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Universal apostaba tan poco por Tomates verdes fritos que la estrenó
en cinco salas. Dos meses después se proyectaba en 1229. Con un
presupuesto de apenas 11 millones de dólares acabó recaudando más
de 100, se convirtió en la undécima película más taquillera de 1991
y consiguió dos nominaciones al Oscar, una para Jessica Tandy como
mejor actriz secundaria y otra para la autora del guion, que también
lo era de la novela en la que se inspiraba, Fannie Flagg. Es uno
de los mejores ejemplos de lo que se conoce como sleeper, una película
que gana popularidad gracias al boca a boca de espectadores entusiasmados.
Un fenómeno atípico, porque la película del debutante Jon Avnet
se vertebra sobre el amor y la amistad, pero también habla de menopausia,
eutanasia, violencia de género, racismo, edadismo e incluso canibalismo.
La novela homónima en la que está basada había sufrido un desdén
similar antes de publicarse. “Envié una pequeña sinopsis a veinte
editores diferentes y todos dijeron: es dulce, pero no creemos que
la gente esté interesada en leer sobre una anciana en un asilo”.
Cuando finalmente se editó, pasó 36 semanas en la lista de libros
más vendidos de The New York Times, recibió una nominación al Pulitzer
y los elogios de dos gigantes literarios del sur: Harper Lee y Eudora
Welty, de las que nuestra bibliotecaria habla en la cuarta página
de la sección de autores. Su reedición en España de la mano
de Capitan Swing es una de las mejores noticias literarias de la
temporada y la saca por fin limbo de los libros descatalogados.
“Es una gran novela, con una calidad literaria incuestionable”,
explica Blanca Cambronero, editora en Capitán Swing. “Plantea temáticas
que a menudo abordamos en nuestro catálogo. Por eso, a pesar de
que no solemos publicar mucha ficción, en este caso sí tuvimos claro
que debíamos recuperar esta obra”.
Mary Stuart Masterson, Jessica Tandy, Kathy Bates y Mary-Louise
Parker en una imagen publicitaria de la película.
Un éxito de ventas así no pasó desapercibido a Hollywood. La primera
idea de Universal fue realizar un musical, afortunadamente el proyecto
se truncó. Flagg, que escribió el guión después de que Carol Sobieski,
la primera guionista elegida enfermase, fue la primera sorprendida
cuando se convirtió en un éxito porque “se suponía que iba a ser
solo una pequeña película para ancianas”. “Estas mujeres no encajan
en el molde de lo que Hollywood piensa de las mujeres”, sentenciaba
Sally Van Slyke, vicepresidenta senior de marketing de Universal,
una de las principales impulsoras de la película, en Los Angeles
Times.”Estas mujeres no son víctimas, son supervivientes. Esa es
la grandeza de esta historia”.
Tomates verdes fritos narra la amistad casual entre Evelyn, una
ama de casa de mediana edad, y Ninny, una anciana que vive en un
asilo y, como una Sherezade insomne y sin vesícula, la entretiene
cada semana con historias de su juventud en Whistle Stop, Alabama,
donde su cuñada Idgie y su amiga Ruth regentaban el café local.
Una trama aparentemente simple, en la que lo fácil es quedarse con
que es una película “de hablar”, una patata caliente para los ejecutivos
de Universal que no sabían cómo podían encapsular la esencia de
la película para venderla en un anuncio de 30 segundos.
La promoción de la película se apoyó en Kathy Bates y Jessica Tandy,
que venían de ganar sendos Oscars por Misery y Paseando a Miss Daisy,
aunque estuvieron a punto de ser Joanne Woodward y Susan Sarandon.
Sarandon, que aquel año recorría el país en un Thunderbird del 66
al lado de Geena Davis, era la indicada en la mente de algunos ejecutivos
para interpretar a una mujer amargada por sus kilos y el desinterés
sexual de su marido (si creen que es inconcebible, recuerden que
en algún momento de los noventa alguien mencionó el nombre de Julia
Roberts para interpretar a la heroína negra Harriet Tubman). Las
críticas fueron positivas, pero casi todas obviaban que dos de las
protagonistas eran una pareja de lesbianas. Amy Dawes, crítica de
cine de Variety, describió la relación como una “amistad incondicional
entre las dos mujeres jóvenes, aisladas en un mundo de hombres intolerantes”.
Otros, como Roger Ebert, dedujeron que Idgie era lesbiana, pero
dudaron respecto a Ruth, una observación común en otras críticas
de la época. Parece que solo Idgie lo ponía fácil al vestirse con
peto.
Jessica Tandy y Kathy Bates durante el rodaje.
Unos meses antes los telespectadores estadounidenses habían visto
por primera vez un hiperpublicitado beso entre dos mujeres en La
ley de los Ángeles que resultó ser un reclamo sin ningún desarrollo
posterior, ese era todo el bagaje lésbico para las masas en 1991.
Faltaba más de un lustro para que Ellen Degeneres saliera del armario
y arruinase momentáneamente su carrera. Hollywood no había hecho
ninguna película protagonizada por lesbianas y tampoco iba a serlo
esta. Las cosas no habían cambiado mucho desde que en los años treinta
Samuel Goldwyn obligase a Lillian Hellman a reescribir el guion
de La calumnia eliminado todos los elementos lésbicos. “¿Lesbianismo
en la pantalla? ¿Quién ha oído hablar de algo así? ¿Y cómo se podría
hacer con buen gusto?”, se preguntaba el magnate. Lo mismo se cuestionaba
Universal, que no escuchó a Flagg, Masterson y Parker cuando insistieron
en reforzar la historia de amor, pero con un entusiasmo menguante:
a medida que la película se convertía en un éxito el tema se convirtió
en una molestia para todos. La mayoría sólo fue consciente de que
había una relación lésbica cuando la Alianza Gay y Lesbiana contra
la Difamación (GLAAD) le otorgó el premio a la mejor película con
contenido lésbico. Así de sutil era, aunque no para el público gay,
acostumbrado a detectar el subtexto porque era todo con lo que podía
conformarse.
Fannie Flagg con su libro 'Tomates verdes fritos en el café de
Whistle Stop'.
Que tantos millones de personas creyesen que cubrirse de abejas,
embadurnarse mutuamente de comida —una versión soft de las escenas
gastronómicas de El cartero siempre llama dos veces o Nueve semanas
y media, única concesión de Avnet al romance tal como reconoce en
los comentarios incluidos en el DVD— o enviarse citas de la Biblia
tan desgarradas como “No me ruegues que te deje, y que me aparte
de ti; porque a dondequiera que tú vayas, iré yo; y dondequiera
que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”
son cosas que hacen las amigas es desconcertante. Aunque puede ser
más bien un buen ejemplo de ceguera selectiva. Es obvio que Idgie
y Ruth se aman, pero en la película el único signo de afecto físico
es un beso casto en la mejilla. “No tenía ningún interés en entrar
en el dormitorio”, argumentó Avnet. Flagg también quitó hierro al
asunto. Cuando Entertainment Weekly se preguntó en un artículo si
la película esquivaba su contenido lésbico, fue rotunda: “No es
una película política en absoluto. Se trata de que la gente sea
dulce y se ame”. A ambos les aterraba que la película fuese catalogada
de gay y eso mermara su carrera comercial. “Las lesbianas son invisibles
en Hollywood”, declaró la directora ejecutiva de GLAAD, Ellen Carlton.
“Los responsables de la película pueden haber querido bajar el tono
del contenido lésbico. Lástima. Pero reconocemos a estas mujeres
como lesbianas. Y dar el premio es una forma de visibilizar que
son lesbianas”. Fue un galardón polémico. Después de todo, se premiaba
a una película que parecía avergonzarse de su contenido gay. Además,
llovía sobre mojado: seis años antes Spielberg ya había reducido
el contenido lésbico de El color púrpura a su mínima expresión.
Como suele pasar, se abrió uno de esos debates sobre si es necesario
saber si los personajes son o no gays. Ya saben: esa pregunta de
“¿qué importa con quién se acuestan?”, muletilla tan habitual cuando
alguien revela su homosexualidad. Había muchas lesbianas que ansiaban
verse representadas en el cine por primera vez. Siguiendo esa lógica
tampoco sería necesario que supiésemos si son amantes Rhett y Escarlata
o Ilsa y Sam. Sin ese detalle probablemente Lo que el viento se
llevó y Casablanca seguirían siendo un par de excelentes películas
sobre la Guerra de Secesión y los refugiados europeos en el norte
de África, ¿Qué necesidad había de saber lo que hacían en la cama?
Si suena ridículo es porque lo es. Curiosamente, o no, nadie tuvo
demasiado problema con el método del que se sirven para librarse
del marido maltratador de Ruth. De hecho, en las salas de cine se
sentía un ligero murmullo de aprobación cuando se descubría que
la frase promocional, “el secreto está en la salsa” era literal.
Kathy Bates, Mary Stuart Masterson y Mary Louise Parker en el estreno.
“Si no nos crees, lee el libro”, fue el argumento que dio la actriz
Sheila Kuehl cuando presentó el premio de Glaad. Si la maravillosa
película de Avnet es pacata con la relación, no sucede lo mismo
con la novela de Flagg, tal vez porque la autora no pensaba que
se iba a convertir en el éxito tremendo que fue. Flagg, que no gestionaba
demasiado bien su propio lesbianismo (su expareja, la también escritora
Rita Mae Brown, llegó a tacharla de “homofóbica” en una entrevista
y mencionó su problema de aceptación como el principal detonante
de su ruptura). En la novela, Ruth e Idgie se aman casi desde la
primera vez que se ven y todos a su alrededor lo aceptan sin darle
ninguna importancia. La novela soluciona otro de los problemas de
la película, un suave racismo apenas perceptible en los noventa,
pero que hoy es imposible obviar: todos los negros se ajustan al
arquetipo del “negro mágico”, esa figura sabia que vive únicamente
para apoyar a los blancos. Una de las consecuencias de haber esquematizado
una obra difícilmente abarcable para el cine. En la novela hay más
de cien personajes y todos son importantes: Sipsey, la cocinera
interpretada por la gran Cicely Tyson, es uno de los personajes
más relevantes y la película la reduce a un par de anécdotas. También
perdieron relevancia figuras tan importantes como la prostituta
Eva Bates, amante en distintas épocas de Buddy, Idgie y el pequeño
Buddy Jr. o Smokey, el temporero tembloroso eternamente enamorado
de Ruth Jamison. El diario de Dot Weems, la cronista local, el elemento
más divertido de la novela, desapareció por completo. En la novela
de Flagg ningún personaje es accesorio, ni siquiera la elefanta
Fancy y la gata Boots o la repelente Vesta Adcock. Su marido Earl
es el responsable de la mejor frase post ruptura jamás escrita:
“Cuando oigas que el teléfono no suena, seré yo, que no te estaré
llamando”. Tomates verdes fritos es una buena, película, pero sobre
todo es una novela excepcional que nació de un viaje en coche a
través de Irondale, Alabama, el modelo de Whistle Stop, donde la
tía abuela de la autora, la modelo de Idgie, que también vivía con
una mujer, dirigía un pequeño café. Flagg ha descrito ese café como
su “visión idealizada de lo que yo desearía que fuera el mundo”.
Hay amor y amistad, pero en ningún caso se pierde de vista que
aún estaban vigentes las leyes segregacionistas que establecían
distinciones racistas que despojaban de derechos a las personas
negras, como puntualiza Blanca Cambronero. “No se obvian las desigualdades
crueles y violentas presentes en aquellos tiempos: la pobreza, el
machismo y la violencia de género, el racismo y la violencia de
los supremacistas blancos representados por el KKK, las imposiciones
de género… a la vez que reivindica la unión de la comunidad frente
a la injusticia y la violencia, el amor, la amistad, la empatía,
la comprensión y la sororidad como refugio y como forma de resistencia,
la diversidad afectiva y el amor romántico entre mujeres y la idea
de que cuando tocan a una nos tocan a todas”. Tan importantes como
Idgie y Ruth son Ninny y Evelyn, que nunca alzan la voz ni dicen
“no”. La clase de mujer que nunca deja traslucir su personalidad
por miedo al rechazo y prefiere confundirse con el papel pintado
porque no se siente merecedora de una opinión propia. Aunque cuando
se escribe hoy sobre la menopausia y el edadismo parece que nadie
lo había mencionado jamás, fue en Tomates verdes fritos donde el
envejecimiento de las mujeres se verbalizó mejor de lo que jamás
se ha hecho. “Soy demasiado vieja para ser joven y demasiado joven
para ser vieja”, se lamenta Evelyn, incapaz de encajar en el mundo
que la rodea. El edadismo no es un mal novedoso. Para Ninny, una
hija de la gran depresión que ha visto morir a toda su gente amada,
Evelyn no tiene ningún motivo para quejarse y eso sucede porque
todas las generaciones parecen de cristal a ojos de las anteriores.
Sin embargo no es condescendiente con ella, se limita a abrirle
los ojos al mundo con las historias de sus pintorescos vecinos.
El éxito de la película ha opacado ligeramente al libro, una novela
que merece un puesto entre las mejores ficciones estadounidenses,
“una maravilla literaria que hila un discurso político bien armado,
necesario y plural construyendo personajes eternos que han acabado
formando parte de la cultura popular”, en palabras de Cambronero.
Ese éxito también provocó que los productores intentasen pergeñar
una secuela que contase la historia del café contada por Sipsey
y Big George, pareja en la película y madre e hijo en la novela.
Un proyecto que no salió adelante. Tampoco la secuela que antes
de la pandemia preparaba la cantante de country Reba McEntire para
la NBC, con unos productores que buscaban “modernizar” la obra.
Alguien debería explicarles que la novela original es más moderna
que casi cualquier libro escrito hoy.
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La preparación tradicional de tomates verdes fritos comienza cortando
los tomates en rodajas de aproximadamente 0.6 cm. Luego se sazonan
con sal y pimienta, se recubren con harina de maíz simple y gruesa,
y se fríen ligeramente en grasa de tocino durante unos minutos por
cada lado o hasta que se doren. Se prefiere freír a poca profundidad.ya
que los tomates no flotan en el aceite, lo que permite que el peso
del tomate presione la harina de maíz hacia la parte inferior del
tomate. Esto elimina la necesidad de un 'lavado'. Las alternativas
incluyen usar pan rallado o harina en lugar de harina de maíz y
freír en aceite vegetal u otra grasa. Se puede usar un 'lavado';
en este caso, los tomates rebanados se sumergen primero en un líquido
antes de agregar la harina de maíz. Este líquido es generalmente
suero de leche o huevo batido. El uso de huevos batidos da como
resultado una textura ligeramente más firme que el uso de suero
de leche. Se utilizan "lavados" porque la harina de maíz no se adhiere
fácilmente a los tomates verdes crudos. Agregar el líquido ayuda
a que la harina de maíz permanezca en su lugar durante el proceso
de cocción. Esto también hace que el recubrimiento del tomate se
vuelva más grueso y menos crujiente cuando se compara con los tomates
cocidos sin un "lavado".
Mientras que los tomates verdes fritos generalmente se consideran
un plato sureño, también se pueden encontrar en las casas de los
descendientes de alemanes del norte de Pensilvania. La versión norte
es más probable que se haga con harina blanca en lugar de harina
de maíz. Además, los tomates verdes tienden a prepararse al final
de la temporada en el norte cuando la fruta restante se cosecha
antes de las primeras heladas, mientras que los tomates verdes se
recolectan durante toda la temporada en el sur.
Los tomates verdes fritos con remoulade de camarón son una combinación
sureña/criolla servida en muchos restaurantes de Nueva Orleans,
Luisiana. Mientras que los tomates verdes fritos han sido tradicionalmente
un acompañamiento, servido con vinagre de pimienta, han comenzado
a aparecer en otros platos.
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