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22 - Diciembre - 2021
>> Rosalía Sender

La galerista y dirigente comunista Rosalía Sender Begué (Albalate de Cinca, Huesca, 1933 - Valencia, 2021), testimonio de primera mano de la lucha clandestina contra el franquismo en la ciudad, ha fallecido la madrugada de este martes a los 88 años. La familia de Sender se exilió en febrero de 1939 a Francia, país donde estudió Ciencias Empresariales. A los 16 años ingresó en las Juventudes Socialistas Unificadas y, posteriormente, en el Partido Comunista de España (PCE). "Me eduqué en Francia, pero entre españoles y entre camaradas, rodeada de una sana hermandad", escribió en Nos quitaron la miel. Memorias de una luchadora antifranquista (PUV, 2004).

En París conoció a un camarada, Antonio Palomares, con quien se casó y tuvo dos hijos, Antonio y Lidia. Tras las incesantes caídas de los comunistas en Valencia, en 1968 el PCE envió a Palomares a reorganizar el partido en la ciudad, donde inscribieron a los hijos en la Alliance Française. Rosalía Sender entró a trabajar en una constructora de los hermanos Huguet que necesitaba una secretaria con un francés impecable. Mientras, Palomares se dedicaba a las actividades clandestinas contra la dictadura. La madrugada del lunes 11 de noviembre de 1968, la Brigada Político Social —la policía política de la dictadura— irrumpió en el domicilio familiar de la calle de Rodriguez de Cepeda de Valencia para detener a Palomares. "Por la mañana, les expliqué a los niños lo que ocurría. Les dejé un número de teléfono en clave de unos amigos, por si yo no volvía, para avisarles de que les recogieran. También el teléfono de mis padres en París, para que viniera la yaya a ocuparse de ellos", relata en sus memorias. La caída de los dirigentes del PCE y de Comisiones Obreras llenó los calabozos de la Jefatura Superior de Policía de militantes como César Llorca, Eduardo del Alcázar o el periodista Vicent Ventura. Los cuatros días que pasó Palomares en la comisaría fue una experiencia traumática ("cosa que no le he deseado nunca pasar a nadie", dijo poco antes de fallecer en 2007). El hombre ingresó en prisión más bajito debido a las torturas de la Brigada Político Social (durísimas corrientes eléctricas, golpes, amenazas).

Durante el arresto, Rosalía Sender organizó activamente a las esposas del resto de detenidos e informó puntualmente a la dirección del partido en Francia y a Radio Pirenaica. Una manifestación asaltó la embajada de España en Bruselas en protesta por los salvajes maltratos. Desde la Cárcel Modelo, lograron sacar las declaraciones sobre las torturas sufridas por los detenidos (en Valencia, las mujeres de los detenidos incluso llegaron a manifestarse en la Capitanía General). El 7 de agosto de 1969 Palomares fue puesto en libertad pero ambos estaban quemados y, siendo imposible la actividad clandestina, pasaron a un segundo plano. Tras la muerte del dictador, Sender pasó a ser dirigente del Partido Comunista del País Valenciano, del que Palomares fue un férreo secretario general, además de responsable del Movimiento Democrático de Mujeres. En 1983, Rosalía Sender dimitió de su puesto en la secretará de finanzas. Con un traumático divorcio de Palomares a cuestas y "a causa de los enfrentamientos y divisiones", Sender abandonó la militancia en el PCPV en 1986, aunque no su adscripción a la ideología comunista, que mantuvo el resto de su vida.

La mujer abrió una exitosa galería de arte cuyo origen se remontaba a la actividad cultural del partido. Rosalía Sender, ya jubilada, pasó los últimos años de su vida en el piso de la calle de de Rodriguez de Cepeda, cuidando el espléndido jardín de su terraza y rodeada de obras de arte. La documentación que conservaba de los años de militancia fue donada al Archivo Histórico del PCE y Publicacions de la Universitat de València editó sus "memorias de una luchadora antifranquista" y otro libro, Luchando por la liberación de la mujer. Valencia, 1969-1981, que retrata la trayectoria del incipiente movimiento feminista. "No he vuelto a militar en ningún partido, pero sigo considerando que la meta por la que he luchado tan activamente más de cuarenta años, con tanta ilusión y esperanzas, sigue siendo válida y necesaria", decía en su autobiografía.

Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el Museu Valencià de la Il•lustració i de la Modernitat (MuVIM) presentó en 2018 un homenaje a la galerista y la obra Mujeres Valientes, de la artista Maribel Domènech, quedó expuesta en la vidriera del museo de la Diputación. La propuesta Mujeres Valientes fue concebida expresamente para la ocasión. La obra contribuye, desde una óptica y un lenguaje propios, a reivindicar la importancia de la causa feminista y poner en valor el rol de las mujeres, sus esfuerzos y su lucha continuada. Durante el acto de presentación intervinieron el director del MuVIM, Rafael Company; el responsable de exposiciones del museo, Amador Griñó; además de Maribel Domènech, autora de la obra Mujeres Valientes; y Elena Plaza, comisaria de esta exposición.

—Las mujeres de los barrios próximos —contó un testigo directo, el dramaturgo Antonio Buero Vallejo — se acercaban a las tapias trayendo alimento. Desde el portalón del patio de caballos pasaban calderetas de potaje y sopa. En la ciudad había hambre. Esta solidaridad emocionante era una gota de agua en el océano. En la Plaza de Toros, de estilo neoclásico con ladrillos caravista, se amontonaban “miles de personas y tantos eran los que se acercaban para ver si tenían la suerte de saber algo sobre los suyos que los guardianes no podían evitar el contacto”, explica el historiador Ricard Camil Torres. “Los detenidos lanzaban a la calle papelitos con su nombre escrito para contactar con sus familias”, añade. Los presos “abarrotaban los grádenos, el ruedo y los pasillos”, recordaba Buero Vallejo. Por allí pasó con su madre María Dolz, una niña de 14 años de Montcada. La mujer, ya nonagenaria, contó a su sobrino, el periodista y músico valenciano Miquel Ramos, que hasta la Plaza de Toros “iban las hijas [de los presos] a llevar la cestita con comida. ¿Qué hacían? Los porteros se la quedaban. Además decían ‘no verás a tu padre si no pasas a hacerme compañía’. ¿Qué querían? ¡Violarlas!”. Los presos le preguntaban: “escuche, ¿usted es de Montcada? Dígale a mi madre que estoy aquí”.

La única foto conocida de este campo de concentración, localizada por los historiadores de la Universitat de València Javier Esteve y Jorge Ramos en la Biblioteca Nacional, muestra una masa de soldados hacinada donde hoy están las taquillas de la Plaza de Toros y la estatua de Manolo Montoliu. Apoyados en las barandillas de los tres pisos superiores, se asoman cientos de republicanos cautivos. En los muros, ya desaparecidos, que rodeaban el monumento hay una inscripción con pintura blanca —“refugio”— junto a una bandera rojigualda adornando la puerta principal. Según el divulgador José María Azkárraga, la pintada en la pared señalaba probablemente el refugio utilizado durante la Guerra Civil en la Estación del Norte, a pocos metros de allí.

La Plaza de Toros de Valencia, transformada por el franquismo en un campo de concentración, en abril de 1939.

El periodista Carlos Hernández de Miguel, autor de Los campos de concentración de Franco (Ediciones B, 2019), calcula que en la España franquista hubo 296 campos. Por el de la Plaza de Toros de Valencia pasaron cerca de 10.000 hombres. Uno de ellos, el alcalde socialista de Mijas, Manuel Cortés, acabó en Valencia tras la desmovilización de su división de carabineros al finalizar la contienda. “Los que vivían lejos de allí, como yo, estuvimos dando vueltas en aquella capital, a ver qué pasaba, trece o catorce días, antes de presentarnos en la plaza de toros. (...) Sólo me preguntaron el nombre, la profesión y mi dirección”, explicó Cortés al historiador Ronald Fraser que escribió Escondido (Alfons el Magnànim, 1986).

Tras regresar a su pueblo, el alcalde socialista pasó 30 años escondido, un periodo que también relatan Manuel Legineche y Jesús Torbado en Los topos (Capitán Swing, 2010). Otro de los presos del coso valenciano fue el militar republicano José Jorro Mayans. Según el testimonio de su hija Catalina, recogido por la filóloga e historiadora Victoria Fernández Díaz en El exilio de los marinos republicanos (PUV, 2009), los prisioneros fueron “tratados como animales, insultados y vejados”.

Además de los combatientes capturados, explica el periodista Carlos Hernández, son recluidos muchos “miembros del Ejército republicano que se han marchado a sus casas ante la inminente derrota, pero que son llamados a presentarse en los campos de concentración a través de anuncios en prensa, bandos pegados en las paredes, anuncios en las radios o incluso mensajes difundidos por vehículos militares con altavoces”.

El coronel Antonio Aymat, jefe de la Columna de Orden y Policía de Ocupación de Valencia, proclamó en el diario Avance que los soldados del Ejército de la República debían “pasar por el campo de concentración para ser clasificados”. “Los que estáis en Valencia, debéis acudir a la Plaza de Toros, donde se os dará de comer con rancho en frío y se formarán distintos trenes para trasladaros a los lugares de clasificación”, explicaba Aymat, quien también decía que la clasificación “tiene que ser breve, así es que acudid en seguida para que legalicéis pronto vuestra situación”. El 9 de abril, en el mismo periódico, el coronel explicaba que a los soldados se les daría “una tarjeta de evacuación con itinerario”.

Manuel García Corachán, oficial del cuerpo jurídico del Ejército republicano que estuvo preso en Sant Miquel dels Reis, narró en sus memorias cómo acabaron en el coso miles de combatientes: “Ellos mismos, sabiendo la suerte que les aguardaba –de momento la inmediata detención- se presentaron a los vencedores, respondiendo al llamamiento por éstos hecho, algunos con la colchoneta y la ropa precisa para quedarse en la improvisada prisión. La mayoría pasaron luego largos años encarcelados, y muchos pagaron con la vida su ingenuidad”, escribió en sus Memorias de un presidiario (PUV, 2005).

Los historiadores Julián Sanz y Mélanie Ibáñez explicaron en la exposición itinerante que comisariaron en su momento, No tindreu pau després de la guerra, que “la capacidad de la plaza de toros fue rápidamente insuficiente y otros tantos miles de personas fueron trasladados en trenes a otros muchos campos de concentración”. “Sólo el 4 de abril, tres trenes con 6000 detenidos salieron de la ciudad hacia otros lugares”, añaden. El 17 de abril, según la minuciosa investigación de Carlos Hernández, seguía habiendo prisioneros en la Plaza de Toros. Fue un campo improvisado y de corta duración, explica Hernández, “como los de Azuébar, Burriana-Nules, Moncófar, Soneja, Sot de Ferrer, que apenas están abiertos unas pocas semanas” aunque “no debemos minimizar su papel y el sufrimiento de los prisioneros”. En otras localidades valencianas, como Alicante, Utiel o Monòver, las autoridades franquistas también habían habilitado las plazas de toros como campos de concentración, recuerda el historiador Ricard Camil Torres. Desde el coso valenciano “nos trasladaban a los diversos campos. Nosotros llegamos a Soneja, en Castellón”, relató el dramaturgo Antonio Buero Vallejo.

Así fue el inicio de la represión franquista contra los derrotados republicanos. Hoy, 80 años después de aquel aciago mes de abril de 1939, en Valencia sólo queda una foto de aquella tragedia.

Especialistas sacan a luz archivos y fotografias del primer franquismo en Valencia:

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