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22 - Enero - 2021
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El traspaso de poder del pasado miércoles se adivinaba atípico. El país está inmerso en una enorme tensión desde el asalto al Capitolio por parte de seguidores del presidente saliente, una situación que ha convertido Washington DC en una ciudad totalmente militarizada, con más de 20.000 efectivos de la Guardia Nacional en las calles para evitar otro estallido de violencia. El propio Donald Trump anunció su ausencia al acto de investidura de su sucesor, Joe Biden, rompiendo así con una costumbre de décadas. Y la primera dama, Melania Trump, tampoco ofreció a la esposa del nuevo mandatario, Jill Biden, el no menos tradicional recorrido de cortesía por las habitaciones familiares de la Casa Blanca, algo que han hecho hasta ahora todas las primeras damas de la historia reciente del país.

Un portavoz del equipo de Joe Biden confirmó que la oficina de Melania Trump no se puso en contacto con Jill Biden para organizar el clásico tour por los aposentos privados de la segunda y la tercera planta de la residencia presidencial, donde las esposas intercambian comentarios y consejos, al margen de la tensión política.

La tradición, que suele incluir un té, se remonta a los años 50 del siglo pasado, cuando Bess Truman recibió a su sucesora, Mamie Eisenhower, y ha continuado sin interrupción desde entonces, aportando normalidad y fluidez. De hecho, Michelle Obama lo hizo con la propia Melania. Normalmente, la gira tiene lugar mientras el presidente saliente y el entrante se reúnen en el Despacho Oval y Trump tampoco invitó a Biden a este acto protocolario. Los Trump, por tanto, rompieron una de las tradiciones más duraderas de la investidura y dejarán la Casa Blanca sin recibir a sus sucesores. Tal y como se pensaba, el presidente saliente y su esposa viajaron rumbo a su mansión privada de Palm Beach (Florida) cuando Biden asumia la presidencia en una ceremonia formal.

Melania y Michelle departen en la Casa Blanca.

Por otra parte, Melania Trump se despidió con un mensaje en el que instó a los estadounidenses a "escoger el amor sobre el odio" y "la paz sobre la violencia", dos días antes de dejar la Casa Blanca. "Cuando Donald [Trump] y yo concluimos nuestro tiempo en la Casa Blanca, pienso en toda la gente que me llevo en el corazón con sus increíbles historias de amor, patriotismo y devoción", dijo la primera dama, en un vídeo de siete minutos distribuido por la Casa Blanca. "Debemos centrarnos en todo lo que nos une -remarcó-, superar lo que nos divide y siempre escoger el amor sobre el odio, la paz sobre la violencia".

En la única aparente referencia al violento asalto al Capitolio, que dejó cinco muertos, por parte de una turba de seguidores de Trump, Melania aseguró que "hay que ser apasionado en todo lo que se hace, pero siempre recordando que la violencia nunca es la respuesta y nunca pueda ser justificada". Trump no ha reconocido formalmente la victoria de Biden en las elecciones del pasado 3 de noviembre y mantiene sus denuncias, sin pruebas y desestimadas por los tribunales, de "fraude electoral".

El matrimonio Eisenhower ocupó el liderazgo americano desde 1953 a 1961.

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La llegada de Joe Biden al poder está rodeada de verbos. Corregir, reinventar, recuperar o construir. Pero uno de los más apropiados quizá sea coser. Biden tendrá que coser un país dividido. El demócrata asumió este miércoles el mando de la Casa Blanca después de cuatro años de Administración Trump que ha dejado más cosas malas que buenas. Por eso, y en plena pandemia, los retos de Joe Biden son muchos y muy exigentes.

El asalto al Capitolio por parte de los seguidores de Trump fue la gota que colmó el vaso. Estados Unidos es un país dividido en dos bandos y ese es quizás el reto más urgente que se le plantea a Biden. La sociedad se reparte entre quienes le apoyan y muchos otros que creen que es un presidente "ilegítimo". Además, su llegada al Despacho Oval coincidirá en el tiempo con el segundo impeachment contra Trump, que podría quedar inhabilitado para presentarse en 2024. Mientras, Biden ha recalcado que espera que el Senado pueda "afrontar" tanto el juicio político como otros asuntos "urgentes".

La errática gestión de la pandemia por parte de la administración saliente a causado estragos

El contexto no es el mejor para Biden. El mundo está sumido en una crisis sanitaria que está castigando a Estados Unidos con especial dureza. Es el país donde más daño está haciendo la pandemia. Los casos siguen disparados y las cifras de muertos se descontrolan con el paso de los días. Biden y Harris repiten en cada comparecencia la necesidad de usar mascarilla y de mantener la distancia social, pero el mensaje no cala por igual en todos los grupos.

Por otro lado, el presidente electo anunció un plan de ayudas de 1,9 billones de dólares para combatir la crisis económica derivada de la pandemia. Los datos económicos de la Administración Trump no son ni mucho menos malos, pero Biden tiene lagunas que corregir. Precisamente por eso también extenderá cheques de 1.400 dólares para "apoyar a las familias".

Biden tendrá que mirar hacia afuera. China espera noticias y la política exterior no será una prioridad a corto plazo, pero Biden no podrá descuidarla. No insistirá demasiado en la guerra comercial iniciada por Trump, pero sí tendrá esa vía para apretar las tuercas a Xi Jinping. Es muy probable que el nuevo presidente juegue más en el terreno de la tecnología, donde Estados Unidos parte con cierta ventaja sobre el país asiático.

Todo en cuatro años. Biden llega al poder con los 78 ya cumplidos, y no se espera que en 2024 se vuelva a presentar (por edad y por exigencia prevista para el primer mandato). Harris espera su turno. También su papel como vicepresidente será fundamental.

Una Biblia de 164 años y que ha sido utilizada por solo tres presidentes en Estados Unidos, comúnmente conocida como la ‘Biblia de Lincoln’ porque fue la usada por el décimo sexto presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, en su primera toma de posesión en 1861. La Biblia, publicada por la Oxford University Press, edición Rey Jacobo (King James en inglés), vive en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en la capital, Washington.

Lincoln la usó por casualidad: su Biblia personal no estaba disponible en esos momentos porque estaba empacada en los objetos de la familia que se transportaban desde Springfield, Illinois. Por ello, el presidente tuvo que usar esta versión comprada por William Thomas Carroll, un secretario de la Corte Suprema de Justicia, para ser exclusivamente usada durante la juramentación de Lincoln como presidente. La ‘Biblia Lincoln’ está encuadernada en una cubierta de color vino y sus bordes están protegidos con un metal cubierto en oro.

Hubieron de pasar 152 años para que ese libro fuera empleado de nuevo. Fue Barack Obama, en su segundo juramento como presidente, quién recuperó ese ejemplar para la ceremonia, en la que también usó la biblia de Martín Luther King. Trump y ahora Biden continuan la costumbre.

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"Recordaremos este día como el día en que la gente volvió a tener el control de su gobierno". Esta fue una de las frases más destacadas del discurso que Donald Trump pronunció el 20 de enero de 2017 frente al Capitolio, ante una multitud que le aclamaba como el salvador de Estados Unidos. 4 años después, ese mismo lugar ha significado el fin de la era Trump y, como mínimo, una serie de juicios por los que puede ser condenado tras el asalto producido.

El acto de la toma de posesión de 2017, donde Obama dejaba de ser presidente, fue la primera polémica de Trump e iba a marcar su actitud durante sus 4 años de legislatura. Fue en relación al número de asistentes al discurso en torno al Capitolio. "Vi como 1 millón, 1 millón y medio de personas", aseguró el magnate sin ningún tipo de argumento. Los datos que aportó el metro de Washington indicaban una cifra mucho menor, pero a Trump no le importaba. Él decía la verdad. Para los siguientes 4 años iba a haber dos verdades, las de Donald y las argumentadas.

Pero su mandato ha llegado a su fin y, tras las elecciones del pasado 3 de noviembre, el demócrata Joe Biden tomó posesión del cargo el pasado miércoles 20 de enero. Lo hará por primera vez en 152 años sin que su antecesor esté presente en el acto. Con o sin él, Biden pasará a ser el presidente número 46 de la historia de Estados Unidos. En las consecuentes tomas de posesión han sucedido episodios variados, desde fiestas descontroladas hasta un vicepresidente que acudió borracho al evento.

El séptimo presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, entró a la presidencia por todo lo alto. Era el primer presidente que no formaba parte de la aristocracia y eso provocó que sus seguidores fuesen más numerosos, porque se veían identificados con él.

La toma de posesión del cargo se produjo el 4 de marzo de 1829. Tras el acto, miles de personas decidieron entrar en La Casa Blanca para estrechar la mano con el nuevo presidente. Así, poco a poco se fue llenando el edificio y un total de 20.000 personas ocuparon las diversas salas. Comenzaron a beber alcohol, mayoritariamente whisky, y la situación se descontroló. Se produjeron peleas, robos e incluso una avalancha humana que casi acaba con la vida del presidente Jackson, que tuvo que salir por una puerta trasera.

Andrew Jackson, el espejo al que se asomó Donald Trump.

La fiesta terminó, aseguraron los asistentes, porque les prometieron que les darían más alcohol en otro lugar cercano a La Casa Blanca. Aun así, se destrozaron lujosas alfombras y tapices, al igual que cuadros y jarrones.

Trump aseguró su ausencia a la ceremonia de la toma de posesión de Biden. Sigue con su discurso de fraude electoral, aunque asumió que sus días en La Casa Blanca llegaban a su fin. Sin embargo, no es el primero que renuncia a asistir al acto de su sucesor. Contando a Trump, son ya cuatro los presidentes que no lo han hecho.

Dichos dirigentes son John Adams (1797-1801); John Quincy Adams (1825-1829); Andrew Johnson (1865-1869). Cada uno lo hizo por una razón diferente. Adams decidió no acudir al acto del nuevo presidente, Thomas Jefferson, a pesar de que era su número dos. Alegó que el país había vivido una campaña electoral muy tensa, llegando incluso a poner en riesgo la legitimad de las instituciones democráticas, por lo que prefirió no acudir. Su hijo y también presidente, John Quincy Adams, no asistió a la inauguración de su sucesor Andrew Jackson en 1829. La relación entre ambos era muy tensa y Jackson le acusó en 1824 de haber ganado las elecciones debido a diversas corruptelas. A pesar de que hubo varios intentos de reconciliación, cuando Adams hijo perdió las elecciones en 1829, decidió no acudir a la toma de posesión de Jackson. Por último, Andrew Johnson es el que más similitudes tiene con Donald Trump. Era el vicepresidente con Lincoln, y tras su asesinato se erigió como presidente del país. Tras una serie de escándalos, fue procesado por la Cámara de Representantes y el Partido Republicano se negó a nominarlo como candidato. Ulysses S. Grant, su sucesor como presidente, vio como Johnson no solo no acudía a la ceremonia, sino que estuvo hasta el último día legislando y ejerciendo de presidente, como si nunca fuese a dejar el cargo.

John Adams, segundo presidente. 4 de Marzo de 1797- 4 de Marzo de 1801. Precedido por George Washington y sucedido por Thomas Jefferson.

Otro de los momentos más recordados en la historia de las tomas de posesión en Estados Unidos lo protagonizó Andrew Johnson, vicepresidente de Abraham Lincoln, en 1865. Ocurrió antes de suceder en el cargo a Lincoln, cuando juró su cargo en los alrededores de La Casa Blanca. Tras el juramento, comenzó a pronunciar su discurso ante los asistentes al acto. Allí, estos no tardaron demasiado en ver que algo raro estaba sucediendo, porque la pronunciación de las palabras de Johnson no era la habitual. A medida que seguía hablando se hacía más obvia su situación, estaba borracho. Desde el ejecutivo no tuvieron otra opción que dar la cara, y aseguraron en la versión oficial que todo se debió a un 'whisky medicinal' que Johnson estaba tomando para combatir una malaria. La versión no convenció demasiado a los estadounidenses y Lincoln tuvo que salir en su defensa: "Conozco a Andrew Johnson desde hace muchos años. Tuvo un resbalón el otro día, pero no se asusten; no es un borracho", concluyó.

Por último, una de las anécdotas que más se recuerdan en las tomas de posesión de un presidente es la que protagonizó Ulysses S. Grant en 1873. El sucesor de Andrew Johnson decidió que, ya que este no iba a acudir a su ceremonia, se podían traer a 100 canarios para que cantasen durante el acto. Y, como no podía ser de otra manera, así se hizo. Cuando Grant llegó al Capitolio, estaban los 100 pájaros en sus jaulas preparados. Sin embargo, no contaron con el clima. Ese día Washington estaba nublado y la temperatura era muy baja. Tanto era así, que la gran mayoría de los animales murieron durante la ceremonia a causa de una congelación.

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Ilustración que muestra a George Washington, primer presidente de EE UU, jurando el cargo en el balcón del Federal Hall de Nueva York, el 30 de abril de 1789.

Imagen de la investidura de Abraham Lincoln en 1861 en un Capitolio todavía sin cúpula.

Traspaso de poderes entre los presidentes H. Hoover (izda.) y F. D. Roosevelt (dcha.) en la investidura de 1933.

Harry S. Truman pronuncia un discurso, durante su investidura como presidente, el 20 de enero de 1949.

John F. Kennedy, como nuevo presidente tras su investidura el 20 de enero de 1961.

Lyndon B. Johnson jura el cargo de presidente de EE UU, a bordo del Air Force One, por la jueza federal Sarah T. Hughes, tras el asesinato de John F. Kennedy. Por motivos de seguridad la investidura tuvo que realizarse en el avión presidencial, el 22 de noviembre de 1963.

Ronald Reagan jura el cargo de presidente de los EE UU, el 21 de enero de 1985.

Ceremonia de proclamación de George W. Bush como presidente en 2001. A la izda., el presidente saliente, Bill Clinton.

Investidura de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos ante el presidente de la Corte Suprema de Justicia John Roberts, 2009.

Donald Trump, jurando al cargo de presidente, el 20 de enero de 2017.

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En un país tan apegado a los ritos y las tradiciones como Estados Unidos, el inaugural address, el discurso de la toma de posesión, guarda un lugar especial en la historia. Quien más quien menos, todos y cada uno de los 46 presidentes de Estados Unidos -desde el primer jefe de Estado, George Washington hasta el último inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump- han aspirado a pasar a la posteridad con sus primeras palabras pronunciadas después de jurar el cargo. Algunos sin duda lo han conseguido. Ahí está el discurso de John F. Kennedy en 1961, uno de los más cortos con sus 1.355 palabras de duración, compuesto por frases y palabras cortas. O el de Abraham Lincoln en 1865, al asumir su segundo mandato con un país asolado por la guerra civil. El presidente eligió dar un mensaje de generosidad y concordia cuando muchos de sus seguidores le pedían que jurase venganza y castigo a los confederados.

También quedó grabado en la historia, por otras razones, el discurso hace cuatro años de Donald Trump, dibujando un Estados Unidos apocalíptico y erigiéndose como el líder salvador que iba traer de vuelta el orgullo de ser americano.

George Washington, 1789: "Ningún pueblo puede sentirse más obligado a reconocer y adorar la mano invisible que conduce los asuntos de los hombres que el de Estados Unidos".

Abraham Lincoln, 1865: "Sin malicia hacia nadie, con compasión para todos, con la firmeza en lo justo que Dios nos concede para distinguir lo correcto, esforcémonos para terminar la tarea y sanar las heridas de la nación".

Franklin D. Roosevelt, 1933: “A lo único a que hay que tener miedo es al propio miedo”.

John F. Kennedy, 1961: "No te preguntes qué puede hacer el país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país".

Ronald Reagan, 1981: "En la crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema".

Bill Clinton, 1997: "No hay nada malo en América que no pueda curarse con lo que hay de bueno en América".

George W. Bush, 2001: "Nos enfrentamos a las armas de destrucción masiva para salvar al nuevo siglo de los nuevos horrores".

Barack Obama, 2009: "Se nos exige una nueva era de responsabilidad con nosotros, con nuestra nación y con el mundo".

Donald Trump, 2017: "Madres y niños están atrapados en la pobreza, las fábricas están obsoletas, pandillas de delincuentes y las drogas roban vidas y talento... Esta carnicería americana termina aquí y ahora".7

Discurso inagural de John F. Kennedy.

Barack Obama se despidió de la presidencia de Estados Unidos copiando a Kobe Bryant. En la anual cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, el presidente de EE.UU, aventuró que Hillary Clinton seria su sucesora, cargó contra la inexperiencia internacional de Donald Trump y metió dos guiños baloncestísticos en su discurso de despedida. Primero se refirió a la pifia de Ted Cruz en Indiana cuando evocó la mítica escena de Gene Hackman en Hoosiers señalando que la altura del aro de una canasta es la misma en todas partes. El aspirante se refirió a "basketball ring" (anillo) en lugar de "hoop" (aro) y fue objeto de burla viral desde ese momento.

El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se dirigió a los dolientes en el funeral por el ícono de los derechos civiles John Lewis, en honor a la vida del difunto congresista en un poderoso elogio. Obama describió el legado de derechos civiles de Lewis y dijo que, aunque su fe fue puesta a prueba "una y otra vez", era "un hombre de pura alegría y perseverancia inquebrantable". "No solo aceptó esa responsabilidad, sino que la convirtió en el trabajo de su vida", dijo el ex presidente. "John Lewis será el padre fundador de ese Estados Unidos más pleno, más justo y mejor". Obama también hizo referencia a las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2020 y a las actuales protestas contra el racismo en todo el país, diciendo que "hay quienes están en el poder que están haciendo todo lo posible para disuadir a la gente de votar" y "socavando el servicio postal en el período previo a una elección." Culminando una celebración de la vida de seis días en honor al congresista. Lewis murió el 17 de julio a la edad de 80 años.

El presidente Barack Obama pronunció comentarios en el funeral de John McCain en Washington, DC el 1 de septiembre de 2018.

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Joe y Jill Biden se instalaron en la Casa Blanca el pasado 20 de enero. Los camiones de mudanza ya habían sido vistos en la zona para llevarse los objetos personales de Donald y Melania Trump. El nuevo presidente y la nueva primera dama de Estados Unidos han invertido 100.000 euros en contratar un servicio de limpieza. Parte de ese dinero, 36.000 euros serán para la desinfección de las alfombras que existen en las 132 habitaciones del lugar. Además, también realizarán una remodelación de algunos de los baños que finalizará en mayo por valor de casi un millón de euros. Pese a su nuevo cambio de vida, Jill Biden ha asegurado que continuará trabajando como profesora. Los ex inquilinos de la Casa Blanca ya realizaron una serie de reformas que trajeron consigo grandes polémicas por la separación física del matrimonio y los elevados gastos que conllevaron, llegando a construir una pista de tenis en medio de la pandemia.

Jill Biden, la nueva primera dama, junto a su marido a principios de año en Wilmington.

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En Estados Unidos no hay ninguna ley que estipule que, en unas elecciones presidenciales, el mandatario saliente tenga que reconocer la derrota, pero admitirla y felicitar al ganador, se ha convertido en una tradición en la historia moderna del país. Desde la celebración de los comicios hasta la toma de posesión del presidente, transcurren aproximadamente 75 días para que la administración saliente, en caso de no haber una reelección, ceda los mandos al nuevo presidente electo. Es lo que se conoce como el periodo de transición presidencial, una etapa importante que, de ser aprovechada, marca la diferencia para que el nuevo presidente y su equipo estén preparados para el inicio del nuevo mandato tras la toma de posesión ante las escalinatas del Congreso el 20 de enero, día establecido para la celebración del histórico acontecimiento.

Los presidentes salientes, a los que se les suele llamar lame duck (pato rengo o cojo) han reconocido habitualmente en la historia reciente, la victoria de su rival la misma noche de los comicios. Les dan la enhorabuena, les llaman por teléfono (telegramas en otros tiempos), les desean suerte, les invitan a la Casa Blanca. Se implican para facilitarles el camino, y les ponen al día de todo lo necesario e importante que el nuevo Gobierno necesita saber para comenzar cuanto antes su nueva agenda de trabajo. Incluso se ha convertido en una peculiar tradición a lo largo de los años, que el presidente saliente deje una amable carta en el Despacho Oval dirigida a su sucesor. Sin embargo, la transición de poderes tras los comicios de este año, es muy diferente a cualquiera de las anteriores. Cuando Biden alcanza 306 votos electorales tras haberse hecho con la última victoria en Georgia el viernes, el presidente Trump se mantiene firme, acusando a los demócratas de haberle robado las elecciones. Aunque hasta el momento, no ha presentado pruebas evidentes que lo corroboren ante los tribunales, Trump espera un cambio en el resultado electoral. Ni está dispuesto a rendirse, ni le va a poner fáciles las cosas a Biden en lo que se refiere al traspaso de poderes. De hecho, con su bloqueo, Biden y su equipo no pueden, entre otras cosas, acceder a los informes de inteligencia ni a los fondos federales asignados a la transferencia del poder.

Recientemente, la nieta del expresidente republicano George HW Bush (1989-1993), Jenna Bush Hager, se emocionaba en una entrevista en televisión al recordar la carta que su abuelo escribió a su sucesor, el demócrata Bill Clinton tras perder las elecciones en 1992. La que dejó sobre la mesa del Despacho Oval, para dar la bienvenida al nuevo presidente. “Estimado Bill: Cuando entré a esta oficina hace un momento, sentí la misma sensación de asombro y respeto que sentí hace cuatro años. Sé que tú también sentirás eso. Te deseo una gran felicidad aquí. Nunca sentí la soledad que han descrito algunos presidentes”, redactó en sus primeras líneas.

“Habrá tiempos muy difíciles, aún más difíciles por las críticas que quizás no consideres justas. No soy muy bueno para dar consejos, pero no dejes que los críticos te desanimen o te desvíen del rumbo”. Bush terminó la carta escrita a mano fechada el 20 de enero de 1993, prestando a Clinton su apoyo durante sus inicios a la presidencia: “Será nuestro presidente cuando lea esta nota. Te deseo lo mejor. Le deseo lo mejor a su familia'', dijo. “Su éxito ahora es el éxito de nuestro país. Te estoy apoyando mucho. Buena suerte, George”.

Después de su fallido esfuerzo por ser reelegido en 1992, George H.W. Bush padre citó a Winston Churchill y dijo que le habían dado la “Order of the Boot” (literalmente, “Orden de la Bota”, aludiendo a que lo habían sacado “de una patada”), según el historiador Michael Beschloss. Bush manifestó que podía aceptar su derrota por su “profunda devoción hacia el sistema político con el que esta nación prosperó durante dos siglos”.

Cuando Bush llegó a la presidencia, también se encontró una bienvenida en forma de papel de la mano de su predecesor, Ronald Reagan. Se daba la circunstancia de que Bush ya había sido vice-presidente con Reagan y los dos eran del Partido Republicano. En sus siete páginas manuscritas no faltaron el humor y la cordialidad, acordes con la personalidad del actor transformado en político, como cuando bromeó comentando lo agradable que resultaba viajar todo el tiempo gratis en un avión, o lo pesado que era tener que usar un smoking cuando se va al baño. Al margen de las anotaciones más ocurrentes, Reagan le asegura que todo presidente de paso por la Casa Blanca extraña tremendamente su casa real, a la que llama su “cobertizo privado” para advertirle después que “llorarás todas las noches y les pedirás (al Servicio Secreto) que te dejen salir, pero no te lo permitirán”. Reagan dejó también al presidente saliente otro breve mensaje escrito en una de las hojas de un pequeño cuaderno que dejó guardado en el cajón del escritorio del Despacho Oval. En la parte inferior de la hoja, se ilustra el dibujo de un elefante, símbolo del Partido Republicano, con varios pavos subidos al lomo. En el encabezado, se puede leer: "No dejes que los pavos te desanimen", para continuar diciendo: "Tendrás momentos en los que quieras usar esta papelería en particular. Bueno, hazlo. George, atesoro los recuerdos que compartimos y deseamos todos ustedes lo mejor. Estarán en mis oraciones. Dios los bendiga a ustedes y a Barbara. Me perderé nuestros almuerzos de los jueves. Ron".

Clinton y Bush se han convertido en buenos amigos.

Entre 2008 a 2009, con el presidente saliente, George W. Bush, continuó la tradición de la carta dirigida al presiente entrante, Barak Obama, y siguiendo el ejemplo de su padre, y otros muchos presidentes, fue afectuoso y cercano con el nuevo mandatario: “Querido Barack, Felicitaciones por convertirte en nuestro Presidente. Acabas de comenzar un capítulo fantástico de tu vida”. Tras ensalzar “el honor de sentir la responsabilidad que sientes ahora”, y vaticinarle que pasará por “momentos de pruebas difíciles”, le recuerda que tendrá “a Dios para confortarte y a una familia que te ama, además de un país que estará pujando por ti, incluyéndome. No importa lo que suceda, te inspirará el carácter y la compasión de la gente a la que ahora lideras”, despidiéndose con un “Que Dios te bendiga. GW”.

Obama se reunió con Trump apenas 48 horas después de las elecciones procediendo a una transición de poder sencilla y sin sobresaltos, tal y como George W Bush hizo con él. En los jardines de la Casa Blanca, el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, declaró que “el traspaso de poder pacífico es una de las señas de identidad de nuestra democracia”. Cuando Donald Trump tomó posesión en enero de 2017, Obama le dejó una carta en el cajón de la mesa del Despacho Oval, que el presidente entrante calificó como “reflexiva y hermosa”. El inicio de su mensaje se aleja de los estilos más afectuosos habituales en la historia reciente, al dirigirse a su sucesor con un “Estimado señor presidente”, aunque inmediatamente le felicita “por tan notable carrera”, esperando, en base a la confianza que “millones de personas han depositado en usted”, que independientemente del partido, esperan de él “mayor prosperidad y seguridad durante su mandato”. Obama comparte algunas reflexiones de sus ocho años en la presidencia, y concluye despidiéndose en nombre de su mujer, Michelle Obama y él, para desearle lo mejor “en esta gran aventura”. Está escrita en un tono educado más que coloquial producto probablemente de la agitada carrera presidencial de 2016, pero aún así, la transición se produjo dentro de los cánones establecidos. La transferencia pacífica del poder ha sido una norma desde 1800, cuando el segundo presidente del país, John Adams, se convirtió en el primero en perder su candidatura a la reelección y abandonó silenciosamente Washington, DC en una diligencia matutina para evitar asistir a la toma de posesión de su sucesor Thomas Jefferson. Algunos de los primeros candidatos presidenciales enviaron cartas de felicitación a sus oponentes, relata, John R. Vile, decano de ciencias políticas de la Universidad Estatal de Middle Tennessee en Murfreesboro, quien ha escrito sobre la historia de los discursos de concesión. “Las concesiones formales no se convirtieron en una costumbre electoral hasta 1896, cuando el republicano William McKinley derrotó al demócrata William Jennings Bryan”, señala el profesor.

Bush hijo dedica unas lineas al nuevo presidente Clinton.

La tradición de escribir las famosas cartas a los sucesores presidenciales en la historia reciente, tuvo un tropiezo en el año 2000, cuando Al Gore llamó a George W. Bush hijo para reconocer su revés y poco después volvió a llamarlo para dar marcha atrás al surgir dudas acerca del resultado en el estado clave de Florida. “A ver si entiendo bien”, le dijo Bush a Gore en una llamada telefónica: “¿Me estás llamando para decirme que ya no reconoces mi victoria?”. Cuando Bush fue confirmado como ganador por la Corte Suprema, Gore volvió a llamarlo: “Hace un rato llamé a George W. Bush y lo felicité por ser el 43 presidente de Estados Unidos”, relató Gore. “Y le prometí que no volvería a llamarlo esta vez”. El reconocimiento de la victoria es un gesto cívico que pone fin al proceso electoral. Hasta las carreras presidenciales más polémicas de la historia de Estados Unidos han terminado siempre con la admisión de las derrotas. Sin embargo, en los días que corren la preciada carta que tradicionalmente dejan los “patos cojos” a sus sucesores, se encontraba en la cuerda floja.

Albert Arnold Gore, también conocido como «Al» Gore, Jr. es un político, abogado y filántropo estadounidense que sirvió como el 45°. vicepresidente de los Estados Unidos bajo el mandato del presidente Bill Clinton. Fue el candidato del Partido Demócrata para la elección presidencial de 2000 y perdió contra George W. Bush.

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En 1861, al acceder a la presidencia de Estados Unidos, Abraham Lincoln, inauguró lo que él llamaba «A public opinion bath» (un baño de opinión pública). Así, abría las puertas de la casa blanca a cualquier ciudadano que quisiera hablar con él. Era una comunicación directa, sin intermediarios, en el que el presidente escuchaba al ciudadano, y éste escuchaba de Lincoln, de su propia voz, sus soluciones e ideas para el país. Esto generaba confianza y proximidad del político con su pueblo.

Por supuesto, no puede hacerse en la actualidad por razones obvias de agenda, de seguridad y porque habría colas kilométricas en Washington DC. Pero son las nuevas tecnologías las que pueden ayudar a conseguirlo, o al menos a aproximarse en algo a lo que eran las «public opinion baths». En su campaña, Obama lo intentó, generando comunidad y medios para que los ciudadanos tuvieran información de primera mano de lo que hacía y pensaba el candidato, a través de correos electrónicos, sms, redes sociales … Intentó y logró un sentimiento de proximidad entre él y sus votantes. Una vez logrado ganar las elecciones creó change.gov, donde los ciudadanos podian escribir qué necesitaban, qué pensaban, qué proponian … El día que fue nombrado presidente, Obama recibió un libro con todos esos mensajes recogidos. No es el único paralelismo que se ha visto entre Lincoln y Obama, sobretodo en los últimos días de campaña. Obama hizo el mismo recorrido que hiciera Lincoln en 1861, los 220 kilómetros en tren desde Philadelphia hasta Washington (Obama paró en Wilmington para recoger a Joe Biden y esposa, y en Baltimore para dar un míting). Además, al llegar a Washington, Obama hizo un gran discurso en el Lincoln Memorial, a los pies de la estatua del que fuera su predecesor 147 años antes.

Hay diferentes símbolos que se entremezclan y que explican la naturaleza de estos paralelismos entre ambos personajes (paralelismos que pese a que puedan existir o no, desde el equipo de campaña de Obama intentaban dar a conocer). Para empezar, Obama queria que se le viera como un presidente próximo, que buscaba la unidad y la reconciliación (como Lincoln intentó hacer en su discurso de Gettisburg), un héroe americano (en la guerra de secesión y por sus decisiones en la casa blanca), un patriota, un símbolo de la libertad, un icono americano, símbolo de valores del país, figura histórica que remite a los orígenes de Estados Unidos como potencia, que genera sentimientos, un presidente querido por todos los colores y razas. Todo ésto es lo que Obama queria decir al seguir los pasos de Lincoln desde Philadelphia a Washington (además, Philadelphia es la cuna de la declaración de independéncia en 1776, otro símbolo).

En su discurso en Washington, Obama habló bajo la estatua de Abraham Lincoln, que nos sirve de referente visual a lo que dijo. Habló también desde el mismo sitio que en 1963 Martin Luther King hizo su famoso discurso «I have a dream«, en el cual recordó también que cien años antes, en 1863, se había abolido la esclavitud por Lincoln en ese mismo lugar. También habló Martin Luther King III, que rindió tributo a la figura de su padre, el líder de los derechos civiles asesinado hace 40 años. A él se unieron actores como Tom Hanks, que recordó las palabras de Lincoln, quien gobernó en medio de una guerra civil que desangró a EEUU. El equipo de campaña (y ya de comunicación) nos llevó de referencia histórica en referencia histórica, nos remitió al pasado, a paralelismos con grandes personajes de la memoria común estadounidense.

Entre aquello y hoy ha pasado un candidato que se marcha con el peor porcentaje de popularidad.

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