El escritor y periodista estadounidense Gerald
Walker, famoso por la novela “Cruising” también llevada
a la gran pantalla, falleció en 2004 en un hospital de Nueva
York a la edad de 75 años. La causa de la muerte fue una
complicación cardíaca, precisó su esposa, Joanna Simon.
Gerald Robert Walker nació el 16 de abril de 1928. Después
de graduarse en la Universidad de Nueva York y obtener una
maestría en dramaturgia en la Universidad de Columbia, comenzó
a escribir cuentos y al mismo tiempo empezó a trabajar como
periodista. De 1961 a 1990 fue uno de los editores de las
páginas literarias del "New York Times Magazine". En 1970
publicó su novela más conocida, “Cruising”, ambientada en
el mundo subterráneo de los homosexuales en Nueva York:
en su momento el tema elegido generó bastante controversia,
ya que era una de las primeras veces que el gay La comunidad
de Greenwich Village se convirtió en un tema narrativo.
Sólo en 1980 un director, William Friedkin, logró realizar
una película inspirada libremente en la novela "Cruising",
protagonizada por Al Pacino y Paul Sorvino.
El honor de haber estado nominada a peor película,
peor dirección y peor guion en la primera edición de los
infames Premios Razzie.
Con Karen Allen apoyando a Pacino. Allen
quedó ciega en 1978 a causa de una queratoconjuntivitis,
de la que pudo recuperarse sin secuelas; un año antes había
llegado a las instancias finales de casting para convertirse
en la princesa Leia de la primera trilogía de Star Wars,
quedando finalmente eclipsada por Carrie Fisher. Sin embargo,
George Lucas no se olvidó de ella, y en uno de los descansos
del rodaje de la piedra basal de su saga galáctica le dijo
a su amigo Steven Spielberg, en relación al nuevo proyecto
que estaban bocetando: “Tengo a la chica ideal para que
sea la pareja de Indy”. Como te quedas ...
La novela trata sobre un policía encubierto
que busca a un asesino en serie homosexual en la ciudad
gay de Nueva York de 1970. Las víctimas del asesinato eran
hombres homosexuales que no habían salido del armario o
que eran relativamente abiertos (tan abiertos como podían
serlo en ese momento) que se cruzaron con el asesino mientras
buscaban sexo. Mientras estaba encubierto, el policía desarrolla
sentimientos por su vecino gay.
Gerald Walker y su melocotonazo.
La novela es notable por su discusión de temas
homosexuales en una época en la que eso no era algo común.
Joseph Hansen fue otro escritor de la década de 1970 que
incorporó lo queer en su ficción policial con su serie de
detectives Brandstetter. La primera aparición de la ficción
policial gay se debió a George Baxt, quien escribió sobre
el detective gay Pharaoh Love. Michael Mcdowell y Dennis
Schuetz fueron autores de ficción policial que también incorporaron
temas homosexuales en sus escritos en las décadas de 1970
y 1980, aproximadamente en la época en que Gerald Walker
había escrito esta novela. El autor Neil Placky presenta
el punto de vista: "Sus libros abrieron las puertas a la
cultura gay en una época en la que la homosexualidad se
consideraba un trastorno psiquiátrico y una forma segura
de romper el corazón de una madre". Cruising explora la
identidad del personaje principal como un oficial encubierto
y la lucha interna que enfrenta luego al ingresar a la subcultura
de la comunidad gay como un punto clave de la trama. La
trama de la novela muestra las diferentes actitudes hacia
la comunidad gay emergente. En una reseña publicada en The
Guardian, un año después de la publicación, el crítico dice:
" Cruising fue la primera novela de Gerald Walker. Tardó
cinco años en escribirse y, por supuesto, fue rechazada
por seis agentes literarios y no menos de 18 editoriales".
Michael McDowell tienen en sus créditos cinematográficos
el guión de Beetlejuice (1988) y colaboraciones en
Pesadilla antes de Navidad (1993) y Thinner (1996). McDowell
también escribió la novelización de la película Clue en
1985. La película se basó en el juego de mesa y presentó
tres finales diferentes; sin embargo, la novelización se
basó en el guion de rodaje e incluye un cuarto final adicional
que fue eliminado de la película. También contribuyó con
guiones para varias antologías de terror para televisión,
incluida Tales from the Darkside.
La novela se centra en tres personajes principales:
el asesino Stuart Richards, el policía encubierto John Lynch
y el policía capitán Edelson, que asigna el papel de agente
encubierto a Lynch. Cada capítulo (20 en total) se centra
en los pensamientos de uno de los personajes. Se hace hincapié
en los sentimientos de Lynch sobre varios grupos minoritarios,
incluidos los hombres homosexuales y sus sentimientos relacionados
con el trabajo encubierto y cómo su vida va cambiando a
medida que avanza el trabajo. Se hace hincapié también en
las diversas hazañas heterosexuales de Richards, su difícil
relación con su padre y muchos más recuerdos de su vida,
tanto pasada como actual, y los pensamientos de Edelson
sobre el caso y cómo espera conseguir un ascenso si lo resuelve.
Fue adaptada como película en 1980, también
titulada Cruising. Hubo cambios sustanciales en la trama
de la película, como trasladar al asesino al mundo del sadomasoquismo
y los bares gay de cuero en Greenwich Village, Nueva York.
La película incluye al policía Steve Burns (su nombre fue
cambiado de John Lynch) teniendo una relación sexual activa
con su novia Nancy (interpretada por Karen Allen). Ninguna
de estas facetas es parte de la trama de la novela.
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El título hace referencia al término del argot
gay inglés cruising, que indica la actividad de buscar encuentros
sexuales en lugares públicos y a la vez significa 'patrullar'.
Aunque en su momento fue polémica por su retrato de los
ambientes sadomasoquistas homosexuales, en la actualidad
se la considera una película de culto.
En el río Hudson de la ciudad de Nueva York,
en pleno verano, aparecen flotando partes de cuerpos masculinos.
La policía sospecha que es el trabajo de un asesino en serie
que está recogiendo homosexuales en bares del West Village
como Eagle's Nest, Ramrod y Cock Pit, para luego llevarlos
a moteles baratos, donde los ata y apuñala hasta matarlos.
El oficial Steve Burns (Al Pacino), que se asemeja al perfil
de las víctimas, es enviado de encubierto por el Capitán
Edelson (Paul Sorvino) al mundo urbano en el Distrito Meatpacking
para rastrear al asesino. Al principio, Burns es reacio
a aceptar la asignación, pero es ambicioso y ve un caso
de alto perfil como una forma de avanzar rápidamente en
su carrera y convertirse en detective. Alquila un departamento
en el área y se hace amigo de un vecino, Ted Bailey (Don
Scardino), un joven dramaturgo que brinda asistencia técnica
para pagar las cuentas. Mientras intenta infiltrarse en
los suburbios, el asesino continúa con su masacre. El trabajo
encubierto de Burns afecta su relación con su novia Nancy
(Karen Allen), tanto por su negativa a contarle los detalles
de su asignación actual como por su amistad en desarrollo
con Ted, quien está teniendo problemas de relación con sus
celoso y posesivo novio, Gregory (James Remar).
Gran parte del barrio está catalogado como
monumento histórico, The Meatpacking District, oficialmente
conocido como Gansevoort Market, es un barrio en la ciudad
de Nueva York localizado en el borough (distrito) de Manhattan.
Se localiza específicamente entre la Calle 14 Oeste, al
sur de la Calle Gansevoort y del Río Hudson, y al este de
la Calle Hudson, aunque se ha extendido al norte de la Calle
16 Oeste y más allá de la Calle Hudson. The High Line, sobre
las vías elevadas del tren abandonadas y el Museo Whitney
de Arte Estadounidense son lugares de visita obligada que
hacen olvidar la degradación de los años en
los que la historia se situa.
Burns cree por error que un camarero, Skip
Lee (Jay Acovone), podría ser el asesino. Este es capturado,
humillado y golpeado por la policía para obligarlo a confesar,
antes de descubrir que las huellas digitales de Skip no
coinciden con las del asesino. Burns está perturbado por
esta brutalidad policial, y le dice al Capitán Edelson que
no firmó para que puedan arrestar a cualquiera y maltratarlo
solo por ser homosexual. Agotado por su misión encubierta,
Burns está cerca de renunciar, pero Edelson lo convence
de continuar con la investigación. Edelson, a su vez, reprende
a los oficiales detrás del violento interrogatorio.
Siguiendo una nueva pista, Burns investiga
a estudiantes de la Universidad de Columbia que estudiaron
con una de las víctimas anteriores, un profesor universitario.
Burns cree que ha encontrado al asesino en serie: Stuart
Richards (Richard Cox), un estudiante de posgrado de música
con trastorno esquizofrénico que lo ataca con un cuchillo
en Morningside Park. Burns pone al hombre bajo custodia,
pero poco después se encuentra el cuerpo mutilado de Ted.
La policía desestima el asesinato, creyendo que fue tan
solo una pelea de amantes, emitiendo una orden de arresto
contra Gregory, con quien Burns anteriormente tuvo una pelea
por su relación con Ted. Con la policía bajo la impresión
de que los asesinatos se han resuelto porque Richards está
bajo custodia, Burns regresa con Nancy. Mientras Burns se
afeita la barba en el baño, Nancy se prueba su ropa, una
gorra de cuero, gafas de aviador y una chaqueta de cuero,
la misma ropa que usaba el asesino, mientras su novio se
mira en el espejo y dirige su vista brevemente hacia la
cámara.
En 1979 William Friedkin rodó Cruising, una
película sobre asesinatos de homosexuales. El director,
además de en una novela, se inspiró en una serie crímenes
que había cometido un año antes un radiólogo, Paul Bateson,
acusado de despedazar homosexuales y tirar los trozos al
río Hudson. El asesinato que le delató fue el de Addison
Verrill, un crítico de cine, al que había aplastado la cabeza
en su domicilio con una sartén. Cuando le detuvieron, el
periodista Arthur Bell escribió en el periódico The Village
Voice que Paul Bateson tenía problemas para encontrar un
trabajo estable. Uno de los pocos que había tenido antes
de los crímenes fue el de figurante en El exorcista, también
film de William Friedkin. Arthur Bell, de remate, en 1979
lideró desde su diario una campaña en contra del rodaje
de Cruising que casi se carga la película. Decía que incitaba
a «matar y mutilar gais».
Cruising cierra la etapa dorada del cine policíaco
americano. En lo estilístico se asienta sobre una base voluntariamente
feísta heredera del cinéma vérité que tanto ha marcado la
puesta en escena del director de French Connection. Contra
el imperio de la droga (The French Connection, 1971) y El
exorcista (The Exorcist, 1973), aunque en las secuencias
de asesinato se convierte en una película de terror puro
y entonces es inevitable percibir fugaces destellos manieristas
del giallo que nos hacen esbozar una gran sonrisa. No hay
duda de que estamos ante uno de esos extraños híbridos cinematográficos
que solo podían darse en el contexto del Nuevo Hollywood,
que lamentablemente estaba viviendo sus últimos días.
Junto a El príncipe de la ciudad de Sidney
Lumet en ese crepúsculo, aunque es del 81, pero que también
retrata con gran placer para los sentidos, como ya hizo
la oscarizada French Conection de Friedkin, una Nueva York
sombría, deprimente y a ratos repugnante. Trataba la historia
de unos crímenes cometidos en el contexto más desconocido
de la ciudad, los ambientes sadomasoquistas homosexuales.
Pero no era tanto una trama policíaca, que es ambigua y
desdibujada, como un viaje a través de la mente del protagonista,
un agente infiltrado que al sumergirse en esos círculos
sumamente sórdidos, él, tan italiano, tan madero y tan furiosamente
heterosexual, termina sintiéndose atraído por el jaleo.
Como hemos dicho, maravillosa cuarta pared
final.
Inicialmente, Phil D’Antoni, productor de
la cinta sobre el gran Popeye Doyle, le pasó a Friedkin
la novela Cruising de Gerald Walker para que la adaptara.
Pero al director no le gustó nada. No encontró nada con
nervio. La obra estaba enmarcada en el ambiente gay de los
años sesenta, que ya nada tenía que ver con el panorama
de desenfreno que había dejado la revolución sexual en los
setenta. D’Antoni intentó entonces que la rodara Spielberg,
que sí que se interesó por el asunto, pero al final fue
imposible. Habría que haber visto esta historia, la verdad,
rodada por el padre de E.T. y los Goonies. El caso es que
le volvieron a insistir a Friedkin y lograron que se involucrase.
Una serie de crímenes espantosos en Nueva York le habían
dado la idea de por dónde podían ir los tiros. El asesino
había trabajado en una de sus películas ...
Friedkin habló con su abogado y se reunió
con él en la cárcel de Rikers Island. Le preguntó qué había
pasado y el asesino le explicó que la policía le había ofrecido
un trato si se confesaba autor de una decena de crímenes
que estaban sin resolver, además del que no había duda que
había cometido él. Otras fuentes cuentan que el asesino
se había jactado en prisión de ser el famoso descuartizador.
Pero lo importante es que al autor de French Conection le
fascinaban los crímenes sin resolver. Al igual que Alan
Moore, estaba fascinado por Jack El destripador. Los personajes
contradictorios, las investigaciones que fracasan, la imperfección
del mundo, en definitiva, eran los grandes motores de su
cine. Y no quería demostrar teorías políticas con ello,
solo depositarle en el coco las contradicciones al espectador
a modo de marrón y que sacase sus conclusiones «sean cuales
sean».
Además, resultó que un amigo del cineasta,
Randy Jurgensen, policía de nueva York, se había tenido
que infiltrar años atrás en los ambientes homosexuales de
Manhattan porque había dos individuos que se hacían pasar
por policías y extorsionaban a los gais. De la experiencia
de este detective salieron todas las ideas y recursos que
empleó Al Pacino en su actuación. Incluso el motel y el
apartamento que aparecen en la película son los que este
policía usó durante su investigación real. También, dos
agentes que aparecen al principio de la película que exigen
a dos travestis que les hagan sendas felaciones estaban
inspirados en ese caso real. Hasta el detective negro de
dos metros que pegaba bofetadas en los interrogatorios ataviado
solamente con un sombrero de vaquero y un tanga también
existió en Nueva York, cuenta Jurgensen en el making of
de Cruising.
Una vez aceptado el proyecto, a continuación,
el director contactó con sus conocidos en la mafia para
averiguar quiénes eran los dueños de los locales gais más
extremos de Nueva York y ponerse un poco al día de cómo
estaba el ambiente. Conoció a los propietarios y también
a los clientes. Durante un tiempo estuvo frecuentando los
garitos, IMDB dice que acudía vestido solo con un suspensorio,
y reunió una troupe de homosexuales para que fueran los
extras de la película. «No hubo figurantes del gremio, todos
estos tíos fueron pagados como extras, pero solo estaban
ahí haciendo lo que les molaba», explicó Friedkin en una
entrevista en Venice Magazine, donde también supuso que
el 90 % de los extras debieron morir en los siguientes diez
años, al menos a parte del equipo de rodaje sí que se los
llevó el SIDA, confesó. De modo que las célebres escenas
en el interior de ese garito sadomasoquista, con todo el
mundo sobándose encuerado y algún fist fucking de nada un
poco más atrás, Al Pacino las tuvo que hacer comiéndose
sus prejuicios porque esa gente no estaba actuando, se lo
estaba pasando pipa y encima cobrando. Friedkin ha admitido
que el actor se sintió bastante incómodo, pero de eso iba
la película precisamente. El director confesó que previamente
Al Pacino estaba loco por interpretar el papel, pero yo
creo que se mofa: «estaba tan impaciente porque en realidad
no sabía muy bien de qué iba a ir la cosa».
Cuando rodaban y Friedkin decía ¡corten! Al
Pacino salía volando de la escena, pero los extras seguían,
se quedaban ahí y no paraban de meterse mano. A la hora
de montar la película, cuando los ejecutivos del estudio
vieron el resultado se quedaron a cuadros. Obligaron al
director a cortar cuarenta minutos, en su mayoría escenas
de sexo, para que no fuese clasificada «X» y pudiera estrenarse
en el circuito habitual. Esos cuarenta minutos de metraje
se han perdido. Los destruyeron. Pero Friedkin tampoco suspira
mucho por esas escenas. De hecho, dijo que si las hubiese
encontrado, no las hubiera metido en el DVD porque habría
sido por motivaciones «lascivas», ya que, reconoce, «eran
verdadera pornografía». Pero el problema más duro con el
que se toparon no fue el de la censura de los estudios ni
la de los bienpensantes, sino los de la comunidad gay. La
Gay Activist Alliance y la Gay Task Force se echaron encima
del director. Decían que la película era una «provocación
homófoba», que solo serviría para que los gais sufrieran
más agresiones, que retrataba a los homosexuales de forma
estereotipada. Otros gais, en cambio, los amantes del cuero,
estaban contentos de que se filmase una película sobre sus
aficiones.
Una protesta contra el rodaje de Crusing.
Durante el rodaje, hubo agresiones a técnicos.
Piquetes que se pasaban el día gritando y haciendo ruido
alrededor para que no pudieran registrar el sonido. Les
lanzaron botellas, piedras. Tuvieron que estar protegidos
por guardaespaldas y trescientos policías. Había activistas
que se subían a los tejados cercanos y con espejos arruinaban
la iluminación. Friedkin recibió amenazas de muerte. Muchos
bares en los que se iba a filmar rompieron sus acuerdos.
A alguno de los productores dejaron de hablarle sus amigos
gais durante meses. El argumento de los activistas gais
era «No es una película sobre cómo vivimos, sino sobre por
qué tienen que matarnos». Un grupo de periodistas y profesionales
le pidió al alcalde demócrata Ed Koch que revocara los permisos
de rodaje. Ronald Gold, del National Gay Task se quejó de
que siempre tenían que luchar contra fanáticos que exigían
su derecho a la libertad de expresión para manifestar el
odio que sentían por los gais. Y especificó: «No pedimos
censura, solo le pedimos a Hollywood que se aplique la misma
autocensura que tiene con otras minorías». Y citó como ejemplo
a la comunidad negra: «¿Irían a rodar a Harlem algo como
The birth of a nation?» Andy Humm, de Dignity, el movimiento
de los gais católicos, sentenció también en esa línea: «No
estamos en contra de que se haga el film, pero no en nuestras
calles y con nuestra gente».
En un artículo en New York Magazine, Friedkin
le dijo al redactor, Vito Russo, que había leído la biografía
de Montgomery Clift de Patricia Bosworth y ahí ya aparecían
el tipo de bares que él estaba retratando. Hasta en la etapa
cuando estuvo documentándose encontró clubes a los que iban
mujeres maduras vestidas de cuero a ser sobadas por jovencitos.
A esa temperatura estaba la noche en aquellos años, los
últimos de esa libertad cercenada por el SIDA. Y no entendía
cómo podían pensar que una película como esa iba a provocar
violencia contra los gais. El hombre, honestamente, creía
mostrar lo que había en la calle realmente, lo que él mismo
había visto.
Sobran presentaciones.
Dios Salve a la Reina Banda.
Le dijo al periodista que si alguien conseguía
explicárselo razonadamente abandonaría el proyecto al día
siguiente. El problema, como manifestó luego en el documental
The story of Cruising, es que a su juicio los movimientos
gais estaban siendo teledirigidos por políticos a los que
realmente sí que les molestaba un derecho a la libertad
de expresión que permitiera una película de esa clase. Les
estaban haciendo el trabajo sucio al establishment más reaccionario.
Una vez estrenada, también hubo piquetes gais en los cines
amenazando a los espectadores. Para Al Pacino, que ya estaba
consagrado, enfrentarse a tanta polémica fue un shock. Venía
de representar Ricardo III en Broadway y había cosechado
críticas feroces y ahora le estaban machacando por una película
que todavía no se había ni rodado. Una novedad para la estrella
de El Padrino. Él, cuando leyó el guión, en ningún momento
pensó que fuera una historia antigay. Y puso el ejemplo
de una película del año anterior, El cazador de Michael
Cimino, que tras verla a la conclusión que había llegado
fue que la guerra tenía que ser horrible, pero resulta que
sectores de la crítica habían puesto el grito en el cielo
porque la veían como «racista». También aplicó su propia
lógica a la controversia. El mundo sadomasoquista es a los
gais como la mafia a los italoamericanos, explicó sin mucho
éxito. En la única faceta de la película en la que Friedkin
despreció la realidad fue en la banda sonora. La música
que suena en Cruising no era la que se escuchaba en los
bares gais. No obstante, Jack Nitzsche consiguió una colección
de canciones memorable con grupos punks del momento como
los Germs o los Cripplers y caballeros de la talla de John
Hiatt o Willy DeVille. Para este último fue su primera incursión
en el cine y de su aparición por el rodaje surgió la anécdota
más, digamos, poética, y que mejor resume el sentir de los
amantes del cuero.
Willy DeVille, el dandi sureño.
Recuerdo que un amigo mío vino al rodaje y
no podía entender ese rollo. Le preguntó a uno de ellos
qué les podía gustar de meter el brazo por el culo a otro
hombre, y el tipo contestó: «porque cuando meto el brazo
por el culo a mi amante puedo sentir su corazón latiendo
en mi mano».
Al final, la taquilla fue discreta y las críticas
muy malas. Como película policíaca, nadie sabía al final
quién era el asesino. Como viaje introspectivo, hay que
decir que la sociedad del momento, y seguramente también
la de ahora, no estaba preparada para ponerse en la piel
del protagonista y empatizar con lo que le ocurre. Pero
a cualquiera que le guste el mambo le resultará enternecedora
la escena, mítica a mi juicio, en la que Pacino baila puesto
de popper. La magia del filme reside sencillamente en eso.
Y por cierto, nadie ha reparado en las aportaciones de este
actor al mundo del baile. Con el de esta película y el que
se marca en Scarface con Michelle Pfeiffer, no hay excusas
para no saltar a la pista de baile ...
Pasaron muchos años hasta que la película
despertó interés entre la crítica y el público. En 2013
en Sudance James Franco presentó Interior. Leather Bar.
Una especie de documental experimental en el que con la
premisa de volver a rodar los cuarenta minutos que se perdieron
de Cruising, enfrenta a un actor casado y heterosexual a
la misma situación que se encontró Al Pacino. El hombre
alucina un poco, en lo que parece más un sketch de cámara
oculta, en la grabación de escenas de sexo gay explícitas
que le sirven a James Franco para reflexionar sobre el tópico
de que muy normal no es que nos deleitemos con una escena
en la que, por ejemplo, le cortan una oreja a un tío y le
prenden fuego, y luego si se muestra sexo homosexual hay
a quien le dé dentera o directamente rechazo.
La casualidad es que, también aquel año,
llegó desde Francia la genuina heredera de Cruising. Una
película de Alain Guiraudie, El desconocido del lago, que
aborda el cruising en sentido riguroso. Trata sobre un asesino
de homosexuales en una playa dedicada a tal fin. Las escenas
de sexo con desconocidos entre los matorrales son tan explícitas
que uno se queda con la sensación de que tiene arenilla
en la piel después de verla. Si hubiese sido rodada en EE.
UU. tal vez habría llegado el escándalo, pero Guiraudie
tiene ya una generosa filmografía y no ha pasado nada. Algunas
de ellas, como Le roi de l’évasion, una comedia que trata
de un homosexual que golpeado por la crisis de los cuarenta
cambia de orientación y se fuga con una niña de dieciséis
años y, sí, el sexo entre ambos también es explícito. O
Ce vieux rêve qui bouge, sobre un idilio a tres bandas entre
obreros del metal en una fábrica que va a cerrar. Amor intenso
entre profesionales metalúrgicos en el contexto de la desindustrialización
europea. Menudo mejunje.
Hasta tal punto llegó la obsesión del cineasta
por captar de forma verosímil la esencia perturbadora que
estos locales debían ejercer sobre un público heteronormativo
que, aún vistas hoy, las secuencias rodadas en los clubes,
pese a tener más de cuarenta años y no mostrar sexo explícito,
resultan tremendamente impactantes por la veracidad y la
sensación de desasosiego que transmiten en su retrato de
un espacio soterrado y oculto habitado por una abigarrada
y lujuriosa masa de danzantes cuerpos musculados y sudorosos,
pechos peludos, cuero, gorras de plato, cadenas, bigotones
y gafas de espejo. El resultado audiovisual refleja un estado
de frenesí violento e incómodo, pero a la vez fascinante
y atractivo, que nos muestra la progresiva transformación
experimentada por el policía infiltrado que interpreta Al
Pacino conforme va sumergiéndose en este submundo. Asimismo,
la búsqueda de Friedkin por alcanzar el mayor grado posible
de autenticidad se manifiesta también en la crudeza con
la que fotografía las desvencijadas localizaciones reales
en las que transcurre la acción.
Comienza el finalazo.
La película, rodada en las calles de una Nueva
York en plena decadencia debido a los enormes recortes presupuestarios
impuestos a la ciudad a mediados de los 70’, es un documento
fiel sobre la apocalíptica situación urbanística de la Gran
Manzana en la época que dialoga con filmes coetáneos como
Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Buscando al señor
Goodbar (Looking for Mr. Goodbar, Richard Brooks, 1977).
El descenso a los infiernos al que se somete el policía
interpretado por Pacino para descubrir al asesino en serie
que merodeaba por los garitos gays neoyorkinos se solapa
con el del estricto padre calvinista al que daba vida George
C. Scott en Hardcore, un mundo oculto (Hardcore, Paul Schrader,
1979) para encontrar a su hija abducida por la industria
pornográfica, si bien es cierto que la visión de Friedkin,
que muy acertadamente elude emitir juicios de valor manteniendo
un distanciamiento neutral, se posiciona en las antípodas
del neurótico y autopunitivo objetivismo moral de Schrader.
La presencia de Al Pacino nos lleva a Serpico
(Sidney Lumet, 1973). Sergio afirmaba que irremediablemente
la presencia de Al Pacino le influía a la hora de establecer
esta relación. En las dos películas los personajes interpretados
por Pacino van sufriendo un aislamiento progresivo, si bien
por muy distintas causas, que parece alejarlos de un entorno
laboral en el que, por una u otra razón, parecen no terminar
de encajar.
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