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Cruising.
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15-Agosto-2024

El escritor y periodista estadounidense Gerald Walker, famoso por la novela “Cruising” también llevada a la gran pantalla, falleció en 2004 en un hospital de Nueva York a la edad de 75 años. La causa de la muerte fue una complicación cardíaca, precisó su esposa, Joanna Simon. Gerald Robert Walker nació el 16 de abril de 1928. Después de graduarse en la Universidad de Nueva York y obtener una maestría en dramaturgia en la Universidad de Columbia, comenzó a escribir cuentos y al mismo tiempo empezó a trabajar como periodista. De 1961 a 1990 fue uno de los editores de las páginas literarias del "New York Times Magazine". En 1970 publicó su novela más conocida, “Cruising”, ambientada en el mundo subterráneo de los homosexuales en Nueva York: en su momento el tema elegido generó bastante controversia, ya que era una de las primeras veces que el gay La comunidad de Greenwich Village se convirtió en un tema narrativo. Sólo en 1980 un director, William Friedkin, logró realizar una película inspirada libremente en la novela "Cruising", protagonizada por Al Pacino y Paul Sorvino.

El honor de haber estado nominada a peor película, peor dirección y peor guion en la primera edición de los infames Premios Razzie.

Con Karen Allen apoyando a Pacino. Allen quedó ciega en 1978 a causa de una queratoconjuntivitis, de la que pudo recuperarse sin secuelas; un año antes había llegado a las instancias finales de casting para convertirse en la princesa Leia de la primera trilogía de Star Wars, quedando finalmente eclipsada por Carrie Fisher. Sin embargo, George Lucas no se olvidó de ella, y en uno de los descansos del rodaje de la piedra basal de su saga galáctica le dijo a su amigo Steven Spielberg, en relación al nuevo proyecto que estaban bocetando: “Tengo a la chica ideal para que sea la pareja de Indy”. Como te quedas ...

La novela trata sobre un policía encubierto que busca a un asesino en serie homosexual en la ciudad gay de Nueva York de 1970. Las víctimas del asesinato eran hombres homosexuales que no habían salido del armario o que eran relativamente abiertos (tan abiertos como podían serlo en ese momento) que se cruzaron con el asesino mientras buscaban sexo. Mientras estaba encubierto, el policía desarrolla sentimientos por su vecino gay.

Gerald Walker y su melocotonazo.

La novela es notable por su discusión de temas homosexuales en una época en la que eso no era algo común. Joseph Hansen fue otro escritor de la década de 1970 que incorporó lo queer en su ficción policial con su serie de detectives Brandstetter. La primera aparición de la ficción policial gay se debió a George Baxt, quien escribió sobre el detective gay Pharaoh Love. Michael Mcdowell y Dennis Schuetz fueron autores de ficción policial que también incorporaron temas homosexuales en sus escritos en las décadas de 1970 y 1980, aproximadamente en la época en que Gerald Walker había escrito esta novela. El autor Neil Placky presenta el punto de vista: "Sus libros abrieron las puertas a la cultura gay en una época en la que la homosexualidad se consideraba un trastorno psiquiátrico y una forma segura de romper el corazón de una madre". Cruising explora la identidad del personaje principal como un oficial encubierto y la lucha interna que enfrenta luego al ingresar a la subcultura de la comunidad gay como un punto clave de la trama. La trama de la novela muestra las diferentes actitudes hacia la comunidad gay emergente. En una reseña publicada en The Guardian, un año después de la publicación, el crítico dice: " Cruising fue la primera novela de Gerald Walker. Tardó cinco años en escribirse y, por supuesto, fue rechazada por seis agentes literarios y no menos de 18 editoriales".

Michael McDowell tienen en sus créditos cinematográficos el guión de Beetlejuice (1988) y colaboraciones en Pesadilla antes de Navidad (1993) y Thinner (1996). McDowell también escribió la novelización de la película Clue en 1985. La película se basó en el juego de mesa y presentó tres finales diferentes; sin embargo, la novelización se basó en el guion de rodaje e incluye un cuarto final adicional que fue eliminado de la película. También contribuyó con guiones para varias antologías de terror para televisión, incluida Tales from the Darkside.

La novela se centra en tres personajes principales: el asesino Stuart Richards, el policía encubierto John Lynch y el policía capitán Edelson, que asigna el papel de agente encubierto a Lynch. Cada capítulo (20 en total) se centra en los pensamientos de uno de los personajes. Se hace hincapié en los sentimientos de Lynch sobre varios grupos minoritarios, incluidos los hombres homosexuales y sus sentimientos relacionados con el trabajo encubierto y cómo su vida va cambiando a medida que avanza el trabajo. Se hace hincapié también en las diversas hazañas heterosexuales de Richards, su difícil relación con su padre y muchos más recuerdos de su vida, tanto pasada como actual, y los pensamientos de Edelson sobre el caso y cómo espera conseguir un ascenso si lo resuelve.

Fue adaptada como película en 1980, también titulada Cruising. Hubo cambios sustanciales en la trama de la película, como trasladar al asesino al mundo del sadomasoquismo y los bares gay de cuero en Greenwich Village, Nueva York. La película incluye al policía Steve Burns (su nombre fue cambiado de John Lynch) teniendo una relación sexual activa con su novia Nancy (interpretada por Karen Allen). Ninguna de estas facetas es parte de la trama de la novela.

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El título hace referencia al término del argot gay inglés cruising, que indica la actividad de buscar encuentros sexuales en lugares públicos y a la vez significa 'patrullar'. Aunque en su momento fue polémica por su retrato de los ambientes sadomasoquistas homosexuales, en la actualidad se la considera una película de culto.

En el río Hudson de la ciudad de Nueva York, en pleno verano, aparecen flotando partes de cuerpos masculinos. La policía sospecha que es el trabajo de un asesino en serie que está recogiendo homosexuales en bares del West Village como Eagle's Nest, Ramrod y Cock Pit, para luego llevarlos a moteles baratos, donde los ata y apuñala hasta matarlos. El oficial Steve Burns (Al Pacino), que se asemeja al perfil de las víctimas, es enviado de encubierto por el Capitán Edelson (Paul Sorvino) al mundo urbano en el Distrito Meatpacking para rastrear al asesino. Al principio, Burns es reacio a aceptar la asignación, pero es ambicioso y ve un caso de alto perfil como una forma de avanzar rápidamente en su carrera y convertirse en detective. Alquila un departamento en el área y se hace amigo de un vecino, Ted Bailey (Don Scardino), un joven dramaturgo que brinda asistencia técnica para pagar las cuentas. Mientras intenta infiltrarse en los suburbios, el asesino continúa con su masacre. El trabajo encubierto de Burns afecta su relación con su novia Nancy (Karen Allen), tanto por su negativa a contarle los detalles de su asignación actual como por su amistad en desarrollo con Ted, quien está teniendo problemas de relación con sus celoso y posesivo novio, Gregory (James Remar).

Gran parte del barrio está catalogado como monumento histórico, The Meatpacking District, oficialmente conocido como Gansevoort Market, es un barrio en la ciudad de Nueva York localizado en el borough (distrito) de Manhattan. Se localiza específicamente entre la Calle 14 Oeste, al sur de la Calle Gansevoort y del Río Hudson, y al este de la Calle Hudson, aunque se ha extendido al norte de la Calle 16 Oeste y más allá de la Calle Hudson. The High Line, sobre las vías elevadas del tren abandonadas y el Museo Whitney de Arte Estadounidense son lugares de visita obligada que hacen olvidar la degradación de los años en los que la historia se situa.

Burns cree por error que un camarero, Skip Lee (Jay Acovone), podría ser el asesino. Este es capturado, humillado y golpeado por la policía para obligarlo a confesar, antes de descubrir que las huellas digitales de Skip no coinciden con las del asesino. Burns está perturbado por esta brutalidad policial, y le dice al Capitán Edelson que no firmó para que puedan arrestar a cualquiera y maltratarlo solo por ser homosexual. Agotado por su misión encubierta, Burns está cerca de renunciar, pero Edelson lo convence de continuar con la investigación. Edelson, a su vez, reprende a los oficiales detrás del violento interrogatorio.

Siguiendo una nueva pista, Burns investiga a estudiantes de la Universidad de Columbia que estudiaron con una de las víctimas anteriores, un profesor universitario. Burns cree que ha encontrado al asesino en serie: Stuart Richards (Richard Cox), un estudiante de posgrado de música con trastorno esquizofrénico que lo ataca con un cuchillo en Morningside Park. Burns pone al hombre bajo custodia, pero poco después se encuentra el cuerpo mutilado de Ted. La policía desestima el asesinato, creyendo que fue tan solo una pelea de amantes, emitiendo una orden de arresto contra Gregory, con quien Burns anteriormente tuvo una pelea por su relación con Ted. Con la policía bajo la impresión de que los asesinatos se han resuelto porque Richards está bajo custodia, Burns regresa con Nancy. Mientras Burns se afeita la barba en el baño, Nancy se prueba su ropa, una gorra de cuero, gafas de aviador y una chaqueta de cuero, la misma ropa que usaba el asesino, mientras su novio se mira en el espejo y dirige su vista brevemente hacia la cámara.

En 1979 William Friedkin rodó Cruising, una película sobre asesinatos de homosexuales. El director, además de en una novela, se inspiró en una serie crímenes que había cometido un año antes un radiólogo, Paul Bateson, acusado de despedazar homosexuales y tirar los trozos al río Hudson. El asesinato que le delató fue el de Addison Verrill, un crítico de cine, al que había aplastado la cabeza en su domicilio con una sartén. Cuando le detuvieron, el periodista Arthur Bell escribió en el periódico The Village Voice que Paul Bateson tenía problemas para encontrar un trabajo estable. Uno de los pocos que había tenido antes de los crímenes fue el de figurante en El exorcista, también film de William Friedkin. Arthur Bell, de remate, en 1979 lideró desde su diario una campaña en contra del rodaje de Cruising que casi se carga la película. Decía que incitaba a «matar y mutilar gais».

Cruising cierra la etapa dorada del cine policíaco americano. En lo estilístico se asienta sobre una base voluntariamente feísta heredera del cinéma vérité que tanto ha marcado la puesta en escena del director de French Connection. Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971) y El exorcista (The Exorcist, 1973), aunque en las secuencias de asesinato se convierte en una película de terror puro y entonces es inevitable percibir fugaces destellos manieristas del giallo que nos hacen esbozar una gran sonrisa. No hay duda de que estamos ante uno de esos extraños híbridos cinematográficos que solo podían darse en el contexto del Nuevo Hollywood, que lamentablemente estaba viviendo sus últimos días.

Junto a El príncipe de la ciudad de Sidney Lumet en ese crepúsculo, aunque es del 81, pero que también retrata con gran placer para los sentidos, como ya hizo la oscarizada French Conection de Friedkin, una Nueva York sombría, deprimente y a ratos repugnante. Trataba la historia de unos crímenes cometidos en el contexto más desconocido de la ciudad, los ambientes sadomasoquistas homosexuales. Pero no era tanto una trama policíaca, que es ambigua y desdibujada, como un viaje a través de la mente del protagonista, un agente infiltrado que al sumergirse en esos círculos sumamente sórdidos, él, tan italiano, tan madero y tan furiosamente heterosexual, termina sintiéndose atraído por el jaleo.

Como hemos dicho, maravillosa cuarta pared final.

Inicialmente, Phil D’Antoni, productor de la cinta sobre el gran Popeye Doyle, le pasó a Friedkin la novela Cruising de Gerald Walker para que la adaptara. Pero al director no le gustó nada. No encontró nada con nervio. La obra estaba enmarcada en el ambiente gay de los años sesenta, que ya nada tenía que ver con el panorama de desenfreno que había dejado la revolución sexual en los setenta. D’Antoni intentó entonces que la rodara Spielberg, que sí que se interesó por el asunto, pero al final fue imposible. Habría que haber visto esta historia, la verdad, rodada por el padre de E.T. y los Goonies. El caso es que le volvieron a insistir a Friedkin y lograron que se involucrase. Una serie de crímenes espantosos en Nueva York le habían dado la idea de por dónde podían ir los tiros. El asesino había trabajado en una de sus películas ...

Friedkin habló con su abogado y se reunió con él en la cárcel de Rikers Island. Le preguntó qué había pasado y el asesino le explicó que la policía le había ofrecido un trato si se confesaba autor de una decena de crímenes que estaban sin resolver, además del que no había duda que había cometido él. Otras fuentes cuentan que el asesino se había jactado en prisión de ser el famoso descuartizador. Pero lo importante es que al autor de French Conection le fascinaban los crímenes sin resolver. Al igual que Alan Moore, estaba fascinado por Jack El destripador. Los personajes contradictorios, las investigaciones que fracasan, la imperfección del mundo, en definitiva, eran los grandes motores de su cine. Y no quería demostrar teorías políticas con ello, solo depositarle en el coco las contradicciones al espectador a modo de marrón y que sacase sus conclusiones «sean cuales sean».

Además, resultó que un amigo del cineasta, Randy Jurgensen, policía de nueva York, se había tenido que infiltrar años atrás en los ambientes homosexuales de Manhattan porque había dos individuos que se hacían pasar por policías y extorsionaban a los gais. De la experiencia de este detective salieron todas las ideas y recursos que empleó Al Pacino en su actuación. Incluso el motel y el apartamento que aparecen en la película son los que este policía usó durante su investigación real. También, dos agentes que aparecen al principio de la película que exigen a dos travestis que les hagan sendas felaciones estaban inspirados en ese caso real. Hasta el detective negro de dos metros que pegaba bofetadas en los interrogatorios ataviado solamente con un sombrero de vaquero y un tanga también existió en Nueva York, cuenta Jurgensen en el making of de Cruising.

Una vez aceptado el proyecto, a continuación, el director contactó con sus conocidos en la mafia para averiguar quiénes eran los dueños de los locales gais más extremos de Nueva York y ponerse un poco al día de cómo estaba el ambiente. Conoció a los propietarios y también a los clientes. Durante un tiempo estuvo frecuentando los garitos, IMDB dice que acudía vestido solo con un suspensorio, y reunió una troupe de homosexuales para que fueran los extras de la película. «No hubo figurantes del gremio, todos estos tíos fueron pagados como extras, pero solo estaban ahí haciendo lo que les molaba», explicó Friedkin en una entrevista en Venice Magazine, donde también supuso que el 90 % de los extras debieron morir en los siguientes diez años, al menos a parte del equipo de rodaje sí que se los llevó el SIDA, confesó. De modo que las célebres escenas en el interior de ese garito sadomasoquista, con todo el mundo sobándose encuerado y algún fist fucking de nada un poco más atrás, Al Pacino las tuvo que hacer comiéndose sus prejuicios porque esa gente no estaba actuando, se lo estaba pasando pipa y encima cobrando. Friedkin ha admitido que el actor se sintió bastante incómodo, pero de eso iba la película precisamente. El director confesó que previamente Al Pacino estaba loco por interpretar el papel, pero yo creo que se mofa: «estaba tan impaciente porque en realidad no sabía muy bien de qué iba a ir la cosa».

Cuando rodaban y Friedkin decía ¡corten! Al Pacino salía volando de la escena, pero los extras seguían, se quedaban ahí y no paraban de meterse mano. A la hora de montar la película, cuando los ejecutivos del estudio vieron el resultado se quedaron a cuadros. Obligaron al director a cortar cuarenta minutos, en su mayoría escenas de sexo, para que no fuese clasificada «X» y pudiera estrenarse en el circuito habitual. Esos cuarenta minutos de metraje se han perdido. Los destruyeron. Pero Friedkin tampoco suspira mucho por esas escenas. De hecho, dijo que si las hubiese encontrado, no las hubiera metido en el DVD porque habría sido por motivaciones «lascivas», ya que, reconoce, «eran verdadera pornografía». Pero el problema más duro con el que se toparon no fue el de la censura de los estudios ni la de los bienpensantes, sino los de la comunidad gay. La Gay Activist Alliance y la Gay Task Force se echaron encima del director. Decían que la película era una «provocación homófoba», que solo serviría para que los gais sufrieran más agresiones, que retrataba a los homosexuales de forma estereotipada. Otros gais, en cambio, los amantes del cuero, estaban contentos de que se filmase una película sobre sus aficiones.

Una protesta contra el rodaje de Crusing.

Durante el rodaje, hubo agresiones a técnicos. Piquetes que se pasaban el día gritando y haciendo ruido alrededor para que no pudieran registrar el sonido. Les lanzaron botellas, piedras. Tuvieron que estar protegidos por guardaespaldas y trescientos policías. Había activistas que se subían a los tejados cercanos y con espejos arruinaban la iluminación. Friedkin recibió amenazas de muerte. Muchos bares en los que se iba a filmar rompieron sus acuerdos. A alguno de los productores dejaron de hablarle sus amigos gais durante meses. El argumento de los activistas gais era «No es una película sobre cómo vivimos, sino sobre por qué tienen que matarnos». Un grupo de periodistas y profesionales le pidió al alcalde demócrata Ed Koch que revocara los permisos de rodaje. Ronald Gold, del National Gay Task se quejó de que siempre tenían que luchar contra fanáticos que exigían su derecho a la libertad de expresión para manifestar el odio que sentían por los gais. Y especificó: «No pedimos censura, solo le pedimos a Hollywood que se aplique la misma autocensura que tiene con otras minorías». Y citó como ejemplo a la comunidad negra: «¿Irían a rodar a Harlem algo como The birth of a nation?» Andy Humm, de Dignity, el movimiento de los gais católicos, sentenció también en esa línea: «No estamos en contra de que se haga el film, pero no en nuestras calles y con nuestra gente».

En un artículo en New York Magazine, Friedkin le dijo al redactor, Vito Russo, que había leído la biografía de Montgomery Clift de Patricia Bosworth y ahí ya aparecían el tipo de bares que él estaba retratando. Hasta en la etapa cuando estuvo documentándose encontró clubes a los que iban mujeres maduras vestidas de cuero a ser sobadas por jovencitos. A esa temperatura estaba la noche en aquellos años, los últimos de esa libertad cercenada por el SIDA. Y no entendía cómo podían pensar que una película como esa iba a provocar violencia contra los gais. El hombre, honestamente, creía mostrar lo que había en la calle realmente, lo que él mismo había visto.

Sobran presentaciones.

Dios Salve a la Reina Banda.

Le dijo al periodista que si alguien conseguía explicárselo razonadamente abandonaría el proyecto al día siguiente. El problema, como manifestó luego en el documental The story of Cruising, es que a su juicio los movimientos gais estaban siendo teledirigidos por políticos a los que realmente sí que les molestaba un derecho a la libertad de expresión que permitiera una película de esa clase. Les estaban haciendo el trabajo sucio al establishment más reaccionario. Una vez estrenada, también hubo piquetes gais en los cines amenazando a los espectadores. Para Al Pacino, que ya estaba consagrado, enfrentarse a tanta polémica fue un shock. Venía de representar Ricardo III en Broadway y había cosechado críticas feroces y ahora le estaban machacando por una película que todavía no se había ni rodado. Una novedad para la estrella de El Padrino. Él, cuando leyó el guión, en ningún momento pensó que fuera una historia antigay. Y puso el ejemplo de una película del año anterior, El cazador de Michael Cimino, que tras verla a la conclusión que había llegado fue que la guerra tenía que ser horrible, pero resulta que sectores de la crítica habían puesto el grito en el cielo porque la veían como «racista». También aplicó su propia lógica a la controversia. El mundo sadomasoquista es a los gais como la mafia a los italoamericanos, explicó sin mucho éxito. En la única faceta de la película en la que Friedkin despreció la realidad fue en la banda sonora. La música que suena en Cruising no era la que se escuchaba en los bares gais. No obstante, Jack Nitzsche consiguió una colección de canciones memorable con grupos punks del momento como los Germs o los Cripplers y caballeros de la talla de John Hiatt o Willy DeVille. Para este último fue su primera incursión en el cine y de su aparición por el rodaje surgió la anécdota más, digamos, poética, y que mejor resume el sentir de los amantes del cuero.

Willy DeVille, el dandi sureño.

Recuerdo que un amigo mío vino al rodaje y no podía entender ese rollo. Le preguntó a uno de ellos qué les podía gustar de meter el brazo por el culo a otro hombre, y el tipo contestó: «porque cuando meto el brazo por el culo a mi amante puedo sentir su corazón latiendo en mi mano».

Al final, la taquilla fue discreta y las críticas muy malas. Como película policíaca, nadie sabía al final quién era el asesino. Como viaje introspectivo, hay que decir que la sociedad del momento, y seguramente también la de ahora, no estaba preparada para ponerse en la piel del protagonista y empatizar con lo que le ocurre. Pero a cualquiera que le guste el mambo le resultará enternecedora la escena, mítica a mi juicio, en la que Pacino baila puesto de popper. La magia del filme reside sencillamente en eso. Y por cierto, nadie ha reparado en las aportaciones de este actor al mundo del baile. Con el de esta película y el que se marca en Scarface con Michelle Pfeiffer, no hay excusas para no saltar a la pista de baile ...

Pasaron muchos años hasta que la película despertó interés entre la crítica y el público. En 2013 en Sudance James Franco presentó Interior. Leather Bar. Una especie de documental experimental en el que con la premisa de volver a rodar los cuarenta minutos que se perdieron de Cruising, enfrenta a un actor casado y heterosexual a la misma situación que se encontró Al Pacino. El hombre alucina un poco, en lo que parece más un sketch de cámara oculta, en la grabación de escenas de sexo gay explícitas que le sirven a James Franco para reflexionar sobre el tópico de que muy normal no es que nos deleitemos con una escena en la que, por ejemplo, le cortan una oreja a un tío y le prenden fuego, y luego si se muestra sexo homosexual hay a quien le dé dentera o directamente rechazo.

La casualidad es que, también aquel año, llegó desde Francia la genuina heredera de Cruising. Una película de Alain Guiraudie, El desconocido del lago, que aborda el cruising en sentido riguroso. Trata sobre un asesino de homosexuales en una playa dedicada a tal fin. Las escenas de sexo con desconocidos entre los matorrales son tan explícitas que uno se queda con la sensación de que tiene arenilla en la piel después de verla. Si hubiese sido rodada en EE. UU. tal vez habría llegado el escándalo, pero Guiraudie tiene ya una generosa filmografía y no ha pasado nada. Algunas de ellas, como Le roi de l’évasion, una comedia que trata de un homosexual que golpeado por la crisis de los cuarenta cambia de orientación y se fuga con una niña de dieciséis años y, sí, el sexo entre ambos también es explícito. O Ce vieux rêve qui bouge, sobre un idilio a tres bandas entre obreros del metal en una fábrica que va a cerrar. Amor intenso entre profesionales metalúrgicos en el contexto de la desindustrialización europea. Menudo mejunje.

Hasta tal punto llegó la obsesión del cineasta por captar de forma verosímil la esencia perturbadora que estos locales debían ejercer sobre un público heteronormativo que, aún vistas hoy, las secuencias rodadas en los clubes, pese a tener más de cuarenta años y no mostrar sexo explícito, resultan tremendamente impactantes por la veracidad y la sensación de desasosiego que transmiten en su retrato de un espacio soterrado y oculto habitado por una abigarrada y lujuriosa masa de danzantes cuerpos musculados y sudorosos, pechos peludos, cuero, gorras de plato, cadenas, bigotones y gafas de espejo. El resultado audiovisual refleja un estado de frenesí violento e incómodo, pero a la vez fascinante y atractivo, que nos muestra la progresiva transformación experimentada por el policía infiltrado que interpreta Al Pacino conforme va sumergiéndose en este submundo. Asimismo, la búsqueda de Friedkin por alcanzar el mayor grado posible de autenticidad se manifiesta también en la crudeza con la que fotografía las desvencijadas localizaciones reales en las que transcurre la acción.

Comienza el finalazo.

La película, rodada en las calles de una Nueva York en plena decadencia debido a los enormes recortes presupuestarios impuestos a la ciudad a mediados de los 70’, es un documento fiel sobre la apocalíptica situación urbanística de la Gran Manzana en la época que dialoga con filmes coetáneos como Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Buscando al señor Goodbar (Looking for Mr. Goodbar, Richard Brooks, 1977). El descenso a los infiernos al que se somete el policía interpretado por Pacino para descubrir al asesino en serie que merodeaba por los garitos gays neoyorkinos se solapa con el del estricto padre calvinista al que daba vida George C. Scott en Hardcore, un mundo oculto (Hardcore, Paul Schrader, 1979) para encontrar a su hija abducida por la industria pornográfica, si bien es cierto que la visión de Friedkin, que muy acertadamente elude emitir juicios de valor manteniendo un distanciamiento neutral, se posiciona en las antípodas del neurótico y autopunitivo objetivismo moral de Schrader.

La presencia de Al Pacino nos lleva a Serpico (Sidney Lumet, 1973). Sergio afirmaba que irremediablemente la presencia de Al Pacino le influía a la hora de establecer esta relación. En las dos películas los personajes interpretados por Pacino van sufriendo un aislamiento progresivo, si bien por muy distintas causas, que parece alejarlos de un entorno laboral en el que, por una u otra razón, parecen no terminar de encajar.

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