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Neorrealismo.
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1-Agosto-2024

El cine es entretenimiento, nadie duda de ello. Pero el cine es también un medio para hablar de nuestra sociedad, para mostrarla, explicarla y enunciar aquello que no funciona en ella. El movimiento neorrealista, nacido (o al menos fue donde adquirió la forma que se fue repitiendo cíclicamente en otras cinematografías) en Italia en los años 40 del pasado siglo, representó precisamente eso. Abandonó la ficción, aun explicando historias ficticias con personajes ficticios, pero las situó en un marco realista, en un aquí y en un ahora bien identificable. Neorrealismo y cine social van de la mano porque el que muestra una realidad, una sociedad concreta, se posiciona ideológicamente al respecto y está criticando lo que ve en ella que no es justo o que no funciona. ‘Techo y comida’, la espléndida película que nos acaba de llegar a las carteleras, habla de España hoy y no lo hace de manera indiferente. El cine español también fue neorrealista, en mayor o menor media, sufriendo o evitando a la terrible censura franquista…

Con El último caballo (Edgar Neville, 1950) acostumbra a darse mayor relevancia al carácter ecologista de esta estupenda película de Edagar Neville que a sus valores como documento social. Es verdad que el autor de ‘El crimen de la calle de Bordadores’ siempre tuvo una querencia por lo castizo, por la pintura castiza de un Madrid de época. Precisamente la desaparición inexorable a manos de los tiempos modernos de esa ciudad que él amaba es la que muestra con melancolía y realismo en ‘El último caballo’. En 1960 volvería a hacer algo parecido, más nostálgico, con ‘Mi calle’.

Con el ánimo de conocer mundo ingresó en 1922 en la carrera diplomática. Tras varios puestos en el extranjero, fue destinado como secretario de Embajada en la Embajada en Washington. También viajó a Los Ángeles, lugar que le atrajo por las posibilidades que le ofrecía para introducirse en el mundo del cine. Logró entablar amistad con Charles Chaplin, quien le contrató como actor de reparto en su película Luces de la ciudad, donde hacía el papel de guardia. Chaplin le abre caminos y la Metro Goldwyn Mayer lo contrató como dialoguista y guionista, ya que en aquella época se rodaban versiones en español con destino al mundo hispano. Una vez consolidado como residente en Hollywood, comenzó a atraer a la meca del cine a muchos de sus amigos: José López Rubio, Eduardo Ugarte, Tono, Luis Buñuel y Enrique Jardiel Poncela, entre otros. En los años 1930 se separó de su esposa y se relacionó sentimentalmente con Conchita Montes, una aristócrata intelectual y artista bien relacionada.

La emigración del campo a la desoladora gran ciudad es la excusa que necesita esta película (‘Rocco y sus hermanos’ diez años antes) para retratar con extrema crudeza (esos maltratos familiares, esa promiscuidad que sobrevuela el relato, esa miseria congénita…) los años de aquella interminable posguerra nacional de hambre, estraperlo, pluriempleo de tercera y corrupción política, social y moral. Yendo con pies de plomo para no soliviantar a la censura, incluso su epílogo, lejos de parecer un final feliz, es un grito desesperado y un dedo acusador hacia una España que no cambiaba.

Envuelta en una bonhomía y en un mensaje cristiano y católico (el cura emprendedor y su trato activo en el barrio pobre a donde llega), ‘Cerca de la ciudad’ se aproxima con extrema honestidad y con extremo realismo a esos barrios pobres que rodean las ciudades más prósperas. Y se acerca a sus habitantes, a quienes da voz y pone cara, y a quienes trata con respeto y por quienes lanza un grito de socorro para que alguien trate de solucionar sus problemas de mínima supervivencia diaria.

‘Surcos’ sería considerado el punto de partida del neorrealismo español, lo que no vamos a discutir, pero sí a matizar porque antes de su estreno existieron varios films que mostraron cómo era el día a día de las personas en una España sin filtros (o los justos y obligados por la censura). Esta preciosa obra del gran Rafael Gil debe más al realismo poético francés de René Clair que al italiano de De Sica, pero incluso con la aparición de su trama policíaca ofrece una panorámica muy veraz de la Barcelona humilde de la época. Con guión de Miguel Mihura, una película que trata directamente, sin cortapisas, de asuntos escabrosos para la época y la censura como son el problema de la extranjería e inmigración, la infidelidad y la felicidad como objetivo de vida entre las personas más humildes y desfavorecidas. Todo ello enmarcado y camuflado en una trama fundamentalmente policial en la que el protagonista, Mauricio, un ciudadano parisino, se ve obligado a huir.

A la postre, sería esta película la que mayores quebraderos de cabeza le proporcionara a su director, y todo por culpa de su enfrentamiento con el ministerio de la vivienda (indignado por cómo se criticaba el chanchullismo del mundo inmobiliario español con la aquiescencia pública en ello), el cual presionó a la censura para que congelara el estreno del largometraje un año y cuando este obtuvo el permiso tras rodar un nuevo final (un pegote no exento de ironía), relegarlo a programas dobles de barrio.

Paralelamente a los problemas de Fernando Fernán-Gómez y familia por conseguir vivienda en ‘El inquilino’, Marco Ferreri haría su vitriólica aproximación al tema en El pisito, con la ayuda del ya inevitable Rafael Azcona en el guión. Las miserias de la época llevadas a unos niveles casi valleinclanescos pero que el tono de comedia costumbrista o incluso de tebeo costumbrista del momento (el Carpanta de José Escobar u otros personajes de la editorial Bruguera parecen vivir entre los secundarios de esta obra) parece apaciguar.

No hay mejor manera de hablar de una generación sin futuro, o con un futuro gris o directamente negro, que seguir a algunos de sus jóvenes miembros por el diario sendero de la supervivencia, de la soledad, de la desolación, de la picaresca, del delito y de la frustración. Esa es la España que iba a autodenominarse del milagro o desarrollista a la cual Marco Ferreri acompaña en Los chicos (1960), casi como en una crónica del desencanto cuyo tono a veces humorístico no puede borrar ni evitar.

Un año antes que los chicos de Ferreri, Saura debutaba con otros muchachos, estos ya denominados en el título como golfos, pero golfos porque el mundo y la sociedad del momento les había hecho así. Utilizando tanto las técnicas del documental como las de los postulados de la primerísima y contemporánea nouvelle vague, Saura pega la cámara a la piel de sus protagonistas, les deja hablar y no les juzga, pero sí lo hace con todo ese sistema político que ha permitido una España en blanco y negro.

Obra cumbre del cine español, este en principio vehículo para el lucimiento del niño prodigio Pablito Calvo (que tuvo a Vajda como director en ‘Marcelino pan y vino’ y en ‘Un ángel pasó por Brooklyn’) es ante todo una hermosa y cruel (aunque esperanzadora porque defiende al final algo por encima de situaciones económicas o sociedades: la dignidad humana) descripción de un país de timadores, de hambrientos, de explotadores… Una España que es como ese Rastro madrileño donde todo se compra y se vende.

Más interesado, es verdad, en explicar historias de género (su legado en el policíaco barcelonés es esencial) que en analizar la sociedad de su época, Rovira Beleta también supo ser ese fotógrafo de un momento concreto de una ciudad, en este caso Barcelona (‘Los tarantos’ sería el ejemplo palmar). En ‘Hay un camino a la derecha’ se centra más en el drama psicológico de su protagonista, pero no abandona nunca el marco donde esta tragedia íntima se produce: una metrópoli y sus aledaños de un tono gris verídico.

Amable y bastante próxima en tonos de alegoría al Thornton Wilder de ‘Nuestro pueblo’, ‘El andén’ es una muestra de ese neorrealismo que sin pretender criticar al régimen (y menos Eduardo Maroto, su director) le está practicando una radiografía sin concesiones. Por mucho que la acción suceda alrededor de ese bucólico andén ferroviario, el desfile de seres humanos que allí trabajan, paran, suben y bajan de los trenes, es como una fotografía en movimiento de emigrantes, gente sin trabajo, sueños rotos, esperanzas…

Los inicios cinematográficos de Mario Camus son una joya que, gracias a las emisiones televisivas recientes, ha podido ser disfrutada y conocida por nuevas generaciones de espectadores. En 1963 empalmó dos títulos esenciales: la mutiladísima por la censura ‘Los farsantes’ (jamás se ha mostrado mejor la desesperación por el hambre y por todo como en ella) y esta ‘Young Sánchez’, adaptación de una novela de Ignacio Aldecoa que combina lo criminal, el boxeo y la denuncia social en unas L’ Hospitalet y Barcelona que eran así… y en algunas cosas siguen siendo lamentablemente así.

La España del desarrollismo fue también la España de los emigrantes que dejaron Andalucía, Extremadura o Galicia para ir, por ejemplo, a Catalunya. En esos años del boom de la construcción y del turismo se sitúa la acción del mejor y más notable trabajo que haya hecho Josep Mª Forn. Un emigrante andaluz (soberbio Antonio Iranzo en el que debe ser su único trabajo en cine como protagonista absoluto) y sus problemas para adaptarse, para simplemente vivir. Ver en programa doble con ‘El puente’ de Bardem.

La emigración no era solamente interior, también era hacia el exterior, hacia esa Europa moderna e industrial que precisaba de mano de obra barata. ‘Vente a Alemania, Pepe’, decían en tono cómico (y no obstante crítico) Pedro lazaga y Alfredo Landa. Y en Francia, en Paría, Ana Belén conocía lo que es servir en una casa y lo que es madurar en una ciudad al principio extraña y hostil. Es ese proceso de emancipación personal (duro, muy duro: la escena del aborto casero) el que más interesa a la postre al director.

Y tres muestras de cine más reciente.

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