igual. '¡Que nadie pare!', decía cuando le avisaban
de que la presa perdía. Hicieron los contrafuertes con
cemento y mampostería barata, aún se pueden ver los
materiales si uno se acerca al punto donde reventó.
Esto es un crimen por el que nadie ha pagado las consecuencias",
suspira.
Los supervivientes de la catástrofe de
Ribadelago se vieron abocados a un futuro de miseria.
(TVE)
La Audiencia de Zamora juzgó a los directivos
de la hidroeléctrica Moncabril y les condenó a un año
de cárcel menor por imprudencia temeraria, por lo que
ninguno entró en prisión. Los ingenieros fueron indultados.
El régimen quiso sepultar el episodio en el baúl del
olvido, no sin antes exprimir hasta la última gota de
propaganda positiva posible. Y aunque parezca mentira,
la hubo. Durante los días y semanas siguientes a la
catástrofe, que finalmente fue atribuida a las copiosas
lluvias de aquella primera semana de 1959, el NODO celebró
el "afecto sincero y gran amistad que une en estos momentos
presentes a España y Norteamérica" al calor de los camiones
de ayuda humanitaria y ambulancias que la embajada de
Estados Unidos envió en los días posteriores a la tragedia
a Ribadelago. Leche en polvo, mantas, comida deshidratada,
personal sanitario, tiendas de campaña… Estados Unidos
se tomó aquel episodio como lo que en realidad era:
una catástrofe humanitaria en un país subdesarrollado.
Una mujer observa desde lo alto los destrozos
de Ribadelago con su hijo en brazos. (Heptener)
Franco nunca pisó Ribadelago para ofrecer
sus condolencias. Tampoco lo hizo Juan Carlos I en sus
años como jefe de Estado, ni lo ha hecho todavía Felipe
VI. Eso sí, el dictador quiso ofrecer su magnanimidad
bautizando al nuevo poblado, construido 500 metros más
arriba en un emplazamiento más seguro, con el nombre
de Ribadelago de Franco. Así se llamó hasta septiembre
de 2018, cuando por cumplimiento de la Ley de Memoria
Histórica fue denominado Ribadelago Nuevo. "Lo del lugar
seguro fue una mentira más. Hicieron el pueblo en el
lugar más barato posible y con los materiales de peor
calidad que pudieron. Nos habían prometido que iban
a donarnos las casas, pero al final tuvimos que pagarlas.
Muchas familias ni las querían. Al poco tiempo regresaron
a sus terrenos en Ribadelago antiguo, que es donde querían
estar", explica César, otro de los pocos supervivientes.
La leche en polvo americana siguió llegando
por años al pueblo arrasado. Porque si la recóndita
comarca de Sanabria ya era pobre en plena posguerra
antes de la rotura de la presa, después era llanamente
un pozo de miseria. Solo aquellos que tenían algo de
ganado y lo habían podido salvar de las aguas pudieron
tirar adelante. La agricultura fue imposible durante
varios años debido a las toneladas de lodo acumulado.
Quienes mejor sobrevivían eran la veintena
de familias que dependían de la hidroeléctrica Moncabril,
que siguió funcionando en lo alto del cerro. Manoli
Alonso nació en diciembre de 1959, hija de un operario
de la hidroeléctrica y fruto del singular 'baby boom'
que vivió Ribadelago en 1959 y 1960, con más de 30 nacimientos.
"Teníamos la suerte de tener un sueldo fijo, el de mi
padre, pero aun así yo recuerdo criarme con leche en
polvo que nos donaban. Fueron años de mucha miseria,
pero también de ayudarnos todos en lo que podíamos.
El pueblo se unió tras la catástrofe, al menos en los
primeros años".
Una niña come de una lata de conservas
el día siguiente de la catástrofe de Ribadelago. (EFE)
Pero tras esos años llegaron el mal ambiente,
las miradas, las envidias a quienes lograban sacar la
cabeza del pozo. "Aquí se repartió mucho dinero en donaciones
y ese dinero no llegó a Ribadelago. O se quedó en unas
pocas manos. Podríamos hablar mucho de eso, pero es
mejor no remover, es mejor…", se corta Avelino, que
quiere desahogarse pero echa el freno. "A río revuelto,
ganancia de pescadores. Se cometieron muchos abusos,
para empezar, intentaron regatear las indemnizaciones
con las familias más pobres", suelta Ventura Puente,
uno de los pocos que nunca emigraron. Unas familias
fueron agraciadas con casas grandes y de buenos materiales,
otras con casas peores. Unos prosperaron con los años
por medios que nadie conocía, otros nunca llegaron a
recibir indemnizaciones por sus muertos. Un pago que
se hizo como si fuera ganado: 90.000 pesetas por hombre
fallecido, 60.000 por mujer y 25.000 por cada niño.
Las rencillas convirtieron Ribadelago
en un lugar doblemente maldito, solo aliviado por la
diáspora de familias que ante un porvenir lleno de miseria
y miradas torvas decidieron emigrar, principalmente
al País Vasco y Madrid. Antes de la rotura de la presa,
Ribadelago era un pueblo de 532 habitantes y cierta
esperanza en el futuro. Tras la rotura, se convirtió
en un cementerio de almas en pena. Con el paso de las
décadas, el despegue del turismo en la comarca de Sanabria,
convertida hoy en parque natural, ha dado algo de oxígeno
a estas escarpadas gargantas, origen de multitud de
leyendas y supersticiones. Hoy, los turistas se detienen
curiosos ante la estatua de bronce de una madre con
su pequeño que honra a los bravos supervivientes sobre
una placa con los 144 nombres de los fallecidos, pero
nada más.
En 2009, en la conmemoración del 50 aniversario
de la tragedia, Ribadelago pareció Hollywood. Políticos
engalanados y promesas lanzadas al viento que hoy se
saben incumplidas. José Manuel Prieto, alcalde de Galende,
la cabecera municipal, así lo recordó ayer frente a
los 60 supervivientes y descendientes congregados para
la efeméride: "Primero iban a hacer aquella obra faraónica
de medio millón de euros que nos ilusionó a todos para
acoger el Museo de la Memoria. Después se acordó de
160.000 euros. Y muy buenas palabras, pero nos han dado
con todas las puertas en las narices. Quiero dejar claro
el desencanto de este pueblo. La sociedad y las instituciones
tienen una deuda con Ribadelago y seguiremos luchando
para hacer justicia".
Es posible que las ayudas al desarrollo
de Ribadelago lleguen, si es que llegan, demasiado tarde.
En Ribadelago Nuevo hay 85 habitantes censados y tres
menores de edad. En el Ribadelago antiguo, 30 censados
y un único niño. El 90% de sus gentes son jubilados.
En las callejuelas del pueblo antiguo, junto a la roca
del campanario que salvó varias docenas de vidas, una
de las pocas vecinas mueve la cabeza. "Aquí ya solo
acudimos a funerales, ni me acuerdo del último bautizo.
En 10 años, se nos muere el pueblo".
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En el corazón del Valle de Tena, enmarcado por
los Pirineos y bañado por el pantano de Lanuza se encuentra
el pueblo que le da nombre. Un pequeño municipio, que apenas
superaba el centenar de habitantes, y que el siglo pasado
fue expropiado para la construcción de un embalse. Como ocurrió
en otros pueblos pirenaicos, su casco urbano iba a quedar
sumergido bajo las aguas del pantano. Sin embargo, la de Lanuza
no es una historia al uso, ya que muchas de sus casas se salvaron
de la inundación y sus antiguos propietarios, tras años de
trabajo e inversiones, han logrado resucitarlo. Uno de los
principales atractivos histórico, cultural y también artístico
es la Iglesia del Salvador, una Ermita del siglo XIX construida
sobre un templo románico más antiguo, que corona la constelación
de casas que forman el pueblo. La iglesia conserva un relicario
del año 1557 que contiene los restos mortales de Santa Quiteria.
Era la década de los 60 y en el pueblo vivían
unos 200 vecinos. Sus vidas dieron un giro de 180 grados cuando
se anunció la construcción del embalse de Lanuza para regular
el río Gállego, con una cota 1.286 metros. El pueblo iba a
ser anegado y por tanto tenía que ser expropiado. Poco a poco,
los vecinos fueron abandonando sus casas, dejando atrás el
pueblo que les vio nacer y crecer. Todos sus recuerdos y su
pasado se quedaban en Lanuza. Fue el 21 de enero de 1978 cuando
los últimos vecinos abandonaron sus casas, sus calles se quedaron
vacías y se marchaban de la que había sido su casa, pero lo
hacían con la idea de regresar más pronto que tarde. Sallent
de Gállego, Sabiñánigo, Jaca o Huesca fueron los destinos
elegidos por la mayoría. Lo que hoy vemos de Lanuza son los
restos rehabilitados en los 90 de la población que no se resignó
al olvido.
La tarea de los antiguos vecinos continúa activa.
El pueblo de Lanuza de hoy, encaramado sobre la ladera, sigue
recuperándose. También se recuperan las tradiciones de Lanuza:
«la representación del Palotiau, un baile masculino entre
pastoril y guerrero en el que los danzantes hacen chocar entre
sí cayados de madera».
Cada verano se celebra en Lanuza el Festival
Internacional de las Culturas Pirineos Sur. Durante dos semanas,
el pueblo levanta un escenario flotante sobre el pantano,
un graderío sobre la ladera y se organizan conciertos, talleres,
pasacalles y exposiciones.
El tren del Valle de Tena nos ofrece la posibilidad
de conocer el maravilloso paisaje del Valle de Tena de una
forma diferente. Un plan apto para toda la familia que hará
las delicias de los más pequeños. Durante el trayecto, un
relato explicativo nos adentrará en la historia, tradiciones
y las curiosas leyendas del Valle. Tiene una duración
de 2,5 horas, con salida desde Tramacastilla.
Mequinenza, situado en el extremo oriental de
la provincia de Zaragoza en la confluencia de los ríos Ebro,
Segre y Cinca, era y es un pueblo vertebrado por el río. Su
cultura y su trabajo ha estado siempre ligado a las aguas,
las mismas que inundaron la localidad en los años 50. La construcción
del mar de Aragón supuso la desaparición de la mayor parte
de su pueblo viejo o ‘lo poble’. Como consecuencia, Mequinenza
tuvo que renacer y los vecinos tuvieron que construir sus
casas tierras arriba, bajo el castillo de la localidad.
A finales de la década de los cincuenta y principios
de los sesenta se construyeron varios embalses en el curso
del río Ebro para el aprovechamiento hidrológico de sus aguas.
Esto conllevó que la antigua Mequinenza quedó sepultada bajo
las aguas del río que le había visto crecer durante milenios.
Los mequinenzanos abandonaron todos sus recuerdos y tuvieron
que luchar para trasladarse a una nueva población: la nueva
Mequinenza. Aunque las aguas del embalse no inundaron el pueblo
por completo, sí negaron gran parte de sus terrenos más fértiles
y una parte importante de la población. Finalmente se consiguió
una indemnización para los vecinos y se derribó el pueblo
por completo a excepción del edificio de las antiguas escuelas
denominado Grupo Escolar “María Quintana”
Fue un momento dramático para muchos de sus
vecinos, que además de tener que dejar atrás sus recuerdos
y presenciar cómo desaparecían para siempre las casas en que
habían nacido, habían visto como con el paso de los años también
se derrumbaba una economía basada en la industria, la minería
del carbón y la manufactura textil, apoyada por la navegación
fluvial por el Ebro con el Camino de Sirga.
Mequinenza renació de nuevo debido a la tenacidad
y el esfuerzo de sus habitantes a orillas del río Segre. La
nueva población es mucho más moderna y turística, y se ha
convertido en un referente mundial del turismo deportivo,
recibiendo visitantes de todo el mundo. También destaca por
su naturaleza, con una de las grandes con influencias fluviales
de la Península Ibérica y por su oferta cultural diversa y
variada. Curiosamente, las calles de la nueva Mequinenza no
tienen nombres propios porque el proyecto de la nueva población
se hizo de manera apresurada. Las calles se pasaron a denominarse
“Calle A”, “Calle B” y “Calle C” sucesivamente, nombres que
aún perduran hoy a la nueva población.
El embalse de la Cuerda del Pozo se encuentra
en la zona Norte de Soria. Está a poca distancia de la Sierra
de Cebollera, que pertenece a La Rioja pero delimita con Soria.
Bajo sus aguas se sumerge el pueblo de La Muedra, que emerge
cada vez que llega la sequía. El embalse de la Cuerda del
Pozo es un paraje ideal para la práctica de deportes acuáticos
en el corazón de la provincia soriana, especialmente en una
zona que se conoce como Playa Pita. Se podría decir que este
gran pantano es la playa oficial de Soria.
Allí se pueden practicar numerosos deportes,
siendo los acuáticos, como el windsurf, la vela o la pesca,
los más apropiados. Incluso se pueden alquilar pedalos, pequeños
barcos con tobogán incorporado y propulsados a pedal. Es una
actividad ideal para familias con niños, puesto que se necesita
gran trabajo en equipo y mucha coordinación para su buen manejo.
Lo sorprendente es que las aguas de este lugar esconden un
pueblito, La Muedra, que fue anegado por la construcción del
pantano en 1941. Es por eso que este embalse de la Cuerda
del Pozo es conocido, en realidad, como el embalse de La Muedra.
El cementerio, situado a un nivel superior, aún permanece
abandonado.
Fue en 1923 cuando se aprobó la construcción
de un pantano en la cabecera del río Duero. El 9 de septiembre
de 1941, 18 años después, se inauguró la presa de La Cuerda
del Pozo. El embalse tapó el pueblo de La Muedra, nombre por
el que muchos conocen el dique regulador de la cuenca alta.
Pedro Pérez de los Cobos fue quien proyectó la obra; las empresas
Granero y Córdoba fueron las encargadas de que se llevase
a cabo su construcción. La Muedra es un pequeño pueblo con
341 habitantes y unos 90 hogares en 1931. Se ubica entre Vinuesa
y El Royo. Sus habitantes emigraron en su mayoría a la localidad
visontina -de Vinuesa-, a cinco kilómetros de la población.
Algunas familias, sin embargo, se trasladaron a Molinos de
Duero, a Salduero o a El Royo.
Uno de los aspectos más llamativos de Vinuesa
es el enorme atractivo que presenta la combinación de elementos
artísticos con un marco natural inigualable. Un buen ejemplo
de esta singularidad es el denominado Puente Romano, pues
es así como se le conoce habitualmente aunque también se le
llama de San Mateo. Está situado al Sur del casco urbano,
sobre el río Duero, paralelo al puente actual que cruza el
embalse de la Cuerda del Pozo. Es precisamente este embalse
el que determina la visión de tan espectacular elemento ya
que desde que se construyó en 1941, permaneció bajo las aguas
quedando sumergido en ellas durante buena parte del año. Tan
sólo los meses de verano y, en especial, en los años más secos,
se puede tener una perspectiva global de su estructura.
Pero es esta circunstancia la principal amenaza
del puente ya que al estar sumergido, las piedras pierden
su presión y comienzan a descolocarse de manera que cada año
aumenta su deterioro. Además, y dada la calidad de su construcción,
parcialmente se ha visto expoliado desde antiguo desmantelando
parte de los sillares que lo conformaban. A pesar de todo
hoy en día podemos disfrutar de los restos de lo que en su
día fue un majestuoso puente de siete arcos. Además de su
estado de conservación, otro problema que presenta es el de
su atribución cronológica, si bien todo el mundo se refiere
a él y es conocido como romano. Esta circunstancia, aunque
difícil de demostrar, no ha sido descartada por los investigadores
que lo han estudiado, de manera que coinciden, en su mayoría,
en afirmar este origen tan antiguo. Su naturaleza romana estaría
en relación con los restos de una calzada perteneciente a
este periodo, que formaría parte de un ramal interior de la
vía 27 del Itinerario de Antonino que unía las localidades
de Astorga con Zaragoza y que atraviesa de Oeste a Este la
provincia de Soria. Este ramal partiría de Visontium (Vinuesa)
en dirección a Uxama (Osma) pasando por Molinos de Duero,
en cuyo término se conserva una piedra tallada a modo de miliario
en el que se explica que el Magistrado Duovir Lucio Lucrecio
Denso fue quien la hizo construir. Por estos motivos cabe
pensar su origen romano, sin embargo los restos que hoy en
día podemos observar son principalmente medievales.
Se puede apreciar una excelente fábrica de sillar
en la que han desaparecido los pretiles y el recubrimiento
superior, quedando al descubierto en algunos tramos las losas
de su banda de rodadura, así como la propia estructura de
las bóvedas. Éstas son de dos tipos, las más cercanas al pueblo,
de cañón con arcos de medio punto, mientras que el resto son
ojivales propiciadas por arcos apuntados de clara tipología
medieval. Completan el conjunto tajamares triangulares hacia
el Suroeste compensados por contrafuertes hacia el otro lado.
Pero la belleza de este enclave radica, además del propio
puente, en su entorno, dominado por la grandeza del embalse
en combinación con el pinar y desde donde tendremos una preciosa
vista de Vinuesa.
Soria es una de las provincias más curiosas
de Castilla y León. Además de La Muedra, esconde rincones
maravillosos para disfrutar un fin de semana o un puente largo.
El propio pueblo de Salduero, cuanto menos acogedor con su
pequeña piscina natural y la amabilidad de sus habitantes.
Si eres de los que les gustan las pequeñas rutas de entre
media hora y una hora -aproximadamente-, tienes tres opciones
desde Salduero. La primera es subir al Pico del Águila, desde
el cual se ven fenomenal las puestas y las salidas de sol.
La segunda, seguir el curso del río hasta llegar al puente
romano, la entrada al pueblo de Vinuesa. La tercera opción
es Playa Pita, que se encuentra a cinco minutos en coche de
Salduero.
El río Razón, afluente del Duero, es pródigo
en bellos paisajes. Ofrece, escondido entre árboles y matorrales,
un precioso salto de agua. Comúnmente, se le llama “Pozas”.
Es el lugar perfecto para una escapada al aire libre. Además,
es un lugar tranquilo y apacible durante todo el año, menos
en julio, que se llena de familias que huyen del sofocante
calor de verano. Esto se debe a que en este mes tienen lugar
varios campamentos. En otoño, las hayas y los robles que lo
protegen provocan un atractivo estallido de color.
Urbión, Vinuesa.
La cima ampara el nacimiento del río Duero y
lo protege de los fuertes vientos. No se puede acceder a ella
en coche, pero hay varios refugios a pocos kilómetros. También
está cerca la Laguna Negra, resultado de los ciclos glaciares
de Urbión. Esta belleza de paisaje esconde el mito de que
no tiene fondo. Está muy bien acondicionada para andar, si
las circunstancias meteorológicas lo permiten. No importa
en qué época del año ir, es preciosa tanto cuando el agua
refleja el verde de la naturaleza en verano, como cuando la
nieve cubre toda la superficie de blanco. Sería una pena desperdiciar
la oportunidad de conocerla.
La Lista Roja del Patrimonio es una iniciativa de la
Asociación Hispania Nostra, nacida en noviembre de 2007,
con el fin dar a conocer y proteger aquella parte de
nuestro Patrimonio cultural y natural que se encuentra
en abandono y en peligro. Recoge aquellos elementos
del Patrimonio Histórico español que se encuentren sometidos
a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial
de sus valores. Los criterios de inclusión en la lista
se basan, pues, en la importancia histórica y arquitectónica
del elemento patrimonial en cuestión, en el estado en
que encuentra y en el riesgo que recaiga sobre él, considerando
no sólo sus valores objetivos sino, principalmente,
los subjetivos que la sociedad le otorgue, de conformidad
con el significado más actual de Patrimonio. La Lista
Roja se elabora bajo supervisión de una comisión científica
integrada por especialistas en la materia. La información
que utiliza Hispania Nostra en la elaboración de las
fichas proviene de fuentes propias y, en su caso, de
terceras personas o entidades independientes.
Castillo de los Condes de Saldaña.
Hispania Nostra entiende que el conocimiento del Patrimonio
cultural y natural debe ser facilitado y abierto a la
sociedad y no sólo quedar circunscrito al ámbito de
estudiosos, técnicos, políticos y otros profesionales
de la materia. Por esta razón, no obstante ser elaborada
con el mayor rigor por especialistas, la Lista Roja
no debe considerarse como un inventario o un trabajo
académico, sino como una llamada a la sociedad civil
para que conozca, se sensibilice y actúe sobre los elementos
patrimoniales en riesgo incluidos en la misma. Las fichas
de la Lista Roja, redactadas de una forma inteligible
y sencilla, incluyen una breve descripción de cada elemento
patrimonial, de su historia, de su estado actual reflejado
también en fotografías, de sus riesgos y de su protección
legal si la hay.
Desde su creación en noviembre de 2007 hasta hoy, han
sido retirados e incorporados a la lista verde más de
150 bienes.
La Lista Roja del Patrimonio se actualiza periódicamente.
Se solicita la colaboración de asociaciones, entidades
y personas interesadas en la defensa del Patrimonio
mediante la cumplimentación de la ficha de información
y su envío a Hispania Nostra. Ruegan asimismo que informen
de cualquier modificación sobrevenida en los elementos
patrimoniales incluidos en la Lista Roja y, en su caso,
de la consolidación o restauración de dichos elementos.
Agradecen la inestimable colaboración de cuantos envían
fichas de información y de los autores de las fotografías
que utilizan, así como de los medios en general que
son parte muy importante en la difusión del Patrimonio
y en la sensibilización de la sociedad civil sobre los
problemas que le afectan.
|
El antiguo pueblo de El Vado estaba situado
junto al río Jarama. Era un lugar de obligado paso por la
trashumancia castellana y tuvo su mayor esplendor en el siglo
XIII. La primera expropiación le vino de la mano de la Cuenca
Hidrográfica del Tajo por la inminente realización del Embalse
del Vado y la segunda por el antiguo Instituto de Conservación
de la Naturaleza para la repoblación forestal. Hoy del antiguo
pueblo tan solo queda en pie la Iglesia de Nuestra Señora
de la Blanca.
La Iglesia de Nuestra Señor de la Blanca es
el único edificio que no quedó cubierto por las aguas del
pantano. Está situada en lo alto de una colina en una zona
denominada La Cerca de los Olivos y desde su posición debió
tener unas impresionantes vistas del pueblo y del río Jarama,
actualmente las vistas también son espectaculares por lo que
en la mochila no debe faltar la cámara de fotos. Se puede
llegar al embalse por la A 1 tomando el desvío en el kilómetro
50 hacia Torrelaguna y luego siguiendo hacia Tamajón. También
se puede llegar por la A 2 cogiendo la salida de Guadalajara
hacia Yunquera de Henares y después a Tamajón. Una vez que
se llegue a Tamajón, por una u otra carretera, hay que desviarse
hacia Majaelrayo y a unos 6 kilómetros tomar la senda de la
izquierda que da paso a una pista de servicio del Canal de
Isabel II.
Son muchas las rutas de senderismo, sencillas
y aptas para toda la familia, que se pueden realizar en el
pantano El Vado:
- La presa y la torre del Agua: un sendero sencillo
de 20 minutos de ida y otros 20 minutos de vuelta. Se camina
por el puente que está considerado como una falsa presa hasta
llegar al túnel que nos llevará a la presa de verdad. Al final
hay una vereda que nos lleva hasta la mitad del pantano desde
donde se pueden ver la estación de vagonetas desde donde se
hacían llegar los bloques de piedra de Tamajón hasta la obra
de la presa.
- El arroyo de las hoces: tiempo estimado una
hora entre ida y vuelta. Frente al monolito sale una pista
forestal, después de andar un poquito veremos a la izquierda
el camino de servicio del Centro de control del Canal del
Sobre y unos raíles por donde circulaban las vagonetas. Seguiremos
el curso del arroyo hasta una represa con una pequeña cascada
y un abrevadero.
- La casa de la barca: cogiendo la carretera
en dirección a Retiendas veremos junto al cauce un casa de
pizarra en ruinas con barbacoa, corrales e incluso una barca.
La Isabela comienza en la carretera de Sacedón-Buendía
CM-2000, a 6 km. de Sacedón, era un antiguo balneario, luego
psiquiátrico, que quedó sumergido con la construcción del
pantano de Buendía en el año 1952. A día de hoy las ruinas
están totalmente descubiertas, quedando muchas zonas sin tocar
el agua y pudiendo pasear entre sus ruinas. Sitio curioso
para visitar por su entorno bonito, fueron utilizados por
la gente desde la más remota antigüedad, eran unos manantiales
de aguas minerales con utilizaciones medicinales. En el siglo
XVIII, por los avatares del tiempo, las guerras y otros accidentes,
quedaron arruinadas y destruidas la hospedería y el palacio,
pero se mantuvo su fama y la gente seguía acudiendo al sitio
para beneficiarse de los efectos saludables de sus aguas termales,
por este motivo convivieron en este lugar tres unidades distintas;
un balneario, un palacio, un Real Sitio y Nueva Población
con el nombre “La Isabela” en recuerdo a Isabel de Braganza
segunda esposa de Fernando VII, a la que se la debe la iniciativa
del “Real Sitio” y “Nueva Población”.
Cada uno de estos tres elementos tiene origen
independiente, pero están relacionados en el tiempo y su evolución
fue diferente. Los hechos políticos del reinado de Isabel
II también tuvieron la repercusión en La Isabela y las dificultades
económicas para las posibles reparaciones y la poca utilización
del Balneario por el momento. A pesar de la economía “La Isabela”
seguía funcionando gracias a las aguas termales ya que acudía
toda la burguesía de la época en busca de salud y bienestar,
con el tiempo el balneario deja de utilizarse y los Reyes
empiezan a trasladarse a la zona norte de España.
El 6 de enero de 1494 fue oficialmente fundada la villa de la
Isabela, nombre en honor de la reina Isabel, con una misa oficiada
por fray Bernardo Buil y sus frailes. La primera ciudad del
Nuevo Mundo.
El dolmen de Guadalperal, también conocido como
el tesoro de Guadalperal y como el Stonehenge español por
su parecido al crómlech de Stonehenge, es un monumento megalítico
que data de entre el III y el II milenio a.C. que está situado
en la localidad cacereña de El Gordo, aunque el municipio
más cercano es Peraleda de la Mata, en la comarca del Campo
Arañuelo en el este de Extremadura en España. Se encuentra
bajo las aguas del embalse de Valdecañas en el río Tajo y
solamente es visible cuando el nivel de las aguas lo permite.
Consta de 150 (otras fuentes señalan 140) piedras
de granito, ortostatos, puestas en disposición vertical que
conforman una cámara ovoide de cinco metros de diámetro que
estuvo formada por 13 fragmentos de pared, de los que faltan
cuatro. precedida por un pasillo de acceso de unos 21 metros
de largo y 1,3 a 1,4 metros de ancho. Al final del pasillo,
justo a la entrada de la cámara, se encuentra un menhir de
unos dos metros de alto que tiene esculpidas una serpiente
y varias cazoletas, se estima que dichas figuras servirían
como protección del lugar. Recientes estudios indican que
la supuesta serpiente podría tratarse de una representación
del curso del río Tajo, ya que presenta muchas similitudes
en un estudio sobre plano de sus meandros. La cámara, del
tipo anta, tipo de construcción común en el oeste de la península
Ibérica, está formada por 140 piedras y estuvo recubierta
por un túmulo de tierra y grava. La rodea otro anillo circular
que servía para contener el túmulo superior, posiblemente
por la inclinación del terreno en el que está asentado. Según
las últimas investigaciones, el menhir tallado con un grabado
alargado y ondulado, con forma similar a una serpiente, se
estima que se puede corresponder con una representación del
río Tajo a su paso por la zona.
El monumento se halló en 1926, en el transcurso
de la campaña de investigación y excavaciones que entre 1925
y 1927 dirigió el arqueólogo alemán Hugo Obermaier, capellán
de la casa de Alba, y a su muerte sería el matrimonio alemán
Georg y Vera Leisner, el encargado de recopilar la documentación
dispersa entre la Universidad de Friburgo y la finca de los
Alba y realizando una publicación científica sobre el mismo.
Se estima que pudo haber sido un templo solar, así como un
enclave de enterramientos. Los restos romanos encontrados
en el lugar, una moneda, fragmentos de cerámica y una piedra
de moler indican que en esa época fue removido seguramente
para su saqueo. En una escombrera cercana se hallaron 11 hachas,
cerámicas, cuchillos de pedernal y un punzón de cobre. También
se encontró un asentamiento de la época de la construcción
que se estima pudiera ser de los constructores del sepulcro.
En él había hogares, manchas de carbón y cenizas, mucha cerámica,
molinos y piedras para afilar hachas entre otros objetos.
En 1963 con la construcción de la presa de Valdecañas
en el río Tajo, su embalse inundó el monumento quedando oculto
bajo las aguas, solo es visible cuando estas están bajas.
En la última década, en verano, debido a la sequía ha sido
posible ver el dolmen en varias ocasiones parcialmente. El
hecho de estar sumergido la mayor parte del tiempo ha deteriorado
el monumento erosionando las piedras y perjudicando los grabados
de las mismas. Durante los estudios realizados por Hugo Obermaier
se hicieron reproducciones de los grabados hallados que fueron
publicadas en 1960 por los arqueólogos alemanes Georg y Vera
Leisner. La asociación Raíces de Peraleda está solicitando
su recuperación ante el deterioro apreciado. En 2019, tras
una nueva sequía que permitió observar los daños en el monumento
se pusieron en marcha acciones para su conservación y declaración
como Bien de Interés Cultural.
En Agosto de 2019 salia a flote y en Octubre
el agua volvia a su lugar.
Todos los habitantes de Peraleda de la Mata
(Cáceres) habían escuchado hablar del conjunto de "piedras
antiguas" ubicado a orillas del Tajo, a unos cinco kilómetros
de sus casas. En el ideario popular del pueblo enraizó la
creencia de que aquello era algo único, y por eso lo bautizaron
como el tesoro de Guadalperal. Sin embargo, ningún habitante
de la zona pudo —o se atrevió— a estudiar aquellos extraños
pedruscos verticales. Tuvo que venir un extranjero para resolver
el misterio. Entre 1925 y 1927, el prehistoriador y geólogo
alemán Hugo Obermaier dirigió una serie de excavaciones que
revelaron las singularidades y el origen del yacimiento: aquellas
piedras eran un monumento megalítico levantado al menos 4.000
años atrás, un tesoro mucho más grande y relevante de lo jamás
imaginado. Pero tras esta campaña, el sitio arqueológico fue
cayendo en el olvido; y con la construcción del embalse de
Valdecañas en 1963, en pleno franquismo, quedó sumergido bajo
el agua.
El monumento megalítico de Guadalperal, que
en tiempos fue un dolmen con sus correspondientes menhires,
ha asomado la cabeza en algunas temporadas de sequía pronunciada,
pero el Verano de 2019 ha registrado una situación "totalmente
inusual": ha emergido a la superficie en su totalidad a consecuencia
del desembalse de agua a Portugal. Las imágenes retratan un
complejo impresionante de unas 140 piedras que, lamentablemente,
presentan signos de deterioro. Ante esta "oportunidad única",
la Asociación Cultural Raíces de Peraleda lanzó la
voz de alarma para rescatar los vestigios históricos y recolocarlos
en un nuevo emplazamiento.
"En todas estas décadas bajo el agua, las piedras
se han empezado a deteriorar: el granito está más poroso,
han aparecido grietas y otras piezas se han caído al suelo",
comentó Ángel Castaño, el presidente de la asociación.
Se puso en contacto con la Junta de Extremadura, con quien
mantuvo una reunión para abordar el problema. La solución
que propuso, retirar todas las piedras del cauce del Tajo
y reconstruir el monumento a orillas del embalse, como se
hizo en su día con los restos de los dos templos romanos de
Augustóbriga, también conocida como Talavera la Vieja. Puedes
ver este y otros restos romanos en la sección de destacados,
Junio 2019.
El origen del monumento megalítico se remonta
a algún momento comprendido entre el milenio III y II a.C.,
durante la Edad del Bronce, aunque fue alterándose a lo largo
de los siglos. Al principio, según los expertos, se erigió
un círculo de piedras que harían la función de templo solar,
un crómlech como el de Stonehenge aunque de tamaño más reducido.
Después, los siguientes pobladores añadieron más menhires
y cubrieron el conjunto con lajas horizontales para crear
un dolmen.
El dolmen quedó sumergido en 1963, cuando se
construyó el embalse de Valdecañas.
Además, se concibió un corredor de acceso de
21 metros culminado en la entrada con un menhir con símbolos
esculpidos y una serpiente, que supuestamente sería la encargada
de custodiar la entrada a la cámara y de proteger sus tesoros.
Más tarde se construyó una muralla con guijarros alrededor
del dolmen para crear una suerte de enterramiento colectivo.
Obermaier, el arqueólogo alemán, se encontró ajuares y otros
objetos durante sus excavaciones realizadas en el siglo XX
y se los llevó a Múnich para exponerlos en un museo. El yacimiento,
no obstante, ya había sido saqueado por los romanos.
"Se cree que el dolmen de Guadalperal tenía
la función de centro comercial y cultural de la zona", explica
Ángel Castaño. "Pero también pudo tener otro cometido importante:
proteger el paso de la Vega de Alarza". El centenar de piedras
milenarias, algunas de las cuales tienen una altura de dos
metros, buscan ahora una segunda vida fuera del agua. A la
luz del día recuerdan a un pequeño Stonehenge subacuático
más humilde: el monumento monolítico británico tiene un diámetro
de 35 metros por los 26m de la estructura del español.
Pero hay poco margen de maniobra. "Nosotros
nos movemos para salvar el patrimonio, y ahora es el momento",
asegura el presidente de la Asociación Cultural Raíces de
Peraleda. "Queremos poner en valor este monumento para promover
el turismo, por lo que habría que recolocarlo sin separarlo
de su contexto. Hasta este momento no ha habido interés por
parte de las autoridades ni de nadie, pero ahora que está
de moda la España Vaciada, este tipo de iniciativas constituyen
atractivos".
El Ministerio decidió dejarlo en el embalse
y colocó unos simples ladrillos para protegerlo, aunque se
comprometió a ponerlo en valor.
La sequía de 2017 sacó a la superficie
en el embalse de Aguilar del Campoo, en Palencia, la antigua
iglesia de Santa Eugenia de Cenera de Zalima, un edificio
románico del finales del XII y principios del XIII, perteneciente
a una localidad que quedó sumergida en los años 60 por las
aguas. “Lo curioso es que no se ve habitualmente porque las
aguas no bajan tanto”, dijo Carmen Molinos, directora de comunicación
de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico,
que se encarga del estudio, restauración y difusión del patrimonio
románico y que han publicado la Enciclopedia del románico
en la Península Ibérica. Para esta fundación trabaja el historiador
César del Valle, que reconoció que tuvo algo de hallazgo.
“No es un hallazgo espectacular, pero es un hallazgo. Documentalmente
no sabíamos que existiesen capiteles románicos. Son sencillos,
de hacia el siglo XIII. No los teníamos recogidos y ahora
ya sí”.
Capiteles romanicos de la antigua iglesia de
Cenera de Zalima en el embalse de Aguilar, en Palencia.
El historiador de la fundación también recordó
que varios pueblos de la zona de Aguilar desaparecieron por
la construcción del embalse. “Fueron Quintanilla de la Berzosa,
de la que tenemos registrado una casa e iglesia, Villanueva
del Río Pisuerga, con un puente medieval y una iglesia románica
que se llevó a Palencia, Frontada y Cenera de Zalima”.
José María Pérez Peridis, dibujante y humorista,
es arquitecto y uno de los mayores expertos en románico de
España. Comentó cómo estas localidades sufrieron las
consecuencias del desarrollo industrial de los embalses. “Todos
los pueblos de por allí tienen iglesias románicas. Es una
de las mayores concentraciones de románico del mundo. El pueblo
de Cenera de Zalima se desalojó por los años 60. Fue una inundación
en toda regla. Quedaron por la zona del pantano unas seis
u ocho iglesias románicas Mucha piedra de la iglesia de Cenera
de Zalima se la llevaron para reconstruir otros edificios
de la zona”.
La antigua iglesia de Cenera de Zalima en el
pantano de Aguilar de Campoo, Palencia.
De esta iglesia se rescató una portada románica
que fue instalada en una de las dependencias del castillo
de Monzón de Campos. “Una portada que es muy bonita”, apunta
Peridis. Antes de la construcción del embalse, en 1963, se
conservaba aún de la primitiva fábrica la espadaña y un conjunto
de canecillos de proa de nave.
A mediados Riaño cobró fama mundial.
La resistencia de sus vecinos a dejar sus hogares supuso un
grave conflicto con el gobierno. Todo concluyó con desalojos
forzosos, presencia militar y hasta el suicidio de un vecino.
Un contexto dramático que se saldó a favor del gobierno in
extremis. La presa que permitió abrir el embalse se terminó
un día antes de que una normativa a nivel europeo impidiera
ese tipo de pantanos.
La denominación administrativaa históricamente
reúne a dos poblaciones geográficamente diferentes y conocidas
hoy en la zona como el viejo Riaño — antiguo pueblo milenario
con padrones de vecindad desde el año 1752, demolido completamente
por el Estado español en julio de 1987— y el actual Nuevo
Riaño, urbanizado a partir de 1980 en el paraje de Valcayo,
para acoger a vecinos afectados por las expropiaciones habidas
con la puesta en marcha del embalse de Riaño.
Hasta los años 1990 se encuentra dentro de la
Reserva Nacional de Caza de Riaño. Posteriormente, pasó a
integrarse en el denominado Parque Regional de los Picos de
Europa, y desde 2016, Parque Regional de la Montaña de Riaño
y Manpodre. Se trata de la única reserva cantábrica poblada
por seis especies cinegéticas de caza mayor: Ciervo, Corzo,
Rebeco, Cabra Montés, Jabalí y Lobo. El corzo se cazaba antiguamente
en ganchos y batidas en toda época, sin importar el sexo.
A partir de 1970 se comenzó a cazar a rececho con buenos resultados,
que han ido mejorando con los años. El ciervo (venado) es
una especie introducida en el siglo XVIII en la reserva con
gran éxito. Se caza al rececho desde 1970. La cabra montés
(Capra pyrenaica victoriae) se introdujo en la reserva en
los años 1990, también con gran éxito. El rebeco, cazado tradicionalmente
en batidas, se caza a rececho desde 1970. El jabalí es muy
abundante en Riaño y se caza en batidas organizadas por cuadrillas
de cazadores. El lobo ibérico ancestral habitante de estas
montañas, aún se sigue cazando. El lobo y el oso pardo, que
habitan esta zona desde hace milenios, también fueron cazados
legalmente hasta finales de la década de 1960. Actualmente,
son los mejores exponentes de la gran calidad que atesoran
los montes de la Montaña de Riaño pero también cada vez más
amenazados por la caza y la perdida de su hábitat. Debido
a su atracción para un público naturalista cada vez más amplio,
son foco de una nueva actividad más sostenible en auge consistente
en su observación en el medio natural donde viven.
La reserva de Riaño está formada por terrenos
pertenecientes a los términos municipales de Acebedo, Boca
de Huérgano, Burón, Oseja de Sajambre, Posada de Valdeón y
Riaño. La reserva está atravesada de suroeste a noroeste por
la carretera N-621, que desde la localidad de Mansilla de
las Mulas se dirige a través de Riaño hacia Cantabria por
el puerto de San Glorio. De esta vía, a la altura del núcleo
del Nuevo Riaño, sale la N-625, que se dirige hacia el noroeste
a la localidad asturiana de Cangas de Onís. Además de las
dos carreteras citadas, existen dos comarcales: la CL-635,
que entra en la reserva desde Asturias por el puerto de Tarna
y la LE-215 que, desde Boca de Huérgano, se dirige a la localidad
palentina de Guardo.
El cierre de la presa de Riaño se produjo el
31 de diciembre de 1987; cuando era conocida la circunstancia
legal, de que a partir del 1 de enero de 1988 entraba en vigor
la nueva directiva europea que prohibía la construcción de
embalses como el de Riaño por motivos medioambientales; directiva
relacionada con la protección de valles y pueblos de alta
montaña en los territorios de la Comunidad Europea. De hecho,
si el embalse no hubiera estado listo a las 00:00 horas del
1 de enero de 1988, el Gobierno hubiera estado obligado por
decreto europeo a reconstruir todas las casas y pueblos derribados,
a restaurar el entorno a su estado anterior, a anular las
expropiaciones con efecto retroactivo y a desistir definitivamente
de la construcción de la presa.
Los regantes de Riaño pidieron disculpas 31
años después del pantano y lamentaron que la gente "se tuviera
que ir".
"Somos agua de Riaño. Sabemos el problema de
las personas que se tuvieron que ir, la lucha de la gente
del capilote y el caldero; nosotros no lo cerramos ni construimos
(el pantano de) Riaño pero pedimos disculpas por el daño que
se hizo en su momento y les manifestamos nuestro respeto".
Estas frases no las pronunció cualquiera. Salieron
de la boca, y del corazón, de los agricultores que en 2019,
31 años después del traumático cierre de la presa y del inicio
de cientos de tragedias personales con el fin de la vieja
localidad montañesa, aprovechan aguas abajo el riego con el
agua de un pantano que marcó un antes y un después en la historia
reciente de la provincia leonesa.
Primeras aguas en el pantano de Riaño en 1987.
Un pacto con Portugal obligó a Aceredo a pasar
a la lista de pueblos sumergidos. El embalse de Lindoso estuvo
planeado desde la década de 1960, pero hasta 1992 no pasó
a ser efectivo. Entonces, los habitantes de esta población
de Ourense tuvieron que dejar sus casas. Con todo, hace unos
años se dio un gran descenso en el nivel de las aguas y las
ruinas de Aceredo surgieron de nuevo a la superficie.
Manuel Salgado, uno de los lugareños, contó
en 2012 que la aparición de las viviendas había generado
también una «gran pena» entre las familias y los antiguos
propietarios, por volver a ver las casas en las que muchos
de ellos residieron durante una buena parte de su infancia
«tantos años después».No en vano aseguró que desde
la construcción de la presa nunca se había visto una estampa
similar a la actual, «con las casas prácticamente a ras de
la superficie», y terrenos casi secos. «Había bajado el caudal
alguna vez pero nunca estuvo tan bajo» como en la actualidad.
En la provincia orensana varios son los pueblos que hace años
quedaron anegados por las aguas de los embalses, tal y como
ocurrió en las localidades de Vilariño de Conso y Viana do
Bolo, pese a las protestas vecinales.
En el caso de Aceredo, Manuel Salgado recuerdó
que hubo también muchas protestas de los vecinos, quienes
llegaron incluso a encerrarse en el ayuntamiento, con motivo
de la construcción del embalse de Lindoso, «al tener que quedarse
sin sus casas y sus terrenos». No obstante, consideró
que al final «no fue un mal negocio», ya que «dio trabajo
a mucha gente» y «dejó dinero» en el pueblo. «Entonces, se
hablaba mucho del embalse, se comentaba que iba a ser la ruina,
pero pienso que al final fue una suerte para el pueblo, porque
dejó dinero», apostilló. Dos décadas más tarde de esas
movilizaciones, la salida a flote del pueblo generó
gran expectación en la localidad. Decenas de turistas y curiosos,
atraídos por la reaparición de las casas, se acercaron hasta
la zona con el fin de contemplar de primera mano el que denominan
«antiguo Aceredo».
El desalojo de Mediano para ejecutar el embalse
homónimo fue conflictivo. Era 1969 y algunos de los vecinos
no habían accedido a las ofertas de la administración franquista.
De esta forma, comprobaron que se había comenzado a anegar
la zona con ellos dentro y tuvieron que irse casi con lo puesto.
Medio siglo después, la torre de la iglesia permanece todavía
en pie en este importante pantano de la cuenca del Ebro. Tal
estructura es uno de los pocos recuerdos del pueblo que quedan,
ya que gran parte del resto de estructuras se destruyeron
en ejercicios militares. Su conservación es motivo de preocupación
para los vecinos del lugar. Debido a ello se han realizado,
y se siguen promoviendo, acciones para que no caiga.
Iglesia de Mediano al descubierto por el bajo
nivel de las aguas.
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Nota de prensa, Diciembre 2021:
El día 8 de de enero del año 1992 no es un día
más para los vecinos de Aceredo, en el municipio de Lobios
(Ourense). Aquel día, hace ya casi 30 años, se cerraron las
compuertas del embalse de Lindoso, en Portugal. Esto dejó
a su pueblo anegado por el agua. Cubierto por el agua desde
entonces, solo se deja ver en dos momentos: cuando llueve
poco o cuando la empresa Energías de Portugal (a cargo de
su explotación) abre las compuertas del embalse más de lo
habitual. La historia de este pueblo que emerge bajo las aguas
viene de lejos, de cuatro décadas antes de que finalmente
se completara el proceso con el cierre del embalse. En los
años cincuenta, los dictadores António de Oliveira Salazar
y Francicso Franco acordaron la construcción de este embalse
de Lindoso. Cuarenta años más tarde, Aceredo quedó sumergido
bajo las aguas del río Limia.
No fue, sin embargo, el único pueblo que fue
anegado por el agua: también sufrieron el mismo destino O
Bao, Buscalque, A Reloeira y Lantemil. Sin embargo, Aceredo
es el único que emerge cuando desciende el nivel del agua,
dejando ver lo que un día fue la vida allí, con sus viviendas
todavía en buen estado de conservación. Ahora, cada vez que
se deja ver, son muchos los turistas que se desplazan para
contemplar los restos de lo que un día fue un municipio habitado.
"Es brutal la cantidad de gente que se desplaza, sobre todo
en fin de semana, para ver Aceredo", asegura la alcaldesa
del concello de Lobios, María del Carmen Yáñez, a La Voz de
Galicia. "Es verdad que hay una parte nostálgica, sobre todo
para los vecinos que tuvieron que dejar sus casas, pero ahora
mismo es todo un reclamo". Desde el mes de octubre el nivel
del agua no ha dejado de bajar, y los vecinos de la zona aseguran
no haber visto la zona tan seca como ahora.
Con el embalse al 20 %, se puede ver partes
de las casas destruidas de las que apenas se mantienen los
muros en pie. Asimismo, reaparecen carros oxidados, árboles
muertos y algunos enseres que flotan en el estanque.
Pero a pesar de este atractivo turístico actual,
la medida entonces causó mucha polémica entre los vecinos,
llegándose a organizar concentraciones y huelgas de hambre.
"Mucha gente se resistía a vender, pero pronto la empresa
había adquirido ya el 51% de los terrenos", afirma Francisco
Villalonga, uno de los vecinos del entonces pueblo de Aceredo,
a Nius. "Algunos vecinos se marchaba con el agua entrando
ya en sus casas. Una de las aldeas se inundó con los animales
y los enseres todavía dentro de las viviendas. Recuerdo en
plena noche ayudando a la gente a sacar sus cosas, y los animales
ahogados", explica el vecino recordando lo que ocurrió hace
ya casi 30 años.
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Un 'cementerio marino' emerge en el valle leonés
de Vegamián, al borde de la cordillera Cantábrica.
El programa Crónicas rescata en Los días en
celuloide, con guión de Juantxo Vidal, imágenes del fondo
documental de la televisión pública que en su proceso de digitalización
dan testimonio y retratan la España desde los años 50, cuando
nació la televisión en el Paseo de La Habana. Entre estas
joyas del celuloide aparecieron un reportaje realizado en
los pueblos de Vegamián y Utrera poco antes de la inundación
y unas imágenes de la primera vez que fue vaciado el embalse,
en pleno invierno, a principios de los años 70.
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Granadilla es un pueblo que pertenece a la provincia
de Cáceres, en la comunidad extremeña. Es otra de las localidades
de nuestra geografía que tuvo que cambiar el rumbo de su historia
debido a la construcción de un embalse, en este caso el conocido
como Embalse de Gabriel y Galán. En la década de los 60, y
debido a la construcción del citado embalse, los vecinos de
Granadilla tuvieron que abandonar sus hogares y buscar nuevos
emplazamientos en los que echar raíces. Sin embargo, este
pueblo, a diferencia de la mayor parte de localidades en su
misma situación, no quedó sumergido bajo las aguas, que no
llegaron hasta él, aunque sí quedó aislado, con sus fértiles
tierras de cultivo anegadas y, por tanto, sin futuro. La consecuencia
es fácil de deducir: el pueblo quedó abandonado y fue deteriorándose
con el paso del tiempo. Sin embargo, puede afirmarse que,
en el año 1985, la suerte de este pueblo cambió al ser declarado
Conjunto Histórico-Artístico. Al cabo de 4 años la localidad
fue incluida en el Programa Interministerial de Pueblos Abandonados,
entrando el antiguo municipio en una fase de recuperación
de su castillo, sus edificios y casas. Ello ha salvado a Granadilla
del olvido y del abandono, y quienes en ella nacieron pueden
actualmente pasear por sus calles y plazas, sintiendo sin
duda la nostalgia de lo que el pueblo fue en otros tiempos.
Por acuerdo del Consejo de Ministros franquista,
de 24 de junio de 1955, se decretó la expropiación de la mayor
parte del término municipal de Granadilla (incluyendo el casco
urbano) a causa de la construcción del embalse de Gabriel
y Galán. Granadilla vio muy pronto el relevo de su párroco
y al que había sido su médico titular durante años, Daniel
García de la Cruz y Jiménez. El 15 de junio de 1960, con motivo
del pago de las indemnizaciones correspondientes, el representante
del Gobierno notificó a los vecinos que, a partir de esa fecha,
las fincas y el pueblo se consideraban legalmente ocupadas
por la Administración del Estado y que sobre ellas no podrían
reclamar derecho alguno. El éxodo masivo continuó a principios
de los años sesenta, según iba creciendo el nivel del pantano.
Sus últimos moradores se fueron definitivamente en 1964. El
embalse inundó las fértiles tierras de la Vega Baja, de modo
que los medios de vida de la población desaparecieron. El
pueblo no se inundó, pero se vio aislado en una península
con una sola vía de difícil acceso por el norte, ya que por
entonces todas las carreteras también quedaron inundadas.
Parte de los vecinos se instalaron en Alagón del Río, un pueblo
nuevo de colonización cercano a Plasencia, mientras otros
emigraron a los nuevos núcleos industriales. En los años siguientes,
el pueblo quedó totalmente abandonado. En 1965, el gobierno
de Franco disolvió formalmente el municipio, repartiéndose
su territorio entre los municipios limítrofes de Mohedas y
Zarza de Granadilla. La capitalidad del partido se trasladó
a Hervás.
El entorno de Granadilla fue repoblado de pinos
y eucaliptos (siguiendo la nefasta política medioambiental
del franquismo), que le confiere verdor a la zona pero que
constituye un sistema natural alóctono. A pesar de ello, esta
solución se llevó a cabo para sujetar el pelado terreno de
entonces ante el nivel definitivo de las aguas (cota 390),
y así evitar la anegación del pantano por las arenas de las
escorrentías. También existen dehesas, matorral mediterráneo,
y algunas zonas con cobertura de olivares y otros cultivos
de secano. Los ecosistemas característicos son: zonas húmedas,
dehesas, bosques de coníferas y campos de cultivo.
Ya nadie vive allí. Al igual que Chernóbil (aunque
por causas muy diferentes), Granadilla también es un pueblo
fantasma. El municipio, situado en el norte de la provincia
cacereña, se comenzó a perder para siempre el 24 de junio
de 1955. Actualmente el pueblo cuenta con unas 50 edificaciones
recuperadas, utilizadas por el programa educativo del Ministerio
de Educación y Formación Profesional.
Se dice que alrededor de 500 pueblos fantasma yacen
bajo las aguas de embalses y pantanos en España. Muchos
de ellos fueron literalmente tragados al construir -o
derrumbarse- alguna de estas obras faraónicas levantadas,
en su mayoría, en la época del Franquismo.
Otros por la erosión natural o el aumento del cauce
del río más cercano. Y aunque ya no aparecen en los
mapas, es imposible borrarlos de la memoria y de la
vista, gracias a los homenajes que les rinden sus antiguos
habitantes, o a las sequías, que se encargan de devolverlos
a su lugar original y mostrar lo poco o mucho que queda
de ellos. No es magia. Es historia sumergida.
Pásate por La bibliotecaria >> Noviembre
2021 >> 4 de Noviembre.
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Nota de prensa, 10 de enero de 2022:
Pueblo medieval de Italia resurge 70 años después de
haber quedado sumergido.
Nota de prensa, 10 de diciembre de 2020:
El (re)descubrimiento el verano del año pasado del
dolmen de Guadalperal, un monumento megalítico erigido
en torno al 4000 a.C. en lo que hoy en día es el embalse
de Valdecañas, en la provincia de Cáceres, fue un verdadero
acontecimiento mediático reseñado en los periódicos
y televisiones de todo el mundo. Por su valor histórico
y su excepcionalidad, la Dirección General de Bellas
Artes creó un grupo de trabajo para garantizar su conservación.
Tras unas rápidas labores de reconocimiento y estabilización
de los ortostatos, el conocido como Stonehenge español
volvió a quedar sumergido.
A pesar de las limitaciones provocadas por la pandemia,
los expertos del Instituto del Patrimonio Cultural de
España (IPCE), la Universidad Complutense de Madrid
y el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQVA)
han seguido recabando datos para la mejor comprensión
y el control del yacimiento. La semana pasada finalizó
la primera campaña de prospecciones subacuáticas, en
la que los investigadores, a bordo de una zódiac, han
sondado con un sistema de multihaz y un sonar de barrido
lateral más de 12 millas náuticas (23 kilómetros lineales)
para recrear tridimensionalmente el fondo del pantano.
Esto nos permite analizar varias cuestiones: la preservación
de los yacimientos, su estado, las posibles afecciones
que pueden presentarse en un futuro, cómo funcionan
los sedimentos, si ha habido un desplazamiento de rocas
y la forma en que eso puede afectar a los sitios arqueológicos",
explicó Enrique Cerrillo, profesor de Prehistoria
en la UCM y uno de los directores de las investigaciones.
A falta de procesar e interpretar los datos, hay optimismo
moderado respecto a la salud del dolmen: "Tenemos controlada
una situación que hace un año parecía incontrolable.
Si se registra alguna alteración lo vamos a saber".
El sonar es como si hicieras una fotografía aérea y
el multihaz sería más como una ecografía o una resonancia
que se ve en tres dimensiones", aclara Rocío Castillo
Belinchón, arqueóloga subacuática del ARQVA, que también
ha intervenido en esta primera campaña y considera estos
primeros resultados como "muy prometedores". La segunda
tecnología, por ejemplo, se ha utilizado para investigar
pecios como el de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes,
hundida del sur de la costa de Portugal. El esquema
de trabajo de los científicos, que se han valido de
los medios técnicos del Instituto Hidrográfico de la
Marina del Ministerio de Defensa y han contado con la
colaboración de la Junta de Extremadura y de la Confederación
Hidrográfica del Tajo, consiste en obtener modelos tridimensionales
en alta definición del conjunto megalítico y su entorno
para monitorizar su evolución y hacer un seguimiento
periódico. En septiembre de 2019, cuando el yacimiento
todavía estaba en seco, utilizaron escáner láser y drones.
Esos datos, comparados ahora con los recogidos con el
sondador multihaz, desvelarán si los más de cien menhires
se han movido o si el pantano aporta sedimentos que
protegen el monumento o lo erosionan.
"En esta campaña se ha registrado una doble novedad:
los compañeros del Instituto Hidrográfico de la Marina
nos han dicho que nunca habían hecho una batimetría
ni utilizado la teledetección para documentar un yacimiento
en un embalse de España", destaca Rocío Castillo, la
especialista del Museo Nacional de Arqueología Subacuática.
Hasta el momento no se han realizado inmersiones en
el pantano ni están previstas, pero no se descartan
si llegado el caso son necesarias.
Aunque el dolmen alcanzó fama universal el pasado verano
—el Ministerio de Cultura y Deporte ya ha abierto un
proceso para declarar el sitio arqueológico Bien de
Interés Cultural—, la comunidad académica lo tenía más
que fichado. "Para la gente esto es como una novedad
que ha aparecido ahora, pero llevamos fotografiando
el dolmen desde 2012 y existe un registro anterior",
apunta Enrique Cerrillo, experto en Prehistoria Reciente
de la Península Ibérica y con más de una década de experiencia
en el estudio de estos monumentos sumergidos. Y apunta
un riesgo explícito de esa fama: "Realmente el movimiento
de piedras es nulo, afectan más las visitas, con las
que se han llegado a partir piedras". El tesoro de Guadalperal,
como también se lo conoce, fue excavado entre 1925 y
1927 por el prehistoriador y geólogo alemán Hugo Obermaier.
Como en aquel momento no existían las dataciones por
carbono-14, se ofreció una cronología aproximada en
base a los hallazgos de restos cerámicos. Esas fechas
se han podido precisar algo más gracias a las investigaciones
recientes en otros dólmenes próximos —algunos también
están sumergidos—. El Stonehenge español, según estos
paralelismos, se construyó hace unos 6.000 años y probablemente
sobre un poblado más antiguo. En 1963 quedó bajo el
agua tras la construcción del embalse de Valdecañas.
Los trabajos de este grupo, que reúne a algunos de
los mayores especialistas españoles en arqueología megalítica,
no se circunscriben exclusivamente al monumento que
ha sido noticia a nivel mundial. "Guadalperal no era
un unicum, estaba rodeado por más de una decena de dólmenes
semejantes que estamos reconociendo. Estudiándolos por
fuera, su distribución, dónde se ubicaban, el tamaño
que tenían... también nos ayuda a comprender Guadalperal",
explica el doctor por la Universidad de Extremadura.
Una de las especificidades de este monumento monolítico,
añade, es que fue uno de los primeros de su 'familia'
que se estudiaron en España con metodología arqueológica.
Sin embargo y paradójicamente, se conoce mucha menos
información sobre el conjunto de Guadalperal que de
otros aledaños o similares.
Ángel Castaño, presidente de la asociación cultural
Raíces de Peralêda y principal impulsor de la puesta
en valor del dolmen, se muestra satisfecho con los nuevos
estudios: "Nos parece un reconocimiento de su importancia
y de que las autoridades se lo han tomado en serio,
ojalá sirva no sólo para conocer más datos de él sino
para avanzar en su conservación". Y añade: "También
nos parece muy conveniente el hecho de que quieran prestar
atención a toda la cuenca del embalse, pues esta zona
encierra uno de los puntos arqueológicos más importantes
de la Península y hasta ahora no ha merecido la atención
de casi nadie. Esperamos, no obstante, que el hecho
de ampliar el radio de actuación a todo un extenso conjunto
del patrimonio no termine por convertir los necesarios
objetivos concretos en deseos generales más etéreos".
Y es que los investigadores están catalogando cualquier
tipo de elemento arqueológico que haya en la zona, como
la antigua ciudad romana de Agustóbriga, también sumergida
en el pantano, que corre "más peligro" de pérdida. Un
sitio muy interesante porque tuvo una primera ocupación
durante la I Edad del Hierro, luego se superpuso el
asentamiento romano y sobre este se instaló la localidad
de Talavera la Vieja. "Lo poco que se conocían eran
monumentos aislados, cosas muy puntuales, pero hay infinidad
de estructuras romanas en ese entorno y nos interesa
saber en qué estado están", revela Enrique Cerrillo,
y cierra con una ambiciosa conclusión: "Guadalperal
ha sido una excusa para hacer otras cosas más".
Perfil de Twitter de Enrique Cerrillo.
Nota de prensa, Marzo de 2022:
"Cuando en 1984 desahuciaron a mi abuela María yo tenía
ocho años. Desde 1978 ella pasaba temporadas en Jánovas,
y eso nos permitió a mi hermana Maite y a mí disfrutar
de los primeros veranos de nuestra infancia en aquel
idílico pueblo". Tras la expropiación, la familia se
trasladó a Barcelona, aunque "mi abuela volvía siempre
que podía a Jánovas, donde seguían los Garcés, Emilio
y Francisca, que vivían allí de forma permanente y a
los que queríamos como si fueran también nuestros abuelos".
Así relata Eva Muñoz Buisán su relación con el pueblo
en Jánovas: agua y población, editado por el Instituto
de Estudios Altoaragoneses.
Nota de prensa, Agosto de 2022:
El trimestre comprendido entre mayo y julio de 2022
ha sido el más seco en el conjunto de España desde que
hay registros, que comenzaron hace 57 años, según datos
facilitados por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET)
que confirman que excepto marzo y abril con lo transcurrido
hasta ahora, el año 2022 está siendo muy seco.
Pásate por JyV >> Fotografía >>
Agosto 2022.
Nota de prensa, Noviembre de 2022:
En el invierno del 2008 al 2009, las compuertas de
La Breña se dejaron abiertas para siempre. Poco a poco,
el agua comenzó a sumergir este antiguo embalse, construido
en los años treinta del siglo XX cerca de la desembocadura
del río Guadiato en el Guadalquivir, en Almodóvar del
Río. En la histórica temporada de lluvia del 2010, el
agua cubrió por completo la antigua Breña, que se sumergió.
A apenas 100 metros se levantaba una enorme mole de
hormigón capaz de retener diez veces más agua y, por
tanto, de garantizar el regadío de todo el Bajo Guadalquivir.
En este otoño de 2022, la antigua Breña ha emergido
de manera notable. Un 20% de la antigua presa es completamente
visible. Pero aún así, y sin tener en cuenta el embalse
actual, estaría al 80% de su capacidad. Y esta es una
de las grandes evidencias de que aunque muy notable
la sequía en la zona al menos no es dramática.
En el invierno de 2008, La Breña estaba al 30% de su
capacidad. Entonces, apenas retenía unos 30 hectómetros
cúbicos de agua. La sequía de los años anteriores había
menguado su reserva, mientras el Ministerio de Medio
Ambiente construía el segundo embalse. Su llenado, que
iba a superar los 800 hectómetros cúbicos de agua, no
se esperaba al menos hasta una década después. Pero
ocurrió antes. En el año 2013 comenzó a aliviar agua.
Pero desde entonces, esa imagen histórica no se ha vuelto
a repetir.
La Breña II es un embalse que se construyó exclusivamente
para aprovechar el gran cauce del río Guadiato, con
sus escorrentías en Sierra Morena, para almacenar agua
suficiente para todo el regadío del Bajo Guadalquivir,
principalmente en la zona de Palma del Río y en la provincia
de Sevilla. Además, se construyó una estación de bombeo
para aprovechar también el cauce del Guadalquivir. El
río grande de Andalucía suele alcanzar grandes caudales
en periodos intensos de lluvias. Para aprovecharlos,
esa estación bombearía agua al interior de La Breña
II, lo que haría que fuese posible llenarla de una manera
muy rápida. Nunca se ha llegado a activar la estación.
Hoy día no es fácil llegar a tocar agua en La Breña.
Hay que bajar una fuerte pendiente en la ladera descubierta
que ha dejado la sequía. El embarcadero y la playa de
Almodóvar del Río está cada vez más lejos del centro
construido para aprovechar deportivamente las aguas.
Las embarcaciones también han bajado a una profundidad
que da vértigo cuando se observa en el horizonte la
enorme mole de hormigón de La Breña II y sus 119 metros
de altura. La sequía ha emergido también la antigua
carretera que alcanzaba a La Breña I y que la circulaba.
También es imposible llegar legalmente a la zona. Los
caminos están cortados al tránsito por vallas y medidas
de protección para evitar desgracias. Pero observarla
desde las alturas rememora recuerdos de las obras y
de años y décadas de protestas de los agricultores,
que fueron los que más lucharon por la construcción
de un embalse que, de persistir la situación, no podrá
regar esta campaña sus campos.
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Aprovechando el descenso del caudal del Río
Guadiana en 2017 para acabar con el Camalote, especie invasora
que se trataba de erradicar se pudo hacer un paseo por el
cauce seco, visitanto alguno de los cerca de 11 Molinos Harineros
que existen (y que llegan a un total de 16 si añadirmos los
que se encuentran en el Río Albarregas y en las cercanías
de Aljucén). Son de los Siglos XVI a XVIII y el grano era
destinado al ejército en la gran mayoría de los casos.
Molino II de Mérida.
Molino III de Mérida.
Predomina el emplazamiento de los molinos en
la orilla derecha. Sin duda este hecho está motivado por la
situación en esta orilla de los nucleos poblacionales como
es el caso de Mérida.
Calzada Romana.
Por otra parte destacar la reutilización de
material constructivo anterior, teniendo en cuenta que nos
situamos en la zona de influencia de lo que fue Emerita Augusta
no es extraña la reutilización de sillares romanos en los
molinos, también se dan estelas funerarias, cornisas y molduras.
Nota de prensa, Febrero 2024:
La declaración de emergencia por sequía en Cataluña
ha empujado a muchos ciudadanos a viajar hasta el pantano
de Sau (Barcelona) para comprobar con sus propios ojos hasta
qué punto se han reducido las reservas de agua y dar fe así
de la urgencia de medidas para reconducir la situación. "Es
terrorífico. Hace años venía en verano de campamentos aquí
e íbamos con canoas hasta el lago. Es desolador ver cómo está
ahora el pantano", se lamenta, en declaraciones a EFE, Oriol,
mientras mira hacia el embalse, que se encuentra al 4 % de
su capacidad. La escasez de agua ha dejado ya casi completamente
a la vista el antiguo pueblo de Sant Romà de Sau (Barcelona),
que quedó inundado hace años al crearse el pantano. "Es muy
triste. Antes, este lugar estaba lleno de agua. Me habían
dicho que la escena era muy triste y he querido venir a ver
si era verdad. Y me he quedado anonadado", ha explicado Carlos,
que paseaba también este por los alrededores del embalse.
Guillem también narra que ha venido con toda
la familia en una decisión "improvisada". "Hemos visto las
noticias sobre las restricciones en la tele y los niños querían
venir a ver el pantano. Es muy impactante", ha añadido. Ya
hace semanas, si no meses, que el pantano de Sau, situado
a poco más de una hora en coche de la capital catalana, se
ha convertido en un destino de una suerte de 'turistas de
la sequía', y en estos tres años de déficit de lluvia ha servido
como termómetro para conocer de un solo vistazo el nivel de
gravedad de la emergencia. El Govern decretó el la emergencia
por sequía en Cataluña, una situación nunca antes vista en
la comunidad y que comporta restricciones en piscinas, en
el riego, actividades agrícolas, industriales y recreativas.
La dotación máxima de agua pasa a ser de 200 litros por habitante
y día. Para la entrada en emergencia, el plan de sequía establece
que la capacidad de los embalses debe bajar del 16 % en la
unidad afectada, umbral al que se encuentra el sistema Ter-Llobregat,
el conjunto de pantanos, acuíferos, desalinizadoras y plantas
de potabilización más importante de Cataluña, que abastece
a seis millones de habitantes.
Nota de prensa, Junio 2024:
Para celebrar los 20 años de EL 9 TV se ha coproducido
junto a la XAL (Red Audiovisual Local SL) el documental SAU.
La memoria sumergida. La historia humana de los pantanaires
que durante más de veinte años construyeron la presa de Sau.
El documental contiene imágenes inéditas que muestran cómo
era la vida en Sau antes de la del pantano y son las únicas
imágenes en movimiento donde aparecen en plena posguerra,
gente del sur de España que llegaron para trabajar en una
de las zonas más aisladas y empobrecidas de Cataluña: el valle
de Sau.
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