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Los libros del escritor ucraniano de origen ruso Andréi Kurkov
(San Petersburgo, 1961) están prohibidos en Rusia desde 2008. Por
sus artículos contra el régimen de Putin hace años que se convirtió
en una figura proscrita. Sin embargo, en su país es todo un bestseller
gracias a novelas como ‘Muerte con pingüino’ y ‘El jardinero de
Ochákov’ y una personalidad prominente dentro de la intelectualidad
ucraniana. Ahora se publican en español la novela ‘Abejas grises’
(Alfaguara), una divertida -sí, divertida- historia sobre dos hombres
antagónicos atrapados en el Donbás, y ‘Diario de una invasión’ (Debate),
sobre los primeros días de la guerra convertido también en una crónica
histórica y política. Kurkov ha viajado en los últimos meses por
Europa ofreciendo conferencias sobre la guerra y su país.
'Sin novedad en el frente', el ambicioso largometraje del germano
Edward Berger, elegido por Alemania para representar al país en
la categoría de mejor film internacional en los Oscar, está
considerado uno de los favoritos de esta temporada de premios.
'Sin novedad en el frente' adapta la novela homónima
de Erich Maria Remarque. Se trata de la tercera versión audiovisual
del libro, considerado un importante alegato antibelicista de un
autor que tuvo que combatir en la Primera Guerra Mundial. Publicado
en 1929, el escrito describía con sumo detalle el extremo trauma
físico y mental de los soldados alemanes durante la guerra, así
como también el desapego a la vida civil que sintieron al regresar
a casa desde el frente. La novela fue prohibida durante la Alemania
nazi y fue uno de los muchos títulos que el régimen nacionalsocialista
quemó en las vías públicas.
Considerada una joya de la literatura alemana contemporánea,
han sido tres veces las que la obra de Remarque ha tenido adaptación
a la pantalla. La más conocida y aclamada es la de 1930, realizada
un año después de la publicación del libro. Dirigida por Lewis Milestone
y protagonizada por Louis Wolheim, es considerada uno de los filmes
más épicos de la historia del cine estadounidense, además de realizarse
mucho antes de la imposición del Código Hays. Tal es su prestigio,
que en 1991 ingresó en el Registro Nacional de la Biblioteca del
Congreso de los Estados Unidos para su preservación para la posteridad
al ser "cultural, histórica o estéticamente significativos".
Aunque bien es cierto que el film de Milestone es
único, cierto también es que faltaba esa adaptación del propio cine
alemán, que tantos años ha tardado en llegar. De ahí, que llame
tanto la atención esta versión realizada para la gran pantalla.
A diferencia de la mirada estadounidense, la británica o la francesa,
la industria germana tiene mucho cuidado en lo que retrata sobre
la Primera Guerra Mundial y de la Segunda Guerra Mundial, dado el
riesgo de glorificar hechos deleznables cometidos en nombre de un
ideal de patria peligroso. Y es aquí donde puede verse la mano tanto
de su director, Edward Berger, como de los guionistas, el propio
Berger junto con Lesley Paterson e Ian Stokell.
'Sin novedad en el frente' retrata con suma crudeza
la caída de los ideales y la dura mirada que se ocultaba a esos
jóvenes a los que se le alimentaba un patriotismo propio de una
película de Disney. Ya la primera escena es tremendamente reveladora,
al mostrar cómo los uniformes de los soldados caídos en batalla
eran reutilizados para los nuevos reclutas, formando así una perturbadora
espiral de sangre y muerte. Pocas veces se ha mostrado el lado alemán
de manera tan franca en un relato de la Guerra de Trincheras y es
aquí donde Berger crea un potente film con espíritu de relato épico
y descarnado.
El heroísmo propio del cine bélico queda relevado
por escenas de devastación y sentimiento de culpa, especialmente
al ver que, al final, defender la patria frente a la vida deja una
amarga sensación de completo vacío. A ello se suma un certero retrato
del daño tanto físico como psicológico de los soldados supervivientes.
No obstante, lo principal que se narra es el descenso a los infiernos
del joven soldado Paul Bäumer, quien siendo aún menor de edad se
alistó a filas, alimentado por los mensajes patrióticos de su profesor
en el liceo. Berger intercala escenas en el frente con otras relacionadas
con los altos mandos del ejército y la élite del gobierno, de cómo
unos son conscientes de que la guerra debe terminar, mientras que
otros viven una realidad ajena al dolor y sufrimiento de esos chavales
y de cómo una generación entera de jóvenes está siendo arrasada.
Aquí se ve tanto la buena factura técnica, con una fotografía magnífica,
obra de James Friend; un diseño de producción y una escenografía
espléndidos, diseñados por Christian M. Goldbeck y Ernestine Hipper;
un vestuario cuidado hasta el mínimo detalle, confeccionado por
Lisy Christl; así como un buen manejo de los tiempos que se ve un
sólido montaje, de Sven Budelmann.
Con parte técnica sublime, el mensaje no hubiera llegado
a buen puerto sin un reparto entregado y es aquí donde destaca el
magnífico Felix Kammerer, como joven descreído que termina abrazando
el cinismo y entrando en círculo vicioso de autodestrucción conforme
el conflicto bélico va llegando a su fin. También destaca Albrecht
Schuch, más curtido frente a la pantalla, convertido en una especie
de espejo generacional del protagonista. Aplauso también para Daniel
Brühl, Devid Striesow y Thibault de Montalembert, como esos rostros
de la diplomacia cuyas vidas contrastan con la de sus soldados.
'Sin novedad en el frente' ya aspira a ser uno de
los mejores títulos del cine bélico, especialmente por su concreto
y certero mensaje antibelicista. Película cruda, en la que lo épico
queda reducido a unas batallas en las que, realmente, no hay un
ganador, solo la muerte. Berger, quien anteriormente mostró tener
una buen vena para el cine social con la desgarradora 'Jack', demuestra
también tener madera para el cine histórico, con el que es el proyecto
más ambicioso de su filmografía y también el más redondo.
"Soy joven , tengo veinte años, pero no conozco de
la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito
de una existencia llena de la más absurda superficialidad a una
abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros y
matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes.
Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases
para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor rendimiento."
Este clásico de la literatura antimilitarista es un relato inclemente
y veraz de la vida cotidiana de un soldado durante la primera guerra
mundial.
Almanzor es una tragedia en verso y en un acto del escritor alemán
Heinrich Heine (1799-1856), escrita en 1820, publicada en 1822 junto
con Radcliff (v.) e Intermedio lírico (v. Cancionero). Se desarrolla
en Granada, en la España de Isabel de Castilla y Fernando el Católico,
ambiente bastante apreciado por los románticos. Los antecedentes
están narrados por Alí a Don Enrique. En la Granada, todavía mora,
vivían dos familias amigas: la de Abdallah y la de Alí; este último,
que había quedado viudo, con su hijo Almanzor, encontró consuelo
en la familia del amigo y en las gracias de la pequeña Zuleima,
su hija. Los padres prometieron a ambos niños y decidieron cambiárselos
para educarlos a su gusto. Pero, ocurrida la victoria española,
Alí se convirtió al cristianismo y Zuleima le siguió en la conversión.
Abdallah, de antigua y orgullosa estirpe mora, huye indignado, maldiciendo
a su hija y jurando a Alí que se vengará en Almanzor, sangre de
renegado. Nace así en el corazón de Alí un profundo odio hacia su
antiguo amigo, quien, sin embargo, no lleva a la práctica su proyecto
de venganza y bendice, al morir, a Almanzor.
Christian Johann Heinrich Heine fue uno de los más destacados poetas
y ensayistas alemanes del siglo XIX. Heine es considerado el último
poeta del Romanticismo y al mismo tiempo su enterrador. Heine conjura
el mundo romántico —y todas las figuras e imágenes de su repertorio—
para destruirlo.
El drama se inicia con la vuelta de Almanzor a Granada, nostálgicamente
atraído por su amor a Zuleima, que ha tomado el nombre de Clara
y se ha prometido con Don Enrique, cristiano, español, pero vulgar
cazador de dotes. El idilio entre ambos se reanuda, pero la cristiana
Clara no puede unirse con el mahometano Almanzor. Y éste, el día
de las bodas de ella, la rapta. Alí se entera por un anciano criado
de que su hijo está vivo y le sigue para abrazarlo paternalmente,
pero cuando está a punto de alcanzarlo, Almanzor, creyendo que quiere
separarle otra vez de Zuleima, se lanza con ella desde una roca.
En la historia de este salvaje amor, con su lacerante dualismo entre
el mundo oriental y el occidental, Heine ha expuesto la misma tragedia
de su destino. Su sentimiento interno de aislamiento se transformó
en la tragedia, en amargura sarcástica. «En este drama — escribe
desde Gotinga — he metido todo mi ser, con mis paradojas y mi cordura,
mi amor, mi odio e incluso toda mi locura.» Almanzor fue representado
en 1823 pero, por su tonalidad exasperada y su lirismo, no era apto
para la escena. En cambio, no deja de ser útil para el conocimiento
del joven Heine.
En esta obra se encuentra la famosa frase que dice:
"Donde se empieza quemando libros, se acaba quemando personas".
Hace referencia a la quema del Corán y otros libros considerados
herejes durante la Inquisición Española, cuando intentaron
erradicar a los árabes de la península ibérica.
Estas lineas están colocadas en el mismo lugar donde el 10
de Mayo de 1933 se alentaba a los estudiantes. Almanzor data de
1820. Certeramente premonitoria.
La Rendición de Granada, obra de Francisco Pradilla
y Ortiz (1882).
La guerra de Granada fue el conjunto de campañas militares que
tuvieron lugar entre 1482 y 1492, emprendidas por la reina Isabel
I de Castilla y su esposo el rey Fernando II de Aragón en el interior
del reino nazarí de Granada, que culminaron con las Capitulaciones
de Granada del rey Boabdil, quien había oscilado entre la alianza,
el doble juego, la contemporización y el enfrentamiento abierto
con ambos bandos y que tuvo como consecuencias la integración en
la Corona de Castilla del último reino musulmán de la península
ibérica finalizándose el proceso histórico de la Reconquista que
los reinos cristianos habían comenzado en el siglo viii y por el
cual el papa Alejandro VI reconoció a Isabel y Fernando con el título
de Reyes Católicos en 1496. Los diez años de guerra no fueron un
esfuerzo continuo: solían marcar un ritmo estacional de campañas
iniciadas en primavera y detenidas en el invierno. Además, el conflicto
estuvo sujeto a numerosas vicisitudes bélicas y civiles. En el bando
cristiano fue decisiva la capacidad de integración en una misión
común que emprendió principalmente la Corona de Castilla apoyada
por la nobleza castellana y el imprescindible impulso del clero
bajo la autoridad de la emergente Monarquía Católica. La participación
de la Corona de Aragón fue de menor importancia: aparte de la presencia
del propio rey Fernando, su participación consistió en la colaboración
naval, la aportación de expertos artilleros y el empréstito financiero.
En el bando musulmán fueron notables los enfrentamientos internos
que favorecieron el éxito de sus contrarios. La protocolaria entrega
de las llaves de la ciudad y la fortaleza-palacio de la Alhambra,
el 2 de enero de 1492 se sigue conmemorando todos los años en esa
fecha con un tremolar de banderas desde el Ayuntamiento de la Ciudad
de Granada.
Monumento a la quema de libros en 1933; en el suelo de la plaza
Römerberg frente al ayuntamiento de Frankfurt, Hesse, Alemania.
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Ejemplos de libros quemados por los nazis en exhibición
en Yad Vashem, el monumento oficial de Israel a las víctimas del
Holocausto.
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El 'bibliocausto' español, la quema de libros por
el franquismo durante la guerra y la posguerra.
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En aquel lejano 10 de mayo de 1933 se organizaron hogueras en 34
ciudades alemanas, en las que, entre música y bailes, se quemaron
las obras de escritores como Émile Zola, Franz Kafka, Thomas Mann,
Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Stefan Zweig o Ernst Hemingway,
entre otros. Todos ellos eran considerados, ya fuera por su pensamiento
o por sus orígenes, enemigos del régimen. Como explica Emma Smith
en Magia portátil (Ariel) como método de censura directa la quema
era poco efectiva. De hecho, los libros quemados fueron donados
por particulares y expurgados de bibliotecas y colecciones, pero
se recibieron tantos libros prohibidos para la quema que no era
posible hacerlos desaparecer todos en esa única noche. Muchos de
ellos acabaron siendo vendidos al peso para la fabricación de nuevo
papel.
Las quemas de libros nazis fueron una campaña realizada por la
Unión de Estudiantes Alemanes, Deutsche Studentenschaft, para quemar
libros ceremonialmente en la Alemania nazi y Austria en la década
de 1930. Los libros que se quemaron fueron aquellos considerados
subversivos o que representaban ideologías opuestas al nazismo.
Estos incluían libros escritos por judíos, semijudíos, comunistas,
socialistas, anarquistas, liberales, pacifistas y sexólogos, entre
otros. Los libros iniciales quemados fueron los de Karl Marx y Karl
Kautsky, pero llegaron a incluir muchos autores, incluidos Albert
Einstein, Helen Keller, escritores en francés e inglés, y efectivamente
cualquier libro incompatible con la ideología nazi. En una campaña
de genocidio cultural, los nazis también quemaron libros en masa
en los territorios ocupados, como en Polonia.
"Lese-Zeichen" ("Marcadores de libros"), que conmemora la quema
de libros el 10 de mayo de 1933 en Bonner Marketplace.
El 8 de abril de 1933, la Oficina Principal de Prensa y Propaganda
de la Unión de Estudiantes Alemanes (DSt) proclamó una "Acción contra
el espíritu no alemán" a nivel nacional, que culminaría en una purga
literaria o "limpieza" ("Säuberung" ) por fuego. Según el historiador
Karl Dietrich Bracher:
La exclusión de la literatura "de izquierda", democrática y judía
tuvo prioridad sobre todo lo demás. Las listas negras iban desde
Bebel, Bernstein, Preuss y Rathenau, pasando por Einstein, Freud,
Brecht, Brod, Döblin, Kaiser, los hermanos Mann, Zweig, Plievier,
Ossietzky, Remarque, Schnitzler y Tucholsky hasta Barlach, Bergengruen,
Broch, Hoffmannsthal, Kästner, Kasack, Kesten, Kraus, Lasker-Schüler,
Unruh, Werfel, Zuckmayer y Hesse. El catálogo se remontaba lo suficiente
como para incluir literatura desde Heine y Marx hasta Kafka.
La instalación espacial de Micha Ullman en Bebelplatz rememora
una biblioteca con estantes vacíos para conmemorar la quema de libros
por parte del «Tercer Reich» (en alemán Drittes Reich), el nombre
del período histórico y se utiliza como sinónimo para la Alemania
nazi. Una placa de vidrio colocada en los adoquines de la calle,
y debajo de ella una sala subterránea iluminada con estanterías
vacías.
Los capítulos locales debían proporcionar a la prensa comunicados
y artículos encargados, patrocinar a nazis conocidos para que hablaran
en reuniones públicas y negociar el tiempo de transmisión de radio.
El DSt se había puesto en contacto con un funcionario del Ministerio
de Propaganda para solicitar apoyo para su campaña, incluido el
hecho de que el Ministro de Propaganda, Josef Goebbels, fuera el
orador principal en el evento en Berlín. Debido a que Goebbels había
estudiado con varios profesores judíos y, en el pasado, los había
elogiado a pesar de su declarado antisemitismo, temía que hablar
en la quema de libros haría que sus enemigos desenterraran estos
comentarios pasados. En consecuencia, no aceptó formalmente la invitación
a hablar -a pesar de haber sido incluido en la publicidad anticipada-
hasta el último momento.
Goebbels hablando en un mitin político contra la Conferencia de
Lausana (1932).
El mismo día, la Unión de Estudiantes publicó las "Doce tesis",
un título elegido para evocar dos eventos en la historia alemana:
la quema de una bula papal por parte de Martín Lutero cuando publicó
sus noventa y cinco tesis en 1520, y la quema de un puñado de artículos,
incluidos 11 libros, en el Festival de Wartburg de 1817 en el 300
aniversario de la quema del toro por Lutero. Esta fue, sin embargo,
una comparación falsa, ya que las "quemas de libros" en esos eventos
históricos no fueron actos de censura, ni destrucción de la propiedad
de otras personas, sino protestas puramente simbólicas, destruyendo
solo un documento individual de cada título, por un gran total de
12 documentos individuales, sin ningún intento de suprimir su contenido,
mientras que la Unión de Estudiantes quemó decenas de miles de volúmenes,
todo lo que pudieron encontrar de una lista que comprendía alrededor
de 4000 títulos.
Las "Doce tesis" pedían una lengua y una cultura nacionales "puras".
Los carteles publicitaban las tesis, que atacaban el "intelectualismo
judío", afirmaban la necesidad de "purificar" la lengua y la literatura
alemanas y exigían que las universidades fueran centros del nacionalismo
alemán. Los estudiantes describieron la acción como una “respuesta
a una campaña mundial de difamación judía contra Alemania y una
afirmación de los valores tradicionales alemanes”.
Libros empotrados en el suelo del museo Story of Berlin. Mientras,
en Estados Unidos, donde ya en 1933 la revista Time hablaba de bibliocausto,
los libros incendiados se posicionaron, ya en los años de la II
Guerra Mundial, como una muestra de lo que suponía el «nosotros»
contra «ellos»: eran la muestra de la maldad del régimen nazi y
un símbolo del totalitarismo.
La primera gran quema se produjo el 6 de mayo de 1933. La Unión
de Estudiantes Alemanes realizó un ataque organizado contra el Institut
für Sexualwissenschaft de Magnus Hirschfeld (Instituto de Investigación
Sexual). Su biblioteca y archivos de alrededor de 20.000 libros
y revistas fueron sacados públicamente y quemados en la calle. Su
colección incluía obras únicas sobre intersexualidad, homosexualidad
y temas transgénero. Se supone que Dora Richter, la primera mujer
transgénero que se sabe que se sometió a una cirugía de reasignación
de sexo (por los médicos del instituto), pudo haber sido asesinada
durante el ataque. El 10 de mayo de 1933, los estudiantes quemaron
más de 25.000 volúmenes de libros "no alemanes" en la plaza de la
Ópera Estatal., Berlín, presagiando así una era de censura estatal
intransigente. En muchas otras ciudades universitarias, los estudiantes
nacionalistas marcharon en desfiles con antorchas contra el espíritu
"no alemán". Los rituales escritos de esta noche requerían que altos
funcionarios nazis, profesores, rectores y líderes estudiantiles
se dirigieran a los participantes y espectadores. En los lugares
de reunión, los estudiantes arrojaron los libros saqueados y prohibidos
a las hogueras con una gran ceremonia alegre que incluyó música
en vivo, cantos, "juramentos de fuego" y encantamientos. En Berlín,
unas 40.000 personas escucharon a Joseph Goebbels pronunciar un
discurso: "¡No a la decadencia y a la corrupción moral!" Goebbels
ordenó a la multitud. "¡Sí a la decencia y la moralidad en la familia
y el estado! Consigno a las llamas los escritos de Heinrich Mann
y Erich Kästner ".
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Erich Kästner fue un escritor alemán. En Alemania, es especialmente
conocido por su poesía satírica y por sus libros para niños. Luiz
Heinrich Mann fue un escritor alemán que destacó por sus novelas
de temática social. Sus ataques contra una sociedad cada vez más
autoritaria y militarista le llevaron al exilio en 1933.
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Estudiantes alemanes y miembros de las SA nazis saquean la biblioteca
del Dr. Magnus Hirschfeld, director del Instituto de Investigación
Sexual de Berlín. A lo largo de los años las estimaciones hablan
de que los nazis destrozaron de una manera o de otra cientos de
millones de libros. Solo en Alemania –entre los efectos de la persecución
nazi y los daños colaterales del contexto bélico, como los bombardeos—
al final de la II Guerra Mundial habían desaparecido un tercio de
todos los libros del país. En Polonia lo hizo el 80%, según cifras
que indica Susan Orleans en La biblioteca en llamas.
"La era del intelectualismo judío extremo ha llegado a su
fin. El avance de la revolución alemana ha despejado nuevamente
el camino en el camino alemán. El futuro hombre alemán no será solo
un hombre de libros, sino un hombre de carácter. Es con este fin
que queremos educarlos. Como joven, tener ya el coraje de enfrentar
la mirada despiadada, superar el miedo a la muerte y recuperar el
respeto por la muerte: esta es la tarea de esta joven generación.
Y así haces bien en esta hora de la medianoche en entregar a las
llamas el espíritu maligno del pasado. Este es un acto fuerte, grande
y simbólico, un acto que debería documentar lo siguiente para que
el mundo lo sepa: aquí la base intelectual de la República de noviembre.se
está hundiendo en el suelo, pero de este naufragio el fénix de un
nuevo espíritu se levantará triunfalmente."
— Joseph Goebbels, Discurso a los estudiantes en Berlín.
En su discurso, que fue transmitido por la radio, Goebbels se refirió
a los autores cuyos libros estaban siendo quemados como "inmundicia
intelectual" y " literatos judíos de asfalto ".
Pásate por JyV >> Fotografía >> Mayo
2020.
No todas las quemas de libros tuvieron lugar el 10 de mayo como
había planeado la Unión de Estudiantes Alemanes. Algunos se pospusieron
unos días debido a la lluvia. Otras, según la preferencia del cabildo
local, tuvieron lugar el 21 de junio, solsticio de verano, fecha
tradicional de celebración. No obstante, en 34 ciudades universitarias
de Alemania, la "Acción contra el espíritu antialemán" fue un éxito
y obtuvo una amplia cobertura periodística. Y en algunos lugares,
especialmente en Berlín, las transmisiones de radio llevaron los
discursos, canciones y encantamientos ceremoniales "en vivo" a innumerables
oyentes alemanes.
Todos los siguientes tipos de literatura, tal como los describen
los nazis, debían ser prohibidos:
Las obras de traidores, emigrantes y autores de países extranjeros
que creen que pueden atacar y denigrar a la nueva Alemania (HG Wells
, Romain Rolland); La literatura del marxismo, comunismo y bolchevismo;
literatura pacifista; Literatura con tendencias y actitudes liberales
y democráticas, y escritos de apoyo a la República de Weimar (Walther
Rathenau, Heinrich Mann, Thomas Mann); Todos los escritos históricos
cuyo propósito sea denigrar el origen, el espíritu y la cultura
del Volk alemán o disolver el orden racial y estructural del Volk,
o que niegue la fuerza e importancia de figuras históricas destacadas
a favor del igualitarismo y la masas, y que pretende arrastrarlas
por el barro (Emil Ludwig); Libros que abogan por un "arte" decadente,
incruento o puramente constructivista (George Grosz, Otto Dix, Bauhaus,
Felix Mendelssohn); Escritos sobre sexualidad y educación sexual
que sirven al placer egocéntrico del individuo y, por lo tanto,
destruyen por completo los principios de raza y Volk (Magnus Hirschfeld);
Los escritos decadentes, destructivos y perjudiciales para la población
de los literatos de "Asphalt and Civilization": (Oskar Maria Graf
, Heinrich Mann, Stefan Zweig, Jakob Wassermann, Franz Blei); Literatura
de autores judíos, independientemente del campo; Literatura de entretenimiento
popular que describe la vida y los objetivos de la vida de una manera
superficial, poco realista y enfermizamente dulce, basada en una
visión burguesa o de clase alta de la vida; El kitsch patriótico
en la literatura. Pornografía y literatura explícita. Todos los
libros que degradan la pureza alemana.
Völkisch (del alemán: volk, 'pueblo' o 'gente') es una palabra
de difícil traducción que tiene las connotaciones de «folclórico»
y «populista». Según el historiador James Webb, el término está
asociado o tiene connotaciones de «nación» «tribu» y «raza», posiblemente
en un sentido de etnia, similar al vocablo inglés folk. Denota una
asociación o interés —originado en el romanticismo— con «lo popular»
y «lo natural».
Los monumentos a las víctimas del nazismo en Berlín conmemoran
a las víctimas del nazismo, la guerra, la deportación, la miseria
y la oposición.
Según Nicholas Goodrick-Clarke, existe toda una mitología exagerada
alrededor de la supuesta influencia que dentro del Partido Nazi
tuvo un grupo völkisch: el Thule-Gesellschaft (Sociedad de Thule),
que fue fundado el 17 de agosto de 1918 por Rudolf von Sebottendorff.
Su nombre original era Studiengruppe für Germanisches Altertum (Grupo
de Estudio para la Antigüedad Germánica), que luego comenzó a diseminar
propaganda antirrepublicana y antisemita. En enero de 1919 la Sociedad
de Thule contribuyó decisivamente a la fundación del DAP que luego
sería el NSDAP. Hitler a final de ese mismo año intentó acabar con
esos círculos de poder y la Sociedad Thule fue disuelta unos años
más tarde. Esta sociedad no contaba en sus filas con ningún jerarca
del partido y se prohibió a los funcionarios nazis cualquier participación
en sociedades secretas. Adolf Hitler nunca fue miembro, mientras
que Rudolf Hess y Alfred Rosenberg solo visitaban la Sociedad Thule
en los primeros años de su militancia en el NSDAP. Sin embargo uno
de los emblemas de algunos círculos völkisch realmente trascendió
de manera significativa: Friedrich Krohn, un miembro de la Sociedad
Thule, diseñó la versión original de la esvástica nazi en 1919.
Sin embargo las ideologías völkisch fueron muy influyentes en el
desarrollo de la ideología del nazismo. Adolf Hitler escribió en
Mein Kampf (Mi lucha): «Las ideas básicas del movimiento nacionalsocialista
son völkisch y los ideales völkisch son los ideales del nacionalsocialismo».
Joseph Goebbels afirmó públicamente en la concentración de Núremberg
de 1927 que si el movimiento populista (völkisch) hubiera entendido
su verdadero poder habría obtenido la victoria en la revolución
del 9 de noviembre de 1918 (la revolución comunista fracasada, conocida
como movimiento espartaquista, que trajo el final de la monarquía
alemana). Adicionalmente la «ciencia» racial de los nazis fue expresada
en términos völkisch. Así, por ejemplo Eugen Fischer, rector de
la Universidad de Berlín, entregó un discurso inaugural titulado
«La concepción del estado Volkisch desde el punto de vista de la
biología».
'En Busca del Arca Perdida' y Hellboy juegan con el
misticismo que atrajo al nazismo.
Y el Universo Marvel ...
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Muchos estudiantes alemanes fueron cómplices de la campaña nazi
de quema de libros. Eran conocidos como Deutsche Studentenschaft,
y cuando se quedaron sin libros en sus propias bibliotecas recurrieron
a las librerías independientes. Se pidió a las bibliotecas que llenaran
sus estantes con material que cumpliera con los estándares de Hitler
y que destruyeran todo lo que no lo hiciera.
Entre los crímenes nazis contra la nación polaca estuvo una campaña
de genocidio cultural que incluyó la quema de millones de libros,
lo que resultó en la destrucción de aproximadamente el 80% de todas
las bibliotecas escolares y las tres cuartas partes de todas las
bibliotecas científicas del país. Los nazis también confiscaron
muchos libros de las comunidades judías de Europa del Este. Tenían
la intención de conservar y exhibir algunos libros raros y antiguos
en un museo sobre el judaísmo después de que la Solución final se
completara con éxito.
Entre los otros autores de habla alemana cuyos libros quemaron
los líderes estudiantiles estaban: Vicki Baum, Walter Benjamin,
Ernst Bloch, Franz Boas, Albert Einstein, Friedrich Engels, Etta
Federn, Lion Feuchtwanger, Marieluise Fleißer, Leonhard Frank, Sigmund
Freud, Iwan Goll, Jaroslav Hašek, Werner Hegemann, Hermann Hesse,
Ödön von Horvath, Heinrich Eduard Jacob, Franz Kafka, Georg Kaiser,
Alfred Kerr, Egon Kisch, Siegfried Kracauer, Theodor Lessing, Alexander
Lernet-Holenia, Karl Liebknecht, Georg Lukács, Rosa Luxemburg, Klaus
Mann, Ludwig Marcuse, Karl Marx, Robert Musil, Carl von Ossietzky,
Erwin Piscator, Alfred Polgar, Gertrud von Puttkamer, Erich Maria
Remarque, Ludwig Renn, Joachim Ringelnatz, Joseph Roth, Nelly Sachs,
Felix Salten, Anna Seghers, Abraham Nahum Stencl, Carl Sternheim,
Bertha von Suttner, Ernst Toller, Frank Wedekind, Franz Werfel,
Grete Weiskopf y Arnold Zweig.
El gobierno nazi quería hacer creer que se trató de
un gesto improvisado que mostrara la manera de pensar de los alemanes.
No solo fueron quemados autores de habla alemana, sino también
autores franceses como Henri Barbusse, André Gide, Victor Hugo y
Romain Rolland; Escritores estadounidenses como John Dos Passos,
Theodore Dreiser, F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Helen Keller,
Jack London, Upton Sinclair y Margaret Sanger; así como los autores
británicos Joseph Conrad, Radclyffe Hall, Aldous Huxley, DH Lawrence,
Henry de Vere Stacpoole, HG Wells, los autores irlandeses James
Joyce y Oscar Wilde; y autores rusos como Isaac Babel, Fyodor Dostoyevsky,
Ilya Ehrenburg, Maxim Gorki, Vladimir Lenin, Vladimir Mayakovsky,
Vladimir Nabokov, Leo Tolstoy y Leon Trotsky.
La quema de los libros representa la culminación de la persecución
de aquellos autores cuyas opiniones orales o escritas se oponían
a la ideología nazi. A muchos artistas, escritores y científicos
se les prohibió trabajar y publicar. Sus obras ya no se podían encontrar
en las bibliotecas o en los planes de estudio de las escuelas o
universidades. Algunos de ellos fueron conducidos al exilio (como
Albert Einstein, Sigmund Freud, Magnus Hirschfeld , Walter Mehring
y Arnold Zweig); otros fueron privados de su ciudadanía (por ejemplo,
Ernst Toller y Kurt Tucholsky) o se vieron obligados a exiliarse
de la sociedad (por ejemplo, Erich Kästner). Para otros escritores
las persecuciones nazis terminaron en muerte. Algunos de ellos murieron
en campos de concentración, por las consecuencias de las condiciones
de encarcelamiento, o fueron ejecutados (comoCarl von Ossietzky,
Erich Mühsam, Gertrud Kolmar, Jakob van Hoddis, Paul Kornfeld, Arno
Nadel, Georg Hermann, Theodor Wolff, Adam Kuckhoff, Friedrich Reck-Malleczewen
y Rudolf Hilferding). Autores exiliados se desesperaron y se suicidaron,
por ejemplo: Walter Hasenclever, Ernst Weiss, Carl Einstein, Walter
Benjamin, Ernst Toller y Stefan Zweig.
Helen Adams Keller (Tuscumbia, Alabama, 27 de junio de 1880-Easton,
Connecticut, 1 de junio de 1968) fue una escritora, oradora y activista
política sordociega estadounidense. Publicó una "Carta abierta a
los estudiantes alemanes", en la que escribió: "Puedes quemar mis
libros y los libros de las mejores mentes de Europa, pero las ideas
que contienen esos libros han pasado por millones de canales y continuarán.
"
El 10 de mayo de 1934, un año después de las quemas masivas de
libros, se inauguró la Biblioteca de la Libertad Alemana fundada
por Alfred Kantorowicz para reunir copias de los libros que habían
sido destruidos. Debido al cambio en el poder político y al flagrante
control y censura demostrados por el Partido Nazi, 1933 vio un "éxodo
masivo de escritores, artistas e intelectuales alemanes". Se exiliaron
en Estados Unidos, Inglaterra, y Francia El 10 de mayo de 1934,
aquellos escritores exiliados en Francia se unieron y establecieron
la Biblioteca de los Libros Quemados donde se recopilaron todas
las obras que habían sido prohibidas, quemadas, censuradas y destruidas.
Alfred Kantorowicz, autor del artículo de 1944 Library of the Burned
Books, fue uno de los líderes clave que contribuyeron a la creación
de esta biblioteca. En su artículo, explica de primera mano cómo
nació la biblioteca y cómo finalmente fue destruida. La biblioteca
no solo albergaba los libros prohibidos por los nazis, la misión
más importante era ser el "centro de actividades intelectuales antinazis".
Además, contaba con extensos archivos “sobre la historia del nazismo
y la lucha antinazi en todas sus formas”. Al comienzo de la guerra,
los nazis tenían prácticamente el control en Francia, por lo que
el gobierno francés cerró la biblioteca y todos los asociados fueron
encarcelados o enviados a campos de concentración. Una vez que los
nazis ocuparon París, la biblioteca y los archivos fueron entregados
y ese fue el final de la Biblioteca. En palabras de Kantorowicz,
“el significado real de la Biblioteca no se limitaba a su existencia
material. Cuando lo inauguramos, queríamos hacer de ese día de la
vergüenza un día de gloria para la literatura y para la libertad
de pensamiento que ningún tirano podría matar a fuego. Y además,
con esta acción simbólica, queríamos despertar a Europa de los peligros
que amenazaban su existencia tanto espiritual como material”.
Una biblioteca similar, siguiendo el modelo de una en París, se
abrió en el Centro Judío de Brooklyn en Brooklyn, Nueva York, el
15 de noviembre de 1934. Hubo discursos pronunciados por el Rev.
Dr. Israel H. Levinthal, Rabino del Centro Judío, y la biblioteca
presidente, el rabino Louis Hammer. El 22 de diciembre de 1934 se
celebró una cena inaugural dedicada a Albert Einstein y Heinz Liepmann.
La biblioteca tenía como objetivo "reunir tantos libros como sea
posible de los autores cuyos libros fueron quemados por el gobierno
nazi en la hoguera notable el 10 de mayo de 1933. También se incluyeron
títulos generales relacionados con el "interés judío general, en
inglés, hebreo y yiddish". Entre los autores cuyos libros estaban
disponibles en la apertura de la biblioteca se encontraban Albert
Einstein, Maxim Gorki, Helen Keller, Sigmund Freud, Thomas Mann
y muchos otros. A diferencia de la biblioteca de París, la biblioteca
estadounidense no tenía cualquier colección de libros relacionados
con la ideología nazi, o eventos o individuos en la Alemania nazi.
La biblioteca fue una firme defensora de la causa del sionismo,
el movimiento por una patria judía. Para los encargados de la biblioteca,
las quemas de libros nazis representaban "una prueba de [la] urgencia"
de los asuntos sionistas. El rabino Stephen Wise, que habló en la
cena inaugural, había encabezado una protesta en el Madison Square
Garden el día de la quema de libros y era un defensor del movimiento
sionista. Se cita a Thomas Mann, cuyos libros formaban parte de
la colección de la biblioteca, diciendo que "lo que sucedió en Alemania
me convenció cada vez más del valor del sionismo para los judíos".
La Biblioteca Estadounidense de Libros Prohibidos por los Nazis
permaneció en su lugar hasta que el Centro Judío de Brooklyn cerró
en la década de 1970. Luego, su colección fue donada al Seminario
Teológico Judío de América en la ciudad de Nueva York.
En 1946, las autoridades de ocupación aliadas elaboraron una lista
de más de 30.000 títulos, que van desde libros escolares hasta poesía
e incluye obras de autores como von Clausewitz. Millones de copias
de estos libros fueron confiscadas y destruidas. El representante
de la Dirección Militar admitió que la orden en principio no era
diferente de las quemas de libros nazis.
En el barrio Williamsburg en Nueva York reside una de las comunidad
judías más grandes de Estados Unidos.
Las obras de arte estaban bajo la misma censura que otros medios:
"Todas las colecciones de obras de arte relacionadas o dedicadas
a la perpetuación del militarismo alemán o el nazismo serán cerradas
permanentemente y puestas bajo custodia." Las directivas se
interpretaron de manera muy amplia, lo que llevó a la destrucción
de miles de pinturas y miles más fueron enviadas a depósitos en
los EE. UU.
La película de 1989 Indiana Jones and the Last Crusade presenta
una escena que tiene como telón de fondo un evento de quema de libros,
un evento que forma parte de una gran manifestación nazi en Berlín
a la que asiste Adolf Hitler. La escena ficticia está ambientada
en 1938 y se desarrolla en el Instituto de Cultura Aria.
Fighting the Fires of Hate: America and the Nazi Book Burnings
es una exposición itinerante producida por el Museo Conmemorativo
del Holocausto de los Estados Unidos. A través de fotografías históricas,
documentos y películas, explora cómo la quema de libros se convirtió
en un poderoso símbolo de la batalla de Estados Unidos contra el
nazismo y por qué continúa resonando entre el público, en el cine,
la literatura y el discurso político, hasta el día de hoy. En 2014,
la exposición se mostró en West Fargo, Dakota del Norte; Dallas,
Texas; y Missoula, Montana.
Wolfgang Herrmann (14 de marzo de 1904 - abril de 1945 cerca de
Brno ) fue un bibliotecario alemán y miembro del Partido Nazi ,
cuya lista negra sirvió de modelo para la quema de libros nazi en
mayo de 1933.
La primera "Lista de libros que vale la pena quemar" apareció en
la publicación Berliner Nachtausgabe el 26 de marzo de 1933. Preliminar
e incompleta, pronto fue reemplazada por un índice más completo.
Un mes después, Herrmann comenzó a crear más listas de autores basadas
en su lista negra, que envió al DST para su "Acción contra el espíritu
no alemán". Con estas listas, las tropas de choque estudiantiles
registraron las bibliotecas de las universidades e instituciones
y, a partir del 6 de mayo de 1933, las librerías y las bibliotecas
de préstamo, acabaron retirando la "literatura nociva e indeseable".
Luego, se presionó a las bibliotecas públicas para que "limpiaran"
sus propias existencias; los libros sacrificados debían ser entregados
al DST para la quema pública de libros el 10 de mayo de 1933. La
lista negra de Herrmann se volvió a publicar el 16 de mayo de 1933
en Börsenblatt , una publicación comercial semanal para librerías
alemanas, como la primera lista oficial de libros prohibidos de
Prusia.
En España el régimen franquista también quemó libros. En el verano
de 1936, en Galicia, ya entonces bajo control de las tropas franquistas,
se quemaron varias bibliotecas. Fueron tan solo las primeras: la
quema se repetiría durante la guerra y los primeros años de la posguerra
en otros lugares.
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La Bebelplatz (llamada anteriormente Opernplatz de 1741-43) es
una plaza pública de Berlín, la capital de Alemania. La plaza fue
nombrada en honor de August Bebel, un líder fundamental del Partido
Socialdemócrata de Alemania (SPD) en el siglo XIX. La Bebelplatz
es célebre por ser el lugar en el que se llevó a cabo la quema de
libros el 10 de mayo de 1933, llevada a cabo por miembros de las
camisas pardas y las Juventudes Hitlerianas, e instigada por el
ministro de propaganda Joseph Goebbels. Los nazis quemaron alrededor
de 20 000 libros, incluyendo obras de Karl Marx entre otros autores.
El 9 de septiembre de 2006 se creó en esta plaza la llamada "Mesa
redonda de las voces libres", un proyecto sin antecedentes que reunió
a pensadores de todo el mundo con el objetivo de hallar respuesta
a temas sociales de una gran envergadura.
La plaza se encuentra en el lado sur de Unter den Linden, un gran
bulevar que recorre el centro de la ciudad de este a oeste. Limita
al este con el edificio de la Staatsoper Unter den Linden (este
es su nombre de antes de la guerra), al oeste con los edificios
de la Universidad Humboldt y al sur con la Catedral de Santa Eduvigis,
la iglesia católica más antigua de Berlín. Existe un monumento conmemorativo
de la quema de libros, consistente en una pieza de cristal sobre
el suelo de la plaza y por el cual pueden observarse estantes de
libros vacíos en el subsuelo. A un lado hay una placa con una cita
del autor Heinrich Heine con una frase de 1817 que dice:
"Das war ein Vorspiel nur, dort wo man Bücher verbrennt, verbrennt
man am Ende auch Menschen." (Eso sólo fue un preludio, ahí en donde
se queman libros, se terminan quemando también personas.)
Los estudiantes de la Universidad Humboldt realizan cada año, en
el aniversario de la quema, un mercadillo de libros para recordar
lo sucedido en la plaza.
A lo largo de los siglos las llamas purgaron bibliotecas
personales –en el siglo XVII, Samuel Pepys quemó su ejemplar de
L’école des filles tras leerlo porque no quería que ese libro «indecente»
contaminase sus fondos bibliotecarios–, señalaron qué libros no
deberían ser leídos –siguiendo con L’école des filles, las autoridades
parisinas habían intentado quemarlo en 1655 por indecente– y sirvieron
como arma política a lo largo del globo. Desde el emperador chino
Qin Shi Huang –que quemó los libros de historia en el siglo III
a. C. para borrar del relato a sus rivales– hasta las hogueras a
las que se lanzaban los escritos de Martin Lutero en el siglo XVI,
las llamas sirvieron para marcar en público agendas políticas.
Como recuerda Susan Orleans en La biblioteca en llamas,
que recupera lo que ya escribía en 1880 William Blades: las bibliotecas
son víctimas fáciles tanto para la mala suerte como para el fanatismo
incendiario. La de Alejandría ardió, de hecho, varias veces.
El efecto de las llamas se siente a veces de forma
más profunda de lo que ocurre con otras pérdidas materiales. El
incendio de la biblioteca de Sarajevo durante la guerra de Bosnia,
cuando fue bombardeada a pesar de no ser un objetivo militar, se
convirtió en un icono de la barbarie. Incluso cuando el fuego empieza
de manera accidental, la pérdida de las colecciones se siente como
un duro golpe colectivo. No se sabe a ciencia cierta qué inició
el fuego en la Biblioteca de Los Ángeles en 1986, como recuerda
Orleans en su libro, pero la devastación del incendio, en el que
se perdieron fondos únicos, marcó a la ciudad. Como recuerda Orleans,
«en Senegal, la manera educada para decir que alguien se ha muerto
es indicar que su biblioteca ha ardido»
Un haz de luz atraviesa las ruinas de la bombardeada
biblioteca de Sarajevo. Así es la imagen que se convirtió en el
símbolo del conflicto que costó más de cien mil víctimas y desplazó
a casi dos millones de personas a mitad de los años 90. Su autor,
el español Gervasio Sánchez, del que hablamos en la selección
de autores en ...
JyV >> Fotografía >> Autores.
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Era la más importante de Al-Andalus y conservaba 40.000 volúmenes.
Aquel fondo, en Madinat al Zahra, fue destruido por el visir de
Córdoba por no seguir los preceptos ortodoxos del Islam, y no por
los cristianos. «Algunos de los libros fueron quemados, otros arrojados
a los pozos del palacio, donde se les echó encima tierra y piedras,
o fueron destruidos de cualquier otra forma». Eso refiere el Tabaqát,
una de las fuentes árabes de la época, para conocer qué sucedió
con la biblioteca más importante del Al-Andalus. Docenas de años
de estudio, traducciones y de una cuidadosa recopilación terminaron
en una hoguera que se prendió en el año 979, convirtiendo todo aquel
cúmulo de saber en pavesas y humo. Almanzor, visir de Hisham II,
un hombre que gobernará con mano de hierro y que azotará implacablemente
las tierras cristianas; un líder ambicioso y guerrero, que arrasaría
la frontera del Duero y saquearía Santiago de Compostela, consintió
que los ulemas más radicales expurgaran la biblioteca más preciada
de Occidente para ganarse su apoyo y confianza. Un gesto que iniciaba
el declive cultural de la corte Omeya.
El califato Omeya fue la formación política más potente
desde el Imperio romano.
Un relato hasta ahora desconocido de la corte del
califa al-Hakam II durante la época de máximo esplendor del califato
omeya.
Todo comenzó como un sueño. Abderramán III decidió levantar a las
afueras de Córdoba, la ciudad más cosmopolita y moderna de Europa
de su época, con alumbrado en las calles, la construcción de Madinat
al Zahra. Un palacio dedicado, según el mito, a su favorita, Azahara,
aunque la realidad, de naturaleza vulgar, apunta en una dirección
distinta: el motivo fue asentar ante los ojos del mundo el poder
califal. Una pretensión que requería, como solía ordenar la tradición
de entonces, erigir una urbe «ex novo» para reafirmar su independencia
de los Abassíes y proclamar su esplendor ante los demás reyes. Para
lograrlo diseñaron un palacio/ciudad bajo la protección del planeta
Venus, conocido en árabe como «al Zuhara», una de cuyas representaciones
adornaba la puerta meridional, la principal, y cuyo nombre dio lugar
a la leyenda. «Es muy popular la historia de la concubina, pero
lo cierto es que ningún documento hace referencia a ella, aunque
resulta muy poética. La razón fundamental es que el alcázar de Córdoba
se había quedado pequeño para la dimensión que imponía el califato,
así que Abderramán III ordenó que se construyera este centro político;
sin embargo, quien lo vería cumplido sería su hijo, Al-Hakam II,
más preocupado por la lectura y el conocimiento que por las hazañas
bélicas. Contaría en su interior con todos los requisitos: salón
regio, donde recibían a las embajadas, mezquita aljama, madrasa,
jardines, fuentes y patios», comenta Marisa Bueno, investigadora
de la Universidad Complutense.
Granada Abierta organiza actos con motivo de la quema de libros
ordenada por Cisneros en 1499.
Se trajeron los materiales más suntuosos y espléndidos que existían,
desde columnas de mármol verde y rosa de Cartago hasta material
procedente de Ifriqiya, Roma o Constantinopla. Una residencia reservada
para las élites intelectuales y políticas cuyo radical secretismo
avivaba rumores entre el pueblo, alentaba leyendas y que en su corazón,
cerca de las salas del poder, albergaba una biblioteca comparable
a la de los grandes focos del conocimiento, como Alejandría y Bagdad,
y cuya fama ha pervivido hasta hoy. En sus estanterías, baúles y
armarios albergarían un conjunto de manuscritos que llegó a alcanzar
los 400.000 libros (aunque estudios recientes reducen considerablemente
esa cifra). Reunía las principales obras que se habían escrito sobre
matemáticas, medicina, filosofía, astronomía y literatura, aparte,
por supuesto, del legado grecorromano. Un compendio del saber que
conservaba, en griego y árabe, a Aristóteles, Platón, Galeno, Ptolomeo,
los comentarios de Al-Kindi, Al-Farabi o Avicena.
Abderramán III es proclamado emir en Córdoba el 16
de Octubre de 912.
Abderramán III fue el principal artífice del esplendor
de al-Ándalus, aunque para ello tuvo que renunciar a sus propios
intereses personales. El mismo dejó constancia de ello en un manuscrito
que se encontró tras su muerte en el que afirmaba que en toda su
larga y exitosa vida sólo conoció catorce días felices. En el relato
cobra una especial importancia el amor del califa por su concubina
Azahra a la que quiso inmortalizar con la construcción del gran
palacio de Medina Zahara.
Entre los manuscritos se encontraban «La historia romana», de Apiano,
y «De materia médica», de Dioscórides, un volumen de enorme relevancia,
porque Madinat al Zahra conservaba los conocimientos médicos más
avanzados de toda la Península Ibérica. Algo que refrenda que Sancho
el Craso, o Sancho I de León, que pactó con Abderramán III una visita,
acudiera a Córdoba para recuperar la forma y la salud (lo que consiguió
tras una dieta de 40 días a base de infusiones). «Hasta allí acudían
sabios de Jerusalén y Damasco. Era un foco de transmisión de conocimiento
como no había en Europa, salvo Aquisgrán. Estaba toda la literatura
griega, los principales trabajos de los neoplatónicos. En la biblioteca
jugaron un papel importante los filósofos judíos. La principal función
era la formación de califas, príncipes, sabios y ulemas». El más
destacado de aquellos hombres dedicados al estudio era Ibn Shaprut,
una figura intelectual, médico de Abderramán III, uno de sus más
valiosos consejeros y el responsable de las tareas bibliotecarias.
«La transmisión de conocimientos se hace a través de los libros
y por eso él hace que traigan hasta aquí obras procedentes de todas
las partes del mundo». Para enriquecer los anaqueles, Al-Hakam II
envió ojeadores a los principales puntos culturales. Emisarios,
provistos con enormes bolsas de dinero llenas de dinares de oro
que viajaban hasta Iraq para adquirir obras o hacer una copia. Una
cantidad que, según las referencias, llegaron a completar 44 listas
de 50 hojas cada una, en las que únicamente se consignaba el nombre
del libro y el autor. La relevancia de este fondo atrajo a intelectuales
como Al-Jusami, que nació en Qayrwan y que realizó dos diccionarios
biográficos, o el polígrafo Arib Ibn Said, que escribió el «Calendario
de Córdoba», donde se reunía conocimientos de astronomía, agricultura
y hasta un calendario litúrgico cristiano. Junto a esto se llevó
a cabo una ingente labor de traducción de otras lenguas, incluidas
las obras latinas.
La biblioteca secreta arde. El Nombre de la Rosa es
una fenomenal adaptación de la más importante obra de Umberto Eco.
Una obra de misterio ambientada en una época de supersticiones (siglo
XIV) y con la Inquisición de por medio. En 2018 un incendio amenazó
la abadía de San Michele, en la región italiana de Piamonte,
fuente de inspiración para el film.
Para sacar adelante un trabajo esencial, Abderramán III y Al-Hakam
II reclutaron casi doscientas mujeres como copistas. Las escogieron
a ellas por su excelente caligrafía, su rapidez y su extraordinaria
concentración y preparación. Al frente había una intelectual legendaria
Lubna, una mujer de carácter excepcional y que, por algunos, ha
merecido el sobrenombre de «La Hipatia española», como afirma Marisa
Bueno, aunque no sufrió su trágico destino. Lubna era una gramática
excelente que poseía una letra excepcional y escribía poemas. Ella
desempeñó diferentes funciones en Madinat al Zahra. Desempeñó tareas
de copista, estuvo encargada de comprar obras, ascendió hasta secretaria
del califa y redondeó su formación intelectual sobresaliendo como
matemática. «Fue alguien excepcional. Se sabe que salió de Córdoba
y que visitó El Cairo. Compró ejemplares para la biblioteca, anotaba
la entrada de cada uno de los títulos y redactaba las listas de
libros. No se sabe cómo fue el resto de su vida, ni la fecha de
su fallecimiento. Solo se conoce que organizó la biblioteca, que
aparece en los registros entre las mujeres biógrafas y se la describe
como una persona sabia», explica Bueno.
Después de ese gran momento de expansión cultural, llegó Almanzor
y hundió ese gran logro de la cultura andalusí. Aprovechó la juventud
y debilidad de carácter del heredero de Al-Hakam II, Hisham II,
para convertirse en la cabeza política de Al-Andalus. Permitió que
los ulemas más intransigentes reunieran aquellos libros que chocaban
con el Corán o no los consideraban óptimos y les prendieron fuego.
«No se sabe qué libros había en la biblioteca que fueran copias
únicas y, por tanto, cuáles desaparecieron para siempre. Se ha formado
un mito a su alrededor, pero a la vez está inmersa en un enorme
misterio. Se sabe que quedan tres ejemplares que debieron formar
parte de sus fondos. Están en Fez. Pero nada más. Almanzor hace
un expurgo inquisitorial de la biblioteca. Queman todo lo que no
es asumible o está mal visto a los ojos del Islam más estricto y
ortodoxo», recuerda Marisa Bueno con tristeza. A estas vicisitudes
hay que sumar que Almanzor emprendió un proyecto que echaría los
cimientos de otra ciudad, Medinat A-Zahira, la «ciudad resplandeciente».
El emplazamiento monumental de los califas de Córdoba caería progresivamente
en el más oscuro de los olvidos a partir de esas fechas. Sufriría
saqueos, incendios y, finalmente, la peor destrucción de todas:
la falta de memoria. Un triste sino para lo que una vez fue uno
de los faros más destacados del conocimiento y el saber durante
la Edad Media.
Abû l-Walîd Hishâm ibn al-Hakam, más conocido como Hisham II o
Hixem II, fue el tercer califa omeya de Córdoba entre 976 y 1009
y nuevamente entre 1010 y 1013, con el sobrenombre de al-Mu'ayyad
bi-llah, es decir, el que recibe la asistencia victoriosa de Dios.
Sin poder real, de rebote y por hacer bulto.
La quema de libros ha sido una práctica habitual de los regímenes
totalitarios, a lo largo de la historia, para borrar la memoria
de los vencidos. Hace 2.200 años, el emperador chino Quin Shí Huangdi
ordenó quemar miles de libros antiguos para eliminar cualquier rastro
de pensamiento anterior a su dinastía. En el siglo X, Almanzor quemó
asimismo la biblioteca del califa al-Hakam II en Córdoba, presionado
por los fundamentalistas que querían destruir los llamados "libros
herejes". En 1562, durante la conquista de América, Diego de Landa
acabó con los libros mayas para borrar la historia escrita de esta
cultura indígena. En 1888, fue el emperador Pedro II el que arrojó
al fuego la documentación de la esclavitud en Brasil. Y en 1933,
los nazis quemaron en Alemania los libros de escritores izquierdistas
y judíos. También la dictadura franquista celebró la Fiesta del
Libro del 39, quemando los libros republicanos. Lo mismo hicieron
los dictadores de Chile, Argentina y Guatemala, arrojando a la hoguera
la documentación sobre la guerra sucia. Y en 1992, los serbios incendiaron
la célebre biblioteca de Sarajevo. En Granada, también hemos sufrido
este atentado contra la cultura, del que ahora se cumplen 524 años.
Ciscneros en la serie Isabel. La apasionante lucha
por llegar a ser reina. Más allá de la historia, narra las pasiones,
emociones y renuncias de una mujer adelantada a su tiempo.
En 1499, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros reducía a cenizas
en Plaza de Bib-Rambla más de 5.000 libros de la biblioteca de la
Madraza, por orden de los Reyes Católicos. El cielo de Granada se
cubría de humo y olvido con la hoguera de la intolerancia, con la
que Cisneros iniciaba una campaña de represión contra los "moriscos".
A partir de entonces, los musulmanes granadinos tuvieron que elegir
entre una conversión forzosa y humillante o la tragedia del exilio.
Juan de Vallejo, que fue íntimo amigo de Cisneros y testigo directo
de la quema, hizo la primera crónica de aquel trágico suceso: "Para
desarraigarles del todo de su perversa y mala secta, les mandó a
los dichos alfaquís tomar todos su alcoranes, los cuales fueron
más de 4 o 5 mil volúmenes, y hacer muy grandes fuegos… Y así se
quemaron todos, sin quedar memoria, excepto los libros de medicina,
unos 40 volúmenes, que su señoría se llevó a la biblioteca de Alcalá
de Henares". Aunque es la crónica del alfaquí Barhum la que mejor
describe la desesperación de los moriscos: "La situación se hizo
insostenible cuando Cisneros, por mandato de la reina, les obligó
a renegar de su cultura y de su fe. Un edicto ordenaba la entrega
a la autoridad de todos los libros arábigos, amenazando con severos
castigos a los que no lo hicieran… Miles de libros del Corán y otras
ciencias fueron quemados en una plaza pública de Granada a la vista
de todo el mundo".
Nuevas investigaciones desmienten que Cisneros actuara por su cuenta
y confirman la responsabilidad de los Reyes Católicos en la quema
de libros. Juan Antonio Vilar, autor de Una década fraudulenta,
nos dice: "Granada quedaba en manos de Cisneros con el consentimiento
real. Cisneros estaba dispuesto a asumir los daños que en su imagen
produjera la presión sobre los mudéjares, mientras que los reyes,
más maquiavélicos, prefirieron mantenerse lejos del problema para
que no les salpicara. Los mudéjares quedaron abandonados a su suerte
por los reyes, que prácticamente daban el golpe definitivo a la
molesta capitulación de 1491". Y Rodrigo de Zayas afirma en su libro
Los moriscos y el racismo de Estado que Isabel y Fernando conocían
el plan de Cisneros para poner fin a la convivencia pactada con
los musulmanes: "Las bibliotecas y los archivos del reino nazarí
fueron quemados. Una vez destruida su memoria escrita, sólo les
quedaba la transmisión oral para conservar su identidad histórica…".
Más tarde, también prohibieron hablar en árabe. Un especialista
en la Inquisición española, Joseph Martín Walker, asegura que el
cardenal contaba con el beneplácito de Isabel y Fernando para llevar
a cabo su perverso plan, destinado a provocar la rebelión de los
moriscos y justificar la expulsión: "Cisneros -dice Walker- solicitó
permiso a los monarcas para poner en marcha una política de máxima
dureza, haciendo quemar en la plaza de Bib-Rambla cuantos ejemplares
del Corán cayeron en sus manos. Semejante transgresión de lo pactado
ofendió a los alfaquíes, produciéndose una revuelta en el Albaicín,
los disturbios justificaron, por parte cristiana, el incumplimiento
de las Capitulaciones". Lamentablemente, el integrismo de Cisneros
se impuso al tolerante Hernando de Talavera, primer arzobispo de
Granada, partidario de convencer y no de imponer, que llegó a traducir
una Biblia al árabe para facilitar la convivencia con los moriscos.
Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que ahora eso tampoco
se lee. La censura woke ha llegado con todo su arsenal de prejuicios
a la obra de Roald Dahl, uno de los autores favoritos de la literatura
infantil. La editorial Puffin Books, propiedad de Penguin Random
House, ha llevado a cabo una “revisión” de los clásicos de Dahl
para asegurar que los libros son aptos "para el disfrute de todos
los menores", eliminando referencias consideradas polémicas en torno
al peso o la apariencia física de los personajes (erradicando adjetivos
como "gordo" o "feo"), a la salud mental, a la violencia, al género
y la raza. Para los territorios de habla hispana, Penguin House
ha informado que no han hecho ningún cambio de este tipo.
Niño, prohibido leer "mujer malvada", "mujer loca" "vieja bruja",
"niño gordo", "loco". Niño, prohibido leer descripciones caricaturescas
aunque sea de brujas u otros seres imaginarios. Niño, prohibido
leer que “en Bagdad cortan cabezas” o que las tortugas que llegan
a Inglaterra provienen del norte de África. El periódico británico
The Daily Telegraph ha publicado una enorme lista con los términos
que la editorial ha suprimido o alterado en la obra de Dahl. Netflix
es la actual propietaria de las obras después de haber comprado
Roald Dahl Story Company por 686 millones de dólares en 2021. Repasando
los cientos de cambios, la conclusión es la de siempre, tratar al
lector como un idiota que no sabe distinguir entre realidad y ficción.
“Willy Wonka” cumplió 50 años en 2021. La película
original estuvo protagonizada por Gene Wilder. En 1971 se estrenó
la adaptación del libro de Roald Dahl, que con los años se convertiría
en un clásico. Décadas más tarde Tim Burton conseguiría un éxito
enorme al retomar la historia del excéntrico millonario de los chocolates.
Una nueva versión con Timothée Chalamet tiene previsto el estreno
en 2023.
¿Esta gente ha jugado cinco minutos con un niño? No
hace falta estar mucho más tiempo para comprender que, también ellos,
saben distinguir entre realidad y ficción desde bien pequeños. Es
precisamente la transgresión de las normas, que ya deberían tener
interiorizadas por la familia y el colegio, lo que les resulta tan
divertido. Si se ríen con el “caca, culo, pedo, pis” es porque entienden
perfectamente que son palabras que no deben decir en determinados
contextos. Igual que muchos niños sonreirán cuando leen a un personaje
llamar a otro “vaca vieja” o “gordo”, dos de los términos fusilados
por la editorial inglesa. Resulta hasta embarazoso tener que estar
tecleando estos argumentos pero la ola censora parece no tener fin.
Desde el que se escandaliza con monólogos de humor negro imaginando
que el chiste de turno se va a convertir en una consigna política
que va a reavivar la fobia y el -ismo de turno. El que cree que
los videojuegos son factorías de asesinos en serie y el porno de
violadores grupales. Por coherencia, también deberían estar contentos
todos los que hace un año estaban defendiendo la agresión de Will
Smith a Chris Rock en la entrega de los Oscar.
Oompa-Loompas en la versión de 1971.
Sobre la polémica de Dahl se han pronunciado autores británicos
como Salman Rushdie al que defender la libertad de expresión le
ha costado, literalmente, un ojo de la cara y una vida de amenazas.
El autor de Versos satánicos calificó la operación como una “censura
absurda” por la que “deberían avergonzarse” la editorial y la familia.
También lo ha criticado el primer ministro británico, Rishi Sunak,
a través de un portavoz: "Es importante que las obras de literatura
y los trabajos de ficción se preserven y no se editen". "Siempre
hemos defendido el derecho al libre discurso y expresión".
En el meticuloso trabajo que ha realizado el medio inglés se observa
cierta obsesión con los términos relacionados con la salud mental,
la “locura” y sus variantes son tachadas y reformuladas sistemáticamente.
Así como con cualquier descripción física desagradable o insultante.
En Las brujas, se producen cambios que llegan a ser desconcertantes,
primero sustituyen "vaca vieja asquerosa" por "monstruo", y después
“monstruo” por “mujer horrible”. Con otras alteraciones, uno se
llega a preguntar qué clase de prejuicio tiene en la cabeza el que
decide censurar que las tortugas de Agu Trot provenían “del norte
de África” para terminar reescribiendo que venían de “muchos países
diferentes”. Como sucede en tantos casos como este, el censor termina
descubriendo sus prejuicios. Solo hemos analizado el posible impacto
de la obra en los niños, pero el mayor atropello es la profanación
de la propia obra, eliminando pasajes y alterando por completo otros.
Aterra la longitud de la lista con expresiones suprimidas. Editorial
y propietarios de los derechos no han dudado en cargarse las descripciones
grotescas de las brujas, recalquemos ¡brujas! Así, han mutilado
párrafos enteros que describen a las brujas con costras, granos,
calvicie... o con "las encías eran carne cruda". ¿Hasta qué punto
es legítimo alterar tan gravemente la obra de un autor fallecido?
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Qué es "woke" y por qué este término generó una batalla
cultural y política en EE.UU.
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El propio Dahl rectificó en vida algunos personajes como los Oompa-Loompas
de Charlie y la fábrica de chocolate que en un origen se trataba
de pigmeos negros, y terminaron siendo seres blancos y se eliminó
cualquier referencia a África para evitar símiles con la esclavitud.
El resultado de la actual edición son historias más pobres desde
un punto de vista literario con menos referencias y descripciones,
en busca de un cuento estéril de personajes sin atributos en entornos
asépticos. Esperemos que la historia les termine mirando como ahora
contemplamos a los puritanos que enyesaron los desnudos del Renacimiento
o a los franquistas que tachaban capítulos y prohibían obras. Censores.
Una comparación toma por toma, entre Las brujas (1990) y Las brujas
(2020), ambas adaptadas del libro de Roald Dahl. Esta comparación
pretende mostrar la variedad de elecciones hechas por dos grupos
diferentes de cineastas al adaptar el mismo trabajo escrito.
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Los libros son importantes por las palabras que contienen, pero
además de mundos que residen en nuestra mente son también objetos
que nos acompañan. Magia portátil se adentra en el simbolismo de
las obras literarias como artefactos, es decir, el encanto inherente
a su materialidad y portabilidad. A partir de los múltiples aspectos
que inciden en nuestra relación con los libros (incluso sin haberlos
leído) y reinterpretando hitos cruciales en la historia de la lectura,
Emma Smith reflexiona sobre la consciencia que hemos adquirido del
universo de ejemplares atesorados, devorados, censurados y destruidos
a lo largo de los siglos, o simplemente hojeados durante nuestra
vida. Asimismo, la autora se detiene en la combinación de forma
y contenido que condiciona no solo la experiencia lectora, sino
el debate social, político y religioso que desencadenan.
Emma Smith nació y creció en Leeds. Aunque nadie se lo esperaba,
fue a la universidad en Oxford, y en realidad nunca se marchó de
allí. Hoy en día es profesora de Estudios Shakespearianos en el
Hertford College y autora del superventas This is Shakespeare. Le
gustan las películas mudas, observar las aves y los coches rápidos.
La historia de cualquier incendio es la historia de un olvido,
por eso casi nadie recuerda lo que ocurrió el 29 de abril de 1986.
Aquel día la Biblioteca Pública de Los Ángeles amaneció consumida
por el fuego, cuatrocientos mil libros se convirtieron en cenizas
y otros setecientos mil quedaron irremediablemente dañados. Siete
horas ardieron las estanterías y las mesas y los ficheros, pero
ningún periódico cubrió la noticia porque al otro lado del mundo,
entre los bosques densos de la Unión Soviética, ocurría el mayor
accidente nuclear hasta la fecha: Chernóbil. ¿Quién querría quemar
una biblioteca? ¿Por qué? Susan Orlean se hizo esas dos preguntas
y al poco tiempo entendió que el fuego sería apenas un rastro, una
línea punteada sobre la que dibujar su personalísima visión del
conocimiento y de las personas que creen en él. La biblioteca en
llamas es un homenaje a la lectura y el relato de una periodista
obsesionada por encontrar al culpable de un crimen contra la memoria.
Una investigación que se extendió más de una década y que a cambio
nos revela personajes desopilantes, inverosímiles y tiernos.
Susan Orlean es periodista y escritora. Publica de forma regular
en The New Yorker desde 1992 y ha colaborado con medios como The
Globe, Rolling Stone, Esquire o Vogue. Es autora de la novela El
ladrón de orquídeas, cuya adaptación cinematográfica fue merecedora
de un premio Oscar, y de varios libros de periodismo, entre los
que se encuentran Sábado noche y La biblioteca en llamas, ambos
publicados en España por temas de hoy. Este último es considerado
uno de los mejores libros de no ficción que se ha publicado en Estados
Unidos en los últimos veinticinco años.
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