El cine es entretenimiento, nadie duda de ello. Pero el cine
es también un medio para hablar de nuestra sociedad, para
mostrarla, explicarla y enunciar aquello que no funciona en
ella. El movimiento neorrealista, nacido (o al menos fue donde
adquirió la forma que se fue repitiendo cíclicamente en otras
cinematografías) en Italia en los años 40 del pasado siglo,
representó precisamente eso. Abandonó la ficción, aun explicando
historias ficticias con personajes ficticios, pero las situó
en un marco realista, en un aquí y en un ahora bien identificable.
Neorrealismo y cine social van de la mano porque el que muestra
una realidad, una sociedad concreta, se posiciona ideológicamente
al respecto y está criticando lo que ve en ella que no es
justo o que no funciona. ‘Techo y comida’, la espléndida película
que nos acaba de llegar a las carteleras, habla de España
hoy y no lo hace de manera indiferente. El cine español también
fue neorrealista, en mayor o menor media, sufriendo o evitando
a la terrible censura franquista…
Con El último caballo (Edgar Neville, 1950) acostumbra a
darse mayor relevancia al carácter ecologista de esta estupenda
película de Edagar Neville que a sus valores como documento
social. Es verdad que el autor de ‘El crimen de la calle de
Bordadores’ siempre tuvo una querencia por lo castizo, por
la pintura castiza de un Madrid de época. Precisamente la
desaparición inexorable a manos de los tiempos modernos de
esa ciudad que él amaba es la que muestra con melancolía y
realismo en ‘El último caballo’. En 1960 volvería a hacer
algo parecido, más nostálgico, con ‘Mi calle’.
Con el ánimo de conocer mundo ingresó en 1922 en la carrera
diplomática. Tras varios puestos en el extranjero, fue destinado
como secretario de Embajada en la Embajada en Washington.
También viajó a Los Ángeles, lugar que le atrajo por las posibilidades
que le ofrecía para introducirse en el mundo del cine. Logró
entablar amistad con Charles Chaplin, quien le contrató como
actor de reparto en su película Luces de la ciudad, donde
hacía el papel de guardia. Chaplin le abre caminos y la Metro
Goldwyn Mayer lo contrató como dialoguista y guionista, ya
que en aquella época se rodaban versiones en español con destino
al mundo hispano. Una vez consolidado como residente en Hollywood,
comenzó a atraer a la meca del cine a muchos de sus amigos:
José López Rubio, Eduardo Ugarte, Tono, Luis Buñuel y Enrique
Jardiel Poncela, entre otros. En los años 1930 se separó de
su esposa y se relacionó sentimentalmente con Conchita Montes,
una aristócrata intelectual y artista bien relacionada.
La emigración del campo a la desoladora gran ciudad es la
excusa que necesita esta película (‘Rocco y sus hermanos’
diez años antes) para retratar con extrema crudeza (esos maltratos
familiares, esa promiscuidad que sobrevuela el relato, esa
miseria congénita…) los años de aquella interminable posguerra
nacional de hambre, estraperlo, pluriempleo de tercera y corrupción
política, social y moral. Yendo con pies de plomo para no
soliviantar a la censura, incluso su epílogo, lejos de parecer
un final feliz, es un grito desesperado y un dedo acusador
hacia una España que no cambiaba.
Envuelta en una bonhomía y en un mensaje cristiano y católico
(el cura emprendedor y su trato activo en el barrio pobre
a donde llega), ‘Cerca de la ciudad’ se aproxima con extrema
honestidad y con extremo realismo a esos barrios pobres que
rodean las ciudades más prósperas. Y se acerca a sus habitantes,
a quienes da voz y pone cara, y a quienes trata con respeto
y por quienes lanza un grito de socorro para que alguien trate
de solucionar sus problemas de mínima supervivencia diaria.
‘Surcos’ sería considerado el punto de partida
del neorrealismo español, lo que no vamos a discutir, pero
sí a matizar porque antes de su estreno existieron varios
films que mostraron cómo era el día a día de las personas
en una España sin filtros (o los justos y obligados por la
censura). Esta preciosa obra del gran Rafael Gil debe más
al realismo poético francés de René Clair que al italiano
de De Sica, pero incluso con la aparición de su trama policíaca
ofrece una panorámica muy veraz de la Barcelona humilde de
la época. Con guión de Miguel Mihura, una película que trata
directamente, sin cortapisas, de asuntos escabrosos para la
época y la censura como son el problema de la extranjería
e inmigración, la infidelidad y la felicidad como objetivo
de vida entre las personas más humildes y desfavorecidas.
Todo ello enmarcado y camuflado en una trama fundamentalmente
policial en la que el protagonista, Mauricio, un ciudadano
parisino, se ve obligado a huir.
A la postre, sería esta película la que mayores
quebraderos de cabeza le proporcionara a su director, y todo
por culpa de su enfrentamiento con el ministerio de la vivienda
(indignado por cómo se criticaba el chanchullismo del mundo
inmobiliario español con la aquiescencia pública en ello),
el cual presionó a la censura para que congelara el estreno
del largometraje un año y cuando este obtuvo el permiso tras
rodar un nuevo final (un pegote no exento de ironía), relegarlo
a programas dobles de barrio.
Paralelamente a los problemas de Fernando Fernán-Gómez
y familia por conseguir vivienda en ‘El inquilino’, Marco
Ferreri haría su vitriólica aproximación al tema en El pisito,
con la ayuda del ya inevitable Rafael Azcona en el guión.
Las miserias de la época llevadas a unos niveles casi valleinclanescos
pero que el tono de comedia costumbrista o incluso de tebeo
costumbrista del momento (el Carpanta de José Escobar u otros
personajes de la editorial Bruguera parecen vivir entre los
secundarios de esta obra) parece apaciguar.
No hay mejor manera de hablar de una generación
sin futuro, o con un futuro gris o directamente negro, que
seguir a algunos de sus jóvenes miembros por el diario sendero
de la supervivencia, de la soledad, de la desolación, de la
picaresca, del delito y de la frustración. Esa es la España
que iba a autodenominarse del milagro o desarrollista a la
cual Marco Ferreri acompaña en Los chicos (1960), casi como
en una crónica del desencanto cuyo tono a veces humorístico
no puede borrar ni evitar.
Un año antes que los chicos de Ferreri, Saura
debutaba con otros muchachos, estos ya denominados en el título
como golfos, pero golfos porque el mundo y la sociedad del
momento les había hecho así. Utilizando tanto las técnicas
del documental como las de los postulados de la primerísima
y contemporánea nouvelle vague, Saura pega la cámara a la
piel de sus protagonistas, les deja hablar y no les juzga,
pero sí lo hace con todo ese sistema político que ha permitido
una España en blanco y negro.
Obra cumbre del cine español, este en principio
vehículo para el lucimiento del niño prodigio Pablito Calvo
(que tuvo a Vajda como director en ‘Marcelino pan y vino’
y en ‘Un ángel pasó por Brooklyn’) es ante todo una hermosa
y cruel (aunque esperanzadora porque defiende al final algo
por encima de situaciones económicas o sociedades: la dignidad
humana) descripción de un país de timadores, de hambrientos,
de explotadores… Una España que es como ese Rastro madrileño
donde todo se compra y se vende.
Más interesado, es verdad, en explicar historias
de género (su legado en el policíaco barcelonés es esencial)
que en analizar la sociedad de su época, Rovira Beleta también
supo ser ese fotógrafo de un momento concreto de una ciudad,
en este caso Barcelona (‘Los tarantos’ sería el ejemplo palmar).
En ‘Hay un camino a la derecha’ se centra más en el drama
psicológico de su protagonista, pero no abandona nunca el
marco donde esta tragedia íntima se produce: una metrópoli
y sus aledaños de un tono gris verídico.
Amable y bastante próxima en tonos de alegoría
al Thornton Wilder de ‘Nuestro pueblo’, ‘El andén’ es una
muestra de ese neorrealismo que sin pretender criticar al
régimen (y menos Eduardo Maroto, su director) le está practicando
una radiografía sin concesiones. Por mucho que la acción suceda
alrededor de ese bucólico andén ferroviario, el desfile de
seres humanos que allí trabajan, paran, suben y bajan de los
trenes, es como una fotografía en movimiento de emigrantes,
gente sin trabajo, sueños rotos, esperanzas…
Los inicios cinematográficos de Mario Camus
son una joya que, gracias a las emisiones televisivas recientes,
ha podido ser disfrutada y conocida por nuevas generaciones
de espectadores. En 1963 empalmó dos títulos esenciales: la
mutiladísima por la censura ‘Los farsantes’ (jamás se ha mostrado
mejor la desesperación por el hambre y por todo como en ella)
y esta ‘Young Sánchez’, adaptación de una novela de Ignacio
Aldecoa que combina lo criminal, el boxeo y la denuncia social
en unas L’ Hospitalet y Barcelona que eran así… y en algunas
cosas siguen siendo lamentablemente así.
La España del desarrollismo fue también la España
de los emigrantes que dejaron Andalucía, Extremadura o Galicia
para ir, por ejemplo, a Catalunya. En esos años del boom de
la construcción y del turismo se sitúa la acción del mejor
y más notable trabajo que haya hecho Josep Mª Forn. Un emigrante
andaluz (soberbio Antonio Iranzo en el que debe ser su único
trabajo en cine como protagonista absoluto) y sus problemas
para adaptarse, para simplemente vivir. Ver en programa doble
con ‘El puente’ de Bardem.
La emigración no era solamente interior, también
era hacia el exterior, hacia esa Europa moderna e industrial
que precisaba de mano de obra barata. ‘Vente a Alemania, Pepe’,
decían en tono cómico (y no obstante crítico) Pedro lazaga
y Alfredo Landa. Y en Francia, en Paría, Ana Belén conocía
lo que es servir en una casa y lo que es madurar en una ciudad
al principio extraña y hostil. Es ese proceso de emancipación
personal (duro, muy duro: la escena del aborto casero) el
que más interesa a la postre al director.
Y tres muestras de cine más reciente.
Acércate al interesante catálogo
de FlixOlé ...
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