Un hombre llamado Caballo (A Man Called Horse) es un western
crepuscular (película de vaqueros o del viejo oeste) estadounidense
de 1970 basado en el cuento homónimo escrito por Dorothy M.
Johnson y publicado por primera vez en 1950 en la revista
Collier's y después, en 1968, en el libro de la autora llamado
Indian Country.
Escalofriante, horripilante, espeluznante, atroz. Los adjetivos
que se emplearon para promocionar Un hombre llamado Caballo
querían llamar la atención del público más morboso, y lo mismo
ocurría con el póster de la película, que en Alemania era
casi tan salvaje como lo fue el de Holocausto caníbal. Para
'vender' la película se hacía referencia a un horripilante
ritual, una escena no apta para espectadores sensibles. ¿En
qué consiste ese pavoroso ritual? ¿Se practicaba de verdad?
Vamos por partes. La película, dirigida por Elliot Silverstein,
se basa en un relato corto de Dorothy M. Johnson, autora de
títulos que también triunfaron en el cine como El hombre que
mató a Liberty Valence o El árbol del ahorcado, y para muchos
analistas se enmarca en ese cine que se muestra respetuoso
con los indios, con el clásico Fort Apache, de John Ford,
como uno de los referentes principales y, más tarde, con Bailando
con lobos, de Kevin Costner. En Un hombre llamado Caballo
se hace un fiel retrato de los Sioux Lakota, una de las tribus
más conocidas -gracias al cine- de las praderas del Norte
y Medio Oeste de los EE. UU. Y para ello se recurrió a entidades
como el Instituto Smithsoniano, el Museo Americano de Historia
Natural y la Biblioteca del Congreso. También a la pintura
del XIX, sobre todo a la de artistas como el suizo Karl Bodmer
y sobre todo el norteamericano George Catlin, que fueron una
referencia estética para construir algunas escenas más difíciles
del rodaje.
Este título fue un gran éxito comercial, porque por primera vez
se «describían por dentro las costumbres de una tribu india»;
sin embargo fue criticado por muchos activistas indios, llamándola
incluso «la película más blanca de todas». Es la interpretación
más conocida de Richard Harris, que alcanzó la fama con ella
y volvería a representar al personaje principal en dos secuelas.
En el punto álgido de la cinta: a Morgan (Harris)
le cortan por encima de los pezones, haciéndole cuatro rajas,
dos en cada lado, por las que atravesarán dos palos de madera.
A finales de los sesenta el western se encontraba
en un punto muerto. La renovación de este género eminentemente
norteamericano iniciada en Europa por directores como Sergio
Leone o Sergio Corbucci había tocado techo y permanecía ensimismada
atendiendo a los patrones establecidos por obras como «Por
un puñado de dólares» (Per un pugno di dollari, 1964) o Django
(íd., 1966). Mientras, «Grupo salvaje» (The wild bunch, 1969),
de Sam Peckinpah, daba una vuelta de tuerca gracias a su inusitada
violencia y a su peculiar montaje. Del mismo modo, el bueno
de «Bloody Sam» ofrecería un original punto de vista con su
personal y lírica «Balada de Cable Hogue» (The ballad of Cable
Hogue, 1969. Sin embargo, ambas propuestas se enmarcan aún
dentro de la concepción clásica y sería preciso esperar a
títulos como «Sin perdón» (Unforgiven, 1992), de Clint Eastwood,
o «Bailando con lobos» (Dances with wolves, 1990), de Kevin
Costner, para asistir a una regeneración completa del género.
Justo en los albores de la década de los setenta,
se consagró un subgénero que tiende una mirada amable a los
nativos americanos y que hunde sus raíces en la década de
los cincuenta con títulos como «Flecha rota» (Broken arrow,
1950), de Delmer Daves; «La puerta del diablo» (Devil’s doorway,
1950), de Anthony Mann; o «Apache» (íd., 1954), de Robert
Aldrich. Cuando el movimiento hippy alcanzaba su punto de
inflexión, el director Elliot Silverstein estrenó «Un hombre
llamado Caballo» (A man called Horse, 1970), título imprescindible
en el cine «pro indio» y que ofrece un acercamiento a los
usos y costumbres de los sioux. El filósofo asturiano Miguel
Ángel Navarro Crego, en su artículo «Etnología y relativismo
cultural en el western: a propósito de Un hombre llamado caballo,
1970» -publicado en «El Catoblepas» en septiembre de 2007-,
señala que «Un hombre llamado Caballo» «procura subrayar la
pretendida veracidad ecológico documental de la vida sioux
desde la estrategia del materialismo cultural» de Marvin Harris.
Elliot Silverstein -quien a mediados de los
sesenta había dirigido la comedia «La ingenua explosiva» (Cat
Ballou, 1965), protagonizada por un magnífico Lee Marvin–
se alió con el productor Sandy Howard para llevar a la gran
pantalla el relato corto «Un hombre llamado Caballo» (1950),
escrito por Dorothy M. Johnson –autora, entre otras historias,
de «El hombre que mató a Liberty Valance» (1949) o «El árbol
del ahorcado» (1957)- e incluido en su libro «Indian country»,
publicado en 1968. La historia ya había sido adaptada en un
capítulo del show televisivo «La caravana» (Wagon train, 1957-1965)
y se inspira vagamente en las experiencias recogidas por Álvar
Núñez Cabeza de Vaca en su libro de viajes «Naufragios», en
el que cuenta cómo vivió con los indios carancaguas de la
isla de Galveston, durante seis años en el primer cuarto del
siglo XVI, antes de remontar el río Bravo y convivir como
curandero con las tribus cazadoras de bisontes.
El relato de Dorothy M. Johnson sitúa la historia
en 1825, en algún lugar de la actual Dakota del Sur. Su protagonista,
John Morgan (Richard Harris), es un refinado aristócrata inglés
que ha abandonado su Indian Country y su cómoda existencia
para sumarse a la exótica y peligrosa aventura americana.
Mientras se encuentra cazando junto a tres tramperos, el grupo
es asaltado por varios guerreros sioux que nunca han visto
a un hombre blanco. Morgan sobrevive a la refriega y es secuestrado
por los nativos, dirigidos por el jefe «Yellow Hand» (Manu
Tupou), quien le bautiza como «shunkawakan» (caballo). A partir
de ese momento, Morgan sufrirá toda clase de vejaciones, sirviendo
como criado de la madre de «Yellow Hand». Sin embargo, su
amistad con el mestizo Batise (Jean Gascon) le permitirá conocer
los entresijos del día a día en el poblado sioux y, poco a
poco, se las ingeniará para escalar socialmente con el objeto
de huir. Su amor por «Running deer» (Corinna Tsopei), hermana
del jefe, le conducirá hacia una transformación absoluta de
su persona, pasando a convertirse en un guerrero más de la
tribu.
Hablamos de indios y vaqueros en Intro >>
Resumen temático.
El guión, escrito por Jack De Witt, está salpicado
por continuas concesiones a los usos y costumbres de los sioux.
Navarro Crego sostiene que se trata de un ejercicio que hace
especial hincapié en el problema de la adaptación del hombre
a un nuevo ambiente cultural y ecológico, un tema en boga
por aquel entonces como fruto de los cambios en los que se
encontraba inmersa la sociedad norteamericana. Asimismo, resulta
especialmente curioso que la mayor parte de los diálogos fueran
escritos en la lengua Dakhota-Lakhota. Este aspecto refuerza
el punto de vista a través de la perspectiva de John Morgan,
quien se encuentra a centenares de kilómetros de la «civilización»
rodeado por los miembros de una tribu cuya cultura le es desconocida
y, por qué no decirlo, le resulta propia de salvajes.
El propósito de ofrecer al espectador una película
de tintes documentales se hace latente desde los créditos
de introducción, en los que se agradece a la Biblioteca del
Congreso, al Smithsonian Institute y al Museo Americano de
Historia Natural su colaboración en el proyecto. Del mismo
modo, se advierte de que los rituales descritos en la película
fueron recogidos en cartas y apuntes de George Catlin, Carl
Bodmer y otros testigos oculares de la época. Entre estos
ritos destaca el «Juramento al sol», prohibido por el gobierno
de los Estados Unidos a finales del siglo XIX.
La película arranca con una bella escena rodada
en el crepúsculo y en la que se muestra al jefe de la tribu
rindiendo culto a «Wakan-Tanka», el bisonte blanco sagrado.
Silverstein no sólo se recrea en la descripción de los rituales,
sino que, desde el mismo instante en que John Morgan es apresado
por los nativos, muestra con todo lujo de detalles las estrategias
de los sioux, el aspecto de sus ropajes, el modo en el que
pintaban sus rostros o la estructura de sus poblados, cuyo
centro neurálgico era una gran construcción de adobe conocida
como «tipiwakan» o choza sagrada. Asimismo, «Un hombre llamado
Caballo» describe otros aspectos como los ritos funerarios,
las ceremonias matrimoniales mediante la compra de las novias
con la principal moneda de cambio en las praderas –los caballos-
o las prácticas que perseguían la supervivencia del grupo
y que obligaban a las madres de los guerreros fallecidos a
entregar todos sus bienes en pos del bien común a la par que
las condenaba a la muerte si nadie se hacía cargo de ellas.
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La Danza del Sol, un ceremonial que se llevaba
a cabo en Canadá, América Central y México en honor al bisonte,
su animal sagrado. "Wakan Tanka, ¡ten misericordia de nosotros!,
¡queremos vivir! Esta es la razón por la que hacemos esto.
Dicen que viene una manada de bisontes; ya están aquí. Aquí
en la tierra, vivimos con el bisonte y te estamos agradecidos
por ello, pues él nos da nuestro alimento y hace dichoso al
pueblo, es nuestro pariente .¡Oh bisonte, tú eres la tierra!".
Aunque con variaciones según el lugar, casi
todas las tribus seguían un mismo guion: primero se hacía
la purificación corporal y el ayuno, luego se llevaba al sujeto
al lugar sagrado y se le colgaba cuando salía el sol. La tensión
que provocaba el peso del cuerpo crecía por momentos y en
algunos casos el pecho se deformaba considerablemente e incluso
llegaba a desgarrarse, provocando heridas considerables. El
ayuno, la insolación y el dolor llevaba al hombre a un estado
de inconsciencia y delirio, pero su fortaleza impedía que
se desmallara y 'danzara' al ritmo de los cánticos y los tambores.
De hacerlo, era ridiculizado y señalado, viéndose obligado
a llevar ropa de mujer y hacer tareas domésticas: todo para
evidenciar su falta de fortaleza, de masculinidad.
El gobierno norteamericano llegó a prohibir
esa 'Danza del Sol' en 1884, pero se dice que muchas tribus
nativas siguieron celebrándola hasta principios del siglo
XX. Curiosamente, cuando Jimmy Carter llegó al poder, entre
1977 y 1981, abolió la prohibición y algunos indios retomaron
las ceremonias, aunque en muchos casos más 'suavizada' y destinada
al turismo. En 2003 se tomó una nueva decisión. El Guardián
de la XIX Generación de la Sagrada Pipa de Ternero de Búfalo
Blanco de los Lakota redujo la asistencia a la Danza del Sol
solo a los nativos, impidiendo a los que no fueran indígenas
estar en los lugares sagrados. Una declaración que recibió
el apoyo de líderes espirituales de las tribus Cheyenne, Dakota
y Nakota.
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John Morgan parte desde una posición que le
hace aborrecer todos estos aspectos. Él, el remilgado aristócrata
inglés, se siente moralmente por encima de sus captores. No
obstante, con el tiempo llegará a comprender que sus costumbres
no son más que el fruto de las duras condiciones en las que
se desarrolla su existencia en las praderas, siempre bajo
la amenaza de otra tribu, los indios shoshones. Precisamente
el asesinato de dos nativos shoshones y las enseñanzas adquiridas
como fruto de su amistad con Batise le ofrecerán la llave
para abandonar su vida servil y lo catapultarán al estatus
de guerrero.
Su amor correspondido por «Running Deer» es
el catalizador a través del cual busca la consideración como
miembro de la tribu por pleno derecho. Morgan, consciente
de que su huída mediante la confrontación resulta imposible,
opta por mimetizarse con el resto de individuos del grupo
y accede a afrontar el rito del «Juramento al sol» como paso
previo a su matrimonio. Es en este instante cuando manifiesta
a los guerreros y al hechicero su desprecio por el trato recibido,
confiando toda su suerte a superar la dolorosa prueba, consistente
en ser suspendido durante varias horas mediante la perforación
de sus pectorales. Su firme voluntad le ayuda a superar el
trance que certifica, a través de toda una suerte de ensoñaciones
místicas, su nacimiento como sioux.
La escena del «Juramento al sol» es el punto
álgido de la película. En su rodaje fue imprescindible el
trabajo desarrollado por el maquillador John Chambers, que
creó un pecho protésico con el que fue suspendido el actor
Richard Harris. Chambers es conocido por su magnífico trabajo
en la saga «Star Trek» -diseñó las orejas del Doctor Spock–
y en «El planeta de los simios» (The planet of the apes, 1968-1973).
Asimismo, también colaboró en numerosas ocasiones con la CIA,
entre las que destaca la misión de rescate de varios diplomáticos
norteamericanos durante la crisis de los rehenes de Irán,
en 1979, y llevada a la gran pantalla por Ben Affleck bajo
el título de «Argo» (íd., 2012). También resultó determinante
la labor de supervisión del especialista Yakima Canutt, entre
cuyos trabajos previos se cuenta el haber ejercido como doble
de John Wayne en «La diligencia» (Stagecoach, 1939).
John Chambers (12 de septiembre de 1922 - 25
de agosto de 2001) fue un maquillador estadounidense y experto
en maquillaje protésico tanto en televisión como en cine.
Recibió un Premio Honorífico de la Academia de las Artes y
las Ciencias Cinematográficas en 1968. Es mejor conocido por
crear las orejas puntiagudas de Spock en la serie de televisión
Star Trek (1966) y por su innovador trabajo de maquillaje
protésico en la Franquicia cinematográfica El planeta de los
simios.
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Behind the scenes 3.
Con el objetivo de lograr la máxima fidelidad
en la representación del estilo de vida tribal el director
convivió con Sioux durante bastante tiempo. El estilo pseudo-documental
responde también a la investigación llevada a cabo en el instituto
Smithsoniano, el Museo Americano de Historia Natural y la
Biblioteca del Congreso. También se recurrió a la pintura
del XIX, especialmente a la de artistas como Karl Bodmer y
George Catlin.
A las primeras de cambio, el aspecto de la película
puede parecer el de una obra propia de la Serie B. Esta cualidad
se acentúa como fruto de un montaje muy propio del gusto de
la época –obra de Philip W. Anderson y Gene Fowler Jr.– en
el que se intercalan varios pasajes iniciáticos así como escenas
de la vida salvaje. De todos modos, el espectador es consciente
de hallarse ante un claro ejemplo del revisionismo western
próximo a otros títulos como «Las aventuras de Jeremías Johnson»
(Jeremiah Johnson, 1972), de Sydney Pollack, o «Soldado azul»
(Soldier Blue, 1970), de Ralph Nelson. Por su parte, la fotografía,
muy colorista, fue dirigida por Robert Hauser, quién también
había prestado su talento a otros western de ese periodo.
Si bien Silverstein no fue un director prolífico,
sus películas a menudo fueron condecoradas. Cat Ballou, por
ejemplo, ganó un Oscar y fue nominada a cuatro más. Su trabajo
de alta calidad fue recompensado en 1990 con un premio Lifetime
Achievement Award por parte del Directors Guild of America.
Leonard Rosenman compuso la banda sonora de
la película. El Smithsonian Institute le brindó un valioso
apoyo a la hora de cumplir con esta labor abriéndole las puertas
de sus archivos sobre la tradición sioux. El compositor empleó
una serie de fragmentos de cánticos cuya base son la percusión
y las flautas y que busca un sonido más auténtico y alejado
de la tradicional concepción hollywoodiana. «Un hombre llamado
Caballo» fue rodada en el Parque Estatal de Custer (Dakota
del Sur) y en Durango (México). El proyecto contó con la participación
de un nutrido grupo de nativos norteamericanos pertenecientes
a la tribu de la reserva de Rosebud.
El papel principal, protagonizado por el irlandés
Richard Harris, fue denostado previamente por varios actores,
entre ellos Robert Redford. Harris desarrolla con soltura
la interpretación de un hombre a quién el destino ha conducido
a un lugar hostil y que, apelando a su habilidad logra salir
airoso de una situación de desventaja. Cabe señalar que, el
año del estreno de «Un hombre llamado Caballo», fue integrado
en el top ten de los actores británicos más populares. Harris
comparte pantalla con otros intérpretes carismáticos como
Manu Tupou o Judith Anderson. Tupou, que da vida al jefe «Yellow
Hand», es conocido por sus trabajos en Brodway así como por
ser uno de los estudiosos más activos del arte dramático siendo
un destacado alumno de Lee Strasberg. Por su parte, Judith
Anderson – irreconocible en el papel de la madre de «Yellow
Hand»- destacó por sus papeles en joyas de la historia del
cine como «Rebecca» (íd., 1940), de Hitchcock, o «Laura» (íd.,
1944), de Otto Preminger. A título informativo, cabe comentar
que Corinna Tsopei, la actriz que encarna a «Running Deer»,
fue la primer mujer griega en alzarse con el título de Miss
Universo, en 1964.
La película resultó ser un éxito de taquilla.
Recaudó seis millones de dólares en los cines de Estados Unidos
y Canadá. La cálida acogida de los espectadores propició el
rodaje de dos secuelas de menor interés: «La venganza de un
hombre llamado Caballo» (The return of a man called Horse,
1976), de Irvin Kershner, y «El triunfo de un hombre llamado
Caballo» (The triumphs of a man called Horse, 1983), de John
Hough. Richard Harris interpretó el papel de John Morgan en
todas las entregas de la trilogía.
Aunque «Un hombre llamado Caballo» es considerada
una de las películas más fieles a las costumbres de los nativos
de Norteamérica, han sido varias las voces que han manifestado
su desacuerdo con algunos de los aspectos reflejados en el
film. Tal es el caso de la cantante Buffy Sainte Marie o del
activista e historiador Vine Victor Deloria, Jr., quien subrayó
que el film distorsiona numerosos aspectos de la cultura india.
«Un hombre llamado Caballo» es el producto de una época marcada
por la Guerra Fría y el conflicto de Vietnam, la contracultura
y las nuevas teorías antropológicas. Ese caldo de cultivo
propició que Hollywood tendiera su mano hacia los nativos
norteamericanos, demonizados en la mayoría de los westerns
estrenados hasta ese momento. La película abrió nuevas vías
y sirvió para que otros directores, como Kevin Costner, tomarán
buena nota de sus aspectos más destacados.
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