Aunt Jemima es una marca comercial de harina para tortitas,
almíbares, y comida para desayunos, propiedad de Quaker Oats
Company. La marca se remonta a 1893, aunque la fórmula para
tortitas de Aunt Jemima apareció en 1889. La Quaker Oats Company
primero registró la marca Aunt Jemima en abril de 1937. Aunt
Jemima originalmente se originó en el minstrel como personaje
estereotipado del reparto afroamericano, aparentemente agregado
posteriormente al período de reconstrucción que siguió a la
Guerra de Secesión. El personaje de la tía Jemima se basa
en el arquetipo de "Mammy" esclavizado. El 17 de junio de
2020, tras el asesinato de George Floyd y las protestas posteriores,
Quaker Oats anunció que la marca de la tía Jemima sería renombrada
"para avanzar hacia la igualdad racial". La inspiración para
Aunt Jemima fue la canción de minstrel y vodevil "Old Aunt
Jemima" de Billy Kersands, escrita en 1875. Sigue siendo uno
de los logotipos y marcas registradas de mayor duración en
la historia de la publicidad estadounidense.
El minstrel era un género teatral musical, racista,
típicamente estadounidense, cuyo periodo de mayor esplendor
se sitúa entre 1840 y 1900. Se trataba de un género
que, de alguna manera, aunaba la ópera inglesa con la
música de origen negro, procedente de las plantaciones
del sur.
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Quaker Oats introdujo el jarabe de tía Jemima en 1966. Este
fue seguido por el jarabe de tía Jemima Butter Lite en 1985
y el jarabe de mantequilla en 1991. Los alimentos congelados
de la tía Jemima obtuvieron una licencia de Aurora Foods en
1996, que fue absorbida por Pinnacle Foods Corporation en
2004.
La versión original del logo de Aunt Jemima fue dibujado
por H. Gene Miller, pero nunca se dio el debido crédito en
forma oficial. Él también dibujó el logo de la compañía de
pasta San Giorgio. El término "Aunt Jemima" a veces se considera
la versión femenina del "Tío Tom". Ella viene siendo el típico
arquetipo de la "mammy", la sirvienta afroamericana con delantal
y bandana que sirve y vela por el bienestar de los blancos.
En México, durante la década de 1980, la harina para Hot Cakes
(Tortitas) se comercializó con el nombre de "La Negrita",
la cual era representada con un personaje de la cultura afrocaribeña.
En el musical Cats se ha cambiado el nombre del personaje
Jemima por Sillabub en algunas de las producciones para evitar
las connotaciones racistas del nombre creadas por el personaje
de Aunt Jemima.
Publicidad en el New York Tribune de 1909.
En la "Cocina Americana" de Amelia Simmons, se cree que es
el primer libro de cocina totalmente estadounidense, publicado
en 1796, tenemos dos recetas para panqueques, una "Johny Cake
o Hoe Cake", que requiere leche, harina de maíz y melaza,
otra para "Indian Slapjack", que deja caer la melaza, pero
agrega cuatro huevos. El hot cake (del inglés pancake y hotcake),
también llamado tortita, panqueque o panqueca, es un pan plano,
redondo, salado o dulce, cuya masa contiene usualmente leche,
mantequilla, huevos, harina, levadura, azúcar, sal y opcionalmente,
una esencia o extracto (ej. vainilla o canela). El éxito de
esta mezcla en sus orígenes fue el polvo de hornear (levadura
química que permite dar esponjosidad a una masa).
En 1889, dos empresarios hicieron una combinación
para hace hot cakes, y la bautizaron como Aunt Jemima, inspirados
en la cancion "Old Aunt Jemima" de Billy Kersands, escrita
en 1875. Al poco tiempo se la venden a R.T. Davis, quien tuvo
la idea de contratar a una persona real como portavoz de la
nueva marca: Nancy Green, afroamericana, quien nació esclava
en Kentucky en 1834, y luego de personificar a este mítico
personaje, con pañoleta roja en la cabeza en 1890, su rostro
se hizo famoso y recorrió gran parte de la unión americana
dando exhibiciones y entrevistas, murió en 1923. Después le
siguieron Edith Wilson, la actriz Ethel Ernestine Harper,
Rosie Hall y Aylene Lewis que fue la última hasta 1960. La
imagen de la mujer hoy en la caja es sólo una ilustración.
Fue después cuando se introdujo también la miel "sabor maple".
Jugando con el estereotipo.
Los descendientes de las dos primeras Aunt Jemima
demandaron a la empresa Quaker Oats, actual dueña de la marca,
afirmando que ellas fueron las que crearon la receta para
la primera mezcla. También que a Green se le ocurrió la idea
de agregar leche en polvo para darle más sabor a los hot cakes;
ninguna de las demandas prospero.
¿Es racista 'Lo que el viento se llevó'?
HBO retira la mítica película ante la polémica La plataforma
ha decidido quitarla de forma temporal de su catálogo
en EEUU por ofrecer una visión idealizada de la esclavitud.
La plataforma de "streaming" HBO Max ha
retirado la película Lo que el viento se llevó de su
catálogo en EEUU después de que la cinta de 1939 haya
sido criticada durante años por ofrecer una visión idealizada
de la esclavitud y perpetuar estereotipos racistas.
El movimiento coincide con la decisión de otras compañías
como Disney, que evitó incluir en su nueva plataforma
Song of the South" (Canción del Sur) -un filme polémico
desde su estreno en 1946- o la cadena de televisión
Paramount que canceló el programa de telerrealidad Cops
protagonizado por policías de Estados Unidos, estrenado
en 1989 como un formato que grababa a agentes en operaciones
reales. Su emisión ha estado acompañada de polémicas
por "glorificar" el trabajo de los policías, además
de "estereotipar" los perfiles de la criminalidad, según
grupos civiles.
La retirada de Lo que el viento se llevó
llega un día después de que el diario Los Angeles Times
publicara una columna de opinión, firmada por John Ridley
-guionista de 12 años de esclavitud-, en la que solicitaba
la medida porque la historia "glorifica" la esclavitud
durante la Guerra de Secesión de EE.UU., "ignora sus
horrores y perpetúa los estereotipos más dolorosos para
las personas de color".
Tras retirarla de su catálogo, la plataforma
ha asegurado en un comunicado que se trata de una retirada
temporal, ya que volverá con una explicación de su "contexto
histórico" que señale los prejuicios raciales que contiene.
Cuando la actriz afroamericana Hattie
McDaniel ganó el Óscar por su interpretación de una
esclava, se tuvo que sentar separada de sus compañeros
al final de la sala por las leyes de segregación racial.
"La película volverá con una discusión
de su contexto histórico y una denuncia de esas mismas
representaciones, pero se mostrará tal y como se creó
originalmente, porque hacer lo contrario sería lo mismo
que afirmar que estos prejuicios nunca existieron",
explicó un representante de la compañía a The Hollywood
Reporter. El periodo histórico en el que se basa la
película, y la novela original, es un capítulo aún controvertido
en la sociedad estadounidense ya que los estados del
sur querían proclamar la independencia al negarse a
abolir la esclavitud. Lo que el viento se llevó ya fue
señalada en su época por activistas como el guionista
afroamericano Carlton Moss, quien criticó las estereotipadas
caracterizaciones de los personajes negros por ser "perezosos,
torpes, irresponsables" y mostrar una "radiante aceptación
de la esclavitud".
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Reacciones de la cultura pop a los recientes
acontecimientos.
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En una granja abandonada a orillas del Eno, en West Point
on the Eno, Durham, Carolina del norte, se encontraron en
los años setenta cerca de setecientos negativos en blanco
y negro. El tiempo había dejado su inevitable huella en estas
placas de cristal, algunas de ellas rotas, desperdigadas entre
la paja de un granero y el que había sido el cuarto oscuro
de su autor, Hugh Mangum (1877-1922), quien murió inesperadamente
a los 44 años. Condenados a la demolición, los edificios fueron
salvados en el último momento y con ellos el importante legado
del fotógrafo. Una pequeña parte de su obra pudo verse este
año en la galería Cámara Oscura de Madrid. Se trató
de la primera exposición organizada en Europa del desconocido
autor.
La muestra estuvo compuesta por 11 retratos. Impresos a distintos
tamaños, sus protagonistas nos observan desde un pasado de
más de un siglo a través de una variedad de gestos y expresiones,
raros de encontrar en los habitualmente rígidos retratos de
la época. En algunos casos las figuras de los retratados se
superponen. Todos ellos fueron realizados durante un tiempo
caracterizado por una creciente discriminación racial, y,
sin embargo, nos encontramos con personajes de raza negra.
“Mangum rompió los estereotipos de la época”, destacaba el
galerista Juan Curto, quien definió el conjunto como
“un proyecto de arqueología fotográfica”, un tipo de trabajo
al que estamos más acostumbrados a ver en un museo que en
una galería comercial. “Un descubrimiento de un gran fotógrafo
artístico no se hace todos los días”.
Mangum era un fotógrafo itinerante cuando, en la última década
del siglo XIX, en los Estados sureños de Estados Unidos entraron
en vigor las leyes de segregación racial conocidas como "Jim
Crow". El matrimonio entre razas quedaba prohibido, las tiendas,
restaurantes y hoteles debían ofrecer distintos accesos para
la gente de color y se establecieron escuelas separadas, así
como medios de transporte. El fotógrafo se desplazaba en tren
por Carolina del Norte, Virginia y Virginia del Oeste. Allí
montaba un estudio al que daba acceso a todo tipo de clientela:
negros y blancos, ricos y pobres. Aun así, no existe suficiente
evidencia que asegure que su intención fuera desafiar las
leyes. “Por aquel entonces existían varios estudios de retratos
permanentes en la zona. Cabe la posibilidad de que abriera
uno al comienzo de su trayectoria como fotógrafo, y que más
tarde lo abandonará”, comenta Margaret Sartor, comisaria de
la exposición junto con Alex Harris (ambos son investigadores
en la Universidad de Duke, donde se conserva el archivo del
fotógrafo. Han editado un monográfico, Where We Find Ourselves:
The Photographs of Hugh Mangum, 1897-1922).
“La evidencia sugiere que ser itinerante le hacía menos responsable
ante las cada vez más restrictivas leyes de segregación. Pero
también es verdad que realmente simpatizaba con la gente.
Le interesaba cada individuo, y ser itinerante aumentaba la
posibilidad de hacer más retratos. Los estudios permanentes
normalmente atraían a una clientela de clase alta que tenía
que dejar firmado su encargo. En la mayoría de las poblaciones
de Virginia y Carolina del Norte la gente era analfabeta,
y Mangum no exigía ningún registro lo que también contribuía
en atraer a más clientes”.
A principios del siglo XX, el sector industrial
en Estados Unidos estaba en auge y los trabajadores
negros entraron en el mercado laboral, a veces en lugares
de trabajo antes ocupados por hombres blancos, algo
que éstos vieron como una amenaza sumada a la gran ola
migratoria que se estaba produciendo a su vez de sur
a norte. La tensión fue en aumento en ciudades eminentemente
industriales como Saint Louis, Illinois, durante la
primavera de 1917 hasta que a principios de julio se
precipitaron los actos de extrema violencia perpetrados
por centenares de personas blancas. Se dirigieron a
la parte este de la ciudad golpeando y disparando indiscriminadamente
a las personas negras, también a mujeres y niños. Cortaron
el suministro de agua y provocaron varios incendios
que destruyeron sectores urbanos por completo, dejando
sin casa a 6.000 personas. Se calcula que la cifra de
muertes oscila entre 100 y 200 personas. El 28 de julio
del mismo año, la NAACP (National Association for the
Advancement of Coloured People) organizó una marcha
silenciosa en la que participaron 10.000 personas en
señal de protesta contra la que fue llamada la Masacre
de East Saint Louis.
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“Tenía una capacidad asombrosa de lograr que
la gente se relajase y posase con alegría; de forma natural.
Si bien por aquel entonces la fotografía había comenzado a
ser más accesible económicamente, la cantidad de luz disponible
seguía determinando el tiempo de posado. Mangum disparaba
solo una vez y cada disparo es alegre, lo que demuestra su
destreza”, destaca Sartor. Autodidacta como fotógrafo, estudió
arte en el Salem College. Utilizaba una cámara Penny Picture
que le permitía hacer hasta 30 exposiciones en una sola placa
de cristal. Esto se traducía en precios más competitivos para
la gente menos pudiente.
“Resulta fácil establecer comparaciones entre
Mangum y el fotógrafo alemán August Sander en cuanto a que
ambos captaron una muestra representativa de los individuos
que componen una sociedad”, apunta Harris “Pero existe una
diferencia destacable: Sander tenía en mente un proyecto ético,
en el que desarrolló una taxonomía por la cual la gente quedaba
definida por su profesión y su procedencia de clase. Mangum
era mucho más democrático. Trataba a todos por igual, de forma
que el espectador no tiene la sensación de que el autor intente
reflejar el lugar del retratado dentro de la sociedad”.
Llaman la atención los retratos superpuestos.
“Cuando se encontraron las placas, algunas estaban pegadas
entre sí”, señala Harris. “En algunos casos no fue posible
separarlas durante el proceso de restauración. Pero en otras
ocasiones, debido a un error, el autor exponía dos veces el
negativo, dando como resultado esta sobreposición”. Aun así,
los comisarios decidieron incluirlos en la exposición con
el fin de mostrar la acción de los distintos agentes de alteración
y deterioro en las placas de cristal. También sorprende al
espectador que, pese a tratarse de obras realizadas en blanco
y negro, se encuentra con copias en color. "Hemos querido
mostrar el colorido causado por el impacto del tiempo. De
ahí que el color y el deterioro se convierten en metáforas",
destaca Harris. Metáforas que hablan de la fragilidad de la
memoria y de su condición cambiante.
“A pesar de pertenecer a un tiempo pasado, los
retratados se relacionan con el momento actual. Nos conmueven
y nos hacen pensar en la gente de nuestro tiempo. Nos dan
la impresión de que son ellos los que nos miran”, apunta Sartor.
“En un momento como el actual, en el que nos vemos obligados
a volver la mirada atrás y revisar nuestra historia y cómo
esta ha sido interpretada, estos retratos se suman a la narrativa
del presente, a nuestras asunciones sobre las mujeres, sobre
las clases sociales, sobre la raza y sobre la sociedad en
general. Nos ofrecen las imágenes que necesitamos para enfrentarnos
al futuro, porque de alguna forma parecen habitar un mundo
mejor que el que creíamos que habitaban. Aunque esto solo
fuera a través de la mirada del fotógrafo, nos muestran la
posibilidad de una sociedad multirracial. Algo que nunca hubiésemos
pensado que podía existir entonces, pero la evidencia está
en estos negativos.
El olvido y el deterioro de estas placas, es
una metáfora de una historia pasada en la que quizás no nos
hemos detenido con la atención necesaria, y en la que podemos
encontrar muchas contradicciones. Creo que lo que hace realmente
algo poderoso al arte y a la fotografía es precisamente su
capacidad de encarnar las paradojas del tiempo; del deterioro,
del daño y de la fatalidad”.
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El cultivo de algodón fue durante mucho tiempo un componente
clave en la economía del sur de los Estados Unidos, especialmente
en el periodo previo a la Guerra Civil americana. Unas condiciones
climatológicas caracterizadas por las pocas precipitaciones
y un clima templado y mayoritariamente subtropical favoreció
la aparición de grandes extensiones de plantaciones de este
producto textil. Decenas de miles de esclavos trabajaron en
condiciones infrahumanas en los campos hasta la abolición
de la esclavitud, e incluso tras la guerra las malas condiciones
laborales y la explotación de la población negra se alargó
hasta bien entrado el siglo XX. En la imagen, vemos a tres
trabajadoras sembrando algodón en una plantación de los años
50, cuando, a pesar de que todavía era un cultivo importante
para la economía estadounidense, ya había dejado de ser el
principal.
Un grupo de manifestantes armados marchó el pasado
julio en el Stone Mountain Park, cerca de Atlanta, pidiendo
que se retirara el gigantesco monumento. Un monumento
a tres héroes confederados que muchos consideran un
homenaje al racismo. Numerosos movimientos antirracistas
han pedido su clausura definitiva, pero tras varios
días cerrado a causa de las restricciones por el COVID-19,
ha sido abierto de nuevo. Todos los manifestantes portaban
armas de fuego, incluidos fusiles de uso militar, y
algunos llevaban cinturones de munición colgados de
los hombros.
En octubre, el exagente de policía de Minneapolis Derek
Chauvin, acusado de matar a George Floyd, salió
de prisión tras pagar una fianza de un millón de dólares,
según confirmó el departamento de prisiones del
estado. Floyd, afroamericano, murió el pasado 25 de
mayo cuando Chauvin le presionó el cuello clavándole
la rodilla durante varios minutos mientras la víctima
repitió hasta en 20 ocasiones que no podía respirar.
El agente mantuvo la rodilla sobre el cuello de Floyd
incluso cuando este quedó inconsciente. Chauvin y otros
tres agentes que participaron en el operativo fueron
despedidos del cuerpo de policía. Chauvin está acusado
de homicidio y otros delitos. Los otros tres están acusados
por ayudar y ser cómplices del delito y ya salieron
de prisión tras abonar una fianza de 750.000 dólares
cada uno. Actualmente, los cuatro acusados están a la
espera de juicio, que posiblemente se celebre en marzo.
El juez está estudiando una solicitud para juzgarlos
por separado. La muerte de George Floyd desencadenó
protestas contra el racismo en todo el país e incluso
fuera de EEUU.
Fotografía cedida por la oficina del alguacil del condado
de Ramsey de Derek Chauvin, el expolicía blanco acusado
de la muerte del afroamericano George Floyd.
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Solo tenía dos años cuando llegó a Mobile, Alabama,
en julio de 1860, cautiva a bordo del infame Clotilda, el
último barco de esclavos documentado que trajo a africanos
a Estados Unidos. Falleció en 1940 a los 82 años, lo que la
convierte en la última superviviente del último barco de esclavos
conocido. Se llamaba Matilda McCrear. Hace solo un año, se
anunció el descubrimiento de que otra cautiva del Clotilda,
Redoshi o Sally Smith, era la superviviente más longeva. Antes
que ella fue Cudjo Lewis. Ahora, tras meses de investigación,
he determinado que McCrear los sobrevivió a ambos. La nieta
de McCrear, Eva Berry, que ahora tiene 92 años, la recuerda
como una mujer de color con el pelo largo. «Me habló de sus
madres y sus hermanas en el barco, de cómo llegaron a Mobile
y después tuvieron que marcharse cuando las compraron», recuerda.
Un retrato sin fecha de Matilda McCrear, última
superviviente del barco de esclavos Clotilda, la muestra en
sus últimos años. Falleció en 1940 a los 82 años.
Su nieto, Johnny Crear (83), contó que sus antepasados
la describían como una «mujer revoltosa» y hablaban sobre
las «marcas» de su rostro. Olabiyi Babalola Yai, experta en
culturas africanas, explica que esas cicatrices faciales ofrecen
evidencias claras del origen de McCrear. También revelan su
verdadero nombre. «Era una yoruba, como demuestran sus ilà
o marcas étnicas de tipo àbàjà», explica Babalola. Y sus marcas
quieren decir que su oriki, o nombre, era Àbáké, que significa
“nacida par que todos la quieran”. Aquel fue el conmovedor
deseo de los padres de un bebé que pronto sería arrojado a
una miseria inconcebible.
El viaje de Àbáké a la esclavitud en Estados
Unidos comenzó cuando el ejército de Dahomey asaltó su aldea
e hizo desfilar a los prisioneros hasta el puerto de comercio
de esclavos de Ouidah, en el actual Benín. Allí, William Foster,
el capitán del Clotilda, zarpó hacia Alabama con 110 hombres,
mujeres y niños encerrados en la bodega del barco. A bordo
iban una joven madre y sus cuatro hijas, un hombre que se
convertiría en su padrastro y uns sobrina. Àbáké, a quien
más adelante pondrían el nombre de Matilda, era la hija más
joven. Era demasiado pequeña como para recordar la horrorosa
travesía de seis semanas. Pero su madre, a quien renombraron
Gracie, le relató más adelante el angustioso viaje. Con el
paso de los años, McCrear narraría lo que le contó: cómo las
niñas aterrorizadas se aferraron a su madre, gimoteando durante
horas en aquella bodega oscura. El sobrino de Gracie murió
durante la travesía, y también el hijo de un vecino.
El retrato de McCrear en este álbum de fotos
familiar lleva la etiqueta «Bisabuela Tilly Crear». Tras obtener
la libertad, Matilda se cambió el nombre de Creagh (como había
escrito el hombre que la esclavizó) a Craigher y, más adelante,
a McCrear.
Cuando los 108 supervivientes del viaje llegaron
a Mobile, la mayoría fueron enviados a trabajar en plantaciones
locales. Cinco años después, cuando la guerra de Secesión
puso fin a su cautiverio, muchos de los africanos liberados
se congregaron para construir su propia comunidad unida, que
acabaría conociéndose como Africatown. Algunos de sus descendientes
siguen viviendo allí. Hasta ahora, se ha sabido poco sobre
el destino de unos 25 esclavos del Clotilda que fueron «vendidos
río arriba» a plantaciones del Cinturón Negro de Alabama.
Gracie y sus dos hijas pequeñas —Matilda, un bebé, y Sallie,
de 10 años— fueron vendidas a Memorable Walker Creagh, hacendado,
médico y representante del estado. Las dos hijas mayores fueron
a otro comprador y su familia no volvió a saber de ellas.
Una vez en la plantación, Gracie se mudó con un hombre llamado
Guy, otro superviviente del Clotilda.
Un mural del Clotilda adorna un muro de contención
de Africatown, la comunidad cerca de Mobile fundada por algunos
de los supervivientes de los barcos. McCrear formó parte de
un grupo más pequeño que habría sido «vendido río arriba»
y se estableció cerca de Selma, Alabama.
Matilda era una resistente nata y uno de sus
primeros recuerdos fue huir de sus captores. Sallie y ella
se escondieron en un pantano durante horas, pero las descubrieron
los ladridos de los perros del capataz. En 1865, la derrota
de los Estados Confederados trajo consigo la liberación y
la familia adoptó el apellido Craigher. Entonces, el condado
de Dallas albergaba a 368 terratenientes y mercaderes blancos
y a más de 3000 negros sin tierras. Los artículos de primera
necesidad se compraban en la tienda regentada por James McDonald,
el mercader y hacendado más rico de la ciudad de Athens. Gracie
y Guy hablaban poco inglés y se comunicaban principalmente
en lenguaje de signos, así que Matilda, que era bilingüe,
traducía su lista de la compra, que normalmente incluía artículos
como carne, harina, percal, tabaco y otros tentempiés.
Con solo 14 años, Matilda tuvo una hija, Eliza.
El padre, Bob Mose, era un hombre blanco. Aunque la esclavitud
estaba abolida, las niñas y las mujeres negras aún eran objeto
de la conducta de depredación sexual de los hombres blancos.
Matilda tuvo otras dos hijas mestizas durante ese periodo.
En diciembre de 1879, Gracie murió de tuberculosis. Según
su acta de defunción, tenía 60 años y, debido a las penurias
que había sufrido, es posible que hubiera aparentado esa edad,
pero la realidad es que estaba a finales de la cuarentena.
Joe Crear, uno de los hijos de Matilda, se convirtió
en un empresario de éxito en Selma. Tuvo diez hijos, entre
ellos Clara y Thomas y fue un pilar de la comunidad negra.
«Era una persona increíble», afirma Johnny Crear. «Cuando
falleció en 1955, los vecinos mayores me contaron que ayudó
a mucha gente necesitada».
Matilda, que se había quedado sola, trasladó
a su familia a Martin Station, Alabama, cuando un tornado
devastador convirtió Athens en una ciudad fantasma. Conoció
a Jacob Schuler, un encuadernador alemán que había emigrado
a Estados Unidos en 1865 y se había convertido en todo lo
que los negros detestaban y temían con razón: policía, ayudante
del sheriff y capataz. Con todo, en los 17 años siguientes
Matilda y Schuler tendrían siete hijos juntos. Según su nieta,
Eva Berry, «el abuelo Schuler» tenía una buena relación con
sus hijos y no cabe duda de que su relación con Matilda era
conocida en la ciudad. Cuando le preguntaron acerca del matrimonio
muchos años después, Matilda hizo caso omiso de la pregunta
riéndose. Sus hijos (Frederick, Matilda, Sylvester, Emma,
Johnnie, Joe y Thomas) y sus tres medio hermanas (cuatro de
los hijos de Matilda habían fallecido durante la infancia)
se convirtieron en hermanos unidos. Más adelante, pusieron
a sus propios hijos los nombres de sus hermanos, hermanas,
tíos y tías. Sin embargo, su apellido tuvo muchas variaciones:
Craigher, Crear, Creah, Creagh, Creagher, McCreer y McCrear.
Esta última variante ha llegado hasta nosotros como la preferida
por Matilda.
A principios del siglo XX, la situación de McCrear
había mejorado drásticamente y pudo alquilar una granja. Podría
haber prosperado por sus propios medios o en parte porque
Frederick, Matilda y Sylvester eran lo bastante mayores como
para trabajar con ella. Incluso es posible que Schuler contribuyera
a la manutención de la familia. En la década posterior, conforme
el gorgojo avanzaba por los campos de algodón, algunos de
los hijos de McCrear emigraron a las ciudades en busca de
mejores oportunidades. Emma se mudó a Selma; Eliza, a Mobile.
John se asentó cerca de Birmingham, donde trabajó para el
ferrocarril. En 1917, cuando le preguntaron su raza para el
servicio militar obligatorio, respondió «africano». McCrear
se quedó en Martin con su hijo menor, Thomas. Su hijo Joe
vivía tres casas más abajo. Su hija Sallie, ahora viuda y
con cuatro hijos, también se estableció cerca. Sylvester vivía
a cinco casas de su padre de 71 años, Jacob Schuler. Para
1920, más de 20 miembros de la familia residían en Martin.
Kansas City en la decada de 1950.
En 1931, los nietos de McCrear la informaron
de que los veteranos de la Primera Guerra Mundial habían recibido
una bonificación atrasada por su servicio militar. La noticia
motivó a McCrear, que ya tenía 73 años, a levantarse y recorrer
27 kilómetros hasta Selma para argumentar que el gobierno
también tenía una deuda con ella. Un artículo del periódico
de Selma informó de que «Tildy McCrear» creía que haber sido
«arrebatada de su hogar en África, cuando era solo un bebé,
exigía una pequeña compensación». Como prueba de su origen,
presentó tres cicatrices en la mejilla izquierda. Cuando le
dijeron que no habría compensación alguna, mantuvo su dignidad
y le dijo al juez de sucesiones que suponía que no necesitaba
más de lo que tenía. Había adoptado una posición audaz y su
pasión por la justicia ardería más en sus descendientes. Según
el periódico, McCrear también quería desmentir la idea de
que Cudjo Lewis, uno de los fundadores de Africatown, era
el único superviviente del Clotilda y que ella y Sallie Smith
(Redoshi) aún seguían vivas y coleando. Sin embargo, McCrear
confesó que visitar a Lewis había sido uno de los grandes
momentos de su vida. Con su madre, padrastro y hermanas muertos,
él era uno de los últimos vínculos con su pasado y alguien
con quien podía compartir recuerdos. También reveló que había
visitado, presumiblemente con Lewis, el lugar del condado
de Clarke donde habían desembarcado del Clotilda hacía 71
años. En 1937, McCrear se mudó a Selma para vivir con su nieta,
Emma. El 1 de enero de 1940, llamaron al Dr. Nathaniel D.
Walker, un médico negro, cuando McCrear sufrió un accidente
cerebrovascular. Superviviente hasta el final, resistió hasta
el 13 de enero. La enterraron en Martin tres días después.
Clara y Thomas, hijos de Joe Crear.
Es evidente que el nieto de McCrear, Johnny
Crear, ha heredado su espíritu y sus agallas. Crear abandonó
Selma para asistir a la Universidad Xavier en Nueva Orleans
con la intención de no volver a su ciudad natal. Pero en aras
de su alma mater, la única universidad católica negra del
país, decidió devolver algo a su comunidad y regresar a casa.
Durante el movimiento por los derechos civiles, lo arrestaron
y lo encarcelaron acusándolo de asalto con agresión. Su delito
había sido detener a un hombre blanco que intentaba meterse
una serpiente viva por la garganta. El 7 de marzo de 1965
(que más adelante se denominó Sábado Sangriento por la violencia
racial que sacudió Selma), Johnny era un ayudante administrativo
de 28 años en el Hospital Católico del Buen Samaritano, donde
trabajó fervientemente para admitir a los muchos manifestantes
heridos que llegaron.
No hay lápida que señalice su tumba, pero se
cree que Matilda fue enterrada aquí, en el Cementerio de Martin
Station cerca de Safford, Alabama.
Crear se convertiría en administrador del hospital
y proporcionó atención médica a quienes eran demasiado pobres
para pagarla, fue Ciudadano del Año del Rotary Club y un líder
comunitario que figuró en una docena de juntas y que ayudó
a integrar a la comunidad católica. Cuando compartí con él
mi investigación sobre su abuela, tuvo sentimientos encontrados:
sentía orgullo por su coraje y su resiliencia, pero también
resentimiento por lo que la obligaron a sufrir. «Lo primero
que me vino a la cabeza fue que esta información me ayudó
a saber que la secuestraron, la vendieron, la trajeron a este
país y la vendieron como esclava», dijo. «Esta misma información
también me enfadó mucho. Puedes leer sobre la esclavitud y
estar desvinculado de ella. Pero cuando es tu familia, se
vuelve algo cercano y muy real». Uno de los nueve nietos de
Johnny Crear, Paul Calhoun III (27), creció en Atlanta. Asistió
a la Facultad Wharton de Empresariales de la Universidad de
Pensilvania y más adelante, al igual que su abuelo, regresó
a su ciudad natal en el sur de Estados Unidos. ¿Cómo reaccionó
a la historia de su antepasada?: «El orgullo que siento por
mi familia se ha visto reforzado por saber más sobre mi tatarabuela
y su perseverancia pese al desplazamiento, la exclusión, el
trauma y la adversidad», cuenta. «Su orgullo crea cierta presión
personal por perseverar personal y públicamente».
El nieto de Matilda, Johnny Crear, participó
en la lucha por los derechos civiles en Selma. «Puedes leer
sobre la esclavitud y estar desvinculado de ella», cuenta.
«Pero cuando es tu familia, se vuelve algo cercano y muy real».
Cuando le pregunté sobre la perspectiva histórica
en general, Calhoun me dijo: «Creo que la historia de Matilda
arroja luz sobre los intentos de acallar las voces de los
exesclavos y sus descendientes. Espero que pueda contextualizar
mejor la historia del tráfico de esclavos y que sirva como
moraleja de lo que pasa cuando el gobierno margina a la gente».
Durante los últimos 160 años, mientras el Clotilda yacía en
el fondo del río Mobile, los Crear, con todas las variantes
de su apellido, se han enfrentado tenazmente a pronósticos
adversos. Su historia refleja a las fuertes madres africanas
que cuidaron a sus hijos de los barcos negreros hasta los
agotadores campos de algodón; a los niños obstinados que se
desarraigaron en busca de una vida mejor; a los nietos luchadores
y a sus hijos. Es una historia profundamente afroamericana
de tragedia y pérdida; de migraciones, forzosas o voluntarias;
de lazos familiares sólidos, de determinación y de logros.
El padre de Johnny Crear, Joe (izq.), su hermano
Edward (medio) y su madre Julia posan para una foto en 1954.
Este artículo es obra de Sylviane Diouf y se
publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
Sylviane Anna Diouf es una galardonada historiadora
y curadora de la diáspora africana. Es investigadora
visitante en el Centro para el Estudio de la Esclavitud
y la Justicia, Universidad de Brown y miembro del Comité
Científico de la Coalición Internacional de Sitios de
Conciencia.
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La imagen sobre estas líneas fue tomada en 1963
y forma parte de la campaña publicitaria de una marca sudafricana
que fabricaba gas lacrimógeno para la defensa personal. La
manera que la empresa escogió para crear un relato para el
anuncio, mostrando como un ama de casa podría usar su producto
contra una persona negra que llama a la puerta, es un reflejo
de las pésimas condiciones con las que la población negra
era tratada bajo el régimen del Apartheid. Su significado
literal en afrikaans, la lengua heredada de los colonos holandeses,
es separación y designaba el sistema según el cual se imponía
la segregación racial en el país. Era la manera que la minoría
de población blanca usaba para mantener el poder y control
sobre la mayoría de población negra. Las primeras leyes que
apoyaban este sistema discriminatorio aparecieron a finales
de la década de 1940 y establecían normas como la prohibición
de matrimonios o relaciones sexuales interraciales o reservaba
zonas específicas de una ciudad para ser habitadas y transitadas
solo por blancos. El sistema de Apartheid permaneció en vigor
hasta 1992.
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La exploradora de National Geographic Tara Roberts
busca naufragios olvidados que contienen historias familiares
sepultadas bajo el agua.
Estas fotógrafas negras luchan por conseguir un lugar
en la historia.
Descubren en Alabama el último barco de esclavos que
llegó a Estados Unidos.
Carter G. Woodson: el valiente historiador precursor
del Mes de la Historia Negra.
El racismo sistémico y el coronavirus matan a las personas
de color. No basta con protestar.
2020 no es 1968: para entender las protestas actuales,
hay que retroceder más.
«Quiero formar parte del cambio»: miles de personas
demandan justicia racial.
«Fue un linchamiento moderno»: Las muertes violentas
reflejan un brutal legado estadounidense.
Harriet Tubman: la mujer que lo arriesgó todo por los
afroamericanos esclavizados.
El asesinato de Medgar Evers impulsó el movimiento
por los derechos civiles.
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