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30 - Septiembre - 2020
>>>> Ser humano > Sufragistas I

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La segunda ola feminista se sitúa desde la referencia de los estudios feministas anglosajones entre principios de la década de 1960 hasta finales de la década de los 80 coincidiendo con el inicio del Movimiento de Liberación de las Mujeres en Estados Unidos. Según esta referencia, mientras la primera ola del feminismo anglosajón se enfocaba principalmente en la superación de los obstáculos legales a la igualdad (sufragio femenino, derechos de propiedad, etc.) en la segunda ola del feminismo en Estados Unidos las reivindicaciones se centraban en la desigualdad no-oficial (de facto), la sexualidad, la familia, el trabajo y el derecho al aborto. Autoras como Amelia Valcárcel o Celia Amorós sitúan la primera ola del feminismo en el feminismo ilustrado (desde la Revolución Francesa (1789-1795) hasta mediados del siglo XIX) con Olimpia de Gouges, Mary Wollstonecraft, o Poullain de la Barre que desarrollaron un pensamiento crítico-feminista en los márgenes de la Ilustración.

El feminismo emerge como una vindicación transformando la teoría política señala Valcarcel. La segunda ola del feminismo es el sufragismo, movimiento iniciado en 1848 con la Declaración de Seneca Falls con la reivindicación del derecho al voto y la reclamación de participación política hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 que reconoce el sufragio femenino como derecho universal. Con esta genealogía del feminismo el Movimiento de Liberación de las Mujeres se incluiría no en la segunda sino en la tercera ola del feminismo, situada en el feminismo contemporáneo que tendría como precedente la publicación en 1963 de La mística de la Feminidad de la estadounidense Betty Friedan y que empieza a articularse en torno al 68 del pasado siglo, presentando una nueva agenda en relación a los derechos reproductivos. En América Latina y en particular en el Cono Sur las acciones colectivas se retomaron en los años 1980 con la recuperación democrática.

Con las sufragistas el feminismo pasó de ser una lucha puramente intelectual a convertirse en un movimiento de acción social.

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Se conmemora un hito histórico para los derechos de las mujeres: el centenario de la aprobación de la 19 enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, mediante la cual las mujeres obtuvieron el derecho al voto.

La Decimonovena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos estipula que ni los estados de los Estados Unidos ni el gobierno federal puede denegarle a un ciudadano el derecho de voto a causa de su sexo. Introducido inicialmente en el Congreso en 1878, varios intentos de aprobar una enmienda al sufragio femenino fracasaron hasta que se aprobó en la Cámara de Representantes el 21 de mayo de 1919, seguido por el Senado el 4 de junio de 1919. Luego se presentó a los Estados para su ratificación. El 18 de agosto de 1920, Tennessee fue el último de los 36 estados necesarios para asegurar la ratificación. La Decimonovena Enmienda fue adoptada oficialmente el 26 de agosto de 1920: la culminación de un movimiento de décadas por el sufragio femenino tanto a nivel estatal como nacional. Mientras que las mujeres tenían derecho a votar en varias de las colonias de lo que se convertiría en Estados Unidos, en 1807 la constitución de cada estado negaba incluso un sufragio limitado. Las organizaciones que apoyan los derechos de las mujeres se hicieron más activas a mediados del siglo XIX y, en 1848, la convención de Seneca Falls adoptó la Declaración de Sentimientos, que pedía la igualdad entre los sexos e incluía una resolución que instaba a las mujeres a asegurar el voto. Las organizaciones pro-sufragio utilizaron una variedad de tácticas, incluyendo argumentos legales que se basaban en las enmiendas existentes. Después de que la Corte Suprema de Estados Unidos rechazó esos argumentos, organizaciones de sufragio, con activistas como Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton, pidieron una nueva enmienda constitucional que garantizara a las mujeres el derecho al voto. A finales del siglo XIX, nuevos estados y territorios, especialmente en Occidente, comenzaron a conceder a las mujeres el derecho al voto.

Sufraguettes del NWP haciendo piquete en la convención del Partido Republicano.

En 1878, una propuesta de sufragio que eventualmente se convertiría en la Decimonovena Enmienda fue presentada al Congreso, pero fue rechazada en 1887. En la década de 1890, las organizaciones de sufragio se centraron en una enmienda nacional mientras seguían trabajando a nivel estatal y local. Lucy Burns y Alice Paul emergieron como líderes importantes cuyas diferentes estrategias ayudaron a hacer avanzar la Decimonovena Enmienda. La entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial ayudó a cambiar la percepción pública del sufragio femenino. La National American Woman Suffrage Association, dirigida por Carrie Chapman Catt, apoyó el esfuerzo bélico, argumentando que las mujeres deberían ser recompensadas con el derecho al voto por su servicio patriótico en tiempos de guerra. El Partido Nacional de la Mujer organizó marchas, manifestaciones y huelgas de hambre al tiempo que señalaba las contradicciones de la lucha en el extranjero por la democracia y la limitaba en casa al negar a las mujeres el derecho al voto. El trabajo de ambas organizaciones convenció a la opinión pública, lo que llevó al presidente Wilson a anunciar su apoyo a la enmienda al sufragio en 1918. Fue aprobado en 1919 y adoptado en 1920, resistiendo dos desafíos legales, Leser v. Garnett y Fairchild v. Hughes.

La Decimonovena Enmienda autorizó a 26 millones de mujeres estadounidenses a tiempo para las elecciones presidenciales de 1920 en Estados Unidos, pero el poderoso bloque de voto femenino que muchos políticos temían no se materializó plenamente hasta décadas más tarde. Además, la Decimonovena Enmienda falló en otorgar el pleno derecho de voto a las mujeres afroamericanas, asiático-americanas, hispanoamericanas y nativo-americanas. Poco después de la adopción de la enmienda, Alice Paul y el Partido Nacional de la Mujer comenzaron a trabajar en la Enmienda de Igualdad de Derechos, que consideraron un paso adicional necesario para asegurar la igualdad.

Se conmemoraba un hito histórico para los derechos de las mujeres: el centenario de la aprobación de la 19 enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, mediante la cual las mujeres obtuvieron el derecho al voto.

La conmemoración de esta efeméride llegó acompañada por la polémica. A finales de agosto se inauguraron nuevas estatuas en Central Park que recordaban las figuras de destacadas sufragistas: Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton, dos mujeres blancas que lucharon por el sufragio universal (por cierto, las primeras mujeres de relevancia histórica con representación en el parque). Sin embargo. algunas voces críticas subrayaron la ausencia de mujeres negras que también habían participado muy activamente en el movimiento sufragista, por lo cual se decidió incluir a Sojourner Truth. Truth fue una mujer afroamericana que, tras escapar de la esclavitud, puso su libertad al servicio de la lucha por el abolicionismo y el sufragismo. Un objetivo que alcanzó el éxito mucho más tarde que el que perseguían sus ahora inertes compañeras.

Los inicios del recorrido histórico de las sufragistas se remontan a 1848, en la convención de Seneca Falls. Si bien algunas autoras habían reivindicado el derecho al voto femenino en textos anteriores –como por ejemplo Olympe de Gouges en la Declaración de los derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791)–, esta será la primera vez que una asociación de mujeres y hombres se manifiesta como movimiento para conseguir un objetivo común. Sus principales organizadoras fueron Lucrecia Mott y Elisabeth Cady Stanton.

El resultado fue un texto reivindicativo que se enfrentaba a las convenciones sociales y a las leyes establecidas que coartaban la libertad y el pleno uso de los derechos de la mujer. Exigían nuevas leyes que permitieran a las mujeres tener propiedades, abrir negocios o votar. Una declaración revolucionaria firmada por 68 mujeres y 32 hombres.

El siglo XIX en Estados Unidos fue un periodo de grandes cambios y movimientos sociales. Paralelamente a este auge sufragista, se fue desarrollando a su vez el movimiento abolicionista, cuyos simpatizantes muy a menudo coincidían en ambas reinvindicaciones. Tras la Guerra de Secesión americana (1861-1865) el abolicionismo triunfó y la esclavitud llegó a su fin, oficialmente. Pero las sufragistas todavía tenían un largo camino por recorrer.

La activista Sojourner Truth, retratada alrededor de 1870, se convirtió en la primer mujer negra en ganar un juicio frente a un hombre blanco.

Desde finales del siglo XIX y hasta principios del siglo XX el movimiento sufragista se extendió por todo el planeta, poco a poco la mentalidad de gran parte de la sociedad iba asumiendo que el derecho al voto femenino era una cuestión básica de la democracia. En el Reino Unido, los métodos usados por las sufragistas para exigir sus derechos eran cada vez más expeditivos, donde algunas ponían en peligro su vida e incluso morían en alguna de las protestas, como fue el caso de Emily W. Davison. Sin embargo, fue Nueva Zelanda el primer país del mundo en aprobar el sufragio universal en 1907, mientras que Reino Unido hizo lo propio en 1918.

En Estados Unidos, con la llegada del nuevo siglo, el movimiento sufragista tomó una deriva más conservadora. Si bien hasta entonces abogaba por un conjunto de derechos básicos –igualdad salarial, derechos civiles...–, ahora se centraba únicamente en el derecho al voto femenino, por lo cual se convirtió en una prioridad convencer a los estados más reaccionarios del sur.

La sufragistas estadounidenses montando un piquete de huelga frente a la entrada a la Casa Blanca en 1917.

En julio de 1919 se aprobó la Enmienda 19 a la Constitución y durante el siguiente año se libró la llamada Guerra de las Rosas: los partidarios del sufragio lucían una flor amarilla y los opositores una de color rojo. En agosto de 1920, 36 estados dieron el visto bueno y quedó aprobado el sufragio universal en Estados Unidos. A partir de entonces las mujeres mayores de edad pudieron acudir a las urnas para expresar su opción política. Sin embargo, la ley dejaba margen a la interpretación, y muchos estados utilizaron esta ambigüedad para seguir impidiendo el voto a las mujeres afroamericanas o pertenecientes a algunas minorías. Un hecho que no se resolvió definitivamente hasta 1965, con la promulgación de la Voting Rights Act (Ley de derecho al voto), aprobada en el marco de la lucha por los Derechos Civiles de los afroamericanos.

“Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”. Era el año 1935 cuando Clara Campoamor escribía estas palabras en El voto femenino y yo: mi pecado mortal, una obra en la que exponía la lucha por el derecho de voto de las mujeres y en la que había invertido muchas horas los años anteriores. En diciembre de 1931 había sido aprobada la nueva Constitución que reconocía ese derecho, un triunfo logrado tras muchas dificultades y decepciones.

Nacida en Madrid el 12 de febrero de 1888, Clara Campoamor tuvo que abrirse paso desde muy pequeña en una sociedad especialmente dura para las mujeres: la muerte de su padre la obligó a empezar a trabajar cuando apenas tenía diez años. Puede que fuera esta desgracia, no obstante, la que la forzara a buscarse la vida y conseguir un empleo público como profesora de mecanografía con solo 26 años.

Fue precisamente en esta época cuando Clara empezó a frecuentar los ambientes intelectuales madrileños y entró en contacto con activistas feministas como la sufragista Carmen de Burgos. También empezó a escribir para el diario conservador La Tribuna, donde conocería a su futura compañera en las Cortes Españolas, Eva Nelken. Todo ello despertó en ella el interés por la política y en particular por la situación de la mujer. Empezó a colaborar en diversas asociaciones feministas, dando conferencias y escribiendo para la prensa. Aunque el activismo feminista estaba presente en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, se trataba mayoritariamente de agrupaciones de carácter profesional y académico. La propia Campoamor, que se había licenciado en Derecho y había sido la segunda mujer en ingresar al Colegio de Abogados de Madrid después de Victoria Kent, participó en la fundación de dos de estas agrupaciones: la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas y el Instituto Internacional de Uniones Intelectuales.

La Constitución de 1812 reconoció por primera vez el derecho de las mujeres a ser elegidas como parlamentarias, aunque no a votar. Sin embargo, eran muy pocas en las Cortes y casi ninguna en el gobierno. Sentado en el centro de la fotografía está Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical con el que se presentó Clara Campoamor.

Sin embargo, en el panorama legislativo la alternancia de liberales y conservadores en el gobierno impedía la implantación real de medidas prácticas. Fue por ello que Clara Campoamor tomó la decisión de dar el salto a la política con el Partido Radical de Alejandro Lerroux. La influencia de sus compañeros liberales la llevó a entrar también al mundo de la masonería, un hecho que sería determinante para ella en un futuro próximo.

En las elecciones de 1931, que siguieron a la proclamación de la Segunda República, las mujeres pudieron presentarse aunque no votar. Campoamor resultó elegida junto con Victoria Kent, que se presentó por el Partido Radical Socialista. Parecía su mejor oportunidad para llevar los derechos de la mujer al ámbito legislativo. Sin embargo, sus propios compañeros pronto la empezarían a mirar con recelo.

La primera lucha para lograr sus objetivos fue la redacción de la nueva Constitución republicana. Las expectativas de Clara eran ambiciosas y contemplaban no solo el voto de las mujeres sino el divorcio y la igualdad de los hijos e hijas nacidos fuera del matrimonio, además de la abolición de la prostitución. Incluso dentro de los sectores progresistas, había la opinión de que no sería fácil implantar cambios tan profundos en una sociedad muy machista e influenciada por un catolicismo muy conservador, especialmente en el medio rural. A pesar de ello, logró que se incorporara a la Constitución una gran parte de sus demandas, salvo lo relativo a la prostitución y al sufragio femenino.

La batalla por el voto de las mujeres no estaba del todo perdida, sin embargo, ya que finalmente se debatió en las Cortes a finales de ese mismo año. En ese momento se evidenciaron los recelos y el tacticismo de los partidos alrededor de su propuesta: más que defender u oponerse a los valores del proyecto, muchos grupos estaban más preocupados del beneficio electoral que podían sacar de ello. A pesar de que el sufragio femenino fue finalmente aprobado, Clara Campoamor no ocultaba su decepción por lo que sentía como una traición de los suyos, el Partido Radical al que se había unido por sus ideales republicanos. Con la excepción de cuatro compañeros, su propio grupo le había negado el apoyo por miedo a que las mujeres españolas, según ellos muy influenciadas por la Iglesia, votaran mayoritariamente a los partidos conservadores -parte de los cuales, por ese mismo motivo, votaron a favor.

La mayor decepción para Clara, además de la falta de respaldo de su partido, fue la oposición de su antigua compañera Victoria Kent. Aunque ambas compartían ideales, estaban en desacuerdo sobre el camino para aplicarlos: Kent opinaba que antes que legislar había que trabajar mucho en el cambio de mentalidad de la sociedad española, o sus propuestas fracasarían. Su enfrentamiento era un reflejo del miedo que había por la fragilidad del proyecto republicano, en esos años previos a la insurrección militar, en los que a menudo pesó más el cálculo interesado que los ideales. Ninguna de las dos renovó su escaño en las elecciones de 1933, aunque Alejandro Lerroux le ofreció a Clara un cargo como Directora General de Beneficencia y Asistencia Social. Sin embargo, dos decepciones más la llevaron a abandonar definitivamente la actividad política: la alianza del Partido Radical con la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), ganadora de las elecciones de 1933; y finalmente, la dura represión de la insurrección obrera en Asturias en octubre de 1934.

Al estallar la Guerra Civil Campoamor se exilió en París, donde permaneció hasta 1955 trabajando como traductora. Sobre ella pesaba el peligro evidente, tras la victoria franquista, de ser republicana, feminista y lo peor a ojos del régimen, masona: por este último motivo se abrió un proceso contra ella, en el que habría sido condenada a 12 años de cárcel de haber regresado a España. Posteriormente se trasladó a Lausana (Suiza) para continuar con su actividad como abogada y allí murió en 1972.

A lo largo de su exilio compaginó sus empleos con la escritura de diversas obras sobre el feminismo y, en particular, su experiencia en el ámbito político. En estas se muestra muy crítica con los parlamentarios, especialmente con los republicanos, quienes considera que obstaculizaron la mejor oportunidad que había existido para lograr una mayor igualdad de género. Una oportunidad que el franquismo echó abajo junto con su recuerdo, que solo en años recientes se ha recuperado a pesar de la gran importancia que tuvo como pionera de los derechos de la mujer en España.

En el paso del siglo XIX al XX, Gran Bretaña asistió a la dura pugna de las mujeres para que se reconociera su derecho a votar; derecho que no alcanzaron hasta febrero de 1918.

La policía de Manchester arresta a una sufragista durante una protesta en la calle, hacia 1905, en pleno apogeo de las acciones en favor del voto femenino. La joven detenida viste la toga que acredita su condición universitaria.

La petición de Mary Smith para poder votar se discutió en el marco de la reforma electoral británica aprobada en 1832. En la imagen, la Cámara de los Comunes en 1834. Óleo por George Hayter.

La reina Victoria y su esposo, Alberto de Sajonia, con sus nueve hijos.

"Dejad que las mujeres sean lo que Dios quiso: una buena compañera para el hombre, pero con deberes y vocaciones totalmente diferentes", escribía la reina Victoria de Inglaterra en 1870. La mujer que estuvo al frente de Gran Bretaña desde los 18 años, entre 1837 y 1901, rechazaba el voto femenino: "Si las mujeres se “despojaran” de sí mismas al reclamar igualdad con los hombres –decía–, se convertirían en los seres más odiosos, paganos y repugnantes, y seguramente perecerían sin protección masculina". La actitud de sus hijas fue diferente, en especial la de Luisa, que se relacionaba con las sufragistas (de forma privada, debido a la posición de su madre) y cuya cuñada lady Frances Balfour fue una prominente sufragista.

Emily W. Davison fue atropellada en la pista de Epsom el 5 de junio de 1913 durante una protesta; murió tres días después. Tenía 40 años y tan solo faltaban 5 para que se aprobara el voto femenino. El Daily Mirror decidió colocar la noticia en portada.

En octubre de 1906, varias militantes de la WSPU fueron arrestadas mientras protestaban en la Casa de los Comunes

Conscientes de la necesidad de llamar la atención de la opinión pública, las tácticas de las sufragistas fueron cada vez más espectaculares. Desde un dirigible, Muriel Matters lanzó miles de proclamas sufragistas sobre Londres. Dos sufragistas se hicieron enviar por correo a Downing Street para presentar una petición al primer ministro. Marion Wallace Dunlop se coló en el Parlamento y grabó en un pasillo un pasaje de la Declaración de Derechos, mientras que Leonora Cohen destruyó la vitrina que contenía las joyas de la Corona en la Torre de Londres. Una de estas acciones tuvo un trágico final: Emily Wilding Davidson murió en 1913 bajo el caballo del rey cuando intentó colgarle una cinta sufragista durante el Derby de Epsom.

La Unión Social y Política de Mujeres (en inglés: Women's Social and Political Union, WSPU) fue la principal organización militante que hizo campaña por el sufragio femenino en el Reino Unido, entre 1903 y 1917. Emmeline Pankhurst y sus hijas Christabel y Sylvia controlaban estrechamente su membresía y sus políticas (aunque Sylvia finalmente fue expulsada). Fue conocida por sus tácticas de huelgas de hambre (y la subsecuente alimentación forzada como respuesta de las autoridades), por romper ventanas en edificios prominentes y por el incendio nocturno de casas e iglesias desocupadas.

Millicent Fawcett, fundadora de la NUWSS, la principal organización sufragista.

Fawcett rechazaba las acciones violentas de la organización de E. Pankhurst, la WSPU. Para Fawcett era un error intentar conseguir con la violencia lo que debía basarse "en la creciente conciencia de que nuestra demanda es de justicia y de sentido común".

La Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino (en inglés, National Union of Women's Suffrage Societies, NUWSS) fue una conglomeración de organizaciones promotoras del sufragio femenino en el Reino Unido.

Las sufragistas son alimentadas a la fuerza en la cárcel. Litografía de Achille Beltrame, 1913.

El 5 de julio de 1909, Marion Wallace Dunlop, militante de la WSPU detenida en la cárcel de Holloway por grabar la Declaración de Derechos en un muro del Parlamento, se convirtió en la primera sufragista que se declaraba en huelga de hambre para exigir que la considerasen prisionera política. Ayunó durante 91 horas hasta que fue liberada, atendiendo a que su vida estaba en riesgo. Muchas militantes siguieron el ejemplo de Marion, que había tomado tal decisión por iniciativa propia. Como respuesta, en septiembre de ese año el gobierno introdujo la alimentación forzosa bajo supervisión médica.

Broche de Holloway, creado por Sylvia Pankhurst, una de las hijas de la líder de la WSPU, en 1909 como protesta por los encarcelamientos de sufragistas en la cárcel del mismo nombre.

Emmeline Pankhurst y su hija Christabel en la cárcel, con el uniforme de las prisioneras.

Emmeline Pankhurst, líder de la WSPU, que también estuvo detenida allí, escribió: "Holloway se convirtió en un lugar de horror y tormento con escenas repugnantes de violencia a cualquier hora, ya que los médicos iban de celda en celda desempeñando su terrible oficio. Nunca olvidaré mientras viva el sufrimiento que experimenté durante los días que aquellos gritos retumbaban en mis oídos".

En febrero de 1918 se aprobó la ley que concedía el sufragio a las mujeres mayores de 30 años y se extendía a todos los hombres de más de 21. El primer ministro Lloyd George, junto a las obreras de una fábrica de municiones en Manchester, en 1918; a su derecha aparece la líder sufragista Flora Drummond, de la WSPU.

El viernes 3 de agosto de 1832 se discutió una petición muy especial en el Parlamento británico: la de Mary Smith, de Standford, que defendía que, como ella pagaba los mismos impuestos y estaba sujeta a las mismas leyes que cualquier hombre, debía tener el mismo derecho a elaborarlas mediante la elección de representantes y a aplicarlas en los tribunales de justicia. Demasiado, sin duda, para sir Frederick Trench. El honorable diputado señaló que, si se establecían jurados paritarios, hombres y mujeres se verían forzados a situaciones dudosamente morales como estar encerrados toda una noche deliberando. Cuando se le replicó que: "Es bien sabido que el honorable y galante diputado suele pasar noches enteras en compañía de damas sin que ocurra nada indigno", Trench no contestó más que: "Sí. Pero nunca estamos encerrados".

Los asistentes rieron, y así se cerró el primer debate sobre el sufragio femenino de la historia de Gran Bretaña. Los defensores de los derechos de las mujeres eran una minoría: el movimiento feminista estaba en pañales. A las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos de los que disfrutaban los hombres, y aunque solteras y viudas gozaban de más libertades que las casadas –las cuales no podían tener propiedades, redactar testamentos, ni ostentar la custodia de sus hijos– también estaban sujetas a grandes restricciones. No podían ejercer profesiones como la medicina o el derecho, ni acceder a puestos de la administración. Y por supuesto, tampoco podían votar.

En la mentalidad de la época esta subordinación era parte fundamental del orden social. Los hombres, mejor dotados intelectual y físicamente, debían encargarse de la esfera pública mientras las mujeres ocupaban la privada bajo su protección. Las propias mujeres compartían esta opinión, y la transmitían de madre a hija. Apenas se producían muestras de protesta; en 182, los tempranos activistas William Thompson y Anna Wheeler se preguntaban: "Vosotras, las más oprimidas y degradadas, ¿cuándo os daréis cuenta de vuestra situación, os organizaréis, protestaréis y pediréis su arreglo?".

El Parlamento del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (en inglés: Parliament of the United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland), también conocido como Parlamento británico, es el órgano legislativo del Reino Unido y de sus territorios de ultramar —que solo tienen soberanía parlamentaria—. A su cabeza está el soberano. Es bicameral, incluyendo una Cámara Alta, llamada Cámara de los Lores, y una Cámara Baja, llamada Cámara de los Comunes.

Pero incluso aquellos que denunciaban lo injusto de la situación no se planteaban reivindicar el voto. A principios del siglo XIX, éste era un derecho minoritario en regímenes parlamentarios: en Gran Bretaña se restringía al 20 por ciento de los hombres. Estaba muy extendida la idea de que sólo aquellos con las mejores capacidades y aptitudes eran indicados para elegir a los gobernantes. Únicamente los círculos más radicales defendían el sufragio universal masculino; en general, reinaba el convencimiento de que tal responsabilidad debía recaer en hombres bien educados y acostumbrados a gestionar propiedades. Esta selecta minoría sabría decidir lo mejor para el resto de hombres, y por supuesto, para las mujeres, consideradas eternas menores de edad.

Sin embargo, Inglaterra y el resto del mundo occidental estaban adentrándose en una época de profundos cambios económicos, políticos y sociales que pronto se dejaron sentir en la causa de las mujeres. Si en 1830 las feministas eran pocas y descoordinadas, treinta años después el movimiento había ganado fuerza y había dado con una causa esencial: la concesión del voto. Sólo cuando las mujeres participaran en la elección de sus representantes y, por tanto, en la elaboración de leyes, podrían derogar aquellas que las rebajaban a ciudadanas de segunda. La expansión de la educación aumentó el público lector de libros y periódicos, cuyo contenido alcanzaba mayor difusión. Los ideales feministas comenzaron a tener cada vez mayor publicidad y a ganar más adeptos. En la década de 1860 empezaron a multiplicarse las asociaciones que defendían el voto femenino. Como argumentaba el filósofo John Stuart Mill, en un país gobernado por la reina Victoria, que había demostrado su gran capacidad como gobernante, ¿por qué no se iba a conceder a las mujeres los mismos derechos que a los hombres?

Estas primeras organizaciones creyeron tener una oportunidad de oro para conseguir sus propósitos. Una nueva ley electoral, aprobada en el año 1867, extendía el derecho a voto a un tercio de los hombres adultos. Pero en el articulado se refería a los mismos con la palabra men (hombres) en lugar de males (varones), por lo que se podía interpretar que el término englobaba a los dos sexos. Así que las sufragistas animaron a las mujeres a participar en las elecciones: una de ellas, Lily Maxwell, apareció en el registro de votantes gracias a un error y acudió a su colegio electoral para votar por un candidato afín a las sufragistas. Para evitar que su caso fuera el primero de muchos otros, meses después se aclaró que la ley no se refería en ningún caso a las mujeres.

Lilly Maxwell fue una sufragista británica que se dice fue la primera mujer en votar por los sufragistas de la campaña en Manchester. Esto dio lugar a un importante caso de prueba en la Corte de Peticiones Comunes.

Aunque perdieron la apuesta, su causa ganó en publicidad, para gran preocupación de los antisufragistas. Éstos opinaban que las mujeres estaban representadas por sus maridos y que, por otra parte, eran extremadamente influenciables por ellos, de manera que concederles el sufragio equivaldría a dar dos votos al esposo. Peor aún: en el caso de que defendieran causas distintas, se sembraría la discordia en los hogares. Por otro lado, el derecho al voto sería solo el principio: si las mujeres empezaban a votar, temían, pronto querrían ser diputadas y miembros del gobierno. Y eso sería perjudicial tanto para los intereses de la nación como para la salud de sus mujeres, que probablemente se resentiría a causa de la intensa actividad propia de la política.

Aunque los antisufragistas eran mayoría, poco a poco crecía el apoyo a la causa del voto femenino. En 1869 se daba un paso fundamental en Estados Unidos: Wyoming aprobaba el sufragio femenino. Mientras, en Gran Bretaña se empezó a permitir a las mujeres formar parte de las juntas de educación de distrito, cuyos miembros eran elegidos mediante votación. En 1894 esto se extendió a los consejos locales, lo que hizo menos extraña su imagen a pie de urna. Y en 1881, una nueva conquista mostraba cómo el voto femenino se acercaba a Gran Bretaña: la isla de Man, un dominio británico, concedía el voto a las mujeres viudas y solteras.

Cada vez más personalidades prominentes miraban con simpatía a las organizaciones sufragistas, pero no se veían capaces de comprometer sus objetivos políticos defendiendo la causa de las mujeres. Conscientes de la necesidad de organizarse para ejercer presión y ganar apoyos, en 1897 diferentes organizaciones sufragistas constituyeron la Unión Nacional de Sociedades por el Sufragio Femenino (NUWSS en inglés), de la mano de Millicent Fawcett. Sus miembros se dedicaron principalmente a tratar de ganar para su causa a los representantes políticos y a organizar mítines a pie de calle. Aunque hoy en día no nos lo parezca, entonces para una mujer era difícil romper el tabú y hablar en público. Margarette Nevinson, sufragista convencida, veía los discursos en la calle como algo vulgar y violento: se había educado a las mujeres en la necesidad de ser discretas fuera de sus hogares, y convertirse en el centro de atención les resultaba, como poco, extraño y vergonzoso. Parte de la audiencia opinaba igual, y en ocasiones recibía a las oradoras con una lluvia de insultos, de objetos y hasta de golpes: la sufragista Charlotte Despard continuó su discurso en uno de estos mítines a pesar de que un huevo le había dado en plena cara. A otras muchas se les contestaba con comentarios sexuales, ya que se las consideraba moralmente equivalentes a las prostitutas. Frecuentemente la policía tenía que protegerlas de la masa enfurecida.

Charlotte Despard (15 de junio de 1844 - 10 de noviembre de 1939; nacida Charlotte French) fue una sufragista, pacifista, socialista, activista del Sinn Féin y novelista. Fue uno de los miembros fundadores de la Liga por la Libertad de las Mujeres, la Cruzada Pacífica de las Mujeres y la Liga de franquicias de mujeres irlandesas y una activista en varias organizaciones políticas a lo largo de su vida, incluyendo la Unión Social y Política de las Mujeres, el Partido Laborista, Cumann na mBan y el Partido Comunista de Gran Bretaña.

Tampoco era fácil para las mujeres asistir como público. Cuando el padre de Esther Knowles se enteró de que había ido a una concentración sufragista, montó en cólera y pegó una paliza a su madre, que había dado su permiso. Pero fueron muchas las personas que conocieron las reivindicaciones feministas a través de estos actos, que de atraer a unos pocos curiosos pasaron a ser multitudinarios a principios del siglo XX. Un siglo que abría cada vez más caminos a las mujeres: carreras como la de medicina empezaron a admitirlas en sus aulas, y miles de ellas formaban parte de las juntas de educación y de distrito, comparadas con las pocas decenas de 1870.

Pese a las mejoras, para algunas sufragistas el voto seguía pareciendo lejano; eso era lo que opinaban las fundadoras de la Unión Sociopolítica de Mujeres (WSPU), creada en 1903 por Emmeline Pankhurst para luchar con más efectividad por la conquista del voto. Emmeline consideraba que para alcanzar este objetivo la organización debía funcionar como un ejército: sus órdenes nunca debían ser cuestionadas. Las peticiones de democracia interna fueron desestimadas siempre por Emmeline, que expulsó a todos los que se mostraban en desacuerdo con sus decisiones; incluso una de sus hijas, Sylvia, tuvo que abandonar la organización por su tendencia a colaborar con el Partido Laborista. Y es que la líder se había comprometido a no colaborar con ningún otro partido político hasta que las mujeres obtuvieran el voto. Tampoco admitía la militancia de los hombres. Así, la WSPU fue perdiendo cada vez más miembros: en 1914 eran 5.000 frente a los 50.000 de la NUWSS presidida por Fawcett.

La WSPU desarrolló tácticas militantes que tenían una gran resonancia en la prensa, como interrumpir los mítines de otros partidos, intentar entrar en el Parlamento, presentarse en los domicilios de miembros del gobierno e incluso encadenarse a ellos. Estas acciones conllevaron con frecuencia la detención de sus protagonistas, que se negaban a pagar la multa que se les imponía y por tanto eran encarceladas. A su salida eran celebradas como heroínas, lo que les reportó una enorme propaganda. Sus partidarios se multiplicaron, y en 1908, una gran manifestación en Hyde Park congregó a más de 500.000 personas; incluso el conservador diario The Times afirmó que en el último cuarto de siglo no se había visto acto tan multitudinario. Las acciones de las sufragistas se volvieron cada vez más espectaculares y, en ocasiones, violentas: como respuesta a la negativa a presentar peticiones al rey, derecho reconocido a sus súbditos, algunas mujeres de la WSPU empezaron a romper a pedradas las ventanas de las propiedades de miembros del Parlamento. Esto fue demasiado para la NUWSS, que decidió romper definitivamente con Pankhurst: para Fawcett era un error intentar conseguir con la violencia lo que debía basarse "en la creciente conciencia de que nuestra demanda es de justicia y de sentido común".

The Times es un periódico nacional publicado diariamente en el Reino Unido. Aunque se estuvo imprimiendo en formato broadsheet durante 200 años, hoy en día es de tamaño compacto tabloide (tabloid). The Times es publicado por News International, una subsidiaria del grupo News Corporation, encabezado por Rupert Murdoch. Durante la mayor parte de su historia, ha sido considerado un periódico sin rival, el periódico por excelencia en el Reino Unido. Ha jugado un papel fundamental tanto en política como en la opinión pública en temas internacionales. Algunos afirman que, recientemente, refleja las ideas conservadoras de Rupert Murdoch, a pesar de mostrar su apoyo al Partido Laborista en 2001 y 2005.

The Times es llamado a veces por gente ajena al Reino Unido The London Times o The Times of London para distinguirlo de los otros muchos Times, como puede ser el The New York Times. Sin embargo, este es el periódico Times original. Es además el creador del tipo de letra Times New Roman, desarrollada originalmente por Stanley Morison del The Times en colaboración con la Monotype Corporation.

También se produjeron escisiones dentro de la organización: sufragistas históricas como Charlotte Despard desaprobaban la violencia y la negativa a colaborar con otros partidos, por lo que la abandonaron. La división en el movimiento se tradujo en la designación de quienes integraban el ala radical, las suffragettes, y la moderada, las suffragists. La reacción del gobierno no se hizo esperar. Cientos de sufragistas fueron encarceladas y sometidas a duras condiciones de reclusión. Para lograr que se les reconociera el estatuto de presas políticas y mejoraran sus condiciones de vida en la cárcel, se declaraban en huelga de hambre. Y esto planteaba un gran problema a las autoridades, que querían evitar a toda costa que se convirtieran en mártires de la causa. La solución fue la alimentación forzosa, un proceso doloroso y peligroso que no hizo más que despertar simpatías por las sufragistas entre la población.

La represión de las protestas en las calles empeoró. El Parlamento había estado discutiendo un proyecto que proponía la concesión del voto a las solteras y viudas, y en noviembre de 1910 se convocó una manifestación para pedir que se continuara estudiando. Para disolver la protesta se recurrió a policías provenientes de los barrios bajos de Londres, lo que hicieron por medio de golpes y agresiones sexuales a los que se sumaron una gran cantidad de transeúntes. Tres manifestantes murieron a causa de las heridas, y la fotografía de una mujer en el suelo a punto de ser golpeada espantó a la opinión pública. La respuesta oficial al Viernes Negro fue culpar a las sufragistas, que animaron a todo el que quisiera a sumarse a la protesta. Como consecuencia, se introdujo una reforma legal que mejoró algo su situación penitenciaria.

Mientras tanto, el proyecto llegaba al debate parlamentario definitivo. Varios ministros del gobierno liberal opinaban que el perfil de mujeres al que se dirigía, propietarias solteras y viudas, votaría mayoritariamente conservador, por lo que se opusieron al mismo. Así, el proyecto que tantas esperanzas había suscitado fue descartado en 1912. Para Pankhurst ésta era la señal de que había llegado la hora del argumento político más poderoso: el del cristal roto. Una minoría retomó la campaña de daños a la propiedad de manera más extensiva que antes, incluyendo la detonación de bombas e incendios en casas vacías. Como respuesta, el gobierno envió a cada vez más sufragistas a la cárcel, y para evitar los peligros y la poca popularidad de la alimentación forzosa aprobó la ley conocida como "del gato y del ratón" en 1913, que permitía liberar a las presas debilitadas por el hambre para volver a recluirlas una vez recuperadas.

El viernes negro fue una manifestación sufragista en Londres, el 18 de noviembre de 1910, donde trescientas mujeres marcharon al Parlamento como parte de su campaña para pedir el derecho de voto para la mujer. Fue bautizado así por la violencia ejercida contra las mujeres, incluso en algunos casos de carácter sexual, por la Policía Metropolitana y espectadores que se sumaron al ataque.

Portada del The Daily Mirror, 19 de noviembre de 1910, mostrando a una sufragista en el suelo.

La estrategia del gobierno tuvo éxito ante una opinión pública que desaprobaba los cristales rotos y las bombas. Los actos violentos empañaron la imagen del movimiento y dieron argumentos a quienes defendían que las mujeres eran seres demasiado emocionales para votar. Y aunque la consigna era dañar las propiedades, no la vida, cualquier fallo en la preparación de los atentados habría podido causar daños irreparables. Nunca sabremos qué habría pasado de continuar así las cosas, porque el estallido de la Gran Guerra interrumpió la actividad de la WSPU. Pankhurst abrazó la causa patriótica y se puso a disposición del gobierno. Sin embargo, la NUWSS continuó su campaña. La actividad política de este grupo y la contribución femenina a la guerra en la retaguardia mientras los hombres luchaban convenció al Parlamento y a gran parte de la sociedad de que las mujeres merecían el voto tanto como sus conciudadanos. En febrero de 1918 se aprobó la ley que concedía el sufragio a las mujeres mayores de 30 años y se extendía a todos los hombres de más de 21. La felicidad entre las sufragistas fue enorme, pero no completa. Las campañas continuaron hasta que diez años después, en julio de 1928, se equiparó la edad de voto femenina a la masculina, en una sesión parlamentaria a la que asistieron las protagonistas de la lucha por el sufragio, ya ancianas, como Fawcett y Despard, de 81 y 84 años, respectivamente. Charlotte Despard dijo entonces: "Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente".

La diferencia de las voces "suffragists" y "suffragettes" es la orientación a la hora de conseguir el voto femenino.

Mientras que las primeras abogaban por la palabra y el diálogo, las segundas optaban por actos de violencia.

Las diferencias entre los dos grupos no estaba tanto en los objetivos que deseaban alcanzar sino en los métodos que aplicaban para su lucha. Las sufragistas no eran pasivas. Por el contrario, las suffragettes se inclinaban por métodos de choque o de corte más enérgico y populista, hacían manifestaciones, organizaban protestas y huelgas de hambre.

El término suffragette designaba, a comienzos del siglo XX, a una mujer que reivindicaba el derecho a voto de las mujeres, y que incluso estaba dispuesta a infringir la ley para conseguirlo, en un contexto en el cual las mujeres no tenían más opción. De acuerdo con el Oxford English Dictionary, fue acuñado por el Daily Mail en 1906, como forma despectiva de distinguir entre las suffragettes y las sufragistas más moderadas, una forma de dividir el movimiento. En este sentido se refiere más específicamente a una militante de la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU), una organización fundada en el Reino Unido en 1903 por Emmeline Pankhurst, partidaria de la acción directa —reuniones públicas y marchas de protesta— que nace como escisión de, y en contraposición al, sector sufragista británico moderado —formado tanto por mujeres como por hombres—, agrupado sobre todo en la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino (NUWSS), creada en 1897 y liderada por Millicent Fawcett, dedicada a la convocatoria de campañas y mítines dentro de la más estricta legalidad.

Millicent Fawcett y Annie Kenney, dos formas de enfrentar la lucha por el voto femenino.

Tras más de 50 años intentando conseguir el voto para la mujer, sin éxito, ante las instituciones —por ejemplo, el intento del diputado John Stuart Mill de introducir una ley a favor del voto de la mujer en 1866 solo había conseguido 88 votos a favor —, la falta de resultados reales llevó al activismo de las suffragettes, basado en la provocación y la rebeldía, bajo el lema de Deeds, not Words! —«¡Hechos, no Palabras!»—, rompiendo así con la delicadeza y la etiqueta que hasta entonces dominaba en el movimiento sufragista británico, y se generalizaron los encarcelamientos —entre 1905 y 1913 se encarcelaron a unas 1100 suffragettes y crecieron tanto la represión como las reacciones políticas a esta represión. A partir de 1909, se implantó una estrategia de huelgas de hambre entre las suffragettes encarceladas, «obligando» así al Gobierno británico a imponer la muy controvertida práctica de la alimentación forzada hasta aprobar en 1913 la Prisoners (Temporary Discharge for Ill Health) Act.

Se ha argumentado que la extrema militancia de las suffragettes retrasó en varios años el derecho del voto de la mujer en el Reino Unido, sobre todo entre los diputados más a favor del voto para las mujeres, como fueron los del Partido Liberal y el Partido Laborista, ya que en 1911 la votación que en la Cámara de los Comunes dio como resultado 255-88 a favor del sufragio se había convertido en una votación en contra de 222-208 en 1912.

En 1918, la Representation of the People Act concedió el derecho a voto a todos los hombres mayores de 21 años de edad y las mujeres mayores de 30 años que reunieran ciertas condiciones, como tener propiedades por encima de cierto valor o ser licenciadas univesitarias. La igualdad en este tema llegó diez años más tarde, en 1928, cuando las mujeres pudieron votar desde los 21 años de edad como pago a los servicios que habían prestado durante la contienda de la Primera Guerra Mundial.

La revolución industrial trajo una nueva forma de hacer la guerra.

Antes de la Primera Guerra Mundial, las mujeres generalmente eran consideradas intelectualmente inferiores e incapaces de pensar por sí mismas. Parecía pues evidente como consecuencia que no deberían pretender tener los mismos derechos civiles que los hombres. Los asuntos políticos en particular, eran considerados como fuera de alcance para el espíritu femenino, y por tanto era impensable pretender que las mujeres pudieran votar. No obstante, durante el siglo XIX, hubo lentos avances en cuanto a los derechos de las mujeres, como por ejemplo: (1) el derecho de las mujeres casadas a disponer de sus bienes propios; (2) el derecho de votar en ciertas elecciones menores; (3) el derecho a integrar el consejo de administración de una escuela; (4) El derecho a no estar sometida por el hombre.

En 1876, Hubertine Auclert fundó la sociedad The Rights of Women para promover e impulsar el derecho al voto para las mujeres, y que a partir de 1883 pasó a llamarse Women's Suffrage Society. En 1897, Millicent Fawcett fundó por su parte la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino (NUWSS) con similar finalidad. Esperando conseguir lo que se quería por medios pacíficos, Millicent Fawcett explicitó argumentos para convencer a los hombres respecto de esta idea, que en la época eran los únicos que podían conceder este beneficio a las mujeres en forma legal y reglamentaria. Por ejemplo, argumentó que las mujeres debían obedecer las leyes, y por tanto parecía lógico y razonable que tuvieran el derecho de participar en la creación de las mismas. En 1903, Emmeline Pankhurst fundó la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU) junto a sus dos hijas, Christabel y Sylvia, así como con otras mujeres británicas que rápidamente fueron llamadas suffragettes, y a partir de entonces comenzó un enfrentamiento más violento, para tratar de conseguir más igualdad entre hombres y mujeres.

Hubertine Auclert, hacia 1910.

En 1905, Christabel y Annie Kenney fueron arrestadas por haber gritado consignas en favor del voto femenino, en oportunidad de una reunión política del Partido Liberal, y en esa oportunidad eligieron la cárcel en lugar de pagar una multa. Ello fue el comienzo de una serie de detenciones y encarcelaciones, lo que en líneas generales despertó simpatías y adhesiones en relación con las suffragettes. Ellas, se orientaron a quebrar y ridiculizar a las instituciones que simbolizaban la supremacía masculina y las prerrogativas exclusivas de los hombres, como por ejemplo, un terreno de golf únicamente reservado a varones, o una iglesia, etc. A partir de 1909, varias huelgas de hambre se desarrollaron en las prisiones por parte de las suffragettes. Frente a ello, el Gobierno intentó obligarlas a comer, lo que no tuvo mucho efecto. El gobierno respondió con la oficialmente llamada The Prisoners (Temporary Discharge for Ill Health) Act 1913 (también conocida como Cat and Mouse Act —ley del gato y ratón—), que disponía que cuando una huelguista estaba demasiado débil, era entonces liberada pero más tarde de nuevo encarcelada, una vez que su vida se encontrara fuera de peligro.

Las suffragettes tuvieron lo que ellas consideraron como el primer martirio, cuando en 1913 Emily Davison murió mientras intentaba detener al caballo del rey George V, que entonces participaba en un derby.

The Derby (1913) - Emily Davison pisoteada por el caballo de King | Archivo Nacional BFI.

Durante la Primera Guerra Mundial, una importante penuria de mano de obra masculina se presentó, y en varios países las mujeres debieron ocupar empleos que hasta entonces tradicionalmente habían sido desempeñados por hombres. Este acontecimiento bélico generó una ruptura en el seno del movimiento de las suffragettes. Se constituyó así una corriente dominante representada por la Women's Social and Political Union (WSPU) de Emmeline y Christabel Pankhurst, desde donde se clamaba por un "cese del fuego", y por otro lado se nuclearon las suffragettes más radicales, representadas en la Women's Suffrage Federation (WSF) de Sylvia Pankhurst, próxima al marxismo, que llamaba a proseguir las hostilidades. Esta última corriente participó con entusiasmo en las campañas de reclutamiento de la armada, distribuyendo flores en las calles como símbolo o insinuación de cobardía, a varones mayores de edad que aún no estaban enrolados. En 1918, el parlamento del Reino Unido votó una ley (Representation of the People Act 1918) acordando el derecho de voto a las mujeres de más de 30 años, siempre que fueran propietarias de tierras, o bien arrendatarias que tuvieran un arrendamiento anual superior a 5 libras, o bien diplomadas de universidades británicas.

En 1928, o sea diez años más tarde, el estatus de electora cambió, equiparando las condiciones de hombres y mujeres. El Reino Unido fue así el octavo país en el mundo en instaurar el derecho de voto a las mujeres. El primero en tomar esta acción fue Nueva Zelanda (1893), gracias a la labor de una pionera mundial, Kate Sheppard (nombre de soltera Catherine Wilson Malcolm), nacida en 1847 en Liverpool, Inglaterra, y fallecida en 1934 en Christchurch, Nueva Zelanda. En 1902 hizo lo propio Australia, y en 1906 le siguió Finlandia. En cuanto a Estados Unidos, implementó el voto femenino en 1919, y por su parte Francia, hizo otro tanto pero en 1944, hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Katherine Wilson Sheppard (10 de marzo de 1847 – 13 de julio de 1934) fue la integrante más destacada del movimiento por el sufragio femenino en Nueva Zelanda y por ello, la sufragista más famosa de ese país.

El Endell Street Military Hospital fue un hospital militar instalada en una antigua nave industrial en Endell Street, en el distrito céntrico londinense de Covent Garden que fue creada en mayo de 1915 y dirigida enteramente por médicas y enfermeras suffragettes. El hospital cerró sus puertas en diciembre de 1919. Claramente asociada con las suffragettes de la WSPU, adoptando incluso su lema Deeds, not Words!, el buen labor del hospital contribuyó mucho a cambiar la percepción popular de las suffragettes. El hospital, con 520 camas cuando abrió, número que fue aumentado poco después a 573 camas, fue establecido tras los resultados obtenidos por dos médicas suffragettes, Louisa Garrett Anderson y Flora Murray, quienes, tras establecer el Women's Hospital Corps, y debida a su experiencia como militantes sabían que las autoridades británicas serían muy reacias a contar con su colaboración —Anderson había sido condenada a seis semanas de trabajos forzados, reducidos a cuatro semanas, por romper una ventana, y Murray había cuidado a Emmeline Pankhurst y otras mujeres que habían realizado huelgas de hambre en la cárcel– se dirigieron a las autoridades francesas, quienes les facilitaron, hacia finales de 1914, instalaciones en París (en el Hôtel Claridge) y en Wimereux, en la costa del canal de la Mancha, para atender a los soldados heridos. A comienzos de 1915, antes los buenos resultados obtenidos en Francia, el War Office les ofreció la posibilidad de regresar al Reino Unido y establecer un nuevo hospital bajo el mando del cuerpo médico del Ejército Británico, el Royal Army Medical Corps (RAMC).

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