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Antes de que Darwin pusiera la foto de un simio en nuestro álbum
familiar pasaron muchas cosas. Después, también. De Aristóteles
a la genética, este es un recorrido por una de las aventuras más
fascinantes de la historia de la ciencia. Ha sido un viaje, muchas
veces sin rumbo y lleno de miedos sí que, sólo a finales
del siglo XX empieza a aclarar su destino, descubrir el lugar del
hombre en la naturalez a y su relación con los otros grandes primates.
Desde muy antiguo hemos observado a estos curiosos e inteligentes
seres con la misma soberbia con la que un niño superdotado, caprichoso
y malcriado, contempla a sus compañeros de clase. Durante dos milenios
las preguntas han sido las mismas, pero las respuestas han ido cambiando.
Cercano el año 2000 y con la explosión de los nuevos conocimientos,
el papel de estos espejos peludos que llamamos chimpancés, orangutanes,
bonobos o gorilas cambiaba totalmente. Este es un repaso a la sugerente
historia que empezó el mismo día en que un humano cruzó la
mirada con uno de sus primos primates.
Última semana de octubre de 1998, viernes. La prestigiosa revista
científica "Science" presentaba una información que decía:
"Dos macacos de la especie rhesus demuestran que, para conseguir
comida, son capaces de contar hasta nueve. Sus habilidades matemáticas,
comprobadas en la Universidad de Columbia, prueban que el pensamiento
matemático no requiere lenguaje y no es exclusivo de los humanos".
Dos pequeños primates, de la misma especie que había dado nombre
al Rh de la sangre humana, habían vuelto a sorprender a los científicos.
Tenían nombre dramático, "Madcuff" y "Rosencratz",
y parecían poseer el ingenio de auténticos Shakesperares de los
primates. Aquellos dos monos demostraban que las actitudes matemáticas
y lingüísticas evolucionan de manera independiente y, además, ponían
en evidencia a Descartes, que había asegurado que no podía existir
pensamiento sin lenguaje. Una nueva investigación genética, realizada
por el Museo de Historia Natural de Chicago y conocida en aquellos
días, también aseguraba que "sólo 50 genes separan las
funciones cognitivas de chimpancés y humanos". Era era la continuación
de otros trabajos que ya habían demostrado que el ADN, el software
de todo ser vivo, de un chimpancé y de un ser humano, eran idénticos
en un 98,4 %. Aquellas investigaciones planteaban nuestra relación
con los otros grandes primates y se vieron reforzadas en febrero
de 1999 cuando se demostró científicamente que el origen del SIDA
estaba en los chimpancés de África central. Aquellas sorprendentes
investigaciones hablaban, desde varios puntos de vista, de las similitudes
en de todo tipo que existían entre humanos y grandes primates. Eran
nuevos capítulos de una fascinante historia que empezó el año 470
a.C. en la cubierta de un barco cartaginés que exploraba las costas
de África occidental al mando de un marido llamado Hanón.
"Había otra isla poblada de hombres salvajes -escribió Hanón
según transcribieron los griegos-. Las mujeres eran horrorosas y
peludas. Nos dijeron que eran gorilas. Pudimos coger a 3 hembras.
Como mordían y arañaban hubo que matarlas. Las despellejamos para
llamar su piel a Cartago". La palabra gorila aparecía por primera
vez en un texto occidental y, aunque por las latitudes que visitó
Hanón es difícil que aquellos animales fueran gorilas,
era el debut de uno de los viajes más sugerentes en la gran aventura
del conocimiento humano. Desde aquel día, multitud de humanos han
mirado a los ojos de un primate y se han preguntado: ¿Cuál
es nuestra relación con esos seres tan parecidos a los otros?
El factor Rhesus (Rh) es una proteína heredada que se encuentra
en la superficie de los glóbulos rojos. Si tu sangre contiene esta
proteína, eres Rh positivo. Si tu sangre carece de esta proteína,
eres Rh negativo. Rh positivo es el grupo sanguíneo más frecuente.
La abreviatura «Rh» se usa en referencia a la palabra rhesus, la
cual significa mono en griego. Su origen se encuentra en 1937, cuando
Karl Landsteiner junto con Alexander Solomon Wiener, descubrieron
un antígeno en los hematíes al que bautizaron como factor Rh, al
haber sido hallado en el suero de conejos inmunizados con sangre
procedente de un mono de la India de la especie Macaca mulatta.
Más de 2.000 años antes de que Darwin pusiera la foto de un mono
en nuestro álbum familiar, Aristóteles ya reflexionó sobre la curiosa
ambigüedad del rostro de los monos conocidos en su época, los del
norte de África. Aristóteles que decía que moscas y gusanos nacían
de las aguas putrefactas, explica en su "Historia animalium"
que "algunos animales tienen una naturaleza intermedia entre
los hombres y los cuadrúpedos, por ejemplo los monos. Su cara ofrece
muchos rasgos de parecido con la del hombre". Durante siglos,
citas cómo está navegaban en un océano de ignorancia. Los científicos
antiguos, que eran capaces de medir con sorprendente precisión la
circunferencia de la Tierra casi no disponían de información
de primera mano sobre primates más allá de la que traían los viajeros
de la época. Entre la antigüedad y el renacimiento no se progresó
mucho en el conocimiento de los simios. De hecho, las descripciones
de Aristóteles y las de la "Historia natural" de Plinio
fundamentan de manera general la noción que se tiene de los
primates hasta el siglo XVII. Fueron años en los que San Agustín,
en su "De civitate dei", aseguraba: Si no supiéramos que
los simios no son seres humanos sino bestias, podrían con orgullo
colocarse entre nosotros como diferentes tribus de hombres".
Albertus Magnus escribe , una gigantesca obra con con 26 volúmenes
dedicados a las ciencias naturales en las que se afirma que los
monos comparten con el hombre un diseño anatómico similar, pero
difieren considerablemente en términos de alma y en el que
el hombre es el único que posee razón. Para Daniel J. Boorstin,
"una gran metáfora dominó y obstaculizó los esfuerzos de aquellos
estudios por descubrir el lugar del hombre en la naturaleza: el
concepto de la gran cadena del ser". Está cadena del Ser concibía
el universo natural como una jerarquía estática e inamovible de
todos los organismos, desde el más pequeño hasta la forma más perfecta
de la creación, el ser humano. Pero ¿Cuántos eslabones formaban
aquella cadena? y, sobre todo, ¿En qué medida se diferenciaba
un eslabón (el hombre) de otro más bajo (el mono). Las respuestas
a estas preguntas eran imposibles, no sólo porque presuponían
una sabiduría total, improbable, sobre la naturaleza, sino porque
aquel conocimiento, en aquella época, era una prerrogativa exclusiva
de Dios. Los primates pequeños -chimpancés, gorilas y orangutanes
aún no habían hecho su aparición en escena porque no habían sido
descubiertos- llegan al renacimiento disfrazados de monstruosas
caricaturas de los humanos.
Aristóteles fue un filósofo, polímata y científico nacido en la
ciudad de Estagira, al norte de Antigua Grecia. Es considerado junto
a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido
una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente
por más de dos milenios.
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Considerado el creador de la clasificación de los
seres vivos o taxonomía, Linneo desarrolló un sistema de nomenclatura
binomial (1731) que se convertiría en clásico, basado en la utilización
de un primer término, con su letra inicial escrita en mayúscula,
indicativa del género y una segunda parte, correspondiente al nombre
específico de la especie descrita, escrita en letra minúscula. Por
otro lado, agrupó los géneros en familias, las familias en clases,
las clases en tipos (fila) y los tipos en reinos. Se le considera
como uno de los padres de la ecología.
"Le pido a usted y a todo el mundo que me muestre
un solo carácter genérico que permita distinguir al
hombre de un simio antropomorfo". En 1747, Carl Von Linne replica
a otro científico con su clasificación de los primates.
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En el siglo XVII, con la navegación y los grandes
descubrimientos, uno curiosa variedad de bestias simiescas comienza
a aparecer en la literatura de la época, los relatos de viajeros,
comerciantes y exploradores en busca de riquezas por las costas
selváticas de África y Asia aunque aún muy fantasiosos, empiezan
a ser precisos más precisos en las descripciones de los primates.
Durante muchos años los escritores continuaron mezclando sus experiencias
personales con relatos tradicionales de los pueblos que visitaban
o conquistaban. Un buen ejemplo de ello es un compendio de relatos
de aventureros ingleses que se publica en 1625 con el título de
"Purchas his Pilgrimes". Una de las historias más sorprendentes
explica los viajes de Andrew Battelli y ofrece la primera descripción
completa de dos antropoides de apariencia semihumana que viven en
las selvas del actual Angola, en la que Batelli había sido encarcelado
por los portugueses. Aquellos dos seres de los que habla Battelli,
probablemente el chimpancé y el gorila, son denominados "pongo"
(chimpancé) y "engeco" (gorila).
Explica Battelli que el pongo "es muy grande
y de cara humana, su cuerpo está recubierto de pelo y se desplaza
en grupo". Unos años después, en 1630, llega a Europa
el primer gran primate del que ha quedado constancia escrita. Se
trata de un orangután traído de Asia, y su llegada a Holanda para
formar parte de la colección de animales del príncipe Frederik Hendrik
de Orange confirma definitivamente la existencia de aquellas bestias
peludas de apariencia humana sobre las que durante siglos se había
fabulado. Holanda se convierte, gracias a sus colonias, en el centro
de la primatologia la época. En 1641, Nicolás Tulp, un doctor de
Ámsterdam que fue inmortalizado por Rembrandt en su cuadro ""Lección
de Anatomía", pública en su libro "Observationionum medicarum"
la que parece ser la primera representación pictórica de un chimpancé
en la cultura occidental. Tulp lo confunde con un orangután y latiniza
su nombre , "orang-outan" (hombre de la selva, para llamarlo
"Homo sylvestris". En 1658, Jacob de Bondt, un físico
holandés, corrige el error de Tulp y deja constancia escrita de
la utilización correcta de la palabra orangután para referirse al
gran simio pelirrojo.
El hombre, para descubrir cuál es su lugar en la naturaleza,
debía empezar a saber cómo y cuándo habían aparecido
las diferentes especies de simios, y, una vez reconocida la apariencia
casi humana de los grandes primates, necesitaría ver cómo
el interior de sus cuerpos también era similar. Edward Tyson, un
médico inglés nacido en el seno de una familia rica, estaba, por
su espíritu, llamado cambiar el rumbo de la historia y convertirse
en el pionero de la primatologia moderna. "Cada día -dijo-
llegan a nosotros descripciones de países desconocidos que nos obligan
a alterar los mapas". A principios de 1698, Tyson encaró
el mayor reto de su vida: realizar, por primera vez en la historia,
la autopsia a un chimpancé. Era una cría que un marinero había llevado
a Londres desde Angola. Aquel pequeño chimpancé permitió a Tyson
empezar a recorrer los tortuosos caminos que llevaban hasta el origen
del hombre. Un año después de aquella necropsia, realizada en su
casa, Tyson público una obra de 165 páginas con el sugerente
título de "El orangután Homo sylvestris. Anatomía de un pigmeo
comparada con la de un mono, un mono antropoide y un hombre".
Tyson se limitoó, sin especulaciones filosóficas, a enumerar
rigurosamente las similitudes y diferencias entre la estructura
interna del chimpancé y la de los seres humanos que había estudiado.
Nunca antes de Tyson se había podido demostrar, de manera científica,
que el enorme parecido entre grandes primates y hombres era mucho
más que simple apariencia. Tyson encontró 48 similitudes destacadas
que iban desde los pelos hasta la conformación del cerebro o las
características del páncreas, corazón, vértebras o manos. Tras analizar
el cerebro y los órganos del habla dejó perplejos a sus contemporáneos
diciendo: "No hay razón para pensar que una agente ejecute
tal o cuál acción porque en el se encuentran los órganos adecuados.
Si esto fuera así, nuestro pigmeo(chimpancé) sería en realidad
un hombre". Tyson concluyó que el chimpancé se parecía más
al hombre que a los demás primates conocidos en su época y confesó
que "no es capaz" de descubrir la diferencia básica y
fundamental que existía entre el hombre y el chimpancé.
Zona montañosa de Angola.
Si Vesalio fue el padre de la anatomía humana, Tyson
fue el creador de la anatomía comparada de los simios. Del mismo
modo que Copérnico cambio el lugar en el que se encontraba el centro
del universo, Tyson cambio el lugar que hasta aquel momento tenía
el hombre en la naturaleza y lo puso más cerca que nunca tus primos
primates. A medida que el siglo XVIII avanzaba, aumentaba el número
de especímenes vivos de grandes primates que llevaban a Europa para
ser estudiado exhibidos. Los relatos novelescos de los viajeros
empezaron a dejar de ser la única fuente de información e incluso
Jean Jacques Rousseau en su "Discours sur l´inégalité"
se atrevió a declararse "impresionado por el exacto parecido"
del orangután con el hombre. En 1735, Carl Von Linne, en la undécima
edición de su "Sistema natural", con el que trataba de
poner orden y nombre a los seres vivos, explicó:"Es
extraordinario que el mono más estúpido difiera tan poco del hombre
más sabio".
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Linne bautizo al hombre como "Homo sapiens",
el hombre sabio, y dio uno de los pasos más audaces de la ciencia
al clasificarlo como una especie animal más. Como Tyson unos años
antes, Von Linne quedó impresionado por la dificultad que
planteaban aquellos extraños seres que no ofrecían zonas fronterizas
definidas que lo separan de los humanos. El escocés, James Burnett,
lord Monboddo, fue todavía un poco más allá. Coloco al orangután
en la misma categoría del hombre y se convirtió en otro de los pioneros
de la nueva primatologia. En 1774 anticipo algunas de las teorías
actuales sobre los primates y se atrevió a decir qué "tal
y como hizo el Papa con los indios americanos, deberíamos declarar
al orangután como humanos". Para algunos estudiosos
como Alan Barnard, "las visiones de Monboddo representan de
hecho el nacimiento de la primatologia más moderna desde el momento
que incluye al orangután en la categoría del hombre, de la misma
manera que hoy incluimos al hombre en la misma categoría que los
primates.
Eran años de gran confusión y muchas preguntas de
difícil respuesta. "¿A qué distancia del hombre -se
preguntó el francés George Buffon a mediados del siglo XVIII- debemos
situar a los monos antropoides, que se parecen tanto en la conformación
del cuerpo?" Buffon también estaba sorprendido por el parecido
físico entre aquellos grandes primates y los humanos, pero reprochaba
duramente a Linne y Monboddo que no hubieran puesto más atención
en el hecho fundamental que separaba a hombres y animales: la posesión
de la razón. Casi cinco siglos después de los trabajos medievales
de Albertus Magnus, Buffon se encontraba otra vez en el mismo punto
de partida, apelaba a la razón como elemento básico de separación
entre ellos y nosotros y como la característica "más noble"
de nuestra especie. Hasta Johan Friedrich Blumenbach no hubo una
distinción específica entre lo que llamó "troglodytes"
(chimpancé y el "satyrus" (orangután). Él,
que probablemente nunca vió un orangután vivo, y que
sólo en 1807 durante una misión diplomática en París tuvo
la oportunidad de contemplar en directo en chimpancé cautivo en
el antiguo zoo del Jardín de Plantas de París, tuvo que empezar
a poner orden en la nomenclatura de la incipiente ciencia de los
grandes primates
San Alberto Magno (Lauingen, Baviera, 1193/1206-Colonia,
15 de noviembre de 1280) fue un obispo de la Iglesia católica, un
destacado teólogo, geógrafo, filósofo, químico y en general, un
polímata de la ciencia medieval. Se caracterizaba por su nobleza
y liderazgo.
¿Yel gorila? Prácticamente desde que Andrew
Battell hablo en 1625 de aquel gran simio de nombre "engeco"
nadie había vuelto a hablar de él. El más grande de los grandes
simios no fue descubierto por la ciencia occidental hasta 1847 a
partir del trabajo realizado por el anatomista Jeffries Wyman con
un esqueleto localizado en un pueblo de las selvas africanas por
el misionero norteamericano Thomas Savage. El gran gorila fue llamado
"Troglodytes gorilla" por los científicos de la época.
De esta manera se recuperaba, más de 2000 años después, aquel hombre
"gorilla" que había sido utilizado por el navegante cartaginés
Hanón.
Tantos parecidos no podían ser casuales. La mayoría
de los científicos empezaba a tener muy claro que la naturaleza
no avanzaba, de ninguna manera, a saltos. La convicción de que la
relación con los otros grandes primates era muy real crecía de manera
imparable. Esta idea ya había sido planteada por primera vez por
Jean Baptiste Lamarck en 1802 a partir de las ideas de un desconocido
naturalista francés llamado Jean Claude Delamétherie, que
a finales de 1780 había escrito con gran atrevimiento: "El
hombre pertenece a la familia de los simios".
En la primera mitad del siglo XIX el debate se había
convertido, como en tantas ocasiones, en un pretexto para reflexionar
por el ser humano, pero la bomba que destruiría el entramado que
durante más de dos milenios había definido la relación con los otros
grandes simios primates estaba a punto de estallar en forma de libro.
En 1859 Darwin, un científico británico al que Gustave Flaubert
definiría con ironía como "ese que dice que descendemos
del mono", publicaba "Ell origen de las especies".
Desde entonces ya nada sería igual. Tal y como escribió hace
unos años George B. Schaller, uno de los estudiosos del comportamiento
animal más destacados de este siglo, con el texto de Darwin "la
humanidad fue bruscamente sacada a empujones del centro del Universo
y obligada a codearse con los simios".A a la larga, muchos
aceptaron aquella relación que planteaba Darwin, aunque al principio
los especialistas quedaron perplejos, inseguros y confundidos por
lo que planteaba aquel hombre que había navegado por medio mundo
para descubrir los secretos de la evolución. Desde ese momento y,
como explico años después Thomas Henry Huxley, uno de los seguidores
de Darwin los humanos "deberíamos tragarnos nuestra vanidad
para empezar a contemplar a los simios como nuestros semejantes".
Nuestra bibliotecaria reseñó la celebre
obra de Darwin en Octubre de 2020.
El hombre, animal político, constructor de utensilios,
animal cultural y racional, animal que habla y animal inteligente,
empezaba a ser, por primera vez en la historia del conocimiento,
uno más, muy especial, pero uno más al fin y al cabo. Esta idea
no acabó de ser bien recibida por muchas instancias culturales,
científicas y religiosas. En 1880, por ejemplo, todavía se editó
en París un libro que, con el sugerente título de "La creación
natural de los seres vivos", incluía a los negros, pero
no los blancos, dentro de la categoría de simios, junto a gorilas,
chimpancés y orangutanes.
100 años después, el eco de aquel libro todavía resonaba
en un artículo de la prensa sudafricana que reproducía las
palabras de un político del decadente régimen racista del "apartheid"
que aseguró: "Si dejamos votar los negros, al final
los chimpancés acabarán conduciendo los autobuses de Pretoria".
Está claro que Darwin nos acercó para siempre a los otros
grandes primates, pero para algunas mentes "prodigiosas"
ese acercamiento fue mayor para un determinado tipo de hombres -el
negro- que para otro -el blanco-.
El nombre primates estuvo en discusión durante muchos
años después de la publicación de El origen de las especies. Después
de acalorados debates, en 1869, puso fin a una polémica tan viva
como decisiva para el futuro de la investigación científica. Paul
Broca, dando la razón a los principales textos de Huxley, escribírá
que el lugar del hombre en la naturaleza estaba decidido. De común
acuerdo, la Sociedad de Antropología de Francia lo califica
en 1870 como "el primero de los primates, el primero de los
primeros". El l panorama científico empezaba aclararse y algunas
de las preguntas que lleva cientos de años sin respuesta empezaron
a tenerla. Incluso muchos investigadores científicos optaron por
cambiar radicalmente la perspectiva de investigación que se debía
realizar con los grandes primates. Entre 1890 y 1893, el zoólogo
norteamericano Robert Carner penetran en las selvas de África occidental
para encerrarse en una jaula con intención, por primera vez, de
estudiar los gorilas y chimpancés en su hábitat silvestre sin capturarlos
o cazarlos. En su época fue considerado todo un revolucionario.
Abrió un camino que acabo construyendo, ya en pleno siglo
veinte la primatología tal y como la conocemos en la actualidad.
Proezas como la de Robert Jerkes, un psicólogo norteamericano que
en los años 20 creó el primer centro de estudios de primates, el
descubrimiento en 1928 en las selvas del antiguo Congo Belga del
bonobo, el último de los grandes simios conocidos, o el atrevimiento
de Henry Niessen, que en 1943 publicó el primer compendio sobre
la "inteligencia" de los chimpancés, que son otros los
capítulos más recientes de esta impresionante aventura de la ciencia.
En poco más de 60 años de este siglo la primatologia ha pasado de
la noche al día y su evolución parece no tener fin. Primero, con
los trabajos de campo realizados a partir de finales de los años
cincuenta por auténticos pioneros como George B. Schaller o Diane
Fossey (con gorilas de montaña), Jordi Sabater Pi (con chimpancés
y gorilas de llanura), Jane Goodall (con chimpancés) o Birute
Goldikas (con orangutanes).
El Congo belga en tiempos de colonialismo. Pásate
por los destacados, Junio 2020.
Ellos son la clave del progreso actual de esta joven
ciencia y fundamentan las actividades actuales de M. Fay, G.Teleki,
C. Boesch o C.Tutin, algunos de los investigadores más prestigiosos
de la actualidad. Las historias de primates que nos cuentan hoy
estos científicos bien poco tienen que ver con los relatos de hace
unos siglos. Después de más de dos milenios de miedo e ignorancia,
se impone un nuevo paradigma en la relación con los otros grandes
simios. De esto discutieron en el Parlamento de Nueva Zelanda, una
nueva ley sobre los grandes primates para otorgar derechos humanos,
libertad individual, una vida digna, prohibición de cautiverio,
torturas y experimentos a chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos.
Después de siglos de comprensión, esta ley neozelandesa era según
sus creadores, el primer paso explícito para un reconocimiento internacional
más amplio por parte de la ONU. Con esa idea trabajan los creadores
del Proyecto Gran Simio, una iniciativa internacional de científicos,
filósofos y juristas, en su mayoría anglosajones, encabezados por
Peter Singer y Paoula Cavalieri y que cuenta con el apoyo de científicos
tan prestigiosos como los británicos Jane Goodall o Richard Dawkins.
Para ellos, han pasado el tiempo de hablar de los otros grandes
primates con simpatía y condescendencia y ha llegado el momento
de crear "una comunidad de iguales" en la que se trate
con todo el respeto que merecen estos maravillosos e inteligentes
seres. Este es el nuevo reto en el viaje que se inició con
Hanón. En el fondo, puede que después de tantos siglos de
incomprensión sólo sea una deuda de familia que habrá
que saldar.
Por qué es revolucionario el hallazgo de un simio
con brazos de mono y "piernas humanas".
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En las ramas del árbol de la evolución,
como en los antiguos mapas de territorios ignotos, existen grandes
espacios en blanco que impiden trazar una línea clara que
relacione la evolución de los grandes simios. Se sabe que
el hombre no desciende de los grandes primates actuales y también
que desde hace varios millones de años ellos y nosotros formamos
parte de ramas evolutivas paralelas pero diferentes. Es más
que evidente, por ejemplo, que la especie humana se distingue de
los otros primates en sus particulares adaptaciones anatómicas,
que le han conferido unas ventajas impresionantes. La abundancia
de la especie humana, poco habitual para un animal de su tamaño,
y su distribución por todo el globo atestiguan este éxito
evolutivo.
Según el Dr. Robert D. Martin, uno de los principales
expertos en primatología evolutiva, los humanos diferimos
de nuestros primos primates en tres cuestiones principales:
El cerebro humano, con un volumen medio de 1230 centímetros
cúbicos, es unas tres veces mayor que el de los grandes primates.
El chimpancé tiene 385, 405 el orangután y 495 el
gorila.
La marcha bípeda es una auténtica singularidad
dentro del reino animal. Este tipo de forma de caminar ha liberado
las manos y ha comportado la aparición de notables diferencias
funcionales entre los humanos y los demás grandes simios.
Algunos especialistas afirman que ser bípedos nos ha hecho
humanos.
Las mandibulas y los dientes han sufrido cambios muy
destacados. Los humanos hemos perdido los caninos con aspecto de
daga cortante que tienen gorilas y chimpancés.
¿Algunas cosas que nos unen? Una larga gestación
asociada a un desarrollo en la placenta de la madre previo al nacimiento,
un largo periodo de inmadurez en el que son necesarios los cuidados
y la ayuda de los progenitores, así como una gran longevidad
han sido fundamentales a la hora de entender el desarrollo social
de todos los grandes primaes. Un cerebro dividido en dos hemisferios
con formas y funcionnes diversas y complejas, una gestualidad y
expresividad facial muy elaboradas, así como una gran variedad
de capacidades comunicativas asociadas a todos los sentidos ( vista,
oido, fonación, tacto y olfato) son generales a todas las
especies de esta curiosa gran familia evolutiva.
"Durante el siglo XXI, si los grandes primates
silvestres no desaparecen, se podrá conquistar algunos de los territorios
más importantes de la primatologia." La frase de un reconocido
primatólogo nos habla del futuro de una joven disciplina
científica en expansión que hace tan sólo 50 años aún no
había realizado ningún estudio de campo con grandes primates en
libertad. Las investigaciones de primatologia y evolución se han
convertido en actividades muy influyentes que reciben gran atención
de los medios de comunicación y de un público cada vez más amplio.
La hostilidad del pasado contra las explicaciones biológicas del
comportamiento humano (sexo, violencia o política) ha sido reemplazada
por la fascinación que producen los resultados de unos estudios
realizados con esos animales que comparten con nosotros una parte
de su psicología social y de su ir a su comportamiento.
En los años sesenta, la británica Jane Goodall fue
muy criticada por cruzar palabras como amistad, obligación, cultura,
amor, placer, odio o miedo con primates. Hoy, estas palabras han
dejado de ser para usos exclusivo entre humanos. Con objeto de reflexionar
sobre el significado de estas palabras entre los grandes simios
en 1999 se dieron cita en la Universidad de Emory, Estados Unidos,
algunos de los nombres más prestigiosos de la primera traje actual.
Con el apoyo de Edward O. Wilson -el biólogo más influyente del
siglo XX- se reunieron allí Richard Wrangham, Dorothy Cheney, Steve
Pinker, William McGrew y Frans de Waal. Todos ellos han realizado
aportaciones fundamentales al estudio de los primates que resultan
de gran interés en el análisis de la realidad humana. Desde la Doctora
Cheney que con su libro "Cómo los monos ven el mundo"
panteó las similitudes y diferencias entre nuestra manera
de entender el universo y la de los otros grandes primates, hasta
el Dr Wrangham, que en su estudio "Machos demoniacos: los simios
y el origen de la violencia humana" analiza las bases de la
violencia y el destacado papel que tiene el sexo y los machos tienen
en ella. Estos estudios primatológicos están reescribiendo
muchas páginas de la historia de la ciencia y están llamados a convertirse
en nuevos referentes para el análisis de la evolución biológica,
social y cultural.
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