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9
- Julio - 2024 |
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Líbano
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Las diferencias entre cristianos maronitas, musulmanes suníes y
chiíes y otras confesiones llevaron a Líbano a una guerra abierta
con más de una decena de facciones e intervenciones extranjeras
entre 1975 y 1990. Quince años de combates que dejaron más de 130.000
muertos, 800.000 desplazados y un país que vivió largo tiempo
sus secuelas, dirigido por los antiguos señores de la guerra.
Ubicado entre el Mediterráneo, Siria e Israel, es el tercer país
más pequeño del mundo árabe y quizá el más diverso a nivel religioso.
apodado “la Suiza de Oriente Próximo” en los años cincuenta y sesenta,
la competición por el poder, la riqueza y la identidad nacional
entre confesiones escaló a un conflicto que duró quince años y en
el que también intervinieron Siria e Israel. Tres décadas después,
dieciocho comunidades religiosas tienen representación política
en el país, pero las heridas de la guerra siguen abiertas.
La diversidad confesional en Líbano y el reparto de poder entre
las comunidades es una de las semillas que provocaron la guerra
civil. El país se había fundado en los años cuarenta por iniciativa
de Francia, la potencia colonial, que favoreció a la comunidad cristiana
maronita, entonces mayoritaria. Los maronitas recibieron la Presidencia
de la República, mientras que las comunidades musulmanas suní y
chií, segunda y tercera en población, se reservaban respectivamente
el primer ministro y la presidencia del Parlamento, cargos menos
poderosos. Las comunidades empezaron a competir no solo en el plano
espiritual, sino también en el político, el económico y hasta por
la identidad nacional de Líbano. Mientras los cristianos reivindicaban
el pasado fenicio del país, en un intento por separarse del mundo
árabe y acercarse a Occidente, los musulmanes abogaban por la identidad
árabe en pleno auge regional del panarabismo.
Los cristianos libaneses son profundamente devotos de María. Nuestra
Señora del Líbano, en el santuario de Harissa. La enorme variedad
de credos incluye a musulmanes (chiíes y sunníes), cristianos (católicos
maronitas, griegos ortodoxos, católicos melkitas, protestantes y
otros cristianos), drusos y un número muy pequeño de judíos, bahá'ís,
budistas, hindúes y mormones.
Al debate nacional se sumó otro motivo para la confrontación sectaria:
el conflicto árabe-israelí y la presión demográfica y política de
los miles de refugiados palestinos que huyeron a los países vecinos,
incluido Líbano. Los maronitas temían que la entrada masiva de palestinos,
sobre todo suníes, hiciera peligrar la identidad fenicia y su posición
dominante en el país. Pese a los intentos del presidente Charles
Helou (1964-1970) de mantenerse neutral en el conflicto, Líbano
accedió en 1969 a que milicias palestinas se establecieran en su
territorio para atacar desde allí a Israel. El problema se agravó
con la llegada de la dirección de la Organización para la Liberación
de Palestina (OLP) —el movimiento de resistencia palestino comandado
por Yasir Arafat— y miles de refugiados palestinos más tras su expulsión
de Jordania en 1971.
En los años siguientes, mientras el Estado libanés se descomponía
la polarización se agravó rápidamente en torno a la confesión religiosa
y la identidad étnica. La OLP llegó a tener tal poder en el sur
del país, desde donde lanzaba ataques constantes contra Israel,
que esa zona de Líbano fue apodada Fatahland (‘tierra de Fatá’),
por el principal partido palestino dentro de la OLP. La organización
palestina tenía el apoyo de buena parte de la población libanesa,
en particular los musulmanes, la minoría drusa y movimientos de
izquierda, que se reunieron en el islamo-progresista Movimiento
Nacional Libanés. Por su parte, las milicias cristianas se agruparon
en el Frente Libanés, organizadas en torno a Pierre Gemayel, su
hijo Bashir y su partido, el conservador Falanges Libanesas, y la
formación Fuerzas Libanesas, apoyada por Israel.
Los enfrentamientos entre ambas partes se hicieron constantes.
El Frente trataba de evitar que la OLP aumentara su influencia en
Líbano y respondía a los ataques de la organización palestina y
sus aliados contra Israel. Pero la violencia se precipitó en abril
de 1975, cuando los falangistas cristianos tirotearon un autobús
que trasladaba refugiados palestinos en Beirut, la capital, dejando
una veintena de muertos. La masacre desencadenó una serie de represalias
cruzadas entre el Movimiento Nacional y el Frente que pronto degeneró
en una guerra civil.
La Plaza de los Mártires, 1982. Es la plaza pública central histórica
de Beirut y al igual que la Plaza de los Mártires de Damasco, recibe
su nombre de las ejecuciones del 6 de mayo de 1916 ordenadas por
Djemal Pasha durante la Primera Guerra Mundial.
En 1990 las últimas zonas de conflicto, especialmente en Beirut,
son pacificadas y un año más tarde se concede una amnistía general
a los excombatientes, aunque la ocupación siria de parte del norte
y este del país durará hasta 2005 y la israelí de la zona meridional
hasta el 2000. Esta larga guerra costó la vida de entre 130 000
y 250 000 personas, otro millón resultó herido, 100.000 con diversos
grados de discapacidad permanente y otro millón huyó del país al
exterior.
A los pocos meses de enfrentamientos Beirut quedó dividida a lo
largo de la llamada Línea Verde, con los musulmanes al oeste y los
cristianos al este. No era una división confesional absoluta, pero
con el tiempo las milicias homogeneizaron la zona que controlaban
y la población civil, la principal perjudicada, quedó atrapada entre
ambos bandos. La guerra se libró en los barrios, con eventos como
la batalla de los Hoteles, en el otoño de 1975, en la que se expulsó
a los cristianos del oeste de la ciudad, o la masacre de Kafrantina,
un barrio de chabolas de refugiados palestinos, donde más de mil
civiles musulmanes fueron asesinados en enero de 1976. Pocos días
después de aquello, los musulmanes se vengaron bombardeando el pueblo
de Damour, dejando también cientos de cristianos muertos.
Dos alianzas bien definidas se enfrentaban en esta primera fase.
Por un lado, el Movimiento Nacional Libanés, de izquierdas, agrupaba
a movimientos musulmanes, drusos, progresistas seculares y la resistencia
palestina. Por otro, el Frente Libanés, conservador y liderado por
cristianos maronitas, pero con presencia importante de otras comunidades
cristianas, como los ortodoxos y armenios. La guerra tenía una fuerte
impronta nacional y las partes defendían proyectos opuestos: el
panarabismo y el fenicismo. Acercarse al mundo árabe o a
occidente.
Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas,
tan angostas, y los muertos tan cuantiosos". Esta era una de las
primeras frases del escritor Jean Genet, en su relato 'Cuatro horas
en Chatila'. La masacre de Karantina tuvo lugar el 18 de enero de
1976, al comienzo de la guerra civil libanesa. Karantina era un
barrio de chabolas de unos 13.000 habitantes, principalmente palestinos
musulmanes, enclavado en Beirut Este, que era mayoritariamente cristiano.
La masacre de Tel al-Zaatar, la masacre de Damour y la a masacre
de Sabra y Chatila se sucedieron a lo largo del conflicto.
Esa división, sin embargo, se diluyó con la entrada de otros actores
en el conflicto, como Siria o Israel. El estallido de la guerra
no tardó en provocar la reacción de la vecina Siria, entonces gobernada
por el dictador socialista árabe Hafez al Asad. La relación entre
ambos países, que hasta 1920 habían sido considerados un único territorio,
empujó a Asad a intervenir en 1976 con la excusa de defender la
unidad de Líbano. Con todo, Siria también buscaba contener una potencial
expansión israelí hacia el norte, controlar a la resistencia palestina
y sustituir al debilitado Ejército estatal libanés. La entrada de
tropas sirias en Líbano y el breve alto al fuego posterior empujaron
a las potencias árabes del momento, Egipto y Arabia Saudí, a intentar
detener la violencia por la vía diplomática. El Gobierno libanés,
controlado por los cristianos, Siria y la OLP consensuaron establecer
unas Fuerzas de Disuasión Árabes, compuestas sobre todo por soldados
sirios; reconstruir el Ejército libanés, diseminado entre los bandos
de la guerra; y el desarme de las milicias. Sin embargo, el intento
de paz fracasó, y no tardaría en intervenir un nuevo actor: Israel.
Bajo la premisa de defender su territorio de los ataques de la OLP,
en 1978 el Gobierno israelí lanzó la operación Litani para responder
a la intervención siria y eliminar a las milicias palestinas del
sur de Líbano. La participación israelí desplazó la guerra hacia
el sur del país y llevó a la ONU a crear la Fuerza Provisional de
Naciones Unidas para Líbano (UNIFIL). La iniciativa pretendía asegurar
la retirada israelí y restablecer la paz, pero fracasó porque la
ONU no pudo hacer respetar sus resoluciones.
Dos cuadros con las fotos del presidente sirio Bashar Al-Asad (dcha)
y su padre Hafez al-Asad, en 2012 en un hotel de Damasco, Siria.
La participación de las milicias palestinas, Siria e Israel evidenció
que la guerra civil iba más allá de Líbano. El conflicto árabe-israelí,
que implicaba a toda la región, absorbió a un país que lo había
querido evitar. Además, la guerra libanesa se acabó enmarcando también
en la Guerra Fría. Si Estados Unidos y la URSS apoyaban a bandos
opuestos en el conflicto árabe-israelí, en el libanés el bloque
occidental se inclinó por el Frente cristiano, mientras que el soviético
simpatizó con el Movimiento Nacional musulmán.
En el verano de 1982, Israel lanzó la operación Paz en Galilea
para expulsar a la OLP de Líbano. Con el apoyo de las fuerzas cristianas,
los militares israelíes alcanzaron Beirut en pocos días y empujaron
a las tropas sirias al interior del país. Entonces Israel asedió
la parte occidental de Beirut, encerrando a miles de soldados y
milicianos palestinos, sirios y libaneses en lo que se conoció la
'guerra de los Siete Días' desde la óptica panarábica. La presión
de los países árabes tras tres meses de ataques y las imágenes de
los bombardeos y muerte de civiles llevaron a Estados Unidos, principal
aliado de Israel, a impulsar un alto el fuego. A cambio de que la
OLP abandonara el Líbano, se evacuaría a los soldados y milicianos
sirios y palestinos encerrados en la ciudad en una operación respaldada
por una fuerza multinacional temporal compuesta por soldados británicos,
italianos, francesas y estadounidenses.
Tropas israelíes en el Líbano, 1982.
Durante la ocupación israelí de Beirut, Bashir Gemayel, líder de
las Falanges Libanesas, fue elegido presidente pese al boicot de
las facciones musulmanas. Gemayel trató de convertirse en una figura
capaz de resolver el conflicto, pero fue asesinado, solo un mes
después de su elección, por un maronita crítico con su cercanía
a Israel. Pasados dos días del asesinato, el 16 de septiembre, las
milicias libanesas cristianas vengaron a Gemayel masacrando a miles
de palestinos en Sabra y Chatila, dos campos de refugiados del sur
del Beirut. La pasividad de las fuerzas israelíes, entonces aún
presentes en el territorio, provocó críticas internacionales y llevó
a Estados Unidos a volver a desplazar a la fuerza multinacional.
Israel se retiró de Beirut antes de que acabara septiembre, poniendo
fin a la operación Paz en Galilea pero no a su presencia en Líbano.
La salida de la OLP del conflicto en 1982 dejó un vacío de poder
en el lado islamo-progresista, en especial al sur, donde los palestinos
habían sido más fuertes y donde se concentraba la mayor parte de
los chiíes libaneses. Hasta entonces, el partido Amal había sido
el principal garante de esta comunidad. Sin embargo, tras la retirada
de la OLP, y gracias al apoyo de Irán, que desde la revolución islámica
de 1979 trataba de expandir su influencia regional, surgió una nueva
fuerza islamista chií: Hezbolá. Hezbolá combatió la presencia israelí
y de sus aliados en el sur de Líbano, y extendió una red de protección
social para sus partidarios, con nuevas escuelas, hospitales y casas
para las víctimas del conflicto.
Los bandos, hasta entonces más o menos estables, mutaron durante
la tercera etapa de la guerra civil. Las milicias, ahora más poderosas,
estallaron en numerosas facciones con alianzas cambiantes y apoyos
extranjeros. Los enfrentamientos se multiplicaron y la guerra dejó
de ser solo interreligiosa. Con la salida de la OLP, el Movimiento
Nacional Libanés pasó a ser el Frente Nacional de Resistencia Libanés.
El bando islamo-progresista reventó en una decena de milicias enfrentadas
entre sí y apoyadas por Siria, Irán, Libia o Irak. Esa ruptura provocó
en 1984 la llamada guerra de los Campos, con múltiples combates
en los asentamientos de refugiados palestinos que duraron hasta
el final de la guerra. Mientras tanto, y con el apoyo del resto
de partidos del Movimiento Nacional Libanés, las milicias drusas
combatían desde 1982 al Ejército estatal libanés y a las Falanges
Libanesas en la guerra de las Montañas, al sureste.
En 1993 el líder de la OLP, Yasir Arafat, reconoció el Estado de
Israel en una carta oficial enviada al primer ministro israelí Isaac
Rabin. En respuesta a la carta de Arafat, Israel reconoció a la
OLP como «legítimo representante del pueblo palestino», dando inicio
a los Acuerdos de Oslo y a la Autoridad Nacional Palestina. Arafat
fue el máximo dirigente del Comité Ejecutivo de la OLP desde 1969
hasta su muerte en el 2004, siendo sucedido por Mahmud Abás en la
conducción de la organización.
Por su parte, el Frente Libanés cristiano se mantuvo más unido,
aunque también surgió un Ejército del Sur de Líbano, compuesto en
especial por maronitas apoyados por Israel. Además, el surgimiento
de Hezbolá dividió a la comunidad chií, hasta entonces concentrada
en torno al movimiento Amal. Hezbolá, apoyado por Irán, y Amal,
respaldado por Siria, terminaron por enfrentarse desde 1988 en la
guerra de los Hermanos.
El maronita Michel Aoun, líder del Ejército estatal libanés, fue
nombrado primer ministro en 1988 después del asesinato de su antecesor
el año anterior. El cargo estaba reservado para los musulmanes suníes,
así que desde ese momento hubo dos Gobiernos enfrentados: el de
Aoun en Beirut Este y otro en Beirut Oeste liderado por el suní
Salim Hoss, que volvió a pedir a Siria que interviniera en el conflicto.
Poco después de llegar al poder, Aoun lanzó una ofensiva contra
las milicias cristianas de Beirut Este y reagrupó a la mayoría de
los grupos armados cristianos. También impulsó una “guerra de liberación”
para expulsar del país a las fuerzas sirias. La situación empujó
a Marruecos, Argelia y Arabia Saudí a mediar y, tras varios intentos,
se consiguió que las facciones libanesas y Siria llegaran a un consenso
en octubre de 1989 en la ciudad saudí de Taif. El Acuerdo de Taif
consolidó el reparto de poderes entre comunidades impuesto durante
el mandato francés, pero lo reequilibró. El presidente de la República,
cristiano maronita, perdía peso en favor del primer ministro, suní,
y del presidente del Parlamento, chií. Los escaños parlamentarios
se ampliaron a 108, repartidos a medias entre cristianos y musulmanes
a partir del censo de 1932. También se acordó una amnistía para
quienes participaron en la guerra y el desarme de todas las milicias,
que se incorporarían al Ejército nacional. La excepción fue Hezbolá,
que fue considerada una fuerza de resistencia ante la ocupación
israelí por la presión de Irán en las negociaciones y que después
nunca se ha desarmado. Además, la presencia siria se aceptó como
garante del proceso de reconstrucción del país.
Aoun, sin embargo, no aceptó el acuerdo por temor a una invasión
siria, lo que desató un nuevo enfrentamiento. Al final, Siria bombardeó
a las fuerzas del primer ministro en octubre de 1990 y le forzó
al exilio. La guerra civil libanesa terminaba así, dejando más de
150.000 muertos, 17.000 desaparecidos y más de 800.000 desplazados,
muchos por las estrategias de las milicias cristianas y musulmanas
para homogeneizar a la población.
Hezbolá o traducido literalmente como Partido de Dios, es un partido
político y grupo paramilitar musulmán chií libanés.Fue fundado en
el Líbano en 1982 como grupo insurgente que aglutinaba a musulmanes
chiitas entrenados, organizados y fundados por un contingente de
la Guardia Revolucionaria iraní.
Un documental sobre la cara oculta del Partido de Dios. Entrevistando
a una fundadora y a una joven militante, consigue que aparezca un
matiz distinto sobre las mujeres que participan en él.
Con una sociedad dividida tras más de quince años de violencia
sectaria, el fin de la guerra trajo nuevos desafíos. Se necesitaba
una reunificación nacional, rehacer las instituciones e infraestructuras
estatales, abordar la crisis económica y atender a los desplazados
y refugiados. Además, en el afán por reconstruir el país, el Gobierno
del magnate Rafiq Hariri quiso borrar los recuerdos del conflicto:
en 1994 encargó redibujar el centro de Beirut restaurando ruinas
y edificios de las épocas bizantina, otomana y francesa. La guinda
del proyecto fue sustituir los tradicionales zocos árabes por Beirut
Souks, un centro comercial de lujo en el centro de la ciudad. Beirut,
de hecho, es la única capital árabe sin zoco.
Líbano también ha debido lidiar con la presencia de fuerzas extranjeras.
Israel ocupó el sur del país hasta que lo abandonó casi del todo
en el año 2000, aunque la misión de la ONU, UNIFIL, todavía vigila
la frontera. Las tropas sirias se retiraron tras la Revolución de
los Cedros de 2005, después de que Hariri fuera asesinado con presunta
participación de Damasco. En cuanto a Irán, mantiene su influencia
a través de Hezbolá, ahora una organización muy poderosa. La amnistía
y el reparto de poder acordados en Taif facilitaron la entrada en
política de los señores de la guerra. Quienes habían liderado el
conflicto pasaron a representar a sus respectivas comunidades. Michel
Aoun, por ejemplo, llegó a la Presidencia en 2016 después de haber
hecho política durante años tras su exilio. Las nuevas élites no
tardaron en construir redes clientelares para beneficiarse de sus
posiciones. El modelo confesional actual da representación a dieciocho
comunidades religiosas, pero divide el voto entre confesiones, lo
que le quita peso político a la población, que depende de sus representantes
y no puede elegir a candidatos independientes. Lastrado por una
grave crisis política y económica, Líbano puntúa 25 sobre 100 en
el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional,
igual que Irán o Mozambique, y ocupa la posición 146 de 163 en el
índice de paz global del Institute for Economics and Peace, detrás
de Palestina o Eritrea.
En el Líbano, cristianos y musulmanes se han unido contra la corrupción.
Los enfrentamientos entre comunidades sumieron a Líbano en una
guerra entre 1975 y 1990 en la que también participaron Siria, Israel,
Irán, Estados Unidos y la comunidad internacional. Tras quince años
de conflicto, la solución fue un acuerdo de paz que volvió a abogar
por dividir a maronitas, suníes y chiíes, pero ahora en un escenario
diferente. Desde entonces, Líbano se ha mantenido al borde del precipicio,
gobernado por unas élites corruptas que no han corregido el rumbo
del país después de haber liderado la guerra que lo arrasó.
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