La segunda ola feminista se sitúa desde la referencia
de los estudios feministas anglosajones entre principios de
la década de 1960 hasta finales de la década de los 80 coincidiendo
con el inicio del Movimiento de Liberación de las Mujeres
en Estados Unidos. Según esta referencia, mientras la primera
ola del feminismo anglosajón se enfocaba principalmente en
la superación de los obstáculos legales a la igualdad (sufragio
femenino, derechos de propiedad, etc.) en la segunda ola del
feminismo en Estados Unidos las reivindicaciones se centraban
en la desigualdad no-oficial (de facto), la sexualidad, la
familia, el trabajo y el derecho al aborto. Autoras como Amelia
Valcárcel o Celia Amorós sitúan la primera ola del feminismo
en el feminismo ilustrado (desde la Revolución Francesa (1789-1795)
hasta mediados del siglo XIX) con Olimpia de Gouges, Mary
Wollstonecraft, o Poullain de la Barre que desarrollaron un
pensamiento crítico-feminista en los márgenes de la Ilustración.
El feminismo emerge como una vindicación transformando
la teoría política señala Valcarcel. La segunda ola del feminismo
es el sufragismo, movimiento iniciado en 1848 con la Declaración
de Seneca Falls con la reivindicación del derecho al voto
y la reclamación de participación política hasta el final
de la Segunda Guerra Mundial y la proclamación de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos en 1948 que reconoce el
sufragio femenino como derecho universal. Con esta genealogía
del feminismo el Movimiento de Liberación de las Mujeres se
incluiría no en la segunda sino en la tercera ola del feminismo,
situada en el feminismo contemporáneo que tendría como precedente
la publicación en 1963 de La mística de la Feminidad de la
estadounidense Betty Friedan y que empieza a articularse en
torno al 68 del pasado siglo, presentando una nueva agenda
en relación a los derechos reproductivos. En América Latina
y en particular en el Cono Sur las acciones colectivas se
retomaron en los años 1980 con la recuperación democrática.
Con las sufragistas el feminismo pasó
de ser una lucha puramente intelectual a convertirse en un
movimiento de acción social.
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Se conmemora un hito histórico para los derechos
de las mujeres: el centenario de la aprobación de la 19 enmienda
de la Constitución de los Estados Unidos, mediante la cual
las mujeres obtuvieron el derecho al voto.
La Decimonovena Enmienda a la Constitución de
los Estados Unidos estipula que ni los estados de los Estados
Unidos ni el gobierno federal puede denegarle a un ciudadano
el derecho de voto a causa de su sexo. Introducido inicialmente
en el Congreso en 1878, varios intentos de aprobar una enmienda
al sufragio femenino fracasaron hasta que se aprobó en la
Cámara de Representantes el 21 de mayo de 1919, seguido por
el Senado el 4 de junio de 1919. Luego se presentó a los Estados
para su ratificación. El 18 de agosto de 1920, Tennessee fue
el último de los 36 estados necesarios para asegurar la ratificación.
La Decimonovena Enmienda fue adoptada oficialmente el 26 de
agosto de 1920: la culminación de un movimiento de décadas
por el sufragio femenino tanto a nivel estatal como nacional.
Mientras que las mujeres tenían derecho a votar en varias
de las colonias de lo que se convertiría en Estados Unidos,
en 1807 la constitución de cada estado negaba incluso un sufragio
limitado. Las organizaciones que apoyan los derechos de las
mujeres se hicieron más activas a mediados del siglo XIX y,
en 1848, la convención de Seneca Falls adoptó la Declaración
de Sentimientos, que pedía la igualdad entre los sexos e incluía
una resolución que instaba a las mujeres a asegurar el voto.
Las organizaciones pro-sufragio utilizaron una variedad de
tácticas, incluyendo argumentos legales que se basaban en
las enmiendas existentes. Después de que la Corte Suprema
de Estados Unidos rechazó esos argumentos, organizaciones
de sufragio, con activistas como Susan B. Anthony y Elizabeth
Cady Stanton, pidieron una nueva enmienda constitucional que
garantizara a las mujeres el derecho al voto. A finales del
siglo XIX, nuevos estados y territorios, especialmente en
Occidente, comenzaron a conceder a las mujeres el derecho
al voto.
Sufraguettes del NWP haciendo piquete en la
convención del Partido Republicano.
En 1878, una propuesta de sufragio que eventualmente
se convertiría en la Decimonovena Enmienda fue presentada
al Congreso, pero fue rechazada en 1887. En la década de 1890,
las organizaciones de sufragio se centraron en una enmienda
nacional mientras seguían trabajando a nivel estatal y local.
Lucy Burns y Alice Paul emergieron como líderes importantes
cuyas diferentes estrategias ayudaron a hacer avanzar la Decimonovena
Enmienda. La entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra
Mundial ayudó a cambiar la percepción pública del sufragio
femenino. La National American Woman Suffrage Association,
dirigida por Carrie Chapman Catt, apoyó el esfuerzo bélico,
argumentando que las mujeres deberían ser recompensadas con
el derecho al voto por su servicio patriótico en tiempos de
guerra. El Partido Nacional de la Mujer organizó marchas,
manifestaciones y huelgas de hambre al tiempo que señalaba
las contradicciones de la lucha en el extranjero por la democracia
y la limitaba en casa al negar a las mujeres el derecho al
voto. El trabajo de ambas organizaciones convenció a la opinión
pública, lo que llevó al presidente Wilson a anunciar su apoyo
a la enmienda al sufragio en 1918. Fue aprobado en 1919 y
adoptado en 1920, resistiendo dos desafíos legales, Leser
v. Garnett y Fairchild v. Hughes.
La Decimonovena Enmienda autorizó a 26 millones
de mujeres estadounidenses a tiempo para las elecciones presidenciales
de 1920 en Estados Unidos, pero el poderoso bloque de voto
femenino que muchos políticos temían no se materializó plenamente
hasta décadas más tarde. Además, la Decimonovena Enmienda
falló en otorgar el pleno derecho de voto a las mujeres afroamericanas,
asiático-americanas, hispanoamericanas y nativo-americanas.
Poco después de la adopción de la enmienda, Alice Paul y el
Partido Nacional de la Mujer comenzaron a trabajar en la Enmienda
de Igualdad de Derechos, que consideraron un paso adicional
necesario para asegurar la igualdad.
Se conmemoraba un hito histórico para los derechos
de las mujeres: el centenario de la aprobación de la
19 enmienda de la Constitución de los Estados Unidos,
mediante la cual las mujeres obtuvieron el derecho al
voto.
La conmemoración de esta efeméride llegó acompañada
por la polémica. A finales de agosto se inauguraron
nuevas estatuas en Central Park que recordaban las figuras
de destacadas sufragistas: Susan B. Anthony y Elizabeth
Cady Stanton, dos mujeres blancas que lucharon por el
sufragio universal (por cierto, las primeras mujeres
de relevancia histórica con representación en el parque).
Sin embargo. algunas voces críticas subrayaron la ausencia
de mujeres negras que también habían participado muy
activamente en el movimiento sufragista, por lo cual
se decidió incluir a Sojourner Truth. Truth fue una
mujer afroamericana que, tras escapar de la esclavitud,
puso su libertad al servicio de la lucha por el abolicionismo
y el sufragismo. Un objetivo que alcanzó el éxito mucho
más tarde que el que perseguían sus ahora inertes compañeras.
Los inicios del recorrido histórico de las sufragistas
se remontan a 1848, en la convención de Seneca Falls.
Si bien algunas autoras habían reivindicado el derecho
al voto femenino en textos anteriores –como por ejemplo
Olympe de Gouges en la Declaración de los derechos de
la Mujer y de la Ciudadana (1791)–, esta será la primera
vez que una asociación de mujeres y hombres se manifiesta
como movimiento para conseguir un objetivo común. Sus
principales organizadoras fueron Lucrecia Mott y Elisabeth
Cady Stanton.
El resultado fue un texto reivindicativo que se enfrentaba
a las convenciones sociales y a las leyes establecidas
que coartaban la libertad y el pleno uso de los derechos
de la mujer. Exigían nuevas leyes que permitieran a
las mujeres tener propiedades, abrir negocios o votar.
Una declaración revolucionaria firmada por 68 mujeres
y 32 hombres.
El siglo XIX en Estados Unidos fue un periodo de grandes
cambios y movimientos sociales. Paralelamente a este
auge sufragista, se fue desarrollando a su vez el movimiento
abolicionista, cuyos simpatizantes muy a menudo coincidían
en ambas reinvindicaciones. Tras la Guerra de Secesión
americana (1861-1865) el abolicionismo triunfó y la
esclavitud llegó a su fin, oficialmente. Pero las sufragistas
todavía tenían un largo camino por recorrer.
La activista Sojourner Truth, retratada
alrededor de 1870, se convirtió en la primer mujer negra
en ganar un juicio frente a un hombre blanco.
Desde finales del siglo XIX y hasta principios del
siglo XX el movimiento sufragista se extendió por todo
el planeta, poco a poco la mentalidad de gran parte
de la sociedad iba asumiendo que el derecho al voto
femenino era una cuestión básica de la democracia. En
el Reino Unido, los métodos usados por las sufragistas
para exigir sus derechos eran cada vez más expeditivos,
donde algunas ponían en peligro su vida e incluso morían
en alguna de las protestas, como fue el caso de Emily
W. Davison. Sin embargo, fue Nueva Zelanda el primer
país del mundo en aprobar el sufragio universal en 1907,
mientras que Reino Unido hizo lo propio en 1918.
En Estados Unidos, con la llegada del nuevo siglo,
el movimiento sufragista tomó una deriva más conservadora.
Si bien hasta entonces abogaba por un conjunto de derechos
básicos –igualdad salarial, derechos civiles...–, ahora
se centraba únicamente en el derecho al voto femenino,
por lo cual se convirtió en una prioridad convencer
a los estados más reaccionarios del sur.
La sufragistas estadounidenses montando
un piquete de huelga frente a la entrada a la Casa Blanca
en 1917.
En julio de 1919 se aprobó la Enmienda 19 a la Constitución
y durante el siguiente año se libró la llamada Guerra
de las Rosas: los partidarios del sufragio lucían una
flor amarilla y los opositores una de color rojo. En
agosto de 1920, 36 estados dieron el visto bueno y quedó
aprobado el sufragio universal en Estados Unidos. A
partir de entonces las mujeres mayores de edad pudieron
acudir a las urnas para expresar su opción política.
Sin embargo, la ley dejaba margen a la interpretación,
y muchos estados utilizaron esta ambigüedad para seguir
impidiendo el voto a las mujeres afroamericanas o pertenecientes
a algunas minorías. Un hecho que no se resolvió definitivamente
hasta 1965, con la promulgación de la Voting Rights
Act (Ley de derecho al voto), aprobada en el marco de
la lucha por los Derechos Civiles de los afroamericanos.
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“Resolved lo que queráis, pero afrontando la
responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano
en política, para que la política sea cosa de dos, porque
solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás
las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros
a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar
sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados,
fuera de nosotras”. Era el año 1935 cuando Clara Campoamor
escribía estas palabras en El voto femenino y yo: mi pecado
mortal, una obra en la que exponía la lucha por el derecho
de voto de las mujeres y en la que había invertido muchas
horas los años anteriores. En diciembre de 1931 había sido
aprobada la nueva Constitución que reconocía ese derecho,
un triunfo logrado tras muchas dificultades y decepciones.
Nacida en Madrid el 12 de febrero de 1888, Clara
Campoamor tuvo que abrirse paso desde muy pequeña en una sociedad
especialmente dura para las mujeres: la muerte de su padre
la obligó a empezar a trabajar cuando apenas tenía diez años.
Puede que fuera esta desgracia, no obstante, la que la forzara
a buscarse la vida y conseguir un empleo público como profesora
de mecanografía con solo 26 años.
Fue precisamente en esta época cuando Clara
empezó a frecuentar los ambientes intelectuales madrileños
y entró en contacto con activistas feministas como la sufragista
Carmen de Burgos. También empezó a escribir para el diario
conservador La Tribuna, donde conocería a su futura compañera
en las Cortes Españolas, Eva Nelken. Todo ello despertó en
ella el interés por la política y en particular por la situación
de la mujer. Empezó a colaborar en diversas asociaciones feministas,
dando conferencias y escribiendo para la prensa. Aunque el
activismo feminista estaba presente en las grandes ciudades
como Madrid y Barcelona, se trataba mayoritariamente de agrupaciones
de carácter profesional y académico. La propia Campoamor,
que se había licenciado en Derecho y había sido la segunda
mujer en ingresar al Colegio de Abogados de Madrid después
de Victoria Kent, participó en la fundación de dos de estas
agrupaciones: la Federación Internacional de Mujeres de Carreras
Jurídicas y el Instituto Internacional de Uniones Intelectuales.
La Constitución de 1812 reconoció por primera
vez el derecho de las mujeres a ser elegidas como parlamentarias,
aunque no a votar. Sin embargo, eran muy pocas en las Cortes
y casi ninguna en el gobierno. Sentado en el centro de la
fotografía está Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical
con el que se presentó Clara Campoamor.
Sin embargo, en el panorama legislativo la alternancia
de liberales y conservadores en el gobierno impedía la implantación
real de medidas prácticas. Fue por ello que Clara Campoamor
tomó la decisión de dar el salto a la política con el Partido
Radical de Alejandro Lerroux. La influencia de sus compañeros
liberales la llevó a entrar también al mundo de la masonería,
un hecho que sería determinante para ella en un futuro próximo.
En las elecciones de 1931, que siguieron a la
proclamación de la Segunda República, las mujeres pudieron
presentarse aunque no votar. Campoamor resultó elegida junto
con Victoria Kent, que se presentó por el Partido Radical
Socialista. Parecía su mejor oportunidad para llevar los derechos
de la mujer al ámbito legislativo. Sin embargo, sus propios
compañeros pronto la empezarían a mirar con recelo.
La primera lucha para lograr sus objetivos fue
la redacción de la nueva Constitución republicana. Las expectativas
de Clara eran ambiciosas y contemplaban no solo el voto de
las mujeres sino el divorcio y la igualdad de los hijos e
hijas nacidos fuera del matrimonio, además de la abolición
de la prostitución. Incluso dentro de los sectores progresistas,
había la opinión de que no sería fácil implantar cambios tan
profundos en una sociedad muy machista e influenciada por
un catolicismo muy conservador, especialmente en el medio
rural. A pesar de ello, logró que se incorporara a la Constitución
una gran parte de sus demandas, salvo lo relativo a la prostitución
y al sufragio femenino.
La batalla por el voto de las mujeres no estaba
del todo perdida, sin embargo, ya que finalmente se debatió
en las Cortes a finales de ese mismo año. En ese momento se
evidenciaron los recelos y el tacticismo de los partidos alrededor
de su propuesta: más que defender u oponerse a los valores
del proyecto, muchos grupos estaban más preocupados del beneficio
electoral que podían sacar de ello. A pesar de que el sufragio
femenino fue finalmente aprobado, Clara Campoamor no ocultaba
su decepción por lo que sentía como una traición de los suyos,
el Partido Radical al que se había unido por sus ideales republicanos.
Con la excepción de cuatro compañeros, su propio grupo le
había negado el apoyo por miedo a que las mujeres españolas,
según ellos muy influenciadas por la Iglesia, votaran mayoritariamente
a los partidos conservadores -parte de los cuales, por ese
mismo motivo, votaron a favor.
La mayor decepción para Clara, además de la
falta de respaldo de su partido, fue la oposición de su antigua
compañera Victoria Kent. Aunque ambas compartían ideales,
estaban en desacuerdo sobre el camino para aplicarlos: Kent
opinaba que antes que legislar había que trabajar mucho en
el cambio de mentalidad de la sociedad española, o sus propuestas
fracasarían. Su enfrentamiento era un reflejo del miedo que
había por la fragilidad del proyecto republicano, en esos
años previos a la insurrección militar, en los que a menudo
pesó más el cálculo interesado que los ideales. Ninguna de
las dos renovó su escaño en las elecciones de 1933, aunque
Alejandro Lerroux le ofreció a Clara un cargo como Directora
General de Beneficencia y Asistencia Social. Sin embargo,
dos decepciones más la llevaron a abandonar definitivamente
la actividad política: la alianza del Partido Radical con
la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), ganadora
de las elecciones de 1933; y finalmente, la dura represión
de la insurrección obrera en Asturias en octubre de 1934.
Al estallar la Guerra Civil Campoamor se exilió
en París, donde permaneció hasta 1955 trabajando como traductora.
Sobre ella pesaba el peligro evidente, tras la victoria franquista,
de ser republicana, feminista y lo peor a ojos del régimen,
masona: por este último motivo se abrió un proceso contra
ella, en el que habría sido condenada a 12 años de cárcel
de haber regresado a España. Posteriormente se trasladó a
Lausana (Suiza) para continuar con su actividad como abogada
y allí murió en 1972.
A lo largo de su exilio compaginó sus empleos
con la escritura de diversas obras sobre el feminismo y, en
particular, su experiencia en el ámbito político. En estas
se muestra muy crítica con los parlamentarios, especialmente
con los republicanos, quienes considera que obstaculizaron
la mejor oportunidad que había existido para lograr una mayor
igualdad de género. Una oportunidad que el franquismo echó
abajo junto con su recuerdo, que solo en años recientes se
ha recuperado a pesar de la gran importancia que tuvo como
pionera de los derechos de la mujer en España.
En el paso del siglo XIX al XX, Gran Bretaña
asistió a la dura pugna de las mujeres para que se reconociera
su derecho a votar; derecho que no alcanzaron hasta febrero
de 1918.
La policía de Manchester arresta a una sufragista
durante una protesta en la calle, hacia 1905, en pleno apogeo
de las acciones en favor del voto femenino. La joven detenida
viste la toga que acredita su condición universitaria.
La petición de Mary Smith para poder votar se
discutió en el marco de la reforma electoral británica aprobada
en 1832. En la imagen, la Cámara de los Comunes en 1834. Óleo
por George Hayter.
La reina Victoria y su esposo, Alberto de Sajonia,
con sus nueve hijos.
"Dejad que las mujeres sean lo que Dios quiso:
una buena compañera para el hombre, pero con deberes y vocaciones
totalmente diferentes", escribía la reina Victoria de Inglaterra
en 1870. La mujer que estuvo al frente de Gran Bretaña desde
los 18 años, entre 1837 y 1901, rechazaba el voto femenino:
"Si las mujeres se “despojaran” de sí mismas al reclamar igualdad
con los hombres –decía–, se convertirían en los seres más
odiosos, paganos y repugnantes, y seguramente perecerían sin
protección masculina". La actitud de sus hijas fue diferente,
en especial la de Luisa, que se relacionaba con las sufragistas
(de forma privada, debido a la posición de su madre) y cuya
cuñada lady Frances Balfour fue una prominente sufragista.
Emily W. Davison fue atropellada en la pista
de Epsom el 5 de junio de 1913 durante una protesta; murió
tres días después. Tenía 40 años y tan solo faltaban 5 para
que se aprobara el voto femenino. El Daily Mirror decidió
colocar la noticia en portada.
En octubre de 1906, varias militantes de la
WSPU fueron arrestadas mientras protestaban en la Casa de
los Comunes
Conscientes de la necesidad de llamar la atención
de la opinión pública, las tácticas de las sufragistas fueron
cada vez más espectaculares. Desde un dirigible, Muriel Matters
lanzó miles de proclamas sufragistas sobre Londres. Dos sufragistas
se hicieron enviar por correo a Downing Street para presentar
una petición al primer ministro. Marion Wallace Dunlop se
coló en el Parlamento y grabó en un pasillo un pasaje de la
Declaración de Derechos, mientras que Leonora Cohen destruyó
la vitrina que contenía las joyas de la Corona en la Torre
de Londres. Una de estas acciones tuvo un trágico final: Emily
Wilding Davidson murió en 1913 bajo el caballo del rey cuando
intentó colgarle una cinta sufragista durante el Derby de
Epsom.
La Unión Social y Política de Mujeres (en inglés: Women's
Social and Political Union, WSPU) fue la principal organización
militante que hizo campaña por el sufragio femenino
en el Reino Unido, entre 1903 y 1917. Emmeline Pankhurst
y sus hijas Christabel y Sylvia controlaban estrechamente
su membresía y sus políticas (aunque Sylvia finalmente
fue expulsada). Fue conocida por sus tácticas de huelgas
de hambre (y la subsecuente alimentación forzada como
respuesta de las autoridades), por romper ventanas en
edificios prominentes y por el incendio nocturno de
casas e iglesias desocupadas.
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Millicent Fawcett, fundadora de la NUWSS, la
principal organización sufragista.
Fawcett rechazaba las acciones violentas de
la organización de E. Pankhurst, la WSPU. Para Fawcett era
un error intentar conseguir con la violencia lo que debía
basarse "en la creciente conciencia de que nuestra demanda
es de justicia y de sentido común".
La Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino
(en inglés, National Union of Women's Suffrage Societies,
NUWSS) fue una conglomeración de organizaciones promotoras
del sufragio femenino en el Reino Unido.
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Las sufragistas son alimentadas a la fuerza
en la cárcel. Litografía de Achille Beltrame, 1913.
El 5 de julio de 1909, Marion Wallace Dunlop,
militante de la WSPU detenida en la cárcel de Holloway por
grabar la Declaración de Derechos en un muro del Parlamento,
se convirtió en la primera sufragista que se declaraba en
huelga de hambre para exigir que la considerasen prisionera
política. Ayunó durante 91 horas hasta que fue liberada, atendiendo
a que su vida estaba en riesgo. Muchas militantes siguieron
el ejemplo de Marion, que había tomado tal decisión por iniciativa
propia. Como respuesta, en septiembre de ese año el gobierno
introdujo la alimentación forzosa bajo supervisión médica.
Broche de Holloway, creado por Sylvia Pankhurst,
una de las hijas de la líder de la WSPU, en 1909 como protesta
por los encarcelamientos de sufragistas en la cárcel del mismo
nombre.
Emmeline Pankhurst y su hija Christabel en la
cárcel, con el uniforme de las prisioneras.
Emmeline Pankhurst, líder de la WSPU, que también
estuvo detenida allí, escribió: "Holloway se convirtió en
un lugar de horror y tormento con escenas repugnantes de violencia
a cualquier hora, ya que los médicos iban de celda en celda
desempeñando su terrible oficio. Nunca olvidaré mientras viva
el sufrimiento que experimenté durante los días que aquellos
gritos retumbaban en mis oídos".
En febrero de 1918 se aprobó la ley que concedía
el sufragio a las mujeres mayores de 30 años y se extendía
a todos los hombres de más de 21. El primer ministro Lloyd
George, junto a las obreras de una fábrica de municiones en
Manchester, en 1918; a su derecha aparece la líder sufragista
Flora Drummond, de la WSPU.
El viernes 3 de agosto de 1832 se discutió una petición muy
especial en el Parlamento británico: la de Mary Smith, de
Standford, que defendía que, como ella pagaba los mismos impuestos
y estaba sujeta a las mismas leyes que cualquier hombre, debía
tener el mismo derecho a elaborarlas mediante la elección
de representantes y a aplicarlas en los tribunales de justicia.
Demasiado, sin duda, para sir Frederick Trench. El honorable
diputado señaló que, si se establecían jurados paritarios,
hombres y mujeres se verían forzados a situaciones dudosamente
morales como estar encerrados toda una noche deliberando.
Cuando se le replicó que: "Es bien sabido que el honorable
y galante diputado suele pasar noches enteras en compañía
de damas sin que ocurra nada indigno", Trench no contestó
más que: "Sí. Pero nunca estamos encerrados".
Los asistentes rieron, y así se cerró el primer debate sobre
el sufragio femenino de la historia de Gran Bretaña. Los defensores
de los derechos de las mujeres eran una minoría: el movimiento
feminista estaba en pañales. A las mujeres se les negaban
los derechos civiles y políticos de los que disfrutaban los
hombres, y aunque solteras y viudas gozaban de más libertades
que las casadas –las cuales no podían tener propiedades, redactar
testamentos, ni ostentar la custodia de sus hijos– también
estaban sujetas a grandes restricciones. No podían ejercer
profesiones como la medicina o el derecho, ni acceder a puestos
de la administración. Y por supuesto, tampoco podían votar.
En la mentalidad de la época esta subordinación era parte
fundamental del orden social. Los hombres, mejor dotados intelectual
y físicamente, debían encargarse de la esfera pública mientras
las mujeres ocupaban la privada bajo su protección. Las propias
mujeres compartían esta opinión, y la transmitían de madre
a hija. Apenas se producían muestras de protesta; en 182,
los tempranos activistas William Thompson y Anna Wheeler se
preguntaban: "Vosotras, las más oprimidas y degradadas, ¿cuándo
os daréis cuenta de vuestra situación, os organizaréis, protestaréis
y pediréis su arreglo?".
El Parlamento del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda
del Norte (en inglés: Parliament of the United Kingdom
of Great Britain and Northern Ireland), también conocido
como Parlamento británico, es el órgano legislativo
del Reino Unido y de sus territorios de ultramar —que
solo tienen soberanía parlamentaria—. A su cabeza está
el soberano. Es bicameral, incluyendo una Cámara Alta,
llamada Cámara de los Lores, y una Cámara Baja, llamada
Cámara de los Comunes.
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Pero incluso aquellos que denunciaban lo injusto de la situación
no se planteaban reivindicar el voto. A principios del siglo
XIX, éste era un derecho minoritario en regímenes parlamentarios:
en Gran Bretaña se restringía al 20 por ciento de los hombres.
Estaba muy extendida la idea de que sólo aquellos con las
mejores capacidades y aptitudes eran indicados para elegir
a los gobernantes. Únicamente los círculos más radicales defendían
el sufragio universal masculino; en general, reinaba el convencimiento
de que tal responsabilidad debía recaer en hombres bien educados
y acostumbrados a gestionar propiedades. Esta selecta minoría
sabría decidir lo mejor para el resto de hombres, y por supuesto,
para las mujeres, consideradas eternas menores de edad.
Sin embargo, Inglaterra y el resto del mundo occidental estaban
adentrándose en una época de profundos cambios económicos,
políticos y sociales que pronto se dejaron sentir en la causa
de las mujeres. Si en 1830 las feministas eran pocas y descoordinadas,
treinta años después el movimiento había ganado fuerza y había
dado con una causa esencial: la concesión del voto. Sólo cuando
las mujeres participaran en la elección de sus representantes
y, por tanto, en la elaboración de leyes, podrían derogar
aquellas que las rebajaban a ciudadanas de segunda. La expansión
de la educación aumentó el público lector de libros y periódicos,
cuyo contenido alcanzaba mayor difusión. Los ideales feministas
comenzaron a tener cada vez mayor publicidad y a ganar más
adeptos. En la década de 1860 empezaron a multiplicarse las
asociaciones que defendían el voto femenino. Como argumentaba
el filósofo John Stuart Mill, en un país gobernado por la
reina Victoria, que había demostrado su gran capacidad como
gobernante, ¿por qué no se iba a conceder a las mujeres los
mismos derechos que a los hombres?
Estas primeras organizaciones creyeron tener una oportunidad
de oro para conseguir sus propósitos. Una nueva ley electoral,
aprobada en el año 1867, extendía el derecho a voto a un tercio
de los hombres adultos. Pero en el articulado se refería a
los mismos con la palabra men (hombres) en lugar de males
(varones), por lo que se podía interpretar que el término
englobaba a los dos sexos. Así que las sufragistas animaron
a las mujeres a participar en las elecciones: una de ellas,
Lily Maxwell, apareció en el registro de votantes gracias
a un error y acudió a su colegio electoral para votar por
un candidato afín a las sufragistas. Para evitar que su caso
fuera el primero de muchos otros, meses después se aclaró
que la ley no se refería en ningún caso a las mujeres.
Lilly Maxwell fue una sufragista británica
que se dice fue la primera mujer en votar por los sufragistas
de la campaña en Manchester. Esto dio lugar a un importante
caso de prueba en la Corte de Peticiones Comunes.
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Aunque perdieron la apuesta, su causa ganó en publicidad,
para gran preocupación de los antisufragistas. Éstos opinaban
que las mujeres estaban representadas por sus maridos y que,
por otra parte, eran extremadamente influenciables por ellos,
de manera que concederles el sufragio equivaldría a dar dos
votos al esposo. Peor aún: en el caso de que defendieran causas
distintas, se sembraría la discordia en los hogares. Por otro
lado, el derecho al voto sería solo el principio: si las mujeres
empezaban a votar, temían, pronto querrían ser diputadas y
miembros del gobierno. Y eso sería perjudicial tanto para
los intereses de la nación como para la salud de sus mujeres,
que probablemente se resentiría a causa de la intensa actividad
propia de la política.
Aunque los antisufragistas eran mayoría, poco a poco crecía
el apoyo a la causa del voto femenino. En 1869 se daba un
paso fundamental en Estados Unidos: Wyoming aprobaba el sufragio
femenino. Mientras, en Gran Bretaña se empezó a permitir a
las mujeres formar parte de las juntas de educación de distrito,
cuyos miembros eran elegidos mediante votación. En 1894 esto
se extendió a los consejos locales, lo que hizo menos extraña
su imagen a pie de urna. Y en 1881, una nueva conquista mostraba
cómo el voto femenino se acercaba a Gran Bretaña: la isla
de Man, un dominio británico, concedía el voto a las mujeres
viudas y solteras.
Cada vez más personalidades prominentes miraban con simpatía
a las organizaciones sufragistas, pero no se veían capaces
de comprometer sus objetivos políticos defendiendo la causa
de las mujeres. Conscientes de la necesidad de organizarse
para ejercer presión y ganar apoyos, en 1897 diferentes organizaciones
sufragistas constituyeron la Unión Nacional de Sociedades
por el Sufragio Femenino (NUWSS en inglés), de la mano de
Millicent Fawcett. Sus miembros se dedicaron principalmente
a tratar de ganar para su causa a los representantes políticos
y a organizar mítines a pie de calle. Aunque hoy en día no
nos lo parezca, entonces para una mujer era difícil romper
el tabú y hablar en público. Margarette Nevinson, sufragista
convencida, veía los discursos en la calle como algo vulgar
y violento: se había educado a las mujeres en la necesidad
de ser discretas fuera de sus hogares, y convertirse en el
centro de atención les resultaba, como poco, extraño y vergonzoso.
Parte de la audiencia opinaba igual, y en ocasiones recibía
a las oradoras con una lluvia de insultos, de objetos y hasta
de golpes: la sufragista Charlotte Despard continuó su discurso
en uno de estos mítines a pesar de que un huevo le había dado
en plena cara. A otras muchas se les contestaba con comentarios
sexuales, ya que se las consideraba moralmente equivalentes
a las prostitutas. Frecuentemente la policía tenía que protegerlas
de la masa enfurecida.
Charlotte Despard (15 de junio de 1844 - 10 de noviembre
de 1939; nacida Charlotte French) fue una sufragista,
pacifista, socialista, activista del Sinn Féin y novelista.
Fue uno de los miembros fundadores de la Liga por la
Libertad de las Mujeres, la Cruzada Pacífica de las
Mujeres y la Liga de franquicias de mujeres irlandesas
y una activista en varias organizaciones políticas a
lo largo de su vida, incluyendo la Unión Social y Política
de las Mujeres, el Partido Laborista, Cumann na mBan
y el Partido Comunista de Gran Bretaña.
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Tampoco era fácil para las mujeres asistir como público.
Cuando el padre de Esther Knowles se enteró de que había ido
a una concentración sufragista, montó en cólera y pegó una
paliza a su madre, que había dado su permiso. Pero fueron
muchas las personas que conocieron las reivindicaciones feministas
a través de estos actos, que de atraer a unos pocos curiosos
pasaron a ser multitudinarios a principios del siglo XX. Un
siglo que abría cada vez más caminos a las mujeres: carreras
como la de medicina empezaron a admitirlas en sus aulas, y
miles de ellas formaban parte de las juntas de educación y
de distrito, comparadas con las pocas decenas de 1870.
Pese a las mejoras, para algunas sufragistas el voto seguía
pareciendo lejano; eso era lo que opinaban las fundadoras
de la Unión Sociopolítica de Mujeres (WSPU), creada en 1903
por Emmeline Pankhurst para luchar con más efectividad por
la conquista del voto. Emmeline consideraba que para alcanzar
este objetivo la organización debía funcionar como un ejército:
sus órdenes nunca debían ser cuestionadas. Las peticiones
de democracia interna fueron desestimadas siempre por Emmeline,
que expulsó a todos los que se mostraban en desacuerdo con
sus decisiones; incluso una de sus hijas, Sylvia, tuvo que
abandonar la organización por su tendencia a colaborar con
el Partido Laborista. Y es que la líder se había comprometido
a no colaborar con ningún otro partido político hasta que
las mujeres obtuvieran el voto. Tampoco admitía la militancia
de los hombres. Así, la WSPU fue perdiendo cada vez más miembros:
en 1914 eran 5.000 frente a los 50.000 de la NUWSS presidida
por Fawcett.
La WSPU desarrolló tácticas militantes que tenían una gran
resonancia en la prensa, como interrumpir los mítines de otros
partidos, intentar entrar en el Parlamento, presentarse en
los domicilios de miembros del gobierno e incluso encadenarse
a ellos. Estas acciones conllevaron con frecuencia la detención
de sus protagonistas, que se negaban a pagar la multa que
se les imponía y por tanto eran encarceladas. A su salida
eran celebradas como heroínas, lo que les reportó una enorme
propaganda. Sus partidarios se multiplicaron, y en 1908, una
gran manifestación en Hyde Park congregó a más de 500.000
personas; incluso el conservador diario The Times afirmó que
en el último cuarto de siglo no se había visto acto tan multitudinario.
Las acciones de las sufragistas se volvieron cada vez más
espectaculares y, en ocasiones, violentas: como respuesta
a la negativa a presentar peticiones al rey, derecho reconocido
a sus súbditos, algunas mujeres de la WSPU empezaron a romper
a pedradas las ventanas de las propiedades de miembros del
Parlamento. Esto fue demasiado para la NUWSS, que decidió
romper definitivamente con Pankhurst: para Fawcett era un
error intentar conseguir con la violencia lo que debía basarse
"en la creciente conciencia de que nuestra demanda es de justicia
y de sentido común".
The Times es un periódico nacional publicado diariamente
en el Reino Unido. Aunque se estuvo imprimiendo en formato
broadsheet durante 200 años, hoy en día es de tamaño
compacto tabloide (tabloid). The Times es publicado
por News International, una subsidiaria del grupo News
Corporation, encabezado por Rupert Murdoch. Durante
la mayor parte de su historia, ha sido considerado un
periódico sin rival, el periódico por excelencia en
el Reino Unido. Ha jugado un papel fundamental tanto
en política como en la opinión pública en temas internacionales.
Algunos afirman que, recientemente, refleja las ideas
conservadoras de Rupert Murdoch, a pesar de mostrar
su apoyo al Partido Laborista en 2001 y 2005.
The Times es llamado a veces por gente ajena al Reino
Unido The London Times o The Times of London para distinguirlo
de los otros muchos Times, como puede ser el The New
York Times. Sin embargo, este es el periódico Times
original. Es además el creador del tipo de letra Times
New Roman, desarrollada originalmente por Stanley Morison
del The Times en colaboración con la Monotype Corporation.
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También se produjeron escisiones dentro de la organización:
sufragistas históricas como Charlotte Despard desaprobaban
la violencia y la negativa a colaborar con otros partidos,
por lo que la abandonaron. La división en el movimiento se
tradujo en la designación de quienes integraban el ala radical,
las suffragettes, y la moderada, las suffragists. La reacción
del gobierno no se hizo esperar. Cientos de sufragistas fueron
encarceladas y sometidas a duras condiciones de reclusión.
Para lograr que se les reconociera el estatuto de presas políticas
y mejoraran sus condiciones de vida en la cárcel, se declaraban
en huelga de hambre. Y esto planteaba un gran problema a las
autoridades, que querían evitar a toda costa que se convirtieran
en mártires de la causa. La solución fue la alimentación forzosa,
un proceso doloroso y peligroso que no hizo más que despertar
simpatías por las sufragistas entre la población.
La represión de las protestas en las calles empeoró. El Parlamento
había estado discutiendo un proyecto que proponía la concesión
del voto a las solteras y viudas, y en noviembre de 1910 se
convocó una manifestación para pedir que se continuara estudiando.
Para disolver la protesta se recurrió a policías provenientes
de los barrios bajos de Londres, lo que hicieron por medio
de golpes y agresiones sexuales a los que se sumaron una gran
cantidad de transeúntes. Tres manifestantes murieron a causa
de las heridas, y la fotografía de una mujer en el suelo a
punto de ser golpeada espantó a la opinión pública. La respuesta
oficial al Viernes Negro fue culpar a las sufragistas, que
animaron a todo el que quisiera a sumarse a la protesta. Como
consecuencia, se introdujo una reforma legal que mejoró algo
su situación penitenciaria.
Mientras tanto, el proyecto llegaba al debate parlamentario
definitivo. Varios ministros del gobierno liberal opinaban
que el perfil de mujeres al que se dirigía, propietarias solteras
y viudas, votaría mayoritariamente conservador, por lo que
se opusieron al mismo. Así, el proyecto que tantas esperanzas
había suscitado fue descartado en 1912. Para Pankhurst ésta
era la señal de que había llegado la hora del argumento político
más poderoso: el del cristal roto. Una minoría retomó la campaña
de daños a la propiedad de manera más extensiva que antes,
incluyendo la detonación de bombas e incendios en casas vacías.
Como respuesta, el gobierno envió a cada vez más sufragistas
a la cárcel, y para evitar los peligros y la poca popularidad
de la alimentación forzosa aprobó la ley conocida como "del
gato y del ratón" en 1913, que permitía liberar a las presas
debilitadas por el hambre para volver a recluirlas una vez
recuperadas.
El viernes negro fue una manifestación sufragista en
Londres, el 18 de noviembre de 1910, donde trescientas
mujeres marcharon al Parlamento como parte de su campaña
para pedir el derecho de voto para la mujer. Fue bautizado
así por la violencia ejercida contra las mujeres, incluso
en algunos casos de carácter sexual, por la Policía
Metropolitana y espectadores que se sumaron al ataque.
Portada del The Daily Mirror, 19 de noviembre de 1910,
mostrando a una sufragista en el suelo.
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La estrategia del gobierno tuvo éxito ante una opinión pública
que desaprobaba los cristales rotos y las bombas. Los actos
violentos empañaron la imagen del movimiento y dieron argumentos
a quienes defendían que las mujeres eran seres demasiado emocionales
para votar. Y aunque la consigna era dañar las propiedades,
no la vida, cualquier fallo en la preparación de los atentados
habría podido causar daños irreparables. Nunca sabremos qué
habría pasado de continuar así las cosas, porque el estallido
de la Gran Guerra interrumpió la actividad de la WSPU. Pankhurst
abrazó la causa patriótica y se puso a disposición del gobierno.
Sin embargo, la NUWSS continuó su campaña. La actividad política
de este grupo y la contribución femenina a la guerra en la
retaguardia mientras los hombres luchaban convenció al Parlamento
y a gran parte de la sociedad de que las mujeres merecían
el voto tanto como sus conciudadanos. En febrero de 1918 se
aprobó la ley que concedía el sufragio a las mujeres mayores
de 30 años y se extendía a todos los hombres de más de 21.
La felicidad entre las sufragistas fue enorme, pero no completa.
Las campañas continuaron hasta que diez años después, en julio
de 1928, se equiparó la edad de voto femenina a la masculina,
en una sesión parlamentaria a la que asistieron las protagonistas
de la lucha por el sufragio, ya ancianas, como Fawcett y Despard,
de 81 y 84 años, respectivamente. Charlotte Despard dijo entonces:
"Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando
un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente".
La diferencia de las voces "suffragists"
y "suffragettes" es la orientación
a la hora de conseguir el voto femenino.
Mientras que las primeras abogaban por la palabra y
el diálogo, las segundas optaban por actos de
violencia.
Las diferencias entre los dos grupos no estaba tanto
en los objetivos que deseaban alcanzar sino en los métodos
que aplicaban para su lucha. Las sufragistas no eran
pasivas. Por el contrario, las suffragettes se inclinaban
por métodos de choque o de corte más enérgico y populista,
hacían manifestaciones, organizaban protestas y huelgas
de hambre.
El término suffragette designaba, a comienzos del siglo
XX, a una mujer que reivindicaba el derecho a voto de
las mujeres, y que incluso estaba dispuesta a infringir
la ley para conseguirlo, en un contexto en el cual las
mujeres no tenían más opción. De acuerdo con el Oxford
English Dictionary, fue acuñado por el Daily Mail en
1906, como forma despectiva de distinguir entre las
suffragettes y las sufragistas más moderadas, una forma
de dividir el movimiento. En este sentido se refiere
más específicamente a una militante de la Unión Social
y Política de las Mujeres (WSPU), una organización fundada
en el Reino Unido en 1903 por Emmeline Pankhurst, partidaria
de la acción directa —reuniones públicas y marchas de
protesta— que nace como escisión de, y en contraposición
al, sector sufragista británico moderado —formado tanto
por mujeres como por hombres—, agrupado sobre todo en
la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino
(NUWSS), creada en 1897 y liderada por Millicent Fawcett,
dedicada a la convocatoria de campañas y mítines dentro
de la más estricta legalidad.
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Millicent Fawcett y Annie Kenney, dos formas de enfrentar
la lucha por el voto femenino.
Tras más de 50 años intentando conseguir el voto para
la mujer, sin éxito, ante las instituciones —por ejemplo,
el intento del diputado John Stuart Mill de introducir
una ley a favor del voto de la mujer en 1866 solo había
conseguido 88 votos a favor —, la falta de resultados
reales llevó al activismo de las suffragettes, basado
en la provocación y la rebeldía, bajo el lema de Deeds,
not Words! —«¡Hechos, no Palabras!»—, rompiendo así
con la delicadeza y la etiqueta que hasta entonces dominaba
en el movimiento sufragista británico, y se generalizaron
los encarcelamientos —entre 1905 y 1913 se encarcelaron
a unas 1100 suffragettes y crecieron tanto la represión
como las reacciones políticas a esta represión. A partir
de 1909, se implantó una estrategia de huelgas de hambre
entre las suffragettes encarceladas, «obligando» así
al Gobierno británico a imponer la muy controvertida
práctica de la alimentación forzada hasta aprobar en
1913 la Prisoners (Temporary Discharge for Ill Health)
Act.
Se ha argumentado que la extrema militancia de las
suffragettes retrasó en varios años el derecho del voto
de la mujer en el Reino Unido, sobre todo entre los
diputados más a favor del voto para las mujeres, como
fueron los del Partido Liberal y el Partido Laborista,
ya que en 1911 la votación que en la Cámara de los Comunes
dio como resultado 255-88 a favor del sufragio se había
convertido en una votación en contra de 222-208 en 1912.
En 1918, la Representation of the People Act concedió
el derecho a voto a todos los hombres mayores de 21
años de edad y las mujeres mayores de 30 años que reunieran
ciertas condiciones, como tener propiedades por encima
de cierto valor o ser licenciadas univesitarias. La
igualdad en este tema llegó diez años más tarde, en
1928, cuando las mujeres pudieron votar desde los 21
años de edad como pago a los servicios que habían prestado
durante la contienda de la Primera Guerra Mundial.
La revolución industrial trajo
una nueva forma de hacer la guerra.
Antes de la Primera Guerra Mundial, las mujeres generalmente
eran consideradas intelectualmente inferiores e incapaces
de pensar por sí mismas. Parecía pues evidente como
consecuencia que no deberían pretender tener los mismos
derechos civiles que los hombres. Los asuntos políticos
en particular, eran considerados como fuera de alcance
para el espíritu femenino, y por tanto era impensable
pretender que las mujeres pudieran votar. No obstante,
durante el siglo XIX, hubo lentos avances en cuanto
a los derechos de las mujeres, como por ejemplo: (1)
el derecho de las mujeres casadas a disponer de sus
bienes propios; (2) el derecho de votar en ciertas elecciones
menores; (3) el derecho a integrar el consejo de administración
de una escuela; (4) El derecho a no estar sometida por
el hombre.
En 1876, Hubertine Auclert fundó la sociedad The Rights
of Women para promover e impulsar el derecho al voto
para las mujeres, y que a partir de 1883 pasó a llamarse
Women's Suffrage Society. En 1897, Millicent Fawcett
fundó por su parte la Unión Nacional de Sociedades de
Sufragio Femenino (NUWSS) con similar finalidad. Esperando
conseguir lo que se quería por medios pacíficos, Millicent
Fawcett explicitó argumentos para convencer a los hombres
respecto de esta idea, que en la época eran los únicos
que podían conceder este beneficio a las mujeres en
forma legal y reglamentaria. Por ejemplo, argumentó
que las mujeres debían obedecer las leyes, y por tanto
parecía lógico y razonable que tuvieran el derecho de
participar en la creación de las mismas. En 1903, Emmeline
Pankhurst fundó la Unión Social y Política de las Mujeres
(WSPU) junto a sus dos hijas, Christabel y Sylvia, así
como con otras mujeres británicas que rápidamente fueron
llamadas suffragettes, y a partir de entonces comenzó
un enfrentamiento más violento, para tratar de conseguir
más igualdad entre hombres y mujeres.
Hubertine Auclert, hacia 1910.
En 1905, Christabel y Annie Kenney fueron arrestadas
por haber gritado consignas en favor del voto femenino,
en oportunidad de una reunión política del Partido Liberal,
y en esa oportunidad eligieron la cárcel en lugar de
pagar una multa. Ello fue el comienzo de una serie de
detenciones y encarcelaciones, lo que en líneas generales
despertó simpatías y adhesiones en relación con las
suffragettes. Ellas, se orientaron a quebrar y ridiculizar
a las instituciones que simbolizaban la supremacía masculina
y las prerrogativas exclusivas de los hombres, como
por ejemplo, un terreno de golf únicamente reservado
a varones, o una iglesia, etc. A partir de 1909, varias
huelgas de hambre se desarrollaron en las prisiones
por parte de las suffragettes. Frente a ello, el Gobierno
intentó obligarlas a comer, lo que no tuvo mucho efecto.
El gobierno respondió con la oficialmente llamada The
Prisoners (Temporary Discharge for Ill Health) Act 1913
(también conocida como Cat and Mouse Act —ley del gato
y ratón—), que disponía que cuando una huelguista estaba
demasiado débil, era entonces liberada pero más tarde
de nuevo encarcelada, una vez que su vida se encontrara
fuera de peligro.
Las suffragettes tuvieron lo que ellas consideraron
como el primer martirio, cuando en 1913 Emily Davison
murió mientras intentaba detener al caballo del rey
George V, que entonces participaba en un derby.
The Derby (1913) - Emily Davison pisoteada por el caballo
de King | Archivo Nacional BFI.
Durante la Primera Guerra Mundial, una importante penuria
de mano de obra masculina se presentó, y en varios países
las mujeres debieron ocupar empleos que hasta entonces
tradicionalmente habían sido desempeñados por hombres.
Este acontecimiento bélico generó una ruptura en el
seno del movimiento de las suffragettes. Se constituyó
así una corriente dominante representada por la Women's
Social and Political Union (WSPU) de Emmeline y Christabel
Pankhurst, desde donde se clamaba por un "cese del fuego",
y por otro lado se nuclearon las suffragettes más radicales,
representadas en la Women's Suffrage Federation (WSF)
de Sylvia Pankhurst, próxima al marxismo, que llamaba
a proseguir las hostilidades. Esta última corriente
participó con entusiasmo en las campañas de reclutamiento
de la armada, distribuyendo flores en las calles como
símbolo o insinuación de cobardía, a varones mayores
de edad que aún no estaban enrolados. En 1918, el parlamento
del Reino Unido votó una ley (Representation of the
People Act 1918) acordando el derecho de voto a las
mujeres de más de 30 años, siempre que fueran propietarias
de tierras, o bien arrendatarias que tuvieran un arrendamiento
anual superior a 5 libras, o bien diplomadas de universidades
británicas.
En 1928, o sea diez años más tarde, el estatus de
electora cambió, equiparando las condiciones de hombres
y mujeres. El Reino Unido fue así el octavo país en
el mundo en instaurar el derecho de voto a las mujeres.
El primero en tomar esta acción fue Nueva Zelanda (1893),
gracias a la labor de una pionera mundial, Kate Sheppard
(nombre de soltera Catherine Wilson Malcolm), nacida
en 1847 en Liverpool, Inglaterra, y fallecida en 1934
en Christchurch, Nueva Zelanda. En 1902 hizo lo propio
Australia, y en 1906 le siguió Finlandia. En cuanto
a Estados Unidos, implementó el voto femenino en 1919,
y por su parte Francia, hizo otro tanto pero en 1944,
hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Katherine Wilson Sheppard (10 de marzo
de 1847 – 13 de julio de 1934) fue la integrante más
destacada del movimiento por el sufragio femenino en
Nueva Zelanda y por ello, la sufragista más famosa de
ese país.
El Endell Street Military Hospital fue un hospital
militar instalada en una antigua nave industrial en
Endell Street, en el distrito céntrico londinense de
Covent Garden que fue creada en mayo de 1915 y dirigida
enteramente por médicas y enfermeras suffragettes. El
hospital cerró sus puertas en diciembre de 1919. Claramente
asociada con las suffragettes de la WSPU, adoptando
incluso su lema Deeds, not Words!, el buen labor del
hospital contribuyó mucho a cambiar la percepción popular
de las suffragettes. El hospital, con 520 camas cuando
abrió, número que fue aumentado poco después a 573 camas,
fue establecido tras los resultados obtenidos por dos
médicas suffragettes, Louisa Garrett Anderson y Flora
Murray, quienes, tras establecer el Women's Hospital
Corps, y debida a su experiencia como militantes sabían
que las autoridades británicas serían muy reacias a
contar con su colaboración —Anderson había sido condenada
a seis semanas de trabajos forzados, reducidos a cuatro
semanas, por romper una ventana, y Murray había cuidado
a Emmeline Pankhurst y otras mujeres que habían realizado
huelgas de hambre en la cárcel– se dirigieron a las
autoridades francesas, quienes les facilitaron, hacia
finales de 1914, instalaciones en París (en el Hôtel
Claridge) y en Wimereux, en la costa del canal de la
Mancha, para atender a los soldados heridos. A comienzos
de 1915, antes los buenos resultados obtenidos en Francia,
el War Office les ofreció la posibilidad de regresar
al Reino Unido y establecer un nuevo hospital bajo el
mando del cuerpo médico del Ejército Británico, el Royal
Army Medical Corps (RAMC).
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