El Cementerio General de Valencia tiene su origen en las
medidas tomadas en la Real Cédula de 3 de abril de 1787 por
el gobierno de Carlos III de España para atajar los numerosos
problemas sanitarios ocasionados por los enterramientos en
las iglesias durante el siglo XVIII, y en la que se prohibía
los enterramientos intramuros. Hasta la construcción de esta
nueva instalación la ciudad de Valencia tenía trece cementerios
intramuros, cada uno correspondiente a una parroquia y además
también contaba con los cementerios conventuales, además de
las sepulturas instaladas en el interior de ciertas capillas,
claustros o en el interior de templos, e incluso bajo criptas
subterráneas, destacando las dos existentes debajo de la Catedral
de Valencia o en las iglesias de los Santos Juanes, la de
la Iglesia del Carmen (que contaba con una cripta en el propio
templo y otra en la capilla de la Tercera Orden; la de los
templos Trinitarios (los descalzos en el Templo de Nuestra
Señora de la Soledad, los calzados en la del Remedio; ambos
templos desaparecidos); la de San Juan del Hospital ...
Los encargados del proyecto fueron los arquitectos municipales
de Valencia, Cristóbal Sales y Manuel Blasco. Las obras de
su construcción empezaron en julio de 1805, siendo inaugurado
en el año 1807. El estilo formal del cementerio es neoclásico.
En el cementerio se pueden admirar numerosos panteones y esculturas
de estilo modernista valenciano y ecléctico de indudable valor
arquitectónico y artístico, realizados por arquitectos y escultores
de renombre. En un primer momento estaba formado por un recinto
rectangular de unos 3.200 m² destinado a fosa común, murado,
con un único acceso, constituido por una puerta centrada en
su muro Este, que interiormente daba a un paseo central, que
dividía el espacio en dos cuadros, finalizado en una capilla,
situada en el fondo, adosada a su muro Oeste. En 1808 se construyen
los primeros pabellones de nichos, dispuestos alrededor del
conjunto y tras la Iglesia, de forma que se mantenía en el
centro del recinto el espacio para sepulturas. Tras el alzamiento
contra los franceses, el cementerio fue abandonado y convertido
en corral para ganado. En 1811, una denuncia del Ayuntamiento
dio lugar a su rehabilitación por parte del Arzobispado.
Animado día de Todos los Santos.
La primera ampliación del cementerio general se realizó en
el año 1860, hacia el oeste, quedando la capilla exenta y
en el centro del conjunto. Se amplió el número de manzanas
de nichos y en los cuadros, a partir de la construcción de
los dos primeros panteones (Juan Bautista Romero, en 1846,
y Virginia Dotres, en 1851) comenzó a generalizarse la construcción
de monumentos y mausoleos para las familias adineradas de
la ciudad. Las ampliaciones continuaron hacia el sur con la
construcción, en 1880, del “patio de las columnas”, denominado
así por encontrarse circundado por un pórtico dórico de 170
columnas proyectado por los arquitectos J. Calvo, L. Ferreres
y J. Arnau. En el centro de este patio se levantó la “cruz
del cólera”, de Antonio Ferré (1892), quedando el espacio
central dividido en cuatro cuadros destinados a panteones.
A esta ampliación siguió la sala de espera (1886) y el Cementerio
Civil (1892), al sur, y el “patio de las palmeras” (1907)
al norte.
Partiendo de los planos disponibles de Cartografía histórica
de la ciudad de Valencia (1704-1910), la primera referencia
cartográfica al cementerio general de Valencia aparece en
los planos elaborados por el ejército francés, bajo el mando
del Mariscal Suchet, durante las campañas militares de 1812
( “Plan de Valence asfiegeé et prise le 9 Janvier 1812 par
l’Armeé Française d’Aragon aux ordres de S.E. Le Marechal
Suchet, Duc d’Albufera.”). Posteriormente, su configuración
inicial se recogerá en el “Mapa de la ciudad de Valencia del
Cid hasta una legua en contorno de ella”, de Cristóbal Sales,
realizado en 1821, y en el “Plano de Valencia y sus alrededores”,
realizado por el ejército en su Campaña Topográfica de 1882.
En estos planos se localiza sobre el territorio la situación
de los terrenos del cementerio, pero su configuración espacial
y arquitectónica se trata de una forma muy aproximada.
Recorte de prensa de 1935, donde se informa
del futuro mausoleo de Vicente Blasco Ibañez.
Es en los planos catastrales de 1929-1945 donde se recoge
con detalle su configuración precisa, grafiándose el cementerio
primitivo, su primera ampliación, el patio de las columnas
y la primera fase del cementerio civil, así como las secciones
3a, 4a derecha, 5a y 7a, proyectadas según la tipología claustral
utilizada en el patio de las columnas, incluido el porticado
circundante que nunca llegó a construirse. El linde Oeste
del cementerio es la acequia de Favara y, hasta este límite,
el espacio no ocupado por sepulturas es destinado a sala de
autopsias, horno crematorio, depósito de materiales y terrenos
de reserva para su futura expansión. Durante las décadas de
1950-1970 se ejecutaron nuevas ampliaciones del cementerio
hacia el oeste y hacia el sur, siguiendo el terraplén del
ferrocarril que discurre paralelo al nuevo cauce del río Turia.
Con la aprobación, el 28 de diciembre de 1988, del Plan General
de Ordenación Urbana de Valencia, las últimas ampliaciones
se han producido hacia el norte, dando lugar a la construcción
de nuevos bloques de nichos sobre el antiguo Camino de Mandingorra
y hasta el actual Bulevar Sur.
Las capillas en los cementerios están íntimamente relacionadas
con la antigua práctica litúrgica de celebrar tres misas el
día de los fieles difuntos, costumbre que fue muy temprana
en Valencia, más concretamente en el convento de Santo Domingo,
donde eran ya habituales antes de que en 1748 el papa Benedicto
XIV la confirmara solemnemente. Es por ello que resultaba
obvia la necesidad y adecuación de la construcción de una
capilla en el nuevo cementerio municipal que estaba planificándose,
y se sitúa como centro del recinto originario, directamente
unido a la entrada al recinto. La capilla es de dimensiones
medianas, y de una gran sobriedad arquitectónica, pese al
monumental pórtico que la singulariza. El acceso al templo
se hace tras subir tres escalones que dan al pórtico abovedado
que precede al templo en sí a modo de nártex abierto; a través
de una sencilla puerta. La planta del templo es cuadrangular,
sin capillas laterales y escasa decoración interior, que queda
limitada a un doble friso arquitrabado corrido en el que se
abren dos ventanas en cada flanco mayor. El altar mayor se
decora con una hornacina enmarcada en dos columnas jónicas
con la imagen del Cristo crucificado como centro de atención
y devoción. La capilla también se ha utilizado como lugar
de enterramientos, presentando en sendos departamentos dos
enterramientos colectivos, adicionados a los muros laterales
externos de la capilla y que presentan lucernarios propios.
Uno de ellos corresponde a la sepultura de los regidores muertos
en el ejercicio de su cargo, constituido por 60 nichos, construido
originariamente en 1826 y al que se puede acceder tanto desde
el interior de la capilla a través de una puerta lateral,
como desde el exterior que se sitúa en la parte posterior
de la capilla, abierta durante las obras de la ampliación
de 1860; mientras que el otro se reservó para religiosos o
sacerdotes fallecidos en "opinión de santidad, venerables
en el sentir o declaración canónica eclesiástica"; que presenta
acceso desde el interior de la capilla desde el flanco derecho
de la misma.
De dudoso gusto o verdaderas obras de arte.
Desde que se construyó el cementerio general de Valencia
hasta prácticamente mediados del siglo XX, los cementerios
tenían en España un principio confesional, y estaban destinados
a la sepultura de los fieles y eran propiedad de la Iglesia
según precepto canónico, sin tenerse en cuenta si la construcción
la había llevado a cabo la Iglesia o el Consistorio. En el
caso del cementerio de Valencia la autoridad eclesiástica
reservó al Ayuntamiento, el constructor, a título de indemnización
y conservación, el derecho de administrar los ingresos y hasta
de nombrar capellán, responsable y jefe superior del cementerio
a las órdenes inmediatas de la Comisión de Cementerios y encargado
de llevar al día el libros de registro de sepultados. Ahora
bien, en 1870, con la votación de la neutralización de los
cementerios en las Cortes Constituyentes, que estaba fundamentada
en el principio de libertad de culto, que se había establecido
en la constitución de 1869, se vio la necesidad de crear una
zona especial para la digna sepultura de personas que no practicaran
credo alguno. Pero el proyecto se retrasó hasta 1876, año
en que la nueva Constitución establecía el principio de tolerancia
de cultos, lo cual propició la constitución, en 1889, de lo
que se conocería como Cementerio Civil.
Fosa común del Cementerio General. El
Ayuntamiento anunció la dignificación del espacio
en 2019.
Este cementerio quedaba integrado dentro del espacio del
cementerio General, pero estuvo incomunicado con éste hasta
la secularización de los cementerios que tuvo lugar durante
la II República, y formó nuevamente un recinto aparte desde
1939 a 1979, hasta que finalmente quedó incorporado a la sección
4ª izquierda. Estaba formado por unos 1222 m², dentro de los
cuales se destinó unos 330 a la vivienda del conserje, sale
de observación y otras dependencias. La entrada exterior a
este cementerio estaba en el antiguo camino de Picasent, y
la obra se debe al arquitecto municipal Luis María Cabello.
En esta área destacan:
Mausoleo de Alfredo Calderón, de 1911, obra de Rafael Moreno
y escultura de Francisco Paredes. Monumento a Constantí Llombart,
por suscripción popular, datado de 1901. Tumba de Vicente
Sorribes Sánchez, con busto del difunto, obra de Joaquín Bo.
Tumba de la familia Cañizares, con un friso de bajorrelieves
obra de Manuel Silvestre de Edeta. Tumba de A. Calleja, en
la que descansan los restos de la mujer de Pablo Iglesias,
Amparo Meliá Morroig.
La excusa para adentrarnos en la historia del Cementerio
General de Valencia viene a colación de las rutas guiadas
que realiza el erudito Rafael Solaz, al que pronto entrevistaremos,
la última de las cuales, de esta temporada, hemos disfrutado
hace apenas unas horas.
El Museo del Silencio nos acerca a una visión única
en un entorno tan cercano como desconocido.
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La visión que recibes al traspasar la
entrada principal.
La sepultura de Felix Pizcueta nos recibe desde
la derecha.
Patio de las columnas. Se quedó pendiente
un patio gemelo pero por causas que Rafael revela, no se llegó
a desarrollar. ¿Quieres saber el motivo?
Tremendamente didáctico y cercano, explicando
la simbología de las tumbas. Cascabeles o flores siemprevivas.
Público atento y hetereogeneo. Como se
aprecia en la imagen, unos pequeños nichos en la parte
superior sirven para dar cabida a los restos oseos mas antiguos
y asi liberar espacio en los nichos mas modernos.
Al historiador y escritor Rafael Solaz le gusta
decir que los cementerios no son espacios de muerte, sino
de vida, porque allí se conservan los nombres de personas
que tienen una historia vital detrás.
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Aunque gaditano de nacimiento e italiano de
sangre Féliz Azzati siempre se consideró, dicen, valenciano
de corazón. Su familia llegó desde Italia exiliada a España
a principios del 1800. Su padre Giovanni había sido director
de orquesta en su país natal aunque en Valencia tuvo que dedicarse
a otros menesteres como lañador de cachorros o vendedor de
paraguas. Azzati creció en las calles de Valencia, y tras
los años de colegio fue aprendiz de obrero forjador sin embargo
el amor por las letras y el arte infundadas y heredadas de
su padre podían más que estos trabajados más toscos y mecánicos.
En sus ratos libres traducía obras, como la de Pirandello,
y decidió seguir formándose, incluso estudió en Derecho. Pero
había algo que le reconcomía por dentro y era la de informar,
la de contar historias, Azzati quería crear noticias. Fue
uno de los fundadores del exiguo periódico El Pueblo y no
tardó en incorporarse al Partido de Unión Republicana Autonomista,
llevando a cabo una estrecha relación de amistad con el mismo
Vicente Blasco Ibáñez, que además le sucedería en 1906 como
director de El Pueblo ya que Blasco le vendió el periódico
y también como jefe del partido en Valencia.
Y de nuevo, dejamos otra duda en el aire, puesto
que la lápida de la familia Azzati fue diseñada
por ... Y acabó reposando en ...
Destacado blasquista, Vicente Marco Miranda
desde 1905 formó parte de la redacción de El Pueblo, del cual
el periodista Félix Azzati lo nombró redactor jefe. Fue concejal
y cabeza de la minoría republicana en el Ayuntamiento de Valencia
hasta la llegada de la dictadura de Miguel Primo de Rivera.
Participó activamente en todas las conspiraciones que tuvieron
a Valencia como protagonista, sufriendo varios encarcelamientos,
actividades que refirió en su libro «Las conspiraciones contra
la dictadura» (1930). Al proclamarse la República en 1931
fue elegido alcalde provisional de Valencia, pero al poco
tiempo fue nombrado gobernador civil de Córdoba.
El laurel tiene un simbolismo funerario, como
otras especies de hoja perenne que se relacionaban con la
vida eterna. De hecho, todavía hoy se usa para adornar las
tumbas en muchos lugares.
Dignificación de restos, seres humanos
que tiempo atrás soñaron, vivieron y amaron.
Alfredo Calderón (19850 – Valencia 1907. Pedagogo)
fue un gran pedagogo que creó la Institución Libre de Enseñanza.
Relacionado con el mundo de la enseñanza formó parte del círculo
de Giner de los Ríos. El panteón es una magnífica obra escultórica,
obra de Paredes, que representa una figura desnuda grabando
el año de la muerte de Calderón: 1907. Este panteón fue costeado
por suscripción popular.
El antiguo cementerio civil fue inaugurado en
agosto de 1892 por la aprobación de ley de libre pensamiento.
Era independiente del Cementerio General de Valencia. Allí
se inhumaron todo tipo de librepensadores, laicos y extranjeros.
También se encuentran tumbas hebreas. Después de la guerra
civil este cementerio formó parte de una sección más del “General”,
comunicándolo con otras secciones y abriéndose tres puertas
más de acceso. Aquí se hallan enterrados personajes ilustres
como Blasco Ibáñez y varios miembros de su familia, el periodista
Azzati, el escritor Constantí Llombart, Amparo Meliá, esposa
de Pablo Iglesias …Y familias como Cañizares, Saludes, etc.
Llaman la atención las tumbas de difuntos hebreos y también
aquellas que no disponen de lápida, simplemente tapadas por
la hiedra que las cubre.
Amparo Melià Monroig nació en Valencia en 1860.
Fue la mujer de Pablo Iglesias, fundador de la formación política
Partido Socialista Obrero Español “PSOE”. Formaron pareja
con domicilio en Madrid. Ella participó en varios actos políticos,
siempre en colaboración con su marido. Se afilió a la Agrupación
Socialista de Valencia y Madrid. Dicen que sus consejos fueron
determinantes en el proceder de su pareja -posteriormente
marido- ya que se unieron en matrimonio en 1921. Anteriormente
había estado casada, pero por el tiempo enviudó y fue entonces
cuando se casó de nuevo con Pablo Iglesias. Se trasladó a
Valencia al comienzo de la guerra civil, y casi ciega falleció
en 1945, siendo enterrada en el entonces llamado Cementerio
Civil.
Rafael promovió la puesta en valor.
Por avatares de la historia Vicente Blasco Ibáñez
acabó lejos del mar. Pero no demasiado.
El 29 de octubre de 1933 el féretro del político
y novelista entraron en el puerto de Valencia procedentes
de Menton (Francia), donde había muerto en 1928.
Los restos mortales de Vicente Blasco Ibáñez
llegaron al Puerto de Valencia el domingo 29 de octubre de
1933 , procedentes de Menton (Francia), donde había muerto
en 1928. Allí los recibieron el presidente de la República,
Alcalá Zamora, cinco ministros y varios embajadores, además
de las autoridades valencianas. Sus restos llegaron en el
Jaime I a las diez de la mañana, ya entonces la carrera por
la que tenía que pasar el cortejo estaba repleta de público.
Por el camino del Grao, y a hombros de veintidós
hombres, fue llevado el ataúd, de caoba con herrajes de oro
en forma de libro, con la inscripción 'Los muertos mandan',
título de una de sus novelas. Tres horas después llegó la
comitiva al puente de Aragón, con la Guardia municipal montada,
una batería de Artillería, una compañía de Infantería y bandas
de música. El féretro fue llevado al salón columnario de la
Lonja, donde fue visitado por muchos valencianos hasta el
5 de noviembre. Ese día fue enterrado en el cementerio, no
sin pasar antes por El Pueblo. Días antes, el 25 de octubre
una comisión, con el alcalde, llegó a Mentón. Sus restos fueron
llevados del cementerio a Fontana Rosa , finca en la que vivió
y murió Blasco. Los recibió Elena Ortúzar, su viuda, y su
hijo, Sigfrido Blasco.
Asistieron 400.000 personas. La despedida de
un agitador de masas.
La agitada vida de los restos de Blasco Ibáñez:
Caminando entre las calles del cementerio encontramos
a unos seres peludos que ni limpian ni vigilan. Pero ahí están.
Curioso detalle ...
En la Sección 3ª izquierda, se erige una gran
cruz conocida también como “monumento a los muertos del cólera”,
en memoria de todas aquellas personas que fallecieron a causa
de este mal. Adecentada por el abandono, Rafael promovió
su restauración, entre otros logros en el camposanto.
Como bien se dice, la muerte no entiende de
ideologías.
Manuel Granero Valls fue un torero español nacido
en Valencia el 4 de abril de 1902 y muerto en Madrid el 7
de mayo de 1922 por el toro Pocapena del Duque de Veragua.
Como comenta Rafael, la tercera generación
ya no recuerda a sus ancestros.
Una placa con sus palabras nos lo recuerda al
llegar al camposanto.
La erosión borra los nombres y aviva
el olvido.
El nicho 1501 guarda una historia apasionante.
Un señor que no cambiaba de suegros, muchas flores
y la muerte acechando con su guadaña.
"Ahora vamos al panteón de un desconocido."
El humor y la muerte.
La familia Moroder tuvo grandes proyectos empresariales
y fue referencia en el siglo XIX. A ellos se debe, entre otras,
la comercialización de las cerillas marca “El Globo”, que
sustituyeron a las pajuelas (pallús) que eran vendidas por
los “palleters”.
Sin duda el Panteón de la Familia Moroder es
uno de los más bellos del Cementerio General de Valencia.
Corresponde a la familia Moroder quienes le encargaron al
escultor Mariano Benlliure tan bello conjunto. El ángel que
invita a pasar a la cripta es de una gran belleza. Destaca
el simbolismo mortuorio y las dos figuras de la parte superior,
que representan el desconsuelo.
El conjunto sufrió el robo de los preciados
metales, siendo sustituidos los elementos por réplicas
de menor valor.
En la primera década del siglo XX, Valencia
era muy distinta a como es ahora. El entorno del Cementerio
General, construido entre 1805 y 1807, era huerta, y el camposanto
se encontraba alejado de la ciudad. Había una dama que visitaba
todas las noches un mausoleo de reciente construcción situado
cerca de la entrada. Para encontrarlo en las oscuras noches
del cementerio, se hizo instalar una lámpara que iluminaba,
con luz eléctrica, el tétrico ángel del juicio final, obra
de Josep Carreras, que abría la tumba de la que salían los
muertos al toque de la trompeta del heraldo. El mausoleo,
aún en pie hoy en día, sigue causando escalofríos y la lámpara,
oxidada con el tiempo pero con una nueva bombilla, continúa
ahí, impertérrita, sin desvelar el misterio que hay tras esa
primera luz en medio de la oscuridad.
El panteón es el de la familia Risueño-Ortiz
y data de 1909. Se encuentra en la sección primera, una de
las zonas más viejas del cementerio, y ante él se ha pasado
horas Rafael sin que haya podido desentrañar el misterio de
esa bombilla. "Si no es la primera, sí es una de las primeras
luces de la ciudad", explica. Solaz relata que una mujer visitaba
todas las noches el mausoleo, y para hallar el panteón se
hizo instalar esa luz. "Me dijeron que había una señora de
la familia, muy mayor, que iba a velar a sus difuntos y, cuando
anochecía, sobre todo en invierno, tenía la luz para saber
dónde estaba la tumba y se sentaba junto a ella", describe.
Solaz, aunque no tiene contrastada la historia, la ve "muy
posible".
"El mausoleo no pasa desapercibido", indica.
Y de hecho, es así. "Representa una escultura con el ángel
del apocalipsis y del juicio final. Está abriéndose la tumba
y aparecen personas fallecidas", describe Solaz, el mejor
cicerone que puede tener el cementerio.
Los primeros 80 nichos.
En el primer año del Cementerio General de Valencia
no existían los nichos. Se construyen con el fin de aprovechar
el terreno y ahí están inhumados las familias que ya tenían
unos derechos adquiridos en los cementerios parroquiales.
Así, no es extraño ver inhumados los restos de algún que otro
miembro de la alta sociedad valenciana y también a uno de
los últimos inquisidores, Rodríguez Laso. Normalmente estos
nichos están comprendidos con fechas del primer tercio del
siglo XIX. Al construirlos sobre el muro dejaron tapados los
primitivos azulejos que se hallaban adosados indicando la
presencia y distancia de las tumbas, en un momento en que
no existían las lápidas que recordaran a los difuntos, un
sistema rudimentario. De otra época.
Aquí está enterrado también Manuel Blasco Vergara,
uno de los arquitectos, junto con Cristobal Sales, arquitecto
y académico valenciano, que proyectaron el Cementerio General
de Valencia. Inicialmente, se trataba de un recinto rectangular
de unos 3.200 metros destinado a fosa común, murado, con un
único acceso centrado en su muro Este del que partía un paseo
central que dividía el espacio en dos cuadros y que finalizaba
en una capilla, situada en el fondo, adosada a su muro Oeste.
Algunas lápidas rezan inscripciones que
reflejan la forma de expresarse así como la mentalidad
de la época.
Dejamos la duda para que Rafael la resuelva.
Pásate por nuestro canal de YouTube para
finalizar la ruta, con una interesante explicación
junto al féretro de Vicente Blasco Ibáñez.
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El Cementerio Británico se encuentra
cercano.
La especial situación planteada por la presencia
de tropas británicas en suelo español durante la Guerra de
la Independencia, así como la existencia previa de comunidades
extranjeras, especialmente comerciantes ingleses en ciertas
zonas de la península, fuerza a Fernando VII a emitir la Real
Orden de 13 de noviembre de 1831, expresando no existir ningún
impedimento en que los ingleses adquieran terrenos para sus
cementerios. Era el primer paso.
Curiosamente, el primero, ese mismo año, sería
en Málaga, conocido como cementerio inglés, por su importante
colonia británica y su cercanía a la colonia de Gibraltar.
Años más tarde, la Revolución de 1854 significó la construcción
de cementerios civiles, también conocidos como de los ingleses,
protestantes o evangélicos en diversas ciudades de España.
De esta forma, la Ley de 29 de abril de 1855 permitiría la
conducción, depósito y entierro con el debido respeto a los
restos de aquellas personas que murieran fuera de la comunidad
católica en todas aquellas localidades en las que la necesidad
lo exigía a juicio del gobierno, y donde éstos no fueran creados,
los alcaldes y ayuntamientos tomarían las medidas oportunas
para evitar cualquier acto de profanación.
El 28 de octubre y el 1 de noviembre son los
dos únicos días en los que abre al público. «Solo podemos
abrir para Todos Santos, porque este espacio no es municipal,
lo mantenemos los voluntarios. No tenemos dinero para pagar
un guardia de seguridad, hemos sufrido mucho vandalismo así
que es la decisión que tomamos», explica Diana Clifton de
la Fundación Cementerio Británico de Valencia.
Clifton hace recuento: «los ingleses eran expertos
en la construcción de las vías del tren, los noruegos se encargaban
del puerto y los alemanes eran expertos en el metal»; así
hasta 22 nacionalidades de técnicos, ingenieros y mano de
obra procedentes de todas las partes de Europa, que vinieron
a Valencia en el siglo XIX para contribuir en su industrialización.
Con el paso del tiempo y el cambio de generaciones,
empezaron a fallecer los miembros de estas familias que se
habían asentado en la ciudad. «No podían enterrarlos en el
Cementerio Municipal porque no eran católicos, surgió como
una necesidad de tener un espacio para todos ellos, también
por falta de sitio», asegura Diana Clifton. Además de vandalismo,
el Cementerio sufría el deterioro del paso de los años. La
falta de mantenimiento y limpieza lo llevó al olvido de los
residentes, muchos de ellos, tanto locales como extranjeros,
desconocen su existencia pese a ser 'Sitio Histórico de Interés
Local'. «Si miras para atrás este lugar significó mucho para
esta ciudad de pescadores y de huerta, fue un cambio industrial
muy importante, pero mirando hacia delante, también es parte
de la cultura y un lugar de encuentro entre nacionalidades
y religiones», dice Diana. Protestantes, judíos, ateos, agnósticos
e incluso católicos fueron enterrados allí, y ahora banderas
de estos 22 países cuelgan de su fachada dos veces al año.
Con casi dos millones de fieles, los residentes
en España que profesan la religión islámica (la segunda con
más seguidores después de la católica) cuentan con enterramientos
en 35 de los 8.131 municipios que hay en el país.
En el interior de un edificio de la plaza del
Árbol nº2 de Valencia, en pleno barrio de El Carme de Valencia,
se encontraron en 2019, soterrados parte de los restos de
una necrópolis islámica que se habilitó en ese mismo lugar
entre los siglos XI y XIII, extramuros de la entonces muralla
árabe.
El moderno Cementerio musulmán de Valencia se
encuentra al final del Cementerio General, en el plano del
cementerio se ve una pequeña esquinita con una media luna
que indica que es allí donde esta. Se inauguró en el
año 2000, mediante un acuerdo de la comunidad islamica de
Valencia y el Ayuntamiento, ya que para poder cumplir con
los ritos funerarios islamicos se necesitaba otro espacio
diferente, ya que el cuerpo debe ser lavado siguiendo unas
reglas específicas y luego secado y amortajado en tela blanca
y el cadáver se deposita directamente en la tierra. El recinto
tiene 700 metros cuadrados, con capacidad para 145 cadáveres
y cuenta con un lavatorio para preparar las inhumaciones.
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